viernes, junio 05, 2009

Mario Bellatin en "Pase usted"

Volpi en "Pase usted" hablando del Bicentenario

Una entrevista a Nacho Padilla por Francisco Legaz

Dos videos, dos sobre "El dinero del diablo" de Perdo Ángel Palou



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Jorge Volpi gana el Premio Debate-Casa de América

El Universal -Madrid, España
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El escritor mexicano Jorge Volpi fue galardonado hoy con la segunda edición del Premio Debate-Casa de América por su obra El insomnio de Bolívar, informó la institución en un comunicado.
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La obra ganadora, un recorrido por América Latina "desde su pasado mítico hasta su futuro imaginado", fue seleccionada por el jurado entre un total de 42 trabajos presentados.
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El jurado le concedió el premio por unanimidad y consideró que es un libro ampliamente documentado, que "escapa al tono académico y contribuye, con humor, ironía y gran oficio literario, a la comprensión del continente americano".
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Jorge Volpi logra el Premio Debate Casa de América (El País/Cultura 06/06/09)
'El insomnio de Bolívar' traza una historia de América Latina
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La historia de América Latina desde su pasado mítico hasta un futuro imaginado es lo que aborda El insomnio de Bolívar. Con esta obra, el escritor mexicano Jorge Volpi (México, 1968) se hizo ayer con el Premio Debate-Casa de América. Este libro, según el jurado, está "ampliamente documentado, escapa al tono académico y contribuye, con humor, ironía y gran oficio literario, a la comprensión del continente americano". La obra ganadora fue seleccionada por el jurado entre un total de 42 trabajos presentados.
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El escritor se encontraba en EE UU cuando recibió la noticia del premio. "Imagino un futuro de América con enormes problemas y desafíos y con el sueño de que toda América, incluida la anglosajona, formase algo parecido a la Unión Europea". Volpi ha escrito un ensayo divido en cuatro partes en el que se acerca a la identidad, la democracia, la narrativa y el futuro de América Latina. "A la última parte le he podido añadir algunos tintes de ficción", señaló el escritor.
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El galardón, dotado con 35.000 euros (50.000 dólares) y con la publicación de la obra en los países de lengua española, está convocado por Casa de América y la editorial Random House Mondadori, a través de su sello Debate. El jurado estuvo compuesto por Lucía Méndez, Juan Gabriel Vázquez y Alberto Manguel, en calidad de presidente, así como por Miguel Aguilar, en representación de Random House Mondadori, e Inma Turbau, directora de Casa de América. La concesión del galardón a Volpi, quien se presentó bajo el seudónimo de Manuela Sáenz, fue por unanimidad.
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El jurado reconoció también la obra La herencia de la tribu. Del mito de la independencia a la revolución bolivariana, escrito por la venezolana Ana Teresa Torres.

jueves, junio 04, 2009

Sociopatía de lo cotidiano

Diario Milenio-Puebla (04/06/09)
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Es posible (muy probable) que los llamados sociópatas realmente no conozcan la culpa. Había postergado este tema que me andaba desde hace tiempo rondando en mi cabeza hasta que releí el prólogo del libro Celebridades del crimen de Ángeles Pérez Aguirre y una nota que apareció en una página roja donde se da cuenta, con fotos y señales reales, de unos malandrines que defraudaban a la gente vendiéndoles terrenos que por supuesto no eran de ellos.
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En el prólogo de Celebridades del crimen se refiere el autor a la sociopatía relacionada solamente al caso de los asesinos en serie. Yo amplío el concepto para todos aquellos que andan por ahí cometiendo todo acto de pillerías y traicionando a sus amigos sin que el sentimiento de la culpa (efectivamente) pase por su conciencia.
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Es difícil imaginarse a personajes como éstos, pero los hay. Esta banda a la que me refiero cayó con todos sus cinco miembros hace días. Según la averiguación previa, ellos se dedicaban a la venta de terrenos que, tal como lo dije antes, no eran de su propiedad.
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Pero ahí no terminan los límites que puede tocar un sociópata. Estamos, casi sin saberlo, rodeados de ellos. Es simple: si no hay culpa ante el daño y ante el dolor ajeno, hay indudablemente un sociópata asomando la nariz.
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En el prólogo a Celebridades del crimen de Antonio Sánchez Galindo (David Ojeda, mi amigo y maestro de muchos años, me ha aclarado que Antonio es hermano de Sánchez Galindo, el jugador que militó en las líneas del Cruz Azul en los setenta), escribe acertadamente que la sociopatía se aprende porque se vende.
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¿Pero en dónde están los sociópatas? En todos lados: en la traición, en los malos diagnósticos médicos (sabiendo que engañan a sus pacientes), en la venta de casas, terrenos y departamentos previamente embargados, en las peluquerías, etcétera.
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En la vida cotidiana el sociópata cree que lo que hace es lo correcto, no le interesa en lo más mínimo que el otro se sienta mal o que termine arrastrándose y en la miseria. Lo recalco: no hay culpa y sí complicidades.
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En síntesis: el concepto de sociopatía no es aplicable solamente a los asesinos seriales. Sociópatas también son aquellos que en algún momento de su vida han asesinado animales y andan por ahí como si nada. Sociópatas: poetillas burócratas que organizaron, cuando se sintieron afectados, el fuego amigo en contra de sus superiores jerárquicos y luego les fueron con el rastrero cuento de “ya te paré a la maldita prensa, jefecito”.
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De esta última clase de sociópatas hay que esconderse como de la influenza humana. Son muy peligrosos.

martes, junio 02, 2009

Perlada de sudor

Diario Milenio-México (02/06/09)
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De entre todas las secreciones que produce el cuerpo acaso ninguna sea tan vilipendiada como el sudor. Pocos blanden el olor del sudor propio como una bandera y todavía menos, al percibir las notas de transpiración en el aire, se aproximan al portador para celebrar su presencia. ¿Hace cuánto que alguien no halaga esa frente perlada de sudor? ¿Por qué resulta tan difícil describirlo como un aroma? Fuera del gimnasio, donde por alguna razón milagrosa parece volverse inodoro, ¿cuántas personas exclaman gemidos de positivo asombro ante los chorros que ensombrecen las camisas o las gotas que brotan de las palmas de las manos? Porque resulta claro que el semen y sus homólogos vaginales, que constituyen pruebas irrefutables de la existencia del placer sexual, se han convertido en sustancias preciosas cuyo valor de uso y valor simbólico suele registrarse a la alta en épocas pre-históricas e históricas y en sociedades tanto occidentales como orientales. Igualmente apreciadas son esas lágrimas a través de las cuales queda huella del paso de una fuerte emoción, la cual bien puede ser tanto positiva como negativa puesto que se llora tanto de alegría como de pena. Incluso la orina, ese humilde líquido que resulta de la ingesta de otros tantos líquidos, ha encontrado sus seguidores entre los practicantes de la orinoterapia y aquellos que gustan de las lluvias doradas. Pero el sudor, esa sustancia que alguna vez se constituyó en el sinónimo mismo del esfuerzo físico relacionado al trabajo duro apto para transformar la naturaleza y producir, luego entonces, valor, ese sudor tan pegado a la axila del brazo a cargo de humanizar al mundo, ha ido decididamente a la baja.
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Detenido con la siniestra ayuda de anti-transpirantes o encubierto con la sospechosa acción de desodorantes, ambos de fabricación masiva, el sudor parece destinado a perder la batalla en todos los frentes (especialmente en la propia). Para empezar, al sudor se le asocia con la explosión de las hormonas que conducen a más de uno a la vorágine de la adolescencia (y hay pocas familias contemporáneas que escapan al pavor que produce la adolescencia). Se sabe que los bebés o los pubertos no sudan, o no al menos en el sentido derogatorio del término. Los bebés y los pubertos sudan, esto es, pero no huelen a sudor. Una vez atravesado el umbral de la adolescencia, ya cuando el cuerpo del ser humano se encuentra del otro lado, la leyenda negra del sudor se multiplica tan copiosamente como sus gotas.
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El sudor juega un papel no irrelevante en la producción de identidades de clase que, a fin de cuentas, parecen más bien estigmas. Para empezar, se suele asociar al sudor de manera directa con la falta de aseo. Alguien huele a sudor cuando no se baña, se sabe. Los vagabundos y los viajeros sudan, no así los turistas. Los hippies sudan, pero no los yuppies. Los exiliados, los deportados, los desertores sudan la gota gorda (y a veces también lloran). Sudan, pues, los sucios: los sin oficio ni beneficio. Las niñas bien no sudan; las muchachas de barrio sí. Sudan los obreros, pero más sudan los desempleados. Los integrantes de la pequeño burguesía, la burguesía y, especialmente, de la aristocracia, incluso cuando ésta sea a todas luces venida a menos, no sudan. No sería una mentira añadir que la invención y, luego, la producción de los perfumes y ungüentos con los que se encubre al cuerpo que se aleja (o busca por todos los medios alejarse) de los humildes rondines del trabajo manual se debe a la imaginación y las aspiraciones de movilidad social de estas insignes clases de la sociedad.
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Para colmo de males el sudor hace su acto de aparición en situaciones de gran nerviosismo, cuando el peligro o la jerarquía del poder provocan la súbita falta de confianza en uno mismo. ¿Y quién está verdaderamente orgulloso de la gota que se desliza peligrosamente por el temporal o de la resbaladiza textura de las palmas de las manos cuando ya no se puede más? Amenazando con echar todo de cabeza, el sudor pone en entredicho la solidez propia y, en ocasiones, incluso la dignidad. El sudor le dice al mundo: he aquí uno más que no aguantó la presión, delatando así la debilidad del cuerpo en el que hace su aparición. Superman pudo haber llorado alguna vez pero, que yo sepa, nunca conoció la irrupción empalagosa del sudor.
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Que el sudor y la tecnología no se llevan bien queda por demás claro en los punzantes aromas que resultan del roce entre la piel sudada y, por ejemplo, la terlenka. Más de un sobreviviente de los 70s, esa década que dio lugar tanto a los pantalones acampanados como a los vestidos de terlenka, podrá rememorar sin problema alguno el tufo que sobrevolaba las reuniones de post-adolescentes energéticos vestidos con pantalones de sarga y camisas de rayón. Humo sagrado alrededor. Al contrario de lo que sucede con el algodón o la seda o el lino, todas ellas telas naturales que permiten la respiración del cuerpo, el sudor penetra y se conserva con singular virulencia entre los hilos de las telas artificiales que marcan a las épocas más modernas.
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En sociedades que se dedican con pasión a olvidar o, de plano, suprimir la presencia del cuerpo, el sudor no deja de ser una especie de subversión. Alertando a las fosas nasales de los bienpensantes, el cuerpo sudoroso cuestiona las atmósferas asépticas de los inmóviles y de los rígidos. El que suda camina, baila, avanza. El que suda no sabe o no puede estar quieto. Es difícil sudar frente a una pantalla (aunque cosas más raras han sucedido, en efecto) dentro de oficinas donde el aire acondicionado regula la temperatura diaria, pero es fácil hacerlo en plena calle, bajo una Jacaranda, mientras uno huye a toda velocidad del aburrimiento o de la repetición. El que suda murmura, extasiado: mira esta frente perlada de sudor.

lunes, junio 01, 2009

Ignacio Padilla: «Creemos en la vida de los objetos para no sentirnos solos» (El sur/Cultura y espectáculos-España 02/06/09)

El autor mexicano recibe el II Premio Málaga de Ensayo por su reflexión sobre el animismo
Marina Martínez
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No estaría mal contarle las penas al tostador al llegar a casa tras el trabajo o pedirle consejo al espejo sobre qué ropa sienta mejor. Quizás fuera posible. ¿O no? Ignacio Padilla (México D.F., 1968) no tiene dudas: «Lo mismo que a lo largo de la historia hemos creído en duendes o gnomos, necesitamos creer en la vida de los objetos para no sentirnos solos en el universo». Eso le ha servido al escritor mexicano para trazar 'La vida íntima de los encendedores. Animismo en la sociedad ultramoderna', que le ha valido el II Premio Málaga de Ensayo, convocado por el Instituto Municipal del Libro y la editorial Páginas de Espuma. Ayer lo recibía de manos del alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre.
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Partiendo de los numerosos contextos en los que se puede mover un encendedor, Padilla reflexiona sobre la actualidad del animismo. «Siempre se ha pensado que el animismo es una característica del mundo infantil y de las sociedades primitivas pero hoy, en pleno siglo XXI, seguimos pensando que los objetos están vivos», advierte el autor, que recurre al cine de ciencia-ficción, con sus correspondientes robots y androides, para demostrar que el animismo no es un eco del pasado. «El autómata es la antítesis de lo humano», dice.
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Y, en esa línea, el conocido miembro de la denominada 'generación del crack' -a la que también pertenecen Jorge Volpi y Eloy Urroz, entre otros autores- atribuye un motivo religioso a la vinculación entre del hombre y el objeto -ahora, la máquina-.
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«Detrás de la religión está el miedo, pero también la incomprensión, como sigue existiendo ante el ordenador. Necesitamos pensar que hay un duende o un espíritu dentro para entenderlo», detalla. Pero, al mismo tiempo, ese misterio lleva al temor. Concretamente, según Padilla, a que la máquina «se rebele y domine al ser humano».
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Relación amor-odio
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Se trata, en su opinión, de una relación amor-odio. «Somos presos de una cárcel material con la que no acabamos de conciliarnos», considera Ignacio Padilla, que incluso se pregunta en su ensayo cómo sería el infierno de los objetos.
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Cree que la explicación está en el Más Allá que también existe para el espíritu de la materia. En ese caso, entiende que las cosas «significan tan poco como los hombres». «Lo que queda de ellas es sólo un cuerpo inútil que acrecentará una cordillera de basura sin que nadie sepa o pueda devolverle la vida», añade en referencia a la cultura del reciclaje.
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«Nuestro eufórico consumir y desechar es una labor interminable, una batalla ilusoria contra las cosas», aclara. Y de ahí su certeza: «Sólo nosotros somos volátiles y efímeros». Pero el animismo es una más de las «obsesiones personales» que Ignacio Padilla convierte en ensayo «e incluso en teatro», reconoce el autor, que confiesa estar «siempre trabajando en el cuento».
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No en vano, el autor ha sido merecedor de numerosos premios en el ámbito de la narrativa, por ejemplo, el Nacional Juan Rulfo para Primera Novela (1994), por 'La catedral de los ahogados'; el Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada (1994), por 'Las tormentas del mar embotellado'; o el Primavera de Novela (2000) por 'Amphitryon'. También posee el Premio Nacional de Ensayo Literario Malcolm Lowry (1994) y el Nacional de Ensayo José Revueltas (1999).

De la balada al balazo

Diario Milenio-México (01/06/09)
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Hit the Hit Man
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What’s wrong with you guys?, se alarmó el propietario del castillo no bien los policías saltaron hacia él y lo derribaron. Como si fueran ellos los del problema. No estaba armado, pero insistía en dejar las manos en las bolsas cuando se le ordenaba que las levantara. Vistas las circunstancias, se diría que estaba tratando desesperadamente de llenar los zapatos de Mr. Cool. “¿Qué les pasa, muchachos?”, no obstante, parece una pregunta contraproducente cuando existe un cadáver fresco de por medio. “¿Qué no saben quién soy?”, reparó desde el suelo el dueño del castillo, atónito porque ninguno ahí era capaz de reconocer a Phil Spector de carne y hueso. ¿Qué les pasaba a los oficiales? ¿Acaso imaginaban que alguien como él podría ser culpable de nada, como no fuera un día hacer bailar a sus madres y abuelas?
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No serían aquéllas las únicas palabras inoportunas del inquilino del Castillo de los Pirineos, un inmueble más bien extravagante con treinta y tres habitaciones y un terreno de doce mil metros cuadrados situado en el condado de Alhambra, California, donde vivía como un aristócrata de colmillos largos. En el transcurso de la noche fatal, Spector había paseado a tres mujeres consecutivas abordo de su Mercedes 430S limousine, conducido por el chofer Adriano De Souza. Luego de un par de horas de espera —declararía el brasileño De Souza tiempo después, delante del jurado— se escuchó un estallido y al poco rato salió su patrón, pronunciando las cinco palabras que acabarían por hundirlo en la cárcel: I think I killed someone. De poco le valdría al productor de Let It Be —solía hablar de Lennon como “el hermano que no tuve”— replicar que el chofer lo entendíó mal, una vez que los investigadores habían encontrado rastros de sangre en una de las bolsas de su pantalón. Sangre de la Lana Clarkson, que murió de un balazo en el paladar por ahí de las cinco de la madrugada del lunes 3 de febrero de 2003.
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“Y yo no sé cual fuera su jodido problema, pero ella no tenía ningún derecho de venir a mi jodido castillo y volarse la jodida cabeza”, añadió todavía el productor, camino a la comisaría, no sin antes lucirse tachando a Lana de “pedazo de mierda”. ¿Cómo entender que ahí donde los derechos del acusado comienzan por el de permanecer callado, un hombre como Spector se atreviera a decir tantas estupideces juntas? Es de creerse que fuera por eso. Él es Phil Spector y los demás no. No se concibe que una leyenda de sus dimensiones vaya a dar a la cárcel por homicidio. No es ni posible, vamos. Debe de haber algún error. Un hombre que ha pasado de los sesenta años y tiene una fortuna incalculable no se mete en problemas de esta clase…
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El de la pistola de oro
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Antes de trabajar para Phil Spector, el defensor Bruce Cutler había ganado fama representando a O. J. Simpson. Salirse con la suya una vez más podía ser tan fácil como evocar los logros profesionales de su defendido, a manera de pruebas de descargo, y al propio tiempo cargar contra los familiares de la víctima, a quienes no bajó de “lambiscones y parásitos”. ¿Qué culpa iba a tener su célebre cliente de que una desequilibrada más eligiese de pronto suicidarse en la sala de su château? Para mejor probar esa celebridad, el acusado —libre con una fianza de un millón de dólares— solía presentarse en el juzgado como si se tratase del escenario de una opera rock. Tacones altos, sacos hasta la rodilla, pelucas estrambóticas que treinta años atrás habrían sido la envidia de Elton John. Se diría que desde el mismo look, Spector se empeñaba en dejar claro que su reino no era de este mundo, ni aceptaba por tanto otra jurisdicción que su reinado. El jurado tendría que empezar por elegir entre verlo como una leyenda viva o encontrar en su estampa no mucho más que un viejo ridículo y patético. De sobra está decir hacia dónde apuntaban las evidencias.
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Apegado a los antidepresivos, la tarde del domingo 2 de febrero Spector había salido de farra por Los Angeles. Ya pasadas las tres de la mañana, llegó a la sección vip del House of Blues y se dejó atender por la hostess. En un principio, Lana Clarkson —40 años, rubia, actriz en decadencia— creyó que el hombrecillo del abrigo blanco era alguna señora, pero su jefe la desengañó. “Es Phil Spector. Trátalo como oro.” Poco rato después, Lana ya iba en su limo. ¿A suicidarse? Según los detectives forenses, el cañón de la pistola no habría destrozado los dientes de Lana —había infinidad de astillas esparcidas por la sala— sin una mano que aún la sostuviera. Y Spector, que seguía jurando no haberse dado cuenta de que la muerta estaba bien muerta, decía por otra parte que él mismo vio cómo besaba el arma, justo antes de meterse un tiro en la boca. Es decir, le quitó su pistola y la besó. Luego inmediatamente bang. Qué ganas de joder, diría el abogado. Esas cosas sólo le pasan a Phil Spector.
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Cañones cariñosos
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Tras un juicio abortado, los fiscales volvieron a la carga, sostenidos por una montaña de evidencias y cuando menos cinco antecedentes que señalaban a Spector —ahora representado por Robert Shapiro, defensor de mafiosos del calibre de John Gotti— como agresor armado recurrente. Ya fuera en el estudio, del cual su mala fama lo había retirado, como entre sus adeptas avanzadas, Spector no tardaba en recurrir al pistolón para imponer sus órdenes y caprichos. Detestaba, por cierto, que lo abandonaran.
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El día del veredicto, el inventor del wall of sound llegó ante el juez de saco y corbata, escoltado por tres guardaespaldas y su nueva esposa, con un botón clavado en la solapa: Obama rocks! Una vez declarado culpable, ya no volvió a la calle. Hoy purga una condena mínima de diecinueve años, que a sus sesenta y nueve parecen demasiados. Sin tacones, amantes, abrigos, castillo, parrandas, pelucas, limousines, salones vip y anteojos de colores, difícilmente conseguirá explicarse cómo un adolescente profesional termina igual que un viejo amateur. Ya puedo leer el texto de su epitafio: What’s wrong with you guys?

domingo, mayo 31, 2009

A pura literatura, Palou quiere evitar canonización de Pío XII (El Universal/Kiosko-Letras+Artes 31/05/09)

Una novela escrita con gran pasión convirtió a Pedro Ángel Palou en un cruzado contra el “Papa de Hitler”
Yanet Aguilar Sosa
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Hay una leyenda negra en torno a la figura de Eugenio Pacelli, el cardenal que en 1939 fue ungido como el Papa Pío XII. El hombre que podría ser beatificado por el Vaticano, es el protagonista de la novela El dinero del diablo, ficción documental de Pedro Ángel Palou, que expone la corrupción vaticana y afirma que ese católico italiano no sólo guardó silencio ante el Holocausto sino que fue parte fundamental del ascenso de Adolf Hitler.
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El autor de la novela policial que resultó finalista del Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica 2009, no se asume como un cruzado que lucha contra la iglesia católica, pero no descarta que su novela logre algún efecto.
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Aunque reconoce que la literatura no tiene un efecto tan fuerte, incluso puede ser que este libro —basado en una profunda investigación y en una seria revisión documental e histórica— provoque que la beatificación de Pío XII, llamado por algunos El Papa de Hitler, se haga con más prisa “antes de que el fenómeno de conocimiento o reconocimiento del papel de Eugenio Pacelli sea tan fuerte que no se lo pueda beatificar”.
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Pudo haber hecho un ensayo que tendría más peso contra la beatificación de Pío XII con todos los elementos que ese género literario esgrime, pero quiso hacerlo desde la literatura que también es un acto de conocimiento. “La novela no es un lugar de entretenimiento puro, sirve para dar a conocer, es una forma como el ensayo y la poesía; El dinero del diablo aporta en un proceso enredado, difícil y lleno de contradicciones”.
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La novela publicada por Planeta está escrita a dos tiempos, el que transcurre en el primer tercio del siglo XX cuando Eugenio Pacelli alienta que Pío XI firme un concordato con Benito Mussolini y uno con Adolf Hitler y otro ambientado en la actualidad donde un detective jesuita investiga una serie de asesinatos ocurridos en la Santa Sede.
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Palou, autor de la trilogía sobre los sacrificios de Zapata, Cuauhtémoc y Morelos, está en contra de la beatificación de Pío XII, pero no hay noticias de que el Vaticano vaya a detenerla.
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“Lo que se hizo fue aplazar el proceso, a partir de que el año pasado comenzaron las reacciones en contra, encabezadas por el rabino de Jerusalén y de otras personas, cuestionando la posición de Pacelli o Pío XII ante el Holocausto; el Papa Benedicto XVI dijo que aplazaría durante algún tiempo el proceso hasta que él y un grupo de teólogos revisaran los elementos”, señala Palou.
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Los argumentos de quienes han promovido el proceso de beatificación de Pío XII, el cardenal que fue Secretario de Estado y estuvo al frente del sistema de espionaje vaticano conocido como la Santa Alianza y ahora denominado La Entidad, es que durante el Holocausto salvó a algunas familias de judíos.
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Se sabe que fueron siete familias de judíos conversos al catolicismo entre los que estaba la familia de Bernardino Nogara, el banquero judío que fundó el Banco Vaticano y ayudó a Pacelli a hacer crecer las riquezas de la Santa Sede.
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Esta especie de acto tan emblemático de salvar algunas familias judías hoy también se cae por su propio peso. No hay que olvidar que se sabe muy bien la dimensión de esta “salvación”que es uno de los argumentos para su beatificación”, señala el narrador que en la novela da cuenta de los negocios del Vaticano, que incluyeron inversiones y compra de fábricas de condones y armamento.

Palou confía en que su novela genere una discusión, pero sabe que si el Papa Benedicto XVI sigue el proceso de la beatificación es porque se le quiere hacer santo a toda costa y concluir con el proceso de canonización. “Si lo hacen lo harán en fast track, como lo hizo Juan Pablo II con los santos más polémicos, en paquete, para esconderlos entre otros”.

El silencio de Eugenio Pacelli no es su pecado mortal, el gran cuestionamiento que cualquier ser humano le hará es porque alentó el ascenso de Hitler y con ello el Holocausto contra el pueblo judío, porque fue una pieza fundamental después de que aprovechó los concordatos con Hitler y Mussolini para que el Vaticano saliera de la pobreza en la que estaba, en los tiempos de su antecesor, Pío XI, de cuyo presunto asesinato, según las investigaciones, fue su autor intelectual.
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“Esta novela apunta a que el silencio de Pacelli es en todo caso una consecuencia de acciones previas. Yo sostengo, como muchos otros, que hay una trama de Pacelli con Nogara para eliminar a Pío XI (Achille Ratti), unos días antes de que leyera una encíclica donde pregonaba que la unidad humana era fundamental”, afirma Palou.
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En su novela de 277 páginas, Pedro Ángel Palou señala que esa encíclica, llamada “De la unidad de la raza humana” representaba que al leerla Pío XI el Vaticano sostendría una enemistad absoluta con Hitler y eso le preocupó mucho a Pacelli que entonces ya era Secretario de Estado, pues había conseguido que el concordato con Hitler hiciera que 8% de impuestos de los católicos —casi un diezmo— fuera directamente a las arcas del Vaticano.
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Con la publicación de su novela —que sostiene la imprudencia de beatificar a un ser que desde su juventud se dedicó al espionaje y cuyo sentido era intrigar en el Vaticano— Pedro Ángel Palou espera una respuesta virulenta de la iglesia.
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“Los libros en español todavía no tienen el efecto del libro en inglés, como no se traduce probablemente la iglesia decida ignorarlo con una forma de censura y de crítica, pero el libro tiene un impacto más allá del propio idioma español, seguramente la reacción será verdaderamente virulenta porque es la primera vez que en lugar de meterse con una figura menor o tangencial de la iglesia católica, me meto con un Papa central para el Siglo XX”, acota el narrador.
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Su colega, el escritor Álvaro Pombo, hace unos días le dijo que tal vez con la novela había estropeado un ensayo magnífico sobre el tema que generaría mayor controversia y que podría estar más en el tono de una cruzada; Pedro Ángel Palou confía en la literatura por la imaginación, el diálogo y la poesía que trasciende el develamiento de la verdad.
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“La literatura sabe que el discurso es otra forma de verdad, que no tiene la verdad absoluta, es un discurso más que se suma a los discursos del saber”, apunta el famoso escritor poblano.