viernes, agosto 07, 2009

De regreso

Salí de vacaciones por unos días, me desconecté de todo. Por fin vuelvo, pero mañana en la bitácora escrita ex-profeso a la partida de Carmen, podrán leer los detalles.

La conspiración de acuario

Diario Milenio-Puebla (06/08/09)
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Escrito por Marilyn Ferguson hacia 1985, el proyecto del libro La conspiración de acuario tuvo una inesperada cantidad de lectores. Los más de 500 mil ejemplares vendidos en Estados Unidos, aparte de su traducción a siete idiomas, dan testimonio de su éxito y de sus reediciones. Pudiera pensarse en lectores que necesitaban un asidero momentáneo a la vida. La versión castellana es de la editorial Kairós y cuenta con un prólogo de Salvador Peniker.
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Como se puede deducir por el propio tema, el material que preparó y editó Marilyn Ferguson (lleva por subtítulo “Transformaciones personales y sociales de este fin de siglo”), estuvo planeado y pensado para los lectores que entraran, sin importar la mucho la edad, a la experiencia de “comenzar a vivir el XXI”. Quizá era el propósito adentrarse a una experiencia con una anticipación de veinte años. Del tema, en su momento (ya han pasado casi diez años) se habló demasiado.
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De acuerdo al autor del prólogo, la idea que finalmente animó a Ferguson fue la aparición de un nuevo lenguaje utópico que tomara en cuenta (o que por lo menos no lo hiciera a un lado), el legado de la ciencia y de la mística.
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Por supuesto que el trabajo de Ferguson (no sé si haya una edición reciente de este libro), logró transformar la mentalidad de muchos de los sus lectores al cambiar su sistema de valores: “sobrevivir en una época de aceleración sin precedentes”.
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Marilyn Ferguson es autora de otro título que, al igual que La conspiración de acuario, también tuvo un éxito inmediato: La revolución del cerebro. En síntesis: la tesis de Ferguson es que las etapas de la transformación son muy difíciles dada la resistencia neurológica que los hombres oponemos siempre. Este libro es un pequeño peldaño para tratar de dejar a un lado esa resistencia. Sin embargo, sigue existiendo el miedo al cambio.
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Leo en la cuarta de forros que “La conspiración de acuario agrupa a millones de personas que están cambiando a la sociedad a través de su propio potencial humano”. Yo sólo he querido dejar aquí la referencia, me cuesta adentrarme al método. Debe existir la disposición de la gente hacia una actitud de exploración. Es el compendio de los cambios personales y sociales que habrá de presidir nuestra entrada el siglo XXI. Y de eso ya han pasado diez años, casi. Aún no es tiempo, pienso, de evaluar los logros. Sólo los casos muy aislados algo nos arrojan. Pero aquí está la referencia y el temor al cambio (lo dicen los psicólogos clínicos) aún se manifiesta casi en todas las personas. Finalmente, admite Ferguson que en La conspiración de acuario se da una lucha en todos los frentes contra la entropía: “buscamos lo improbable y queremos el azar”. Útil sugerencia, difícil para los hombres del XXI. La gran paradoja de los psicoterapeutas: ¡cámbiennos, no se atrevan a cambiarnos!

Bajo el cielo del Narco

Diario Milenio-México (04/08/09)
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Tuve buenos amigos durante la posadolescencia. Eso lo sabía entonces, en efecto, cuando se trataba de descubrir el mundo e irse a cualquier extremo (especialmente los menos pensados), pero lo sé cada vez más ahora, cuando me descubro citando sus palabras a la menor provocación. Uno de esos memorables amigos posadolescentes dijo alguna vez, por ejemplo, “no es raro que no exista, sino que exista, ¿no crees?”, con la pluma en la mano izquierda y la mirada perdida detrás de una nube gigantesca. Se refería al amor, por supuesto, fenómeno contra el cual escribíamos en ese entonces un largo manifiesto foribundo. La idea había empezado, como tanto en esa época, a raíz de un sesudo chiste. Nos molestaba la cursilería amorosa. La manera en que los nuevos amantes orquestaban los desplantes de su posesión nos causaba una especie de alicaída conmoción interna. La doméstica actitud resignada que emergía de hombres y mujeres hasta hacía poco independientes y activos, nos dejaba sumidos en largos trances metafísicos. La repetición cansina de los gestos y las palabras nos condujo a la parodia y, de ahí, entre risas, a la redacción del manifiesto aquel, todavía inédito. La pausa dentro de la cual se produjo la frase (“lo increíble es que siga existiendo”) fue sin duda uno de esos raros momentos que con frecuencia tacho de epifánicos. En efecto, a pesar de que la crítica contra el amor como lo veíamos existir frente a nuestros ojos era precisa y necesaria y vitrólica, los dos tuvimos la suficiente cantidad de autocrítica como para inclinar la cerviz y aceptar lo inaceptable. Maravillados.
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La frase vino a colación no hace mucho, leyendo las noticias sobre las sangrientas prácticas del narco en la frontera norte del país. Un día antes había cruzado la frontera de nueva cuenta, internándome en los terrenos de esta plaza que, según los diarios, se sigue peleando el Teo, alias El Tres Letras. Recordé que mis amigos (que siguen siendo, por cierto, amigos posadolescentes) ya no salen tanto como antes, prefiriendo las reuniones en domicilios particulares para así evitar, de ser posible, las balaceras. Se me vinieron a la memoria también las tantas y tantas historias que involucraban el secuestro del primo, o del nieto, o del padre. Vi una vez más los ojos preocupados; los puños enhiestos; los rostros ajados. Bajé la velocidad, como me era indicado con un ademán de mano, frente al retén militar que hace cinco años, cuando dejé esta ciudad fronteriza, todavía no se encontraba en el camino que utilizo para llegar a casa. Volví a bajar la velocidad cuando pasó a mi derecha y a toda prisa el convoy de cuatro camionetas con logo de la policía: las sirenas en alto, las luces rojas. ¿Así que esto es vivir en el imperio del narco?, me dije, más que preguntarme. ¿Así que así se vive en estado de sitio? ¿Así que esto era la guerra?
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Cuando finalmente llegamos a casa, nos aseguramos de cerrar bien las puertas. En voz sospechosamente baja, como si temiéramos las represalias de los fantasmas, nos dimos a la tarea de repetir todos los lugares comunes de la plática norteña: la desaparición del amigo del amigo; los truculentos detalles que animan las vidas de los secuestradores: su falta de empatía, su crueldad sin límites, la forma de su trabajo; el miedo que provoca que el vecino se asome a la ventana para ver, y que lo anima también a correr la cortina una vez visto lo que alcanzó a ver; la corrupción de una policía que está, a todas luces, al servicio del narco y no del estado; la corrupción de los políticos. La muerte que, en efecto, tiene permiso. Fue en ese momento que aquella frase epifánica provocada por los modos vulgares del amor vino a la memoria, aunque algo tergiversada (ahora diríamos: intervenida). Después de los miles y miles de muertos que ha producido una guerra iniciada por voluntad presidencial, y sin el permiso de la sociedad, desde 2006, lo raro no es que no exista una sociedad civil organizada y presta a ponerle el límite a una clase gobernante a todas luces inepta y torpe, sino que todavía exista. No es para nada extraño que una buena parte de la sociedad lúcida y pensante haya decidido anular su voto, sino que otros, los más, sigan apostándole, a través del mero acto de ir a las urnas, a la democracia. No es inusual que el miedo nos paralice, sino que también, a veces, provoque las ganas de hablar, y de hacerlo en el volumen más fuerte. No es rara la crueldad, aunque en estos lares y con la cifra de feminicidios creciendo en Ciudad Juárez y otros sitios de la república alcance límites casi impensables, sino que, en ocasiones, no exista.
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Eso pensaba exactamente ayer cuando, al desayunar en una pequeña taquería tijuanense (es decir, de Sonora), vi llegar a una pareja de adultos, recién bañados ellos, tomados de la mano. Eran amantes, eso se les notaba a la legua, puesto que se miraban de ése modo (y por amantes quiero decir que era evidente que conocían sus cuerpos, no que fueran necesariamente adúlteros). Y, mientras consumían sus alimentos, hablaban en el tono bajo que remite a la intimidad compartida. Se trataban, además, con cortesía. Se daban las gracias. Si mi amigo posadolescente y yo los hubiéramos visto entonces, cuando se nos vino a la mente la idea desparpajada del manifiesto contra el amor, seguramente habríamos escrito otra cosa. Lo raro, en todo caso, me dije en ese momento, no es que bajo el cielo del narco siga creciendo la saña y la muerte, la corrupción y la crueldad, sino que existan estos dos, aquí, recién bañados, prodigándose el uno al otro con los gestos siempre inéditos, siempre irrepetibles, siempre transparentes, de algo que, si fuera un poco más valiente, llamaría ahora sí, con todas las de la ley, amor.

lunes, agosto 03, 2009

La vileza positiva

Diario Milenio-México (03/08/09)
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Bendiciendo el desdén
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Hay palabras que ansían ser corrompidas. Esas que todo el mundo sabe positivas, de manera que una vez aplicadas sirven para encubrir cualquier turbiedad y suscitar aplausos más o menos unánimes. No vayamos más lejos, “positivo” compite con ventaja entre los adjetivos más corruptos del diccionario. Hoy día puede uno darse a propagar aberraciones de ínfima ralea y absolverse colgándoles el término de marras. Si antiguamente las buenas conciencias encontraban normal el ejercicio cotidiano de discriminar, quienes hoy las condenan y a su modo reemplazan encuentran por lo menos reconfortante ponerse a la vanguardia de la discriminación positiva. Creen, angélicamente, que aplicar las recetas más deleznables en el nombre de los mejores propósitos puede resolver otros problemas que los de su conciencia perezosa.
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Vayamos ahora lejos: Europa. Abundan por ahí las buenas intenciones hacia Latinoamérica. O mejor, los deseos positivos, que en varios de los casos no son sino una forma en apariencia tersa, si bien no tan sutil como ellos piensan, de discriminación común, corriente y mentirosa. A espaldas de los límites que solían poner los viejos discriminadores, los positivos son generosos en permisividad. De ahí que cuanto les parece del todo inaceptable en sus países, lo encuentren necesario ahí donde, suponen con candor, toda la situación del subdesarrollo plantea prioridades y métodos excepcionales. Una manera fina y educada de relegar al otro a la barbarie y dar por solventada la cuestión. Pues al fin no se trata de arreglar otra cosa que las tribulaciones histriónicas del discriminador positivo, de quien nadie dirá que es un insensible. El problema de las buenas conciencias es que no pueden con su malestar, les urge resolverlo para volver a su estado de gracia. Y eso, a los sátrapas de este lado del mar, les viene como bala en el revólver. Allá nadie quisiera saber nada de bombas y pistolas informales; a menos que la pólvora truene de este lado, en cuyo caso no faltará la justificación positiva: discriminación pura y además bendecida.
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2
Excepciones sudacas
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“Hay que darles en la cabeza y continuar hasta acabar con ellos”, declaró, nada más aterrizar en Palma de Mallorca, Juan Carlos de Borbón, en referencia a ETA, que ya pocos se tocan el corazón para reconocer en ella a una simple banda de asesinos. Y el problema tal vez no esté en que sean matones, sino que están muy cerca. Por eso nadie salta cuando el rey emplea términos que en otras circunstancias serían privilegio de terroristas. ¿Cuántas veces no habrán hablado los etarras de darle en la cabeza al soberano español? ¿Quién tiene tiempo ahora, con los verdugos en pie de guerra y un par de muertos frescos ahí tendidos, de apelar a la corrección política? ¿No es cierto que para eso está Latinoamérica, o África, o cualquiera de aquellas aldeas distantes donde los asesinos liberticidas se llaman combatientes de la libertad y hacen lo suyo en nombre de algún rebaño abstracto al que con puntería de tirano han apodado pueblo?
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No imagino siquiera cómo reaccionarían sus connacionales si un día de estos al presidente Rodríguez Zapatero se le ocurriera declarar a España un “estado proletario”, pero supongo que para hacerlo cierto tendría que secuestrar canales, estaciones y periódicos, penalizar la crítica y asumir el control total del gobierno. Todo ello a lo largo de unas cuantas horas, pues más de eso difícilmente duraría en el cargo. Y ya entrados en fantasías extremas, valdría preguntarse qué opinaría Miguel Ángel Moratinos, en su papel de ministro español de asuntos exteriores, de enterarse que el gobierno de Sarkozy brinda protección y armamento a ETA. O que ETA financió la campaña de un gobierno portugués hostil a España, en cuyo territorio los etarras se mueven como en su casa. Todas ellas suposiciones no sólo inverosímiles, sino inclusive estúpidas y por supuesto fuera de contexto. ¿O es que nos olvidamos de que esas desmesuras sólo están bien para los sudacas?
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3
De terror a terror
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Como habitante de Latinoamérica, no sólo no agradezco la permisividad de las buenas conciencias europeas, sino que la rechazo como a un pan con veneno. Entiendo que para llamar su atención, de ordinario ocupada en asuntos centrales y distraída de los periféricos, cuenta menos vender razones que folklore. Afortunadamente, no ando vendiendo nada. Dejé la canastita con la vendimia en la aldea donde vivía con mi tribu, esperanzados en el advenimiento del próximo caudillo regañón que nos sume al rebaño y nos redima en el nombre de aquellos disparates que entre los europeos del siglo XXI ya sólo invitan a la carcajada franca o la simpatía hipócrita. Me abruma, ciertamente, su buena voluntad, pero al final observo que ésta es más útil para matones y mandones, que acá pueden seguir cometiendo a placer —apoyados, de pronto, por entidades públicas y hasta gobiernos— las mismas tropelías por las que allá les darían duro y a la cabeza. ¿Y si fuera mejor para todos que en lugar de albergar tantas ideas pías fueran a confesarse de una vez?
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Hoy día, el ministro Moratinos trabaja activamente para fortalecer sus lazos con el gobierno de Hugo Chávez, en cuyo futuro invita a confiar, calculando tal vez que durará por proletarias décadas. Lo de menos es que éste persiga, embargue y criminalice a los inversionistas españoles, si lo que busca el optimista ministro es entenderse bien con el caudillo y hacer negocios de poder a poder. Lo de menos, también, es que hasta el mismo rey conozca en carne propia las bravatas del fanfarrón de rojo, o que se multipliquen las evidencias de su amplio compromiso con el terrorismo. Tal como la censura franquista dispensaba de sus atentos cuidados a cuanto libro viajaba hacia Latinoamérica, los bienpensantes de hoy duermen tranquilos en la creencia de que ciertos derechos básicos en Europa son en nuestros países privilegios burgueses intolerables. Si ellos tienen —y vigilan de cerca— a Zapatero, Merkel o Sarkozy, nosotros bien podemos contentarnos con el primer espíritu gemelo de Ahmadineyad que sepa calentar el odio del rebaño y vigilar cada uno de sus movimientos. Si esto no es asquerosa discriminación, ETA y sus abertzales son un club de filántropos.