jueves, octubre 04, 2012

Un lugar para vivir-(Sexenio-Puebla 03/09/12)


Varios son los escritores que han buscado escribir para niños y/o adolescentes: Juan Villoro, Ignacio Padilla, Luigi Amara, Mauricio Montiel Figueiras, Guillermo Samperio, Francisco Hinojosa, Pedro Ángel Palou; entre otros. Escribir para este público –pienso- es una aduana difícil de cruzar y pocos salen victoriosos, pues si la lectura no es capaz de atraparlos debe considerarse un rotundo fracaso.

Ave Xóchitl y la serpiente de luz (Fernández Editores, 2011) de Ximena Sánchez Echenique –conocida por sus novelas El ombligo del dragón y Por cielo, mar y tierra- es la primera incursión que tiene en la literatura infantil.

A través de 118 páginas la autora cuenta la historia de Ave Xóchitl quien vive en Petatepec. Los habitantes de este pueblo viven con miedo por culpa de unos seres sin espíritu que se han apropiado de su vida cotidiana: los niños ya no salen a jugar en los parques y las calles lucen abandonadas. Es un pueblo sin alegría, casi sin vida. Todo cambiará para Xóchitl y su pueblo con la llegada de Adam y su familia. Juntos –Ave y Adam- encontrarán el modo de transmitir las energías necesarias a los niños y adultos del pueblo, para poder retomar los parques y las calles. De igual forma aprenderán cómo evitar que las personas se transformen en seres sin espíritu, sin luz.

Ave Xóchitl y la serpiente de luz es un cuento completamente formativo que por medio de una narración sencilla, pero rica en lenguaje le da un lugar a la amistad, el amor y la tolerancia como los valores fundamentales que un niño no deberá perder, pues son las armas fundamentales que necesitan para transformar su entorno inmediato y así encontrar con mayor sencillez la felicidad. También busca que los niños comprendan mejor sus sentimientos y rescata algunas enseñanzas ancestrales como lo es el significado de Quetzalcóatl.

Al final, el libro se enriquece con una serie de ejercicios que ayudarán al niño a completar su experiencia lectora.

Ximena Sánchez Echenique construye un bello cuento que mezcla con fineza nuestras raíces indígenas con situaciones actuales; pues ya casi no se ve a los niños disfrutando de los parques, debido a la violencia que inunda a nuestro país.

Petatepec como metáfora de un México que ahí está y debemos recuperar antes de que la oscuridad nos los impida. Ave Xóchitl como reclamo de que nuestros niños necesitan un mejor lugar para vivir.

Un libro perfecto para compartir en familia. 

miércoles, octubre 03, 2012

Contradecir a Kafka dos veces (Diario Milenio/Opinión 02/10/12)


I: INTERRUMPIR HOY
En el ensayo que Ricardo Piglia le dedica a Kafka en El último lector, se señala una y otra vez el gusto (¿o la manía?) kafkiana por la interrupción. Ciertos finales que son en realidad una suspensión brutal. Descripciones que se convierten, de súbito, en una distracción blanca. Libros que noterminan, en el sentido tradicional del término. Al mismo tiempo, Piglia cita varias entradas del diario de Kafka en que éste se queja de las interrupciones que amenazan continuamente el acto de la escritura que, para él, habitante de una cueva ideal y subterránea, tendría que ser un acto ininterrumpido. Un acto incesante. Un acto eterno.
¡Ah, el siglo XIX!
Y yo, que leo a Piglia en la silla que está justo frente al escritorio donde se encuentra la pantalla que, anti-cueva como la que más, me conecta al mundo, no puedo evitar ver de reojo (porque para mirarlo todo no hay como ver oblicuamente varias cosas a la vez) el manuscrito de la-novela-in-progress que aparece-desaparece (cual vela tarkosvkiana) de la zona desconocida; la barra donde se esconden, momentáneamente, las cuentas abiertas de tres direcciones electrónicas distintas; el link donde investigo, cuando me acuerdo, la posición exacta de Wyoming; y las dos ventanas por donde me llegan “voces” de otras latitudes a lo largo del día. Todo esto, mientras escucho el murmullo de los estudiantes por los pasillos; el comentario que, dicho con la entonación adecuada, hace reír a más de uno en la oficina de enfrente, y la penúltima discusión entre un alumno y una alumna a los que unen, todo parece sugerirlo, lazos de suyo complicado.
¡Ah, la idea misma de lo incesante, lo eterno, lo ininterrumpido!
¡Ah, ese trayecto (de preferencia lineal) al que no lo detiene obstáculo alguno!
Me doy cuenta, quiero decir, que escribo en la interrupción continua. Para la interrupción, tal vez. Con ella en mente y con ella en cuerpo. La interrupción, esa amenaza ciertamente, que acelera el trazo o concentra la atención de maneras a veces escandalosas, en todo caso urgentes. La interrupción beatífica. La divina interrupción que me lleva a encontrar lo que no sabía que buscaba (que es, si me lo preguntan, la única manera en que algo puede “ser encontrado”). La interrupción que me desdice (y, luego entonces, me hace ser “des-dicha”). La interrupción como principio narrativo, como estructura textual, como eje semántico. El lector, siempre interrumpido. La interrupción: una manera relacional del sujeto en la era de la muerte de la muerte del sujeto.
¡Ah, la pureza del Espacio, el Tiempo, el Ser!
[¡Ah, las Mayúsculas!]
La interrupción: una amenaza que se busca. La interrupción y su consecuente adrenalina, ese fix. Interrumpir el discurso: vacilar. El que interrumpe tergiversa (o estaba a punto de cuando...). Interrumpir como quien seduce a la otra opción (que siempre existe). Interrumpir para cambiar de rumbo (o para no tener rumbo). El paréntesis de la interrupción. El chasco de la interrupción. La manía de la interrupción.
¡Ah, Kafka!
II: ENVIDIA DE LOS INSECTOS
Sin duda, el más famoso de todos es “el monstruoso insecto” en que apareció convertido Gregorio Samsa después de una noche de sueño intranquilo. “Estaba tumbado sobre su espalda dura y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza”, escribe Franz Kafka, “veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos”.
Después de leer la apasionada defensa del paradigma insectívoro de la subjetividad contemporánea que Rosi Braidotti presenta en Between the not Longer and the Not Yet: Nomadic Variations on the Body uno se ve obligado a preguntarse si la vida de Gregorio Samsa como escarabajo—la metamorfosis del humano en insecto—no pudo haber sido menos difícil, más interesante, más musical.
Porque los insectos, argumenta Braidotti, no solo tienen ciclos reproductivos de una velocidad tal que les permite experimentar “mutaciones fabulosas de la noche a la mañana”, sino que también son “músicos fantásticos”. De ahí otra de sus tantas amenazas. Si de lo que se trata es de producir una música que refleje, o encarne, las cualidades acústicas de los espacios post-humanos que habitamos o, con mayor precisión, por los que pasamos en tanto sujetos nómadas, nada mejor que poner atención a las estrategias de comunicación no-lingüística de los insectos, a sus formas de aprehender la realidad visual y sonora de nuestro tiempo.
En la música nomádica, continúa Braidotti, “los intervalos no solo marcan la proximidad sino también la singularidad de cada sonido para, así, evitar la síntesis, la armonía o la resolución melódica. Es una manera de cortejar a la disonancia a través de su retorno al mundo externo, a donde pertenece el sonido, siempre-en-tránsito, como ondas de radio que se mueven ineluctablemente hacia el espacio exterior, chateando, sin que nadie escuche”.
Si fuera a utilizar el lenguaje de antes, diría que tal sujeto encarnado no podría ser sino un texto de Gertrude Stein con música de Philip Glass interpretado por Diamanda Galas. Braidotti dixit.