Un libro, una pluma, esta hoja.
Mi mano derecha y la izquierda que
sostiene, esa blanca y vacía hoja.
Esto que escribo tan volátil
como todo lo que siento.
No hay nada eterno,
ni la misma realidad tan
traicionera, tan
ladrona de sueños
y certera de aquello
que nunca pregunté.
Sigo sentado sin escribir nada
que no sean simples pensamientos.
Y el tiempo despiadado
corre por mis venas: rápido
y sin ser visto,
con una certeza tan obvia
y aún así no puedo detenerlo,
me resigno a observar.
Estoy solo, siempre es y fue así.
Hábito entre torres de papeles,
polvo, recuerdos, sueños incumplidos,
quimeras que pululan como cucarachas
y novelas inconclusas, como mi vida.