jueves, junio 25, 2009

El hartazgo de la publicidad

Diario Milenio-Puebla (25/06/09)
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Creo que me he saturado de información estos últimos días, así que muchas ideas andan por acá revoloteando en mi cabeza. Me ha llegado harta información que leo o veo porque así se me da la gana y la voy acumulando, ordenando. En medio de las campañas políticas de los partidos para las elecciones del 5 de julio y el llamado al “voto blanco o nulo”, encuentro que la violencia sigue ocupando su lugar en donde quiera.
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Hace un par de días vi en los diarios que se dio el hallazgo de dos cadáveres metidos en cajuelas, que vienen duras las lluvias y que la inconformidad ciudadana por el caso de la guardería ABC en Hermosillo, donde han muerto hasta la fecha, por mera negligencia de quienes la custodiaban, más de 47 niños. No hay aún culpables. Pero el descontento de la gente va a terminar en nada, escondido en la impunidad y atrás de las cortinas humo.
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Con todo esto (hay noticias excelentes), el festejo nacional de los setenta años del poeta (un verdadero poeta) José Emilio Pacheco ha comenzado. Se lo merecen su obra y su trayectoria. No he dejado de leer a José Emilio Pacheco desde que publicó No me preguntes cómo pasa el tiempo (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1969).
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Hay cosas que en verdad uno no quisiera ver. Toda esa infame guerra de comerciales políticos que hartan a la gente. Así que el homenaje a Pacheco se opaca ante la violencia y los spots de los partidos que ya todo mundo se aprende de memoria sin proponérselo, claro.
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Verán, lectores: al PRD lo van a castigar con el voto porque esa niña que dice “Cámara, candidato, etc.,” simplemente no es nada simpática. Es sobrina de Jesús Ortega, pero uno le cambia al canal cada vez que aparece. En un sondeo rápido entre mis vecinos, todos han estado de acuerdo en lo que digo.
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Luego que ya hemos cambiado de canal y aparece el chamaco fresa diciendo “¿Pero quién va a contar los votos? / Para que nuestra democracia crezca…” y va de nuevo: a otro canal y ahí el Chelís, ya experto en política, hace una pésima propaganda a otro partido: “Si logramos esto lograremos esto otro, etc.” Qué imágenes de la televisión. ¿Y qué me dicen de AMLO, como en trance diabólico, haciendo jurar a Juanito quién sabe cuántas cosas en Iztapalapa?
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Tengo dos alternativas: dejar que pasen las elecciones para volver a encender la televisión, o irme a comprar videos piratones de esos que venden ahí en el Portal Iturbide, que contienen música de los maravillosos sesenta y setenta, así pasará más rápido el tiempo. Yo prefiero con todo seguirle la pista a las buenas noticias, muchas de las otras sólo nos enferman.
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Hago votos porque no quede impune lo sucedido en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora y que este huracán que llega a México y que se llama Andrés no haga mucho de las suyas. Hasta muy pronto.

miércoles, junio 24, 2009

"Encontrarse con Kundera"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 24/06/09 y 01/07/09)

A Carmen, el canto que embellece mi vida.
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Kundera, quizá como pocos escritores, mantiene una consistencia literaria muy fuerte, además de tener una levedad muy constante, incluso Calvino en “Las seis propuestas para el próximo milenio” -titulo de la conferencia que impartiría La Universidad de Harvard dentro de la cátedra Charles Eliot Norton Poetry Lectures-, hizo referencia al autor y en especifico a su novela “La insoportable levedad del ser” para ilustrar el punto. Cuando uno habla de consistencia en Kundera siempre será temática, cada una de sus novelas se preocupa por plantear temas que cuestionen y revisen la condición humana y al referirse a la levedad, no es otra cosa, que su escritura misma, parece tan sencilla, que no se siente la monstruosidad de los cuestionamientos, las certezas y los conocimientos que se plasman en cada novela, en este caso en cada ensayo.
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“Un encuentro” está compuesto por doscientas trece páginas que contienen nueve capítulos, aparece publicado por Tusquets dentro de la colección Marginales. Esta reunión de ensayos es un paseo a través de las reflexiones y los recuerdos de Milán; así como un repaso por sus viejos temas existenciales y estéticos y un regreso a sus viejas querencias: Rabelais, Janécek, Fellini, Malaparte. Es un libro como todos los de Milán: transparente, claro, conciso y cuestionador. La única diferencia es el género, en este caso, se trata de una serie de ensayos mezclados con textos muy personales: una carta escrita a Carlos Fuentes. En cada uno de ellos Kundera plasma su postura estética ante la literatura y la música. Es una gran introspección que Milán decide compartir con sus lectores, casi como una gran conversación capitulada y estructurada. Un tema lleva al otro, nada está al azar ni viene de la pura casualidad. Se podría decir que su estructuración obedece a la de una novela, quizá; mientras que su lenguaje tan personalizado corresponde al de un diario y el estilo ocupado al de un ensayo.
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Aquí, el principal protagonista es la novela y lo que el autor intenta decir por medio de tal. Kundera hace un extensa revisión por esas novelas que lo marcaron y explica el por qué. El exilio, las luchas sociales e ideologías del momento, son cosas que sin duda marcan al artista y son plasmadas en su obra ya como crítica, ya como simple contribución a la memoria colectiva.
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Un instructivo para entender más a Kundera, puede ser otra atinada definición a este tremendo libro.
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Nota: Debido a un error de imprenta y mio, se publicó mal en la versión impresa, razón por la cual, la republicaré la siguiente semana.

Los alimentos terrenales (Invitado José Prats)

Los alimentos terrenales (Invitado Frank Loveland)

Los alimentos terrenales (Invitado Vicente Herrasti)



Versión corregida.

Los alimentos terrenales (Invitado Ignacio Padilla)

martes, junio 23, 2009

Nueva novela histórica

Diario Milenio-México (23/06/09)
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Después del paseo en la sierra y para ustedes (ya saben)
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Las preparaciones de las fiestas del Bicentenario han generado una proliferación más bien desmesurada de libros con temas históricos. No sólo han ido en aumento las monografías académicas sobre los grandes personajes y/o episodios nacionales, sino que también han crecido los ensayos así llamados personales que, en el contexto del aniversario, se organizan alrededor de temas de corte histórico en los que los autores han trabajado con minuciosa atención. Pocos géneros, sin embargo, han aumentado tanto en estos días como el de la novela histórica. Basta con leer entrevistas a los más variados escritores para enterarse de que o acaban justo de publicar una novela histórica o están trabajando ahora mismo en eso. Los cronistas de deportes, los poetas experimentales, los novelistas gráficos, los cuentistas más variados, los periodistas, los abogados, las amas de casa e incluso los que estaban en contra de escribir, escriben ahora novela histórica. Por si hiciera falta aliciente alguno, tanto editoriales como instituciones culturales de los estados y de la federación han establecido una plétora de premios diseñados especialmente para producir y promover novelas históricas. Que los montos asociados a dichos premios sean peculiarmente elevados sólo sirve para acentuar el lugar privilegiado que tiene o se le ha asignado a la novela histórica en el mundo de los libros de hoy. Pareciera ser que tanto la iniciativa privada como pública están convencidas de que, en tiempos que combinan a los festejos del Bicentenario con una de las más graves crisis económicas a nivel mundial, la novela histórica es una especie de paladín que salvará las ventas de libros y las prácticas de lectura de la nación por venir. Ambas entidades parecen confiar en el poder de convocatoria que históricamente, valga la redundancia, ha mostrado tener la novela histórica.
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Estas circunstancias hacen necesario —es más, lo vuelven imperativo si no es que indispensable— hablar de la novela histórica y de la nueva novela histórica. Es importante, tanto por motivos estéticos como políticos, diferenciar entre aquellos libros hechos para confirmar el estado de las cosas y aquellos libros hechos para subvertir el estado de las cosas. Ésa es, para iniciar, la más básica de las diferencias entre una y otra.
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El lector de novela histórica lo dice todo cuando confiesa que lee ese tipo de libros para “aprender” algo. Asumiendo que la lectura en general es una pérdida de tiempo (que en efecto lo es, o en todo caso, debe serlo), el lector confía en que un libro basado en hechos reales (como se le llama a esa estrecha relación con el referente) le convidará una serie de datos, es decir, una cierta forma de información, que a bien tendrá transformarlo en un individuo culto. Sin volverse un aburrido erudito (¡válgame dios!), el lector “productivo” puede aprovechar esos ratos de ocio para convertirse en alguien con quien se puede conversar al final de la cena, por ejemplo, o durante las difíciles aunque ciertamente placenteras etapas iniciales del cortejo. A ese tipo de lector habría que agregarle la igualmente relevante figura del lector “perverso” que, en pose más bien progre, asegura que lee novela histórica para alejarse del canon de la Historia Oficial (con mayúscula) y así internarse en la compleja vida cotidiana de los grandes personajes. Este lector sabe que por lo regular “la ropa sucia se lava en casa”, pero asiduo a los talk shows o al Big Brother se aproxima al libro como quien va tras bambalinas en busca de los cómos y porqués de los triunfos o desgracias ajenas. En eso, como en tantas otras cosas, las estrategias propias de la ficción (la atención al detalle, la capacidad de mostrar en lugar de declarar, la apelación a los sentidos, la combinación de puntos de vista) le sirve mucho a un producto que lejos de cuestionar, afirma el status quo. Al novelista histórico le preocupa, ante todo, reproducir con fidelidad un mundo que construye basado en datos de documentos que, por lo regular, oculta. Recuérdese que sólo el historiador está obligado a documentar sus fuentes y utilizar los famosos pies de página para comprobarlo. Más que basarse en un documento, el novelista histórico se basa, pues, en la información contenida en el documento, asumiendo así que el documento es atemporal y no histórico, justo como la información que genera.
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Pero la historia, como todos lo sabemos, siempre está punto de ocurrir. La historia, quiero decir, difícilmente es cosa del pasado. La historia, que puede ser tantas cosas, no puede dejar de ser, sin embargo, una lectura contextualizada de documentos inéditos. El nuevo novelista histórico lo sabe y, por saberlo, transforma al documento —la materialidad del documento, su estructura, el proceso de su producción y de su hallazgo— en el verdadero eje de su texto. Lejos de concentrarse únicamente en la información contenida en el documento, la nueva novela histórica o ficción con documentos cuestiona, violenta, usa, recontextualiza, pimpea, transgrede la forma y el contenido del mismo. Más que reproducir una época o revelar una serie de secretos de preferencia escandalosos, la nueva novela histórica trae al presente un pasado que está a punto de ser aquí. Ahora. Lo hacen así autores tan diversos como por ejemplo Michael Ondaatje en Billy the Kid o Teresa Cha en Dictee, o Marguerite Duras en La Menta Inglesa. En términos de trama, estos libros se alejan de los grandes personajes, así sean hombres o mujeres, optando en su lugar por los andantes anónimos de las calles cotidianas. Pero la intención no es tanto rescatar voces sino aceptar la autoría ajena de textos escritos por otros. Se trata, pues, de un intercambio entre autores y grafías, sistemas de representación y márgenes. Lejos de la metáfora de la voz que viaja a través del tiempo para ser “escuchada”, es decir, normalizada por la escritura, la nueva novela histórica enfrenta sistemas de escritura en un presente que le arranca al tiempo a través del acto tan político como lúdico de la escritura. En este sentido, la nueva novela histórica no rescata voces sino que devela (y produce al develar) autores. Tal vez ahí radica la razón por la cual la nueva novela histórica está imposibilitada para confirmar nuestro presente. En estrecha relación tanto con la forma como con el contenido del documento, haciendo del documento y de su contexto la fuente misma del cuestionamiento que los produce en el presente, la nueva novela histórica trastoca.

Fragmentos de una conversación, al filo de la madrugada

estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo dice:
*pues estoy leyendo unos aforismos de nietzche, pero más estoy leyendo q haciendo lo q debo hacer, bueno aunq eso es parte
Pingtajo 8-,Poeta neodark y super-fugado,Ho Chi Min: la vida y el amor están en un palabra: Carmen. dice:
*jij, considero que es parte
*Nietzsche es un gran cabrón,
**peligroso
estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo dice:
*jajaja, si hay unos muy sarcásticos y divertidos, aunq a otros no les entiendo mucho
*a sus aforismos
Pingtajo 8-,Poeta neodark y super-fugado,Ho Chi Min: la vida y el amor están en un palabra: Carmen. dice:
*es que está loco
*solo
*deprimido
*qué mejor postura para comprender el amor, la amistad, la felicidad, la vida, Dios
*careciendo de ella
*el carecía mucho de ello
estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo dice:
*jjaja, si caray a veces ya no se qué es mejor, ser desgraciado igual que muchos grandes o normal como muchos pero más contentos
Pingtajo 8-,Poeta neodark y super-fugado,Ho Chi Min: la vida y el amor están en un palabra: Carmen. dice:
*a vees me he atrevido a pensar que quizá hubiera sido más feliz, siendo normal
estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo dice:
*esq es imprensiinante a todo lo q te lleva a crear cuando estás en esos estados...
Pingtajo 8-,Poeta neodark y super-fugado,Ho Chi Min: la vida y el amor están en un palabra: Carmen. dice:
*con carrera común, que dé de comer
*comúnmente en mis estados de depresión
*pero después leo algo de Nietzsche, gran vitalista, algún poema de Casar, siempre alegre y digo: ne, esto es hermoso, por eso duele, lo demás es ficción
estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo dice:
*jjaja si tambien eso de estar trsite y dañado por siempre jamás es un mito de intelectualidad
Pingtajo 8-,Poeta neodark y super-fugado,Ho Chi Min: la vida y el amor están en un palabra: Carmen. dice:
*dicen que el autor de Romeo y Julieta dijo que el hombre es una marioneta del destino
*aunque ahora sería del sistema
estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo dice:
*eyyy
Pingtajo 8-,Poeta neodark y super-fugado,Ho Chi Min: la vida y el amor están en un palabra: Carmen. dice:
*en cambio el artista, es una marioneta de los sentimientos y lleva una cruz plasmada de mitos, incertidumbres y melancolías
estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo dice:
*:
*cierto
Pingtajo 8-,Poeta neodark y super-fugado,Ho Chi Min: la vida y el amor están en un palabra: Carmen. dice:
*por qué esa carita?
estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo dice:
*pss nomás, porq sonó muy acá yo creo
Pingtajo 8-,Poeta neodark y super-fugado,Ho Chi Min: la vida y el amor están en un palabra: Carmen. dice:
*jij
*la inmortalizaré
estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo dice:
*jaja sí, hazlo

lunes, junio 22, 2009

Queridísimos malvados

Diario Milenio-México (22/06/09)
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Las fronteras del malo
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Los villanos, ni hablar, tienen su sex appeal. Uno tiende a seguir, cuando menos en tierra de ficción, a quien supone libre de todo qué dirán y capaz de brincarse cualquier tranca. Creemos, al entrar en su campo magnético, que lo hacemos en nombre de nuestros demonios más osados, si bien las evidencias apuntan hacia los más cobardes. Aun con la mala prensa que suele acompañarla, nadie niega el poder tentador y libertario de la cobardía. De su mano es posible conseguir cualquier cosa, en la medida que se esté dispuesto a recurrir a todos los medios y no se tenga el mínimo escrúpulo. Inclusive se alcanza, bajo su cobijo, alguna retorcida sensación de osadía. ¿Quién, de entre los cobardes que se unen a una turba de asesinos de ocasión, no se siente atrevido sólo por eso? Más todavía: se sabe, y con razón. Quienes jamás hemos matado a nadie, y ni siquiera llegamos a planearlo, miramos con una mezcla de desprecio, respeto y horror hacia la línea divisoria entre los asesinos y el resto de la gente. Creemos, desde una ancha zona de confort moral, que esa es una de las fronteras que no se pueden cruzar de vuelta. Será por eso que nos gusta asomarnos. Cobardes somos todos, pero tal cual se dice en estos casos: hay niveles.
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Tengo, en lo personal, debilidad por villanos hoy clásicos como Frank Booth y Bobby Perú, hijos aventajados de David Lynch, o el Albert Spica de Peter Greenaway. Sujetos a su modo sofisticados, aun a pesar de su primitivismo. Partiendo de este estándar, asumo de algún modo que Michael Corleone no es en rigor un villano, sino hasta casi un hombre de bien, y al mismo Tony Soprano lo encuentro un tanto blando, de repente. Esos bandidos que matan a quien se ponga enfrente pero también respetan y enaltecen los valores familiares tienen, para mi gusto de espectador morboso, un lado demasiado frágil para hallar un lugar entre aquellos malvados repugnantes a quienes da vergüenza perdonar y cuya tumba nunca conocerá las flores. Para algunos, entre los que me cuento, personajes así —insufribles en la vida real, gloriosos en la ficción— son un hallazgo fundamental. Nadie, a veces, como ellos para explicarnos cómo funciona el mundo.
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Para volar sin pagar
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Ya se sabe que la maldad tiene la inconveniencia de ser estúpida, pero muy por debajo de esas exquisiteces filosóficas está una realidad que de repente se les encima. Hay quienes, por tempranas carencias o violencias, no tuvieron más elección que ser villanos, pero en las cárceles también abundan quienes afirman que salieron malos. Y contra eso, se entiende, nadie puede pelear. Dentro o fuera del tambo, los nacidos malandros asumen su naturaleza con una suerte de cómodo fatalismo. Ya que se le va a hacer, si así son. No se saben ninguna otra canción. Ni siquiera imaginan la posibilidad de ser de otra manera, y por lo tanto entienden que su sobrevivencia estriba en el imperativo de mejorar. Esto es, hacerse peores, y en lo posible armarse la peor de las leyendas. Defender a balazos y cuchilladas una lógica idiota impulsada por una inteligencia impecable. La maldad será estúpida, pero también es rica en recursos y ligera de escrúpulos. En esas condiciones, cualquiera vuela gratis.
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Escribo sobornado por la levedad propia de quien lleva veinte horas volando sin pagar. Soy, asumo, uno entre muchos rehenes de la serie El cártel de los sapos. Me la dio un buen amigo, que por lo visto sabe demasiado. Me ha dicho que se vende en todas partes. Desde entonces —hará unos pocos días— no he vivido pendiente de otra cosa que una oportunidad para plantarme frente a la pantalla y volver a ese mundo de mentiras donde apenas parece posible que cualquier cosa llegue a ser más real. No hay cómo sustraerse de una ficción a tal extremo convincente, donde la villanía ocurre como mera consecuencia de un quehacer poco o nada afecto a la lealtad. Un trabajo tan simple y ordinario que su esencia se enuncia en los términos más simples: comprar barato y vender caro.
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Calentando la lumbre
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Milton Jiménez, se llama el personaje más canalla de la espléndida serie colombiana, pero se le conoce mejor con un alias cuyo escaso rango subraya tenebrosamente sus orígenes: El Cabo. “¡Quihubo Cabito!”, saluda alguno de los protagonistas y uno ya casi sabe que la historia está a punto de calentarse. No poca cosa si se toma en cuenta que el hilo argumental es más bien una cuerda que a las primeras lo ata a uno a su transcurso vertiginoso, propulsado por diálogos filosos y una factura a prueba de balas. Lejos de esos malvados que le dan hartas vueltas a sus motivaciones más recónditas, el que interpreta Robinson Díaz es uno de esos personajes veloces e incontestables que no aceptan vivir más allá del presente inmediato. El Cabo no asesina ni tortura nada más por placer, sino como una mera expresión vital. Si otros gozan cantando y bailando, él precisa primero ponerse a mano con los próximos cadáveres. Hace lo que hay que hacer, pero si le preguntan encuentra necesario enterrar a legiones de enemigos reales y potenciales, pues nada hay que no sepa resolver a plomazos. No tiene mujer, ni hijos; su versión personal del amor tiene que ver con el uso y abuso de chicas complacientes cuya ambición las tiene a su merced. Según mis cálculos, desde Keyser Söze no me tocaba ver villano tan redondo.
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No están los tiempos para malvados refinados. Esos que antes de jalar el gatillo se sienten obligados a dar explicaciones, como si todavía les intimidara el trascendente paso que van a dar. Por lo demás, el formato ambicioso de las series —los guionistas tienen decenas de horas para explayarse— deja hueco de sobra para que el personaje tenga oportunidad de dibujarse. No conozco aún el libro, pero lo que es la serie de El cártel de los sapos deja un estándar alto tras de sí, y a saber cuántos verdaderos malvados comidos por los celos profesionales.