viernes, agosto 15, 2008

Rivera Garza y Álvaro Enrigue, visitan la BUAP, con gestión de la Fuga Literaria.

Diario Síntesis (15/08/08)
Joaquín Ríos Martínez
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Presentaron sus novelas y charlaron en torno al proceso de creación literaria en el salón de Proyecciones del Carolino.
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Invitados por la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y por el grupo Fuga literaria, los escritores mexicanos multipremiados Cristina Rivera Garza y Álvaro Enrigue, mantuvieron una charla con alumnos de literatura, acerca de sus propios procesos de creación, sus temáticas y formas de "inspiración", esto en el Salón de proyecciones del Carolino la tarde del jueves.
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Cristina Rivera Garza es narradora, poeta e historiadora y mencionó que su proceso de escritura tiene que ver más con la incertidumbre que ello provoca.
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En este ejercicio se presentan una serie de hallazgos que me llevan a producir con curiosidad y pasión por el lenguaje, aseguró. Te sientas a escribir frente a la pantalla en blanco y no sabes donde vas a parar, o si ello tendrá final o continuidad.
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El medio de la literatura te da la posibilidad de crear y construir cientos de imágenes y atmósferas que despertarán la curiosidad e imaginación de tu lector, dijo. Escribir es para mí siempre como estar en medio del vértigo. En el proceso de la escritura interviene todo lo que sé y lo que no sé, incluso lo que creo que sé, hay bagaje cultural, imaginación y algo importantísimo, las impresiones indelebles del día.
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En otro tiempo –agregó- pensaba en los rituales de la escritura: tener un espacio acondicionado, silencio, una dotación de cigarros, hoy no puedo pensar así. Hoy me tengo que acoplar como escritora a las circunstancias diarias, a los espacios y al tiempo que puedo dedicar a escribir, fuera de las horas de mi trabajo como catedrática de la Universidad del Estado de México.
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Desgraciadamente para mí escribir ya no es algo aparte a mi vida, hoy tienes que integrarte al cotidiano y vivir al límite. Así escribí mi más reciente libro "La muerte me da", editado por Tusquets.
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Diario Eco (14/08/08)
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La incertidumbre, elemento presente en la creación novelística
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Invitados por la Facultad de Filosofía y Letras y el Movimiento Fuga Literaria, los escritores mexicanos Cristina Rivera Garza y Álvaro Enrigue tuvieron un diálogo con estudiantes y profesores de esta unidad académica acerca del proceso de creación de sus respectivas obras.
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Acompañados por el director de esa Facultad, Alejandro Palma Castro, los creadores tuvieron un acercamiento con los jóvenes alumnos para hablar de eso que los motiva a escribir; de su formación, inspiraciones, musas y de todo ello que los impulsa a la actividad intelectual.
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Esta presentación formó parte de las actividades organizadas por la Facultad de Filosofía y Letras para dar a conocer la nuevas novelas de ambos escritores: La muerte me da (Editorial Tusquets, Colección Andanzas) de Cristina Rivera Garza y Vidas perpendiculares (Anagrama, Colección Narrativas Hispánicas) de Álvaro Enrigue.
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De entrada, a la pregunta de qué elementos influyen en el proceso de creación, Cristina Rivera Garza respondió que, en su caso, el factor incertidumbre es un elemento existente, “pues mientras en un ensayo académico sabes cómo vas a entrar, el planteamiento central, la ubicación de los párrafos y cómo terminará, en un cuento o novela, no hay certezas y todo puede ocurrir”.
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Álvaro Enrigue reforzó esta idea al expresar: “Al enfrentarme a la pantalla en blanco, no sé cómo empezar. Es más, la mayoría de las veces no tengo la menor idea de lo que voy a escribir. Tal vez esté mal venir a reconocer esto frente a ustedes, pero así es. Por eso coincido con Cristina: la incertidumbre siempre está presente”.
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La Jornada de Oriente (14/08/08)
Yadira Llaven
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La esencia de la creación literaria es la incertidumbre, coinciden Rivera y Enrigue
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El proceso que caracteriza a la creación literaria es la incertidumbre. Incertidumbre esencial y enriquecedora que se convierte en la guía principal del escritor y que decide si la imagen que obsesiona a la mente del creador engendrará un cuento, una novela o una entrada de blog. Ésa y otras ideas fueron las coincidencias de una conferencia dinámica y alejada de todo formalismo que los escritores mexicanos Cristina Rivera Garza y Álvaro Enrigue compartieron con los estudiantes de la facultad de Filosofía y Letras de la UAP y el público asistente a la sala de proyecciones del Carolino, ayer al mediodía.
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Los escritores platicaron con la gente sus experiencias en el quehacer literario y la complejidad del proceso creativo. Para Rivera Garza, por ejemplo, la incertidumbre conduce a su pluma –o a su teclado de computadora– al encuentro del lenguaje con lo que sabe, lo que cree que sabe y también con lo que no sabe, mientras que la incertidumbre que experimenta Enrigue se parece más a un partido de futbol americano –deporte que no disfruta particularmente–, donde el caos hace que el mariscal de campo tenga seis o siete jugadas planeadas para que el balón supere la distancia entre su brazo y el pecho de su compañero. En cualquier caso, el resultado sirve para combatir la necesidad de expresarse que ambos ejercen desde hace años.
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Pero el proceso no termina con el exorcismo de las imágenes vertidas en el papel. La obsesión continúa en la revisión de esas líneas que Rivera Garza realiza día a día, de manera paralela y circular a la escritura, y Enrigue capítulo a capítulo. Finalmente, coincidieron, la literatura es un trabajo menos glamoroso de lo que la gente piensa. Aunque claro, confesó el escritor, permite ciertas satisfacciones, como conocer lugares que en otras circunstancias nunca podría visitar.
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Casos raros, como ambos se definieron, ninguno de los dos estudió Letras. Rivera Garza entró a Sociología en la UNAM porque el folleto de la carrera definía que la meta del sociólogo era “cambiar al mundo”, y de ahí pasó al doctorado en Historia para “saber poco de mucho o mucho de dos o tres cosas”, mientras que la pasión de Enrigue se dio a pesar de que sus coordenadas no indicaban que la literatura fuera su destino. “No sé si aquí en Puebla suceda lo mismo, pero en el DF si vas a ciertas escuelas tienen más probabilidades de terminar escribiendo. De mi preparatoria, por ejemplo, salían futbolistas, no escritores”.
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Así como hubo coincidencias, la diversidad de pensamiento surgió entre los comentarios espontáneos y frescos de ambos literatos. “Antes, en el siglo XX, creía que para escribir necesitaba una serie de circunstancias especiales. Ahora, en el siglo XXI, esas circunstancias son cada vez más complicadas de conseguir en medio del caos de la vida moderna, así que mis opciones son dejar de hacerlo o escribir como se pueda y cuando se pueda”, dijo Rivera.
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Enrigue, por el contrario, se confesó un hombre de rituales. “A la hora de escribir sí necesito mi espacio. Lo hago en un estudio que está separado de mi casa y donde los libros –más de los que ningún hombre podría leer en su vida– me sirven de cobijo”. Y para cuando el bloqueo se avecina, recomendó “un vaso de vodka helado que es como vick vaporub para el cerebro. Como un poco de heroína, pero eso no lo recomiendo”, remató entre risas.
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Las periferias se centralizan
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Mientras Enrigue decía que el escritor actualmente necesita del mundo editorial para acercarse al lector y aconsejaba a los jóvenes a mudarse al Distrito Federal, en donde están las grandes compañías de la industria, su amiga reviraba. “Yo he pasado gran parte de mi vida fuera del centro, en las orillas, lejos de casas editoriales y creo que también ésa es una posibilidad. Quédense en Puebla. Es importante no leer lo que se está leyendo, ignorar las modas, darle la vuelta y encontrar las cosas que se están produciendo en otras partes”.
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“Los procesos de descentralización son parte del siglo XXI. Cada vez es más posible para los autores quedarse a vivir donde les dé la gana y producir los libros que tienen que producir”, siguió. Y tras unos minutos de reflexión sobre las palabras de su compañera de mesa, Enrigue continuó: “Yo diría que uno de los lugares donde uno puede o debería estar es Tijuana. Me parece una referencia mucho más importante que la ciudad de México a nivel internacional, al menos en términos de arte”. (Alonso Fragua)
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La muerte me da, diálogo con Pizarnik-(Diario Intolerancia 18/08/08)
Federico Vite
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La reciente novela de la tamaulipeca Cristina Rivera Garza aborda la imposibilidad de una poeta para escribir en prosa. Refiere a la autora de Extracción de la piedra de la locura como un eje narrativo en el libro presentado en el auditorio Elena Garro
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Para Cristina Rivera Garza, su reciente novela La muerte me da, editada por Tusquets, es un intento por analizar cómo es que para algunas personas el ejercicio de la prosa resulta tan complicado, casi imposible, como fue el caso de Alejandra Pizarnik.
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Rivera Garza explicó que no sólo se trata de un contexto violento en el que se desenvuelve la novela, sino en una frase que Garza encontró en los Diarios de Pizarnik: “me resulta casi imposible escribir en prosa”.
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Agregó que uno de los ejes de su novela es que hay un personaje llamado Cristina Rivera Garza, académica que prepara un ensayo acerca del mismo tema del que habla Pizarnik, donde aborda la imposibilidad de la narración. Dicho de otra manera: la narración como un referente inconquistable.
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Aparte de que ella trataba exclusivamente de dialogar con Pizarnik, se da un contexto violento a la trama, aunque lo que se pretende es reflexionar sobre la frase sugerida por la poeta argentina.
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Parricidio
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El autor de Vidas perpendiculares, Álvaro Enrigue, apuesta por el parricidio, pues, señaló: “Se trata de varias reencarnaciones de un personaje que siempre atenta con la figura del padre; pero más que un capricho, se busca la pretensión de ruptura con la autoridad. Planteo la posibilidad de la rebeldía”.
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Se trata, aseveró, de una confrontación en contra de toda autoridad, especialmente, una afrenta contra Dios.
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Los catedráticos Alí Calderón y Alicia Ramírez fueron los encargados de comentar el libro de Cristina Rivera Garza, La muerte me da; en tanto que Alejandro Palma, director de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Puebla, y Roberto Martínez Garcilazo, director de la Casa del Escritor, se encargaron de hablar un poco acerca de Vidas perpendiculares, novela de Álvaro Enrigue.
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Principio de incertidumbre
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Pero antes de que estos dos autores (Rivera y Enrigue) se presentaran en el auditorio Elena Garro, el viernes pasado dieron una charla en la sala de Proyecciones del edificio Carolino, en la que coincidieron en señalar que la incertidumbre es una herramienta de la creación literaria.
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El proceso que caracteriza a la creación literaria es la incertidumbre. Charlaron sobre la complejidad del proceso creativo de la literatura. Para Rivera Garza la incertidumbre la confronta con lo que sabe. “Voy al encuentro del lenguaje con lo que sé o creo que sé”, precisó.
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Enrigue, por su parte, explicó que para él la incertidumbre es más como un partido de futbol americano, donde el caos hace que el mariscal de campo tenga seis o siete jugadas planeadas para que el balón supere la distancia entre su brazo y el pecho de su compañero.
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La obsesión, comentó Garza, es otro de los aspectos de la incertidumbre, se trata de la revisión de lo que uno ha hecho. “Este acto es circular y paralelo a la escritura”, dijo. Finalmente, coincidieron, la literatura es un trabajo menos glamoroso de lo que la gente piensa.
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Aunque, señaló Enrigue, permite ciertas satisfacciones, como conocer lugares que en otras circunstancias nunca podría visitar.
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Casos raros, como ambos se definieron, ninguno de los dos estudió Letras. Rivera Garza entró a Sociología en la UNAM porque el folleto de la carrera definía que la meta del sociólogo era “cambiar al mundo” y de ahí pasó al doctorado en Historia para “saber poco de mucho o mucho de dos o tres cosas”.
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Enrigue se enfocó a la literatura a pesar de que sus coordenadas no indicaban que las letras eran su vocación. “No sé si aquí en Puebla suceda lo mismo, pero en el DF si vas a ciertas escuelas tienen más probabilidades de terminar escribiendo. De mi preparatoria, por ejemplo, salían futbolistas, no escritores”.
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“Antes creía que para escribir necesitaba una serie de circunstancias especiales. Ahora esas circunstancias son cada vez más complicadas de conseguir en medio del caos de la vida moderna, así que mis opciones son dejar de hacerlo o escribir como se pueda y cuando se pueda”, concluyó Rivera.
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Enrigue afirmó que “a la hora de escribir sí necesito mi espacio. Lo hago en un estudio que está separado de mi casa y donde los libros —más de los que ningún hombre podría leer en su vida— me sirven de cobijo”.
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Confesión de poeta
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Garza señaló que tomó la idea La muerte me da después de que encontró en los Diarios de Pizarnik una confesión: “Me resulta casi imposible escribir en prosa”.
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Afrenta con Dios
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El autor de Vidas perpendiculares, Álvaro Enrigue, apuesta por el parricidio, pues, señaló: “Se trata de varias reencarnaciones de un personaje que siempre atenta con la figura del padre; pero más que un capricho, se busca la pretensión de ruptura con la autoridad. Planteo la posibilidad de la rebeldía. Busco una confrontación en contra de toda autoridad, especialmente, una afrenta contra Dios”.

jueves, agosto 14, 2008

Enrigue y Rivera Garza en la UAP


Diario Milenio-Puebla (14/08/08)
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Emulando a un cronista de la publicidad que conocí hace mil años y que recorría las calles (creo que aún lo hace) en un auto valiéndose de unos altoparlantes y un micrófono como los que se usaban al inicio de la XEW, diré, muy a su estilo, que “hoy jueves 14 no se pierda, amable lector, la presencia en Puebla de los escritores Álvaro Enrigue y Cristina Rivera Garza, que estarán en dos actos: uno en la Sala de Proyecciones del Edificio Carolino a las 12:00 puntualitos; y otro en la presentación de las novelas La muerte me da de Rivera Garza y Vidas perpendiculares de Álvaro Enrigue en el Auditorio Elena Garro de la Facultad de Filosofía y Letras (3 Oriente 210, Centro Histórico) a las 17:00, ni un minuto más, ni uno menos.
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Este acto doble lo organizan la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y el Movimiento Cultural “La Fuga Literaria”, para beneplácito de los lectores de Puebla.
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Las presentaciones de los libros van a cargo de Alejandro Palma Castro, director de la Facultad; Alicia Ramírez Olivares; Roberto Martínez Garcilazo (no sé por qué está máquina me pone Gracilazo cada vez que quiero decir Garcilazo) y los propios autores. Quien modera la mesa es Alfredo Godínez, conocido poeta fugado, tal como él mismo lo deja visible en sus ochenta blogs que tiene y que —asombrosamente— atiende.
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Me interesa subrayar la enorme disposición que ha mostrado el director de la Facultad de Filosofía y Letras para la organización de actos como éste. Alejandro Palma es un poeta, un hombre de letras que tiene la suficiente sensibilidad para abrir espacios a las manifestaciones culturales. A poco de su llegada a la facultad, logró la organización del XXXVII Congreso Internacional del Literatura, que originalmente se habría de llevar a cabo en la Universidad de las Américas.
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Mi reconocimiento desde estas páginas al rector de la Universidad Autónoma de Puebla y a Alejandro Palma, director de la Facultad de Filosofía y Letras, mi casa, por estas iniciativas.
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Álvaro Enrigue nació en el DF en 1969. Ha vivido entre México y Washington. Ha sido profesor de Literatura en la Universidad Iberoamericana, y de Escritura Creativa en la de Maryland. Se dedica desde 1990 a la crítica literaria y ha colaborado en revistas y periódicos de México y España. Ganó el Premio de Primera Novela Joaquín Mortiz con La muerte de un instalador, en 1996. En Anagrama ha publicado Hipotermia (pequeña ficha extraída de Anagrama/N. del A.).
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Cristina Rivera Garza: narradora, poeta e historiadora. Graduada en la UNAM en Sociología. Fue profesora asociada de historia mexicana en la Universidad Estatal de San Diego, y codirectora de la Cátedra de Humanidades del Itesm campus Toluca. Ha sido acreedora a la Beca Jóvenes Creadores 1994-1995 en novela; y a la beca Jóvenes Creadores 1999-2000 en poesía. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores Artísticos (2007). Actualmente publica La mano oblicua, columna semanal que aparece el día martes en la sección Cultura del periódico Milenio (Pequeña ficha extraída de Wilpikedia/N.del A.).
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Álvaro Enrigue y Cristina Rivera Garza son dos escritores representativos de la actual literatura mexicana.

miércoles, agosto 13, 2008

Rivera Garza y Enrigue en Puebla, otra más de la Fuga Literaria 2

Cristina Rivera Garza y Álvaro Enrigue en Puebla, traídos por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP y La Fuga Literaria.
Jueves 14 de agosto de 2008
12 pm en Sala de Proyecciones del Carolino: Conferencia-diálogo
5 pm en Auditorio Elena Garro de la FFyL-BUAP: Presentación de las novelas La muerte me da de Rivera Garza y Vidas perpendiculares de Enrigue. Presentan los autores, además de Alicia Ramírez, Roberto Martínez Garcilazo, Alí Calderón y Alejandro Palma Castro.
Modera: Alfredo Godínez
Los esperamos. No se lo pierdan.

Rivera Garza y Enrigue en Puebla, otra más de la Fuga Literaria

Cristina Rivera y Álvaro Enrigue presentarán sus novelas en la UAP (LaJjornada de Oriente-13/08/08)
Yadira Llaven
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Los escritores Cristina Rivera Garza y Álvaro Enrigue ofrecerán una conferencia dialogada el jueves 14 de agosto a las 12 horas, en el Salón de Proyecciones del Edificio Carolino. Ese mismo día, pero a las 17 horas, presentarán las novelas La muerte me da, de Garza, y Vidas perpendiculares, de Enrigue, en el Auditorio Elena Garro (3 Oriente 210) de la Facultad de Filosofía y Letras. Los comentarios estarán a cargo de Alejandro Palma Castro, Alicia Ramírez y Alí Calderón.
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Enrigue (México, 1969) es cuentista, novelista, ensayista y editor. Ha vivido en Washington y actualmente está arraigado en Coyoacán. Se dedica desde 1990 a la crítica literaria. Ha colaborado en revistas y periódicos de México y España como Lateral de Barcelona, Ínsula, El Nacional, Vuelta, La Jornada Semanal y Letras Libres.
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Mientras, Rivera Garza (Matamoros, Tamaulipas, 1964) es narradora, poeta e historiadora. Es doctora en Historia Latinoamericana por la Universidad de Houston, además de autora de novelas como Cruzar el Atlántico con los ojos vendados (Tusquets, 2001) y Nadie me verá llorar (Tusquets, 1999), esta última traducida al inglés, portugués e italiano.
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Presentan novelas de Enrigue y Rivera (Diario Intolerancia-Puebla 13/08/08)
Aparte de los autores de La muerte me da y Vidas perpendiculares, Alejandro Palma, Alicia Ramírez y Alí Calderón, profesores de FFyL, comentarán este jueves los dos libros en el auditorio Elena Garro
Federico Vite
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De acuerdo con el departamento de difusión de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Puebla se confirma la presencia de Cristina Rivera Garza y Álvaro Enrigue, quienes ofrecerán una charla-conferencia en la sala de Proyecciones del edificio Carolino este jueves a las 12:00 horas.
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Las recientes novelas de los dos invitados (La muerte me da, Rivera Garza, y Vidas perpendiculares, Enrigue) se presentarán el mismo día, pero a las 17:00 horas en el auditorio Elena Garro, ubicado en la calle 3 Oriente 210.
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Enrigue se desempeñó durante algunos años como editor de literatura del Fondo de Cultura Económica. Es autor de una tesis de doctorado sobre el dinero y Sor Juana.
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De entre sus publicaciones destacan La muerte de un instalador (Premio de Primera Novela Joaquín Mortiz, 1996), Hipotermia (Anagrama, 2007), Vidas perpendiculares (Anagrama, 2008), y en las antologías Dispersión multitudinaria, Una ciudad mejor que ésta, Se habla español y El cementerio de sillas.
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Garza nació en Matamoros en 1964. Es narradora, poeta e historiadora. Graduada en Sociología por la UNAM, es doctora en Historia Latinoamericana por la Universidad de Houston. Fue profesora asociada de Historia Mexicana en la Universidad Estatal de San Diego (1997-2000). Fue catedrática de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán y codirectora de la cátedra de Humanidades del ITESM, campus Toluca. Ha sido acreedora a la beca Salvador Novo 1984-1985, en cuento; a la beca Fonca Jóvenes Creadores 1994-1995, en novela; y a la beca Fonca Jóvenes Creadores 1999-2000, en poesía.
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Además de los dos autores, participarán en la presentación de ambas novelas los maestros de la Facultad de Filosofía y Letras, Alejandro Palma Castro, Alicia Ramírez y Alí Calderón.
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La conferencia, en formato de diálogo, será la primera de las dos actividades de estos escritores mexicanos, y abordará diversos temas, pero en especial, el oficio del novelista.
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¿Quiénes son los invitados?
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Rivera Garza es autora de novelas como Desconocer (finalista del Premio Juan Rulfo para Primera Novela 1994), Cruzar el Atlántico con los ojos vendados (Tusquets, 2001) y Nadie me verá llorar (Tusquets, 1999, traducido al inglés, portugués e italiano).
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Además, es Premio Nacional de Novela José Rubén Romero 1997; Impar-Conarte-ITESM 2000, y Sor Juana Inés de la Cruz 2001, galardón que sólo las mexicanas Silvia Molina (1998) y Elena Garro (1996) han recibido.
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Álvaro Enrigue (México, 1969) es cuentista, novelista, ensayista y editor. Ha vivido en Washington DC. Actualmente está arraigado en Coyoacán. Ha sido profesor de Literatura en la Universidad Iberoamericana y de Escritura Creativa en la de Maryland. Se dedica desde 1990 a la crítica literaria y ha colaborado en revistas y periódicos de México y España como Lateral, de Barcelona, Ínsula, El nacional, Vuelta y La jornada semanal, donde se forjó como un brillante crítico y ha pasado a formar parte de la revista Letras libres.

martes, agosto 12, 2008

Manifiesto contra el celular



Diario Milenio-México (12/08/08)
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Los objetos despiertan, sin duda, pasiones desmedidas. Eso pensé al encontrar una hoja mecanografiada en papel revolución sobre una pared citadina. Entre figuras agigantadas de graffiti y propaganda de una revista de, como se dice, actualidad, la hoja susodicha llamó mi atención por sus dimensiones, tan pequeñas, y por su obcecada hechura: tipografía mecánica y reproducción manual. Se trataba, a todas luces, de un manifiesto: un texto público redactado con la fiebre de la convicción y los recursos atávicos de un ludita de inicios del siglo XXI. El título: LOS CELULARES ACABARÁN CON TU VIDA. Pocas cosas me habían resultado más intrigantes en vísperas de la época del iPhone.
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Lo había oído ya en muchas ocasiones (y en otras tantas lo había creído) (y en aún más lo había dicho yo misma) pero esta hoja tan nimia y tan procaz al mismo tiempo terminó por obligarme a hacer lo que estaba haciendo: leyéndola con atención, línea a línea. Existe, decía el punto primero del manifiesto, algo que se llama Exceso de Contacto (así, con mayúsculas). Al facilitar el contacto con tu mundo cercano (el manifiesto insistía en hablarme de tú y eso, no sé por qué, me parecía ejemplo del mentado exceso) estás permitiendo que entren en tu esfera más íntima una cantidad indescifrable y, eventualmente, incontrolable de vibras y karmas que terminarán afectándote de maneras definitivas. Por ejemplo: ese número sólo en apariencia equivocado es, en realidad, un caballo de Troya que ayudará a derribar las paredes de esa ciudad interna a la que es fácil denominar El Yo.
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El punto número dos era menos poético: “En la era de la información y su incesante ruido, el ser humano precisa de silencio. Necesitas escucharte a ti mismo”. Revisé las muchas tardes que había pasado escuchándome a mí misma y pensé que, de haberlo hecho, el ludita anti-celularítico se lo habría pensado dos veces antes de llamar a eso silencio. Por un momento pensé que era un aliado no muy secreto de la paranoia urbana que, con sus mítines incesantes en los paneles de la cabeza, constituye la forma más ecuménica, y desesperanzada, del ruido.
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En el tercer punto le di la razón: “El celular facilita la circulación de las malas noticias”. En efecto, si ya no se tardaban en llegar en un mundo sin tecnología, podía ver, y había comprobado ya en algunas ocasiones, que las malas noticias constituían uno de los grupos más beneficiados por el exceso de contacto al que nos sometían tantos caballos de Troya de la era celular. ¿Y necesita uno, de verdad, una mala noticia?
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El punto número cuatro era fundamentalmente literario. Ahí el autor del enrabiado documento aducía, yo creo que con razón, que una obra como Drácula, de Bram Stocker –basada como se sabe en la incesante producción de telegramas y cartas y diarios, y la trascripción de todos los anteriores– perdería su condición de Gran Obra de la Literatura Universal si, en lugar de la pasión de la escritura, los personajes en peligro se hubieran dado a la tarea de comunicarse oralmente y, además, de manera inmediata, con los personajes que se encontraban a salvo. Y qué decir, continuaba el documento, de las novelas policiales y aquellas obras dominadas por el monólogo interior o el flujo de conciencia. ¿Cuántos traumas, secretos, dramas se convertirían en mera información gracias al uso del celular? ¿Cuántos párrafos se transformarían en esa pedacería especular que eran los mensajes de texto?
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El quinto punto tenía que ver con la voz. ¿No era una voz sin labios lo mismo que un cuerpo decapitado sobre la calle?, se preguntaba con tintes francamente dramáticos el contrincante anónimo del celular.
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El sexto y séptimo punto eran, a decir verdad, uno solo: el celular era un ataque contra el cuerpo, contra el cuerpo y su presencia, contra el cuerpo y su lentitud, contra el cuerpo y sus gestos. Ese pequeño aparato con lucecitas de colores y ruiditos psicodélicos no era más que el abracadabra con el que la sociedad actual había logrado por fin deshacerse de los cuerpos. Es cierto, admitía, que muchas veces se utilizan estos teléfonos para hacer citas y, luego entonces, juntar cuerpos, pero la mayoría de las veces, también decía esto, las citas sólo eran pretextos para que otros nos vieran hablando por teléfono con los que, debido a que tenían cuerpo, no estaban ahí.
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En esos momentos pasaban por la calle dos muchachos aparentemente juntos, pero cada uno con su celular pegado a la oreja derecha y, vaya, no pude evitar un súbito ataque de melancolía. Recordé que ahí, dentro de mi bolsa, estaba ese pequeño objeto que me conectaba innecesariamente con otros –sobre todo con esos otros que me buscaban para darme cantidades irrisorias de trabajo–, que me llenaba de ruido y de paranoia y de malas noticias mientras me convertía en la mismísima Mujer Invisible frente a los hombres o mujeres que sostenían entretenidas conversaciones con sus fantasmas favoritos a través de bocinas secretas. Saqué, pues, en plena actitud de derrota, un plumón rojo de mi bolso (que es una verdadera cueva de las mil maravillas) y subrayé todos y cada uno de los puntos del Manifiesto Ludita. Luego, como es claro, no pude evitar tomar mi celular y contarle mi dramática experiencia al fantasma de Troya que se desvanecía del otro lado de la línea.

lunes, agosto 11, 2008

El duro Solyenitzin



Diario Milenio-México (11/08/08)
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Esa dulce amargura
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Nunca olvidé su nombre: Pavel Nikolaievich Rusanov. Un personaje amargo, casi tanto como la historia donde aparecía. En cuanto al título, ni sus mismos editores conseguían ponerse de acuerdo, pues el primer volumen se intitulaba Pabellón de cáncer y el segundo El pabellón del cáncer. Como la mayoría, había conocido al autor por intermedio de su obra más famosa, Archipiélago Gulag. Que a todo esto tampoco era un libro feliz, sino una descripción del infierno en la tierra. La clase de relato que deja huellas hondas en quien lo lee temprano, con quince años cumplidos y la altivez precaria de quien se precia ya de preferir aquellas lecturas penumbrosas donde campean el horror y el infortunio, antes que la literatura edificante que se aconseja para los de su edad. Quisiera uno ser duro, cosa dificilísima, pero igual se conforma con que los otros lo crean así. Había pasado de Poe a Lovecraft; creía por eso que merecía alguna suerte de anticondecoración, hasta que un día un amigo, de visita en mi casa, alcanzó a ver el lomo de Archipiélago Gulag en el librero y comentó que aquél era un libro tan denso que su padre lo había dejado a la mitad. Tres semanas más tarde, no sólo había logrado mirar con menosprecio al papá del vecino, sino además contaba con otro autor terrible en mi colección. No sin alguna ñoña pedantería, me di a escribir su nombre del modo más extraño que encontré: Alexandr Solzhenitzyn.
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El pabellón del cáncer asimismo dormía en un librero, en casa de una compañera de escuela que no bien vio mis ojos como platos me prestó los dos tomos. Cuídalos, me advirtió, que son de mi papá. Estaban nuevos ambos y ya la posibilidad de desvirgarlos parecía una suculencia en sí misma. Sentía también morbo, fuerza tan poderosa en esos años que muy difícilmente me interesaba en nada que no lo involucrara de una u otra manera. Que el mismo hombre que había descrito los más abominables ergástulos se diera a hablar de enfermos terminales no parecía menos que otra ventana indispensable al universo crudo del que mis querúbicos mayores aún se desvivían por protegerme.
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Prodigios amputables
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Los primeros pechos que casi vi en el cine pertenecían a Simonetta Stefanelli. Casi, porque justo al principio de la escena mi madre tuvo el pudoroso tino de preguntarme si no se me antojaban unas palomitas. Maldición. Cuando volví los ojos a la pantalla, los senos prodigiosos ya no estaban ahí. A veces, sin embargo, lo casi visto se recuerda mejor que lo contemplado. Tiempo después de aquella infausta proyección, durante la lectura de El pabellón…, topéme con un personaje llamado Asya, de cuya desnudez tristísima no había nadie para protegerme. Había llegado al hospital radiante, confiada en que su paso por ahí no iría más lejos de un examen de reconocimiento, tras lo cual volvería a sus despreocupados diecisiete años; pero al paso de más y más exámenes su semblante se había demacrado hasta hacer juego con la bata horrenda que llevaba puesta. Un día, Asya se aparece ante Diomka, un interno tan joven como ella, sometido a sesiones de quimioterapia. Entre lágrimas, Asya le cuenta a Diomka que en unos días le amputarán el seno derecho. Entonces se lo enseña y le pide que lo bese, orden que Diomka cumple con ternura y fruición desgarradoras. Puede que entonces, a solas y aterrado en mi recámara, alguien adentro aullase por unas palomitas de maíz.
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Ahora que lo advierto, esa costumbre de llamar “prodigiosos” a unos pechos espectaculares viene de la novela susodicha. Todavía recuerdo con textual amargura la última línea de aquel capítulo donde Diomka besaba el pezón de Asya: “Hoy aún era un prodigio, pero mañana lo arrojarían al cesto”. La releí treinta, cincuenta veces, luego de que, tras la lectura inicial, no resistí el impulso de rematar el capítulo lanzando el libro contra la pared. Lo contemplé en el suelo durante varios minutos, esperando el momento de conjurar a la manada de infumables fantasmas que la novela había ido reuniendo frente a mí. Tenía la edad de Asya, estaba enamorado hasta los huesos de una chica cuyas partes pudendas difícilmente osaba imaginar. Cuando tomé de nuevo la novela y recompuse las hojas maltratadas, me pregunté si alguna vez conseguiría escribir un párrafo digno de ser lanzado a la pared y el piso con semejante furia. ¿O era miedo? Tal vez, aunque nunca el bastante para evitarme el gusto masoquista de continuar leyendo.
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La ley del sarcoma
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Pavel Nikolaievich Rusanov es el protagonista de El pabellón…, un alto burócrata soviético —teóricamente, un profesional de la igualdad— que arriba al hospital con la moral en alto del privilegiado, y al paso de las páginas es sometido a la terapia igualitaria de la enfermedad. Devolví los dos tomos un tanto maltratados, luego de releerlos en pedacitos sueltos durante un par de años. Recuerdo que ese día, un compañero de carrera me reprochó que me atreviera a andar cargando “al gusano de Solyenitzin”. Vi entonces, en su rabia intempestiva —los ojos chinos, la nariz asqueada, los labios escupiendo cada consonante— una prepotencia similar a la del protagonista de la novela. El infeliz tenía veintiún años y ya sabía expresarse con el desprecio propio de un viejo apparatchik.
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No niega uno que la idea de verse compartiendo con tamaño narrador el calificativo de gusano —aunque fuera a los ojos de un zopenco— resulte al cabo más estimulante que digna de estigma. Nadie quisiera ver de frente al cáncer, ni tener que narrar la vida desde allí. Si algo, pues, he de agradecerle a Solyenitzin es haberme enseñado la importancia de hundirse entre la podredumbre, aunque al salir le llamen a uno como quieran. Aunque no menos que eso le queda uno en deuda por el encontronazo con una forma de escritura a tal extremo áspera que a veces se le admira sin querer: tratando ingenuamente de olvidarla.