viernes, octubre 09, 2009

El índex progre-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 09/10/09)

“Madame Bovary incita al adulterio y a la mala administración de las finanzas personales. El halcón maltés promueve el robo organizado, el contrabando, la traición, la mentira y el recurso a los atractivos sexuales femeninos en tanto carnada para utilizar y después desechar a un hombre (este último, claro, no es sino un delito menor, si acaso un avatar más del girl power): arda en el infierno de las progresistas y los progresistos Dashiell Hammett por haber imaginado semejante atrocidad, arda dos veces en él John Huston por haber osado llevarla al cine, esa perniciosa máquina de condicionamiento skinneriano y control orwelliano. Otelo es cosa del demonio: su lectura predica con el ejemplo la intriga, la ambición, la celotipia, la misoginia y el asesinato; queda como urgente asignatura pendiente la realización de una investigación confiable que permita cuantificar cuántas pobres incautas —toda mujer, sobre todo si joven, es ya por malhadado designio biológico una pobre incauta en potencia— hubieron de perecer a manos de bestias hambrientas de sangre y de sexo (corrijo: de bestios hambrientos de sangre y de sexo), rehenes de una vanidad (por definición) masculina desmesurada y despiadada, desatada por el satánico doctor Shakespeare y su secuaz, el temible Laurence Olivier. ¿Para qué escribió Dickens Oliver Twist y por qué hizo de Fagin su personaje más fascinante? Para glorificar el tráfico de niños, piedra de toque de una conspiración secreta urdida desde 1838 y entre cuyos presuntos implicados se cuentan Frank Lloyd, David Lean, Carol Reed y Roman Polanski (¡cómo no!), agentes de distribución viral de la orden subliminal emitida en cada fotograma de sus películas, merced a la cual todo espectador deviene robachicos impenitente no bien abandona la sala. ¿El ciudadano Kane? Autoapología de los poderes fácticos. ¿En busca del tiempo perdido? Volúmenes consagrados a fomentar el complejo de Edipo, la infidelidad, la sodomía y, peor, el esnobismo. (¡Menos mal que su delirante extensión ha impedido hasta ahora su traslado al cine!) ¿El Satiricón? Mala influencia el de Petronio, todavía peor el de Fellini, ese pornógrafo del alma. ¿Dante? Un pederasta cualquiera (recuérdese cuántos años tenía Beatriz). ¿Romeo y Julieta? Erótica infantil: una suerte de antecedente pretencioso de Barely Legal. ¿Freud? Un viejito cochino. ¿Platón? Otro abusador: ¡deje ese niño ai’! ¿Muerte en Venecia? El Assenbach de Thomas Mann es un peligro para las elites, el de Visconti la potencial perdición de las masas. (Todos somos Dirk Bogarde. Y no por elegantes o por apuestos o por flemáticos o por melancólicos sino porque todos vivimos a la espera de que el cine, ese invento de Lucifer, pulse los resortes de nuestras más bajas pasiones para salivar por cuanto niño güerito se nos atraviese en el camino.) Por culpa de Thomas de Quincey todos comemos opio. Por culpa de Baudelaire todos —flores del mal que somos— consumimos haschisch, ora fumado, ora ingerido en confitura. Admítelo: leer a Henry Miller te volvió misógino y los libros de Louis Fedinand Céline te hicieron mutar no sólo en misántropo sino en fascista. Un asesino asola la ciudad: eres tú, devenido M el Maldito, por culpa del influjo todavía más maldito del malvado Fritz Lang. Confiésalo: comes niños; la causa de tu trauma originario es una lectura temprana de Hansel y Gretel. No te escudes en tu falsa piedad: si no fueras tan asiduo lector de la Biblia, esa épica sensacionalista, no habrías emulado todos los crímenes que a lo largo de sus miles de páginas de papel cebolla se cometen. Sade está en el origen de tus múltiples parafilias sexuales. ¡Y cuidadito con leer la novela más célebre de Vladimir Nabokov o con ver las películas que Stanley Kubrick y Adrian Lyne filmaron a partir de ella! El resultado inescapable de dejarte contaminar por ese panegírico de la pederastia que es Lolita será una sed irrefrenable de desarrollar comercio ilícito y degradante con la nínfula a la que más confianza tengas. ¡Hijastras violadas del mundo, uníos! ¡Todas al auto de fe!”.
-
Más o menos éste sería el discurso que sostendrían a propósito de varias obras canónicas de la literatura y el cine los progres bienpensantes que se oponen a que se produzca una versión fílmica de la Memoria de mis putas tristes de Gabriel García Márquez. Por fortuna, no las han leído, no las han visto, no las conocen. (Y, para mayor sosiego y como dijo Don Teofilito…)

Dios (es decir Google) me libre-Nicolás Alvarado (El Universal/Ipinión 03/10/09)

Así fue como la libré yo aquella noche en que, habiéndome comprometido a que mi editora recibiera a la mañana siguiente un ensayo sobre el espíritu y la decadencia de la fotonovela (sólo a mí pueden pedírseme semejantes cosas… y es que acaso sólo a mí me interesen), me descubrí ante un problema grave: necesitaba citar un pasaje del Sobre la fotografía de Susan Sontag y, por más que rebuscara en mis libreros, no podía encontrar mi ejemplar. Lo había ¿prestado?, ¿perdido?, ¿soñado sin haberlo poseído jamás? Las 2 de la mañana es horario fértil para abjurar del trabajo y entregarse a la especulación autocompasiva; sin embargo, dado que había yo incumplido ya tres fechas de entrega y que la revista sólo esperaba mi texto para su impresión, debía actuar. Dada la hora, la opción de ir a comprar otro o la de despertar a un amigo para pedírselo prestado no parecía tener demasiado sentido. Entonces salió a mi rescate, por así decirlo, mi amigo imaginario. El geek que llevo dentro. El que juega con PhotoShop y con ProTools, el que se empeña en sincronizar una grabadora Sony y una Mac hasta que lo logra. Que es el mismo que, puesto en tan adversas circunstancias, no descansa hasta encontrar lo que busca en internet.
-
Me tomó varios clics y algunos cuartos de hora harto dificultosos pero, en algún sitio —lo lamento: no recuerdo ya el URL— di con una versión electrónica del On Photography anhelado. A precio exorbitante, sí —habré pagado 30 dólares por el PDF—, pero a fin de cuentas asequible en cualquier momento, y particularmente en ése.
-
Aquél fue el día en que me convertí en defensor, acaso a ultranza, del libro digital.
* * *
La anécdota es evidentemente previa al advenimiento de Google Book Search, el servicio del gigante de la informática que, desde 2004, escanea y publica en la red ediciones integrales de libros de dominio público y fragmentos no superiores a 20% de libros con derechos de autor vigentes. A la fecha, Google ha firmado a tal efecto convenios con las universidades de Harvard, Oxford, Stanford, Columbia, Cornell, Princeton y la Complutense —entre otras— y con las bibliotecas públicas de Nueva York, Bavaria y Lyon. Fue este último acuerdo el que moviera a escándalo en una Francia parcialmente refractaria a lo que muchos interpretan como colonialismo cultural y como amenaza a la supervivencia del libro y a las garantías del derecho autoral. Y fue justo tal escándalo el que ocupara la portada del diario Libération hace cosa de un mes, como habría yo de consignar antes aquí.
-
No falta razón a los críticos de Google Books: en efecto, la empresa no tenía derecho legal a la digitalización de muchas de las obras y ni siquiera a la publicación de fragmentos. De ahí que el Sindicato de Autores de Estados Unidos y la Asociación de Editores Estadounidenses la demandaran en 2005 y recibieran 125 millones de dólares para sus agremiados, a manera no sólo de compensación sino de validación. Creo, sin embargo, que las ventajas de la digitalización son superiores a sus efectos perniciosos y que si nadie ha podido arrebatar a Google el cuasi monopolio en este empeño —Microsoft lo intentó y terminó por desistir— es por falta de ingenio. Dijo Umberto Eco un día que internet es una gran biblioteca desordenada. Salve, entonces, el bibliotecario no sólo hegemónico sino originario. Pueda terminar su tiranía por la vía de la competencia democrática y no de la argumentación paranoica.

jueves, octubre 08, 2009

Los Temas de Castilla del Pino

Diario Milenio-Puebla (08/10/09)
---
A pesar de que Península/Atalaya editó estos Temas de Carlos Castilla del Pino, notable psiquiatra español y estudioso de la literatura y de la filosofía, es necesario siempre volver a él. Es, para decirlo con justicia, un profundo investigador del Hombre. Recuerdo a Castilla del Pino en la Capilla Alfonsina, dictando una conferencia sobre psiquiatría en el año de 1984 aproximadamente.
-
Los Temas de Castilla del Pino son entonces el hombre, la sociedad y la cultura. Nacido en 1922 en San Roque (Cádiz), falleció el 15 de mayo de 2009 en Córdoba. Es autor de una vastísima obra. Baste mencionar algunos de sus imprescindibles títulos: Vieja y nueva psiquiatría (1963), Un estudio sobre la depresión (1966), Cuatro ensayos sobre la mujer (1971), Patografía (1972), Teoría de la alucinación (1984) y su obra de ficción Una alacena tapiada (1991) y Discurso de Onofre (1999), entre otras muchas más.De acuerdo con el Wikipedia, Castilla del Pino fue alumno interno del Hospital Provincial de Madrid, en donde conoció al maestro de la Neurología germánica Manuel Paraita. Su brillante tesis doctoral “Fisiología y patología de la percepción óptica del movimiento” tuvo una enorme aceptación hacia 1947.
-
La mayoría de los ensayos que se reúnen en Temas se publicaron originalmente durante el transcurso de la década de los ochenta del pasado siglo XX, Temas que siguen siendo muy actuales. El libro es heterogéneo. Se divide en De hombres/ De literatura/ De ensayo y De sociedad.
-
Por razones de espacio, como es obvio, sólo me ocuparé de un par de ensayos que a los lectores de Castilla del Pino nos abrió a la conciencia de la vida cotidiana en su momento: las “paradojas de la novela” (que son precisamente quizá las grandes paradojas de la cotidianidad) y “El mito de la conciencia culpable”.
-
Aprendí por aquellos años lo que descifraba Castilla del Pino: la novela y el delirio son lo mismo, y sin embargo se distinguen por algo fundamental: “el novelista dice verdad, acierta; el delirante dice error, se equivoca”. El novelista hace ficción y el delirante –se dice– no hace ficción y, sin quererlo, hace ficción.
-
He reflexionado mucho en lo que escribe Castilla del Pino y he entendido cómo se da el proceso de “volverse loco”. La culpa, por otro lado, envuelve a los personajes de novela y a quienes son delirantes, sólo que quienes deliran ya no saben bien a bien qué es la culpa, tema que, como lo dice Castilla del Pino, no es sólo una constante en la tragedia clásica, sino también del “drama de la modernidad”.
-
El acto considerado culpable es, según el autor de Temas, deparador de preocupación. El sentimiento de culpa pertenece al ámbito de lo subjetivo. La transgresión de la norma deriva en culpa, y en la novela y en la vida cotidiana se hallará siempre ese sentimiento, a menos que se caiga en las garras de lo patológico, donde la culpa ya no es.

miércoles, octubre 07, 2009

"Contra la vida activa"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 07/10/09)

¿Se imaginan trabajar cuatro horas al día en lugar de ocho es una de las propuestas que en 1932 hace Bertrand Russell en su ensayo “Elogio de la ociosidad”, es la idea con la cual Rafael Lemus –colérico crítico literario y mejor ensayista que cuentista- abre su ensayo “Contra la vida activa”, round 9 de la colección Versus de Tumbona Ediciones.
-
Con una prosa ágil y confrontativa, Lemus invita al lector a analizar el sistema de vida con que se conduce día a día y le propone un cambio: descansar y buscar algo de paz debería ser lo esencial y trabajar como locos para ganar el pan de cada día. Inclusive el procurar un poco más de descanso nos haría personas más sanas en cada aspecto de la vida y abriría oportunidades a otros de obtener trabajo, pues si uno trabaja cuatro horas al día, otro, el desempleado, podría ocupar esas cuatro horas que restan para completar las ocho horas laborales que necesita la economía mundial para sobrevivir.
-
Cincuenta y tres páginas que son una clara protesta contra el trabajo en exceso, la rutina diaria y la falta de creatividad, pues a mayor tiempo de ocio mejor oportunidad para sentarse a crear una novela, un cuento, un poema, una canción o una pintura: para crear se necesita de disciplina, dedicación y para contemplar al mundo y su movimiento constante, sin duda se necesita de tiempo.
-
Un libro que no debe dejar pasar y que sin lugar a dudas lo hará reflexionar sobre el estilo de vida al que esta sociedad nos ha acostumbrado.
Ayer eran tus manos y labios
los que podía palpar con fineza.
-
Hoy es el olvido, la lejanía y la muerte,
lo que corta cada pensamiento y palabra
que me remite a tu recuerdo.
-
Cada ruptura es un fracaso;
cada fracaso, una muerte.

martes, octubre 06, 2009

El cigarri-yo

Diario Milenio-México (06/10/09)
---
Dejé de fumar el 28 de julio de 2003, a eso de las 2:35 de la tarde. Lo recuerdo perfectamente porque uno no termina una relación de 20 años por casualidad o sin consecuencias. Pero sobre todo lo recuerdo porque ése fue el último día completo que pasé en los Estados Unidos de América antes de emprender un regreso que terminó convirtiéndose, a pesar de mí o a sabiendas de mí, en El Regreso Mismo.
-
Fumar, ese gusto o esa adicción, es un verbo que encarna de maneras por demás físicas mi relación cambiante, paradójica, encontrada, con el vecino del norte. Fumar, la actividad biológica que consiste en colocarse un pitillo de tabaco entre los labios con el único fin de aspirar el humo para después expulsarlo, es, en realidad, una actividad social. Fumar, quiero decir, es política.
-
Fumaba antes de llegar y fumé todo el tiempo que estuve ahí. A pesar de o debido a que la actitud pública ante el cigarrillo se volvió más rígida y más policiaca con el paso del tiempo, nunca lo dudé. Yo era una fumadora y fumaría. Aún más: Yo era una fumadora Mexicana y, por lo tanto, fumaría. Categóricamente. La identificación nacional quedó así íntimamente ligada a mi cigarro. Yo sentía que los consumía a los dos, a la identificación y a la nacionalidad, incorporándolos a mi cuerpo, cuando el humo raspaba mi garganta, y que los dos se quedaban junto a mí, protegiéndome del exterior, cuando las madejas grises, elípticas, delgadas, danzaban alrededor de mi cabeza. Como bien lo dice Cristina Peri Rossi en ese largo obituario a su relación con el cigarro que es su libro Cuando fumar era un placer, el cigarrillo se convirtió en mi confidente, mi hermano gemelo, mi interlocutor, mi mano derecha, mi resistencia, mi manifiesto público, mi manera de estar afuera. El cigarrillo fue, ante todo, mi manera de enunciar, con cada una de sus letras, esa palabra que Emily Dickinson calificaba de salvaje: No.
-
No al cuerpo-máquina que promovían sus gimnasios.
-
No a la salud ficticia que defendían sus filosofías y sus clínicas.
-
No a las alarmantes fotos de pulmones ennegrecidos.
-
No a las pieles lozanas y los dientes blancos de los renuentes.
-
No a sus zonas prohibidas.
-
No al cuerpo intacto.
-
No.
-
No se me antojaba darles mi Sí.
--
Breve Cronología de un Amor Verídico:
-
1) Al inicio estuvo ese ligerísimo mareo que ocasionó la primera bocanada. Una especie de levitación. Esa manera casi imperceptible de perder el control.
-
2) Los amigos. Los otros. Los rebeldes. Los creadores. Todos ellos fueron llegando poco a poco, cigarrillo entre labio y labio, pidiendo fuego. Dándomelo.
-
3) Y el humo se elevaba en cuerpo y el cuerpo se volvía sólo humo. Así nacieron las letras. Abajo: una máquina de escribir. Arriba: la humareda.
-
4) Una larga historia dentro de una voluntariosa (y brevísima) falta de ortografía: cigarriyo.
-
5) I rest my case.
-
Cuando dejé de fumar, cuando el cigarriyo se transformó en un cigarrillo, incluso en un simple cigarro, estaba enferma. Padecía de todo: me dolían las nubes y las vocales y los bosques y las rodillas y los anteojos y el sereno y los horarios y los murmullos y la falta de voz. Me dolía el esqueleto. Me dolían las uñas y el cabello y el océano. Me dolía todo lo que no tocaba México. Sabía ya que regresaba: un año sabático interrumpía, de manera por demás azarosa, un viaje de demasiados años. Y fue en ese momento, cuando decidí cruzar justo por el centro del gran aro de la palabra No, retándola de hecho, que dejé de fumar. Abandonaba así una larga historia de amor verídico e iniciaba una inverosímil historia de amor con el Sí. El mío.
--
El regreso.
-
De eso hace aproximadamente un año y seis meses. Todavía lo sostengo con cierta frecuencia entre los dedos. Nunca dejo de aspirar su aroma cuando alguien lo consume cerca. Me continua subyugando la atmósfera enrarecida que produce a su alrededor. Aún lo describo como elegante, alegre, balsámico. Lo sigo queriendo mucho, mucho, mucho, quiero decir. Lo querré hasta el último de los últimos de mis días. Lo sé bien. Pero cada que estoy a punto de ceder, cada que casi estoy a punto de encenderlo, cuando ya toca mis labios con su misma escandalosa caricia, recuerdo lo muchos años lejos y, de la manera más callada, de la más firme también, desisto de mi locura o de mi esfuerzo.
-
En un país donde todo mundo fuma, dejar de fumar, por cierto, me ha ayudado a seguir diciendo, enfáticamente, No.
¿Para qué despertar si lo único que hallaré es una vida inmensa,
llena de farsantes, enmascarados y soñadores como yo?
-
¿Hasta cuándo las certezas?
-
¿Para qué escribir si cada palabra se llena de ausencia
y camina a la nada?
-
¿Hasta cuándo la corporeidad?
Pienso en el silencio, inmenso,
áspero, que a veces miente
como los labios de la mujer
y las canciones de cuna.
-
No hay noches felices,
ni dulces sueños.
-
Sólo ganas de no despertar.

lunes, octubre 05, 2009

Tartufos contra Polanski

Diario Milenio-México (05/10/09)
---
Repulsión por los buenos
-
Hasta donde recuerdo, no había ni cumplido los siete años y ya odiaba el realismo infantilista. O sería tal vez que sentía algún pudor ante la perspectiva de unirme al entusiasmo manadero cuando el vaquero bueno derrotaba a los malos de la película. Ese coro de vocecitas gritonas me parecía del todo abominable, pues no sólo me sustraía de la trampa tendida por la pantalla, sólo para instalarme de regreso en la impotencia propia de los años niños, sino además —y esto era inaceptable— contribuía a promover a la niñez como esa etapa bemba de la vida donde se cree uno cuanta patraña escucha y no es capaz de pensar por su cuenta. ¿Cómo explicar delante de ese coro de alaridos ovinos que el vaquero del copete impecable nada tenía que hacer contra el matón zaparrastroso por cuya causa el drama cobró cuerpo y sentido? ¿Cómo era, por cierto, que una vez terminada la película, con las luces prendidas, resultaba que entre los hinchas del vaquero bueno se distinguían los niños bravucones y fantoches? ¿O sería que los rufianes del mundo real sólo se hacían amigos de gente decente cuando ésta provenía de la ficción? ¿Cuántas veces no quise apasionadamente que ganaran los forajidos, nomás para callar a los gritoncitos?
-
Nunca ocurrió, en aquellas funciones infantiles, que ganaran los malos, o al menos consiguieran escapar a su sino ejemplar. Y eso me parecía no solamente injusto, sino irreal, tomando en cuenta que no pasaba día sin que escuchara a alguno de mis mayores hablar pestes de los villanos del gobierno, que por supuesto siempre ganaban. Ya en la vida doméstica, los malandros eran aquellos motociclistas de tránsito amables y enguantados, cuyas buenas maneras anticipaban una mordida de burro en el presupuesto familiar. Los oía proferir toda suerte de cortesías rebuscadas, y un instante más tarde ya me torcía de risa escuchando a mi padre mascullar una larga retahíla de adjetivos que solía comenzar por algo así como desgraciado ratero. Y fue así, metiendo las narices entre los adultos, como años más tarde leí la siguiente declaración: En mis películas, el héroe es un perdedor.
--
Rehén de la moraleja
-
Hasta hoy, no me pierdo una sola de esas películas, acaso porque todavía las encuentro ideales para cortar de tajo el griterío de la hinchada barata. Polanski no me miente y se lo agradezco. Ya sea porque el vampiro logra al fin contagiar a sus cazadores, porque el abuelo incestuoso y triunfante rodea con sus brazos a la hija-nieta como a un trofeo lerdamente codiciado, o porque ya la espeluznante hostilidad de los vecinos convenció al hombrecillo de suicidarse por segunda vez, sus historias ocurren allá por las antípodas de la buena conciencia, donde no queda ni un retazo de Spielberg que nos rescate de la sospecha de habitar un mundo absurdo e imposible, repleto de adefesios repugnantes y aún así plagado de belleza siniestra y entrañable. ¿Y qué de raro hay, así las cosas, en que los peores monstruos de la filmografía polanskiana sean personas de apariencia tan convencional e inofensiva como el niño que aplaude al vaquero durante una insufrible matiné escolar? ¿Deberían los hinchas de la norma dar por buenos exhibición y escarnio semejantes?
-
No es un secreto que lo más parecido a sus películas es la vida del propio Roman Polanski. Fatalmente, sus acusadores y perseguidores —al principio los nazis, después los comunistas, más tarde los pastores del Public Eye— son no menos grotescos que los fantasmas de la Deneuve en Repulsión. Y ahora que una vez más los sueños chocarreros del señor Trelkovsky cobran forma en el súbito rigor de burócratas oportunistas, arbitrarios y multinacionales, también es de rigor que una vez más se lancen miles de carroñeros entusiastas a comerse un pedazo del irredento favorito de la zopilotada. Violador, ya lo apodan, y hasta exigen que se le aplique la ley como a cualquiera. Como si los problemas legales de cualquiera se ventilaran en la prensa internacional, decenas de políticos sacaran raja de sus incidencias y el juicio fuese inmune a ese circo podrido que recuerda al de El extranjero de Camus. Condenado al ejemplo por el crimen de no ser ejemplar.
--
Privilegio y estigma
-
No sería exagerado suponer que gran parte de los asiduos a los pequeños y grandes festines que ocurrían en la casa de Jack Nicholson fueran en su momento libertinos, o al menos liberales, pero de ahí asumirlos como violadores hay la distancia que separa a La lista de Schindler de El pianista. En todo caso nadie solía llegar a la concurrida mansión sin saber lo que adentro le esperaba. Consumir chochos duros y meterse a la tina con quién sabe qué gente no eran, por cierto, prácticas extrañas, sino —cuentan— la regla. Eso sí: nunca se supo de alguien que llegase hasta allí por la fuerza. Ahora que si se trata de costumbres licenciosas —y ojo: vigentes— no estaría de más preguntarse cómo ha logrado Charles Manson grabar discos, venderlos y alimentar su base de fanáticos desde la prisión. A juzgar por la furia persignada de sus detractores, se diría que el director de Tess no es menos peligroso para la sociedad que el asesino intelectual de su esposa.
-
No sé qué esperaría un hijo de vecino del privilegio de ser juzgado por un especialista en celebridades —digamos Elvis Presley, Marlon Brando, Cary Grant— de pronto atento menos a las evidencias que a los vaivenes de la opinión pública. Amante de las puestas en escena, el juez Laurence Rittenband asignaba papeles a las partes de acuerdo con su precisa conveniencia, de forma que ya el juicio en sí no era sino una farsa concertada cuyo autor insistía en ser protagonista. Sin ir más lejos, hace pocos días que el entonces fiscal se dijo mentiroso, por segunda vez. Mal podría decirse que el fugitivo de una mala parodia de juicio no haya sido tratado y maltratado en especial por causa de su fama y su carrera. Pero no hay una ley que impida convertir un juicio en el escaparate del público ejemplo, y al acusado en carne de picota. Por eso digo que algo huele a podrido. Parece ser que hay fiesta donde los zopilotes.