sábado, noviembre 15, 2008

Béla Fleck and The Flecktones



Aunque esto fue grabado en Argentina. También tocaron esa canción aquí en Puebla.

Día 13 de noviembre de 2008, hora 20:00 y lugar: Museo San Pedro de Arte

Con antelación mi novia Carmen y yo fuimos a comprar los boletos para compartir entre los dos los gustos musicales de cada uno, ella: Béla Fleck and The Flecktones, mientras que yo: Julieta Venegas. Las diferencias son claras y distantes. Ella es conocedora de música, yo sólo conozco de rock nacional, rock gringo de Nirvana para atrás, pero sin duda mi fuerte es la Trova, de lo comercial intento escuchar lo mejorcito que puede haber. Considero que Julieta Venegas, al lado de Ximena Sariñana, Natalia Lafourcade y Pambo, pertenece a un pop bien hecho, muy cuidado, sí comercial, pero más inteligente y propositivo.
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De Béla Fleck no conocía nada. Carmen empezó a rolarme videos que aparecen en el amado you tube. Los veía, su maestría se reconoce a cuadras, su habilidad para crear esos sonidos tan mágicos se podía percibir en los videos que Carmen me invitaba a ver y escuchar con detenimiento. Sin duda, eso es música. Después supe que ellos se movían en los géneros del Jazz, Jazz fusion, Folk, Bluegrass y Clásico.
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En punto de las 19:20 horas ya estamos entrando para ocupar nuestros lugares. En lo que esperábamos a que el concierto iniciara nos dimos cuenta -siempre debe haber una mosca en la sopa-, que algunas presencias del Collhi iban a estar ahí.
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¡Carajo, uno no se puede librar de ese maldito hoyo de mierda!
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Pero todo se podía soportar. Compartir este evento, que estaba seguro no me decepcionaría, era lo que importaba. Nada más.
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En punto de las 20:20 horas las luces se apagaron y en el escenario apareció Bela Fleck and The Flecktones, sobrios se dispusieron a deleitar al respetable con una de sus interpretaciones.
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Dijo un ¡hola! en español, después prosiguió a hablar en inglés. Habló poco, casi nada. Lo esencial. Lo que interesaba era escuchar a los ARTISTAS. Se movían con una facilidad inigualable, tocaban con un sentimiento que contagiaba. Dice Carmen y dijo bien, que escuchar un concierto de este tipo es similar a ir a escuchar un concierto de cámara, hay que esperarse a que el músico termine su interpretación. Mucha razón tiene. Pero el mexicano se emociona mucho y le cuesta trabajo guardar esa emoción y opta por compartirla. Aún así, a mi no me molestaba. Siempre he pensado que el acto de estar aplaudiendo cuando, según la percepción, el auditorio lo considera correcto es una forma de reconocer la maestría, la belleza de la música.
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Fueron dos horas de concierto que disfrute como ningunas. No sólo fue el hecho de conocer y adentrarme por un género que nunca he despreciado, pero tampoco, debo reconocer, he sabido apreciarlo; si no el acto de deleitarme al lado de la mujer que amo.
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Un concierto que voy a recordar hasta que la calacuda me quiera en su regazo.
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*Fotos: Víctor Hugo Rojas/Intolerancia diario

viernes, noviembre 14, 2008

López Velarde visto por Los Contemporáneos


Diario Milenio-Puebla (13/11/08)
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Espléndido material el que he leído de la compilación que preparó Marco Antonio Campos sobre Los Contemporáneos y Ramón López Velarde. El libro, editado por el Instituto de Cultura de Zacatecas, contiene textos que sobre el poeta escribieron los miembros del grupo literario durante las primeras décadas del siglo XX.
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El libro estará ya en circulación y los textos que contiene son verdaderamente interesantes, algunos de ellos prácticamente desconocidos.
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Ramón López Velarde (según lo han expresado los críticos) es el poeta más representativo fuera de México y a la "Suave patria", poema póstumo, se le considera como el segundo Himno Nacional. López Velarde muere en 1921 y el material que reúne aquí Campos abre con una la “Elegía apasionada” de José Gorostiza firmada el mismo año, en 1921. Sin embargo, aún falta mucho por estudiarse de su obra, sobre todo la narrativa, ya que muy poco se ha tocado.
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Lo transcribo para los lectores: “Solo, con la ruda soledad marina,/ se fue por un sendero de la luna,/ mi dorada madrina,/ apagando sus luces como una/ pestaña de lucero en la neblina./ El dolor me sangraba el pensamiento/ y en los labios tenía/ como una rosa negro mi lamento./ Las azules canéforas de mi melancolía/ derramaron sus frágiles cestillos/ y el sueño se dolía/ con la luna de lánguidos lebreles amarillos./ Se pusieron de púrpura las liras;/ las mujeres, en hilos de lágrimas suspensas,/ cortaron las espinas/ blandamente aromadas de sus trenzas./ Y al romper mis quietudes vesperales/ el gris de estas congojas/ las oí resbalar como las hojas/ en los rubios jardines otoñales./ Apaguemos las lámparas, hermanos…/ De los dulces laúdes/ no muevan los cordajes nuestras manos./ Se nos murieron las Siete Virtudes/ al asomar/ los labios finos del amanecer./ ¡Ponga Dios una lenta lágrima de mujer/ en los ojos del mar!”
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Lo he transcrito completo por la importancia que tiene para la poesía mexicana.
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Ramón López Velarde visto por Los Contemporáneos lleva una cuarta de forros en la que se dice que el joven Villaurrutia opinaba que los nuevos escritores mexicanos “necesitaban un ejemplo rebelde de un nuevo Adán y una nueva Eva”. Tablada, para Villaurrutia, era la versión de Eva, y Velarde el Adán que requerían los nuevos tiempos.
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En este libro encontrará el lector, entre los textos compilados por Campos, aparte de José Gorostiza, escritos de Cuesta, Ortiz de Montellano, Torres Bodet, González Rojo, Carlos Pellicer frente al “poeta de la provincia” o del “México rural”, conceptos en los que se trató de encasillar la obra de López Velarde.
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Los otros temas de Ramón López Velarde visto por Los Contemporáneos son los relacionados con la sexualidad y la muerte, de acuerdo al prólogo de Evodio Escalante.
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El texto de Jorge Cuesta está fechado en 1934 y lleva por título “El clasisismo mexicano”, y ahí afirma que López Velarde es uno de los poetas más originales de México.

jueves, noviembre 13, 2008

Canción Febril de Fernando Delgadillo



Pocos como él me maravillan.
Si esto no es poesía sin pretenciones que no sean la de expresar el sentimiento puro, entonces ya no entiendo qué es poesía.

El recuento de los acontecimientos

Ya tiene tiempo que no escribo una entrada forma para el blog. No es falta de disciplina, es carencia de un espacio propio, particular donde uno pueda sentarse sin ruido molesto, y escuchar la música favorita. Hoy es de las pocas veces que puedo estar sentado en mi cuarto utilizando la lap top de mi madre, el blog me reclamo atención y como no soy un ser ingrato, preferí cederle unos minutos en lugar de ir a la cama a taparme y pensar en dormir.
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En estos días en los que deje de escribir para el blog, que no de subir textos ya de mi columna como de los acostumbrados invitados de honor, han pasado cosas tremendas. Por petición de Carmen, mi novia hermosa, ya desayuno todas las mañanas, más el lunch que llevo para comer en el periodo que ambos tenemos libre y con la comida-cena que siempre hago, ya suman las tres comidas que uno debe hacer. Esto demuestra el poder una mujer puede ejercer en un hombre, claro siempre y cuando exista un amor recíproco de por medio.
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Desde hace ya como mes y medio empecé a subir columnas reseñando libros que me han regalado las editoriales, ejercicio que ha sido interesante. Ha hecho que tenga una lectura más constante y disciplinada. Espero seguir con este ejercicio. En estos momentos me encuentro terminando algunas páginas del libro de ensayo Mentiras contagiosas de Jorge Volpi, el cual me ha sorprendido al por mayor la evolución que Volpi ha ido adquiriendo a lo largo de su escritura es apreciable y de agradecer, pocos escritores en este país pueden presumir de mezclar con gran habilidad discursiva a la ciencia y la literatura, quizá pronto incursione en otra de sus pasiones: la gastronomía. Tal vez sea cierto lo que sus mayores críticos dicen de todos mis amigos crackeros. Los acusan de efectistas, de abusar de un discurso leve, sin compromiso, algunos afirman, pues no han entrado del todo a novelar la historia de este México variopinto. Pero pese a que no puedo ser su mejor crítico, la amistad a veces puede cegar. Si me atrevo a afirmar que nada más coherente que ellos puede existir en la literatura mexicana actual, en su manifiesto lo hacían notar: apuntaban por una literatura global, sin ataduras chovinistas. Postura que es válida, pero muy criticada por una esfera mexicana tan acostumbrada a siempre hablar de su país, pero jamás entenderlo. E inclusive si alguien ya he leído su manifiesto, ellos mismo proponen el recuro bajo la cual piensan escribir: Las seis propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino. Uno de los libros fundamentales para entender su pensamiento literario, pienso.
En espera tengo el reciente libro de cuentos de Rivera Garza, la enorme-dulce-asombrosa-preciosa mujer que más me ha sorprendido y con la cual ya tuve el gusto de compartir el pan y la sal. Su libro se llama La frontera más distante. Se antoja interesante. Luego esta un escritor local: Javier Zúñiga con su Perdurable memoria, lo que he ojeado y hojeado presume de estar bien construido.
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En unas horas estaré siendo educado musicalmente por mi novia. Me llevará a escuchar al Museo San Pedro de Arte al jazzista Bela Fleck acompañado con The Flecktones, el viernes subiré la experiencia que haya obtenido, todo apunta a que será fenomenal.
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De pronto Octavio Paz ha decidido concederme el derecho de leerlo, hoy gracias a un préstamo que me dio Carmen puede comprar Sueño en libertad, que son la reunión de sus escritos políticos más esenciales. Espero el próximo sea El laberinto de la soledad en edición de Cátedra. Seguramente el más emocionado de esta buena nueva es mi amigo Pedro Ángel quien frente a su grabado de Paz, que tiempo atrás me presumía en la que fuese su oficina como Rector de la UDLA-P (tan ingrata y maldita), me invitaba a leerlo para poder discutirlo. Yo le aseguraba que nuestro Nobel era en vida un verdadero hijo de la chingada. Él insistía, pero eso no le quita lo chingón literariamente.
Entonces, ya pronto leeré a este hijo de la chingada.
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Y fin, ya debo leer un rato a Volpi.

Mentiras contagiosas-(Columna "El Guardián del diván"-Diario "El Columnista" de Puebla-12/11/08)

El 18 de mayo de 2008 anunciaba, en este mismo espacio, que Jorge Volpi publicaba este libro de ensayos bajo el sello editorial Páginas de Espuma, dentro de la colección Voces/Ensayo.
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En las 251 páginas del libro, Volpi lleva al lector a ser partícipe de su forma de pensar.
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Los textos de este libro nadan entre el ensayo y la ficción, al mismo tiempo que exploran temas variopintos que sólo a Volpi se le pueden ocurrir y dar con absoluta facilidad.
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Aquí se puede leer como Volpi habla de las obsesiones de Orson Welles por los personajes de Cervantes, así como unas posibles similitudes. Desde su trinchera personal –y por qué no decirlo, crackera- apuesta supervivencia de la novela, otorgándole variadas posibilidades, que harán que dicho género perdure por muchos años, quizá, siglos. Utiliza su pasión por la ciencia para aventar una bomba y afirmar que la novela es algo similar a un virus o a un parásito, pues ésta tiene como objetivo infectar al mayor número posible de lectores, lo que orilla a que todas las novelas tengan entre sí una pelea encarnizada para lograr ganarse un lugar en el librero de algún determinado lector. Rehúye de los clichés y los típicos análisis académicos de la literatura. A través de un discurso cargado de una ironía pura y sencilla, Volpi habla de su experiencia literaria, construye y comparte sus propios monumentos: Rulfo, Pitol, Fuentes y Bolaño, pero también hace una reflexión severa del presente novelístico en Latinoamérica. Como buen lector de Italo Calvino y sus “Seis propuestas para el próximo milenio”, pero también como uno de los integrantes del grupo que se hiciera público en 1996, plasma en esta serie de ensayos su férrea enemistad con las fronteras, apostando siempre por una literatura global, del mundo, alejada ya de todo chovinismo.
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Un libro que habrá que leer para entender más el pensamiento de estos autores que algún día dijeron ¡ya basta de hablar nada más de Latinoamérica, también suceden cosas afuera que merecen y deben ser retratadas, narradas, ficcionalizadas! En plena era de la globalización, es absurdo seguir pensando que lo que sucede en París o en África no afecta ni Brasil y menos a México.
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Complejo Cultural de la BUAP
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Mi padre, que sí fue invitado al 3er informe del Rector Enrique Agüera e inauguración del Complejo, dice que es de primer mundo. Sólo espero que este nuevo espacio realmente sea accesible a los universitarios, económicamente hablando, aunque el primer mensaje es claro: concierto de Armando Manzanero y Susana Zavaleta: el más barato 220 y el más caro 660. Según taquilla cero, donde uno puede comprarlos. ¡Vaya!, era más barato ir al Auditorio Nacional a ver a Silvio Rodríguez, contando que tiene mucho más cartel que estos dos juntos.
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Quizá pronto le cambien de nombre a este recinto: Ciudad Cultural Universitaria, pues en entrevista dada a tv3 nuestro Rector lo insinuó.
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A los universitarios no nos invitaron a este evento, pero si a los políticos… espero, al menos, se nos considere para ser empleados.

martes, noviembre 11, 2008

La modernidad a dos

Diario Milenio-México (11/11/08)
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Habrá que decirlo con toda serenidad: a juzgar por el número de libros vendidos, Octavio Paz no es un poeta sino un ensayista. De acuerdo a cifras publicadas no hace mucho, el texto de Octavio Paz que más se ha distribuido y se distribuye en México no es un libro de poesía y ni siquiera un tratado sobre teoría poética o un ensayo sobre arte. Su legado, al menos el que le queda al lector no profesional, está en otro sitio. Octavio Paz es El laberinto de la soledad. Es sabido, por supuesto, que la poesía de Paz ha sido y seguirá siendo estudiada a profundidad por lectores especializados tanto dentro como fuera de la academia. Es sabido, por supuesto, que la poesía, sea de Paz o no, en general no vende (y por ello valdría la pena preguntarse, por ejemplo, por el libro más vendido de otros poetas mexicanos que combinaron la escritura de sus poemas, como lo han hecho no pocos, con el ensayo). Ninguna de estas dos afirmaciones anteriores borra el dato: el libro más leído de Octavio Paz es, y por mucho, ese ensayo publicado originalmente en 1950, en pleno auge alemanista. En sus páginas, un Paz de 36 años resumió una lectura atenta de Samuel Ramos y de algunos historiadores más bien convencionales pero franceses para construir, con retórica elegante y a todas luces convincente, una versión de la modernidad mexicana que, con el paso de los años y con la ayuda de escuelas públicas y privadas tanto de México como en el extranjero, ha sobrevivido, a veces se antoja que no con la suficiente polémica, hasta nuestros días.
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Juan Rulfo tenía más o menos la misma edad cuando, apenas unos cinco años después, en 1955, publicó Pedro Páramo. Vivía en la Ciudad de México desde 1946, el mismo año en que Miguel Alemán, un civil con buen gusto en el vestir, se convirtió en el presidente de México, impulsando desde el inicio un agresivo plan de industrialización que serviría, entre otras cosas, para agravar la disparidad social y para convertir a la capital del país en una mancha urbana en continuo proceso de expansión. Juan Rulfo, cuyo universo literario va poblado de paisajes rurales, mujeres de profundos deseos carnales, y el parco hablar de campesinos y hacendados, escribió sus cuentos y su novela en esa ciudad que, con algo de pudor y otro tanto de premura, intentaba a toda costa dejar atrás sus ropajes de rancho grande. Como producto del masivo proceso migratorio que llevó a cientos de miles de hombres y mujeres de las provincias a la ciudad ya convertida en eje de producción tanto industrial como cultural, Rulfo pronto adoptó la actitud del inmigrante que, aún sintiéndose fuera de lugar en el medio urbano, aprovechó, y esto con furor, las oportunidades de la gran ciudad: las librerías y los cines, las salas de conciertos, las calles, los escritores, e incluso los volcanes de las afueras donde solía caminar. En tanto autor de una obra, esto habrá que decirlo también con la serenidad del caso, Rulfo fue un autor citadino. Y su contexto vital, su contemporaneidad, no fue ni la Revolución Mexicana de 1910 ni la Guerra Cristera de 1926-1928, sino el proceso de modernización de tintes claramente urbanos de mediados de siglo.
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Pedro Páramo y el Laberinto de la soledad son, pues, libros tutelares que, una vez más a juzgar por el número de ventas y el número de estudios dedicados a sus páginas y el número de traducciones, produjeron las primeras y más permanentes lecturas de la modernidad mexicana. Se trata, así entonces, de libros in situ. El laberinto de la soledad, este es mi argumento, es una obra que, resumiendo el conocimiento de un status quo nacional e internacional, mira hacia atrás: hacia los albores del siglo XIX. Se trata de un libro eminentemente anti-moderno, más hecho para contener el embate de lo nuevo (y desconocido) que para encarnarlo. Pedro Páramo, escrita en el umbral de la ciudad por un inmigrante afecto a lecturas periféricas —que iban, según aseguran los expertos, desde novelas nórdicas hasta ese libro extraño e inclasificable que todavía es Cartucho, de Nellie Campobello— y a las largas caminatas por la ciudad y sus alrededores, es un libro que mira, en cambio, hacia donde estamos aquí y ahora. En el umbral del siglo XX, justo en su cintura más enigmática, ahí están dos puertas: una que se abre paso hacia la jerarquía formal y social del XIX, que a no pocos todavía les resulta deseable, y otra que se desplaza, con la extrañeza del caso, hacia lo que todavía en 1955 (e incluso ahora) no sabíamos pero avizoramos.
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Son libros distintos, se entiende, puesto que pertenecen a tradiciones literarias tan aparentemente apartadas como el ensayo y la ficción, pero no son libros incomparables. Son libros de su tiempo y son, además, libros que ha (a)probado el tiempo. Cada uno responde a un temperamento, a una estética, a una (más o menos enunciada) política. Pero ambos discurren, con herramientas que les son propias, sobre esa modernidad que los conforma y a la cual, a la manera misteriosa de los libros, que no es otra cosa más que la lectura de los mismos, configuran también. Independientemente de la temática que abordan y el género dentro del que se inscriben son libros que se ven de frente, sin hablar, o hablando lenguajes distintos, pero que se comunican igual. Repito: no se trata de un diálogo entre un México rural y un México urbano. De la orfandad al sexo, pasando por la pobreza, el humor, la raza y el más allá, estos dos libros han dialogado sin tapujos pero desde trincheras diferentes sobre el tiempo y espacio que los contiene a ambos.
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Habrá que decirlo de nueva cuenta y también con serenidad: a juzgar por el número de libros vendidos (y traducidos) Juan Rulfo es Pedro Páramo. Su legado, incluso para el lector no profesional y a pesar de la belleza de su trabajo fotográfico, está ahí. Su legado dice, sobre todo: la realidad es extraña y está fragmentada en mil pedazos. Piensa en ella, tócala. Nada está resuelto hasta que tú lo leas. Dice: Juan Rulfo no existe: existes tú. Empieza.

lunes, noviembre 10, 2008

Nosotros, entre otros ellos

Diario Milenio-México (10/11/08)
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1 El peso de los pésames
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Felicitar suele ser cosa fácil. Nada parece haber tan natural como hacerse uno con la alegría del otro, aun si hay quienes lo intentan refunfuñonamente, a medias ocultando el pesar que la felicidad ajena deja entre algunos tristes abismales. Dar un pésame, en cambio, es harto complicado. Nunca se sabe exactamente qué decir, tan es así que los más inspirados optan por la elocuencia del silencio y dejan que el abrazo —largo, cálido, antiguo como las reminiscencias compartidas— diga lo propio. Excepto, por supuesto, cuando hay que dar el pésame por teléfono. Uno se mira torpe, pues de entrada no puede ver al otro ni hacerse ver por él. Hay que decir las cosas sin enterarse del contexto imperante, puede que la persona a quien llamamos esté, como se dice, destrozada, y entonces la llamada sea un nuevo vapuleo, la puntilla quizás.
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La última vez que intenté dar un pésame telefónico, lo hice con un amigo de la infancia a quien había visto no más de tres veces en los últimos veinte años. “Tienes a tus amigos”, le dije imbécilmente, por decir cualquier cosa que me sacara del embrollo de encontrarme ridículo de cualquier forma, al día siguiente de la muerte de su padre. ¿Era yo acaso uno de esos amigos, cuando llamaba por primera vez a su número y tal vez no lo haría en muchos años más? ¿De qué le iba a servir al infeliz poder hablar de amigos que sólo aparecían para ofrecer un pésame inoportuno? Una vez que dejamos los años escolares, resulta ya difícil establecer cuáles son, en efecto, nuestros amigos. Vamos, que hasta en las mismas familias hay parientes que no se consideran parientes —ovejas negras, rosas, grises, de todo hay— y no son pocos quienes se incomodan, o de plano enfurecen, cuando se les remite a un cierto parentesco inconveniente. “Todos somos del mismo barro”, se decía antiguamente, “pero no es lo mismo bacín que jarro”.
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2 Somos huele a manada
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Aun y especialmente cuando se habla en singular, es difícil decir toda la verdad, pero en plural suele ser imposible. Hablar en nombre de otros, por más que sean parte de uno entre los millones de posibles nosotros, es por fuerza torcer, reducir, soslayar, exagerar. En concreto, mentir. Como no se haga referencia a lo evidente, quienes aluden a las características y sentimientos de una colectividad se arriesgan a pecar no sólo de cursis, sino asimismo de imprecisos y abusivos. A lo largo de todo el Tercer Reich, cada pareja de recién casados recibía por ley un ejemplar de Mi lucha, que debía ser visto como el manual de uso de la germanidad. Un manual de sandeces, en realidad, empezando por esa tendencia irritante, por imbécil, de agrupar a los seres humanos en manadas compactas de semovientes indiferenciables. Más allá del racismo, el mamotreto invoca a una suerte de predestinación racial, donde ni aún los elegidos arios tienen pleno derecho a opinar al respecto. Al Estado, que en nada se equivoca, le queda por lo tanto la facultad de decidir quién pertenece a cada nosotros, si no a uno de esos ellos que inspiraban el término favorito del Führer: Vernichtung. Para un nosotros que se toma muy en serio, usualmente a costillas de los otros, la palabra exterminio acaba convirtiéndose en asunto de higiene social.
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Ahora que pasó el tiempo, entiendo qué fue aquello que me hizo sentir mal durante el infortunado pésame telefónico. Llamarme, de manera tácita pero poco elegante, parte “sus amigos” era invocar a una colectividad fantasma y sumarme a ella demagógicamente, como esos embusteros que no saben hablar en primera persona, de manera que hasta sus opiniones más mezquinas se anuncian compartidas por un nosotros sin forma ni relleno. Cuando un alumno habla por sus compañeros empleando la primera persona del plural, lo hace diciendo aquello que debe decir. Esto es, lo que se supone que piensan todos, por más que cada uno piense lo que le plazca. Le había hablado a mi ex compañero de aula con la solemnidad que me habría merecido la directora, y eso era casi tanto como guiñarle un ojo a medio pésame. No suele uno decirlo, pero a la hora cierta muy rara vez da crédito a manifiestos colectivos, menos aún si se atrevió a firmarlos.
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3 Confúndanme, si pueden
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Es probable que la manada tienda a tranquilizarse cuando se cree compacta, pero también quiere uno creer que le es posible trascender sus tendencias biológicas impresentables. Ahora que todo el mundo se dice desde siempre enemigo del racismo, convendría saber cuántos han conseguido librarse de ese nosotrismo manadero al que la biología quisiera condenarnos por parejo. ¿Existe un show mafioso más entrañable que la hora en que los familiares se turnan para hallar en el recién nacido características propias del clan? Tampoco hay, sin embargo, espectáculo familiar más antipático que el de aquellos que nos invitan a su casa sólo para embarranos en la cara los logros de los suyos, que en nada se comparan con los de nadie. ¿Cómo es que tanta gente puede hacer el ridículo al mismo tiempo? ¿Cómo hacer una mínima insinuación privada sin que se tome como afrenta de sangre, de raza, de nación?
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He asistido, en una sola noche, al luto nacional y el júbilo mundial. He sido mexicano y gringo al mismo tiempo, negro y blanco, universal y aldeano, propio y extraño, conforme y suspicaz, retrógrada y moderno, ranchero y funky. Sé, sin lugar a duda, que cada una de estas comunidades se distingue por ciertos rasgos de las otras, pero también me consta que en todas ellas pulula cantidad de hijos de puta, y tampoco es difícil encontrar a personas lo bastante decentes o indecentes para ya no encajar en el estándar. Reclamo el privilegio de confundirlos y ser, en lo posible, confundido. Me gustaría poder hablar en plural, pero en estos momentos me incomoda en exceso la idea de hacer cuentas para saber a cuántos puedo considerar Los Míos. Preferiría incluso no saber qué es eso.