martes, septiembre 06, 2011

Yo también sé de lo que se desvanece (Diario Milenio/Opinión 06/09/11)

La mujer sale a toda prisa: la taza de café en una mano, las llaves del auto en la otra, el cabello mojado.

Es evidente, desde el futuro, que se le hace tarde.

Sé lo que piensa la mujer porque la mujer soy yo, naturalmente: dentro de la cabeza da vueltas “El guardián del hielo”, un poema del peruano José Watanabe: http://desdebabia1.wordpress.com/2007/05/03/jose-watanabe-el-guardian-de..., y, tal vez por asociación contraria, aparece entonces, casi de inmediato, la tonada de PJ Harvey: http://www.youtube.com/watch?v=Z87cA1c3M50. ¿Se ama demasiado rápido y, por consiguiente, todo se deshace bajo el sol o hay que amar rápido porque todo se deshace bajo el sol? El dilema me entretiene. El dilema, que me permite encender el auto, no me deja ver en realidad la carretera. El tiempo. Lo que pasa.

Mientras tanto (siempre hay un mientras tanto): la montaña.

Mientras tanto (siempre sigue el mientras tanto): los sonidos de Warpaint en espacio cerrado del auto.

¿Por qué si todos sabemos que las máquinas de los automóviles funcionan con gasolina, esa mujer, que soy yo, no lo sabe?

Las cosas ocurrirán así: la mujer hace una serie de cosas reales, terrestres, amables durante el día (una de ellas, por ejemplo, incluye la lectura súbita de poesía en voz alta cuando nadie lo espera o lo requierepero, ya se sabe, la obsesión, pero este vivir en el mundo de al lado). Eventualmente, como resulta obvio siempre pero sólo desde el futuro, la mujer regresa. Hay que atravesar un bosque en sentido inverso para hacer eso, regresar. La carretera a veces parece infinita. Las nubes: iridiscentes. El bienestar a pesar del malestar. El parabrisas.

Y sucede, claro, de repente: la luz roja sobre el tablero. La curiosidad y, de inmediato, la respuesta: ah, no tengo gasolina.

Vean el contexto: se está haciendo de noche en una carretera concurrida. Se trata de un país donde, sólo hace unos días, 52 mujeres y hombres (cifra oficial) murieron asesinados en un atentado que las autoridades califican de terrorista pero que es en realidad uno de muchos más. Hace no tanto desenterraron los cuerpos de 25 o 27 no muy lejos de aquí. ¿Y cuántas mujeres terminan decapitadas o desaparecidas en el Estado de México?

Me detengo, pues, en una fonda que todavía tiene la luz encendida antes de tener que pararme a las orillas de la carretera que está a las orillas de un bosque. Un par de señoras con largas trenzas negras me ofrece comida: tacos de cecina, chorizo, chicharrón. Una pareja taciturna ocupa una mesa sobre cuyo mantel de plástico de pequeños cuadros rojos y blancos yacen dos platos vacíos. Un hombre come solo en otra mesa que apenas si se deja ver en la penumbra. Se los digo a las dos mujeres como si existiera el alivio: me quedé sin gasolina. El padre de las mujeres sale de un cuarto todavía más oscuro y sugiere: haga esto o aquello. Veo el auto de judiciales en el estacionamiento, esto en el reojo de las cosas. Alguien pasa diciendo que hay un accidente en la carretera, algo horrible. Un muerto. Tal vez dos. Le digo al hombre que no puedo hacer esto o aquello que me sugiere porque no tengo gasolina y supongo que, mientras se lo digo, lo veo con pesar o angustia o desolación. Él, amable, se ofrece a ir a la gasolinera más cercana a comprar unos litros. La noche se cierra en un pequeño nudo tenso. ¿Y si el hombre que ha terminado de comer y ahora se sube a una enorme pick up roja que, sin embargo, no enciende, es en realidad un asesino a sueldo? ¿Y si lo que emerge de esa otra camioneta grande, gris, con placas de otro estado, no es un hombre enorme que pide tacos para llevar sino un sicario hambriento? ¿Y si los policías judiciales se vuelven locos y empiezan a disparar? ¿Y si las mujeres de trenzas tan largas y negras dejan sus delantales y me atan las manos y cubren la boca con tape? ¿Y si el hombre de la gasolina nunca regresa? ¿Y si no puedo salir de aquí nunca, nunca, nunca, atada a una pequeña fonda de la carretera por razones inenarrables? ¿Y si llueve? ¿Y si graniza? ¿Y si el súbito dolor de cabeza se vuelve dolor de mano y de pie y de anginas? ¿Y si este temblor que se apodera de la punta de los dedos y luego de los dedos y más tarde de las manos codos brazos no cesa?

Todo esto que, sin duda, continúa, sólo se detiene cuando la mujer de las trenzas murmura: no se preocupe, señorita, ya llegó mi papá.

Y, en efecto, el hombre que fue por la gasolina está ahí ya, con el viejo sombrero de paja sobre la cabeza, y cinco litros del preciado líquido en la mano izquierda (debe ser zurdo).

–Si le hubiera hablado al seguro– dice el hombre enorme que ha salido a fumar–, se hubieran tardado horas. Y usted ahí, sola –añade. Luego, sin pensarlo mucho, me pide que le cuide su cigarro para ayudar al anciano que forcejea con la manguera y la gasolina. En el futuro diré: Y estaba yo, con el cigarrillo de un extraño consumiéndose entre los dedos que no dejaban de temblar, mientras un hombre amable le ponía cinco litros de gasolina al coche. El ruido de los autos al pasar. El rumor del bosque. El frío.

¿Por qué si todo mundo sabe que el universo se mueve a través de transacciones económicas que, en la era del tardocapitalismo, se rigen por el intercambio de dinero, la mujer ésa no lleva un quinto en la bolsa? El misterio, ah, el misterio, que sólo puede resolver un guardián del hielo. Las gracias son a veces tan poca cosa.

Cuando finalmente llego a la gasolinería más cercana ya es muy noche. Las manos todavía no han dejado de temblar. La frente sobre el volante: un día de estos, la distracción me va a matar. Qué triste es sentir tanto miedo en tu propio país y qué difícil es admitirlo. La vergüenza.

Debería escribirle todo esto a Watanabe, que está en el cielo. Debería decirle: mira, ya ves, todo por vivir en tu “ardiente y perverso reino”. Todo por seguir en estas “formas puras, como de montaña o planeta que se devasta”. Debería decirle, “tan desesperada como inútil”, yo también, José, yo también soy la guardiana de todo esto. Yo también sé de todo lo que se desvanece. El hielo.

lunes, septiembre 05, 2011

Jorge Volpi y la media distancia literaria-(Sexenio-Puebla 30/08/11)

Desde hace ya más de cinco años que sigo la literatura creada por los integrantes del Crack, particularmente: Pedro Ángel Palou, Ignacio Padilla, Jorge Volpi, ya que ellos están publicando de forma constante; a Eloy Urroz y Vicente Herrasti también los sigo, pero sus publicaciones son más esporádicas.

Podría atreverme a asegurar que después de ellos -en cuanto a obras publicadas por los autores de la Generación del Crack-, tengo la biblioteca más completa.

Recientemente Páginas de Espuma, reconocidísima editorial española especializada en cuento, ha publicado Días de ira de Jorge Volpi.

A mí las re-ediciones no me gustan mucho, sobre todo si el autor ha tenido el atrevimiento de volver al texto para corregir los errores. Empero, en el caso de todos ellos, es un ejercicio que me parece interesante, incluso plausible. Ya que además de una cierta distancia, también existe una maduración narrativa. No es lo mismo el Jorge Volpi de A pesar del oscuro silencio (1992), al Jorge Volpi que después de una interesante trilogía narrativa sobre el siglo XX, entrega una bella novela como El jardín devastado. Hay muchos Jorge Volpi de distancia y de experiencia.

Días de ira junta tres textos: A pesar del oscuro silencio, Días de ira (originalmente publicado en Tres bosquejos del mal, donde también aparecen Padilla y Urroz) y El juego del Apocalipsis. Textos que tienen como previo, una ardua reflexión de Jorge Volpi acerca de la literatura de media distancia: aquellos textos que por su extensión no pueden ser cuentos, pues son muy largos; ni novelas, ya que son muy cortos. Un tema que a Jorge Volpi siempre le ha interesado y un género al cual ha buscado darle voz y lograr -por qué no-, que le den (tanto en el ámbito crítico, como literario) el nombre más adecuado para este ejercicio creativo y así pueda considerársele, ya, como un género literario.

Días de ira es una publicación por demás atinada, tanto por la editorial como por Jorge Volpi. Aquí se rescatan tres textos muy contundentes (ya inconseguibles) dentro de su obra, y sobre todo tres obras en la cual la media distancia literaria es el principal vaso comunicante, además de que aquí se concentran las inquietudes literarias que –desde mi perspectiva- más han interesado a Jorge Volpi: la locura y los binomios amor-odio y pasión-desencanto en las relaciones de pareja.

Tres textos que seguro atraparán su atención y harán que no suelte el libro hasta que llegue al punto final de los finales.

Adictos al interdicto (Diario Milenio/Opinión 05/09/11)

1. El primer crimen está en la prerrogativa, obsequiada por las leyes vigentes, de hacerse millonario traficando estupefacientes.

2. Los narcotraficantes han sido creados y sostenidos por las leyes en contra del narcotráfico. A diferencia de la policía y el ejército, sus recursos y armamento son ilimitados.

3. A ojos miserables, ignorantes o cínicos, el narcotráfico es la única opción garantizada de inmediata movilidad social: imposible ignorar esa aritmética.

4. ¿Es razonable que una ley puritana convierta a los miedosos en fanáticos?

5. No es una idea brillante gastarse en armamento los recursos que son indispensables para la prevención y rehabilitación de adicciones.

6. Culpamos al poder ejecutivo por una guerra que en rigor sólo podría pararse desde el legislativo.

7. Si las drogas son el objeto en discordia y por ese negocio están muriendo miles, ¿por qué no proscribirlo de un plumazo?

8. ¿Sirve de algo decir que el narcotráfico es el más formidable de todos los negocios?

9. El interdicto es el mejor aliado del descontrol: tratándose de drogas, ese crimen no tiene paralelo.

10. Seguir llenando cárceles y de hecho duplicando o triplicando su cupo a costa del hacinamiento y el descontrol apunta a incrementar el número de matriculados en liceos del crimen cuyo sostenimiento pagamos entre todos.

11. Entre más presos y menos espacio, más distante y sarcástica parece ya la idea de rehabilitación.

12. Con leyes o sin ellas, cada uno continúa ejerciendo su sagrado derecho a meterse o no lo que le viene en gana.

13. Como en las dictaduras bien se sabe, las prohibiciones son las mejores aliadas de la hipocresía.

14. Es más fácil encerrar en la cárcel a una legión de narcomenudistas que a un solo funcionario corrompido por el narco.

15. ¿Cuántos prohombres hablan pestes del narco para mejor curarse en salud?

16. Nunca, como desde que fueron ilegalizados, estuvieron tan vivos los narcocorridos.

17. La prohibición es intrínsecamente oscurantista: sabemos más sobre las vidas y vicisitudes de los traficantes que sobre los perjuicios de su mercancía.

18. En su momento, las grandes compañías tabacaleras sobornaron a médicos y científicos para que mintieran en torno a los efectos nocivos del tabaco. A la fecha, ese crimen contra la humanidad continúa impune.

19. El alcohol y el tabaco son promovidos con restricciones claras para evitar, dentro de lo posible, que los menores de edad los consuman y los mayores abusen de ellos. La prohibición ayuda a promover las drogas 24 horas diarias, sin control ni medida.

20. De la mano de una bonanza económica infinita, la clandestinidad otorga toda suerte de libertades insospechadas. Como la de matar impunemente.

21. Las drogas son el punto de contacto más fácil e inmediato entre la gente joven y la delincuencia organizada.

22. Una ley que no puede aplicarse multiplica los cómplices entre los ciudadanos.

23. Imaginemos el margen de ganancia de una simple botella de bourbon destilada en un sótano durante la ley seca: parece tan ridículo como de aquí a cien años lucirán nuestras leyes actuales en torno al narcotráfico.

24. ¿Leyes contra el consumo de las drogas? A juzgar por los magros resultados, se diría que están a su favor.

25. La historia nos demuestra que el puritanismo y las leyes absurdas que lo soliviantan han terminado por perder sus guerras.

26. Criminalizar al consumidor: he ahí otro efecto perverso y execrable del prohibicionismo.

27. ¿Pactar con traficantes y asesinos? ¿Y por qué no mejor cortarles de tajo los ingresos?

28. No hace falta leer a Georges Bataille para entender de dónde viene el mayor sex appeal de las drogas. Prohibirlas es, hasta hoy, la manera más eficaz de promoverlas.

29. Auspiciar la creciente riqueza del enemigo por intermedio de leyes inaplicables equivale a sumarse a su bando sin querer.

30. Es infinitamente más sencillo restringir y controlar que prohibir y castigar. A como están las cosas, las drogas son aún más accesibles a los adolescentes que a los adultos.

31. El narco ha conseguido, en los últimos años, impunidad de facto para los homicidas. Con los precios al alza y millones de dólares sin lavar, los sicarios están en su mejor momento.

32. Nunca ha sido un secreto que la ambición puede más que el poder.

33. Es más fácil prohibir una substancia que informar sobre sus secuelas perniciosas. El poder hace niños de ciudadanos, y por toda respuesta los ciudadanos hacen pato al poder.

34. Como es tradicional, el pato lo pagamos entre todos.

35. “Simplemente di no a las drogas”, clamaba Nancy Reagan. Sorprende que a tres décadas de distancia no sepamos decir mucho más que eso.

36. La prohibición arrasa, entre muchos otros, con el derecho a la información. Asistimos así a un combate de cruzados idólatras.

37. La satanización de la marihuana calla oportunamente sobre sus propiedades terapéuticas.

38. Nunca ha sido tan claro, gracias a las campañas de prevención presentes en las mismas cajetillas, el daño producido por el tabaco. ¿Sería mucho pedir una campaña así de específica contra el consumo de drogas duras?

39. Algo debe de haber de contraproducente en este asunto chueco del combate a las drogas, cuando a la postre corta y arruina más vidas que las drogas mismas.

40. En esta época triste, ya no hace falta consumir droga para morir por ella.