lunes, mayo 26, 2008

La pistola y el escroto


Diario Milenio-México (26/05/07)
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De espaldas y en la nuca
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Va a hacer una semana que cayó Don Cojones. Un par de días después que la edición dominical de El País publicara una sustanciosa entrevista con el ex dirigente nacionalista y ex-ex etarra Valentín Solagaistua, donde éste daba cuenta de la preponderancia de un curioso aparato conceptual que mide y jerarquiza las hombrías entre la banda, la policía francesa consiguió arrestar al que según las evidencias es campeón absoluto del cojonímetro nacionalista vasco. Javier López Peña, alias Thierry, ultraviolento al mando de la pandilla. La clase de sujeto que reparte amenazas de muerte por quítame estas pajas, y si las cumple lo hace por la espalda; el bravucón que no gana un debate sin plantar la pistola sobre la mesa; el paranoico incansable que descubre traidores detrás de cada piedra y denuncia a las piedras por complicidad.
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Durante las risibles conversaciones de paz que los etarras sostuvieron con el gobierno socialista español —al cual aún hoy tratan como quien se dirige a la falange rediviva— apareció de golpe este personajillo gritón y pendenciero, amenazando a la delegación negociadora del gobierno con “matarlos a todos” si se atrevían a delatar su nombre, igual que comúnmente amedrentaba a los suyos con meterles “un tiro en la nuca” si desobedecían sus instrucciones o cometían ciertas indisciplinas intolerables. Fumar hash, por ejemplo. Un tiro en la nuca. No lo que hace un guerrero, sino el trabajo estricto de un ejecutor. Entiende uno así que Don Cojones, aun armado, no opusiera resistencia al arresto, puesto que en la amenaza y el amedrentamiento no son los verdaderos cojones quienes dan al sujeto la cojonuda fama, sino la ostentación fanfarrona que, según el usuario, implica su espectacular existencia. Yo me atrevo a matarte y tú a mí no, tal es la diferencia que otorga verdadera puntuación en el cojonímetro. Atreverse a matar a quien sea, a cualquier hora y por cualquier motivo. Y todavía mejor, sin motivo. Por sus cojones. No con menos se llega a jefe máximo de una gavilla de chantajistas y asesinos.
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En este pueblo tú y yo no cabemos
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Hasta donde se sabe, el cojonímetro sólo alcanza para medir el factor cuantitativo de la bestialidad de cada cual; deficiencia notable si atendemos al hecho de que los huevos suelen ser apreciados y temidos no únicamente por grandes, sino, extrañamente, por azules. Mismos que amén de certificar la osadía mayor de quien los carga, incluyen además una dosis extraordinaria de cara dura. Palurdo como tantos y tantos verdugos, Don Cojones no llena una foja de servicios comparable a la de José Antonio Barandiarán, cómplice, correligionario y ex alcalde del pueblo de Andoain, transformado durante su increíble administración en réplica siniestra del Far West. ¿Cómo entender la lógica de una comunidad en teoría civilizada donde el oficialismo en su conjunto se subordina a la estrategia de una banda terrorista, le entrega sus recursos y colabora activamente con ella para amedrentar, y en su caso escarmentar, a quien se atreva a abrir la boca para decir que piensa diferente? ¿Qué decir de un político que solapa, promueve y patrocina las extorsiones etarras, los incendios de casas de no-nacionalistas, las dianas en sus puertas, la estigmatización y el acoso constante a sus personas, obligadas a ir y venir entre guardaespaldas?
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En semanas pasadas, el ex alcalde de Andoain —que en su momento se quedó sin trabajo por usar su propia comisión de derechos humanos para patrocinar con una laptop al preso etarra que se encargaba de extorsionar a los empresarios bajo amenazas de muerte — fue visto por la policía francesa entrar y salir del pequeño departamento de Burdeos donde se ocultaba el jefe López Peña. No tuvo que hacer más. Una vez detenido el líder de la banda junto a otros tres profesionales del odio, misma suerte corrieron Barandiarán y Ainhoa Ozaeta, “primer teniente” bajo su pesadillesco mandato. O en fin, su mandeta. El paraíso de los etarras sería aquel donde los no-nacionalistas perderían el derecho a ser acompañados por guardaespaldas, en favor del derecho al tiro en la nuca. Mensaje al portador: Cuidado con lo que piensas.
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A juzgar por el color...
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Unos son grandes, pues, y otros azules; aunque también los hay grandes y azules. Que es el caso de los matones a traición que no conformes con reventar el cojonímetro a punta de plomazos se transforman después en campeones de los derechos humanos. Los que admiran al Ché no por haber tenido los tamaños para morir con la misma entereza que antes había matado, ni por ese idealismo revolucionario en cuyo verdadero favor apenas trabajó como modelo, sino por los cojones de quien osa matar y canturrear al mismo tiempo, y se atreve además a contar por escrito las técnicas ideales para emboscar y matar por la espalda al enemigo. En la lucha tenaz del cojonímetro, no únicamente se trata de hacer crecer los propios, sino además lograrlo en detrimento de los ajenos. Tener siempre más voz, más derechos y ciertos privilegios, sólo porque según el de la voz se tienen más cojones. O en fin, se es más imbécil, y puede uno probarlo con la pistola. O también porque, insiste el de la voz, cuidado con quien le toque esos derechos humanos que hasta ayer le venían más guangos que un jodido remordimiento. Derechitos ayer, hoy derechazos. Azul turquesa intenso y deslumbrante.
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No hay tirano entre cuya elocuencia amurallada no se escapen esos reflejos azulados que delatan al mustio detrás del cinico mayor, y al matasiete más atrás del mustio. Y atrás del matasiete vaya el diablo a saber la mala majada que esconda. Odio y miedo, tal vez; ingredientes vitales para la cobardía. Es de dudarse que un asesino merezca respeto, pero es seguro que un matón que aun sin ser molestado, por mera propaganda amedrentadora, chilla en nombre de sus derechos entrañables, se ha ganado un rosario de escupitajos en la cara dura. Mismos que de seguro se le resbalarán mientras atiende a la única culpa que lo acosa. Fue mi error, debí haberlos matado a todos.

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