martes, enero 24, 2012

No sé si mis nubes te alcancen (Diario Milenio/Opinión 24/01/12)

El primer libro de poesía de Don Mee Choi interroga su historia personal desde el punto de vista más íntimo, pero también desde la crítica acérrima al neocolonialismo y sus sintaxis.

Sus palabras vienen del exilio. Don Mee Choi nació en Corea del Sur en 1962 y llegó a los 19 años a Estados Unidos, luego de una estancia en Hong Kong. Su primer libro de poesía —que va del fragmento al verso, de la nota suelta al párrafo completo— interroga esta experiencia desde el punto de vista más íntimo de la historia personal pero también desde la crítica acérrima e inteligente al neocolonialismo y sus sintaxis. A veces, el que se va deja a un gemelo imaginario en su lugar. A veces, cuando la poesía lo hace posible, estos dos intercambian mensajes que, con suerte y gracias a Action Books que publicó este libro en el 2010, podemos leer. Aquí va una traducción de “Un viaje de la neocolonia a la Colonia”, en The Morning News Is Exciting! (Action Books, 2010), p. 81-85.

Se fue a Hong Kong en 1972. Tenía diez años y entonces sólo hablaba coreano. Imaginó que había dos de ella. Me imaginó. Yo crecí en Corea del Sur mientras que ella crecía en Hong Kong. Yo me quedo donde estoy.

Mi mensaje para ti:
Me quedé atrás. El hogar es una cosa en capas.

Tu mensaje para mí:
El té verde es la norma y no se le añade nada más. En la economía de la Colonia es esencial que se aproveche cualquier oportunidad para darse a conocer. Si vienes de una neocolonia desconocida, entonces eres nada y así permanecerás hasta la fecha de tu partida. Toma un trago y quédate cerca de tus familiares. Tu equipaje pronto absorberá la niebla. Al transbordador en que viajas le depara una sorpresa —Té y los Ingleses. Ahora resulta evidente que la Colonia espera poder mantener a su creciente población en un estándar de vida razonable. Tu lenguaje es optativa. Es ideal para tu nueva situación doméstica: un departamento de tres recámaras con un balcón lo suficientemente grande para ti y tu tristeza. Todos admiramos la vista del puerto. No busques árboles ni sus flores. Los gorriones dejarán de gorjear después del crepúsculo. No te dejes enterrar por tu abrigo. No hay inviernos aquí. Por supuesto que puedes estar desolada. Esa es la Ley. Establecer residencia en una Colonia usualmente implica una cierta seguridad e incertidumbre. Toma otro trago. El té verde es la norma y no se le añade nada más. No te dejes embaucar por la ausencia de un toque de queda. Sabemos que la distancia es abrumadora. Ese es un aspecto esencial de la Colonia. Si vienes de una neocolonia desconocida, es necesario que te identifiques. No nos interesa. Aquí apreciamos el crecimiento rápido.

Mi mensaje para ti:
La hogar es una cosa en capas. Vivo como si no te hubieras ido nunca. Vivo en la casa en que naciste y hablo tu lengua optativa. Aquí sí hay inviernos. Me pongo seguido tu bufanda de listones y los guantes rojos. Te imagino de niña. Tú tienes una vista del puerto y yo una del río. La distancia es abrumadora. Se ha registrado un cambio en la Ley. La ley de 1972 ratifica la ley de 1961. ¿Qué pide la Ley? Estamos desolados. Tu madre envió la maleta con la ropa usada. Me pongo tus vestidos sin mangas y huelo tu niebla. Mis gorriones no tienen ningún lugar al cual ir. No sé si mis nubes te alcancen o no. Te imagino de niña. Espero tu regreso.

Tu mensaje para mí:
Sé de la nostalgia. Es inimaginable e involucra a la comunidad de alguna manera. Empieza con una familia en la distancia. La seguridad no es nada. Partir no es nada. La Colonia es algo pero la neocolonia no es nada. El invierno no es nada; sin embargo, la Ley es algo. El caso es que estás desolada. La ideología es una cosa en capas. La Colonia es espacial. Una teoría descriptiva, que le llaman. La cena, el alimento más importante del día, que originalmente se tomaba a mediodía, y que gradualmente empezó a tomarse más tarde, no se empezó a servir entre las 3 y 4 de la tarde sino hasta el siglo XVIII. A media tarde se sirve el té, la hora de las visitas decentes. Tu familia se puede sentir incómoda en la mesa. Ahora los separan las sillas. Ahora duermen separados del suelo, bajo sábanas removibles. Y sueñas en capas: la montaña, el mar, el río, el puente, y el transbordador se traslapan, se doblan, y parten. Es posible que tu lenguaje optativo se deforme. A tu madre puede aquejarla un mal —el precio de un mundo interior. Quitarse los zapatos al entrar en casa está bien, pero no es apropiado hacerlo frente a la Ley. El hogar es nada y esa nada eres tú. Las nubes desaparecen con el tiempo. Debes soportar la distancia. La niebla es tu hogar.

Mi mensaje para ti:
Te fuiste. Por favor, regresa. Tengo tu peine. Sé de la nostalgia. Se abre como el paraguas de mamá. Juego a vestir a tus muñecas de papel, el clóset dibujado a lápiz. Camino despacio sobre el puente, tu horquilla para el pelo en mi pelo. El río tiene las aguas revueltas. Arrojo mis brazos y me quito los zapatos. Soy ninguna. Por favor, regresa. Tengo tu peine. Deprímete. Desaparece. Dile que no a la cena y a la niebla.

Tu mensaje para mí:
Olvidar es maravilloso y la noria de mi padre no tiene fondo. Freud dice: la manera en que se desarrollan la tradición nacional y la memoria de la niñez de cada individuo podría llegar a ser totalmente análoga. En efecto, alguna alta autoridad puede cambiar el objetivo de resistir por el de recordar. La locura puede ser una forma de resistencia. Olvidar es maravilloso y la noria de mi padre no tiene fondo. Para poder recordar un incidente doloroso para la sensibilidad nacional, la agencia psíquica de base tiene que resistir a la alta autoridad. Sin embargo, esto va contra la Ley. Té y recuerdos falsos. ¿Qué es más adorable? ¿La Colonia o la neocolonia? El cambio en el objetivo es menor. Olvida algo y, luego, recuerda cualquier otra cosa. Lo más adorable es el inconsciente, es tan vívido. En defensa de la paramnesia de la nación, el té debe servirse a todas horas. Migración, ¡mi nación! La familia en la distancia debe estar separada por un océano. La cercanía puede provocar accesos de nacionalismo. Obedece tus obsesiones de orden. La soledad de la niñez puede cambiar de objetivo. La soledad de la nación es una falsa categoría. Sé un fraude. Sé la Ley.

Mi mensaje para ti:
¿Estás triste? No estoy enojada. Te sentaste sobre el regazo de tu padre. 1972 fue el año de tu partida. Me acuerdo de tu falda de flores y tus shorts, la horquilla en tu cabello. La Ley se estaba acercando y tú te estabas alejando. Mis nubes te persiguieron. ¿Eres adorable? Yo soy tan vívida. Mis gorriones viajan sobre el océano a través de la noche y recuerdan tus flores. No soy tierra baldía. Yo sigo.

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Notas sobre el viaje: La cita de Sigmund Freud es de Forgetting Things (Penguin, 2005).

La traducción de Déry-(Sexenio-Puebla 17/01/12)

A finales del año 2011 y lo que llevamos de este 2012 estoy intentando nivelar mis lecturas, pues la ventaja la llevan los escritores de habla hispana y ahora estoy abriéndole paso a los escritores de idiomas extranjeros traducidos al español.

De la mano de Pedro Ángel Palou logré acercarme a Kafka, Faulkner o Naipul; de la mano de Sergio Pitol he empezado a conocer a escritores reconocidos en el mapa mundial, como otros no tan difundidos. Leer a Sergio Pitol es disfrutar de una literatura rica, amistosa y memorística; mientras que leer sus traducciones es compartir con Pitol sus pasiones y su juicio crítico.

Hace casi 9 meses que Hungría hizo acto de presencia en mi vida, es el país preferido de Dulce –mi bella novia- a través de sus relatos, sus recuerdos y sus fotografías estoy conociendo a dicho país. Algún recuerdo me decía que Hungría era uno de los tantos países por donde anduvo Sergio Pitol. La sospecha se confirmó al tener en mis manos El ajuste de cuentas de Tibor Déry, libro perteneciente a la Colección Sergio Pitol traductor.

Tibor Déry experimentó el surrealismo y el dadaísmo; aunque se le reconoce más por su literatura tan realista y comprometida con la situación húngara.

El ajuste de cuentas reúne tres relatos: El ajuste de cuentas, Amor y Filemón y Baucis; todos ellos consistentes, leves y exactos; y por qué no decirlo, también poéticos. Cada uno de éstos acontece en una Hungría que sufre los daños del estalinismo o de la revolución húngara. Relatos que hablan del miedo a ser aprehendido; de la sensación que nace al obtener la libertad después de permanecer en la cárcel por varios años y no saber qué te espera afuera; y también de la incertidumbre que existe cuando habitas en una país en guerra, esa extraña sapiencia de que la vida pende de un hilo, de una circunstancia o de un estar ahí en el momento menos adecuado.

El ajuste de cuentas es un gran libro que a pesar de retratar acontecimientos no tan agradables están llenos de belleza, debido a la forma en que están escritos. Desconozco cómo se lean o perciban en el idioma original, pero algo muy cierto es que la traducción de Pitol es agraciada, pues logra transmitir el mensaje y sobre todo no se siente la voz de Pitol dentro de los textos; convirtiéndolo en un gran traductor, ya que permite hablar al autor.

Habrá que agradecer a Pitol por la traducción, pues al parecer es la única traducción de Déry que se consigue en México. Un gran atino de la editorial de la Universidad Veracruzana y su coordinador Rodolfo Mendoza.

lunes, enero 23, 2012

Para ponerse más guapos (Diario Milenio/Opinión 23/01/12)

No en balde la belleza es desdeñosa, con tantos candidatos a vender su alma al diablo por abaratarla

1. Quién tuviera súper cola

Oneal Ron Morris nunca fue propiamente un doctor, pero puede alegar que la vida le puso en ese camino, una vez que se sometió a la cirugía que lo convertiría en mujer y estimó que quizá no fuera aquél un truco tan difícil. Si se empeñaba un poco y aguzaba el ingenio, ella también podía cobrar un dineral por injertar nuevas protuberancias allí donde la madre naturaleza no había dejado sino insuficiencias. Y si no un dineral, un dinerito, pues en este negocio los prospectos de paciente no se caracterizan por su paciencia. Menos aún si de esa codiciada cirugía dependen sus futuros ingresos económicos. Para desgracia de legiones de aspirantes, no hay en el mundo institución financiera que preste su dinero tomando por aval la inminencia de un trasero jugoso, unas tetas rampantes o un perfil de impecable galanura, y es en virtud de esta limitación que gente como Oneal Ron Morris encuentra su ventana de oportunidad.

En ausencia de los conocimientos médicos más elementales, la “doctora” Morris encontró que unas cuantas inyecciones bastaban para hacer de cuerpos esmirriados prodigios curvilíneos, aun si la jeringa contenía materiales de tan dudosa viabilidad clínica como el pegamento para plástico, el sellador de ventanas y un producto llamado SuperCola, disueltos en aceite mineral. Cierto es que la aplicación de las inyecciones dejaba heridas grandes y dolorosas, de manera que Morris resolvía el entuerto aplicando un remedo de pomada milagrosa, conocido en refacionarias y tlapalerías como Fix-a-flat, y a todo esto muy útil para parchar las llantas ponchadas sin tener que ir a la vulcanizadora. Por setecientos dólares —una ganga, de acuerdo a los estándares reinantes— la paciente podía regresar a su casa en la creencia de haber hecho un negociazo. Y luego, nada más llegaban los dolores y el cuerpo comenzaba a deformarse, la “doctora” explicaba a sus víctimas que todo era cuestión de seguir inyectándose, para que la sustancia se asentara y propiciara la recuperación.

2. Territorio merolico

No es fácil esquivar esa publicidad morbosa y a menudo embustera que se vale de contrastar fotografías —donde se ve la pinta del cliente antes y después del tratamiento— para ofrecer así pruebas en teoría fehacientes de su efectividad. Uno se ve imantado hacia el anuncio chusco donde, en el curso de un lapso determinado, el gordo se hizo flaco, el flaco se hizo fuerte, la calva se hizo mata, la fea embelleció, las arrugas se fueron e incluso la más plana se despertó buenísima. Para que ese milagro se nos haga verdad, no es preciso sino hacernos clientes. ¿Y quién no quiere verse mejor de aquí a tres meses, o años, o décadas, cuando bien sabido es que la tendencia corre en sentido opuesto? Como los cirujanos de pacotilla, quienes así pretenden vendernos la belleza ofrecen el paquete por un precio en extremo razonable, y a menudo también nos hacen conscientes de los costos que un tratamiento similar importaría en una clínica de lujo, reforzando de paso esa idea extravagante según la cual los ricos son dichosos derrochando el dinero y no conocen la tacañería.

Uno de los obstáculos fatales en la ruta del pobre hacia la opulencia es la idea que de ésta suele imperar. Pues si el modelo de familia acaudalada parte de los riquillos de pacotilla de los que está repleta la televisión, y el camino hacia ella está pavimentado por los infomerciales, el optimismo que de ahí resulte vivirá condenado a la superstición. ¿Quién, sin embargo, puede restar encanto y magnetismo a las palabras mágicas, como sería el caso de gratis, ahorro y regalo? Antiguamente, los merolicos vivían camellando por plazas y avenidas, donde un flujo verbal incontestable les permitía endilgar a decenas de incautos las dudosas virtudes de un producto increíblemente barato. Hoy, ese mismo truco sirve para engañar a miles o millones a través de un video donde la mercancía va bajando de precio hasta llegar a menos del diez por ciento de su valor propuesto, y encima de eso incluir tantospilones que uno debe sentirse profundamente estúpido si deja ir esa gran oportunidad. “Llame ahora”, aconsejan, acaso porque un rato de reflexión invitaría al incauto a sospechar que el producto prodigio no necesariamente ofrece más ventajas que inyectarse tres tubos de kola-loka en las tepalcuanas.

3. Galanura y baratura

Para quienes “no piensan gastar una fortuna” en un bonito anillo de compromiso, se ofrece todavía en la televisión americana una flamante réplica de la sortija que el príncipe Guillermo puso en el dedo de su hoy esposa, Kate Middleton, al increíble precio de 16 dólares. Ciertamente no son zafiros y diamantes, pero el hecho es que la feliz propietaria podrá decir que la princesa y ella usan el mismo anillo, mientras su novio goza de la prerrogativa de encontrarse más listo que el príncipe, toda vez que se ha ahorrado un dineral tan grande que muy probablemente jamás lo verá junto. La ecuación es, de nuevo, tan simple y fraudulenta como la fórmula de la supernalguina: por el precio de tres míseras hamburguesas, más los correspondientes gastos de envío, toda hija de vecino podrá verse al espejo como legítima princesa.

Quienes alguna vez trabajamos en la redacción de folletos y catálogos en los que se ofrecían productos de belleza a precios ínfimos, sabemos que tenemos ganado el infierno. Desdeñada a menudo por “superflua”, la belleza inducida suele ser tan costosa como las joyas que a menudo la adornan, y con seguridad es más ambicionada. Cómo, explicar, si no, los extremos que alcanzan la oferta y la demanda en estos menesteres. Si unos dan cualquier cosa —nunca mucho, eso sí— por cambiar de apariencia, otros recurrirán a cualquier impostura por ponerse al alcance de ese presupuesto. El resultado es un triste desfile de crédulos deformes, de los que algunos cuantos consiguen un lugar en la página roja mediante un par de fotos encontradas: la flaquita de ayer, el adefesio de hoy, cuyo único pecado consistió en creer que la belleza, presumida como es, podía darse el lujo de abaratarse.