sábado, octubre 13, 2007

Archivo hache.-Literatura blog

Suplemento Laberinto del Milenio Diario-México (06/10/07)
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Cuando en 2002 comencé a escribir en blog (entonces llamado Border Blogger) no faltaron amigos que me recomendaban cerrarlo inmediatamente porque el blog era visto, entonces, como callejero, amateur, antiliterario. Tener blog era desprestigiante.
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En un lustro todo ha cambiado. Hoy escriben en blog autores tan reconocidos como Christopher Domínguez o José de la Colina. Qué bien que ya no exista ese desdén.
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Un blog es una página que su autor mismo sostiene. Ésa me parece la característica más concreta del weblog. Tiene que ser un espacio levantado, autoconstruido y mantenido por el individuo que lo firma. Si no es así, se trata de otro género.
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El blog, además, no es un sitio donde se copypastean textos. El blog tiene su género central: el post. Un post es un texto relativamente breve, una especie de ensayema, de tipo informal, con temas cotidianos en que la autoconstrucción de la figura del escribiente es la teleología. El post es una tecnología del yo, para decirlo con Foucault. Se trata de crear un personaje vital.
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El trasfondo del blog es cuál es la relación entre escritura y vida.
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Otra característica del blog es que se trata de una herramienta posmediática, esto es, es un contrapeso crítico al pensamiento impulsado por los periódicos, sus suplementos y las revistas.
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Como en el blog se autopublica lo que se desea —¡adiós editor!— tiende a generar polémicas y fuerzas de resistencia. La literatura mexicana de nuestra generación debe al blog muchas de sus actuales características. El blog, por ejemplo, ayudó a mermar el poder del centro del país, y si hoy revistas como Letras Libres tienen blogs —muy interesantes, por cierto— se debe a que blogs de escritores mexicanos de varias generaciones erigieron desde su espacio-tiempo autónomo, cotidiano, comunidades de lectores que, en algunos casos, diariamente siguen los nuevos posts de ciertos blogs.
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El blog, para bien y mal, acercó al escritor y al lector.
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En México todavía no se explota bien al blog. Faltan blogs teóricos, por ejemplo. Blogs de reseñas independientes. Blogs con crítica sagaz y, a la vez, que construyan una paradójica privacidad pública (siempre ficticia).
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Lo que los lectores del blog buscan es asomarse a la vida del autor. El blog es un género biográfico. El blog no se ocupa de mis opiniones sino de mi existencia. Es una combinación de e-mail, prosa lúdica, anuncio y diario. El blog es autogossip. Se trata de un ensayo intermitente acerca del yo y los otros.
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Como lo dije hace cinco años, si Alfonso Reyes hubiera nacido en nuestra época hubiera tenido un blog y ese blog hubiera sido el mejor. Reyes era un maestro de lo anecdótico, lo instantáneo y lo breve, las tres virtudes máximas que puede tener el blog.
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¿Qué es un blog? Un blog es un espacio-tiempo de autoconstrucción de un heterónomo digital del escritor.
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Heriberto Yépez

“Yo maté al Che Guevara”



Milenio Diario-México (12/10/07)
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La memoria, que por esos días solía ser de elefante, con el tiempo se borra, se despule. Esa frase, sin embargo, “Yo maté al Che Guevara”, dicha y más que dicha, disparada a bocajarro como tarjeta de presentación, una mañana de 1990 en San Salvador, no se me olvida ahora ni habrá de olvidárseme jamás. La dijo, me la dijo, un hombre que frisaba entonces los 45 años. Un cubano-americano, agente de la CIA y al que hoy identifico como Félix Rodríguez, compinche de Posada Carriles, responsable como él del atentado contra el avión Douglas DC-8 de Cubana de Aviación, el vuelo 455 que volaba de Barbados a La Habana, acto terrorista ordenado por el gobierno de Estados Unidos, que cobró 73 vidas inocentes.
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Félix Rodríguez estaba a cargo de la operación de apoyo de la CIA a la contrarrevolución nicaragüense. En la base aérea de Ilopango, de la fuerza aérea salvadoreña, aviones cargados con cocaína llegaban del sur para reemprender el vuelo en la misma dirección pero ahora cargados de armamento que se dejaba caer en el norte de Nicaragua. Poco tiempo después, Rodríguez, quien también jugaba un rol como asesor en la lucha contrainsurgente, abandonó El Salvador. El escándalo Irán-contra estalló en la cara a la administración de George Bush padre y no hubo manera de continuar con el criminal intercambio de partes de misiles y aeronaves para Irán, droga colombiana para el consumo doméstico en Estados Unidos y armas para la contrarrevolución.
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Félix Rodríguez era una asesino y lo conocí esa mañana rodeado de otros asesinos; un tal “Iván”, puertorriqueño, que se movía directamente en el terreno con la tropa élite del ejército salvadoreño y un norteamericano —de unos 60 años— que se identificó como jefe de Operaciones de la estación de la CIA en San Salvador. No había manera de no tomar en serio sus palabras. Ahí nadie alardeaba; todos tenían las manos manchadas de sangre.
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Desayunábamos en casa del coronel Mauricio El Toro Staben, sanguinario comandante del batallón de reacción inmediata (BIRI) José Manuel Arce. Había yo recorrido, en el cumplimiento de tareas periodísticas y con la cámara al hombro, casi todo el oriente salvadoreño en operaciones de combate con Staben y su batallón y se le ocurrió a este hombre, responsable entre otros crímenes de la tortura y asesinato de “Elsa”, conocida también por su breve estatura como La Pajarito, la compañera que fue mi primer contacto con la guerrilla, la peregrina idea de reclutarme —así se estilaba en esos tiempos— para realizar una operación que condujera al asesinato de Joaquín Villalobos, a la sazón el más importante jefe militar del FMLN.
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Para convencerme de las bondades de la tarea que quería encomendarme Rodríguez, al tiempo que exhibía cínica y descaradamente su currículum, ponderaba la labor de destacados periodistas norteamericanos “al servicio de la libertad y la democracia” y me ofrecía la cobertura de cualquier medio, “el que fuera”, para cubrir mis movimientos. Narraba el cubano-americano, con detalle y orgullo, el cerco tendido a la guerrilla en la cañada de Ñancahuazú y cómo había hecho de ella un callejón sin salida. Contaba luego, entre sorbos de café, cómo se había entrevistado con el Che al apenas llegar éste capturado a la escuelita de La Higuera. La revisión detallada de sus papeles. La confirmación precisa de su identidad. El ir y venir de las comunicaciones con La Paz y cómo de Washington llegó la confirmación a la orden que él y su otro compañero de la CIA (quizás Posada Carriles) habían dado al gobierno y al ejército boliviano: el Che tenía que morir.
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Mantenerlo vivo, someterlo a un juicio era un riesgo que no podía Estados Unidos correr de ninguna manera. América Latina era un pastizal seco y soplaba un viento que hacía muy posible la propagación del fuego. Había simple y sencillamente que asesinar al Che. “Y así lo hicimos —decía Rodríguez—. Dimos la orden, entró un sargento y lo mató de un rafagazo”. “Yo maté –insistía– al Che Guevara. Fui yo, no el miserable soldado que cumpliendo órdenes le disparó y que no sabía lo que ese hombre herido y andrajoso significaba”. Para terminar, Rodríguez narraba el viaje en helicóptero hasta Valle Grande con el cadáver del Che a su izquierda, en una camilla, amarrada al patín de aterrizaje del helicóptero; el pelo al viento, los ojos abiertos.
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Villalobos, a quien Rodríguez intentaba poner en la mira, decía que del Che esa generación, la mía por cierto, “había tomado lo más científico: su locura; su ejemplo”. Hace 40 años murió asesinado Ernesto Guevara, mejor conocido como el Che. El hombre que dice haberlo matado ya no es nadie, no importa en absoluto. Sólo yo lo recuerdo y por una frase: “Yo maté al Che Guevara”, que por más verdad que sea, no deja de ser una mentira.

La impronta del Che



Diario Milenio-México (12/10/07)
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Toda gran revolución —la que modifica casi todo en la política y la sociedad— busca su propia expansión. Así ocurrió con las revoluciones francesa, rusa y china, entre otras muchas. La Revolución Cubana tenía una necesidad aún mayor de expandirse hacia América Latina: dejar de ser la única sede revolucionaria frente al asedio del gobierno de Estados Unidos.
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Ernesto Guevara, el Che, marchó a Sudamérica en busca de un proceso revolucionario continental. Era del todo natural que el dirigente cubano de origen argentino se propusiera una revolución latinoamericana en un momento en que la influencia de la Revolución Cubana seguía siendo grande en la región. Hoy, 40 años después de su caída en Bolivia, podría decirse que el empeño de Guevara era irrealizable, pero entonces no parecía igual para todos.
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La cuestión no era la exportación de una revolución triunfante sino su expansión, es decir, tomar la Revolución Cubana como un punto de apoyo hacia un proceso internacional, cuyas condiciones políticas podían madurar.
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La forma de lucha del foco guerrillero era ya cuestionada como elemento común para cualquier país latinoamericano, pero tal era justamente un debate: el Che creía en la revolución a partir de la acción armada de pequeños grupos capaz de desatar procesos de organización y conciencia de carácter popular.
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El Che no era un iluso suicida como algunos tratan de identificarlo, sino un hombre de acción cuyos objetivos estaban muy definidos. La acción armada —tan combatida con supuestos principios humanistas y pacifistas— no era nueva en nuestra América sino algo de lo más viejo: piénsese tan sólo en Hidalgo, Bolívar, San Martín, para mencionar a padres de patrias. Madero, por ejemplo, contaba con unos cuantos hombres armados cuando tomó y casi perdió la vida en Casas Grandes: pocos creían entonces en su causa.
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La acusación de haber ido a pelear a Bolivia siendo él argentino carece de imaginación, pues Guevara era ya un líder revolucionario en Cuba, una isla muy diferente a su patria original. Los revolucionarios nunca se han detenido demasiado en las fronteras aunque los contrarrevolucionarios, menos aún.
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Se habla ahora de la muerte del Che. Eso es un error. Guevara fue asesinado después de su detención, lo que clarifica el carácter del gobierno y el ejército de Bolivia en ese entonces. El hecho de que haya sido aprehendido con arma en mano, como corresponde a la generalidad de los rebeldes, no podrá nunca justificar su asesinato a sangre fría.
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El Che ha sido comercializado y expuesto como una especie de héroe moral. Sin embargo, la historia es necia. Ernesto Guevara era un revolucionario.

viernes, octubre 12, 2007

Desde tu histórica altura...



Diario Milenio-Puebla (12/10/07)
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El 9 de octubre del ‘67, yo todavía no era “arrojado” a este mundo (qué heideggeriano). Un general boliviano disparaba, con mano trémula, sobre el pecho de Ernesto Guevara de la Serna. “Dispara ya, que viniste a matar a un hombre,” fueron las últimas palabras del guerrillero argentino-cubano. En la escuelita boliviana La Higuera, aunque capturado, maniatado, imposibilitado, moría un hombre de pie.
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Octubre, 2007. Los jóvenes del nuevo siglo continúan apolillados bajo toda la parafernalia mercadotécnica del Che. Playeritas chica/mediana/y/grande; llaveros para las “revolucionarias” llaves de la casa, del carro; encendedores que, congruentemente, encenderían habanos, pero que, en su lugar, alumbran Marlboro o Camel; no digamos los afiches con aquella foto que Alberto Korda tomó sin afán de dinero, esa imagen de Ernesto Guevara viendo hacia el horizonte, después del desastre del buque francés, con esa legendaria expresión de rebeldía, de América Latina, del hundimiento yanqui, de la patria o la muerte. Y a eso nos dedicamos: a comprar retratos, playeras, encendedores, llaveritos del guerrillero. ¿Y hasta dónde se olvida la importancia de su vida, su herencia, sus pasos por el Congo, Tanzania, Praga, Bolivia, Guatemala? Como si cargar su imagen en un simple souvenir nos hiciera revolucionarios. Como si decir “Hasta la victoria siempre” nos hiciera revolucionarios. ¿Acaso a Ernesto Che Guevara le hubiera gustado este plástico y esencialmente vacío despliegue de publicidad y mercadotecnia? ¿Acaso los empresarios que se benefician de su fotografía son partidarios de lo que representa una figura así?
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A cuatro agitadas décadas de la muerte del Che, soldado y ciudadano de América Latina, los jóvenes, que somos quienes más nos identificamos con él, al menos en apariencia (por pose, por esnobismo, o por una real admiración hacia él), nos estancamos superficialmente en la figura de Ernesto Guevara, sin apreciar su valor histórico, político y social, sino viéndolo como un hombre mil veces fotografiado, como si hubiera sido un gran astro del pop.
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Hasta siempre, comandante.

Mentes asesinas



Diario Milenio-Puebla (11/10/07)
No podría quedarme al margen de comentar y compartir con mis queridos lectores una lectura que me ha dejado bastante impresionado. Se agrega a mi colección de temas sobre asesinos seriales un libro que descubrí antes de que lo viera anunciado en los diarios: Mentes asesinas de la doctora Feggy Ostrosky-Solís y editado por Quo Libros. El libro lleva un subtítulo sugerente que no debemos tirar por la borda: “la violencia en tu cerebro”. Y más abajo: “Todos somos un psicópata en potencia, conoce los factores que desatan este trastorno de la personalidad”.
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El libro contiene también el expediente completo de Juana Barraza Samperio, la “Mataviejitas”, personaje novelado ya por Víctor Ronquillo en Ruda de corazón (Ediciones B, 2006).
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La autora parte del siguiente cuestionamiento: ¿qué genera la violencia? Y sobre esa interrogante desarrolla su investigación. La violencia –lo sabemos– engendra violencia. ¿Pero qué engendra la violencia contra la familia o contra los amigos y conocidos? Voy a reproducir una parte que aborda la evaluación de los llamados psicópatas. Veamos lo que dice Feggy Ostrosky-Solís, lo repito: es sólo un extracto
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1. Encanto superficial: personas con tendencia a ser –dice– extremadamente verbales, sin miedo a decir las cosas... (aquí me reconozco un poco)… / 2. Son egocéntricos y se sobrevaloran. Son tajantes en sus pobres opiniones. Son arrogantes y se creen superiores a los demás (léanse mis notas que he escrito sobre la situación que guarda la cultura del estado gracias a quien la encabeza) / 3. Se aburren fácilmente y necesitan retos novedosos. Les gustan los desafíos y retos peligrosos (este tipo de gente abunda y no necesariamente son psicópatas) / 4. Mienten de manera patológica, manipulan sin escrúpulos (léanse las notas referidas en el punto 2) / 5. Engañan a los demás para ganancias personales (búsquese el caso de plagio que denuncié hace tiempo sobre una supuesta investigación del cuento poblano) / 6. Falta de arrepentimiento y culpa (esto es una regla en los asesinos seriales, por ejemplo) / 7. Falta de empatía, indiferencia hacia los demás (ver notas del punto 2 y 4) / 8. Pobre autocontrol: expresiones de irritabilidad, amenazas e impaciencia, control inadecuado del temperamento (otra vez notas 2, 4 y 7). La lista es larga y no puedo reproducirla toda. Recomiendo ampliamente el libro, para que el lector realice la crítica y la autocrítica respectiva.
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Dice la cuarta de forros: “el miedo a ser víctima del crimen tiene un serio impacto en la calidad de vida y determina, de alguna forma, nuestras actividades: cómo nos vestimos, qué tratamos de obtener, etcétera (…) queda mucho trabajo en la comprensión y el tratamiento de la violencia; sin embargo hay ya una gran esperanza para encontrar una solución a este deleznable fenómeno”.
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¿Usted lo cree? Yo no lo sé. La violencia es algo propio del ser humano. La violencia cotidiana a nadie sorprende ya.

domingo, octubre 07, 2007

Una frase, una.

Para la Changa con toda admiración y cariño por su gran vena creativa.

"Uno nunca sabe ni sospecha qué espectros de su pasado volverán de pronto en carne y hueso para recordarle que lo vivido no fue un sueño".


Ignacio Padilla, Espiral de artillería.