sábado, agosto 15, 2009

Contra el sacrificio de las focas en Canadá

Diario Milenio-Puebla (13/08/09)
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Cuando comencé a escribir las primeras páginas de un minutario, di cuenta de una noticia que transmitió en su programa nocturno López Dóriga y que trataba de lo que él mismo llamó “la matanza anual” de las focas del Canadá. En realidad esas escenas me resultaron repugnantes: sobre el hielo la sangre se derramaba con mayor intensidad y en los ojos de las focas se veía la perturbación y la proximidad de la muerte. Decía Coccioli que los animales han ganado el cielo, porque no saben que van a morir. Por esa expresión de las focas, ante unos hombres armados diestramente con un piolet, pienso que ellas sí intuían su muerte.
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Eso (palabras más, palabras menos) fue lo que escribí aquella vez y lo dejé en el registro de ese minutario que al final y luego de pensarlo bien, decidí eliminar de mi ordenador con un simple supr, aunque aún desconozca la verdadera razón.
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Ahora de nueva cuenta atrapo el tema porque, a fuerza de familiarizarla –los medios juegan un papel importante—, la gente cada vez ha perdido la sensibilidad ante este hecho atroz y pueden verlo y comentarlo sin que algo se mueva en lo más mínimo dentro de sus conciencias. Incluso las autoridades de Canadá argumentan que se permite la caza de focas, porque éstas son una plaga. Y cada año los medios electrónicos vuelven a dar la noticia de manera tan normal como anunciar un jabón o un medicamento contra la gastritis.
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Retomo además el tema, ya que “Prensa Anima Naturalis” había dado la noticia de que el pasado domingo 9 del presente, aprovechando la visita del primer ministro canadiense a México, ellos mismos como los miembros del PETA (Personas por la Ética en el Trato a los Animales), seguirían al primer ministro canadiense Stephen Harper, en el Consulado de Canadá, World Trade Center, portando letreros que con leyendas como ésta: “Sr. Harper: Detenga la matanza de focas en Canadá”.
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El objetivo, como lo señala la nota, es “que Harper use su poder para que se ponga fin a la matanza anual de focas en Canadá, la mayor masacre de animales marinos del planeta. Durante la matanza, miles de crías de focas reciben disparos o violentos golpes en la cabeza. Los cazadores de focas las enganchan por los ojos, los cachetes o la boca para no estropear su piel. Entonces las arrastran por el hielo, a menudo mientras los animales aún están conscientes. Muchas son muy jóvenes como para escaparse nadando de sus atacantes, y las matan delante de sus madres”.
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Es muy desagradable, como el lector lo puede suponer.
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Pero en un mundo donde (como lo ha dicho José Luis Durán King) el hombre es el mejor depredador del hombre y a diario se registran noticias violentas como la del pozolero y otros asesinos seriales, ¿qué representa la matanza de las focas en Canadá? Es indignante.

jueves, agosto 13, 2009

Las neo-Camelias

Diario Milenio-México (11/08/09)
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"Antes, por lo menos, respetábamos a los niños y las mujeres”, le dice Don Epifanio Vargas —un narco vuelto político— a Teresa Mendoza, la futura Reina del Sur en la famosa novela de Pérez Reverte. Recordarán los que leyeron este libro a inicios de 2008 que Teresa Mendoza no era todavía la empresaria que logró establecer un imperio ilegal en la boca del mediterráneo, sino sólo la novia —que no la buchona— del Güero Dávila, un piloto al que por haber querido pasarse de listo se lo tronaron en plena pista de aterrizaje. Don Epifanio, fiel a su palabra, le proporciona a Teresa los contactos que la ayudarán a evadir la venganza del narco, aunque ya para entonces ha pasado por la violación de rigor y la persecución a salto de mata y el clásico encañonamiento en la sien. De ahí que el “antes” que pronuncia Don Epifanio Vargas cuando medita sobre la posibilidad de ayudarla salga de su boca con un pesado dejo de nostalgia. Antes, eso parece estar diciendo, la cosa era entre machos. Antes se respetaba, parece colegirse como resultado lógico luego entonces, a las mujeres y a los niños. Algo, pues, debió haber cambiado mientas tanto.
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Es de presumirse entonces que sólo en ese mítico “antes” pudo haber existido un personaje como Camelia la Tejana, aquella mujer que inmortalizaron Los Tigres del Norte en el corrido “Contrabando y Traición”, la canción, sin duda, de 1971. A la luz de noticias que incluyen el decapitamiento de una porrista (edecán) tijuanense, quien presuntamente tenía lazos sentimentales con hombres del narco, resulta difícil creer e incluso seguir la historia del romance entre Camelia y Emilio Varela. Como se recordará, Emilio y Camelia se hicieron amantes mientras lograban cruzar una carga de “yerba mala” a través de la frontera entre México y Estados Unidos. Una vez conseguida la misión, y sin miramiento alguno, Varela le da su parte del negocio a Camelia, aconsejándole que rehaga su vida mientras él se prepara para regresar a su casa, con su mujer, “el verdadero amor de su vida”. Unos 30 años después, es difícil imaginar siquiera una despedida tan civilizada entre integrantes del narcotráfico. Ahí está, por ejemplo Emilio Varela, invitando a Camelia a continuar en otro sitio, y sobre todo con otros, la vida que merece tener. Y ahí está, sobre todo, Camelia que en lugar de conformarse con las condecoraciones femeninas del narco (joyas, coches, viajes) tiene a bien vengarse a sí misma (“sonaron 7 balazos”, dice la canción) y, además, quedarse con la totalidad de la carga que había ayudado a pasar. Las Camelias de ahora no suelen ser así. Todo parece indicar que el amor en los tiempos del narcotráfico tiene nuevas reglas.
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Una década después del apogeo del corrido de Camelia, aunque todavía en ese “antes” mítico que pronunciaba Don Epifanio Vargas, existió también Sara Cosío Vidaurry, la novia (supuestamente secuestrada) en compañía de quien capturaron a Rafael Caro Quintero, uno de los capos más poderosos del narco durante la década de los 80. Descrita por su padre como una joven “de carácter muy fuerte”, la hija de una familia bien de Jalisco sólo tenía 17 años y estudiaba el bachillerato en el momento de la captura en 1985. Que Sara Cosío haya sobrevivido al romance con el capo que fue a dar a la cárcel y contra el cual ella declaró, es sólo otra prueba que las reglas de “antes”, en efecto, pudieron haber sido distintas.
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De “antes”, aunque también de ahora, son las así llamadas buchonas, esas mujeres bellas y de poca educación que acompañan a los hombres del narco en coches último modelo, portando joyas ostentosas y luciendo su físico. Una especie de “esposa trofeo”, aunque sin el estatus civil incluido. Una especie de paloma que “ostenta un volumen de pecho exagerado”. El ejemplo más contemporáneo es la tristemente célebre Miss Sinaloa 2008, Laura Elena Zúñiga Guisar, la joven mujer que andaba en compañía de Ángel Orlando García Urquiza, presunto operador del cártel de Juárez, cuando lo capturaron con armas y miles de dólares en su haber. Tal vez “antes” ella no habría terminado en la cárcel, pero ahora así fue. Habiéndose desempeñado como modelo de una agencia, Laura Zúñiga había hecho notar con anterioridad la poca remuneración del oficio (lo más que llegó a obtener por un trabajo hecho para la compañía Pepsi fue un salario de 40 mil pesos, cuando el promedio era de 2 mil pesos por pasarela), además de la marcada discriminación en favor de extranjeras en el medio. Quejas similares contra la falta de empleo y los bajos salarios fueron asociados a la profesora de literatura de la Universidad Autónoma de Baja California, Alejandra González Licea, cuando fue capturada mientras recaudaba dinero del narco en Tijuana. De buchona a profesora de literatura, es claro que las neo-Camelias se han diversificado.
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De ahora, y definitivamente no de “antes”, fue la noticia del asesinato brutal de Adriana Ruiz Muñiz, la modelo y edecán del equipo de fútbol de primera división A, Xoloitzcuintles, propiedad de la familia Hank, quien se presume sostenía alguna relación de tipo sentimental (así se dice) con gente del Teo, o incluso con el Teo mismo, el capo que se pelea la plaza de Tijuana. Ejecutada por encargo, torturada y decapitada cuando aún estaba viva, el cadáver de Adriana Ruiz es tal vez la prueba más obvia de los cambios ocurridos en las relaciones que se establecen entre los hombres del narco, por un lado, y las mujeres y los niños, por otro. ¡Qué lejos estuvo esta neo-Camelia bajacaliforniana de imprecar a su Emilio Varela! Menos como Teresa Mendoza y más como las anónimas mujeres asesinadas tanto en Ciudad Juárez como en otras ciudades de un país en guerra, las neo-Camelias como Adriana Ruiz confirman que en el paso de la mariguana a la cocaína y luego a la heroína, con guerra presidencial de por medio, las jerarquías del género del narco son cada vez más mortíferas.

miércoles, agosto 12, 2009

Una invitación, una.


"¿Quién dijo que la risa es ajena a la literatura? "-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 12/08/09)

Caro lector, Anagrama se encuentra celebrando cuarenta años de editar en español a los mejores escritores a nivel mundial, desde Sergio Pitol hasta Trino Maldonado, de Vladimir Nabokov a Nick Hornby. Cualquiera que se haya acercado a algún libro publicado por Anagrama sabe que por calidad literaria no se puede quejar.
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Jorge Herralde, fundador y editor de Anagrama –como sabrá la mayoría-, es un enorme lector riguroso y exquisito, combinación que, probablemente, ha hecho enorme a esta editorial.
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Herralde para celebrar su pasión por la lectura y la edición, Herralde comparte con sus lectores “El mejor humor inglés”, una antología que reúne a algunos escritores pertenecientes al catálogo de la editorial: P. G. Wodehouse, Saki, Evelyn Waugh, Tom Sharpe, Roald Dahl, Alan Bennett. Julian Barnes, Martin Amis, Ian McEwan, Douglas Adams y Nick Hornby. Once escritores de categoría. El Manchester United del humor inglés, quizá no estén todos los que el lector quisiera, pero aparecen los que tratan con mayor fineza el humor, porque para escribirlo hay que tener tino y calidad.
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“El mejor humor inglés” reúne pequeñas muestras literarias de alguna obra representativa de cada autor. Hay humor de todos los colores y sabores: Wodehouse nos regala un humor transparente, puro; Waugh se va por el lado de la ironía; mientras que Sharpe mezcla la ironía con el humor límpido; Dahl en cambio opta por el humor negro; por otro lado están Amis y McEwan que trabajan el humor más complicado –acaso el más delicado-, aquél cuya carga sexual es amplia y pudiera parecer ofensivo para algún lector, por ejemplo McEwan relata cómo un joven intenta iniciarse sexualmente con su hermana (que aún juega a las escondidillas), insisto de entrada la escena pareciera espeluznante, pero la belleza con que es tratado el tema a lo largo del texto es una muestra de que siempre puede escribirse sobre lo más escabroso y salir bien librado. Un humor más juvenil, vendría a ser el producido por Adams y Hornby.
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Particularmente este libro ha sido un disfrute tremendo, pues a todos los escritores antologados por Herralde sólo los conocía de nombre y jamás me había acercado a ellos ya por falta de tiempo, ya por desconocimiento. Sin duda es un buen libro para acercarse a este tipo de escritores, pues cumple con el objetivo: te deja con ganas de leer más.
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Quien pueda conseguir el libro será un afortunado, debido a que es una edición no venal.
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Bienvenido sea, querido lector, al último empuje del año. Ánimo que si los mayas no fallan, en el 2012 este mundo cambiará, probablemente desaparezcamos y nos matemos los unos a los otros, ya de forma descarada. Disfrute la vida de aquí a esa fecha, mientras tanto seguiré leyendo para continuar entregando estas pequeñas reseñas, que espero disfrute.
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Fugaz invitación
La fuga literaria y Profética tienen el placer de invitarlos a la presentación de la novela “Los esclavos” de Alberto Chimal, publicada por Almadía. El día es jueves 13 de agosto y la hora 7:00 PM. Acompañarán al autor Sheng-li Chilián y Jaime Mesa.

lunes, agosto 10, 2009

La cultura del botón

Diario Milenio-México (10/08/09)
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Favor de oprimir play
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No sé de otro adminículo que lo eche a uno tanto a perder como el botón de mando. A veces, cuando me hago guiar por ese oscuro instinto paranoico sin cuya intervención la vida sería tanto menos sinuosa y atribulada cuanto más rectilínea y aburrida, imagino a una turbia cuadrilla de ingenieros electrónicos dando forma a un complot para hacer del usuario un ignorante supino y un perfecto inútil, a fuerza de poner en sus garras —que de puro habituarse a oprimir botones irán dejando atrás su calidad de manos— un menú de botones, mismos que le darán la sensación falaz de controlar al mundo desde un sofá. Cada día son menos, se angustia uno de pronto, los mortales que entienden qué pasa exactamente cuando oprimen un cierto botón. Pues si ya el solo empeño de leer el instructivo del infecto artefacto parece de antemano tan atractivo como un curso relámpago de sánscrito, la idea entender sus entrañas y mecanismos suena a proeza digna de mentes alquimistas. Ya entrado en los dominios del sci-fi, me entrego a imaginar a los citados cuatro malvados ingenieros soltando risotadas nihilistas porque en uno de los millones de aparatos lanzados a la venta está el botón que acciona el fin del mundo. Nada más el usuario apriete la opción power, el universo entero volará en pedazos.
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Me explico: crecí oyendo noticias sobre la guerra fría, cuando el razonamiento en torno a estas cuestiones no pasaba de ser un pequeño botón en el control remoto de la paranoia. Inquilinos recientes del imaginario colectivo, los botones de mando eran, por delante de agujas y pantallas, la zona erógena del aparatejo. Apretar un botón y ser obedecido por la máquina era un acto de magia que suscitaba las teorías más estrambóticas. Como aquella según la cual bastaba que un burócrata apretara un botón —situado, dependiendo de la fuente, en el Pentágono, en el Kremlin o en ambos— para enfrascar al mundo en una guerra nuclear. De la cual, se entendía, nadie saldría vivo. ¿Y si alguien, por error, apretaba el botón? ¿Un suicida misántropo, quizás? Da un poco de vergüenza reconocer que alguna vez creyó uno posibles semejantes sandeces, pero es sabido que la necedad carece de botón de apagado. Vamos, que ni el de pausa se le ve.
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El imperio de los impulsos
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No estarían aquí, por cierto, estas palabras de no mediar la colaboración de los botones. Decenas de botones que bajan y suben por obra y gracia de unos resortes cuyo funcionamiento entiendo a medias, pero a partir de allí lo ignoro todo. Lejos de aquellos años sorprendentes, cuando por apretar miles de veces unos cuantos botones para salvar princesas digitales me crecían las ampollas al parejo de las uñas, vivo hoy rodeado de botones casi tan familiares como mis dedos, con los cuales se llevan de maravilla. Me he habituado a vivir entre aparatos dotados de incontables botones reales y virtuales, sin los cuales me miro contrayendo una nueva paranoia, que es la de naufragar a orillas del pleistoceno. Y es que ahora los botones gozan de gran prestigio. Cada uno maneja los suyos a su modo, consciente de que no precisa entenderlos para ejercer el uso y abuso. Convertirse en inútil poderoso es sentir que se vuela sin pagar.
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Según la vieja lógica, oprimir un botón suponía desencadenar una cierta acción mecánica. En la era digital, mantenerlo oprimido infinitamente es desencadenar un número infinito de acciones y reacciones. Y por más que los dedos de un videojugador de toda la vida se reconozcan ágiles y sensibles, no les puedo pedir que sean consecuentes y asuman, cada vez que aprietan un botón, su responsabilidad en las cuantiosas operaciones implicadas a partir de un impulso en tal medida fácil y gratuito. ¿No es acaso el gatillo un botón, favorito por cierto de legiones de imbéciles entregados al mimo de impulsos primitivos y resentidos? ¿Qué son, al fin, los manipuladores, sino pícaros listos para encontrar botones de mando en cada una de nuestras debilidades? ¿Cuántas cabezas no rodarían si para ello bastara a sus malquerientes con apretar botones en la sombra?
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Los rebeldes sin pausa
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La gente, sin embargo, cree en los botones. Peor aún, hay gentíos ansiosos de volverse rebaños, pero sólo si quien los lleva a trasquilar cuenta con los botones decisivos. Que levante la mano y la gente se calle, que alce el dedo y ninguno se distraiga, que le suba al volumen y todos le aplaudan; que sepa hacerlos ir y venir, sonreír y enojar, vitorear o agredir, apoyado en la sola pulsación de su antojo. Un capricho, a todo esto, por demás anacrónico, tomando en cuenta los millones de millones de botones que están hoy día en manos y a la orden de Perico de los Palotes. Aun en los rincones mejor vigilados, no falta por ahí el botón de una cámara, o una grabadora, que por sí solos bastan para combatir a quien se siente dueño de todos los botones, y cualquier día de estos pasmar a su rebaño.
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A veces, sin embargo, lo que más pasma es que nadie se pasme. “No puedo apretar un botón y reinstalar a Zelaya”, ha respondido Barack Obama, nada más enterarse que el humorista Manuel Zelaya sugirió, aplaudido por un rebaño de autonombrados cubanófilos mexicanos, que el presidente de los Estados Unidos tenía en las manos la solución al conflicto hondureño: algo muy similar al bloqueo contra Cuba, sólo que ahora bendecido por Fidel. Y he ahí a los izquierdistas tenochcas, obsequiando ovaciones generosas a quien exige en sus meras narices que el futuro de toda una república de Centroamérica se decida ahora mismo en la Casa Blanca.
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¿Alguien puede creer que el cachorro de Chávez pida los privilegios de un Stroessner, Somoza o Pinochet, y encima lo ovacionen los fans de Castro Ruz? He ahí el gran peligro del botón: no hay que reflexionar, y ni siquiera estar del todo despierto, para accionarlo u obedecer a él. ¿Qué otra cosa puede querer el mandón Mel Zelaya, sino que le devuelvan sus botones? ¿Qué más busca Hugo Chávez, sino sumar de nuevo a su control remoto los prácticos botones hondureños? ¿Qué no daría este par por devolverle a Obama los botones que un día tuvo Richard Nixon?