martes, abril 03, 2012

La cachucha galante (Diario Milenio/Opinión 02/04/12)

“Sexagenario es ser ajeno al sexo”, reza el poema de Salvador Novo. Dominique Strauss-Kahn no está de acuerdo.

Se cuenta que una vez, durante una visita rauda a México, Mick Jagger fue invitado a un encuentro con socialités, del que salió escoltado por sendas ninfas multifuncionales, listas para rodar infierno abajo por darle satisfaction al trompudo emblemático. Y así fue, tal parece, puesto que entre los dichos y los hechos no mediaba sino la aquiescencia del ídolo, que en estos menesteres dista de distinguirse por rejego. O así al menos quiere uno creer que fue, toda vez que su imagen de la Piedra Cantante tiene que ver con ese estilo de vida donde el libertinaje cae del cielo. ¿O es que alguien se imagina a uno como Mick Jagger preguntando cuánto quedó a deber por la última sesión de prestaciones?

Para julio de este año, Jagger apagará nada menos que 69 velitas: una edad muy probablemente incompatible con la fama volcánica de sus apetitos, pero aún así se cuentan por millones las ninfas que llegada la hora cuchi-cuchi se dejarían querer por el jetudo legendario, sin exigir a cambio más de lo recibido en el contubernio, amén del privilegio literario de contar el desliz a sus allegados. Visto desde los casi 70 años de la Piedra Mayor, Dominique Strauss-Kahn debe de parecer un vigoroso chico de 63. Y así es como debe de asumirse, o al menos se pensaba hace un par de años, cuando no tenía más que 61, era una luminaria internacional y su agenda de viaje estaba bien provista de orgías relajantes donde, como a Mick Jagger, un piquete de jovencitas voluptuosas disputábanse el turno de cabalgarlo...

A ver. Algo no encaja. ¿Desde cuándo se sabe que los banqueros tengan fans y groupies? ¿Cuánta gimnasia tiene que hacer el coco para pintarse al director del FMI huyendo de una horda de morritas gritonas en trance hormonal? “Ahora que lo pienso, creo que fui un ingenuo”, se ha defendido Strauss-Kahn delante de sus interrogadores, que por lo visto se hallan resueltos a colgarle el sambenito equívoco de proxeneta. “Sexo violento”, acusan las proveedoras, y una vez más los sesos se dejan exprimir para intentar creer en las palabras del banquero cogelón. ¿Creía el hombre que aquellas valquirias complacientes lo hacían todo a partir de su admiración? ¿Había en el mundo entero legiones de fanáticas promiscuas esperando a que el hombre fuerte del FMI metiera mano larga entre sus fondos?

Según las sexosiervas que hoy parecen pelearse por reconocerlo, el priapismo rampante de DSK se sostiene con bombardeos de Viagra. Que a todo esto es lo menos que el socialista francés podía hacer por sus anfitriones, si como han señalado sus conyacientes todo se organizaba en su augusto honor. Nomás faltaba que les quedara mal. Sin aspirar a experto en proxenetismo, puede uno calcular que un festín de estas características no se arma con cien euros, y es probable que alcance proporciones de cachetada a la pobreza. ¿Quién, que sea anfitrión, sponsor y alcahuete del director del FMI, va a llevarlo a una orgía de tres estrellas?

Sintomáticamente, muy pocos se desvelan por las cuentas calientes de DSK. Les parece indignante y escandaloso que el pitoloco llamara “material” a sus proveedoras y demandara de ellas cuidados especiales para las expresiones más primitivas de su furor prostático, pero apenas se ha puesto el reflector sobre su condición de gorrón impertérrito. DSK no es Mick Jagger, ni con veinte años menos lo sería. Si se confiesa ingenuo y jura que jamás se imaginó que esas chicas tan dúctiles pudieran dedicarse a la prostitución, es porque no le queda otra salida. “Cachuchero tal vez”, reza el mensaje, “pero corrupto nunca”.

La pregunta que importa no es, pues, qué llevó a DSK a inclinarse por tan osadas cochinadas, sino quién las pagaba y a cambio de qué. Pues aún en el supuesto, probable a todas luces, de que el señor se sienta un tipo guapo, tendría que ser un perfecto cretino para creer que todas esas cachuchas ocurrieron en nombre de su apostura. “¿Gusta usted un palito, señor director?”, lo invitarían una detrás de la otra. Y el hombre, consecuente y angélico, se dejaría querer con el ánimo prístino de un swinger impoluto, sin pensar un instante que quizás en todo ello tuviese algo que ver con ese cargo guapo que reluce en los cinco continentes.

¿Alguien, por cierto, ha visto la falsa ingenuidad de los gorrones cuando llega la hora de pagar la cuenta y se paran a lavarse las manos? Curiosamente, nunca les quedan limpias. Si no, que le pregunten a DSK.