sábado, mayo 29, 2010

Charly García-Puebla FIP 28 de mayo 2010 (también fui con mi Kurá 4)

Charly García-Puebla FIP 28 de mayo 2010 (también fui con mi Kurá 3)

Charly García-Puebla FIP 28 de mayo 2010 (también fui con mi Kurá 2)

Charly García-Puebla FIP 28 de mayo 2010 (también fui con mi Kurá)

Joaquín Sabina- "Vinagre y rosas" tour 2010-Puebla 7 de mayo de 2010. (Fui con mi Kurá 2)

Joaquín Sabina- "Vinagre y rosas" tour 2010-Puebla 7 de mayo de 2010. (Fui con mi Kurá)

Unidos por la Historia - Episodio 10 "Hacia el Futuro" (5/5)

Unidos por la Historia - Episodio 10 "Hacia el Futuro" (4/5)

Unidos por la Historia - Episodio 10 "Hacia el Futuro" (3/5)

Unidos por la Historia - Episodio 10 "Hacia el Futuro" (2/5)

Unidos por la Historia - Episodio 10 "Hacia el Futuro" (1/5)

viernes, mayo 28, 2010

Compañero de viaje-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 28/05/10)

Cuando viajo en avión, mi prioridad es que mi butaca sea de pasillo. No sólo no ocupar el asiento central -o, peor, uno los asientos centrales, claustrofóbica maldición trasatlántica del Airbus- sino disponer, específicamente, de uno de pasillo. Porque me gusta llevar el portafolios o el maletín de mano bajo el asiento frente a mí -así tengo a mi permanente disposición libros, revistas, computadora, marcador amarillo y iPod- y eso limita severamente el espacio que pueden ocupar mis piernas. Porque me gusta cruzar la pierna, e incluso a veces recurrir a mi tobillo izquierdo en tanto atril para poder copiar una cita en un texto que escriba a bordo. Porque, arrogante y autosuficiente, detesto tener que aceptar la ayuda de un vecino de asiento para recibir alimentos, bebidas, cobijas o audífonos. Porque, tímido e incluso huraño, odio tener que pedir permiso para ir al baño. (Éste, lo sé, fue verso sin esfuerzo -o, si he de ser preciso, rima sin grima- y lo plasmo con toda deliberación: ya bastante tengo con mi estreñimiento crónico como para que la visita a unas instalaciones sanitarias me suponga cualquier suerte de empeño adicional). Tanto me gusta volar en asiento de pasillo, pues, que hace escasos dos días sostuve el siguiente diálogo con la encargada del mostrador de una aerolínea. “¿Ventanilla o pasillo?”, preguntó. “Pasillo”. “El único que tengo disponible, señor, está en la fila 11, que es salida de emergencia; esos asientos no se reclinan. ¿Está seguro de que no prefiere la ventanilla?”. Pasillo (por favor, por piedad, por caridad, por supuesto).
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Pasillo hubo de ser entonces: 11C rezaba claramente mi pase de abordar. Por eso me sorprendió tanto encontrar, junto a ese 11B en que se apoltronaba por un tipo de fallidas aspiraciones a la elegancia -camisa de buena tela pero mal corte, pantalón con demasiadas pinzas, reloj ostentoso-, una maleta pequeña pero al parecer dispuesta a incautar el lugar que tanto había luchado yo por ocupar. ¿Sería suya? En todo caso el asiento era mío.
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Me saqué del bolsillo de la camisa el talonario de abordaje y, amable aunque firme, se lo mostré: “Disculpe… pero éste es mi asiento”. Me miró de arriba abajo con incredulidad y altanería. Tomó de mi mano el papel y lo estudió. Con una mueca retiró la maleta del asiento y con un empujón propinado a mi persona la depositó en el compartimento superior, justo sobre una bolsa de mangos que había dejado ahí yo. (Aclaración obligada: los mangos me los regaló uno de mis anfitriones en Tuxtla Gutiérrez; ni modo de dejarlos en el hotel.)
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No bien ocupé mi sitio, me vino a la mente el célebre parlamento de Bette Davis en La malvada, desprovisto ahora de todo valor metafórico: “Fasten your seat belts! This is going to be a bumpy ride!”. Fue, en efecto, un viaje accidentado, y no por capricho de las turbulencias o por impericia del piloto sino por la mala educación de mi vecino. Que, quesque por accidente, me propinó una decena de codazos en las costillas a lo largo de la hora y media que duró la travesía y nunca hizo siquiera amago de pedir perdón por ello. Que, cuando nos fueron ofrecidos cacahuates, pidió una bolsa adicional para sí mismo (lo que es vulgar y avorazado) pero no una para aquella -la de la ventanilla- con la que se hizo arrumacos durante todo el vuelo (lo que es poco caballeroso y todavía más vulgar). Que, cuando pasó el carrito con las bebidas, ordenó un Bacardí blanco con Coca de dieta (signo seguro de un paladar estragado) y, además, un Sprite a modo de chaser (todavía no sé si me irritó más su tendencia al exceso de azúcar o su insistencia en el dos-por-uno). Total que me coloqué los auriculares, hundí la nariz en mi ejemplar de The New Yorker y sólo aparté la vista de él el tiempo suficiente para percatarme de que el tipo se había quitado los zapatos, como si estuviéramos cruzando el Atlántico.
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Para cuando aterrizamos, había yo ya guardado todos mis efectos personales en mi propio maletín, deseoso de liberarme de su compañía cuanto antes. Al levantarme, me dedicó una sonrisa y me extendió una tarjeta de presentación: “Me dio mucho gusto compartir el vuelo contigo, Nicolás. Si un día necesitas oftalmólogo estoy a tus órdenes”.
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Me resultó una verdadera sorpresa que mi patanesco compañero de viaje terminara por ser la más educada y sutil de las personas que me han reconocido por mi trabajo en televisión. Aun así, cuando me haga el próximo examen de la vista, no será con él.

miércoles, mayo 26, 2010

"En retrospectiva"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 26/05/10)

Ya estamos casi a la mitad del año del Bicentenario. Para algunos las cosas han transcurrido de forma tranquila, sin cambio o variante importante. Cambios que pueden ir desde la no clasificación a la liguilla del equipo favorito o el logro de algún campeonato, pasando por la obtención de una nueva amistad o la lectura de algún libro que haya sido capaz de atraparlo en el universo creado por determinado autor. También pueden darse cambios desagradables como las pérdidas de amistades o familiares.

“Cambia lo superficial/ cambia también lo profundo/ cambia el modo de pensar/ cambia todo en este mundo”, decía Mercedes Sosa.

Si uno hiciera una revisión por la agenda, se percataría del número de personas que ya no pertenecen a nuestro mundo, ya por distancias profesionales, ya por distancias ideológicas, que han provocado la actual lejanía y en muchos de los casos resulta una opción saludable.

“Cambia el clima con los años/ cambia el pastor su rebaño/ y así como todo cambia/ que yo cambie no es extraño.// Cambia el más fino brillante/ de mano en mano su brillo/ cambia el nido el pajarillo/ cambia el sentir un amante.// Cambia el rumbo el caminante/ aunque esto le cause daño/ y así como todo cambia/ que yo cambie no es extraño.”, cantaba Meche.

En estos casi seis meses del año, mi año del cuarto de siglo, muchas cosas han cambiado y evolucionado: algunas amistades se han fortalecido, otras han florecido, unas más han concluido; de igual forma, la relación amorosa que sostengo ha ido tomando más cuerpo y se ha encaminado de manera sana y agradable, donde la sinceridad y el respeto a la individualidad son constantes, así como la presencia de un inquebrantable apoyo. Al mismo tiempo que nuevas responsabilidades han ido apareciendo y las satisfacciones no se han ausentado. Después de un año veré graduarse a uno de mis grupos en el Covadonga, con el que trabajé un año.

“Cambia el sol en su carrera/ cuando la noche subsiste/ cambia la planta y se viste/ de verde en la primavera.// Cambia el pelaje la fiera/ cambia el cabello el anciano/ y así como todo cambia/ que yo cambie no es extraño.”, aseguraba Sosa.

Empero, no todo es miel sobre hojuelas. La vida también me ha otorgado verdades a través de experiencias no agradables: es triste saber que en la desgracia y en el infortunio personas que sanguíneamente presumen de ser tus familiares, de actuar con principios y el corazón en la mano, teniendo a Dios como eje central de sus decisiones, sean los primeros en contradecirse, en huir despavoridamente cuando se necesita su apoyo. ¡Qué asco me da!

“Pero no cambia mi amor/ por mas lejos que me encuentre/ ni el recuerdo ni el dolor/ de mi pueblo y de mi gente.”

Y a pesar de todo ello, agradecido estoy con la vida, pues me ha permitido conocer el calibre moral, ético y humano de muchas personas. Las alegrías y decepciones son parte del contrato que uno firma al aceptar vivir.

martes, mayo 25, 2010

Unidos por la Historia - Episodio 9 "Las Doñas" (5/5)

Unidos por la Historia - Episodio 9 "Las Doñas" (4/5)

Unidos por la Historia - Episodio 9 "Las Doñas" (3/5)

Unidos por la Historia - Episodio 9 "Las Doñas" (2/5)

Unidos por la Historia - Episodio 9 "Las Doñas" (1/5)

¡Qué Puebla!-Pedro Ángel Palou(Diario El Columnista 25/05/10)

Un intelectual público tiene varios deberes entre los que destaca el de opinar con conocimiento de causa sobre una variedad de temas del interés colectivo. Poner el dedo en la llaga, aunque duela. Es como si le dijera a los demás: ¡Detente, presta atención! Quizá esa es su tarea más importante, permitir que sus lectores, o sus escuchas –en el radio- o sus televidentes hagan una pausa reflexiva, miren a su alrededor y tomen mejores decisiones. Su papel es incómodo pero necesario puesto que entre sus impostergables decisiones morales está la de darle voz a quienes no tienen voz, la de ser una especie de testigo colectivo que levanta acta y da fe. El poder quiere que sus intelectuales sigan siendo los viejos bufones de los reyes, no su conciencias colectivas.

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Cada seis años se repite el rito: la ilusión –vana- de una renovada esperanza. La ruina, sin embargo, en la que se encuentran las instituciones y su credibilidad menos que escasa hace que el nuevo casting de actores, hasta ahora, no produzca ninguna emoción social. Tal ausencia de líderes podía ser sustituida con ideas pero, como hemos demostrado en nuestras anteriores entregas, el manantial de ideas de ambas coaliciones para estar seco y en su lugar la campaña negra, las acusaciones mutuas, las falsas o adelantadas victorias desalienta aún más al magro votante que apenas e irá a votar –no más del 40%, por cierto- el 4 de julio.

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Mientras tanto nuestros políticos se llenan la boca con palabras que nunca han entendido: democracia, libertad, participación, ciudadano. Sólo palabras. ¿Por qué si todo esto nos repugna a los poblanos los partidos políticos parecen seguir creyendo en una ópera bufa, como muestra el insensato jugueteo con las encuestas? Hoy comemos basura, vemos basura en la televisión y escuchamos y votamos basura, no es posible. El candidato con encuestitis –enfermedad que consiste en la inflamación de los números- será un gobernante que despilfarre en promoción y publicidad de su imagen.

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Habría que ver si nuestra clase política es de verdad demócrata, si entiende lo que esa palabra significa. Un político verdadero no trabaja sólo para su partido sino para la sociedad que lo sostiene –económica y moralmente- y que lo vota. ¿Es tan difícil entenderlo?

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Y no es posible, de verdad, porque se nos está yendo el tren (no el ligero solamente, sino el del posible desarrollo de Puebla). Nos urge –y podemos ser, como lo fuimos en el siglo XIX, por ejemplo, modelo- replantear la división de poderes. El judicial, por ejemplo, debe tener su presupuesto autónomo –y sus decisiones-, no sujeto a la SFA. El legislativo sólo lo logrará si tenemos un congreso plural que sea un contrapeso del ejecutivo. En Puebla la democracia no es sino un simulacro electoral. Después nuestros gobernantes ejercen antidemocráticamente: ponen jueces y magistrados, dictan leyes y colocan a sus legisladores en los puestos claves para controlar el congreso.

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Urge, asimismo, transparentar la rendición de cuentas. ¿Y si Puebla se convierte en el primer estado en donde la contraloría no es una secretaria sino un órgano independiente al ejecutivo, que da cuenta plural a los partidos representados en el congreso? Empezaríamos bien con una propuesta así. Y la Comisión de Acceso a la Información lo mismo, y la Comisión de Derechos Humanos (el Senado ya hizo que la federal esté facultada para investigar y denunciar, no sólo recomendar).

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Urge dejar de comprar a los medios mediante los convenios de publicidad. En una sociedad cuyos medios son y están silenciados no hay lugar para el pensamiento libre, para la disidencia y por ende para el ciudadano. En Puebla hay dos tipos de medios: los que cobran para pegar y los que cobran para callar, lo que es muy penoso.

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Urge, una vez atendidos al menos esos aspectos medulares de la política, un ambicioso y agresivo programa para atraer inversión. La transparencia política y administrativa es una precondición para que esto exista, por supuesto, pero no basta. No bastan, tampoco, las buenas intenciones. Incentivos fiscales, simplificación administrativa, formación de mano de obra calificada son centrales para que en Puebla haya empleo. Tenemos hoy el nada honroso lugar ¡28! en competitividad en la República (al rato nos va a superar Baja California, jovencísimo y pequeño estado). Las empresas no vienen solas, se necesitan clusters –agrupaciones de empresas que consigan sinergias y se hagan atractivas las unas a las otras. Habrá que definirlos y convencer del hecho incontrovertible de la ventaja geográfica de Puebla.

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El turismo –lo repito ahora- y la cultura son pivotes del desarrollo, sirven para dar trabajo. Las secretarías del ramo deben fundirse en Puebla –como sucede en España, donde un mismo ministerio se encarga de ambos quehaceres-, para atraer divisas de turistas de la tercera edad, de investigación (tenemos el conjunto de bibliotecas novo-hispanas más importante de América Latina y la Fundación Mary Street Jenkins ha ayudado a que el Archivo de Catedral pueda ya ser consultado modernamente), de aventura y ecoturismo. Para ello hay que ser innovadores. Invertir, por un lado, en infraestructura –carreteras, pequeños caminos, paradores, hostales, todo tipo de restaurantes y comiderías. Hay que vender Puebla, posicionarla en el mercado (nuestra ocupación hotelera este 2010 fue peor que la del año pasado, con todo e influenza). Lo que quiere decir construirla como producto turístico cultural.

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Nadie se ha puesto a pensar, ni nos ha dicho, cómo puede gobernarse y desarrollarse un estado –en la República Mexicana- después del crack de 2008, sin depender de la dádiva federal o los excedentes del petróleo.

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Urge una redistribución, reglamentación y replaneación urbanas. No sólo en la ciudad capital, en todo el Estado. Cinturones verdes, límites claros a la expansión de ciudades, un Plan de desarrollo a cincuenta años que pueda irse evaluando quinquenalmente y que implique la revisión de las regiones, las microrregiones y las vocaciones de cada uno de los espacios de nuestra geografía. Para ello se requiere un censo estatal general que catalogue, inventaríe, clasifique nuestras bondades, potenciales y carencias. De ese censo se deberá desprender un documento central que identifique de una buena vez las fortalezas y debilidades de esta Puebla que no puede seguir viviendo de discursos, anquilosadas en viejas prácticas no sólo políticas sino económicas, empresariales e incluso de convivencia francamente inoperantes. Yo tuve la oportunidad de participar en un ejercicio de planeación –de los COPLADEMUNES a la creación de planes de desarrollo- y si no cambiamos todo el esquema puedo asegurar que no sirven de nada, son una farsa.

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Urge, pues, que creamos en nosotros, que participemos colectivamente en la construcción de otra Puebla, una de la que podamos sentirnos orgullosos y no nos avergüence. Una Puebla del siglo XXI que reconoce en su pasado parte de su fuerza pero que está dispuesta a arriesgar por un futuro lleno de incertidumbres y de retos.

Cuentuitos (Diario Milenio/Opinión 25/05/10)

El 20 de mayo, como parte final del ciclo de cuentistas que la Feria de León me encargó curar para su versión 2010, incluí una mesa de cuentuiteros. El término hace referencia, por supuesto, a los escritores de textos de 140 caracteres conocidos como twits o, en español, gorjeos. La idea original consistía en reunir en vivo a unos cuatro o cinco tuiteros para, luego de hacer una breve exposición sobre su relación con el twitter, llevar a cabo una sesión de escritura en vivo. La idea original no era, pues, tanto discurrir sobre el tema sino poner manos a la obra y construir, en el espacio de una hora, un TimeLine colectivo, versión leonesa.

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Tanto @isaimoreno como @Orfa, escritores de libros en papel, se mostraron entusiastas ante el proyecto. @Diamandina, una de las más sofisticadas tuiteras cuyas palabras, a excepción de un par de cuentos, todavía no conocer la estabilidad del papel, se sumó también con gusto al evento. @PaolaTinoco fungió como moderadora pero, tuitera de corazón, no pudo evitar participar de lleno en la sesión. Yo, por mi parte, procuré estar a la altura de las circunstancias y tampoco dejé de tuitear. De todo ello fue quedando huella en las dos pantallas que flanqueaban la mesa rectangular. Ahí, de manera apresurada y descendente, transcurría el TimeLine donde aparecían y desaparecían los tuits producidos in situ por el personal convocado.

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Acaso sea el sello colectivo de toda escritura tuitesca o un denodado afán de hacer fiesta a la menor provocación, pero a todos nos pareció natural invitar a la comunidad tuitera a participar con nosotros desde el ciberespacio. Para tal fin creamos el hashtag: #cuentuitos. Así, todo aquel que quisiera participar con un texto de hasta 140 caracteres podría hacerlo desde donde se encontrara. Algunos, pronto nos dimos cuenta, tuiteaban dentro de la misma sala donde se llevaba a cabo la sesión en vivo. Pero otro lo hacían, como Alberto Chimal, otro reconocido tuitero, desde la ciudad de México; mientras que otros mandaban sus textos desde más allá de las fronteras de la República Mexicana. Hacia el final de la jornada, cuando, como lo decía Isaí Moreno, el proceso se salió de nuestras manos, llegaron cuentos hasta en árabe. El #cuentuitos había sido todo un éxito. Y por si nos hubieran hecho falta evidencias al respecto pronto nos dimos cuenta que nuestro hashtag, generado desde la provinciana ciudad de León, se había convertido en uno de los Trend Topics en México. Por horas, así lo hacía constar su posicionamiento entre #jefediego y #santosvstoluca, estuvo compitiendo codo a codo con temas de interés popular. No fue sino hasta entonces que me detuve en seco. ¿Desde cuándo la escritura competía al tú por tú contra el futbol? ¿En qué otro medio la escritura podía compartir créditos de popularidad con noticias de escándalo?

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Dice la reconocida teórica sudaméricana Josefina Ludmer que las escrituras posautónomas son aquellas que, escapando a los confines y tretas de lo literario, se abocan por su parte a la producción de presente. De César Aira a Bruno Morales, de Fabián Casas a María Sonia Cristoff, Ludmer se ha dado a la tarea de ubicar autores cuyas obras “no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no se sabe o no importa si son literatura. Y tampoco importa o se sabe si son ficción o realidad. Se instalan localmente y en una realidad cotidiana para ‘fabricar presente’ y ese es precisamente su sentido”. Para estas escrituras todo lo económico es cultural y viceversa. Asimismo, estas escrituras parten de, o más bien confirman que, la realidad es ya en sí misma ficción y que la ficción es nuestra realidad cotidiana. Si todo esto es cierto, y sigo muy tentada a pensar que así lo es, el fenómeno que ocurrió alrededor del hashtag #cuentuitos es más serio de lo que suponemos.

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De acuerdo con las propias estadísticas de twitter, por algunas bastantes horas de ese 20 de mayo, 0.02% de la producción de tuits en el mundo estuvo concentrada en la producción de escritura. Esta cifra parecería insignificante a primera vista, pero no lo es si se considera que se producen un promedio de 50 millones de tuits al día. Todo parecería indicar que, contrario a lo que esparcen los escandalosos rumores acerca del fin del libro y la escritura, esta nueva generación de Nativos Digitales está tan o más interesada en escribir que sus contraparte No Digital. Eso sí, las estadísticas aclaran que lo que les interesa a los ND, especialmente a los tuiteros, son esas formas de escritura que escapan de la camisa de fuerza de la autonomía literaria. Tal como lo argumentara Sibilia, otra reconocida teórica argentina, los partícipes de escrituras públicas y colectivas tanto en bitácoras electrónicas como en el microblog privilegian formas de yo alterdirigidas que dan pie a escrituras que combinan la autoficción con la no ficción. Independientemente del mote que se les adhiera, ya como posautónomas o como noficción, estas escrituras invocan formas de lectura que escapan al tamiz de lo hasta ahora conocido y valorado como “lo literario”.

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La copiosa respuesta generada por el hashtag #cuentuitos, el que por cierto pronto escapó de nuestras manos, puede ser leída como una muy interesante señal acerca de las características y retos las escrituras de hoy. Aquellos interesados en producir lectores y en gestionar formas contemporáneas de cultural popular no pueden perder de vista que ante el declive del capital cultural de lo literario, se alza la práctica de escrituras tecnológicas y colectivas que precisan de atención y, acaso, de apoyo. Las instituciones culturales a cargo de estos procesos harían bien en volver el rostro hacia las pantallas del XXI para conectarse así a las sensibilidades, visiones y prácticas que dan sentido a la lectura y escritura del aquí y ahora.

lunes, mayo 24, 2010

Más cornadas da el hombre (Diario Milenio/Opinión 24/05/10)

Cuando se hace la chica

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Por sí misma, la imagen proyecta una película de horror: el torero Julio Aparicio es levantado en vilo por el cuerno izquierdo del toro, que le entra por el cuello y sale por la boca, mientras su mano diestra sostiene aún el estoque por el mango. Es una de esas fotos que van doliendo más conforme uno se entrega a calcular el golpe que revienta la mandíbula, el paladar, los dientes, de manera que en las horas o días subsiguientes la adhesiva obsesión le acompaña del sueño a la vigilia, igual que un mal espíritu.

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Suelo esquivar la vista de imágenes taurinas, tal vez por la manía de ponerme no en el pellejo del torero, como en el del toro. Por eso hago excepciones con las cornadas: cada una un golazo del equipo más débil. Quienes aborrecemos la llamada fiesta brava, y hasta a veces nos cuesta distinguir a una plaza de toros de un rastro con gradas, encontramos a veces consuelo en ese hecho simbólico —la cornada que hace trizas los momios y pone al débil en fugaz ventaja— sin acaso advertir que al hacerlo compramos boleto para el festín que tanto despreciamos. ¿O es que no lo entendemos? Seguramente. Nada más la lectura de una de esas crónicas taurinas saturadas de cierta jerga pretenciosa y eufemística que a menudo es vecina de la cursilería, me produce un rechazo poco menos que orgánico. La idea de llamar querencia, por ejemplo, a la puerta de escape del martirio, sugiere una crueldad refinada y sardónica. Pero ahí está la foto del toro bautizado como Opíparo, zarandeando a Aparicio por la quijada. Insisto: se ha movido el marcador. Esas cosas no pasan en un rastro.

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En un sentido, la barbarie consiste en la incapacidad de verse dentro del pellejo ajeno. Uno se cree piadoso cuando intenta ponerse en el lugar del toro de lidia —toda una hazaña ñoña de la imaginación— cuando lo cierto es que difícilmente se ha movido del suyo: quién pudiera rascarse la mala conciencia. No digo, ni diré, que la afición a los festines sanguinarios me parezca una muestra de salud mental, pero al fin quién es uno para dictar parámetros al respecto. No es al fin tan difícil meterse en los zapatos del taurófilo, si ya se ha cultivado una pasión malsana y gratificante, como por suerte hay tantas disponibles.

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La opinión del filete

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Casi ninguno hemos estado en un rastro. Pocos, también, han visto a un toro de lidia en su medio, donde cuentan que vive como un príncipe. Si hacemos un zoom back de la plaza de toros donde el público vibra de emoción conforme la estocada destroza las entrañas del animalazo y movemos la cámara hasta un matadero, pasaremos sin duda del susto histriónico al horror histérico. Y si, entrados en morbo, seguimos el proceso de cría de los que nacen para morir a manos de un tablajero, puede que descubramos que Heinrich Himmler no vivió en vano. Gallinas inmovilizadas entre rejas estrechas, con el pico cortado, vírgenes y rehenes de su ovulación. Pollos que viven tres semanas menos porque sus criadores los revolucionan a fuerza de sobrealimentarlos con una dieta que incluye el excremento reciclado. Millones de millones de animales convertidos en cosas virtualmente invisibles e inaudibles: bultos móviles a los que hay que amarrar o encerrar y un día destripar, cada cosa al criterio libérrimo del dueño.

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Cierto es que nada de esto sale en primera plana, pero si al cabo va uno a horrorizarse por el dolor perpetuo que el ser humano inflige a incontables especies, la lista es suficientemente larga y nutrida para seguir plañendo por la suerte del único entre los masacrados que tiene cuando menos una oportunidad. El más vistoso, es cierto, porque a los que murieron en el rastro sin recibir un nombre ni salir en la tele nos los comemos con notable discreción. Para tranquilidad de todos, los paquetes de carne molida no mugen, ni nos miran, ni pudieron alguna vez defenderse. Sabemos cómo muere un animal de lidia, no qué tal vive el resto del ganado ni cómo se hace para castrar a un toro. Somos sensibles, pues. No nos hablen de sangre ni chillidos de puerco, que nos van a estropear los tacos al pastor.

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Conciencias en formol

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Alguien me dijo un día por qué, supuestamente, los narradores son mejores personas que los poetas: si éstos se centran en su intimidad, y así se vuelven díscolos e insensibles al dolor ajeno, aquéllos se condenan a ocupar los zapatos de sus personajes, lo cual los mimetiza con el prójimo. Una teoría simplista y prejuiciosa que sin embargo me apuré a celebrar, toda vez que me daba el bálsamo oportuno de mirarme al espejo como buena persona. Algo muy similar me sucede cuando hablo con un antitaurino: el colofón es la buena conciencia. Más todavía, tiendo a clasificar a las personas de acuerdo a su actitud hacia los animales, pero igual a esos tacos no les hago el feo. Y aún si los despreciara, ¿cómo me libraría de temerme algún día, más que vegetariano, vegeticida?

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Saberse miembro de una especie díscola y abusiva no es firmar compromiso con la barbarie, ni con la estupidez, pero al cabo el infierno en la tierra sólo es completamente concebible para quien tiene plumas, o escamas, o cuatro patas. ¿Qué, sino su hermetismo, es la característica más temible del infierno? ¿Quién lo defiende a uno de la alegre y perpetua sordera del verdugo? ¿Y qué decir de la perfecta indiferencia del mundo? Hoy día cualquier malnacido puede enjaular, mutilar, torturar y matar a su perro, o al que encuentre sin dueño que lo defienda. Para hacerse acreedor a una pequeña multa, tendría que presumir su bestialidad en YouTube, como han hecho otros locos peligrosos que deberían estar, ellos sí, enjaulados. Antes, pues, de siquiera asomarse a las discusiones bizantinas entre taurófilos y antitaurinos, habría que tratar temas como la hipocresía y la indolencia humanas, evidentes en la ausencia de leyes protectoras de la más básica dignidad animal. Discusiones aparte, mientras tanto, me considero miembro de una tribu de bárbaros. Peor todavía, bárbaros hipócritas. Con su permiso, voy a pasear al perro.