jueves, diciembre 11, 2008

Se nos hizo tarde

Diario Milenio-Puebla (11/12/08)
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En mi colaboración pasada anoté que presentaría la novela de Fritz Glockner editada por B, Se nos hizo tarde en el Complejo Cultural Universitario. Adelanté sólo un poco de lo que leería para la ocasión. Completo ahora –y lo comparto nuevamente con ustedes— mi lectura de Se nos hizo tarde.
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Comienzo por el final de mi participación. Leí la novela de Fritz Glockner tan cerca en el tiempo como cuando, a la mitad de los años setenta, vi el cometa Kohoutek estacionado en el cielo durante casi un mes. En efecto: las referencias de los años setenta que sigo reteniendo son claras, porque ésa fue nuestra década juvenil. Nos tocó presenciar algunos prodigios del milenio, cosa que no le ha sido dada a ninguna otra generación: una final como la del Mundial México 70 entre Italia y Brasil/ Una película abiertamente antipsiquiátrica como Atrapado sin salida y una canción como “Imagina” de Lennon, entre otras muchísimas cosas que nos marcaron para siempre.
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En Se nos hizo tarde se narran dos historias paralelas que confluyen en un punto: los dorados años setenta. La historia del Instituto Oriente es el tema central y de ahí, convocados por alguien, veinte años después de haber terminado la preparatoria, los personajes van hablando de sus vivencias, de sus miedos y de sus experiencias. La nostalgia entonces invade desde el inicio hasta el final, las páginas de Se nos hizo tarde.
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Se abre una puerta y luego se cierra. Y en ese abrir y cerrar de puerta transcurre la historia: en retrospección los personajes reconocen ante el espejo aquello que dice en sus versos José Emilio Pacheco y que es el epígrafe que encierra el contenido temático: “Antiguos compañeros se reúnen./ Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos/ a los veinte años.”En la primera de las historias, Fritz Glockner es el historiador que habla de la fundación del Instituto Oriente. Se asoma a esa parte de la historia que tiene que ver con el fallido intento de fundar un sindicato no charro, al interior del plantel, en 1984. Glockner no abandona sus preocupaciones: en alguna de las páginas del libro menciona la Guerra Sucia del sexenio de Luis Echeverría.
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La otra historia, la que van contando los personajes de viva voz, es la historia de la ciudad y de sus habitantes, la historia del México donde los jóvenes vivíamos queriendo transformar el mundo. Éste es un testimonio de esa ansiedad por querer cambiar las cosas, de ahí que en la portada de Se nos hizo tarde aparezca la imagen del Che (que nunca faltaba en ninguna familia clase media), Rigo Tovar, Mafalda, Travolta, Meche Carreño, los Picapiedra y un micrófono a la usanza de esos años.
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Personajes vivos que nos trasladan hacia el torbellino de allá. La novela de Glockner está escrita para que los años pasados regresen en imágenes, en palabras. La otra historia puede resumirse en dos frases que he subrayado de Se nos hizo tarde: “Nosotros somos los fantasmas que hemos vivido con la información a trasmano de los ecos de lo que fue el 68”/ “¿Qué tanto se puede recuperar la vida desde la nostalgia?” Pienso que parte de la vida sí es recuperable si esa nostalgia no queda estática, tal y como lo aconsejaba Cortázar.

miércoles, diciembre 10, 2008

"La Frontera más distante"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 10/12/08)

Existen en México pocos novelistas que a lo largo de su obra, más allá de mantener una línea temática, mantengan y ofrezcan al lector, en cada una de sus narraciones, una propuesta estética. Realmente eso es lo que debe de importar, más allá de una temática totalizadora. Sergio Pitol, Mario Bellatin, David Toscana y la generación del Crack así como la del Boom, pueden ser un ejemplo de ello. Entre esta gama de novelistas se encuentra, sin lugar a dudas, Cristina Rivera Garza.
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“La Frontera más distante” (Tusquets, 2008), no puede entenderse sin “La muerte me da” (Tusquets, 2007), donde la autora -usando el thriller como arma discursiva para contar una historia llena de asesinatos y en cada uno de ellos un poema de Alejandra Pizarnik- hace gala de una estructura completamente postmodernista; la Detective, uno de los dos personajes principales, vuelve a aparecer en los cuentos: “Simple placer. Puro placer”, “Estar a mano”, “El perfil de él” y “El último signo”; que juntos quizá podrían conformar una noveleta o acaso ser la continuación de la novela en la que naciera la Detective. En “La muerte me da” los asesinatos tenían ver con castraciones, mientras que en “La Frontera más distante” existe un personaje que pierde la cabeza y otro que extravía la mano, ambos de forma extraña. Y nuevamente, como en dicha novela, la autora se preocupa por explorar el reconocimiento del yo en cada uno de sus cuentos.
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El lector que se enfrente a este libro se topará con cuentos, que van de la ciencia ficción, al ensayo, pasando por la narrativa policial y erótica, escritos con una prosa excelente, poética. Cuentos que por la construcción de sus oraciones, cortas en su mayoría, plasmarán la imagen que la autora desea crear en la mente del lector y donde son escasos los personajes con nombres como: Juan, Pedro, etc. La invitación que hace la narradora, creo, es la de otorgarle al lector la función de nombrar a cada personaje, ya sea por reflejo o porque en alguno de ellos encuentra retratado a algún conocido.
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“La Frontera más distante”, está compuesta por “El rehén”, “Autoetnografía con otro”, “La ciudad de los hombres”, “El gesto de alguien que está en otra parte”, “La mujer de los Cárpatos”, “Fuera de lugar” y “Raro es el pájaro que puede atravesar el río Pripiat”, además de los cuentos nombrados con antelación.
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Un libro que difícilmente se le caerá al lector de las manos.
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Anuncios del diván
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La “Revista de la Universidad de México” en su número 58 correspondiente al mes de diciembre, hace entrega de un especial dedicado a Carlos Fuentes. Participan escritores como Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou, José Ramón Ruisánchez, Ignacio Solares, Rosa Beltrán, Elena Poniatowska, entre otros. Vale la pena adquirir el ejemplar.

¿Pederastas posmodernos?-ISRAEL LEÓN O’FARRILL (La jornada de oriente 10/12/08)

Recientemente trabajé con mis alumnos la excelente novela de Jordi Soler Nueve Aquitania, misma que tiene fuertes tintes de posmodernidad, empezando por su personaje principal, el Nómada, y continuando con su estructura, totalmente fragmentada y repleta de referencias a medios electrónicos y sus productos. Lo anterior, especialmente después del discurso en películas como Trainspotting, Pulp Fiction e Irreversible –por citar algunas–, establece quizá ya una estética posmoderna que motiva reflexiones diversas, y no pocos juicios negativos de los espectadores, acostumbrados a los discursos lineales, sosos y cursis del cine gringo del común.
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Sin embargo, en este instante, me interesa centrarme en el personaje del Nómada, pues encarna elementos atribuidos a la época actual, catástrofe moderna ocasionada por el acelerado crecimiento de la tecnología. Este individuo se manifiesta totalmente insensible a los elementos de la moral de nuestra sociedad a lo largo de toda la novela, y toma y deja trabajos de cualquier especie y denominación, sin importar la legalidad o no del entorno de su actividad. Lo mismo trafica con hachís en Lisboa que contrabandea medicamentos hacia Cuba, que organiza una banda de muchachitos limpia parabrisas para hacer todo tipo de triquiñuelas, entre las que se encuentra la prostitución. Sobra decir que los muchachos son menores de edad, y que, por la necesidad y un dejo de resignación –cuasi destino manifiesto que determina que si se es mexicano y niño, lo más seguro es que habrás de ser explotado de todas las maneras posibles sin que nadie meta las manos– entran de lleno a las actividades que les plantea el mercado y la demanda, canalizados por el Nómada. Es en este punto, justo aquí, que quiero dirigir los tiros.
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Hemos sido testigos en días pasados de una de las representaciones más asquerosas, gandallas y basuras que propicia nuestra calidad de seres humanos, seres, por cierto, bien mexicanos, piadosos y guadalupanos. En el municipio de Hueytlalpan, durante la celebración de las fiestas patronales del pueblo, en pleno acto, ante cientos de personas, un simpático –mierda– conductor del acto decidió que era también simpático –mierda también– encuerar a unos escuincles para beneplácito de otro simpático –¿dije mierda ya?– auditorio, entre los que se encontraban funcionarios del municipio y varios familiares y padres de familia. No entraré en detalles, pues el respetable lector de estas líneas los conoce a la perfección; ni entraré en el análisis legal y político que deriva de tal acción (no es tema de este espacio). En donde me meteré es en analizar las implicaciones sociales y culturales del hecho, que es en realidad lo que nos debería preocupar.
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Leyes van y vienen, computadoras, electrodomésticos, el hombre pisó la luna, y claro, la democracia y sus frutos han llegado para quedarse; a la vez, tenemos un flamante sistema económico que todo lo resuelve (¡ja!), la Trevi arrasó con el show de los megasueños o como se llame y cumplimos la meta del Teletón. Bien, echemos cohetes. Pero, la pederastia, una de las representaciones más deplorables del ser humano, sigue instalada en la médula de las actividades nacionales. Entiendo que a todo el país le preocupe realmente poco el asunto de las elecciones, de la inseguridad, de la caída de la economía, incluso de la constante incertidumbre que ha traído el fracaso de la modernidad –por cierto, tema central del discurso posmoderno–; lo que me cuesta asimilar es que semejante circo romano de lujuria y perversión se haya dado, en plaza pública frente al contubernio de toda esa gente reunida allí. Más de 500 espectadores aplaudían como focas amaestradas al espectáculo dantesco que se les mostraba, y sólo unos cuantos reclamaron. El Nómada, el personaje de novela es posmoderno, es individualista, es ególatra y le interesa sólo su propio beneficio; el público de Hueytalpan es totalmente premoderno, arcaico, decadente. No me parece que estemos presenciando la conjunción de cientos de Nómadas en un pueblo al que seguramente no ha llegado la novela de Jordi Soler; lo que me parece es que nuestro propio sistema de valores no resiste la más mínima prueba, y que la hipocresía de toda la sociedad se vio evidenciada en un día aciago en que se dio un “simpático” espectáculo. Esta raspadura en la superficie de muchas cosas calladas sólo nos deja ver la profundidad del problema que tiene visos de ser inmenso. A esto se le suman el incesto y el abuso sexual que, aunque de manera soterrada, siguen sucediendo en nuestro estado y en el país.
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El Nómada no tiene un sistema de valores compatible con el nuestro y su justificación es que es posmoderno; la mayoría de los presentes en el acto dicen regirse por ese sistema de valores, pero lo cierto es que no tienen madre. Por si fuera poco, el Nómada es un personaje de novela, aunque aquí es donde se aplica lo que dijera alguien por allí: “la realidad supera la ficción”. En estos momentos, lo juro, me quedo con los libros, la realidad es lo suficientemente terrible para creerla. Hasta Norman Bates me parece entrañable.

martes, diciembre 09, 2008

En esto creo-Diana Hernández-(Diario Cambio de Puebla-09/12/08)

Periodista, maestra y secretaria particular de la Dirección de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP
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Cambio, realmente fue mi escuela de periodismo, porque yo estudié letras; ahí aprendí a trabajar los géneros: crónicas, entrevistas, reportajes. Gabriel Sánchez Andraca era el director, Fernando Crisanto el subdirector; estaban Chucho Rivera, luego Sergio Mastretta. Con todos ellos se hacían terturlias a la manera que describe Gabriel García Márquez: la tarde en la redacción era estar comentando, estar aprendiendo, intercambiando libros… Fue una etapa muy bonita.
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Cuando yo llegué a Cambio todavía usábamos de las Remington de la Segunda Guerra Mundial, el periódico se hacía en linotipo —me sentía en la era de Gutenberg—. Me tocó el cambio a la era del offset, que ya fue un gran avance, y las primeras computadoras también —eran de esas grandotototas, que tenían la pantalla negra y las letras amarillas—. En cuanto a contenidos, en esa época Cambio era un periódico muy leído por la comunidad universitaria, de hecho en las épocas de huelga o de enfrentamiento de los grupos de izquierda, Cambio era el medio con el que se comunicaban unos con otros. Era un periódico muy interesante, con un alto contenido en cuanto al valor de la gente que escribía ahí pero, con muchos errores tipográficos —por la impresión con linotipo—. Ahora lo veo muy bien cuidado, con una muy buena edición; noto —sigo siendo lectora de Cambio— que están trabajando mucho los géneros periodísticos, cosa que me gusta; me gusta que le imprimen un estilo irónico, que hay mucho mensaje entre líneas. Cambio es un periódico para gente inteligente.
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A veces parece que Cambio emprende campañas de ataque contra determinados personajes, eso no me gusta, porque precisamente se pierde uno de los principios básicos del periodismo —que también es un mito, una falacia— como es la objetividad. Los últimos meses no ha ocurrido; pasó en el trienio pasado, últimamente están más equilibrados. Me gusta mucho ese periódico.
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Hay muchos comunicólogos que no saben comunicarse. Muchos periodistas hablan con faltas de ortografía y escriben igual; y la gente da por hecho que porque así lo dijeron en la tele o en la radio, es correcto. Como periodistas también contribuimos a educar o a maleducar a la gente.
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Uno sabe, cuando es un buen periodista, cuando estás ante un acontecimiento que verdaderamente es noticia y hasta te estremeces, sientes esa adrenalina. Un buen periodista debe ser un buen comunicador, debe manejar bien el lenguaje, sentir pasión por informar y tener sensibilidad —porque hay quienes reuniendo todo lo que dije antes, no tienen olfato periodístico—.
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Convives con todo tipo de personas, desde el más humilde hasta con la gente más rica y poderosa, y percibes cómo las personas se transforman a partir de que tienen un poquito de poder; hay quienes mantienen su esencia como seres humanos y siguen siendo los mismos, pero son poquititos. Mis casi doce años en Cambio me ayudaron a entender verdaderamente la complejidad del ser humano.
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Un día puedes estar desayunando con el presidente de la República y al día siguiente, comiendo un tamal en la esquina, porque no te dio tiempo de otra cosa. El periodismo no es un trabajo ordinario: cada día vives cosas distintas, empiezas a una hora distinta, terminas a una hora distinta, o más bien como dice Fernando Crisanto: “tienes hora de empezar pero nunca hora de terminar”. Es una dinámica siempre variante.
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Cuando uno toma la actitud ser muy crítico, todo lo ve permanentemente mal. Hay una etapa en la que uno se vuelve muy agresivo, a veces plenamente justificado pero, en ocasiones es nada más para llevar la contra: “todo me parece malo”, “soy antioficial”, “esto hay que denunciarlo” y no se admite que pueda haber cosas buenas. Tuve un poco esa etapa pero, la semana pasada Savater dijo en su conferencia “es bueno rectificar lo que uno piensa en un momento dado”, porque luego de cierto tiempo te das cuenta que a lo mejor estabas equivocado.
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Una de las grandes satisfacciones que deja el periodismo es ver que con tu trabajo ayudaste en algo a la gente. Recuerdo el caso de unos campesinos que tenían 20 años con un problema ejidal; tras el seguimiento que hice de ese problema, les restituyeron sus tierras. Y un día llegaron al periódico con una bolsita de monedas que habían juntado entre todos; ¡me dio tanta ternura!, porque sabía el trabajo que les había costado juntarla: “Le queremos agradecer”. Me gustó el gesto pero no lo acepté. Total que para no estar que sí y que no, fuimos a comer todos juntos. Estaban muy agradecidos porque les ayudé a solucionar un problema con el que tenían muchos, pero muchos años. Son de las cosas que de verdad te hacen sentir bien, y sé que aunque no los he vuelto a ver, deben tener un buen recuerdo hacia mí, como yo tengo un buen recuerdo hacia ellos.
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Un funcionario de Mariano Piña Olaya llegó a pedir al periódico que me despidieran, porque en una entrevista yo había sido muy agresiva, y no sé qué tanto decía, pero recuerdo que tanto Fernando Crisanto como don Gabriel Sánchez Andraca fueron me defendieron pero, imagina que no hubiera sido así: te despiden y te quedas en la indefensión, tanto laboralmente, como con un acoso muy desagradable. Ellos fueron muy solidarios conmigo, y se los agradezco, pero no en todos los medios se da, y la gente se queda sin trabajo de un momento a otro, sin una razón válida, porque a alguien se le ocurre, o no le gusta lo que estás denunciando algo incorrecto.
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Hay muchos intereses moviéndose, más allá de lo que el simple reportero o periodista percibe, y a veces uno cae en muchos juegos.
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Muchos estudiantes menosprecian al periodismo; por ejemplo, en Letras, la mayoría estudia con la pretensión de llegar a ser grandes escritores —ojalá lo consigan— pero de mil, a lo mejor sale uno o dos —y ya sería mucho—; y a veces me parece que pasa lo mismo en las escuelas de comunicación: “ay, somos comunicólogos, ¿periodistas?, no” —desafortunadamente no son ni una cosa ni la otra, porque a veces son incapaces de armar un texto con una lógica estructural básica—.
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Tal vez los periódicos continúan siendo las principales escuelas de periodismo, porque hay muchas escuelas de comunicación en Puebla pero, no hay de periodismo. Y citando a Gabriel García Márquez “la universidad de la vida es la que verdaderamente te gradúa y te certifica como un buen periodista o uno malo”.
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Llegó un momento en el que me cansé, ya quería descansar los domingos y llevar una vida un poco más normal en el sentido de poder disponer de mis horarios. Porque cuando todos están disfrutando la Nochebuena y la Navidad tú tienes que trabajar: no te puedes seguir la parranda a gusto porque al día siguiente tienes noticiario, tienes que estar en el periódico y demás. Sí es mi gran pasión el periodismo, pero la dinámica de los medios es tan intensa que, por ejemplo, me costó muchísimo trabajo titularme. Si hubiera las condiciones de descansar los domingos, sí regresaría al periodismo porque me encanta. Yo que lo viví, sí lo añoro.
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Yo empecé en cultura; a cultura y sociales se les ve como fuentes para mujeres y para principiantes, ya con el tiempo te van dando oportunidad, cuando aprendes, cuando maduras, de cubrir otras fuentes. Así fue como se me asignó la fuente educativa, la universitaria y terminé con la política.
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Texto: Elisa Vega Jiménez
Fotos: Tere Murillo / Ulises Ruiz

Gabo, abuelo generacional de escritores-(Intolerancia de Puebla/Cultura-09/12/08)

A los escritores latinoamericanos se les criticó cuando abordaban temas no estrictamente ligados a nuestro continente, dice el novelista Jorge Volpi
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El escritor mexicano Jorge Volpi señaló que los escritores latinoamericanos de su generación se sienten como los nietos de Gabriel García Márquez por la influencia que ha tenido en ellos el premio Nobel colombiano (1982).
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“A nuestra generación de los que tenemos 40 años García Márquez, más que un padre, lo podemos considerar un abuelo”, señaló el lunes Volpi a un grupo de periodistas al tiempo que comparó su influencia en la literatura latinoamericana sólo con la del argentino Jorge Luis Borges.
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Volpi participó de la primera exposición conjunta de la producción literaria latinoamericana y el mundo editorial italiano “América Latina tierra de libros. Del realismo mágico al mundo global”, realizada en Roma del 5 al 9 de diciembre.
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Señaló que tras la aparición de la obra cumbre del escritor colombiano, Cien años de soledad, y el realismo mágico, “a los escritores latinoamericanos se les criticó cuando abordaban temas no estrictamente ligados a nuestro continente”.
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Situación, precisó, que por fortuna ya no existe, pero que él mismo vivió con su novela En busca de Klingsor, sobre un científico norteamericano que se une al ejército al final de la Segunda Guerra Mundial con la misión de descubrir quién es Klingsor, presumiblemente un científico nazi de muy alto nivel.
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Reflexión
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Contó en una charla que, a raíz de esa novela, le llovieron una cantidad impresionante de ataques y que incluso un crítico literario llegó a pedir que le quitaran el pasaporte mexicano.
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Dijo que los grandes temas de hoy en día se relacionan con la tremenda violencia que existe en México por la guerra frontal en contra del narcotráfico.
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“El escritor tiene la posibilidad de reaccionar frente a eso, tratando de interpretarlo a través de la ficción o de artículos en la prensa”, declaró.
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Sobre el futuro de la literatura latinoamericana no pudo hacer ninguna previsión “por la simple razón que no tengo la menor idea, y esa es la ventaja de esta época, que no sabemos hacia dónde va porque hay una enorme cantidad de propuestas distintas”.
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Con su novela En busca de Klingsor (Seix Barral, 1999) inició una llamada trilogía del siglo XX y obtuvo varios premios, que supuso su consagración internacional al publicarse en 19 idiomas. Completó la trilogía con las novelas El fin de la locura (Seix Barral, 2003) y No será la tierra (Alfaguara, 2006).
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Autor de numerosas novelas, ensayos y artículos periodísticos, Volpi actualmente dirige el canal de televisión 22 de México y es profesor universitario. Anteriormente se ha desempeñado como diplomático; fue agregado cultural de la Embajada de México en Francia.

La Sobremesa desde el futuro

Diario Milenio-México (09/12/08)
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Imagino que los arqueólogos del futuro medirán nuestros niveles de sofisticación cultural por la duración de nuestras sobremesas. Poco a poco, conforme vayan configurando los equipos a cargo de la exploración de ese mundo que, después de la hecatombe, habrá quedado atrapado entre escombros y olvido, desentrañarán uno de los fenómenos más suculentos de la vida cotidiana de antaño. Imagino sus rostros durante el proceso: incrédulos y agradecidos. Imagino sus manos: temblando. Los ojos: abiertos en desmesura.
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Los especialistas de finales del siglo XXII avanzarán con cuidado entre los desechos de los grandes centros urbanos del norte y, sin duda, se detendrán con curiosidad y disgusto frente a los contenedores de plástico que aparecerán junto a las pantallas de antiguas computadoras. Esto, se dirán entre ellos conteniendo apenas el asco, esto es un popote. A medida que retiren el polvo con brochas de pelo finísimo, se darán cuenta de la extraña cercanía registrada entre los tenedores y los lápices y los clips sobre los escritorios de metal, sugiriendo la compenetración absoluta entre el proceso de trabajo y el proceso de alimentación. Los especialistas se preguntarán entonces, con justa razón, sobre el lugar del placer en ese cuadro. Lo observarán todo desde lejos y, luego, se verán uno al otro con miradas oblicuas. Entonces moverán las cabezas de izquierda a derecha en signo de pesar y resignación pronunciando, al mismo tiempo, las palabras “soledad absoluta”, “materialismo desatado”, “locura sideral”.
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El equipo de arqueólogos encargados de la zona sur del orbe desenterrará, sin embargo, remanentes distintos. Ahí, en esos territorios informes y todavía tibios, con base en datos rescatados metódicamente del desastre del pasado y con la ayuda de teorías antropológicas elaboradas in situ, los especialistas desentrañarán, con asombro y envidia confundidos, el concepto de la sobremesa. En los gruesos reportes que mandarán a la Estación Central de Estudios Culturales aparecerán los dibujos de círculos y rectángulos que, organizados en una estructura planetaria, representarán a los platos y tazas y copas que compartían espacio con los tenedores y los cuchillos. Se trataba, definirán en sus altos diccionarios, de una congregación sin fines productivos que se llevaba a cabo después de la comida, es decir, una vez que el momento del consumo necesario llegaba a su término. El tiempo, medido por el número de objetos de porcelana y cristal presentes sobre el rectángulo de la mesa, pasaba sin resabios entre los antebrazos y los ojos y las bocas de los convidados. A pesar de contar con instrumentos de medición casi perfectos, los ur-arqueólogos tendrán dificultades casi insalvables para calcular el número exacto de horas que duraban estos asuntos. A veces eran cortas, ciertamente, pero con frecuencia, esto lo descubrirán al constatar la mezcla de las vajillas, la sobremesa se extendía hasta alcanzar el inicio de la próxima ingesta de alimentos. Los manteles, esto lo notarán los especialistas con cierta suspicacia, escribiéndolo apenas en pies de páginas pequeñísmos, guardaban un inquietante parecido con la consistencia de las sábanas. Esos pliegues. Aquellas manchas.
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Ya sin datos duros, pero inducidos por el placer mismo del descubrimiento, los arqueólogos se darán a la tarea de repetir lo que, en su imaginación, era sin duda el lenguaje de la sobremesa. “¿Vamos a sobremesear?”, se dirán entre ellos, guiñándose un ojo. “Uno puede comer con cualquiera, eso es cierto, pero no a todo mundo se le convida a la sobremesa”, asegurarán con autoridad científica. “¿Así que este es el significado de la palabra ahíto?”, se preguntarán en voz baja, preguntándose en realidad muchas otras cosas. “Te invito a sobremesear mañana, ¿cómo ves?”. El futuro será, sin duda, un mejor lugar después de todo esto.
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Dudo que esta columna sobreviva el desastre que se avecina pero, por si acaso, va aquí mensaje en metafórica botella de cristal.
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Estimados Ur-Arqueólogos del Futuro:
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Si en algo nos parecemos, y no estoy segura de si esto es un buen o un mal pensamiento, asumo que disfrutarán, como lo hemos hecho por siglos en ciertas regiones de este mundo, de la sobremesa. Tendrán razón si deducen que se trata de una de las actividades más improductivas e inútiles que llegamos a inventar en nuestra historia, sólo equiparable, aunque en sentido contrario, al descubrimiento de la agricultura. Tendrán razón si, al imaginarla, se les nubla la vista o se les hace agua la boca. A todo eso le llamamos, incluso ahora, gozo o placer (existen hasta el momento debates elegantísimos al respecto). Pero no les escribo yo para arrebatarles el gusto del descubrimiento propio, sino para sugerirles, con la humildad característica del más remoto de los pasados, que al introducirse por primera vez en los vericuetos de la sobremesa escuchen con atención las palabras de un cierto artefacto musical (denominado canción) que, en voz de una andrógina del punk nacida todavía un siglo atrás, ha transmitido un mensaje cuya validez no cesa. Patti Smith, en efecto, dijo alguna vez: “Desire is hunger, the fire I breath; love is the banquet on which we feed”.

lunes, diciembre 08, 2008

39 preguntas parranderas

Diario Milenio-México (08/12/08)
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1. ¿Quién les ha dicho a los querúbicos diputados que los trasnochadores de esta ciudad somos sus hijos?
2. ¿Es un avance de la democracia que los legisladores de la Ciudad de México coincidan a la hora de persignarse?
3. ¿Deberíamos considerar un honor que se santigüen en nuestro nombre y a nuestra salud?
4. ¿Pensarán que los hemos votado por oscuros complejos de Edipo y Electra que les ceden pedazos de nuestra potestad?
5. ¿Protegen los legisladores nuestros intereses, o se protegen escudados en ellos?
6. ¿Es en verdad extraño que quienes acostumbran perorar en el nombre del pueblo sean pródigos en propuestas y censuras pueblerinas?
7. ¿Qué democracia es aquélla cuyos respresentantes se arrogan el derecho de limitar al ciudadano “por su bien”, como a un menor de edad?
8. ¿Sería más respetable el parrandero si mejor le llamásemos parrandista?
9. ¿Hemos pasado de padecer la bota ancha de papá gobierno a soportar los puntiagudos mocasines de un consejo de tíos entrometidos?
10. ¿Sabe uno dónde está su conveniencia, o precisa para ello del celo de un poder que le rebase?
11. ¿Corresponde a las autoridades gubernamentales vigilar hasta qué hora puede uno desvelarse?
12. ¿Nos convierte el deseo poco edificante de salir y divertirnos en algo así como hijos de familia descarriados a los que es necesario devolver al redil a ciertas horas?
13. ¿Debería darnos vergüenza hacer con nuestra vida lo que nos viene en gana, incluso cuando es tarde y otros duermen?
14. ¿Si algo malo nos pasa cuando andamos de noche por la calles, podría decirse que nos lo hemos ganado, por golfos?
15. ¿Somos los ciudadanos imputables por la inseguridad que padecemos?
16. ¿Calma el estrés de los policías dar por hecho que el parrandero tiene la culpa, o será que los deja negociar a sus anchas?
17. ¿Pierden realmente el sueño los legisladores porque a los ciudadanos les place desvelarse?
18. ¿Debería el falso insomnio de los politiquillos convertirse en problema de los ciudadanos?
19. ¿Cómo es que el crimen no ha triunfado en Madrid, esa ciudad noctámbula, si la gente acostumbra desvelarse y pasear por las calles hasta el amanecer?
20. ¿Cuándo van a entender los moralizadores de curul que en cada prohibición habita el germen de una transgresión?
21. ¿Es más segura una ciudad con las calles vacías, donde tanto los policías como los ladrones podrán contar con una conveniente capa de negrura?
22. ¿Son los dueños y empleados de centros nocturnos nada más que envenenadores con licencia, y nosotros sus pobrecitas víctimas, privadas de criterio y voluntad?
23. ¿Es, quien sale de noche y bebe porque quiere, un borrachín al que urge tutelar?
24. ¿Hay constancia de que hasta hoy los inspectores de bares y desplumaderos se conduzcan con mínima rectitud?
25. ¿Por qué los gobernantes, a cuya irresponsabilidad se debe en buena parte el crecimiento de la criminalidad, han de tratarnos como si los irresponsables fuésemos nosotros?
26. ¿Cómo explicar que sean los más reconocidos asiduos del leonero quienes luego terminan por clausurarlo?
27. ¿Entienden los legisladores a la seguridad citadina como una disciplina consistente en apretarle las tuercas al hijo de vecino y aflojárselas al uniformado?
28. ¿Cuántos uniformados incorruptibles hemos tenido el gusto de conocer?
29. ¿Y si en lugar de gusto fuese un privilegio?
30. ¿Cuántos legisladores se han ganado, por cierto, nuestra confianza?
31. ¿Se han ganado de menos su sueldo, según nuestra opinión mayoritaria?
32. ¿A quién puede acudir el ciudadano cuando conservadores y supuestos progresistas limitan sus derechos al unísono?
33. ¿Alguien sabe de dónde ha salido semejante legión de capuchinos y carmelitas unánimes?
34. ¿A un país sin izquierda tendría que considerársele manco, o es que es un privilegio contar con dos derechas?
35. ¿Dé qué valen conceptos como izquierda y derecha en la provincia del priismo emocional?
36. ¿Existe algún partido que no sea partidario del allanamiento de conciencia?
37. ¿Cuántas veces oímos, cuando niños, aquella frase odiosa: “¡No te mandas solo!”?
38. ¿Cómo no consolarnos creyendo que algún día seríamos soberanos legítimos de nuestros actos?
39. ¿Quién quiere ver volver a Pepe Grillo en la persona de un fariseo con fuero?
La 40: ¿Qué decir de una connivencia trasnochada que limita el derecho de cada cual a trasnochar según le dé la gana?

Sin pena (de muerte) ni gloria

Diario Milenio-México (08/12/08)
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Mi madre (esa romántica, esa pesimista) se place y se duele en decir de cuando en cuando que esta vida no es sino una cárcel. Almoloya, dice. O Alcatraz. O, en una de ésas, el Panóptico de Bentham. Una prisión, en suma, de la que no habría escapatoria posible, a donde habríamos venido a purgar una cadena perpetua por el crimen imperdonable de haber nacido.Hoy que estoy misántropo recuerdo la amarga metáfora materna y le concedo algo de razón. Y, ya que pienso en prisiones, me viene a la mente aquella, paradigmática, en que el guerrillero Valentín y el homosexual Molina aguardan el beso de la mujer araña —final, fatal, letal— en la novela homónima de Manuel Puig. La pena es inconmutable, la espera larga. ¿Qué hacer para matar el tiempo antes de que el tiempo lo mate a uno? Molina apela a la ficción y entretiene a su compañero de celda contándole películas, en un esfuerzo (vano pero entusiasta) de evasión.
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La idea no es mala o, en todo caso, daño no puede hacer. Así, compañeros de celda, les cuento aquí la trama de una cinta en blanco y negro, vista hace años. Ojalá les permita escapar, aun si sólo por un momento.
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La película es la historia de un escritor: uno que ha publicado ya una primera novela con relativo éxito, a partir de lo cual se afana en responder a la urgente presión de su editor por un segundo manuscrito. Nuestro escritor está, además, comprometido en matrimonio, y su chica es la hija del dueño de un periódico de militante línea liberal. Nuestro escritor quiere cumplir con su editor. También quiere casarse con la chica. Y encuentra, en una acaso descabellada propuesta de su futuro suegro, la forma de matar ambos pájaros de un tiro. Me explico: el suegro es un opositor ferviente a la pena de muerte y quiere demostrar los riesgos de injusticia que ésta conlleva; así, propone al proyecto de yerno dedicar su segundo libro a un experimento periodístico: sembrar él mismo las pruebas que lo inculpen de un asesinato (a la sazón, el de una bailarina de burlesque, acaecido por esos días), conseguir así la condena a la silla eléctrica y develar en el último momento las pruebas de su inocencia, que papito suegro tendrá a buen resguardo.
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El escritor accede, procede, y, en efecto, muy pronto se procura la sentencia mortífera, tranquilo de poder probar su inocencia en el último momento. El hado maligno del destino se manifestará, sin embargo, cuando el suegro muera en un accidente —su automóvil se desbarrancará y, a consecuencia de ello, explotará—, llevándose consigo al otro mundo las pruebas —ahora cenizas— que habrían podido salvar de la muerte al prometido de su hija.
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Y así, por la inquina del Estado, de la Ley y de los Hombres, un inocente se condena.
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(En efecto, querido lector: es éste uno de esos textos bienpensantes contra la pena de muerte que han empezado a pulular por obra y gracia de Humberto Moreira. Me disculpo, desde luego, por mi predecibilidad, que es mi debilidad.)
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Sorpresa: ahí no termina la película. Y es que la novia huérfana no quiere quedarse también solterona y mueve cielo, mar y tierra hasta lograr que su prometido sea declarado, por fin, inocente. La vida, sin embargo, le tiene reservada su propia sorpresa, ahora cruel. Y es que, descubre la incauta demasiado tarde —es decir cuando el caso y la cosa ya han sido juzgados—, el tipo es, en efecto, el asesino de la bataclana, y aprovechó el delirio justiciero del suegro para librarse de la condena que a todas luces merecía.
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Crueldad de los hombres, crueldad del destino. Incapacidad del Estado y de la Ley para lidiar con complejidades que los superan.
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En ocasión de su estreno, en 1956, Beyond a reasonable doubt —tal es el título de la cinta de Fritz Lang— no logró causar sino desconcierto. ¿Era un alegato a favor de la pena de muerte? ¿O en contra? La condena deberá recaer en un público y una crítica que no supieron comprender la ambigüedad moral de Lang, su concepción del cine como filosofía y no como propaganda.Quiera el destino —nuestro celador, diría mi madre— que el remake de la cinta anunciado para el año próximo sirva para reencauzar el debate sobre la pena de muerte: esto dicho por alguien —yo mismo— que se opone a ella porque cree que las reacciones histerizadas y definitivas poco aportan a la convivencia humana pero que sobre todo se opone a las triquiñuelas politiqueras que en su nombre despliegan oportunistas como Moreira, más allá de toda duda razonable.