miércoles, junio 12, 2013

Las sirenas disecadas (Diario Milenio/Opinión 11/06/13)

La presencia constante de sirenas en la iconografía popular y muchas de las leyendas que recorren las tierras altas de la zona central de México puede causar sorpresa, cuando no franco estupor. No es del todo fácil o lógico, después de todo, imaginar a estos seres prodigiosos lejos del mar, en un paisaje dominado por montañas y bosques, arados y surcos. Pero aún así, en efecto, hay sirenas y sirenos por todos lados. ¿Qué hace, por ejemplo, una pareja de ellos viviendo en aparente armonía en las gélidas aguas de las lagunas del Sol y de la Luna en el cráter de un volcán? ¿Por qué continúa apareciendo tras la neblina esa temible Tlanchana, mitad mujer y mitad serpiente oscura, si sólo se lleva a hombres jóvenes a su abismo de agua? ¿Cómo es que, habiendo matado a un sireno de manera despiadada, éste amenaza con regresar una y otra vez y otra más?
El pasado lacustre de la región, siendo inmemorial, parece perdido ya para siempre. En efecto, el Nevado de Toluca ha sido un espacio ritual y sagrado desde, al menos, el siglo XV y XVI. Hasta su cima, dominada por dos lagunas que los lugareños no dudan en describir como “dos ojos del mar”, han llegado sacerdotes y visionarios, peregrinaciones y creyentes por igual. Cada uno de ellos ha dejado su huella: las enormes ofrendas de copal o los picos de maguey que, poco a poco, han sido descubiertas e investigadas por equipos de arqueología subacuática de la UNAM. Los bastones de mando, muchos con formas que asemejan el rayo o el relámpago, también abundan en el lugar. Para los antiguos y actuales habitantes de estas regiones, las montañas siguen siendo enormes “vasos de agua” que, gracias al poder del rayo, y socorridos a menudo por la intercesión de graniceros, vierten su líquido preciado sobre los campos de cultivo y las comarcas aledañas. En sociedades rurales, cuya sobrevivencia física y espiritual depende sobre todo de la cosecha de maíz, esta no ha sido ni es una cuestión menor.
Para muchos habitantes de las tierras altas no es difícil pensar que existió y existe, en efecto, una red de arroyos y ríos subterráneos que, partiendo de las cimas del volcán, se conectan con, y eventualmente desembocan en, mares y océanos distantes. El pasado lacustre del valle, sin embargo, es algo más que un producto de la imaginación. A lo largo del siglo XX, y hasta la fatídica fecha del 23 de junio de 1950, la vida cotidiana y laboral del valle estuvo dominado por tres grandes lagunas, la de Chignahuapan, la de Chimaliapan, y la de Chiconahuapan. Los residentes de los pueblos ribereños en los municipios de Ocoyoacac y Tultepec hasta Almoloya, Atizapán, Texcalyacac eran, sobre todo, pescadores o tuleros que se alimentaban de truchas, ranas, acociles. Todo eso desapareció, y no en un pasado remoto o en un fecha anónima. Todo eso desapareció el mismo día que se echaron a andar las obras hidráulicas que entubaron las aguas del río Lerma para satisfacer las necesidades de los habitantes de la Ciudad de México. Una noche de tormenta, gracias a las actividades de unos ingenieros que dinamitaron la laguna, “se perdió el río para siempre”. Eso se recuerda. Cuando se disecó la laguna, cuando la ciénega se convirtió en pantano, entonces las leyendas de las sirenas vengativas y amenazantes sirenos retomaron mayor fuerza en la región.
A inicios del XXI, los investigadores José Antonio Trejo Sánchez y Gerardo Arriaga llevaron a cabo una serie de entrevistas entre los ex-ribereños del valle de Toluca. En “Memoria colectiva: vida lacustre y reserva simbólica en el valle de Toluca, Estado de México”, incluyen las palabras de Atanasio Serrano: “En el año de mil novecientos cincuenta, por el mes de junio, un jueves de Corpus, el río se perdió para siempre. Decían las gentes que vivían cerca de la orilla de la laguna que una noche después de un aguacero con muchos rayos escucharon un ruido, como si la tierra chupara algo, y aseguraron que en ese momento los ingenieros probaban la capacidad de las bombas, instaladas en “El Cero”. Al día siguiente puro lodo se veía en el lecho del lago, tiempo después, los lirios y tulares, se fueron marchitando, y miles de especies acuáticas quedaron sepultadas en el fango del pantano. Nada quedaba de las aguas que daban vida al famoso río Lerma”.
De entre los relatos, destaca el de la Atl-Anchane o “Sirena de la laguna” en palabras de Cerón Hernández: “Fue ese tío, un señor ya grande, como de ochenta años, quien me lo platicó todo./ ¿Oiga, tío y qué llora alguien en Agua blanca?/
Sí hijo, sí llora. ¿Sabes por qué? Porque mataron al sireno, al marido de la sirena./ ¿Cómo lo mataron?/ Sí, mira había mucha sangre, como de dos metros de radio en el agua./ ¡Ay, tío!/ Y no lo encontramos./ Y bueno, ¿qué le pasó?/ Pues esa señorita se lo llevó abajo, porque allí estaba un ojo de agua bien hondo, yo creo que como de aquí de esta esquina hasta San Sebastián; así de hondo para abajo./ Pues de noche y a la mañana siguiente, ya no hubo pescado señor. Había pero muy poquito, ya ni sirenas ni nada. Se acabó. ¿Qué le pasó? Solo Dios sabe./ Ya después vinieron las obras del agua [...]”.

Fey: entre la alegría y el recuerdo-(Sexenio-Puebla 03/06/13)


I
Corría el año de 1997 y cursaba el sexto de primaria. La Feria de Puebla anunciaba la presencia de Fey en Puebla.
Moría por ir y acabé llevando a mi primo Manolo Bonilla (tenía 8 años, en ese entonces). Un teatro al aire libre, ubicado en el parque Rafaela Padilla, funcionaba como el Teatro del Pueblo; en una de las entradas nos encontraríamos con otros primos míos. Nunca dimos con ellos. Así que mi primo y yo nos formamos para lograr entrar. Con ayuda de otras personas y un poco de astucia, logramos ingresar al foro sin pena y con mucha gloria. El concierto que daría Fey era parte del tour Tierna la noche. Fue grandioso, lo disfrutamos. Al salir, nos encontramos a nuestros respectivos padres con cara de espantados, habían escuchado en la radio que la entrada al concierto estuvo llena de accidentados y como buenos padres pensaron lo peor. Para su tranquilidad estábamos intactos y felices.
Fue un concierto que marcó mi vida.
Fey fue mi primera novia “platónica”, compré todas las revistas en las que llegó a salir como portada, incluso el champú que sacó a la venta. Objetos que aún guardo con mucho cariño. Recuerdo como me daba envidia el niño que salía con ella en el video de Gatos en el balcón.
Fey también fue un buen pretexto para cimentar mi amistad con Ingo Escutia Kobe, un amigo de esos que dan color y sentido a la vida.
Fey llegó para quedarse en mi vida.

II
Han transcurrido dieciséis años de aquél concierto y Fey –después de haber experimentado con la electrónica- regresa a sus raíces poperas y con la gira Todo lo que soy anda promoviendo su más reciente producción: Primera fila, que es una reinterpretación de aquellas canciones que marcaron a una generación entera.
Desde que me enteré que venía a Puebla, busqué contactar a su manager para lograr entrevistar a Fey. Obtuve sus datos, escribí por lo menos 3 correos, 15 tuits y sigo esperando una respuesta. Me desanimé. De una u otra forma, las ganas de ir a verla se extinguían. Me sentí rechazado, ja.
Ingo Escutia Kobe subía a sus redes sociales que iría al concierto, presumía los boletos. Desilusionado, le dije que no iría. Su asombro ante mi ausencia a tal concierto fue el incentivo que necesitaba para animarme a ir.
Una amiga: Montse Báez, sería la compañía. Le gustaba Fey y sus días no han sido lo mejor. Quería darle un motivo para volver a sonreír, aunque fuese un poco sencillo.
El auditorio del Complejo Universitario-BUAP era el lugar. El público asistente que podía verse oscilaba entre los 40 y 25 años de edad. Todos íbamos a recordar viejos tiempos. Un aire de nostalgia se respiraba en los pasillos. Ahí me encontré a la amiga y maestra: la Dr. Alicia Ramírez, a Zeus Munive y Arturo Rueda. Previamente me había quedado de ver con Ingo en el bar del auditorio, sin embargo la lluvia impidió que llegáramos a tiempo. Nos encontraríamos al final. Empero, un reencuentro no tiene sabor si no está lleno de coincidencias. Minutos antes de que Fey saliera al escenario, una mano toca mi hombro y al voltear me percato que Ingo estaba sentado en la fila de atrás, nos separaban tan sólo los asientos. Grata sorpresa.
Fey cantó por hora y media. Media Naranja, Gatos en el balcón, Subidón, Me enamoro de ti, Azúcar amargo, Díselo con flores, Ni tu ni nadie, Te pertenezco, Canela, Tierna la noche, Cielo líquido, La noche se mueve, Muévelo, Desmargaritando el corazón y otras más fueron coreadas por todos los que asistimos. Fey fue toda entrega y nosotros como fans lo agradecimos. Muchos salimos maravillados con la calidad de escenario y de banda que Fey presentó, sin olvidar su voz. A Fey los años le han otorgado mayor calidad, como los vinos.
El retorno de Fey a Puebla será otro gran recuerdo que estoy seguro conservaré en mi memoria, tal y como recuerdo el acontecido hace 16 años.

Y sí, escribo esto con la esperanza de que Fey lo lea y venga a resarcir mi desilusión rota.

¿'Aló', maldito seas? (Diario Milenio/Opinión 10/06/13)

Está uno en su casa, no faltaba más. Y de que es un abuso, lo es. Además, no son horas de llamar; menos aún si se trata de un extraño. ¿Quién les dio el número, a ver? ¿Con qué derecho? Podría uno escribir un tratado al respecto, si ya ha dado sermones en todos los tonos, pero en el fondo sabe que esta guerra no va a poder ganarla. ¿Qué mejor prueba de ello que la impotencia cruda de quien explica, exige, implora, replica y termina insultando a las voces sin rostro que cobran un salario por importunarle?
No envidio su trabajo, y al contrario. Da grima imaginar los reclamos, desaires, injurias y blasfemias que con seguridad escuchan a toda hora los empleados de telemarketing. A saber si no sea por ese mismo hartazgo conformista y recóndito que sus voces tienden al sonsonete hueco y maquinal, cuando no a los chillidos del merolico. ¿Y no será también por causa del rechazo tan frecuente que hablan mal y deprisa, como si empaquetando más palabras en los pocos instantes disponibles pudieran evitar el colgón imperioso? ¿Cuánto pueden ganar, a juzgar por su poca elocuencia? Aunque tal vez “ganar” sea mucho decir. Hay quienes acostumbran cobrar en efectivo menos de lo que gastan en autoestima. Son algo así como héroes cotidianos, en tal medida anónimos que se les llama carne de cañón.
Sabemos que se trata de uno de ellos cuando menciona nuestro nombre completo, tras lo cual se presenta con una fórmula rauda y chocante que en vez de derretir un poco el hielo subraya su rampante impertinencia. Es decir, la de aquel abusivo irresponsable que le paga seguramente una miseria por acosar a tantos miles de prospectos que inclusive una mínima respuesta positiva resulta buen negocio. Quiere uno interrumpir el retintín mecánico del charlatán y es como detener una locomotora. Necesita seguir, desenrollar entero el mensaje de venta sin que le encuentren el botón de pausa. No es por cierto el autómata que imaginamos, si basta con sacarle de sus casillas para atisbar sus náuseas escondidas. Hay algunos sedientos de revancha que luego llaman tres y cuatro veces, sólo por demostrar el poder irritante de una línea imposible de rastrear.
Ignoro si les pagan según llamada o venta, pero es claro que cobran por dar la cara que otros ocultan. Son los esbirros pobres de un patrón abusivo que cada día los manda a recibir desdenes, repudios y vilipendios con la resignación de los condenados y la cachaza de los vagabundos. A juzgar por su escaso conocimiento de todo aquello ajeno al preciso mensaje del que son portadores, de poco o nada sirve intentar algo así como una explicación, y menos todavía una negociación. Si queremos salir de su base de datos y tenemos la suerte de que quieran tocar el espinoso tema, nos harán el favor de darnos algún número telefónico donde habrá quien dé curso a nuestra queja...
Especialmente ruin es el acoso de la compañía cuyos servicios uno ha contratado. Es decir que uno paga la renta del teléfono y ellos lo usan para hacer promoción, sin preguntar la opinión del usuario, o al menos darle opción de suscribirse o no a esos servicios nunca solicitados ni quizás bienvenidos. ¿Y uno con quien se queja? Con la pobre infeliz que le ha hecho responder a la llamada con la esperanza viva de escuchar una voz entrañable, y ahora debe aguantar la frustración de quien se cobra en ella la afrenta del sistema que la emplea como a un engrane más. ¿O es que ese plato de ajos y cebollas va a quitarle al sistema el apetito?
Cierto es que los neuróticos reciben un servicio excepcional. Sin más costo que el propio del berrinche, pueden hacer papilla a los telefonistas y derramar en ellos cuanto rencor, complejo, fracaso o desengaño los aqueje al momento de ser importunados. Y si pasa que aquella compañía a la que el que ha llamado representa se ha hecho de mala fama ante el usuario, ello será bastante para que el desahogo incluya retahílas de prédicas condenatorias ya no sólo a la misma compañía, sino al estado general de las cosas. Todo sin duda culpa del telefonista.
Es probable que parezcan más torpes de lo que son. La mula no era arisca, dicen. Tras no sé cuantas horas de cagotizas, tiende uno a contraerse y anquilosarse. Repetir cientos, miles y decenas de miles de veces la misma perorata, sin asomo del mínimo entusiasmo, tiene que ser al menos igual de enajenante. Esas cosas se notan, y se pegan. Por eso digo que detesto sus llamadas, aunque tal vez no menos de lo que ellos detestan su trabajo. Quién me dice que no detrás del sonsonete del robot se esconde el alarido de un alma en pena.