lunes, julio 28, 2008

La mafia abanderada

Diario Milenio-México (28/07/08)
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Todo por no ser de aquí
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A ojos distraídos, el incidente es insignificante. Hanibal Gaddafi, vástago número cuatro del pintoresco dictador libio, intenta escarmentar a sus sirvientes, una mujer de Túnez y un hombre de Marruecos, en una habitación del hotel President Wilson, en Ginebra. Los golpea, se escuchan sus gritos y aparecen los guardias del hotel, que tal como lo manda la ley suiza se llevan de inmediato preso al agresor. Dos días más tarde, su hermana Aisha promete a los suizos que su país se cobrará la afrenta de acuerdo con la Ley del Talión. En Libia, entre tanto, dos ejecutivos suizos son acusados de “inmigración ilegal” y se les encarcela ipso facto, al tiempo que las calles son invadidas por turbas furiosas que alzan por estandarte la fotografía de Gaddafi Junior. El régimen anuncia sanciones numerosas contra el gobierno suizo.
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“Pleito ratero”, suele llamarse a la actitud del acusado que de la nada se asume acusador y exige airadamente la reparación de su honra. No es la primera vez que Hanibal Gaddafi protagoniza escándalos en Europa, pero esta vez los libios han comprado la bronca y ya la llevan lejos. ¿Cómo es posible, se preguntarán, que un incidente meramente doméstico trascendiera de modo semejante? ¿No es ello prueba contundente del desprecio europeo hacia el mundo árabe? Lo leo y lo no creo. Que en pleno 2008 un heredero pueblerino la emprenda a golpes contra sus empleados, vaya a dar a la cárcel y miles de achichincles se lancen a apoyarlo en las calles parece un exabrupto anacrónico y estúpido, como acostumbran serlo las manifestaciones públicas de los nacionalistas furibundos. Gente de piel sensible, claro está, como es el caso de tantos acomplejados prestos a transformar el mínimo desacuerdo en agravio, y a hacer de cada agravio una afrenta ardorosa. ¿Cómo van a entender que piense uno distinto sin asumir que así les menosprecia, seguramente por cuestiones de origen?
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Trípoli V.I.P.
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“Es Serbia allí donde hay serbios”, repetían a coro Slobodan Milosevic y Radovan Karadzic cuando había que acudir a la fórmula mágica que acabaría avalando exterminios masivos. Sin siquiera pensárselo, bajo el auspicio de un torcido sentido común, Gaddafi Junior y sus valedores intentan aplicar la misma fórmula para legitimar el derecho global de los gañanes. ¿Cómo se atreven las autoridades helvéticas a considerar que la suite donde duerme un Gaddafi es aún parte de Suiza, y no orgulloso territorio libio? ¿Qué les lleva a creer que la dinastía que gobierna despóticamente a cinco y medio millones de libios va a comportarse con elemental civilidad, sólo porque visita un país donde las leyes no están para servirles?
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Según la turba acicateada por jerifaltes y merolicos oficialistas, Libia tendría que ser aquel lugar donde hay libios, aunque todos entiendan que tal salvoconducto sólo opera si el ciudadano en cuestión se apellida Gaddafi, o en su defecto cuenta con la protección directa o indirecta de un Gaddafi. La sola imagen de los pulcros oficiales suizos irrumpiendo en la suite del hotel de Ginebra, es motivo de horror metafísico para todos aquellos privilegiados que diariamente pisan territorio libio sin tener que pagar los mil trescientos dólares que cuesta cada noche de hospedaje en el President Wilson. ¿Dónde hemos visto una conducta similar? ¿Cómo se llaman esas organizaciones solidarias que encubren y protegen a sus más nocivos elementos en el nombre de un vínculo de sangre? ¿A quién le sirve el término “nacionalismo”, cuando es más que bastante la palabra mafia?
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Pecadillos de sangre
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Sin haber puesto alguna vez pie en Libia, suelo reconocer a los nacionalistas furibundos por las mafias que los integran y cobijan. No vayamos más lejos, en mi país abundan estos pueblerinos, desde siempre ligados a mafias burocráticas en el nombre de ciertos principios abstractos, interpretados oportunamente por el líder en turno. “Nacionalistas revolucionarios”, se hacen llamar, pero habemos algunos —mayoría, por cierto— que los vemos como una mera mafia. Ya imagino alguna consulta ciudadana donde nos preguntaran si queremos que nuestro petróleo siga en manos de la misma mafia. No fue en balde que un día llegaran al extremo cursi de bautizarse como familia revolucionaria. Corrección pertinente: famiglia.
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Una familia es mafia cuando sus integrantes consideran que lo que se hace a uno se hizo a todos. El honor que envanece a cada quien y el desaire que deja a todos airados, uno y otro son la moneda corriente que a su entender da valor a la estirpe. Quien consigue amistarse con uno se habrá ganado así la buena voluntad de los demás, pero si un día pelean tendrá como enemigo al clan entero. Una ley tan estricta que no admite mayor interpretación, ni por supuesto está sujeta a debate. ¿Cómo no van a enfurecerse los nacionalistas en el curso de cualquier discusión, cuando sus argumentos son tan argumentables como la última orden de su patriarca? ¿Qué decir a las turbas de paleros afectos a Gaddafi sobre las leyes suizas, cuando cada uno de ellos considera que aquello que le hicieron los suizos a su hijito se lo hicieron en carne propia a cada libio?
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¿Qué hacía Hanibal Gaddafi en Ginebra? Llevaba a su mujer a dar a luz a un niño Swiss made, acaso intimidado por la nada remota posibilidad de que alguna malvada enfermera búlgara inoculara en su bebé el virus de inmunodeficiencia humana. ¿Cuántos entre los miles de incondicionales de su padre no darían cualquier cosa por viajar a Suiza como sus criados y hospedarse con él en el President Wilson —imaginemos el tamaño de la cuenta—, aun sujetos a sus peores arranques? Muy poca cosa, al fin, comparada con el honor de acompañar al crío del mandamás y ser con él un poco tirano, igual que tantos cacachicas de la mafia. Sacrificar la dignidad personal, incluyendo el derecho al pensamiento propio, en aras del buen nombre de la manada: he ahí la virtud del mafioso con causa. Que al cabo tantos hay…

viernes, julio 25, 2008

Desde Vasconcelos el gobierno no ha tenido una política cultural: Avilés Fabila (La Jornada de Oriente-25/07/08)

René Avilés Fabila se presenta como escritor. La única profesión en la que pensó desde niño. “No me vi como político. No me vi como empresario. No. Me vi como escritor”, dice con tono amable. “Incluso muy pronto me encontré con mis compañeros de generación. Desde la secundaria, por ejemplo, José Agustín y yo empezamos a hablar de literatura, a escribir, a intercambiar libros, textos. De tal suerte que sí: soy escritor”. Su labor como profesor universitario, sin embargo, es la que ha subsidiado su literatura en un país donde se lee poco y el gobierno adeuda, dice, una política cultural donde haya una participación real de la sociedad civil.
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“El gobierno mexicano, yo podría decir que nunca ha tenido una política cultural. O quizás en la época de Vasconcelos, que era caótica, desordenada, violenta, pero había por lo menos un intento. Si había un artículo tercero en la Constitución y ese artículo decía que la educación era obligatoria, ¿por qué no lo que sigue, que es la cultura?”,
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–¿Cree que las dos últimas administraciones federales le han hecho más daño a esta política cultural?
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–El PAN, como partido, no tiene vínculos con la cultura. No tiene vínculos con los intelectuales. Si hacemos una lista de distinguidos intelectuales panistas, se me acaba con Francisco Paoli. Pero realmente es un partido muy distante de la cultura. No la entiende. No sabe para qué sirve.
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“El PRI tenía los vínculos con los intelectuales, pero nunca los consideró. Sólo utilizó a los intelectuales (…) y ellos se dejaron utilizar. Había una cierta complicidad. Pero creo que eso se empezó a quebrar en el 68. Ahí empezó a haber una pugna con los intelectuales que no estaban dispuestos a seguir acompañando a los gobiernos priistas en una aventura demencial”.
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Los intelectuales en México
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Eterno crítico de Octavio Paz, el intelectual mexicano por antonomasia –a quien no deja de reconocerle su enorme lucidez–, se le pregunta si después de él existe algún otro intelectual orgánico. “Depende de qué gobierno estemos hablando. Ahora el PRD los tiene con Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, entre muchos otros. Esto nos lleva a un problema muy debatido: ¿qué tanto el intelectual debe mantener la distancia con el poder?”
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“Muchos piensan que esa distancia no ayuda al mismo Estado, pues éste no puede comprender bien los fenómenos sociales sin ayuda. Yo sí creo que el intelectual debe estar distante del poder. No que rompa completamente, pero sí debe estar distante. Yo he tratado de permanecer al margen lo más posible. Escribo en periódicos de tal manera que es fácil saber si he elogiado o no al poder. Jamás lo he hecho. No sé si sea esto sea muy cursi, pero sí trato de serle útil al país en los tiempos que corren”.
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En tiempos de encono y rabia social, el escritor se muestra optimista. “La confusión política la veo como algo natural después de pasar una dictadura de prácticamente 70 años. Yo pienso que, probablemente en un sexenio más, el país empezará a encontrar su verdadero cauce hacia la democracia, hacia la lucha de partidos y hacia gobiernos muchos más estables, razonables, coherentes que consideren las demandas de la población”.
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Y remata: “Yo veo que el país empieza a madurar, a ser más reflexivo, a considerar más las cosas pero esto no se debe a los partidos políticos. Los partidos políticos son casi un estorbo”.
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La caja tonta
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–¿Existe libertad de expresión actualmente en el país?
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–(Ríe) Todo mundo dice “sí, como no. Después de 2000”. Por ejemplo, la censura no está ya en Los Pinos, pero sí está en cada medio de comunicación. Yo he tenido cualquier cantidad de problemas y hasta cauteloso me he hecho porque hay figuras que definitivamente no se pueden tocar. No, creo que sigue habiendo no sólo censura sino autocensura, que finalmente es prima hermana de la primera.
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“Yo puedo decir que habrá libertad de expresión en este país cuando los canales de televisión y las radios del estado permitan la crítica al propio gobierno, a los funcionarios. Yo, por ejemplo, fui expulsado del Instituto Mexicano de la Radio (IMER) después de 11 años porque era muy crítico del hoy paladín de la libertad de expresión que es Santiago Creel, y que entonces era secretario de Gobernación”.
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–Y hablando de medios públicos, ¿qué opina sobre los nuevos directores de Canal Once y Canal 22?
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–Jorge Volpi con el 22 está haciendo un trabajo más interesante que Sariñana con el Canal Once. Todo consiste en que no se hunda en el glamour del rating y que entienda que estos canales tienen una función social. Lo que no implica hacer programas de güeva. No tiene por qué ser la televisión cultural un receptáculo de conferencias y conferenciantes aburridos, tediosos-
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“Quizás con un poco de atención y de criterios amplios, inteligentes, agudos podríamos convertir tanto al Once como al 22 en elementos extraordinarios para desarrollar la cultura. Porque, nos guste o no, la información y la diversión de los mexicanos está concentrada en las pantallas”.
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–Y a Televisa y a TV Azteca, ¿les ve alguna esperanza?
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–¡Ay, no! (ríe). Bueno, sí. Que alguien les baje el switch. Ésa es mi esperanza y que usemos esa espléndida estructura que tienen en otro tipo de cosas. ¡Es infame! Parte de la estupidización del mexicano se debe principalmente a Televisa, porque finalmente TV Azteca es el clon de Televisa. Entonces eso pido desde aquí: ¡que le bajen el switch a esos cabrones! (risas).
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(Alonso Fragua)

En busca de un fetiche literario

Está ahí sentando buscando escribir la ansiada novela que lo sacará del anonimato, y quizá, si le va bien, le alcanzará para comer o simular que come, mientras planea otra idea para escribir otro libro que lo consolidará como un escritor destacado. Ha dado de vueltas por toda la casa. Se para. Se vuelve a sentar frente al monito, su fiel monitor, llevan juntos cerca de una década, juntos han visto por primeros intentos literarios del próximo novísimo novelista.
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Toma su manual de escribir y encuentra que su escritor afamado recomienda hacerle caso a los fetiches, el afamado novelista cuenta que para empezar a crear su nueva novela, que hace no mucho ganó el PREMIO, salió a comprarse una botella de Vodka, un juego de naranja y unos puros cubanos. Al terminar ingerir un vaso de vodka y fumarse su primer puro cubano es como le vino a la mente la primera frase.
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Ahí está el meollo del asunto, dice para sus adentros, no tengo ningún fetiche. Acto seguido sale de su casa para dirigirse a la gran librería donde le pregunta a uno de los trabajadores: disculpe, ¿tendrá acaso un libro donde los escritores expliquen sus fetiches que tienen antes de ponerse a escribir? Quien atiende la recomienda un sinfín de libros que se pueden adquirir en esa misma tienda, son cerca de cien libros donde novelistas y poetas de varios países explican sobre sus procesos de creación. Después saca la cartera, compra todo los libros que le recomendaron y regresa feliz a casa, seguro de que pronto podrá conseguir su fetiche para lograr crear su primera línea narrativa.
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Pasan los meses y los libros han sido leídos, fueron días con sus noches de constante e incansable lectura. De lo leído entiende que a veces un escritor define su fetiche como las cosas que más le gusta beber y comer, además de aquello que lo incentive comúnmente a leer y escribir. Decide revisar sus diarios ahí están plasmadas algunas de sus experiencias personales. Al término de esa exhaustiva revisión, enlista sus fetiches: tomar una taza de café, pues siempre es bueno entrar en calor antes de proceder a empezar con una empresa tan complicada; tener una botella de coca-cola llena y sin abrir, para que al terminar un párrafo entero se tome un vaso como recompensa a su esfuerzo; una fotografía de su escritora admirada, para que recuerde el nivel al cual piensa llegar; una película pornográfica para lograr plasmar las escenas eróticas; y por último un letrero que dice: tú eres el escritor más grande del universo.
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Ahora sí tiene todo lo necesario para escribir su primera novela que lo dará a conocer en el complicado mundo de la literatura. Empieza a escribir su primera línea: -¿Cómo se convierte uno en confidente de presos? Dentro de la mente de José Domínguez hay un temor que no lo deja dormir en paz. Tanta información lo aturde y le preocupa. Cualquier ruido lo espanta, lleva seis noches seguidas sin poder conciliar el sueño, se imagina que es alguien de la mafia viniendo por él a jurar su eterno silencio, o quizá, alguno de los enemigos buscando cuál es el precio más alto para compartir el mismo secreto. De pronto le viene un silencio en su mente, bloqueo se le llama en el lenguaje literario.
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Pasan semanas enteras y un día en la gran librería encuentra la más reciente novela de su autora, casi amada, decide comprarlo. Lo lee con detenimiento y pasión tremenda. Goza de cada línea. Al término del libro, regresa a su página escrita para continuar con obra en crecimiento, pero se da cuenta que su estilo es muy similar al de su escritora admirada. Quema las hojas que ha escrito y se mete a bañar, para después ponerse una loción carísima, tomar el primer avión con destino al ombligo de su país, donde irá a buscar a su amada escritora para proponerle matrimonio. Y es que si él no puede ser un escritor, al menos será el esposo de una gran escritora.

¡Ay, Puebla! (columna "Exfuturos"-Diario “El Columnista” de Puebla- 21/07/08) por Pedro Ángel Palou

1.- En estos meses fuera de Puebla –cuya vida y vicisitudes he seguido por los periódicos- me he dado cuenta que infinita flojera debe darnos la vida cotidiana en esa urbe. Si un extraterrestre solo tuviera esos documentos que yo he leído como muestra de nuestra historia recientes estaría convencido de varias cosas que a continuación enlisto:
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2.- La política en Puebla es una lucha sin cuartel por una única posición que parece importante, la de gobernador. Nadie piensa en otra cosa. Todos viven en ese coro infinito, apoyando a uno y denostando a otro por los mismos méritos o defectos, es lo de menos.
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3.- La prensa se ha asalariado a alguno de esos prepreprecandidatos. Los periodistas parecen fanáticos viendo un juego de fútbol, no hay en ese sentido imparcialidad alguna.
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4.- Los derechos humanos no existen.
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5.- La transparencia no existe.
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6.- Las necesidades de los habitantes de Puebla no existen.
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7.- Sólo existen un número muy pequeño de prohombres y promujeres que pueden llegar a ser gobernadores, lo que en el México postpresidencial y casi yo diría antiparlamentario significa nuevos caciques estatales.
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8.- Puebla es un tablero de ajedrez en que los aspirantes, suspirantes, pero NUNCA inspirantes, mueven sus piezas. Nadie importa, no existen los seres humanos, sólo esos pocos inmortales que pueden competir por el ansiado puesto.
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9.- Es como en el cine, cuántos grandes fotógrafos o actores se han perdido porque quieren, a fuerza, ser directores, como si ese fuera el único oficio digno dentro de la industria cinematográfica.
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10.- Hubo una época en la que ser senador era el máximo honor al que podía aspirar un ciudadano. Era equivalente a ser algo así como padre o madre de la patria. Hoy es un trampolín para lanzarse a ese salto vacío, guerra a muerte que se llama ser gobernador.
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11.- No hay una sola propuesta interesante para Puebla que nos hable, por ejemplo, de cómo ser competitivos –ya no mediantes la industrialización, pero sí mediante la economía terciaria, nuestra vocación última. Nadie se ha detenido a preguntarse y preguntarle a expertos cuál puede ser la vocación económica y cultural de Puebla en el siglo XXI.
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12.- Nadie se ha preguntado, tampoco, cuántas Pueblas existen, porque es más fácil hablar de Puebla en singular. ¿Y la Puebla indígena? ¿Ya la de la planta industrial carcomida por el contrabando chino? ¿Y la de los cafetaleros que con una hectárea de tierra prefieren que se pudra su cosecha? ¿Y la de la pobrísima Sierra Negra? ¿Y la Puebla de los comerciantes? ¿Y la del comercio informal? ¿Y la de Simitrio, porque sigue habiendo, aunque no nos gustes, una Puebla de Simitrio y una de Antorcha Campesina, y otra muy distinta de los jueces y magistrados y de los casi inservibles diputados? Revisen los periódicos: el ochenta por ciento de las notas son sobre el municipio de Puebla (existen otros 216, por cierto, de los que sólo se habla cuando hay una tragedia). Piénsese, por ejemplo, en la literatura. Hay un loco que habla de literatura poblana al referirse a tres escritores que escriben en dos colonias de la ciudad de Puebla y deambulan por un café de los portales de la mucha veces heroica ciudad de sus amores. ¡Luis Cabera y Manuel M. Flores, por sólo citar a dos, se morirían de nuevo!
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13.- En medio de estas preguntas y muchas otras que el ciudadano de a pie se hace los políticos no ayudan en nada. Y los periodistas, salvo escasas veces, muy escasas, casi invisibles veces, sólo refuerzan esa visión desde lo que Christopher Hutchins, siempre crítico (sobre todo de sí mismo, sin lo que no sirve la crítica) llama periodismo de hotel ese que puede hacerse -¿lo podríamos llamar periodismo de Starbuck´s?- con cualquier línea de Internet pues repite lo que otra página electrónica que será o no impresa al día siguiente ya opina, ve y dice. Esa uniformidad me aterra tanto o más que la política, porque ha renunciado a la crítica ideológica y entonces ya no ve nada.
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14.- Preferimos encabezar y fundar patronatos, comisiones, premios y cuanto sucedáneo exista para hablar de nuestro pasado. Es más cómodo. Déjenme decirlo de una vez por todas: desde el quiebre de la cultura católica en la Guerra de Reforma Puebla no ha sabido cómo recomponerse. Dentro de poco habrá más miembros del Consejo de la Crónica que ciudadanos en la ciudad. ¡Viva el pasado, nuestro territorio de felicidad! ¡Viva la infelicidad de ser poblanos en el 2008 sin saber qué demonios queremos!

jueves, julio 24, 2008

¿Vas al súper o a la Gandhi? (si vas a la Gandhi, cuídate)

Diario Milenio-Puebla (24/07/08)
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Aunque ya estoy más o menos educado en la psicoterapia racional de Albert Ellis, debo dejar constancia de este pequeño hecho (casi insignificante) pero que como a mí, les puede ocurrir a otros. Hecho nimio, quizá, pero que no deja de ser molesto. ¿No se supone que las librerías Gandhi tienen gente especializada en su trabajo y que conocen de títulos y autores? Bueno, eso creía yo también.
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No sé si esto que voy a narrar aquí sea sólo un hecho aislado, ojalá así sea. ¡Ah!, y no son cincuenta pesos en los que me fijo, no, sino en el hecho en sí.
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Fíjese bien lector: tengo aquí un ticket donde consta que le regalé cincuenta pesos a la Librería Gandhi.
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Estoy interesadísimo en la obra del medievalista Jacques Le Goff y vi, en el catálogo de Paidós, el libro Una historia del cuerpo en la Edad Media. Lo busqué en varias librerías sin resultado. Y es que a veces las mismas personas que atienden dicen, luego de buscarlo en el sistema, “No, no tengo ese título” y ahí está el libro a ojos vista. Pues me dirigí a la Gandhi de la zona de Angelópolis. Según mi ticket, fui el 5 de junio de este año y dice ahí que es válido hasta el 15 de diciembre; es decir, faltan por transcurrir casi seis meses. Pero ya de nada sirve ahora.
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Voy a la historia: como no tenían en ese momento el libro de Jacques Le Goff, me dijeron que podrían pedirlo y yo acepté. Me dijeron que en un plazo de diez o quince días ellos me hablarían a un celular que les proporcioné. Nunca lo hicieron. Si por alguna razón no escuché la llamada o tenía el teléfono apagado, etcétera, jamás escuché un mensaje de voz que me dijera: “Aquí de librería Gandhi, tenemos su libro de Jacques Le Goff”. Nada me dijeron nunca. Y como no recibí la llamada, regresé hasta allá. Para mí, que ya Plaza Dorada se vuelve límite (casi no salgo del Centro Histórico), me es difícil y latoso desplazarme hasta allá. Pero todo sea por Le Goff, pensé.
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Al preguntar si tenían el libro que dejé apartado con cincuenta pesotes, me dijeron que sí, que iban por él. Esperé. Lo buscaron en un anaquel y en otro hasta que dijo la persona que me atendió: “ese libro se vendió porque usted no vino”. Le respondí que habían quedado de llamarme y que no lo hicieron. Dijo entonces la encargada del mostrador: “Espere, vamos a ver el registro de llamadas”. Luego de un rato dijo: “Parece que sí le llamaron, busque en sus llamadas perdidas.” Imposible, le dije: no lo hicieron, además, ¿cómo iba a encontrar, de acuerdo al cálculo que ellos tenían, una llamada perdida de quince días atrás?
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Para evitar cualquier tipo de discusión y terminar con todo eso, le solicité a la señorita que me hiciera la devolución de mi dinero. Ya con eso pago el taxi, me dije. “Sí, sí, cómo no –dijo la dependienta— anóteme aquí al reverso su nombre, dirección, teléfono, RFC, tipo de sangre, CURP, color de ojos, peso y estatura”. Exagero, pero sí me pidió mis generales. Casi quería la copia de mi credencial de elector. Le dije que esos datos ya los tenían desde que hice el pedido y me dijo: “Lo siento, sin esos datos no le regreso su dinero, es política de la empresa.” Tomé el ticket y le dije que podían quedarse con el dinero pero que esto lo contaría yo luego como una mala anécdota, cosa que hago ahora. Prometo enmarcar el ticket como un recordatorio para no volver a la Gandhi, mejor me voy al súper.

miércoles, julio 23, 2008

Nuevo decálogo del novelista-(columna "Exfuturos"-Diario “El Columnista” de Puebla- 14/07/08) por Pedro Ángel Palou

0.- La novela es un género internacional. Un arte compartido por todos los países y en donde las influencias se dan por doquier. Pensar en una novela latinoamericana o peruana o –Mein Got!-, poblana como leí recién en Jaime Mesa- es como pensar en la equitación protestante. ¿Por qué Chejov es tan distinto a su amigo Lev Nikolayevich Tolstoi? El primer nos lo dice cuando escribe sobre una visita del autor de Guerra y paz el 16 de abril de 1897 al hospital en el que Anton se recuperaba de una dolencia. “Todas las nubes tienen un recubrimiento plateado…Tuve una visita en la clínica de Lev Nikolayevich, y tuvimos una conversación excepcionalmente interesante. Al menos para mí, porque escuché en lugar de hablar. Él acepta la idea de inmortalidad en el sentido kantiano, que propone que todos nosotros –humanos, animales- continuaremos viviendo en algún estado primario – razón, amor- propósito cuya esencia se nos escapa, por supuesto. Para mí, sin embargo, este estado primario o es fuerza no es más que una informa masa gelatinosa en la cual mi yo, mi ser, será absorbido. No tengo ninguna necesidad de inmortalidad si pienso en esa forma sin forma”. Ambos luchaban, sin embargo, para conseguir lo mismo: esa forma –perenne o no, eso no nos importa-, tarea en la que el novelista se pasa la vida. Prefiero a Chejov, porque odio en sentimentalismo. El sentimentalismo mata a los novelistas. Los novelistas con sentimientos como los novelistas con ideas no me interesan.
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1.- No existe novela con adjetivos. No hay novela histórica, novela erótica, novela policiaca. La verdadera novela es un organismo fagocito. Todo lo engulle y lo devuelve trastocado. Por eso mismo El Quijote no es una novela de caballerías o Alicia en el país de las maravillas no es una novela fantástica.
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2.- Una nueva novela que sea en sí misma verdaderamente nueva re-escribe hacia atrás todo la tradición novelística. Porque en la literatura, como en la vida, las cosas se viven hacia adelante y sólo se comprenden en retrospectiva.
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3.- Nada más pernicioso que el nacionalismo –un adjetivo europeo, por cierto- para la novela, que ya lo dijimos sólo respira sin adjetivos. Porque el nacionalismo es una mentira y la novela odia, aborrece la mentira. La novela entraña una búsqueda de la verdad literaria. Dentro de sus páginas todo lo que ocurre es absolutamente verdadero.
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4.-Una buena novela resiste una mala traducción porque lo que la novela ha demostrado sin decirlo todos los siglos es que el estilo no es una sintaxis, ni una semántica, es una visión. Tolstoi leyó a Lawrence Sterne en francés, y expurgado por su traductor moralista: aún así pudo ver que era radicalmente distinto gracias al Tristam Shandy. Y obró en consecuencia.
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5.- Machado de Assis, en Brasil, leyó también la misma traducción y produjo esa maravilla, las Memorias póstumas de Bras Cubas, otro hijo shandy.
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6.-Dice Adam Thirlwell y los suscribo. La historia de la novela es, simultáneamente, la historia de una forma artística internacional altamente elevada y también la historia de sus errores. Una historia del desperdicio. ¡Nabokov, ayúdame!
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7.-Los estilos novelescos son sistemas de operación dentro del leguaje para una búsqueda de efectos extralingüísticos, son por ende máquinas. Y estas máquinas estilísticas son portables. Como los celulares y los coches, o las máquinas de escribir, pueden importarse y llevarse a donde sea.
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8.- Los seres humanos son más imples de lo que creemos. Puede parecer poco delicado cuando un novelista así lo afirma de sus personajes. – Sancho y don Quijote son una muestra patente-, pero por ello un gran novelista requiere pocos trazos para dibujarlos. No hay que explicar, ese es el gran aprendizaje del narrador. Puede parecer poco justo para la especie humana, pero es una verdad de novelista irrefutable. Los clichés son divertidos tanto en la vida real como en la literatura, por eso conviene burlarse.
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9.-Europiccola, llamaba Joyce a Trieste. Le gustaba el cosmopolitismo. Porque sabía dos cosas como novelistas: el escritor es siempre un exiliado. Es el exiliado por excelencia, sólo en ese reino es posible escribir algo decente. Y el cosmopolita es alguien que dejó ya de tener patria., esa desfachatez decimonónica inventada por los estados de la nación, otra mentira europea. Pero también por algo más fundamentales, más profundo: porque supo que el provinciano es alguien vacío, carente de contenido. Esta verdad es más corrosiva, más letal. El provinciano se ancla en la nostalgia porque no tiene nada. El cosmopolita, habiéndolo perdido, lo tiene todo: es dueño del mundo, ancho y siempre ajeno. Es nuestro, dice Borges, ese novelista de pequeños cuentos-ensayo, como El aleph, acaso la mejor novela argentina de todos los tiempos, es nuestro sólo aquello que hemos perdido.
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10.- Miguel Torga dixit. Lo universal es lo local, sin los muros. Alabado sea.

El superhéroe se pregunta

Diario Milenio-México (22/07/08)
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Sólo los piojos nos extrañarían, asegura el periodista Alan Weisman en El mundo sin nosotros, el libro en el que visualiza de manera devastadora el proceso entrópico en que entraría el mundo una vez que los humanos lograran extinguirse a sí mismos de la faz de la tierra. Sólo los piojos, pues, y algunas 200 especies de bacterias guardarían algo parecido a un luto por una especie que ha sido, en sí misma, la mayor amenaza para todo ser vivo en su entorno. De hecho, son tantas y tan profundas las catástrofes provocadas por la invención humana que éstas continuarían, en ocasiones incluso agravándose, tan pronto como la última persona emitiera el respiro final. En el recuento de daños de Weisman, esto resulta claro, la humanidad no sale bien parada. Si el lector de este libro se encontrara por pura casualidad en el muy probable escenario de esos días postreros seguramente entraría en un verdadero dilema. Salvar a la humanidad. Dejarla perecer. Salvar. Perecer. La margarita de los tiempos. Algo parecido les sucede, habiendo leído a Weisman o no, a los superhéroes de las películas de este verano.
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Acaso sean los altos precios de la gasolina o la mera posibilidad de elegir a un presidente negro pero todo parece indicar que los Estados Unidos, y Hollywood en particular, se han sumido en un trance introspectivo no exento de humor, autocrítica e, incluso, algo de lucidez—tres adjetivos que no suelen aparecer juntos (y ni siquiera por separado) en las reseñas de las películas hechas para pasar el verano sin meditar ni poco ni demasiado. Este año, tres películas anunciadas como de entretenimiento familiar, es decir, dirigidas sobre todo a un público infantil, comparten superhéroes desencantados, en colores no convencionales, para quienes “luchar por la justicia” lejos de ser un lema de acción constituye, más bien, un principio de duda. ¿Por qué arriesgarse por una humanidad que no entiende o de plano desprecia el trabajo del superhéroe? ¿Para que salvar a una raza de perezosos irresponsables, pagados de sí mismos que, además, estigmatizan la diferencia que representa, en virtud de sus propios poderes, el superhéroe? ¿Atravesaría alguien los cielos para rescatar a la persona que, luego, le escupirá la cara o lo tachará de freak? La respuesta a esta interrogante en el verano del 2008 es, únicamente, tal vez.
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El escenario lo establece Pixar, con habitual maestría, en Wall.e, La fecha: 700 años después de que el último ser humano abandonó la tierra. El personaje: un robot workhacólico que, durante esos muchos años, no sólo se ha dedicado a reciclar basura sino también a seleccionar, entre el cúmulo de objetos desechados, aquellos que por extraños o únicos merecen formar parte de su colección privada. Las condiciones: montones de basura que, literalmente, conforman edificios monumentales en un mundo dominado por el color del óxido y las tolvaneras súbitas. En medio de todo eso, Wall.e, el solitario historiador de la cultura material desarrolla, además, una debilidad: la película Hello, Dolly, y el sueño de la compañía que, pronto, se volverá una posibilidad en el personaje de Eva, el robot aparentemente diseñado por Apple con quien se embarcará en una aventura integaláctica hasta llegar a Axiom—esa portentosa nave donde sobreviven, sentados y casi sin estructura ósea, unos seres humanos que han volcado su sentido de voluntad en las máquinas que ahora los dirigen. Wall.e, por cierto, no se propone salvar a humanidad alguna. Lejos de hacerse una pregunta tan insensata, una pregunta de hecho inconcebible, el adicto al trabajo se concentra mejor en su romance sideral. Si en algo contribuye al retorno de Los Sin Esqueleto a la tierra es más producto de la coincidencia que de su deseo. Su deseo es tomar a otro robot de la mano.
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Igual de solo que Wall.e sobre la faz de una tierra que todavía sostiene a la raza humana más o menos en pie, Hancock pone tanto empeño en su consumo de alcohol como Wall.e en su proceso de trabajo. Sin uniforme distintivo y sin empatía alguna por una especie que lo deplora, Hancock pasa sus días semidormido sobre bancas públicas o chocando contra las aves con las que comparte el populoso espacio aéreo de la época. Malagradecidos y aprovechados, los hombres y mujeres e incluso los niños con los que Hancock tiene contacto sólo comprueban una y otra vez sus sospechas: no valen la pena. Aunque Peter Berg se vale de una improbable vuelta de tuerca en el desarrollo de la anécdota para domesticar a Hancock y justificar, de paso, la soledad que lo singulariza, el neo-superhéroe puede volver a explotar.
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Menos solo, pero presa también de la duda fundacional del superhéroe del verano 08, el Hellboy de Guillermo del Toro está cerca en más de una ocasión de darle la espalda a aquellos que, después de servirse de sus poderes, no hacen más que estigmatizarlo como freak o acusarlo de intenciones que suponen perversas. Antes de ser domesticado por la paternidad, el niño del infierno opta por la cerveza, las canciones cursis y la desobediencia.
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Solos y tanáticos, más próximos a Frankestein que a Superman, el neo-superhéroe se pregunta y, al hacerlo, se atormenta. De ahí el trabajo o el alcohol. De ahí la caída, tan espectacular como interrumpida. Mucho me temo que, de no tener que recuperar los costos de producción que salen, esto se sabe, de los bolsillos de los humanos que van a verse al cine, los neo-superhéroes no dudarían tanto. De ahí esa manera compasiva y torva y crepuscular con la que saludan a los piojos y a todas y cada una de esas 200 especies de bacterias que, según Weisman, sí nos extrañarían.

martes, julio 22, 2008

Las noches se me van versificando tus labios,
en horario matutino hago un ensayo acerca de tus cabellos,
y en el vespertino intento encontrar el camino correcto,
para lograr novelar el lugar exacto
donde encuentro la vida y la muerte al mismo tiempo.

La misión fracasa, en lugar de novelarte,
práctico, a pesar de ti, para mis días de explorador.

La naturaleza da enseñanzas que jamás deben olvidarse,
hoy aprendí que donde hay una caverna,
a veces se halla una montaña y que de toda montaña
comúnmente nace un río de aguas frescas

Decálogo encubierto-(Crítica junio-julio de 2008-N°127) por Pedro Ángel Palou

1.- Hoy existen escritores contables y escritores notarios. Para unos existe sólo la cifra (y cifra es, finalmente, cero) y para los otros el registro, la maniática voluntad de dar fe. Lo que Mallarmé ya entreveía: “la función numeraria fácil y representativa de la literatura”. Vivimos subordinados a las pulsiones de la cifra, reina soberana de nuestros días. Contar, contar, contar: antes y después y siempre, contar. Evaluar, tasar, pesar. Nada se puede con el estado computable del mundo, que lo empobrece: incluido en lenguaje. El lenguaje sobre todo un útil para relacionar, comunicar: un medio, simplemente. El lenguaje nos da órdenes, nos ofrece necesidades, como las de la publicidad, estudiados mensajes según el público y rigurosos estudios de mercado que, antes, ya nos han también convertido en estadística. ¡Viva el reino universal de la mercancía y su soberana cifra!
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2.- Esta época ha conseguido que el nihilismo se lleve a cabo por doquier. Con violencia pero con cálculo, con frialdad vivimos en este momento una época que bien podríamos llamar de nihilismo activo: ya no es un estado de espíritu, una actitud. No es más que la forma que reduce todo lo que toca y lo convierte en NADA. El nihilismo activo evalúa, mide, tasa: determina el valor. Y el valor es hoy, siempre, una equivalencia: puro valor de cambio. (Lo que no sea susceptible de convertirse en cifra, lo invaluable, es INÚTIL).
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3.- El inmenso mercado de valores donde la cotización decide qué es realidad (aquí los notarios sustituyen a los contables) y la producen en cantidad suficiente hasta que hay que cambiar la tendencia.
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4.- Hay que actuar en lo inestable: subirse a la CUERDA FLOJA, devolverle a la literatura su carácter de peligroso. Y la literatura es más una sintaxis que una semántica, como ya lo explicaba Benveniste de los actos de enunciación. Es preciso buscar la PALABRA DEL DESPERTAR, LA PALABRA DET´RAS DE LA PALABRA.
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5.- Hay que buscar, simultáneamente –los tiempos así lo exigen-, una reserva del lenguaje que es una reserva del ser. Atravesar la puerta de la nada de la mano de los griegos (me on), de los chinos (wu, Kong, hsü), de los budistas (shunya), del pensamiento filosófico veda (Nirriti, shunya), interrogar en Heidegger,, arribar así a una nueva época del verbo, desde la nueva conciencia de neustro Apocalipsis: “En el principio era el verbo y luego el verbo se hizo cifra”. Si esa es la realidad y la cifra comprime al mundo, lo fabrica a su medida, hace plano –en el peor sentido- un globo redondo, hay que buscar un TIEMPO DE INCUBACIÓN donde pueda volver a pensar (se).
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6.- Pensar en el nihil del nihilismo, poner la cabeza en libertad. Un cerebro paralelo es necesario, obligatorio. Si la palabra es sólo instrumento, funcional y planetaria, deja de ser seminal. La verdadera palabra HABLA después de ESCUCHAR. La literatura es eso: palabra que circula dentro del círculo de la palabra. En medio de la devastación hay una reserva del lenguaje (Rimbaud allá, pero Huidobro y Gorostiza acá).
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7.- A condición de RECLACIFICAR LA BIBLIOTECA. Todos los textos de todas las épocas de todas las lenguas están disponibles, como en ningún otro momento de la historia. Cuerpos disponibles. Lo único que importa, sin embargo, es el VACÍO entre esos cuerpos. Allí hay que actuar. Ni lengua ni tradición propias se han muerto, pero tampoco mezcla babélica. Lengua particular en tanto muestra un nuevo relieve de las lenguas. El verdadero escritor hoy sólo puede ser leído por su traductor (él lo lee como lee la posteridad). Si queremos que la literatura tenga un cierto papel en esta nueva época, aunque no será nada de lo que era antes, hay que LLEVARLA DENTRO DE LA LITERATURA, irse a sí misma: es una escucha del lenguaje. Quien habla por ella no lo hace sino como répondant, habla desde la memoria de la palabra. EL ARTEFACTO Maldoror-Poesías, de la teoría de plagio del conde de Lautrémont, el visionario Isidore Ducasse. Toda frase nueva pasa por la prueba de venir de la escucha o es pura palabrería: el fuego sólo puede provenir de las cenizas.
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8.- Voltear al revés el dictum final de Wittgenstein: de lo que no se pude hablar hay que hablar, buscar el verbo nuevo que lo haga hablable, que escuche su sustrato. “Donde se es hablado la palabra no termina”. (Heidegger). Es nada más y nada menos que una REVOLUCIÓN ESPIRITUAL dentro del lenguaje mismo: DESINTEGRA LA SUBJETIVIDAD Y SUS ASIDEROS METAFÍSICOS, como anticipó Joyce al escribir Finnegans Wakey, y darse cuenta del carácter necesariamente esotérico de este momento. Hay que formar la secta, hablar en lenguaje cifrado, sí: pero iniciar a los adeptos.
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9.- “Darle vida a la palabra”, como un cabalista judío hace con las letras, no darle muerte, como hace el mundo contemporáneo. Y ESTO SÓLO SE PUEDE HACER RADICALIZANDO LA POSTURA, no por mera vecindad con la nada. Hay que ser un poco sofista, creer en Gorgias y voltear también el proyecto filosófico de Parménides, y por tanto de Occidente, diciendo muy claro que la nada sí puede pensarse porque de lo que se trata, ni más ni menos (hoy que la literatura no tiene que ver con ningún ABSOLUTO, con ningún SUJETO, e incluso nada que ver con la HUMANIDAD), es preparar el terreno para una nueva relación entre el ser humano y el lenguaje que escape a los corsés de la metafísica occidental, que anuncie una nueva forma de pensar que desborde los límites de la lógica.
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10.- “En dos siglos hemos convertido en nada todo lo que habíamos heredado”, dice Ravése, una persona de Valentín Retz, y agrega: “nos hemos empeñado en destruir la verdad como unos forzados en contra de la roca y hemos devaluado todo lo que teníamos de ella. Hemos incluido en todas nuestras creaciones la perspectiva de la ruina y lo hemos arruinado, efectivamente, el conjuntos de nuestras creaciones”. Inventamos, por un lado, una prosa-tequila, una prosa-nieve de melón, y por otro lado, nos empezamos a servir con desparpajo de una prosa globalizada olvidándosenos de lo que decía el escritor portugués Miguel Torga: “lo universal es lo local pero sin los muros”. De lo que se trata es de trabajar en el lenguaje contra los árbitros del sentido común y los policías de su ciudad; rechazar las frases usadas, las frases ancianas, las frases adversas e ir a la búsqueda de la nueva frase. Escribir libros que sean otra cosa que libros, MÁQUINAS DE DEMOLICIÓN, viviendo el lenguaje como el combate espiritual que se imaginaba Rimbaud. Libros vivos, que producen su propia energía, como centrales nucleares. HAY QUE DESPERTAR como hacen todos los personajes de las novelas de Kafka, pasar de la muerte a la vida tomando a la literatura como EXPERIENCIA.
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11.- En todo decálogo que se precie debe haber un undécimo mandamiento: Si la literatura no es ella misma una experiencia y se contenta con refugiarse en el reportaje y la no-ficción o con referir anécdotas, pierde su DIMENSIÓN POLÍTICAS Y POR ENDE SU DIMENSIÓN HISTÓRICA. De lo que se trata es de despertar para dejar de ser sólo aquello que despierta en un juego budistas que va de la violencia a la calma (la violencia sin la calma es sólo cólera, e imita, como todos eso ENERGÚMENOS ASALARIADOS POR EL CONSORCIO). Toda la biblioteca debe reclasificarse, ya lo dije. Quizá la intuición de Rimbaud sea la guía, lo que él llamaba “saltos de armonía desconocidos”, nos debe guiar a modificar toda la tradición. Este programa es, pues, radical: implica una absoluta desaprobación allí –o aquí-. Donde todo lo subjetivo está ya muerto no hay posibilidad de producir y vivir una experiencia sino mediante la más compleja DESUBJETIVACIÓN, en las regiones donde el cuerpo nada tiene que ver con el yo. Allí donde el lenguaje es coeficiente de libertad (la retórica literaria se defiende siempre que se busca una tal máquina de demolición, deleitándose en sus efectos de estilo, Ideología de control que convierte a la literatura en nostalgia, dialecto patético. El amor consume, no conserva. Nostalgia y reacción son una y la misma cosa. Hay que detestar a las plañideras del pasado, a los sobrevivientes, como a quienes creen que se trata de pulverizar la tradición, neorreaccionarios ellos mismos, demasiado democráticos para sumergirse en eso que llamamos nosotros palabra nueva del despertar. Hay que ser más chino que occidentales, más sutiles, pues. LA MÁQUINA DE PLAGIAR, de Lautrémont –que es, por otra parte el Quijote de Pierre Menard en Borges-, es más efectiva. Escribir literatura implica formular ese desierto que grita implacablemente dentro de los cuerpos humanos, atrapar el nervio mismo del nihilismo allí donde surge como una bestia el no-mundo.

lunes, julio 21, 2008

Dos poemas de Palou García, dos.

El poeta y narrador José Prats Sariol que hace unos años radica en Puebla ha sacado junto con el Grupo literario de las Américas la revista Instantes, cuya finalidad es publicar literatura sin afán de lucro, pero sí buscando dar a conocer nuevas voces.
A continuación transcribo dos poemas publicados por Pedro Ángel Palou, su parte póética muy escondida y que comúnmente sólo muestra cada que cumple un año más de vida.
En estos días iré publicando algunos textos que han aparecido en espacios locales, como preparativo y salutación, siempre amistosa y cariñosa, a su regreso a tierras poblanas.
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Azules (publicado en Instantes 1)
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Después de contemplar los seis volúmenes de Jacques Mathurin Brisson, Ornithologia, sive synopsis methodica sistens avium divisionem in ordines, De 1760
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Siempre he sentido envidia de los naturalistas aficionados:
con sutil precisión de orntólogos bautizan sus hallazgos.
Yo me solazo en las páginas de un antiguo volumen coloreado
y en las palcas de Martinet que ya había ilustrado a Buffon
como si entrara en un aviario. Escucho todas sus canciones.
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Salgo de la biblioteca, aturdido por la falta de silencio.
Me siento en una banca. Entre la anorexia del cíprés
y la astuta bulimia de una araucaria, sembrados por un idiota.
Un árbol sin nombre en mi memoria m saluda o me increpa.
En su interior un ave canta de nuevo y para mí, curioso,
por vez primera. Una niña camina con sus lágrimas.
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Sus hermosos tenis negros salpicados de margaritas,
pies llenos de alegría para un semblante de angustia.
Me pregunta en su idioma si he oído cantar al ave escondida.
Le respondo que sí, y pronuncia dos palabras que la nombran.
Le otorga existencia en medio de su llanto incontenible.
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Miro sus pies cubiertos de flores. Le digo que tal vez dess
volar. O se lo pregunto. Pétalos blancos que son alas.
Otra vez el pájaro que nos interrumpe con su sonata.
Me miran sus ojos azules, transparentes. Ojos de fantasma.
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Tristes son las melodías de las aves migratorias, afirma
la niña mientras se seca las lágrimas también azules.
Asiento. No sé de aves, perosí de mudanzas y dolores.
Saca dos caramelos del bolsillo y me regala uno.
Toda ella es ese gesto. Los dos chupamos y lamemos
nuestros dedos pegajosos. No sabemos qué hacer
con la envoltura. Ella sonríe. Vuelve el ave.
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Ahora un canto solemne emerge de su garganta.
Un réquiem por la tarde que se extingue, el crepúsculo
que nos abandona. Oscurece. Desaparecen la niña
y el pájaro. Qué sola se queda la noche azul oscuro
qué solas mis mano de azúcar y de miedo. Qué solos
mis oídos en medio del prolongado sueños de las aves.
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Duermen ya todas las cosas menos mi cuerpo y su memoria.
Y la luna: la forma permanece siempre despierta.
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De la Parvada (publicado en Instantes 2)
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Han venido a recogerme y allí están, frescos:
estela de un rocío inesperado y limpio:
agitan sus seis alas como manos y me llaman.
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No saben si han venido por el despojo inane
de su padre, o es que son aún en cuanto
pedazos desprendidos, costillas y extremidades
de su carne, parte de ese otro que los mira.
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Ojos de asombro, como los de su madre
que llora del otro lado del grueso cristal que
nos oculta y transparenta y aún separa.
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La banda no se mueve. Otros han llegado
también por su equipaje, largo y pesado,
de viajeros inmóviles. Virtud mía la del
nómada. El mío es ligero y casi inexistente.
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Regresamos en tren a casa. Los cinco enloquecidos.
Nos tocamos como si fuésemos irreales.
Nos besamos porque nos sabemos todavía verdaderos.
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Ellos me enseñan las estaciones de paso en las
que no nos detenemos. Los largos tres quietos.
Los vagones presas del graffitti como un polvo
oscuro de la inquina. La infinita soledad del túnel.
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Hay algo de magia en nuestro abrazo. En sus alas
que señalan sus asombros y en sus ojos que miran
a los míos y se reconocen. Estamos al fin todos.
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Ahora duermen. No les he traído alimento terrestre
alguno. Nada que no sean mi cuerpo y sus cuidados.
Hoy ya no verifican las cerraduras de la vieja puerta.
Están tranquilos, como si su padre fuera un muella
donde al fin atrancan sus pesadillas. O un árbol alto
y frondoso que los protege siempre de otras aves
y del dolor de sus propias máscaras. Acaso sueñen.

Soy totalmente censura

Diario Milenio-México (21/07/08)
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Media un trecho entre promover el consumo y hacer una propuesta editorial. Los editores del Libro Amarillo, de El Palacio de Hierro, no parecen capaces de recorrerlo
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La invitación
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Hay llamadas que nunca deberían atenderse. Aquélla venía de una tal Edith Oropeza, que para mi sorpresa me pedía un artículo para el Libro Amarillo —guía de estilo (sic) de El Palacio de Hierro—, del cual se presentó como editora. Me negué de inmediato. No me veía pontificando sobre “estilo” en un catálogo de modas. Pero ella proponía algo más osado: quería que abundara en mis opiniones sobre el concepto publicitario “Soy totalmente Palacio”. Insistí: no era yo la persona indicada. “Escribe lo que quieras”, persistió, “se te va a respetar cualquier crítica, sin restricciones”.
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Al fin me convenció. Cuando, semanas más tarde, le envié el artículo de marras, intitulado Cómo perder el juicio en nombre del estilo, respondió textualmente: “ya leí tu texto... me gustó mucho y me reí otro tanto”. La semana siguiente cambió de opinión: una vez revisado el texto “en petit comité”, prefería que le escribiera otro en su lugar. “Para no herir susceptibilidades.” A lo cual le aclaré que no estaba dispuesto a cambiarle una sola coma. Días más tarde, me hizo saber que el artículo no se publicaría “pero de todos modos se te va a pagar”. Gracias pero no, gracias. Sigo creyendo que al trabajo se le respeta y se le defiende, aunque haya quien opine diferente. Lo reproduzco aquí. Totalmente.
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El texto
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—Soy virtualmente batracio —le explicó el joven príncipe, a orillas del estanque.
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—Soy tontamente fenicia —lamentó la princesa, ya de espaldas, mientras abandonaba la escena en la fiel compañía de su abogado. Esa misma semana, el dique del palacio estrenó cocodrilos.
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Para desdicha de tantos sapos sin corona y demás animales insolventes, las princesas del siglo XXI resultan sintomáticamente desafectas a las moralejas, especialmente si éstas —el colmo del mal gusto— las desfavorecen. Ahora bien, nunca los trámites fueron tan sencillos para adquirir el título antaño codiciado y hoy día poco menos que reglamentario. Según las nuevas reglas, princesa es toda aquella que sabe transformar a un hombre en sapo; y a veces, muy a veces, viceversa.
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No hay que ser exorcista para entender que la Mujer Totalmente Palacio (en adelante MTP) aspira a caminar, llena de gracia, por esa fina línea que separa a la hechicera de la bruja. Difícilmente un inquisidor habría en su momento pasado por alto la alevosía implícita en las palabras de una MTP, con las que uno se ha ido habituando a convivir en unas reincidentes nupcias cotidianas, no exentas de causales de divorcio. Imposible no oírla, o evitar que sea ella quien pronuncie la última palabra.
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Cínica, autoritaria, narcisista, metalizada, frívola, tramposa, cruel, aunque también dotada de un ingenio especial para hacerse querer a pesar de sí misma, la MTP sabe que uno no se enamora de las mujeres que le convienen, toda vez que ir detrás de la que más inconveniente le parece una gesta principesca que soporta cualquier estado de cuenta. Ya lo dice aquel personaje de Maitena, una mujer forrada de marcas y etiquetas en especial costosas, cuyo cónyuge más que un esposo, es un sponsor. Y por raro que pueda parecer, hay en los cromosomas másculinos información curiosamente favorable a la tendencia de encontrar allí alguna forma de romanticismo. Un día, de la nada, el sapo cobra la forma de héroe de folletín y se lanza a salvar a la princesa de las garras plebeyas del dragón.
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“Uno nunca conoce a una mujer”, escribe Norman Mailer, “hasta que la enfrenta en un juicio de divorcio.” Cada vez que decido ya no mirar hacia los espectaculares donde aparecen sus palabras terminantes, alguien adentro me aconseja no incomodar a los feroces abogados de una MTP, que como ya ella misma reconoce lleva en la identidad un totalitarismo que se asume magnético y punto. No discute, ni piensa demasiado las cosas. Es, de pronto, superficialmente profunda, pero lo disimula gracias a que es profundamente superficial; condición que, por cierto, comparte con los besos, y a lo mejor por eso se les parece tanto. Cada vez que se expresa, en público y a gritos pero haciendo la mueca de hablar en secreto, la MTP insinúa la rara suculencia de un besito sutilmente traidor. “Yo soy Madame Bovary, y tampoco tengo qué ponerme”, creerán acaso las generaciones futuras que dijo un día un tal Gustave Flaubert.
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Cuando un hombre se entrega a aquilatar la hermosura de una determinada mujer, suele hacerlo a pesar de sus vestimentas. Lo ideal, claro, sería poder juzgar sin estorbos. Imparcialmente. Las mujeres, en cambio, ven el conjunto entero. Ello explica que de repente encuentren guapísima justamente a la menos favorecida de las damas presentes. “Mira qué bien se viste”, dice una, observando detalles en teoría importantísimos que a la libido masculina suelen traerle sin el menor cuidado. “¡Y qué bonito cutis!”, le replica la otra, con una envidia a todas luces inexplicable. ¿Le importa a uno realmente que la mujer deseada tenga un cutis ligeramente menos rozagante que el de su tía, que cada año se gasta una fortuna en cremas y tratamientos? Ahí es donde interviene la MTP. Debe de ser una presión especial ser mujer y toparse con uno de esos anuncios espectaculares que le recuerdan cuán amenazadora es la opinión probable de las demás mujeres. La responsabilizan, a ojos de sus demonios interiores. “Allá tú si prefieres ser un esperpento”, sentencia sin palabras la MTP.
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Si lo que se desea es insultar a una mujer de la peor y más baja manera, no hay más que sugerirle que está gorda. Lo de menos es si la chica en cuestión está realmente pasada de kilos, pues hasta a la más flaca le basta con creer que hay un solo lugar donde le sobra grasa para que cargue con la cruz del miedo a que algún miserable le note lo gordita. Así, en diminutivo, que es como más le duele porque denota cierta compasión. ¿Tendría algo de raro descubrir que más de uno entre los grandes seductores acostumbra echar mano de la táctica artera de llamarlas a todas Flaquita? Nadie consigue ser totalmente flaca, ni totalmente hermosa, ni totalmente Palacio; intentarlo, o siquiera pretenderlo, es al menos ponerse un poco a salvo de lo que diga la MTP interior.
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Soy letalmente Palacio, declara la MTP en los sueños del tacaño. Soy frugalmente Palacio, le promete a su novio cuando recibe el anillo. Soy papalmente Palacio, se excusa con la vista perdida entre los cielos cuando le hablan de clases de tejido. Soy brutalmente Palacio, se reprende al final de una venta nocturna. Soy fatalmente Palacio, le explica al abogado de su futuro ex para justificar el monto de su pensión.
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Se equivoca quien piensa que a una MTP se le quiere en virtud de sus cualidades. Pues todo lo contrario, y tal como sucede en los resbalosos territorios del hechizo afectivo, no se enamora uno tanto ni tan sabroso de las virtudes —al final ordinarias: patrimonio de todos— como de los defectos —apropiables como las líneas de un poema—. El dedo chueco, la discreta bizquera, el gramaje indeseado que sin embargo tiene lo suyo. Tal vez el gran encanto de la MTP no radique en su ausencia de defectos, que por supuesto es inacreditable, como en su modo de disimularlos y hacer como si nunca hubieran existido. Pretender inclusive que no es una MTP: pasaba por allí cuando a un sapo asqueroso le dio por perseguirla. Qué horror, con esas fachas.

sábado, julio 19, 2008

Entre la imprenta y el 'zapping'

REPORTAJE: CRÓNICAS DE AMÉRICA LATINA
El País-Suplemento: Babelia,-España (19/07/08)
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El libro persiste pero la catástrofe educativa amenaza a la novela. Y al no existir los llamados dramáticos en el camino a Damasco ("Saulo, Saulo, ¿por qué no me apagas de vez en cuando?"), se difuminan las posibilidades televisivas de constituir otra vanguardia del comportamiento, afirma Carlos Monsiváis
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En la América Latina de hoy, ¿qué papel desempeñan la novela, el teatro, el ensayo, la poesía? Funciones muy diferentes a las ejercidas hace apenas una generación. Ante el Internet, el predominio de las imágenes, la proclamación (falsa) del fin de la Era de Gutenberg, y el vigor del analfabetismo funcional, el público se recompone, se amplía, se reduce. Y a los diagnósticos al respecto los acompañan el pesimismo y su complemento directo, el triunfalismo, confiados tan sólo en las fuerzas del mercado.
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Lo más señalado de este momento es la globalización de la literatura y de las artes en general, pero este proceso, iniciado en el siglo XIX, lo obstaculizan las devastaciones sucesivas de los países. Cito algunas:
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- La caída incesante de la economía en la que a las mayorías toca (un caso de "abismo revolvente").
- Las crisis políticas sobredeterminadas por el mundo financiero.
- El neoliberalismo que incorpora a las naciones a "la obsolescencia planeada".
- El imperio de los medios electrónicos.
- El fracaso reconocido en forma unánime del proceso educativo (público y privado), hecho a un lado por el culto a la tecnología y por la sobrevaloración del éxito económico, la única prueba aceptada de acceso a la educación...
- El tipo del tipo de best sellers que se definen como "los libros que le gustan a quienes no gustan de la lectura". (Por fortuna, lo light no es el único campo de los best sellers).
- La tendencia académica de las especializaciones absolutas que suele ignorar el placer de la escritura y la lectura.
- La gran importancia formativa del cine que lleva tiempo desplazando a la literatura como criterio de modernización.
- El abandono creciente de la fe en la imaginación individual, hecho a un lado por la manipulación tecnológica. ("En donde estuvo la conciencia, aparecen los efectos especiales").
- El peso de la demografía y el tamaño de las ciudades.
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En este panorama, muy poco del legado típico parece firme, la repetición de fórmulas hace las veces de ánimo crepuscular, y las demandas de la educación media representan a la tradición. Ahora, el mayor peligro para la novela no es el culto de las imágenes (que obliga en demasiados sitios a sólo considerar novela a la telenovela), ni el desdén tecnológico por la letra escrita, ni siquiera la incomunicación cultural entre los países latinoamericanos, sino la catástrofe educativa, robustecida por el desplome de las economías y el desprecio neoliberal por las humanidades. El neoliberalismo es, por definición rápido, el encumbramiento de una minoría depredadora, y por ello se privilegia a la educación privada al margen de los niveles de calidad, y allí, con énfasis, la aptitud tecnológica es la cima, lo que se traduce en el menosprecio por el humanismo, la adopción ornamental de la cultura, y la burocratización en materia educativa.
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Persiste el impulso cultural de una minoría, se vigoriza el fin de las prácticas mnemotécnicas en la educación primaria (el gusto por la poesía se inicia en su memorización), sigue el deterioro de la profesión magisterial, desaparece la mayoría de los contextos culturales, que habían sido el idioma compartido de los países de habla hispana. Ahora, quien desee la difusión masiva deberá en cada libro incluir los niveles informativos prevalecientes. Si se acude a los conocimientos culturales "de antes", deben explicarse de inmediato porque los diccionarios son sitios del destierro. Los niños y los jóvenes no incluyen por lo común la lectura entre sus aficiones básicas, sin que esto consolide en lo mínimo a las profecías desoladoras sobre el exterminio de la lectura. El libro persiste pero ha pasado de necesidad pública a demanda de sector, salvo casos excepcionales, precisamente ahora en su expansión posible.
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En la educación sentimental y sexual, sin embargo, el rock, el sonido de la modernización, el hip hop, el rap y las infinitas variantes de la tecnología aplicada jamás desplazan del todo a la cumbia, la salsa, el vallenato, el tango, el bolero, la canción ranchera. Más allá de la calidad de parte del rock y de las promociones industriales permanece el canon de modelos de vida, de mitos que ajustan las sensaciones de éxito y de fracaso, de pautas de la conducta consideradas impensables unos años o unos minutos antes.
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¿Qué reemplaza a las guías tradicionales de las metamorfosis individuales y colectivas, a la poesía, la novela, el teatro? Con lo anterior no insinúo siquiera que la poesía y la narrativa hayan perdido sus facultades liberadoras y creativas; por el contrario, de la literatura continúan desprendiéndose las grandes atmósferas formativas, lo que certifican por ejemplo la trilogía de los Anillos de Tolkien, la poesía de Sylvia Plath y Jaime Sabines, las novelas de Coetzee y García Márquez. Sin embargo, en lo que a las mayorías se refiere, el influjo mítico de los libros se ha evaporado en buena medida, concentrándose en los sectores minoritarios que no se expanden según los ritmos de la demografía, aunque sí determinan las adaptaciones de cine y televisión.
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Al irrumpir las leyes del Mercado, los géneros fílmicos y televisivos se modifican con rapidez. El cine-cómic que inicia la serie de Star Wars seduce profusamente en el mundo entero, pero ya tienen nombre los atributos de su fascinación, los efectos especiales, anuncio de la jubilación inevitable de la magia que atrapa a cada generación infantil. En la mayoría de los filmes de éxito desbordado, el hechizo radica en la alta tecnología, y la belleza o la obviedad de las imágenes son la substancia de la dependencia de la pantalla.
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En su turno, los efectos de la televisión, ante profundísimos a corto plazo y por acumulación, suelen carecer del brillo del prestigio íntimo, aunque esto ya se transforma gracias al muy buen nivel de las series sobre la vida cotidiana, abordada desde la franqueza o desde la derrota de la censura como se quiera (los primeros "clásicos": Sex and the City, The Sopranos, 24 horas, Queer as Folk, Oz, Six Feet Under). Y lleva tiempo que los productos latinoamericanos no permiten que las personas, aun las menos críticas, consideren a la televisión su cómplice ideal: "Si en el mismo espejo se contemplan todos mis vecinos y mis parientes, yo no puedo ser Narciso". Y al no existir como antídoto a la televisión los llamados dramáticos en el camino a Damasco ("Saulo, Saulo, ¿por qué no me apagas de vez en cuando?"), se difuminan las posibilidades televisivas de constituir otra vanguardia del comportamiento.
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Todavía se cumple el apotegma de Marshall McLuhan: "El medio es el mensaje", pero casi siempre el medio es también la moraleja. -
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Carlos Monsiváis (Ciudad de México, 1938) ha publicado recientemente en México El Estado laico y sus malquerientes. Debate / UNAM.

viernes, julio 18, 2008

Tú,
eres el producto de mi sana locura,

lo nuestro
es una soberana verdad

y siempre será sobre nosotros de ahora en adelante

jueves, julio 17, 2008

Ricardo "Pajarito" Moreno

Diario Milenio-Puebla (17/07/08)
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Cuando terminé de escribir mi novela Ojos de entonces había visto, en un diario, una nota pequeñita que dedicaba esas mínimas líneas a explicar que Ricardo "El Pajarito" Moreno vivía en Durango y de la caridad en unos baños públicos donde le permitían dormir sobre cajas de cartón. Años antes, supe que Ricardo Moreno quemó por imprudencia una casa del Centro Histórico de Zacatecas.
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Traté de seguir la secuencia porque precisamente era un personaje de mi novela y, aunque los capítulos estaban cerrados, me interesaba la vida de Ricardo "El Pajarito" Moreno: un boxeador que tenía fama de carnicero, según sus contrincantes.
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No poseía técnica, lo que lo hacía vulnerable, pero pegaba como patada de mula. Yo tuve la oportunidad de conocerlo en un café del centro de Zacatecas en 1987. Casi no hablaba con nadie. Entraba al café, veía un poco la televisión, comía algo y se iba. A veces me pedía un cigarro y ya. Lo recuerdo con una pelota de esponja que rebotaba contra el piso para hacer un round de sombra a petición de los meseros.
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Le perdí la pista. Luego, mucho después, supe que el excampeón nacional de peso pluma andaba por Durango.
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De su estancia en un sanatorio mental del Distrito Federal me enteré mucho después. Yo recuerdo al "Pajarito" con su caminar aprisa y a saltitos, apoyando la punta de los pies al dar el paso. Nunca perdió la agilidad de los buenos boxeadores.
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El pasado 25 de julio, el Esto publicó la noticia en primera plana de que Ricardo Moreno había muerto un día antes. Sí: la noche del 24 de julio escuché adormilado la noticia en los deportes de Televisa. Una noticia escueta: “Murió el 'Pajarito' Moreno”.
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En los años cincuenta gozó de gran fama. Era un carnicero. Hay muchas anécdotas de Ricardo Moreno: que se paseaba en un Cadillac con tapones de oro, que tenía una enorme casa en el Pedregal, que alimentaba a sus cachorros con chuletas de primera y que encendía los cigarrillos con billetes de alta denominación. No se arrepintió jamás. En una de sus últimas entrevistas lo dijo: "gocé lo que tuve".
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El "Pajarito" Moreno nació en Chalchihuites, Zacatecas, en 1937. Por eso era conocido también como "El barretero de Chalchihuites". Decía que su madre le había puesto el mote de "El Pajarito" desde chamaco. Filmó varias películas con Viruta y Capulina, Resortes, Ana Bertha Lepe y Teresa Velázquez. Y como tantos boxeadores que llegan a la cumbre, luego de sus excesos, lo perdió todo.
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Hay varias anécdotas que ilustran su carácter humanitario: se dice que fue un hombre muy generoso, bastante generoso. Es cierto que se iba de parranda en su yate particular, y que se jactaba ante la prensa de todos sus excesos.
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Pero hay muchos testimonios que lo muestran como un hombre más que generoso: se quitaba la camisa para dársela a otro. Quizá la historia de Ricardo Moreno sea la misma que la de otros muchos boxeadores que luego de la fama lo dilapidaron todo, igual que el "Toluco" López y otros más.
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El "Pajarito" Moreno terminó su carrera cuando disputó –y perdió— el título mundial pluma frente a Hogan "Kid" Basey, el nigeriano que dijo: "gracias a Dios no tiene técnica, pero nadie me había pegado así". El "Pajarito" terminó en la lona en el tercer round, en Los Angeles en 1958. Murió el "Pajarito", pero su recuerdo se mantiene en muchos aficionados al boxeo.

martes, julio 15, 2008

Lechos liminales



Diario Milenio-México (15/07/08)
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Las congregantes rulfianas no tienen empacho en admitir un conocimiento profundo de los placeres y tormentos de la carne —lecciones que han aprendido del pícaro Anacleto Morones
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La denominación transgenérica que pone en entredicho la estricta diferenciación sexual en la obra de Rulfo no se limita al personaje de Doroteo/Dorotea en la novela Pedro Páramo. En Anacleto Morones, uno de los diecisiete cuentos que componen El llano en llamas, una de las 10 mujeres que buscan a Lucas Lucatero para que dé fe de los milagros cometidos por su suegro, el ahora denominado Niño Morones, es una “a la que le dicen Melquíades”, un nombre de uso tradicionalmente masculino en México. Asimismo, Rulfo les ha otorgado a esas integrantes de la congregación del Niño Morones características más bien viriles: Francisca, por ejemplo, porta un bigote “de cuatro pelos” que, sin embargo, no impide que Lucatero la invite a “dormir con él” hacia el final de la jornada, ya cuando las otras mujeres han ido abandonado, en grupo o a solas, la casa de Lucatero. Desafiando o de plano burlándose del estereotipo de la beata, estas congregantes de inquebrantable fe religiosa son mujeres que saben distinguir bastante bien entre ser señoritas y ser solteras. Ante el asombro Lucatero, quien dice no haber estado enterado de que la hija de Anastasio tuviera marido, la misma responde: “Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es ser señorita y otra cosa es ser soltera. Tú lo sabes. Y yo no soy señorita, pero soy soltera”. Son mujeres, incluso, que han abortado: Nieves García, antigua amante de Lucatero confiesa: “Lo tuve que tirar. Y no me hagas decir eso aquí delante de la gente. Pero para que te lo sepas: lo tuve que tirar. Era una cosa así como un pedazo de cecina. ¿Y para qué lo iba a querer yo, si su padre era un vaquetón?”. Viejas y sin los encantos físicos de la femeneidad convencional, redefiniendo los estados civiles en los que viven y describiendo a la maternidad como una opción, las congregantes del Niño Morones se parecen mucho a las chicas modernas —esas figura a la vez amenazante y seductora que tanto asoló las mentes y cuerpos de los habitantes del medio siglo en México. Solteras, que no solteronas, las congregantes rulfianas no tienen tampoco empacho en admitir un conocimiento profundo de los placeres y tormentos de la carne— lecciones que han aprendido, de ahí su devoción, del evangelio del pícaro de Anacleto Morones. Tan bien lo han aprendido que, después de tener sexo con Lucatero, Francisca la de los bigotes no duda en expresar la comparación que ha hecho entre las habilidades sexuales del suegro y del yerno:
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“—Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quien sí era amoroso con una?
-¿Quién?
-El Niño Anacleto. El sí que sabía hacer el amor”.
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Rulfo tampoco denegó la sexualidad polimorfa de los niños o de los locos. En Macario, el cuento que le dedicó a Clara, su esposa, y el único que incluye, de hecho, una dedicatoria, Rulfo crea la voz de un niño o un adolescente presuntamente afectado de sus capacidades mentales que, además de padecer de un hambre constante y un claro temor al infierno, describe con detallada pericia sus encuentros íntimos con Felipa, una mujer de la que se conoce su nombre, pero de la que se desconoce su relación de parentesco. Felipa, en todo caso, no es la madrina a quien Macario teme y respeta, sobre todo porque ella “es la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera”. Felipa es, sobre todo, sus pechos, de donde mana una leche con sabor a las flores de obelisco. Felipa, además, va en las noches al cuarto de Macario y ahí se le arrima, “acostándose encima de [él] o echándose a un ladito”. La imagen es, por supuesto, maternal y erótica a la vez. Perturbadora. Oscilante.
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Atrapados en el umbral entre la vida y la muerte, entre lo posible y lo permitido, la sexualidad rulfiana se despliega en modos y prácticas variadas. Acaso por eso mismo el Adán y Eva edénicos devienen, en los terrenos de Pedro Páramo, un par de hermanos incestuosos que Juan Preciado, el hijo que busca a su padre, encuentra dentro de una casa con “el techo en el suelo” cuando, a causa de las muchas cosas que le han pasado y que no entiende, sólo alcanza a tener deseos de dormir. Los hermanos ya duermen completamente desnudos sobre sus raquíticos lechos y, por ello, lo conminan a recostarse. Así, luego de un sueño intranquilo por el cual han atravesado las voces disgustadas de los hermanos, Juan Preciado despierta:
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“-¿A dónde se fue su marido?
—No es mi marido. Es mi hermano; aunque él no quiere que se sepa.”
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Por boca de ella, uno de los poquísimos personajes sin nombre en la novela y la obra de Rulfo, el recién llegado se entera así de la relación pecaminosa que, según la mujer, le ha dejado el rostro lleno de “manchas moradas como de jiote”. Por ella también llega a sus oídos la confesión que el obispo no pudo perdonar:
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“—Yo le quise decir que la vida nos había juntado, acorralándonos y puesto uno junto al otro. Estábamos tan solos aquí, que los únicos éramos nosotros. Y de algún modo había que poblar el pueblo. Tal vez tenga ya a quien confirmar cuando regrese”.
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Con culpa pero sin arrepentimiento, la innombrable justifica así el incesto. Si la causa ha sido la soledad que acorrala, el resultado será la supervivencia de una comunidad que, de otra manera, no podrá sino ser una caja de espectros. El futuro de Comala pende así de la sexualidad no normativa y liminal que domina ya sus lechos.
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Si por queer se entiende el tipo de teoría que no sólo enfatiza la naturaleza social, y por lo tanto relacional, de las identidades de género sino que también, acaso sobre todo, explora las conductas sexuales que cuestionan tales definiciones, trastocándolas o, de plano, redefiniéndolas, el texto rulfiano es, de entrada, un texto queer. Ya en la Comala llena de espectros o ya en el llano, los personajes rulfianos responden apenas, y eso con trabajos, a los llamados de la masculinidad y la feminidad dominantes, comportándose, en cambio, con el desparpajo o la determinación de quien se sabe singular y complejo y problemático. Los momentos de intermitencia genérica que aparecen y desaparecen, sólo para volver a aparecer propician, sin duda, una lectura alternativa de los cuerpos de la modernidad mexicana desde uno de sus textos fundadores.

lunes, julio 14, 2008

Re-inventando las lecturas.

En negritas van los libros que leí desde el 1 de enero hasta el sábado 12 de julio del presente año. Esperemos que éste nuevo período me traiga más lecturas.
La meta ahora son leer 17 libros a partir del domingo 13 de julio hasta el último día del año 2008.


Libros que he leído de mi pequeña biblioteca:
Narrativa:

Vicente Riva Palacio: Los cuentos del General (Cuento).
Vicente Riva Palacio y Manuel Payno: El libro rojo (Crónicas).
Emilio Rabasa: La Bola (Novela).
José López Portillo: La Parcela (Novela).
Rafael Delgado: La Calandria (Novela).
Federico Gamboa: Santa (Novela).
Jorge Ibargüengoitia: Los relámpagos de agosto (Novela).
Mariano Azuela: Los de abajo (Novela).
B. Traven: Macario. (Novela).
Juan Rulfo: Pedro Páramo/El llano en llamas (Novela y cuento).
Sergio Pitol: La vida conyugal (Narrativa).
Sergio Pitol: El desfile del amor (Novela).
Elena Poniatowska: Querido Diego, te abraza Quiela (Narrativa).
José Emilio Pacheco: Los principios del placer (Cuento y Noveleta).
José Emilio Pacheco: Las batallas del desierto (Novela).
José Manuel Villalpando: Mi gobierno será detestado (Novela).
Guillermo Samperio: Ellas habitan un cuento (Cuento).
Daniel Sada: Luces artificiales (Novela).
Carlos Fuentes: La Región más transparente (Novela).
Carlos Fuentes: Aura. (Novela).
Héctor Aguilar Camín: La Guerra de Galio (Novela).
Pedro Ángel Palou: Pequeño Museo de la Melancolía (Relato).
Pedro Ángel Palou: Los placeres del dolor (Cuento).
Pedro Ángel Palou: Música de Adiós (Cuento).
Pedro Ángel Palou: El Último Campeonato Mundial (Novela).
Pedro Ángel Palou: Bolero (Novela).
Pedro Ángel Palou: Demasiadas vidas (Novela).
Pedro Ángel Palou: Casa de la Magnolia (Novela).
Pedro Ángel Palou: Con la Muerte en los Puños (Novela).
Pedro Ángel Palou: En la Alcoba de un Mundo, Una vida de Xavier Villaurrutia (Novela).
Pedro Ángel Palou: Memoria de los Días. (Novela).
Pedro Ángel Palou: Qliphoth (Novela).
Pedro Ángel Palou: Quien dice sombra (Novela).
Pedro Ángel Palou: El diván del diablo (Novela).
Pedro Ángel Palou: Zapata (Novela).
Pedro Ángel Palou: Morelos, morir es nada (Novela).
Ignacio Padilla: Si volviesen sus majestades (Novela).
Ignacio Padilla: Amphitryon (Novela).
Ignacio Padilla: Espiral de artillería (Novela).
Ignacio Padilla: Una forma falsa de verdad (Selección de textos).
Ignacio Padilla: Las Antípodas y el Siglo (Cuento).
Ignacio Padilla: La Gruta del Toscano (Novela).
Jorge Volpi: A pesar del oscuro silencio (Novela).
Jorge Volpi: La paz de los sepulcros (Novela).
Jorge Volpi: El juego del Apocalipsis (Novela).
Jorge Volpi: Sangrar tu piel amarga (Novela).
Jorge Volpi: El temperamento melancólico (Novela).
Jorge Volpi: En busca de Klingsor (Novela).
Jorge Volpi: El fin de la locura (Novela).
Jorge Volpi: No será la tierra (Novela).

Eloy Urroz, Ignacio Padilla y Jorge Volpi: Tres bosquejos del mal (Cuento).
Cristina Rivera Garza: Nadie me verá llorar (Novela).
Cristina Rivera Garza: La muerte me da (Novela).
Mario Bellatin: Flores (Novela).
Mario Bellatin: La jornada de la mona y el paciente (Novela-Diario).
David Toscana: Lontananza (Relato).
David Toscana: Duelo por Miguel Pruneda (Novela).
Gerardo Kleinburg: No honrarás a tu padre (Novela).
Luis Humberto Crosthwaite: Instrucciones para cruzar la frontera (Relatos).
Xavier Velasco: Luna llena en las rocas (Crónicas).
Xavier Velasco: Diablo Guardián (Novela).
Xavier Velasco: Materialismo Histérico (Cuento).
Xavier Velasco: Éste que ves (Novela).
Mónica Lavín: Cambio de vías (Novela).
Beatriz Rivas: La hora sin diosas (Novela).
Sandra Becerril: La calle de las brujas (Novela).
Victoria García: Historias de otros (Novela).
Juan Gerardo Sampedro: Ojos de Entonces (Novela).
Juan Gerardo Sampedro: Nudos (Cuento).
Gabriel Wolfson: Caja (Cuento).
Mario Calderón: Destino y otras ficciones (Cuento).
Mario Calderón: Donde el Águila paró (Cuento).
Ricardo Cartas Figueroa: La Noche de Karmatrón (Cuento).
Felipe Galván: Autor anónimo (Novela).
Antología de narradores en Puebla: Varios. (Narración).
Insólitos y ufanos, antología de cuento poblano: Varios (Cuento).
Fronteras del deseo: Varios (Cuento).
El eco hecho carne: Varios (Cuento y poesía).
Augusto Monterroso: Movimiento perpetuo.
Pedro Antonio de Alarcón: El sombrero de tres picos (Novela).
Gabriel García Márquez: Cien años de soledad (Novela).
Gabriel García Márquez: Extraños doce cuentos peregrinos (Cuento).
Roberto Bolaño: Los detectives salvajes (Novela).
José Saramago: El evangelio según Jesucristo (Novela).
Vila-Matas: Bartleby y compañía (Novela).
J. M. Coetzee: Desgracia (Novela).
Antonio Tabucchi: La Cabeza Perdida de Damasceno Monteiro (Novela).
Albert Camus: El Extranjero (Novela).
Milan Kundera: La Insoportable Levedad del Ser (Novela).
Truman Capote: A sangre fría (Novela).
Truman Capote: Música para Camaleones (Cuento).
Michael Ende: Momo (Novela).
Franz Kafka: El Proceso (Novela).
Franz Kafka: La Metamorfosis (Cuento o novela).
Lewis Carroll: Alicia en el País de las Maravillas/A Través del Espejo (Cuento o novela).
V. Nabokov: Lolita (Novela).
V. Nabokov: Desesperación (Novela).
W. Faulkner: ¡Absalón! ¡Absalón! (Novela).
Heinrich Böll: El honor perdido de Katharina Blum (Novela).
Hesse: Demian (Novela).
Hesse: Lobo estepario (Novela).
Hesse: Bajo las ruedas (Novela).
Hesse: El último verano de Klingsor (Novela).
H. Melville: Bartebly, el escribiente y otros cuentos (Cuento).
Conrad: El corazón de las tinieblas (Novela).
Robert L. Stevenson: Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Novela).
Gustave Flaubert: Madame Bovary (Novela).
Fedor Dostoievsky: Crimen y Castigo (Novela)
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Poesía:
Dante Alighieri: La divina comedia (Poesía).
Charles Bukowsky: Poemas de viejo indecente (Poesía).
Rafael Argullol: Duelo en el Valle de la Muerte (Poesía).
Eduardo Casar: Mar privado (Poesía).
Luigi Amara: Envés (Poesía).
Alí Calderón: Imago Prima (Poesía).
Mijaíl Lamas: Cuaderno de Tyler Durden seguido de Fundación de la casa (Poesía).
Alejandra Peart: En estas horas (Poesía).
Roberto Martínez Garcilazo: Responso ante la Ceniza (Poesía).
Roberto Martínez Garcilazo: Lumbre oscura (Poesía).
Juan Carlos Canales: Teoría (Poesía).
Juan Carlos Canales: Antología (In) necesaria (Poesía).E
nrique de Jesús Pimentel: Criatura Tú (Poesía).
Enrique de Jesús Pimentel: Catacumbas (Poesía).
Mario Calderón: Vibraciones de la Creación (Poesía).
Ignacio Sánchez Prado: Poesía para nada (Poesía).
Miguel A. Maldonado: Magia corriente (Poesía).
Miguel A. Maldonado: La Carne Propia (Poesía).
Julio Eutiquio Sarabia: Mudar de vida (Poesía).
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Ensayo, Conferencias, Memorias, Diarios y Teorías:
Faulkner, Hemingway, Capote, etc...: El Oficio del Escritor (Entrevistas).
Italo Calvino: Seis propuestas para el próximo milenio (Cátedra).
V. S. Naipaul: Leer y escribir (Memorias).
Mempo Giardinelli: Final de novela en Patagonia (Diario).
Gabriel Zaid: Los demasiados libros (Ensayo).
Sergio Pitol: Pasión por la trama (Memorias-Ensayo).
Sergio Pitol: El arte de la fuga (Narrativa).
Carlos Monsiváis: Las Herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo XIX (Ensayo).
Pedro Ángel Palou: Resistencia de Materiales (Ensayo).
Ignacio Padilla: El Peso de las Cosas (Ensayo).
Chávez Castañeda, Estivill, Herrasti, Padilla, Palou, Urroz y Volpi (y Tomás Regalado que no es del Crack): Crack. Instrucciones de Uso (Variado).
Guillermo Cabrera Infante, Roberto Bolaño, Jorge Franco, Rodrigo Fresán, Santiago Gamboa, Gonzalo Garcés, Fernando Iwasaki, Mario Mendoza, Ignacio Padilla, Edmundo Paz Soldán, Cristina Rivera Garza, Iván Thays y Jorge Volpi: Palabra de América (Ensayo).
Ignacio Padilla y Rubén Gallo: Heterodoxos mexicanos (Antología de narrativa mexicana a modo de ensayo-conversación).
Fritz Glockner: Memoria Roja (Ensayo).
José Luis Trueba Lara: Masones en México (Ensayo).

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Otras disciplinas:
F. Nietzsche: Así habló Zaratustra (Filosofía).
F. Nietzsche: El Anticristo (Filosofía).
F. Nietzsche: Más allá del bien y del mal (Filosofía).
Cioran: Adiós a la filosofía y otros textos (Ensayo-aforismos).
Erich Fromm: El arte de amar (Filosofía).
Michel Maffesoli: El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos (Sociología).
Michel Maffesoli: Posmodernidad (Sociología-Cátedra).
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En proceso:
Mario Bellatin: Obras completas (Novela).
Eugenio Aguirre: Victoria (Novela).
Sergio Pitol: De realidad a la literatura (Cátedra).
Julio Cortázar: Rayuela (Novela).
Roberto Bolaño: 2666 (Novela).
Santiago Gamboa: El síndrome de Ulises (Novela).
Josué Barrera: Conducta Amorosa (Cuento).
Homero: La Ilíada.
Cirlot: Bronwyn (Poesía).
Nabokov: Curso de Literatura Europea (Memorias).
Lev Tolstói: Anna Karénina (Novela).
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Me faltan:
Fedor Dostoievsky: EL jugador (Novela).
Fedor Dostoievsky: Los Hermanos Karamazov (Novela).
Heinrich Böll: Opiniones de un payaso (Novela).
Benito Pérez Galdós: El Gran Oriente (Novela).
Julio Cortázar: El perseguidor y otros relatos (Cuento).
Jorge Luis Borges: El libro de los Seres Imaginarios.
Sergio Pitol: Adicción a los ingleses (Ensayo).
Ignacio Trejo Fuentes: El vaquero más auténtico que existió (Novela).
Carlos Montemayor: Minas del retorno (Novela).
James Joyce: Ulises (Novela).
F. Nietzsche: Consideraciones Intempestivas (Filosofía).
F. Nietzsche: Sobre el porvenir de nuestras escuelas (Filosofía).
F. Nietzsche: Ecce homo (Filosofía).
Cervantes: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha I y II.
Homero: La Odisea
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Estoy atrapado en Fahrenheit 451, ¿qué libro me gustaría llevar?:
Diablo Guardián de Xavier Velasco, Quien dice sombra de Palou García, El arte de la Fuga de Pitol y La Gruta del Toscano de Padilla.
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¿Alguna vez me enamore de algún personaje de ficción?:
Pig y Violetta, Diablo Guardián de Xavier Velasco; Andrés, Qliphoth de Pedro A. Palou García y Ortega, Quien dice sombra también de Palou.
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¿El último libro que compraste fue...?:
Si Volviesen sus majestades de Ignacio Padilla
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¿El último libro que leíste fue...?:
Mi gobierno será detestado de José Manuel Villalpando
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¿Qué libros estás leyendo? :
Victoria de Eugenio Aguirre
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Cinco libros especiales para ti:
Diablo Guardián – Xavier Velasco
Qliphoth – Pedro A. Palou García
La Insoportable Levedad del Ser – Milan Kundera
Quien dice sombra – Pedro A. Palou García.
Alicia en el País de las Maravillas/ A través del Espejo – Lewis Carroll.
y de pilón: Bronwyn de Cirlot, La Gruta del Toscano de Padilla y Poesía para nada de Sánchez Prado
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¿Qué libro esperas con ansias?:
El que pienso escribir.
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¿Qué libro regalarías?:
Cualquiera de Kundera, de Xavier Velasco, de los de los del Crack y de Pitol.

El juego más jugado



Diario Milenio-México (14/07/08)
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1 Los años ñoños
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Todos alguna vez quisimos escribir un diario. Lo intenté cuando niño, un par de veces, pero había una rara cosquilla subrepticia que no me permitía ni siquiera empezar a explayarme. Por una parte estaba el miedo a ser descubierto, que esas palabras íntimas cayeran en las garras de cualquiera y en adelante todo fuera vergüenza, incluso si las breves confidencias no entraban en detalles bochornosos, ya que por la otra parte se decía que nada más las niñas llevaban un diario. Vamos, la mera idea de empezar escribiendo las palabras “Querido Diario” (con mayúscula, claro, pues el tal diario sólo podía ser una persona) me erizaba los pelos de la nuca y por supuesto me invitaba a cancelar el proyecto y tratar de olvidar que se me había ocurrido. Un tercer elemento disuasivo era el paso del tiempo. A cualquier niño que alcanza los diez años le avergüenza leer lo que escribió a los nueve, y sucesivamente así, hasta alcanzar los trece o los catorce, cuando a uno se le ocurre pergeñar poemas o canciones de amor que en cuestión de unas horas —días, a más tardar— querrá quemar hasta el último trozo, antes de ser quemado por la evidencia.
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“¿Tú escribiste esto?”, preguntaba el maestro, y uno lo negaba con vehemencia de víctima de la Inquisición. Ya bastante difícil y comprometido era tener que vivir inventando escondites para esos invaluables pornocromos, arrancados de las pocas revistas que con muchos trabajos llegaban a mis manos, para encima arriesgarme al compromiso de un día verme obligado a responder por aquellos renglones que me habrían hundido social, escolar y familiarmente. Al final, si el maestro o los padres le encontraban a uno el cartel a triple plana de la Pet of the Month, quedaba todavía la opción de alegar inocencia, arguyendo que las fotografías pertenecían a otro, pero un elemental principio de camaradería me impedía siquiera pensar en delatarlo (de modo que en lugar de pervertido pudiera uno ser tildado de leal, honesto, íntegro). Nada de lo cual habría sido posible si el hallazgo de marras contenía una historia personal —sueños de amor o delirios de alcoba— escrita, como se decía, con mi puño y letra. Si algo se aprende a fondo en años escolares es justamente que escribir compromete.
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2 El arte del balcón
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Hoy día, medio mundo quiere tener su blog. Gracias a ello, nadie parece intimidarse demasiado para escribir todo cuanto le da la gana sobre su persona o las demás, pues queda encima la posibilidad de hacerlo en absoluto anonimato. Dudo que alguna vez se haya escrito tanto, con tamaño entusiasmo, en todas partes. Algunos, sabrá el diablo cuántos, lo hacen ventilando varias de sus más hondas intimidades, mientras otros intentan encubrirlas bajo recursos como la ficción, el humor o la abierta ñoñería, que en los blogs suele ser bienvenida y celebrada por la cibertribu afecta al autor: cada uno palero seguro que a su vez anda en busca de sus propios paleros. Puede uno pasarse el día o la vida enteros ahí, al extremo de que es perfectamente sospechable que aquella timidez primigenia —la que no nos dejaba escribir un diario— está hoy agazapada tras la escritura diaria del blog. Me pregunto de pronto si debería seguir usando las itálicas para escribir una de las palabras más usadas del mundo, asimilada ya por todos los idiomas corrientes.
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¿Cómo se escribe un blog? Es posible que su más grande virtud estribe en que no hay nada claro al respecto. Arranca uno con el quehacer sin la mínima idea de lo que tal espacio contendrá, pero ya figurándose que no será como ningún otro, pues aun los que más se asemejan resultan diferentes. Después, conforme pasan las semanas y el mamotreto va tomando forma, adquiere uno sin darse cuenta el prurito de alimentarlo, hasta que cualquier día se descubre viviendo para él. Nada muy diferente al vicio mismo de la narración, cuya manía consiste en andar por la vida cazando las historias y persiguiendo cada uno de los detalles que las harán probables y legítimas.
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3 Degenerando el género
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Hace ya un año que escribo un blog y todavía no sé de qué trata, pero sospecho que se parece demasiado a aquel viejo concepto del “Querido Diario”, aun si me resisto día con día a pergeñar allí algo semejante. Me da grima la idea de contar qué hago, dónde estoy o qué desayuné hoy en la mañana, pero si voy atrás y reviso los diferentes textos —posts, debería decir— encuentro que he contado más de lo que tendría que contar, especialmente si escribí ficción. Pues no puede uno nada más escaparse de sí y convertirse en otro para entrar en el blog. Ahora mismo no alcanzo a distinguir si estas palabras deberían estar allí, antes que entre las páginas de Milenio, pues ya noto que abuso de la primera persona y ese recurso no es siempre simpático. Claro que a veces uno también disfruta cuando logra escribir antipáticamente, tal vez porque supone que al fin logra salirse de sí mismo y convertirse en otro, con suerte algún villano sin historia.
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“No escribas textos largos, que sea una pantalla cada día”, sugieren los que saben, pero no lo consigo. Ni lo intento siquiera. He llegado a creer que el tal blog tiene voluntad propia, y desde ya me niego a incluir en él textos ajenos a su flujo particular, cual si esas parrafadas compulsivas hubieran de enmarcarse en un género específico. Rígido, incluso. Pues al fin lo que busca quien escribe no es el espacio oceánico que todo lo admite, como el camino poco a poco definido que se inventa sus reglas y sus límites, como es el caso de todos los juegos. Más todavía si el juego, escritura al fin, ha sido diseñado para comprometer a quien lo practica. Tarde comprende uno, y en ello se complace, que con algunos juegos no se juega.