miércoles, mayo 09, 2012

La aventura tenaz (Diario Milenio/Opinión 08/05/12)


Porque estamos tan enamorados y, sin embargo, nos morimos. Siempre me pareció tremendamente triste esta cita de Living Theatre. Es una respuesta, o eso parece indicar el porque sin acento con el que inicia la oración, para la que no existe la pregunta. Se trata, valdría la pena considerarlo así, de la pregunta como ausencia o como lugar de la invención. La respuesta, en todo caso, no pone en cuestión la existencia del amor: ese cliché o ese cinismo. No es que el amor sea o no posible, después de todo, puesto que el amor ya está aquí, y es. Lo triste es que, siendo, no sea suficiente para evitar lo inevitable: nuestra mortalidad, el hecho incontrovertible de que todos, día a día, en todo momento, morimos. Gerundio fatal. La respuesta a esa pregunta que habríamos de inventar tiene la virtud o la fatalidad de colocar dos términos monstruosos muy cerca: el amor y la muerte. Tal vez sea la omnipresencia de esa muerte sobre la geografía política de lo que llamamos, todavía, México, lo que obliga a veces a pensar con rabia o con convicción, con ansias o como rezando, en el amor. Porque, ¿qué puede estar más lejos de la violencia sino el amor? Si, como argumenta Badiou en su Elogio del amor, el amor es el Escenario de Dos, esa manera de ver al mundo desde la diferencia y no desde la identidad, el amor tendría que encontrarse, en efecto, en el otro extremo de esa cuerda tensa o floja que es la vida social.

Hay que reinventar el amor, dijo hace tantos años Rimbaud. Hay que reinventarlo, sostiene sin rubor alguno Alain Badiou. Vaya escándalo. En una época que fabrica amores sin riesgo, y luego entonces sin sustancia, o amores en el límite entre el consumo y el deshecho, Badiou piensa en el amor como un comunismo minimalista: el triunfo del bien común sobre los intereses del egoísmo; la victoria de la voluntad colectiva sobre la privada. Ver a dos. Experimentar el mundo, y el tiempo, desde la trinchera de otros ojos y otro cuerpo. En Elogio al amor, el amor es ciertamente una aventura, pero por ser una aventura en el tiempo, es una aventura tenaz. Vaya paradoja. O no.

La historia, de existir, empezaría así: en la contingencia. El amor contiene, puesto que lo pone en escena, un elemento de separación, de dislocación y de diferencia: el terrible instante en que el uno se descubre en dos. Todo parte de un encuentro, eso se sabe. Menos una experiencia, en el sentido literal, y más un evento en el sentido que le da Badiou al término: algo que no entra en el orden inmediato de las cosas, algo “que permanecerá bastante opaco y sólo encontrará realidad en las múltiples resonancias del mundo real”. Pudo haber existido o no.

Pudimos, acaso, estar hechos el uno para el otro, o no. El asunto, cuando el asunto es el amor, suele involucrar la transformación de lo contingente en lo necesario. El azar como destino. Pudo no haber existido, en efecto, pero existe, y existirá. El amor es un siempre.

Pero, ¿cómo va del puro azar al destino, este amor? A través de la declaración amorosa, sostiene Badiou. Se trata, después de todo, de “enunciar la palabra cuyos efectos, en la existencia, pueden ser infinitos”. El antes y después de la declaración amorosa: ese abismo.

Todo “te amo” sería así, en sentido estricto, un parteaguas. Puede ser clara y feroz, o tentativa y sinuosa, en pleno proceso de auto-reiteración, pero la declaración amorosa sella el encuentro y produce un más allá: la promesa de re-inventar la vida, el acuerdo de embarcarse en una nueva manera de producir la experiencia del cuerpo en el tiempo. En el contexto de un amor que se declara, esta declaración, dice Badiou, aún si permanece latente, es lo que produce los efectos del deseo, y no el deseo mismo, como suele creerse. El amor se constata a sí mismo al permear el deseo y no al contario.

Siempre me han parecido sospechosas las definiciones del amor que involucran la palabra trabajo, naturalmente. Pero más allá del amor loco o de la idea romántico del amor como fusión absoluta o con el absoluto, Badiou sostiene que la Escena de Dos, para permanecer tal cual, de dos, requiere de la categoría del tiempo y, el tiempo, con su inclinación narrativa, propone un proceso de construcción. “El amor inventa una nueva forma de duración en la vida”, asegura. De acuerdo con Badiou, quien en entrevista con Nicolas Truong ha dejado en claro que en este, como en otros temas, le interesan más los procesos y la duración que los inicios, le parece que en tanto proceso de construcción, el amor es un procedimiento de verdad. ¿De qué verdad? De la verdad de ese dos que él ha dignificado en escena primordial. Si la Escena de Dos está fundada en la diferencia, luego entonces, el procedimiento de verdad que acarrea el amor no puede no ser una verdad acerca de esa diferencia. Y he ahí, en su cuestionamiento de la identidad y lo que la identidad produce, una de las facetas más radicales del amor. He ahí, como el pensador francés lo resumió en otra entrevista, “su valor de ruptura, su valor de casi locura, su valor revolucionario”. He ahí las razones por las que es vital “reinventarlo para defenderlo”. Badiou ha agregado: “No hay que dejar que el amor sea domesticado por la sociedad actual —que siempre busca domesticarlo—. En otros tiempos, las sociedades clericales y tradicionales buscaron domesticarlo por el matrimonio y la familia. Hoy se busca domesticar al amor con un mezcla de pornografía libre y de contrato financiero. Pero debemos preservar la potencia subversiva del amor y apartarlo de esas amenazas”. Vaya escándalo. O no.

martes, mayo 08, 2012

De cómo un juglar amaba a su musa-(Sexenio-Puebla 30/04/12)


La costumbre de publicar correspondencia de escritores reconocidos va aumentando con el transcurrir de los años, sobre todo si se trata de cartas intercambiadas entre 2 autores; sin embargo publicar la correspondencia íntima de los escritores es algo fuera de lo común.

Gracias a los nietos de Juan José Arreola: Alonso y José María Arreola, el lector puede disfrutar de un libro exquisito y muy valioso para todo lector que haya disfrutado de la obra de Arreola.

A manera de homenaje al escritor jalisciense, pero sobre todo al amor que éste le profesaba a su esposa, sus nietos han decidido publicar la correspondencia que Juan José Arreola mantenía con su amada Sara Sánchez y el padre del autor de Confabulario; así como algunas conversaciones sostenidas entre el autor de La Feria y sus familiares, bajo el título de Sara más amarás, bajo el sello editorial de Joaquín Mortiz.

Aunque es un término reservado para exposiciones museográficas; puede decirse que Sara más amarás más que contar una bella edición, tuvo una curaduría muy bella. Pues tanto la correspondencia como las conversaciones han sido ordenadas de forma cronológica, de forma tal que el lector pueda ser testigo de la construcción de una historia de vida, donde se deja ver a un Juan José Arreola muy tierno, cariñoso y respetuoso en el trato con Sara o con su Padre. Edición que va acompañada de una serie de fotografías de Arreola, Sara y sus familiares, así como la digitalización de algunas cartas; de igual forma, cuenta con comentarios de los nietos de Arreola con el fin de ir contextualizando al lector con cada una de las cartas.
Estas cartas dejan ver que Sara formó una parte fundamental en la carrera literaria de Arreola. Ella era su fuerte, su impulso, su todo.

Sara más amarás también plasma las preocupaciones económicas y literarias que día a día sufría Arreola; no toda historia amorosa es sencilla, por ello –atinadamente- deciden retratar el momento en que Sara y Juan José rompieron su relación de noviazgo y el cómo la vuelven a reconstruir.

Correspondencia escrita con el sumo cuidado que le dedicó a cada uno de sus cuentos.

Publicaciones como estas hacen que el lector reconozca y valore la parte humana de los escritores. Los hace más táctiles y otorga la posibilidad de darle una nueva relectura a la obra escrita de Arreola.

El cerebro del diablo (Diario Milenio/Opinión 07/05/12)



No espera uno de un libro que lo revuelque y estruje y reconforte, aunque tal vez sea eso lo que más desea. Que la novela llegue y tome el control, hasta el punto de hacerlo a uno dudar si en realidad se trata de una novela. Que nos cuente las cosas de manera que deje la sensación de que no solamente se refiere a ellas, sino a todas las cosas. Que a todas partes donde vayamos no podamos por menos de hablar de ella, y al hacerlo reunamos cantidades ingentes de entusiasmo y vehemencia. Que, con todo, nos quede la sensación de no haber abarcado ni descrito lo bastante para dejar bien claro por qué aquél es un libro imprescindible. Espero, sin embargo, que quien haya llegado hasta el fin de este párrafo se lleve en la memoria cuando menos el título: HHhH.

“¿De qué trata?”, preguntan, y uno se cohibe porque de nuevo teme que cuanto diga parecerá prosaico, si no vago y pueril. Himmlers Hirn heisst Heydrich (“el cerebro de Himmler es Heydrich”), solía comentarse entre los oficiales de la inmensa pandilla de asesinos que desde siempre fue la SS-Waffen; de ahí el peso del truculento acrónimo que da título a la novela de Laurent Binet y equivale a decir que el nauseabundamente célebre Reinhard Heydrich es nada menos que el primer responsable por la Solución Final (despreciable eufemismo, da escalofríos emplearlo). ¿Pero qué estoy diciendo? Esta novela no trata del Holocausto, su historia es anterior a los primeros campos de exterminio. Y no obstante queda la sensación de haberlo visto entero a través de ella.

Laurent Binet ha investigado febrilmente. Lo sabe casi todo sobre el burócrata más temible y sanguinario de la SS en particular y el Tercer Reich en general, pero no va a contarnos una biografía. Se ha informado al detalle sobre los pormenores de su ajusticiamiento y no vacila en contagiar su simpatía por los protagonistas del incidente, aunque tampoco es ésta una novela propiamente heroica. Más todavía, no acaba de constarme que sea una novela.

Antes de HHhH, recordaba borrosamente otro libro que leí hace apenas un par de años: The Killing of Reinhard Heydrich, donde Callum MacDonald narra con eficacia y pulcritud la legendaria Operación Antropoide. ¿Cómo pude olvidar los nombres de Jan Kubiš y Jozef Gabcík, titanes solitarios que sin más medios que voluntad, ingenio y la pequeña ayuda de unas cuantas familias valerosas propinaron el golpe más osado en la historia de la resistencia al nazismo? Binet lo explica en una sola línea, que en alguna medida define la naturaleza de su intento: “Para que cualquier cosa pueda penetrar en la memoria, es preciso antes transformarla en literatura”. Y añade, con un más que probable nudo en la garganta: “No está bien, pero es así.”

Es verdad que este libro equivale a un gran nudo en la garganta. De esos nudos que inevitablemente se hacen querer. No transcurre, además, en los tiempos que narra, sino ya entrado el siglo XXI. El autor-narrador creció en tierra francesa, escuchando leyendas familiares en torno a aquellos héroes, de modo que apellidos como Gabcík, Kubiš y Valcík le acompañan mucho antes de lanzarse a narrar su historia inenarrable. Y lo acompaña uno, sin condiciones, una vez que a su lado descubre que no escribe esta prosa de vuelos kunderianos para demostrar nada en especial, sino apenas “por necesidad de consuelo”.

Pareciera que Laurent Binet camina de puntitas por la historia que cuenta. Le da vergüenza improvisar un diálogo, y así pide permiso para reconstruirlo. Es como si escribiera ya no para el lector, sino a su lado. Imposible entrever, no obstante, cuánto de lo que cuenta está documentado, pues al cabo de las primeras páginas nada es tan bienvenido como esta confusión providencial. Más allá de narrar, como varios han hecho y él así lo consigna, los intríngulis de la gesta heroica, Binet pinta un retrato siniestro del demonio y se lanza a fungir como exorcista. Ciertamente, la historia de HHhH ocurre en escenarios gemelos del infierno, ¿pero quién dijo que a esas profundidades no hay sitio para un chorro profuso de ternura?

Es una pena pergeñar estas líneas tras leer HHhH nada más que una vez. Ya se sabe, no obstante, la urgencia que lo toma a uno por rehén cuando se topa con un libro indispensable, cuya escritura acusa, línea tras línea, un virulento esfuerzo de sobrevivencia. Un libro que es una obra maestra, pero antes de eso es una gran hazaña. La clase de epopeya solitaria que uno, como lector, sospecha también suya.