jueves, noviembre 06, 2008

Una invitación, una.


Facultad de Filosofía y Letras-BUAP
Dirección de Literatura de la Secretaría de Cultura del Estado de Puebla
y el Movimiento cultura La Fuga Literaria
INVITAN
A
LECTURA DE INÉDITOS POBLANOS
7 DE NOVIEMBRE DE 2008
6:00 PM
CASA DEL ESCRITOR
Participan: Conrado Zepeda, Israel Aguilar, Leonardo Ávila, Carmen Barranco, Viridiana Carreto, Gersom Mercado, Arturo Romero, Abigail Rodríguez, Indira Díaz, Juan de Jesús Ramírez y Alfredo Godínez.
Habrán bocadillos y vino de honor.

Una calavera Kultural

Diario Milenio-Puebla (06/11/08)
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Pasa muy rápido el tiempo. Hace poco las lluvias eran frecuentes y molestas. Ahora se ha adelantado el invierno. Pronto estará acá el año nuevo y ya, otro más y otro menos en la vida de todos. A uno el tiempo le sirve porque va coleccionando cosas, recuerdos, anécdotas.
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Estuve revisando los diarios estos días que los mexicanos hablamos de los muertos. No quise asomarme por el panteón, porque hay demasiada gente. Tampoco pude ir a Huaquechula, como lo hago cada año.
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Me quedé trabajando y leyendo en casa. Vi las ofrendas que el ayuntamiento organizó en el Zócalo de la ciudad. A la Casa de la Cultura no puede entrar: me engento, qué neurosis la mía.
Leí muchos periódicos, muchas calaveras (unas escritas por mi amigo Manuel de Santiago) realmente buenas.
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La de Manuel de Santiago estuvo dedicada a Ulises Ruiz. Las así conocidas como “calaveras” quedarán para el registro de la historia.
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Si echamos un ojo por las hemerotecas podríamos enterarnos de la mofa y la opinión de la gente hacia los personajes de la vida en México de los años cincuenta y más allá.
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Yo generalmente regalo los diarios a las hemerotecas, luego de que se me han acumulado.
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No los conservo, porque me podría morir entre papel en lugar de quedar bajo la tierra. Recorto lo que me interesa y de lo demás me voy deshaciendo con los días.
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Me acordé de una novela de Román Revueltas, creo, en donde el personaje, un marido ofendido, se va de la casa porque su esposa no lo aguanta leyendo periódicos atrasados.
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En su sano juicio, nadie guardaría en su casa tanto papel. Para eso entonces están las hemerotecas.
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Este año quiero reproducir aquí, ya que sé que para muchos lectores pudo pasar desapercibida, una calavera dedicada al Señor de los Pendones.
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Ahora resulta que así se le conoce al dizque secretario de Cultura, porque tiene todas las áreas llenas de pendones. ¿Quién los hace? No es difícil saberlo, pero hay más pendones que libros editados.
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Pues el Sr. de los Pendones fue motivo de una maravillosa calavera firmada por Polo Noyola, que lo retrata fielmente.
Cuando alguien pregunta por el Sr. de Pendones (es decir por el secre Montiel), nadie sabe quién es, nadie lo conoce.
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Gocé por lo pronto la calavera a ritmo de Pérez Prado. Apareció en el suplemento llamado "Matria" Nº 21 de (obvio) noviembre de este aún 2008. Va y con ésta me despido: “Disfrazada de turista/ una calaca sin piel/ desapareció a Montiel/ sin dejar ninguna pista/ Un desastre natural/ no sé qué haremos sin él/ ¿Dónde está este perro fiel/ que gobernaba tan mal?/ Hay problemas de a montones/ Phillip Class ya canceló/ qué hiciste, pregunto yo/ con los 18 millones/ Sin esta noble criatura/ ya nunca será lo mismo/ pues pensaba que el turismo/ abarcaba la cultura/ Hay muertes de todo tipo/ esta me enchina la piel/ ¡Qué solo acabó Montiel/ que nunca formó un equipo!”
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Y yo que me había propuesto no ocuparme de este oscuro personaje. Ni modo, la ocasión lo amerita.

miércoles, noviembre 05, 2008

“Esto no es una antología poética”-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 05/11/08)

18 de diciembre de 2004: se podía leer en un blog el nacimiento de un proyecto de amplia envergadura enfocado a la poesía. Tal proclama era escrita a manera de prosa poética: “(…) Lucrecia y sus juegos. 13 libros. Cuenta regresiva. Cada poema muere bajo su propia muerte. Y reconquista su propia vida. 13 libros en un periodo de tres años y medio. Cuenta regresiva para evitar la burocracia del dinero y la necesidad de pedir fiado al gobierno. Tres años y medio para no morir en el intento. Sólo autores nacidos en los setenta. Sólo latinoamericanos. Lucrecia y sus curvas prodigiosas, o las tetas y nalgas de todas nuestras madres. Sólo la mejor y más auténtica poesía de los chavales nacidos al ritmo fogoso de Gloria Gaynor y Violeta Parra. Sólo lo mostro, lo machazo, lo más candinga. 13 libros que harán historia en la Historia de la Poesía de toda Latinoamérica”. Entradas más adelante El Billar de Lucrecia se definía de la siguiente forma: “un concepto verdadero de generación. Una generación que hemos denominado La Generación Picapica, conformada por poetas de alto riesgo y alta tensión que con sus poemas aplicados sobre la piel de los otros causarán gran irritación y comezón”. Hasta la fecha llevan 11 bolas poéticas que han sido lanzadas. Quien tiene el taco es la poeta y editora Rocío Cerón, cofundadora del colectivo MotínPoeta.
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La bola 11 es una antología que bajo el título de “Nosotros que nos queremos tanto. Poesía contemporánea de México”, reúne a los siguientes poetas: Lumbreras / Faesler / Plascencia Ñol / Reynosa / Castillo / Herbert / Cabrera / Caballero / Fabre / Nepote / Ríos / Cerón / Ortuño / Sánchez. La antología es presentada por Marcelo Pellegrini –chileno destacado, nacido en Valparaíso en 1979, se desempeña en la vida como Poeta, traductor, profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Wisconsin-, y a su vez cada poeta es antecedido por otro presentador nacido en cualquier país de Latinoamérica, menos en México. Se plantea como una enemiga de los clichés a la hora de realizar antologías y dice diferenciarse de sus antecesoras desde la “Antología de la poesía mexicana moderna” conceptualizada por el grupo de Los Contemporáneos” pasando por “Poesía en movimiento” encabezada por nuestro Nobel mexicano: Octavio Paz, hasta terminar con “El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002” de Ernesto Lumbreras, sin olvidar “Asamblea de poetas jóvenes de México” de Gabriel Zaid. Antologías que son reconocidas como las más significativas en el ámbito mexicano. Entre este mar y fuera de compadrazgos, aparece esta bola 11 para reírse de las de su género, según Pellegrini. Quien más adelante explica la gestación de ésta: “los poetas que conforman el consejo editorial de El Billar de Lucrecia, fueron invitados por Rocío Cerón, su directora, a participar en la antología; a su vez, ellos tenían la misión de invitar a otro u otra poeta a formar parte de la muestra. Después de eso, cada uno invitó a un poeta latinoamericano para que escribiera una breve presentación crítica de su obra”.
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Una antología cuyo candado es respetar la ideología de la editorial –nada más cuerdo que eso- : sólo autores nacidos en los setenta y nacidos en Latinoamérica. Pero quizá sea la primera antología que establece un discurso interno, como si se conformara un poemario, en lugar de una muestra poética. Es sarcástica, irónica, burlona, cínica y celebra la amistad. Hacer obvio lo que las demás antologías hacen es, sin duda, la mejor crítica. Esto no es una antología poética, es una postura crítica y burlesca ante el mar de antologías poéticas.
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La invitación
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El viernes 7 de noviembre a las 6 de la tarde en Casa del Escritor (5Ote #201) se llevará a cabo la lectura de Escritores Inéditos, participan alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras-BUAP, del Colegio de Artes del Estado y de la Escuela de Artes-BUAP. Habrá bocadillos y vino de honor, vayan. Invita la Facultad de Filosofía y Letras-BUAP, la Dirección de Literatura de la Secretaria de Cultura del Estado y la Fuga Literaria.

martes, noviembre 04, 2008

La Novela Neo-catastrofista


Diario Milenio-México (04/11/08)
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El conocimiento que producen las ciencias naturales se trasmina de maneras tan interesantes como masivas en nuestras interpretaciones más básicas de la vida cotidiana. Tal es el caso, por ejemplo, de las visiones newtonianas del universo que, extirpando el caos del sistema solar, nos entregan a la tierra como el componente singular de una maquinaria perfecta y auto-regulada —el universo— cuyos cambios sólo ocurren en largos periodos de tiempo. Lo mismo sucede con nociones darwinianas de la evolución que, borrando los grandes saltos de la cadena evolutiva, nos hacen pensar en el cambio, en cualquier proceso de cambio, como algo gradual y sujeto a una lógica progresiva que, de manera natural por encontrarse en condiciones competitivas, favorece la selección de los más fuertes. Tal como lo demostraron los más diversos ideólogos de la revolución industrial y, en México, los astutos miembros de la elite porfiriana a finales del siglo XIX e inicios del XX (aunque nunca solamente ellos), una selección estratégica de estas ideas, en general ancladas en nociones de progreso dentro de sistemas cerrados, ha sido fundamental para legitimizar la implantación de prácticas de vida y relaciones de poder que han beneficiado históricamente a una minoría con características de clase y raza bastante específicas. Si esto es cierto, como parecen atestiguarlo una plétora de estudios en el campo de la historia de las ideas y, más específicamente, de la historia social de la ciencia, entonces sería lógico argumentar que cualquier transformación, especialmente si ésta es radical, en el conocimiento que producen las ciencias naturales influenciará, a través del corrosivo de la crítica más que de la mimesis convencional, interpretaciones distintas de la vida social. Esta es la premisa básica que motiva la sección denominada “Ciencias Extremas” del libro Dead Cities, publicado por Mike Davis en 2002, traducido como Ciudades Muertas. Ecología, catástrofe y revuelta, y publicado por la editorial Traficantes de Sueños en el 2007.
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Los neo-catastrofistas, en palabras de Davis, atacan las bases mismas de la geología victoriana proponiendo, en cambio, una geocosmología que parte, para empezar, de una visión abierta del universo para enfatizar la estrecha e histórica relación que une a la superficie terrestre con la celeste, construyendo así “una tierra existencial formada por la energía creativa de los cataclismos”. Lejos de las nociones gradualistas, y por ende conservadoras, de la evolución darwiniana y apegados a una lógica no linear que no teme desasociar causa y efecto, los neo-catastrofistas pintados por Davis parecen tener una visión más o menos benigna de las grandes catástrofes y están listos, por lo tanto, para reemplazar “el lento avance temporal lineal de la micro-evolución con las explosiones no-lineales de la macro-evolución”. No es coincidencia, por supuesto, que una propuesta que señala con tanta vehemencia el papel generativo del cataclismo haya resultado de interés para un pensador que, como Mike Davis, se ha dedicado por mucho tiempo al análisis de las fuerzas políticas y sociales que constriñen la experiencia humana hasta volverla casi imposible en cuanto tal, así como de las fuerzas revolucionarias que, liberando tal experiencia, la posibilitan. No es coincidencia tampoco, claro está, que esté yo ahora tratando de generar un vínculo entre esa visión que, desde el centro de la tierra y desde el marco referencial del cielo, rechaza con tanto vigor la mera posibilidad de una tierra lineal, y linealmente explicada, dentro de un universo de mecanismos tan regulares como perfectos, con una cierta manera de componer estructuras lingüísticas y propuestas estéticas a las que denominamos, por falta de mejor término, como novelas. Si lo que sigue es mínimamente fructífero, será posible pensar a las así (¿mal?) llamadas novelas experimentales menos como anomalías o meros ejercicios de decoración excesiva y más como procesos de conocimiento y de cuestionamiento allegados a una visión cataclísmica de la historia y del tiempo, y del lugar de la agencia humana entre ellos.
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Darwiniana en su fe en el cambio gradual y progresivo que conduce a la supervivencia del personaje mejor delineado, y newtoniana en su aspiración aislacionista que reproduce movimientos regulares y, por lo tanto, predecibles y armónicos, es decir, entendibles, la novela convencional ratifica, independientemente del contenido de su trama, el estado de las cosas. Conservadora por antonomasia —y esto, repito, independientemente de las características de su anécdota— la novela convencional se construye poco a poco, siguiendo la lógica de la microevolución, hasta que una epifanía revelatoria explica, es decir, aclara, el meollo de su propia historia. Evitando el “extraño vals entre la tierra y sus cometas apocalípticos”, la novela convencional es clara y familiar, produciendo así las respuestas emocionales que, en nombre de otro científico por cierto, se denominan como pavlovianas.
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En claro contraste, la novela neo-catastrofista, justo como la teoría geocosmológica de la que proviene la terminología, rechaza cualquier noción de causa-efecto, favoreciendo, en cambio, causalidades estructurales que emanan de “extraños loops de retroalimentación compleja”. Si los neo-catastrofistas vinculan, a través de “interacciones resonantes”, a los fenómenos del cielo y de la tierra, presentándolos como resultados altamente singulares de “emparejamientos de osciladores” dentro de un caos más o menos determinado, la novela que comparte ese nombre está dispuesta a recibir el impacto que abrirá, de repente y con gran fuerza y no necesariamente con una explicación lógica, “innumerables caminos posibles de evolución partiendo de la misma situación inicial”. Contingente e inexplicable, productora y producto de su propio proceso de producción, la novela neo-catastrofista nos enseña que, así como “el universo no está preñado de vida ni la biosfera de vida humana”, la escritura sólo en raras ocasiones contiene las condiciones únicas y acaso irrepetibles para dar a luz a la novela —esa composición histórica y política que rompe, porque ésa es una de sus posibilidades, con el estado de las cosas.

lunes, noviembre 03, 2008

El drama es el marcador

Diario Milenio-México (03/11/08)
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Quimeras que dan sed
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Una vez que la crisis dice aquí estoy, al cronista se le junta la chamba. No hay una gran catástrofe sin un sin fin de historias al respecto. La gente quiere que le cuenten lo que pasa, o hasta mejor que le hablen de otra cosa, pero el silencio se soporta mal. ¿Cómo iba a alimentarse la fe de nadie sin el relato de la dicha y la desdicha ajena? Fulana se sacó una casa en un sorteo. Zutano se metió un tiro en la boca. La familia Mengánez amaneció con sus muebles a media calle. Historias más o menos inexactas que exigen ser contadas, aunque para lograrlo haya que reinventarlas. Historias que se anuncian revolviendo el estómago de quien recién se entera, como la de esa niña somalí que fue muerta a pedradas por desdecirse de una acusación de estupro tumultuario. Historias que divierten a la inmensa mayoría plebeya, como las opiniones de la reina Sofía, un tanto sorprendentes para quien piensa que sus reales privilegios no incluyen el derecho a abrir la boca más que para comer y lavarse los dientes. ¿Qué sentido tendría preñar cada domingo a los televidentes de competencias y largometrajes, sino saciar esa sed de quimera que en los tiempos difíciles se multiplica? ¿Quién aguanta el domingo sin siquiera una dosis de ardores impunes?
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Un domingo en las carreras
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Pocos planes parecen tan suculentos a los ojos de un niño como el de que lo lleven a las carreras de autos. Un espectáculo particularmente aburrido para quien no comparte la mística que abunda en derredor suyo. En rigor, no se entera uno de nada. No a tiempo, cuando menos. Ni del todo, ni con exactitud. Se ven pasar los coches y con trabajos llega uno a saber quién entre los punteros va adelante. Y eso porque la gente lo repite, de modo que es frecuente dar por bueno el rumor infundado y celebrar o lamentar en falso. Situación muy propicia para absorber ese halo de fatalidad que acostumbra rondar dondequiera que alguien se juega la vida en público. Aun con la desventaja propia de su tamaño y el escaso respeto que su corta experiencia convoca, un niño en las carreras acaba por enterarse de todo. No en balde está presente donde crece la mística que más tarde lo hará envidiable a los ojos de sus iguales. Atrapado por ese permanente torneo que es la edad infantil, el niño vuelve de las carreras con la emoción de quien recién corrió en la pista de sus sueños. Ya el puro olor del combustible quemado le da una sensación de persona-de-mundo que ningún otro juego le proveería.
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Son asuntos de niños, las carreras de coches. Pocas rabietas hay tan infantiles como las protagonizadas por los pilotos que acaban de chocar y se aprestan a darse con el casco. Pero el drama está allí, por hueco que parezca a los extraños. Toma aún más trabajo adelantar al primer piloto que pelearse con él a cuchilladas (aunque estas en teoría sean un poco más emocionantes). Ello explica que quienes asistimos al Gran Premio de Brasil —en la televisión, donde una multitud de cámaras intrépidas y datos duros lo convierten a uno en lector omnisciente— entrásemos en una suerte de trance colectivo durante las últimas cinco vueltas al circuito. Mientras allá todo era confusión, uno podía asistir a los detalles íntimos de la carrera, como en aquellas tomas desde el monoplaza, donde incluso se escuchan los diálogos entre el piloto y sus técnicos...
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El drama y la parálisis
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La carrera es dramática por los números que viene arrastrando. Para llevarse el campeonato mundial, Felipe Massa debe quedar en el primer lugar, y además esperar que Lewis Hamilton termine en el sexto. Pero viene en el quinto. Faltan ya cinco vueltas y comienza a llover. La mayoría apuesta por lo más sensato, que es gastarse unos cuantos segundos en cambiar llantas. Cuando esto ha sucedido, a tres vueltas del fin, uno de los punteros, el alemán Timo Glock, ha resuelto jugársela con las mismas ruedas, y esto lo deja en el cuarto lugar. Otro alemán —Sebastian Vettel— tampoco se conforma y consigue quitarle el quinto puesto a Hamilton. En la vuelta final, mientras Massa cruza la meta en el primer lugar, la lluvia arrecia y Timo Glock lo reciente, de modo que en la última curva es rebasado por Hamilton. La pantalla muestra a los dos equipos —Ferrari y McLaren— celebrando, así como el momento del derrumbe, cuando el padre de Massa observa el monitor y encuentra que su hijo no será el campeón.
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El director de cámaras sabe muy bien qué hacer en estos casos. Entiende que nosotros estamos todavía con la respiración cortada, presas de un pasmo intenso que muy pocas noticias nos merecen. Por eso elige los close-ups a la cara de Massa, que está arriba del podio celebrando lo incelebrable, pues ganó la carrera y perdió el campeonato. Ya le brillan los ojos por las lágrimas, nos enteramos de cada uno de sus rictus. Somos, junto a él, una pandilla de niños aturdidos por emociones que nos rebasan. Hemos viajado abordo de su mismo vehículo y escuchado las mismas palabras que él. Más que en sus zapatos, conseguimos meternos en su cabina y verla pista desde donde él la ve. Unos somos Felipe Massa, otros Lewis Hamilton, pero también pudimos ser Kimi Raikkonen, y Fernando Alonso, y Heikki Kovalainen. ¿No es eso acaso a lo que nos gustaba jugar cuando niños, ser otros y con ellos sentirnos héroes, cambiar de identidad a cada nuevo juego, e incluso a la mitad del que jugábamos?
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Cuentan que al terminar la ceremonia de premiación en la pasada final de Wimbledon —la más dramática y reñida de la Historia— Roger Federer lloró largamente en el vestidor. Y he ahí la ventaja de quien se pone en el lugar del niño. Cuando el juego termina y el domingo amenaza con pintarse de desconsuelo, uno cambia el canal y apaga la tele. Fin de la historia. Es hora de arrancarse con otra.