jueves, octubre 23, 2008

Historias de insomnio

Diario Milenio-Puebla (23/10/08)
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No hay una receta para escribir. Hay manías, muchas. Cada escritor cuenta con una. He sabido de gente que sólo puede escribir de noche, otros en la madrugada, hay quienes lo hacen mejor si está nublado, y también hay quienes sólo lo logran si se fuman media cajetilla de Raleigh.
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Ahora que estoy leyendo una novela de Stephen King, La milla verde (el pasillo de la muerte) me doy cuenta que, aparte de confesar una manía da también un práctico consejo para quienes sufrimos de insomnio o de ansiedad. Lo bueno de todo esto es que no se requiere ser precisamente un escritor para seguir el buen consejo.
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Dice Stephen King que sufre, desde hace mucho, de insomnio. Y yo entiendo (lo he padecido) que el insomnio es una de las cosas más terribles que le pueden pasar a uno. La mayoría de la gente no haya qué hacer: se levantan, miran por la ventana, se toman un té de azahar, encienden el televisor, etcétera. Y Stephen King explica que ante el insomnio ideó una buena manera de combatirlo.
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Tener una historia en mente fue el remedio. Se cuenta a sí mismo, mientras está acostado, en la total oscuridad, una historia que escribe mentalmente como lo haría en la máquina de escribir o –lo dice— en el ordenador. Explica que con frecuencia vuelva atrás y modifica todo. Y vuelva a modificar las construcciones, elimina frases, agrega otras, suplanta y termina cuando se va quedando dormido. Al cabo de un tiempo se ha aprendido todo de memoria, después de la quinta o la sexta noche, y es entonces capaz de aprenderse párrafos enteros. “Puede que esto parezca una locura, pero resulta relajante… y como forma de matar el tiempo, es infinitamente mejor que contar ovejas,” termina diciendo.
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Pero también advierte que las historias pueden desgastarse con el tiempo, que ya no son las mismas y que llega así el momento de buscar otra historia que espera que lleguen en las largas temporadas de insomnio, ya que las horas se vuelven eternas. Así fue que Stephen King trabajó La milla verde (el pasillo de la muerte), una novela que se desarrolla en una penitenciaría de Cold Mountain cuando los condenados a muerte aguardaban el momento de ser conducidos a la silla eléctrica: “una pavorosa radiografía del horror en estado puro”.
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Así, en todo caso, el recurso de Stephen King es aprovechado para la creación. Que duerma menos el autor y que nos siga entregando sus magníficas novelas que he leído con tanto gusto.
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Pero ese gran consejo de Stephen King se puede extender a todos los oficios: el ingeniero puede reconstruir sus carreteras aprovechando el insomnio, el carpintero sus mesas y sus sillas, el agente viajero sus formas de presentarse, el maestro clarificar sus clases y el perverso a perfeccionar su perversión. Y los que sufren de un poco de ansiedad también se pueden contar historias, si es que no duermen bien.

miércoles, octubre 22, 2008

“Contra los poetas”-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 22/10/08)

Como una crítica a las viejas e inoperantes estrategias de difusión y producción editorial, nació Tumbona Ediciones, que goza de cabal independencia en el medio editorial y se ha preocupado por reunir diversos creadores artísticos, quienes buscan hacer de la lectura una experiencia estética, a través de estrategias ingeniosas y activas por medio. Aparte de ser una editorial contestaria ante el monopolio de las grandes editoriales, ésta ha desarrollado ediciones integrales y divulgación de los géneros más desatendidos por el medio: cuento, ensayo, aforismo; de igual manera buscan rescatar aquellos libros que han ido a parar al sótano del olvido y también le dan espacio a los creadores inéditos de calidad probada que pronto le darán forma a los territorios del pensamiento y la literatura. Una editorial que quiere ser heterodoxa e irreverente. Esta editorial fue fundada por dos escritores de calidad probada, pero que el medio no ha sabido valorar del todo: Luigi Amara y Vivian Abenshushan.
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Dicha editorial tiene nueve colecciones, una de ellas y de reciente creación es Versus, dirigida por Julián Etienne y Pablo Duarte, cuya propuesta es reivindicar las pequeñas discrepancias y las opiniones insalvables que sacan de quicio, describen nuestras manías y terminan por caracterizar nuestra personalidad.
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“Contra los poetas”, número 5 de dicha colección, es un ensayo desmitificador de Witold Gombrowicz que reúne dos conferencias: la primera dictada el 28 de agosto de 1947 en Buenos Aires, Argentina en una sala del Centro Cultural Fray Mocho; la segunda denominada “Contra los poetas”, apareció publicada originalmente en 1951 dentro del suplemento polaco editado en París: Kultura en su número 10 y por último aparece una “Coda”, conferencia que fuera dictada en francés el 22 de julio de 1969.

Libro que llevara al lector, de una manera muy amena, sencilla y profunda, a sumergirse en una crítica a los viejos vicios que han adquirido los poetas que escriben “poesía pura”. Aquí uno se encontrará con las siguientes frases, que aspiran a verdades absolutas: “El escritor no es un profesional. Para escribir hay que tener personalidad y un grado superior de espiritualidad”.

Texto que critica al poeta y al escritor que por pura pose dice ser maduro y reconocido, él prefiere al que se presenta como candidato a artista: “¿Y los poetas? ¿Pasan la prueba sus poemas cuando caen en manos del enemigo y no de un amigo-poeta, sino en manos de un no-poeta? Como cualquier otra forma de expresión, un poema debería ser concebido y realizado de manera que no deshonrara a su propio creador, aun en el caso de no gustar a nadie. Es más, es preciso que el poema no deshonre al creador ni siquiera cuando a él mismo no le guste. Porque ningún poeta es exclusivamente poeta, y en cada poeta vive un no-poeta que no canta y a quien no le gusta el canto; ser hombre es algo más vasto que ser poeta”. Gombrowicz ataca a aquel poeta o escritor que adopta la actitud de pensar que su palabra tiene un significado decisivo para el mundo y que se entrega a la fe de su Misión Poética, lanzando anatemas y que exclamando se agita en el vacío, pero dice que lo grave es que jamás tendrá la capacidad para reconocer ante sí que no consigue expresarse de manera libre y natural, debido a las herencias de otros poetas que carga dentro de sí; por ende aburre.
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Libro que a muchos hará reflexionar y al lector divertirá.

martes, octubre 21, 2008

La historia del amor / y II

Diario Milenio-México (21/10/08)
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Cada que aparece, el amor aparece por primera vez. Tal vez su astucia, la astucia del amor, consista precisamente en eso: en aparecer en repetidas ocasiones haciéndose pasar en cada una de ellas, sin embargo, como un fenómeno a la vez eterno e irrepetible, es decir, como una experiencia sin historia. Yo no sé si los historiadores que convergen en La más bella historia del amor, la serie de conversaciones sobre el amor que la periodista Dominique Simonnet ha transformado en un libro, han repetido las palabras “nunca antes” y “nunca después” como lo suelen hacer los enamorados justo al dar por iniciado (o terminado) el trance amoroso, pero lo cierto es que su exploración de documentos en los archivos más diversos ha puesto de manifiesto que, en tanto experiencia eminentemente histórica, el amor es más un activísimo campo de negociación y conflicto que el nirvana impoluto construido por la memoria selectiva de todos los enamorados. Así las cosas, todo parece indicar que para poder existir, para poder seguir adelante, ni los caballeros, ni las damas, ni, sobre todo, el amor, deben recordar.
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Pero memoria, sobre todo una memoria colectiva y polifónica, es lo que estos historiadores y especialistas franceses tratan de construir en las conversaciones con Simonnet. Tal vez después de leerlo no nos enamoraremos ya más o tal vez insistamos en enamorarnos aunque sea de otra manera, pero el libro, que va dividido en tres grandes actos—el matrimonio, el sentimiento, el placer—, nos recuerda que cada gesto, cada ademán, cada epifánico e irrepetible momento es un momento que ha sido debatido y negociado por hombres y mujeres que también creyeron, en su día, ser únicos e irrepetibles en su enunciación del “nunca antes” y el “nunca después”.
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También nos recuerda el libro que, contrario a estereotipos mediáticos del mundo actual, el amor y la revolución suelen hacer mala pareja—baste recordar, como lo señala Mona Ozuf, la historiadora y especialista en mujeres en la época revolucionaria, que los jacobinos desarrollaron una reticencia bastante marcada ante lo que interpretaban como flaqueza, cuando no fanatismo, femenino. En su ideal social, más apegado a nociones de virilidad espartana, había poco espacio para el amor y las percibidas como sus aliadas naturales: las mujeres. De hecho, continúa Ozuf, “las mujeres se volvieron hostiles a la Revolución. ¡Decepcionadas, asqueadas, volvieron a la casa, deseando que la política no llegase a su hogar!”.
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Del siglo XIX heredamos, a decir de Alain Corbin, el miedo hacia la mujer, algo que se nota en el surgimiento de una separación cada vez más marcada entre la zorra y el ángel doméstico—los dos lentes a través de las cuales se interpreta el comportamiento femenino en relación, claro está, a la ansiedad que provoca entre los bienpensantes la fuerza particular asociada a los miembros de la Comuna y, en general, de las crecientes clases menesterosas. El otro gran legado del siglo encorsetado es, por supuesto, el territorio mismo de la sexualidad, cuya fecha de nacimiento se ubica hacia 1838, fecha en la cual se utiliza por primera vez el término scientia sexualis para designar aquello que está sexuado y con el que, años más tarde, se hablará de todo aquello que se refiera a la vida sexual. El flirteo, producto de la embestida urbana y de la aparición de oportunidades más variadas de socialización, no sólo les permitió a los jóvenes conciliar la virginidad, el pudor y el deseo sino que, acaso de mayor importancia, su énfasis en las miradas oblicuas y las caricias discretas dictó el inicio de una nueva época: una en que, por poner atención a las preliminares, se valoriza el placer femenino y en la que, por consecuencia, se erotiza a la pareja conyugal. La puerta del placer propiamente dicho, pues, se abrió poco a poco con las miradas lánguidas y los roces apenas perceptibles sobre la vestimenta. El flirteo, en apariencia inocuo o ingenuo, resultó ser más peligroso que cualquier otra proclamación.
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La primera gran mutación que ofreció el siglo XX fue, de acuerdo a Anne Marie Sohn, el fin del matrimonio concertado. Lejos de ser un lujo o una anomalía, el amor se convirtió de esta manera en un motivo de orgullo y en la base misma de la felicidad de la pareja. De mano, pues, del amor, y no en su contra, se desarrolló una sexualidad bucal no reproductiva que, además de subrayar la necesidad de la higiene, ya no sólo se concentró en formas de placer masculino. De hecho, la liberación sexual que muchos ubican, como lo hace Pascal Bruckner, hacia la década de los sesenta, contribuyó a traer de regreso el idea masculino de la sexualidad a través de la hegemonía, cuando no la dictadura, del orgasmo. “De pronto”, asegura Bruckner, “el sexo se volvió terrorista. El placer estaba prohibido. Ahora se vuelve obligatorio. El ambiente corresponde a la prohibición, no ya por la ley sino por la norma”. En este contexto pansexual el amor se volvió, en efecto, obsceno.
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La última parte de La más bella historia del amor le corresponde a la novelista Alice Ferney. El amor, desde su punto de vista, se ha convertido ahora en un trabajo. Más que una irrupción divina o una inexplicable y súbita emoción, más que una liberación o una redención, el amor es “una acción, una voluntad, una atención”. Definido como aquello que “existe entre dos individuos que son capaces de vivir juntos sin matarse”, en una época en que todo parece posible a cada quien le toca inventarlo.
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Se me antoja, después de leer esta versión francesa del amor, enterarme de la historia de la experiencia amorosa en Latinoamérica: de las palabras de matrimonio coloniales a los corridos revolucionarios que, aparentemente a contrapelo de los jacobinos, enunciaron y pusieron en primer lugar al amor y sus desajustes (Adelita, después de todo, sí se fue con otro, y no sabemos si Valentina se enteró de la pasión que dominaba al cantante), sería bueno contar con una conversación informada y amena entre historiadores de este lado del mundo que al fin nos aclare por qué, ante cada decepción amorosa, el deber del mexicano prescribe, entre otras cosas, un regreso directo y unívoco a las canciones de José Alfredo Jiménez.

lunes, octubre 20, 2008

La lengua inoportuna

Diario Milenio-México (20/10/08)
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1 Lástima de fotogenia
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Son legión los que asisten al espectáculo de un debate entre candidatos, o en su caso preguntan después por él, con una sola duda cosquilleante: quién gana. No hay tiempo ni interés para ir más lejos. Se siente que se sabe lo bastante para olvidar el punto una vez que aparezca el marcador. Pero hay más, de repente. Una fatalidad netamente casual que se atraviesa en el camino de uno de los involucrados y tiene los efectos de un huracán. Un titubeo, una mueca, un lapsus indiscreto y allá va la campaña, en camino al olvido junto a las ambiciones de sabrá el diablo cuántos. A uno, ciudadano, le divierte que pasen estas cosas, tal vez por esa deuda sistemática que, a decir de su muy personal entender, los políticos tienen con nosotros. Especialmente aquellos por los que no votó, ni votaría, pues verlos tropezar y descalabrarse confirma de algún modo su noción de justicia, siempre supersticiosa y encima sesgada.
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No es justo, por supuesto, que alguien caiga en desgracia por un mero desliz sin importancia, como sería el hecho de perder fotogenia un solo instante y verse al día siguiente en todos los periódicos precisamente entonces, cuando quiso el azar que la foto dijera lo que uno jamás dijo. Desconfío, por cierto, de esos autonombrados connoiseurs en imagen pública, cuyos clientes son lo bastante ambiciosos para aprender a comportarse como marionetas con tal de firmar pacto con el señor de la cola y los cuernos. Será por eso que al reírme —con lástima, al final— del último tropiezo de John McCain, no he podido evitar imaginar las caras de sus expertos asesores al mirar lo que registraron las cámaras: tras un Barack Obama sobrio y expedito, trastabilla el candidato republicano con las manos abiertas y crispadas, la boca abierta y la lengua de fuera. Una mueca grotesca que encajaría mejor en algún personaje de William Hannah y Joseph Barbera.
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2 Vísceras indiscretas
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Cuando la gente vota, suele hacerlo en uno u otro sentido por motivos no siempre vinculados con su capacidad de análisis. A ver ahora quién va a querer votar por un héroe de guerra que en el momento decisivo de su vida profesional saca la lengua de tan fea manera. Porque hasta en eso hay modos. No todo el mundo sabe sacar la lengua como Mick Jagger, quien se esmera además en recordarnos que es cosa voluntaria. Y a McCain lo hemos visto en un momento de total descontrol, quién garantiza a los sensibles votantes que ya en la presidencia no estirará la pata por culpa de un arroz encarrerado laringe abajo. Se trata de una foto tramposa, pues nada dice de lo debatido, solamente señala hacia un hombre en apuros: el perdedor que todos estaban esperando. El que quería salir en plan de Charlton Hes-ton y las fotos lo muestran como un pastiche pobre de Jerry Lewis. ¿Cómo podría estar, por otra parte, la información completa sin esa nota chusca donde no es el discurso ni el eslogan, sino la humanidad patética de un candidato que se mira como héroe pero se hace mirar como comediante? Una calamidad, un error, una tos más que nunca inoportuna y el infeliz ha caído fulminado por las cámaras. ¿Quién querría seguir hablando del debate, cuando la foto no se cansa de gritar?
-Dificílmente alguien que diga estar en su sano juicio confesará que va a votar por el demócrata por lo fea que está la lengua del republicano, pero hay cosas que nadie quiere ver. Escenas que convocan al pudor colectivo en sus facetas más irracionales. Dice uno, y a menudo lo cree, que actúa siempre a partir de reflexiones. No está mal, además, que quienes diariamente tratan contigo crean que incluso tus reacciones menos presentables son fruto de una forma reflexiva de asumir y desempeñar la vida. Que no osen sospechar, y menos enterarse, que una parte importante de tus decisiones emana de las vísceras: esa zona escondida y vergonzante donde no se conoce el autocontrol. Haberle visto esa lenguaza a McCain al final del debate —congelada en la foto, como una tira cómica— equivale a mirarlo por dentro, donde hay ruidos y olores que se adivinan duros de compartir. No es, en todo caso, la clase de show por el que alguien quisiera pagar. Y tal es la función de los electores. La gente vota para que los votados puedan mover los hilos y cobrar sus cheques. De preferencia sin sacar la lengua.
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3 Diafragmas mentirosos
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Uno se queja siempre cuando alguien saca sus palabras de contexto de manera que digan otra cosa, pero ante las fotografías no hay defensa. Supuestamente dicen la verdad e incluyen el contexto, pero tal no es sino una forma aventajada y artera de mentir. Debe de haber infinidad de puntos en los cuales McCain es objetivamente débil, pero la foto es por sí misma elocuente. ¿Cuántos, entre quienes simpatizamos con Obama, encontramos profundamente antipáticas esas fotos de la señora Clinton con los ojos saltones, convencida quizá de que esa mueca desfortunada la hacía parecer más confiable, u honesta, o lo que fuera? Y no eran más que imágenes aisladas. La gente sobrestima el valor de las fotos, más ahora que todo el mundo trae algún aparato que permite tomarlas. Pensándolo dos veces, no se entiende que aún no sintamos horror ante las cámaras. Como será tal vez el caso de McCain.
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“Lo que usted ve no es más que una instantánea; de ninguna manerarepresenta un suceso, cuantimenos lo narra o le da explicación.” Si el mundo fuera justo, cada fotografía publicada incluiría una leyenda similar, pero entonces creeríamos que el editor nos trata como imbéciles. Se supone que somos personas educadas, al menos lo bastante para que no nos tengan que aclarar obviedades. Vuelvo, no obstante, a ver la foto de McCain y me debato entre la compasión y la risa. No sabe uno ver fotos, parece que le gusta que le mientan. Por lo pronto, ni modo: McCain invita.