lunes, agosto 10, 2009

La cultura del botón

Diario Milenio-México (10/08/09)
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Favor de oprimir play
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No sé de otro adminículo que lo eche a uno tanto a perder como el botón de mando. A veces, cuando me hago guiar por ese oscuro instinto paranoico sin cuya intervención la vida sería tanto menos sinuosa y atribulada cuanto más rectilínea y aburrida, imagino a una turbia cuadrilla de ingenieros electrónicos dando forma a un complot para hacer del usuario un ignorante supino y un perfecto inútil, a fuerza de poner en sus garras —que de puro habituarse a oprimir botones irán dejando atrás su calidad de manos— un menú de botones, mismos que le darán la sensación falaz de controlar al mundo desde un sofá. Cada día son menos, se angustia uno de pronto, los mortales que entienden qué pasa exactamente cuando oprimen un cierto botón. Pues si ya el solo empeño de leer el instructivo del infecto artefacto parece de antemano tan atractivo como un curso relámpago de sánscrito, la idea entender sus entrañas y mecanismos suena a proeza digna de mentes alquimistas. Ya entrado en los dominios del sci-fi, me entrego a imaginar a los citados cuatro malvados ingenieros soltando risotadas nihilistas porque en uno de los millones de aparatos lanzados a la venta está el botón que acciona el fin del mundo. Nada más el usuario apriete la opción power, el universo entero volará en pedazos.
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Me explico: crecí oyendo noticias sobre la guerra fría, cuando el razonamiento en torno a estas cuestiones no pasaba de ser un pequeño botón en el control remoto de la paranoia. Inquilinos recientes del imaginario colectivo, los botones de mando eran, por delante de agujas y pantallas, la zona erógena del aparatejo. Apretar un botón y ser obedecido por la máquina era un acto de magia que suscitaba las teorías más estrambóticas. Como aquella según la cual bastaba que un burócrata apretara un botón —situado, dependiendo de la fuente, en el Pentágono, en el Kremlin o en ambos— para enfrascar al mundo en una guerra nuclear. De la cual, se entendía, nadie saldría vivo. ¿Y si alguien, por error, apretaba el botón? ¿Un suicida misántropo, quizás? Da un poco de vergüenza reconocer que alguna vez creyó uno posibles semejantes sandeces, pero es sabido que la necedad carece de botón de apagado. Vamos, que ni el de pausa se le ve.
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El imperio de los impulsos
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No estarían aquí, por cierto, estas palabras de no mediar la colaboración de los botones. Decenas de botones que bajan y suben por obra y gracia de unos resortes cuyo funcionamiento entiendo a medias, pero a partir de allí lo ignoro todo. Lejos de aquellos años sorprendentes, cuando por apretar miles de veces unos cuantos botones para salvar princesas digitales me crecían las ampollas al parejo de las uñas, vivo hoy rodeado de botones casi tan familiares como mis dedos, con los cuales se llevan de maravilla. Me he habituado a vivir entre aparatos dotados de incontables botones reales y virtuales, sin los cuales me miro contrayendo una nueva paranoia, que es la de naufragar a orillas del pleistoceno. Y es que ahora los botones gozan de gran prestigio. Cada uno maneja los suyos a su modo, consciente de que no precisa entenderlos para ejercer el uso y abuso. Convertirse en inútil poderoso es sentir que se vuela sin pagar.
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Según la vieja lógica, oprimir un botón suponía desencadenar una cierta acción mecánica. En la era digital, mantenerlo oprimido infinitamente es desencadenar un número infinito de acciones y reacciones. Y por más que los dedos de un videojugador de toda la vida se reconozcan ágiles y sensibles, no les puedo pedir que sean consecuentes y asuman, cada vez que aprietan un botón, su responsabilidad en las cuantiosas operaciones implicadas a partir de un impulso en tal medida fácil y gratuito. ¿No es acaso el gatillo un botón, favorito por cierto de legiones de imbéciles entregados al mimo de impulsos primitivos y resentidos? ¿Qué son, al fin, los manipuladores, sino pícaros listos para encontrar botones de mando en cada una de nuestras debilidades? ¿Cuántas cabezas no rodarían si para ello bastara a sus malquerientes con apretar botones en la sombra?
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Los rebeldes sin pausa
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La gente, sin embargo, cree en los botones. Peor aún, hay gentíos ansiosos de volverse rebaños, pero sólo si quien los lleva a trasquilar cuenta con los botones decisivos. Que levante la mano y la gente se calle, que alce el dedo y ninguno se distraiga, que le suba al volumen y todos le aplaudan; que sepa hacerlos ir y venir, sonreír y enojar, vitorear o agredir, apoyado en la sola pulsación de su antojo. Un capricho, a todo esto, por demás anacrónico, tomando en cuenta los millones de millones de botones que están hoy día en manos y a la orden de Perico de los Palotes. Aun en los rincones mejor vigilados, no falta por ahí el botón de una cámara, o una grabadora, que por sí solos bastan para combatir a quien se siente dueño de todos los botones, y cualquier día de estos pasmar a su rebaño.
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A veces, sin embargo, lo que más pasma es que nadie se pasme. “No puedo apretar un botón y reinstalar a Zelaya”, ha respondido Barack Obama, nada más enterarse que el humorista Manuel Zelaya sugirió, aplaudido por un rebaño de autonombrados cubanófilos mexicanos, que el presidente de los Estados Unidos tenía en las manos la solución al conflicto hondureño: algo muy similar al bloqueo contra Cuba, sólo que ahora bendecido por Fidel. Y he ahí a los izquierdistas tenochcas, obsequiando ovaciones generosas a quien exige en sus meras narices que el futuro de toda una república de Centroamérica se decida ahora mismo en la Casa Blanca.
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¿Alguien puede creer que el cachorro de Chávez pida los privilegios de un Stroessner, Somoza o Pinochet, y encima lo ovacionen los fans de Castro Ruz? He ahí el gran peligro del botón: no hay que reflexionar, y ni siquiera estar del todo despierto, para accionarlo u obedecer a él. ¿Qué otra cosa puede querer el mandón Mel Zelaya, sino que le devuelvan sus botones? ¿Qué más busca Hugo Chávez, sino sumar de nuevo a su control remoto los prácticos botones hondureños? ¿Qué no daría este par por devolverle a Obama los botones que un día tuvo Richard Nixon?

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