jueves, mayo 29, 2008

Registro de un hecho bochornoso

Diario Milenio-Puebla (29/05/08)
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Por ahí alguna vez leí algo que se me quedó como una gran lección.
Me dirán si me equivoco los lectores de Jorge Luis Borges. Él escribió, lo traigo acá de memoria, que un hombre no debía en la vida amenazar o dejar que lo amenacen. Esto que dijo Borges, Pedro, el Perro Aguayo, lo declaraba a cada momento a la prensa: nunca debe permitir un hombre la amenaza.
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Pero uno sabe distinguir entre una verdadera amenaza de una simple bravuconería de borracho callejero. Eso fue exactamente lo que me sucedió el pasado jueves 22 cuando salía del Museo Arrieta para dirigirme a mi casa caminando, como lo hago por costumbre. Sé que el oficio periodístico conlleva riesgos cuando uno escribe lo que del corazón proviene. Jamás he dicho nada que no firme con mi nombre. Yo no tengo seudónimos, así me llamo. Y siempre he dicho lo que pienso.
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La bravuconería a la que me refiero provino del señor Eutiquio Sarabia, quien me señaló de haber publicado, bajo un seudónimo, varios artículos que lo acusan particularmente a él de su mal desempeño como subdirector de la Revista Crítica, publicación de la Universidad Autónoma de Puebla. No es un secreto para nadie lo que ahí se señala, sólo habrá que preguntarle a la comunidad artística e intelectual su opinión (a quienes lo conocen) y saldrá de inmediato el tema de su intratable personalidad. Testimonios los hay.
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El bravucón entonces se me echó encima con una mochila al tiempo de insultarme, con los falsos movimientos de un hombre en completo estado de ebriedad. Pero –los dichos son sabios— no hay borracho que trague lumbre, y en cuanto vio que una patrulla del ayuntamiento transitaba por la 5 Poniente, se echó a caminar intentando mantener el equilibrio sin lograrlo. Pobre hombre.
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Como he dicho: una bravuconería de borracho callejero.
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Quiero decirles a mis amigos que no se preocupen. Quiero agradecerle a mi casa editora, a Milenio Puebla, el testimonio que publicó sobre ese vergonzoso acontecimiento. Agradezco a la Asociación de Periodistas y Escritores de Puebla sus comunicados. A mis incontables alumnos que me dieron muestras de solidaridad, a mis amigos cibernautas que me enviaron sendas cartas de apoyo.
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He sido profesor toda mi vida, he sido servidor público, he trabajado como editor y he ejercido el periodismo. Mi trabajo ahí está. Los ciudadanos nos cuidamos generalmente de la delincuencia que puede surgir de las calles. Y de repente sale con sus bravuconerías como de entre las sombras Eutiquio Sarabia, el subdirector de Crítica, borracho y hablándome en hebreo, insultándome. Es preocupante por el cargo que el señor Sarabia ocupa. No lo es tanto porque fue sólo eso: una bravuconería de quien no aguanta ya más de tres marrascapaches en la sangre. Gracias a todos por sus muestras de solidaridad.
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Seguiré aquí hasta donde me lo permita el tiempo. Gracias de nuevo.

miércoles, mayo 28, 2008

Agresión por el caso de la revista "Crítica"

CUITLATLÁN-Fermín Alejandro García
La Jornada de Oriente-Puebla (28/05/08)
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Desde hace algunas semanas ha sido público un pleito entre los directivos de la revista Crítica de la UAP y un grupo de críticos encabezados por el poeta Alí Calderón. Yo no sé quién tiene la razón, pero el caso es que esta confrontación parece que ya está derivando en hechos de violencia.
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El jueves pasado, alrededor de las 22 horas, el escritor Juan Gerardo Sanpedro se retiraba del Museo Arrieta a donde había acudido a una actividad, cuando de pronto sintió un golpe en el rostro como resultado de que alguien le había arrojado una mochila.
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Cuando se recuperó se percató que quien le había lanzado la bolsa era Julio Eutiquio Sarabia, quien según el testimonio del agredido, estaba en estado de ebriedad y luego de lanzarle algunos golpes al aire, le dijo que era un cobarde porque había escrito algunos artículos en contra de Crítica usando un pseudónimo.
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Eutiquio Sarabia es un conocido poeta y subdirector de Crítica. Tal parece que ese día perdió el sano juicio y se olvidó que es un hombre de letras.
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Ojalá que este sea un hecho aislado, ya que sería patético ver a intelectuales arreglando sus diferencias igual que los legisladores panistas de San Lázaro que les gusta resolver los problemas a patadas y retando a duelos.

La furia de los elefantes



Diario Milenio-México (27/05/08)
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En una de las escenas utilizadas hace algunos años para la promoción de Doce monos, la película que Terry Gilliam dirigió en 1995 —inspirada a su vez en La Jetée, una cinta de ciencia ficción que el director Chris Maker había realizado en 1962— aparecía un desfile de animales salvajes recorriendo a su antojo las calles abandonadas y los edificios monumentales, aunque ya vacíos, de Nueva York. Turbadora, teñida por una extraña melancolía atemporal, la escena tomaba lugar en un futuro no muy lejano en el que, debido a los efectos letales de un virus, los seres humanos se veían forzados a vivir en subterráneas colonias penales mientras que los animales, inexplicablemente inmunes, reinaban de nueva cuenta sobre la faz de la Tierra. Con mucho menos recursos tanto estéticos como argumentativos, I am legend (Francis Lawrence, 2007) presenta una situación similar: los animales, especialmente la fiel mascota doméstica aunque también los salvajes que no conocen la sumisión, escapan al futuro apocalíptico de una humanidad que ha caído presa de un virus letal. Así, en las ruinosas calles de Nueva York (¿pues dónde más?), siguen rondando los veloces venados y las feroces fauces de los felinos.
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La pregunta en esos casos, como en otras cintas y/o anécdotas es, por supuesto: ¿Y qué es lo que provoca que los animales sean inmunes a los virus manufacturados por los científicos? Parte de la respuesta se encuentra en la pregunta misma: los virus en todos estos relatos son, en efecto, manufacturados por la humanidad misma, de ahí que sus efectos, esto es de presumir, sean limitados a la especie que los ha creado. La otra parte de la respuesta está, creo yo, en ese miedo irrestricto, ese miedo que a menudo se confunde con la admiración, que une a los representantes de la especie humana con el gran reino animal. Se trata del mismo miedo que se cuela, por ejemplo, en nuestra arraigada creencia de que, en caso de una guerra atómica y/o alguna otra catástrofe de proporciones universales, los sobrevivientes finales serían las cucarachas. Es miedo, en efecto, pero también envidia. Es miedo, no me cabe duda al respecto, pero mezclado con algo de culpa. Es el tipo de miedo que demuestra que nuestra relación con los animales, digámoslo de una vez por todas, ha sido histórica y simbólicamente peculiar (por no decir que ambivalente o, de plano, injusta).
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Pocas cosas como la visita a un circo o a un parque de diversiones que ofrece un show de animales ponen de manifiesto el gusto humano por los rituales del dominio de su propia especie. Un regodeo autolegitimizador, una especie glotona autocomplacencia, ronda a esos espectáculos en los que un representante de la especie humana (usualmente conocido como amaestrador) logra subsumir a tal punto la voluntad de un animal como para lograr que, a cambio de comida (o peor: del aplauso), realice una serie de piruetas no sólo aburridas sino también patéticas. Los suspiros de asombro o delirio que provocan las contorsiones de los delfines o el salto de los leones a través de los míticos aros de fuego van en realidad dirigidos a las proezas del que amaestra y no, como se cree, a las habilidades (si es que lo son) adquiridas por el amaestrado. Y si eso no es una expresión de miedo ante el potencial peligro de los animales, ¿qué es entonces? No por casualidad autores de la más variada estirpe, del Federico Fellini de La Strada (1954) al mundo de Santa María del Circo, del novelista mexicano David Toscana, han examinado los avatares del circo en tanto metáfora cruel de las relaciones de poder que caracterizan a las interacciones humanas más diversas.
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En una noticia más cercana al mundo de Kafka —cuyos relatos involucrando animales, de escarabajos a ratas cantarinas, son más que memorables— que al de Esopo, hace no mucho se anunciaba que un grupo de orgullosos científicos de Kerala, un estado en el suroeste de la India, planeaban deshacerse de la molesta presencia de elefantes, caracterizados con anterioridad como furiosos o violentos o mal comportados, de las festividades públicas a las cuales no sólo eran convocados sino para las cuales eran y siguen siendo necesarios. La solución involucraba la utilización de un chip incrustado en el cuello del paquidermo para así detectar sus fases de celo y la calidad de los tratos recibidos los que, de acuerdo a Los Científicos, constituían la causa de los episodios de violencia ocurridos en creciente número en las actuaciones públicas de esos animales. Un desfile sagrado sin elefante, se sabe, no es un desfile sagrado.
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No se necesita mucho, por supuesto, para entender el vía crucis, y luego entonces, la rabia de los elefantes. Sujetos a malos tratos (cuya naturaleza no se describe ni mucho menos se analiza en la nota de periódico) y sin recibir respeto alguno por el ciclo privado de sus calendarios reproductivos, es de suyo entendible, si no es que encomiable, que los paquidermos de Kerala hayan decidido sumarse al Gran No de Emily Dickinson. Que tal decisión sólo reciba el epíteto de “violenta” o “irrespetuosa” o “inexplicable” por parte de los amaestradores en turno, sólo demuestra la más elemental falta de empatía que caracteriza a una especie tan dada a la autocomplacencia y el autoagrandamiento y la preocupación por los negocios del espectáculo. Así, junto al tiburón que devora surfeadores distraídos en las costas de Florida, o el burro que muerde gente en las montañas del sureste mexicano, o el toro que destruye casas de sus dueños y de los vecinos de sus dueños, los elefantes de Kerala podrían bien sumarse a esos ejércitos fantasmagóricos de sobrevivientes últimos que, después del virus o de la guerra atómica o del conflicto final, reinarán una vez más sobre la faz de la Tierra. Tal vez a la Tierra no le vaya tan mal esta vez con sus nuevos amos.

martes, mayo 27, 2008

Invitación poética de Alí Calderón

La Secretaría de Cultura del Estado de Puebla y el Círculo de Poesía invitan:
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Amigos y compañeros,
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Este jueves 29 de mayo, a las 19 hrs., en la Casa del Escritor (5 oriente 201, Centro Histórico) se presentará el poemario Contraverano del poeta sinaloense Mijail Lamas. La presentación se llevará a cabo con la presencia del autor.
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Esperamos contar con su presencia.
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Saludos!
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(De la cuarta de forro)
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En Contraverano, Mijail Lamas da cuenta de un territorio propio desde el desarraigo: este ciclo de poemas desarrolla el tema de la nostalgia por la ciudad nativa. En sus páginas florece una mitología privada del verano. Asimismo la memoria, el exilio, la familia y la soledad se presentan con una recurrencia emotiva y perturbadora. Poesía de la calle, de la casa, del café, en este libro Mijail Lamas asedia las experiencias comunes que van conformando la existencia, y con certera noción rítmica y destreza literaria las vuelve actos entrañables.
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Mijail Lamas nació en Culiacán, Sinaloa en 1979. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Sonora. Publicó el libro Fundación de la casa (2007). Sus textos críticos pueden encontrarse en revistas como Tierra Adentro, Nexos y Literal. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en los periodos 2005-2006 y 2006-2007.

Una más del "poetastro" de Maclovio, alías Julio Eutiquio Sarabia

De la quinta columna de Mario Alberto Mejía-El Columnista (27/05/08)
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Eutiquio a Sampedro / (lo Quiso Madrear). El poeta Julio Eutiquio Sarabia, subdirector de la revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla, muy valiente y en estado de ebriedad agredió de manera verbal y física al cuentista y periodista Juan Gerardo Sampedro la noche del jueves 22, cuando éste salía del Museo Arrieta.
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El bachiller Sarabia –como lo bautizó Sampedro- lo acusó, con pastosa voz, de haber firmado algunos artículos en su contra amparado en un seudónimo.
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Sarabia se refiere a los que publicó Joaquín Herrera en El Columnista con motivo de la discusión en torno a la revista Crítica.
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El bachiller, pues, acusó a Sampedro de ser él quien había realizado los escritos y le dijo que a él lo acaba de ratificar el rector Enrique Agüera como subdirector de Crítica, y que quienes lo habían atacado morderían el polvo.
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Lo curioso es que al decir de algunos escritores poblanos ha sido el propio Julio Eutiquio quien a lo largo de su vida ha firmado muchos artículos precisamente recurriendo a los seudónimos.
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Así, pues, lo que se pensaba que había tomado su nivel vuelve a ser noticia de escándalo.
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Para variar, Sarabia siguió su camino trastabillando y agrediendo a quien se le pusiera enfrente.
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Incluso lanzó objetos contra los autos que por ahí transitaban.
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El subdirector de Crítica, en completo estado de ebriedad, casi fue levantado por una patrulla del ayuntamiento.
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Por cierto: mientras acusaba a Sampedro de recurrir a un seudónimo, gritaba que una vez ratificado en el cargo hará de la revista Crítica lo que le venga en gana.
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Por supuesto: no podrá probar nunca que Sampedro sea Joaquín Herrera.
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Lo que sí se puede probar –me dicen algunos informados- es que él no se llama Julio. Está claro que la crisis de Crítica no ha terminado.
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Y éste es un penoso ejemplo.

lunes, mayo 26, 2008

Caso "Crítica". Formas de la violencia cultural

Diario Milenio-Puebla (26/05/08)
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La noche del jueves 22, Juan Gerardo Sampedro, amigo y colaborador de estas páginas, fue agredido al salir del Museo Arrieta, aproximadamente a las 22 horas, luego de haber jugado algunas partidas de dominó con sus amigos impresores linotipistas.
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En completo estado de ebriedad, un sujeto lo agredió sorpresivamente a golpes.
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Juan Gerardo Sampedro reconoció a la persona que lo insultaba diciéndole que era un cobarde y que se escudaba en pseudónimos para atacarlo, a raíz de la discusión que en los últimos días se dio en torno a la revista Crítica, que edita la Universidad Autónoma de Puebla.
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Julio Eutiquio Sarabia, el recién ratificado subdirector de la revista Crítica, con una especie de maleta trataba de asestarle golpes a Sampedro mientras, fuera de sí, le decía que se iba a arrepentir y que ahora sí lo iba a “madrear”, porque él fue ratificado para quedarse en la subdirección de la revista, pésele a quien le pese.
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Eutiquio Sarabia acusa a Sampedro de firmar artículos con pseudónimo y a otros académicos los comienza a ver detrás de Alí Calderón, con el fin de organizarle una conjura, ahora que el rector de la Universidad Autónoma de Puebla ha querido, de la mejor manera posible, salvar la situación de Crítica.

La pistola y el escroto


Diario Milenio-México (26/05/07)
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De espaldas y en la nuca
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Va a hacer una semana que cayó Don Cojones. Un par de días después que la edición dominical de El País publicara una sustanciosa entrevista con el ex dirigente nacionalista y ex-ex etarra Valentín Solagaistua, donde éste daba cuenta de la preponderancia de un curioso aparato conceptual que mide y jerarquiza las hombrías entre la banda, la policía francesa consiguió arrestar al que según las evidencias es campeón absoluto del cojonímetro nacionalista vasco. Javier López Peña, alias Thierry, ultraviolento al mando de la pandilla. La clase de sujeto que reparte amenazas de muerte por quítame estas pajas, y si las cumple lo hace por la espalda; el bravucón que no gana un debate sin plantar la pistola sobre la mesa; el paranoico incansable que descubre traidores detrás de cada piedra y denuncia a las piedras por complicidad.
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Durante las risibles conversaciones de paz que los etarras sostuvieron con el gobierno socialista español —al cual aún hoy tratan como quien se dirige a la falange rediviva— apareció de golpe este personajillo gritón y pendenciero, amenazando a la delegación negociadora del gobierno con “matarlos a todos” si se atrevían a delatar su nombre, igual que comúnmente amedrentaba a los suyos con meterles “un tiro en la nuca” si desobedecían sus instrucciones o cometían ciertas indisciplinas intolerables. Fumar hash, por ejemplo. Un tiro en la nuca. No lo que hace un guerrero, sino el trabajo estricto de un ejecutor. Entiende uno así que Don Cojones, aun armado, no opusiera resistencia al arresto, puesto que en la amenaza y el amedrentamiento no son los verdaderos cojones quienes dan al sujeto la cojonuda fama, sino la ostentación fanfarrona que, según el usuario, implica su espectacular existencia. Yo me atrevo a matarte y tú a mí no, tal es la diferencia que otorga verdadera puntuación en el cojonímetro. Atreverse a matar a quien sea, a cualquier hora y por cualquier motivo. Y todavía mejor, sin motivo. Por sus cojones. No con menos se llega a jefe máximo de una gavilla de chantajistas y asesinos.
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En este pueblo tú y yo no cabemos
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Hasta donde se sabe, el cojonímetro sólo alcanza para medir el factor cuantitativo de la bestialidad de cada cual; deficiencia notable si atendemos al hecho de que los huevos suelen ser apreciados y temidos no únicamente por grandes, sino, extrañamente, por azules. Mismos que amén de certificar la osadía mayor de quien los carga, incluyen además una dosis extraordinaria de cara dura. Palurdo como tantos y tantos verdugos, Don Cojones no llena una foja de servicios comparable a la de José Antonio Barandiarán, cómplice, correligionario y ex alcalde del pueblo de Andoain, transformado durante su increíble administración en réplica siniestra del Far West. ¿Cómo entender la lógica de una comunidad en teoría civilizada donde el oficialismo en su conjunto se subordina a la estrategia de una banda terrorista, le entrega sus recursos y colabora activamente con ella para amedrentar, y en su caso escarmentar, a quien se atreva a abrir la boca para decir que piensa diferente? ¿Qué decir de un político que solapa, promueve y patrocina las extorsiones etarras, los incendios de casas de no-nacionalistas, las dianas en sus puertas, la estigmatización y el acoso constante a sus personas, obligadas a ir y venir entre guardaespaldas?
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En semanas pasadas, el ex alcalde de Andoain —que en su momento se quedó sin trabajo por usar su propia comisión de derechos humanos para patrocinar con una laptop al preso etarra que se encargaba de extorsionar a los empresarios bajo amenazas de muerte — fue visto por la policía francesa entrar y salir del pequeño departamento de Burdeos donde se ocultaba el jefe López Peña. No tuvo que hacer más. Una vez detenido el líder de la banda junto a otros tres profesionales del odio, misma suerte corrieron Barandiarán y Ainhoa Ozaeta, “primer teniente” bajo su pesadillesco mandato. O en fin, su mandeta. El paraíso de los etarras sería aquel donde los no-nacionalistas perderían el derecho a ser acompañados por guardaespaldas, en favor del derecho al tiro en la nuca. Mensaje al portador: Cuidado con lo que piensas.
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A juzgar por el color...
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Unos son grandes, pues, y otros azules; aunque también los hay grandes y azules. Que es el caso de los matones a traición que no conformes con reventar el cojonímetro a punta de plomazos se transforman después en campeones de los derechos humanos. Los que admiran al Ché no por haber tenido los tamaños para morir con la misma entereza que antes había matado, ni por ese idealismo revolucionario en cuyo verdadero favor apenas trabajó como modelo, sino por los cojones de quien osa matar y canturrear al mismo tiempo, y se atreve además a contar por escrito las técnicas ideales para emboscar y matar por la espalda al enemigo. En la lucha tenaz del cojonímetro, no únicamente se trata de hacer crecer los propios, sino además lograrlo en detrimento de los ajenos. Tener siempre más voz, más derechos y ciertos privilegios, sólo porque según el de la voz se tienen más cojones. O en fin, se es más imbécil, y puede uno probarlo con la pistola. O también porque, insiste el de la voz, cuidado con quien le toque esos derechos humanos que hasta ayer le venían más guangos que un jodido remordimiento. Derechitos ayer, hoy derechazos. Azul turquesa intenso y deslumbrante.
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No hay tirano entre cuya elocuencia amurallada no se escapen esos reflejos azulados que delatan al mustio detrás del cinico mayor, y al matasiete más atrás del mustio. Y atrás del matasiete vaya el diablo a saber la mala majada que esconda. Odio y miedo, tal vez; ingredientes vitales para la cobardía. Es de dudarse que un asesino merezca respeto, pero es seguro que un matón que aun sin ser molestado, por mera propaganda amedrentadora, chilla en nombre de sus derechos entrañables, se ha ganado un rosario de escupitajos en la cara dura. Mismos que de seguro se le resbalarán mientras atiende a la única culpa que lo acosa. Fue mi error, debí haberlos matado a todos.