viernes, enero 02, 2009

Hotel Kafka. Qué loca idea, pero buena

Tertulia literaria Vivamerica

Ignacio Padilla: La Literatura es un acto de manía neurótica

"El jardín devastado" de Jorge Volpi, leído y comentado por él.

Cristina Rivera Garza, leyendo un fragmento de una de sus novelas.

Análisis: Crónicas de América Latina. Bolaño frente a Bolaño-Julio Ortega (El País/Babelia 03/01/09)

Nunca hubiera imaginado Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003) que su obra traducida al inglés forjara a un autor más vital y novelesco. Julio Ortega analiza el balance de The New York Times Book Review, que ha incluido 2666, la obra póstuma del escritor, entre los diez mejores libros del año.
--
Roberto Bolaño (1953-2003) solía imaginarse como otro y a veces incluso como él mismo. Pero no había previsto que después de su muerte sería, en inglés, otro Bolaño, y tendría el papel espectacular de una nueva vida. Traducida al inglés en Estados Unidos, su obra ha hecho nuevo camino y ha forjado, en la lectura, un autor no menos novelesco. Como en otro de sus relatos póstumos, nos encontramos con un personaje más vital y libresco que nunca.
-
La sintonía de un escritor con el lector es uno de los misterios de la vida literaria, pero es también parte de la oferta editorial y las expectativas del mercado. Pero si la fama puede ser un exceso de presencia, que deriva en la saturación y el énfasis; la suerte post mórtem de un autor está hecha de zozobra, entre olvidos reparadores y ceremonias piadosas. Un escritor de éxito no sólo necesita de una agencia literaria sino de una agencia póstuma para la puntualidad de su memoria.
-
El hecho es que en su balance de los diez mejores libros del año, The New York Times Book Review (14 de diciembre) incluye la traducción de 2666, que Bolaño dejó lista para ser publicada después de su muerte. El entusiasmo con que el novelista Jonathan Lethem la reseñó es proverbial. Compara al chileno nada menos que con David Foster Wallace, el más talentoso narrador de la última promoción, cuyo suicidio a los 46 años enlutó a la comunidad literaria. Valorado ahora mucho más que en vida, resulta tristemente confirmado por la depresión que lo venció: la crónica melancolía de vivir un espectáculo trivial. Sus libros resistieron ser parte del desvalor, pero mucho me temo que su muerte termine haciéndolos más fáciles.
-
Ya Borges había protestado que Unamuno y Lorca no eran su biografía, ni siquiera sus destinos, sino sus libros. Bolaño, un borgeano callejero, estaría de acuerdo. Pero habría añadido que esos libros los convertían en autores de sí mismos; y en su propio caso, en la mofa de su destino, en la máscara de otra mascarada.
-
Pero, ¿quién es éste Roberto Bolaño que es leído en inglés como un personaje imaginado por Borges no sin truculencia? En una y otra reseña, comprobamos que es leído como perseguido por Pinochet, como exiliado chileno, enfermo y pobre, pero rebelde, vital y literario, y hasta adicto. Este exceso de biografismo ha creado un Bolaño probablemente menos interesante que sus personajes, meramente real y, por eso, falso. Tanto es así que Andrew Wylie, el más poderoso agente literario contemporáneo (su supuesta pretensión de adquirir la Agencia Carmen Balcells estremeció a las literaturas en español como una amenaza imperial), y su viuda, Carolina López, devota albacea y heredera, aclaran en una carta a The NYT Book Review (7 de diciembre) que Bolaño "no sufrió nunca ninguna forma de adicción a drogas, incluyendo la heroína". Explican que, aunque "ampliamente publicado", ese detalle es inexacto y que el "malentendido persistente" seguramente deriva de que su relato La playa está escrito en primera persona. "Ese relato es en verdad una obra de ficción", confirma Wylie, poniendo a la literatura en su lugar; no en vano entre sus autores se cuenta Borges, cuya obra le debe (soy testigo) cuidado y protección.
-
No deja de ser novelesco que el agente literario deba intervenir para poner en orden la reputación de su autor. Bolaño habría aprobado esa vuelta de tuerca argumental, digna del humor de Nabokov.
-
El Bolaño que se lee en inglés no es el mismo que hemos leído en español. No sería la primera vez que en la literatura ocurre un fenómeno equivalente, no sólo porque los libros pertenecen al campo cultural de su producción y consumo, sino porque en la traducción adquieren otra vida, otra función. El ejemplo clásico es el de Poe, considerado un autor menor y de estilo sobredecorado, quien gracias a la traducción francesa de Baudelaire se hizo un autor mayor. Contrario es el caso de Neruda, que en inglés pierde pie. "Me gustas cuando callas porque estás como ausente" al ser traducido convoca irremediablemente lo opuesto: "Cuando hablas, en cambio, estás demasiado presente".
-
Probablemente el lector norteamericano reconoce en estas novelas una dicción que no le es ajena, y que le permite hacer suya, con apetito local, su riqueza. En inglés no son sólo muy literarias y minuciosas, apasionadas y brillantes; son, sobre todo, vitalistas.
-
La gran tradición de la prosa norteamericana vitalista, en efecto, ha sido el escenario donde se definen los varios estilos de la ficción característicamente yanqui. El mayor estilista de este estilo es Jack Kerouac, y su On the road, escrita en 1951 y rechazada por 19 editoriales antes de su publicación en 1957, un clásico moderno. Aunque la generación Beat terminó devorada por su biografía popular, sus obras son más serias que la imagen de sus autores, simplificados al punto de darse por leídos, convertidos en mercancía residual. El brillo de esa prosa vivaz, irradiante, fluida, imprevisible, resuena como un conjuro en las páginas de Bolaño.
-
No es casual que haya escrito tantas biografías que son necrologías (Los detectives salvajes ponen al revés el modelo Vida de poetas); y que el presente se demore en la frase que busca toda su presencia, su vida verbal encarnada. Se dijo que Kerouac frente a Ginsberg parece un "boy-scout del inconsciente", y que Ginsberg frente a Burroughs resulta otro... Esto es, siempre hay un escritor que va más lejos en los recuentos de una vida radicalmente vivida.
-
Felizmente, la versión de Bolaño es apasionadamente literaria.
--
Julio Ortega (Perú) es crítico y profesor del Departamento de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad de Brown, en Estados Unidos.

jueves, enero 01, 2009

El poder curativo de las crisis

Diario Milenio-Puebla (01/01/09)
---
Primer día del año. Felicidades. Para tal ocasión, y coincidentemente, me topé con un libro extraño en cuyo contenido no sé si deba creer mucho. O más exactamente, como lo dicen a veces los incrédulos, hay que darle el beneficio de la duda. A lo mejor, quién puede decirlo, el mismo libro se me presentó para llevarlo a la práctica durante este año que presiento lleno de conflictos y crisis en el mundo.
-
De cualquier manera, doy la referencia para quienes puedan estar interesados. El libro se llama El poder curativo de las crisis, editado por Kairós dentro de su biblioteca de la “nueva conciencia”.
-
Aquí se plantea una tesis sencilla, pero complicada de llevar a la práctica: las crisis que sufrimos los humanos nos deben funcionar para resurgir como de las cenizas. Y para lograrlo, se necesita de toda una preparación mental y de un estado de ánimo casi divino.
-
La edición está a cargo de Stanislav y Chistina Grof, personajes reconocidos por sus investigaciones en el campo de los llamados “estados no ordinarios de conciencia” y de la psicología transpersonal.
-
Su hipótesis, lo dicen en el prólogo, es la siguiente. La abrevio de la cuarta de forros: las personas implicadas en un proceso de transformación personal, sufren crisis que los trastornan de alguna manera. Es decir: se parte en dos su sentido de la identidad y entonces surgen experiencias espirituales o “místicas” que producen miedo y confusión. La vida cotidiana se hace difícil y se duda de la cordura.
-
La psiquiatría moderna (¡ah, mi tendencia antipsiquiátrica!) no distingue entre los estados de crisis y los de enfermedad. Creo que de eso (acotación aparte) estoy más que consciente y soy un propio testigo. Es por esto que los autores de este libro consideran que las crisis pueden funcionar como procesos de transformación, sólo que quien se encuentra en ese proceso de transformación debe de estar preparado para saber, por así decirlo, darle un giro a su crisis.
-
De alguna manera creo que estoy de acuerdo. De lo que no estoy muy seguro es de estar preparado para enfrentar una crisis de gran magnitud. Si alguna he tenido, ésta no ha dejado de perturbarme al menos durante un mes, si acaso.
-
En El poder curativo de las crisis hay varias voces, algunas de ellas de vital importancia en el ramo de la psiquiatría: Ronald D. Laing, Jack Kornfield, Ram Dass, Roberto Assagioli, Keith Thompson y Holger Kalweit, entre otros.
-
Los compiladores sostienen que lo que se llama enfermedad mental no es una verdadera locura; hablan de una “emergencia espiritual”, centrada en las formas de crisis evolutivas. La crisis espiritual –escriben– debe situarse en el problema de lo que la gente siente (y presiente) como “emergencia espiritual”.
-
El miedo a caer en la locura (situación de la que nadie se escapa por lo menos una vez en su vida) y el miedo a la muerte son etiquetados (obviamente) como una patología en el mundo occidental, aunque no lo sean de la manera más estricta del término. Pues dejo a los interesados el dato de El poder curativo de las crisis. Los lectores tendrán sus conclusiones.

martes, diciembre 30, 2008

Pesía norteamericana: Rae Aarmantrout

Diario Milenio-México (30/12/08)
----
Noviembre de 2008 fue un mes cargado de emociones políticas no sólo en los Estados Unidos, donde se elegía nuevo presidente, sino en el mundo entero, donde se esperaban los resultados con tanto o más entusiasmo que en la así llamada Unión Americana. Tal vez no fue mera coincidencia que la revista New Yorker de ese mismo mes publicara “Oraciones” (Prayers), un poema de Rae Armantrout, poeta californiana cuyo trabajo se viera ligado desde sus inicios con ese movimiento estético de corte crítico conocido como Poesía del lenguaje —dentro del cual resuenan los nombres de Charles Bernstein, Lyn Hejinian y Ron Silliman. Y digo que no fue mera coincidencia porque Armantrout, justo como sus colegas de Language Poetry, considera que la poesía tiene la capacidad de plantear y plantearse “preguntas verdaderas” acerca del mundo que la produce y al cual ilumina. La poesía, por eso, “nos hace pensar dos veces y escuchar otra vez por primera vez”.
-
Así las cosas, en el New Yorker de noviembre es posible leer:
-
“I. Rezamos/ y sucede la resurrección// Aquí vienen los jóvenes/ otra vez// disparando y riéndose// temblorosamente/ como timbres de teléfono.// II. Lo único que pedimos/ es que nuestro pensamiento// sostenga su momentum/ identifique sus blancos.// La presión/ en mi baja espalda/ asciende para ser reconocida/ como dolor.// Los triángulos azules/ en la alfombra/ se repiten.// Viene/ una discusión/ sobre los usos/ de la tortura.// El miedo/ de que todo esto/ termine.// El miedo/ de que no termine.”
-
Autora de nueve libros, entre los que se cuentan Nueva Vida (New Life) y Velo (Veil: New and Selected Poems), Armantrout ha mantenido una producción constante que no pocos consideran como la más lírica entre los poetas del lenguaje. Inédita todavía en español, la encargada de la cátedra de poesía del programa de Escritura Creativa de la Universidad de California en San Diego contestó unas cuantas preguntas en torno a su trabajo poético y el estado actual de la poesía norteamericana, cuyas respuestas bien podrían servir como una breve introducción a su obra y una decembrina invitación a su lectura.
-
“Escribo”, dice Armantrout, “porque lo que veo y oigo me parece de alguna manera equivocado. Necesito documentarlo todo y reflexionar luego sobre eso. Escribo para encontrar o enmarcar las preguntas necesarias ante mí misma. Para hacer al pensamiento (más) palpable. Me interesan las historias de origen, ya sea científicas o metodológicas. Me gusta jugar con ellas, reconfigurarlas, inventar nuevas. Siempre cargo un cuaderno conmigo en el cual anoto impresiones, vistas, pedazos de conversaciones, etc. Luego de hacer esto por un par de días o semanas, releo el material coleccionado y busco los patrones. Más tarde trato de arreglar esas piezas para ponerlas en diálogo y crear conjunciones interesantes”.
-
“La poesía”, asegura, “nos hace conscientes del lenguaje. Con frecuencia, estamos tan poco conscientes del lenguaje como un pez es consciente del agua. La poesía nos hace pensar dos veces y nos hace escuchar otra vez. La poesía se plantea preguntas reales. La poesía conecta ideas, imágenes, tonos, discursos que han sido separados por distintas convenciones. La fricción que se lleva a cabo cuando estas “cosas” separadas hacen contacto provoca que las chispas se eleven. Ese es el placer de la poesía”, concluye.
-
Sobre su relación con los poetas del lenguaje se expresa así: “Fui una de las integrantes originales de los poetas del lenguaje en la costa oeste. Éramos un grupo de amigos (como desde hace 30 años) que tenían una larga e intense conversación acerca de la poesía. Sentíamos que la poesía podía y debía reflejar y retar las condiciones sociales imperantes. Aprendimos mucho los unos de los otros entonces. Una de ellas fue, por ejemplo, el valor de los cortes o disyunciones en el poema o en el texto. Estas disyunciones le dan espacio al lector para pensar por ella misma y hacer las conexiones que pueda o deba hacer más tarde”
-
Acaso un buen ejemplo de ese intenso diálogo y del valor de esas líneas disyuntivas se encuentre en el poema “Motores” (Engines), escrito con Ron Silliman, e incluido en el libro Velos, que publicara Weslayan en 2001.
-
“Los espíritus a quienes llamamos motores en ningún momento y de ninguna manera fueron oscuridad. Los eucaliptos se encogen. La luz brilla sobre esas hojas en completo silencio. Eso es una lengua resbalosa. ¿Estamos sugiriendo relaciones que no queremos revelar?”
-
Alerta ante su entorno tanto político como poético, Armantrout sigue de cerca varias manifestaciones culturales estadounidenses, de entre las cuales rescata las siguientes: “Hay muchas líneas interesantes en la poesía norteamericana actual. Una de ellas es Flarf, en la que poetas como K. Silem Mohammad y Katia Degentesh hacen poemas con el lenguaje de búsquedas en Google (se le llama escultura google) para revelar las patologías del discurso contemporáneo. Otra línea es el nuevo minimalismo practicado por poetas como Graham Foust, Devin Johnston y Joe Massey. Estos poetas escriben poemas tensos, oblicuos que pueden ser descritos como líricos. Hay mujeres, tal vez inspiradas en la poeta canadiense Lisa Robertson, que escriben poemas post-feministas que son barrocos y excesivos y deliberadamente grotescos (vienen ahora mismo a la mente los nombres de Catherine Wagner, Lara Glenum y Sandra Lim). Y finalmente hay poetas como Juliana Spahr, Rodrigo Toscano y Ben Lerner, quienes escriben una poesía de agudo análisis político sin el carácter necesariamente paródico de Flarf. En cada uno de estos movimientos encuentro algo con lo que me relaciono o que me inspira”.
--
Las traducciones de poemas y entrevista son de crg.

Es Navidad, Oliver Sacks

Diario Milenio-Puebla (25/12/08)
----
Buen día, lectores, feliz Navidad. Sólo estamos a una semana para comenzar el 2009. Ya no me haré promesas de año nuevo; para qué si, como la gran mayoría de la gente, no llego a cumplirlas. He terminado de leer la edición actualizada, corregida y aumentada de Migraña, el clásico libro de Oliver Sacks. Estoy, como lo estuve hace un año, en medio de un clima helado.
-
Las mañanas se hacen más lentas que de costumbre, pero he descubierto que este clima y, quizá con la lectura de Migraña, se ha aligerado un poco mi dolor de cabeza.
-
Dice Oliver Sacks que los millones en el mundo que sufren de algún tipo de migraña deben evitar las tensiones, y aconseja el recurso de ir descubriendo algún motivo que sea a la vez un reto para lanzar a la vida.
-
Es verdad: no lo dice Oliver Sacks, lo dice un paciente en uno de los múltiples testimonios que el libro contiene. ¿Qué deseo para este 2009 que comienza? Sólo que haya menos desesperanza y más oportunidades en la vida. He buscado en el libro de Sacks algo que haga referencia a la vida cotidiana, donde abundan por todas partes los demonios, pero no dice gran cosa. ¿No hay alguna alternativa para aquellos que verdaderamente la necesitan que pueda llegar a su vida diaria? No lo he encontrado –por lo menos yo no lo he encontrado— en las fórmulas que ofrece la terapia convencional.
-
Sigue siendo muy fácil deshacerse de los pacientes reexplicándoles que todo lo que sienten, que todos sus síntomas y miedos se deben a la tensión y que pierden kilos (como un personaje de Stephen King), porque es la tensión lo que provoca que el cuerpo queme calorías.
-
Las terapias se convierten así en parte de la ficción.
-
Escribo estas cuantas líneas porque hemos dejado otro año allá, en la parte de atrás; no así lo que uno retendrá en la mente durante el tiempo que de vida nos reste. Ojalá sean muchos años para todos nosotros. Y escribo esto precisamente porque tenemos un año más por delante. Venzamos los retos que se nos imponen. Es cuestión, como lo aconsejan los terapeutas, de querer, de fijarse metas. Yo lo tengo presente, aunque sé bien que no es fácil.
-
La lectura de Migraña me ha dejado un sentimiento de relajación espiritual, algo así como cuando salía de mis rutinas de yoga. Lo que no sé es si esto será transitorio. Por lo pronto hay que esperar un buen 2009, sin asesinatos en el país y sin impunidad en donde quiera que se presente la injusticia.
-
Oliver Sacks, a través de Migraña, me ha dejado una enseñanza enorme: ahora entiendo muchas cosas y trato de –simplonamente, si se quiere— “vivir con lo que me toca vivir”.
-
Nada es mágico.
-
Qué hacer –independientemente de lo que plantea Oliver Sacks– ante todo lo que nos daña?
-
Los libros de autoayuda, que han dejado de funcionar. No hay recetas para ser felices. Para muchas cosas no hay remedio.
-
Todo habrá que buscarlo. Que este próximo 2009 seamos un poco más felices. Ante el dolor creer, cada quien a su manera, en Oliver Sacks. Bueno, si el lector cree conveniente leerlo. En mi caso ha funcionado bien.

Nunca mires atrás

Diario Milenio-México (23/12/08)
---
Para muchos, diciembre representa el regreso a casa. Ya desde lugares recónditos o desde la otra esquina del barrio, ya cruzando fronteras o, cuando no hay de otra, desde la imaginación más arbitraria, la peregrinación hacia lo que se presume es el lugar del origen constituye una marca del doceavo mes del año. Allá vamos todos cuando todo se termina: a casa. De ahí salimos luego, recuperados o llenos de angustia, como si se tratara de otro inicio. Seguramente por eso me he declarado ya desde hace tiempo una decembrista convencida. Me gusta tocar a la puerta y hacer lo que las familias hacen cuando se reúnen: comer y hablar (no necesariamente en ese orden), que son los dos verbos que usamos con mayor frecuencia para reconocernos y, luego entonces, para producirnos como familiares, es decir, como descifrables. La historia, como todos aquellos que odian diciembre lo saben muy bien, casi nunca es tan armónica ni tan feliz. El hogar suele ser un espacio también teñido de oscuridad y conflicto, cuando no de perversidad o de franca extrañeza.
-
En algo similar pensaba con toda seguridad la teórica Sara Ahmed cuando, en su libro Encuentros extraños 1, abogaba por una definición del hogar que, lejos de descartar la presencia del extraño, o de colocarla de manera esquemática en el espacio del no-hogar que es la migración (o el nomadismo), la incorporara como uno de sus polos definitorios. El extraño es extraño, después de todo, porque se aproxima. Si el allá es concebible, entonces no queda tan lejos (ni simbólica ni materialmente). En lugar de caer en tal dicotomía, pues, Ahmed propone plantearse y responder las siguientes tres preguntas para poder definir cuál o qué es el hogar de alguien: el lugar donde la persona vive, el lugar donde vive la familia, el lugar de origen. De la interrelación, con frecuencia compleja cuando no dolorosa, de estas tres variables, surgiría un concepto de hogar que es a la vez histórico y sensorial. Alguien puede vivir en el mismo lugar que se familia y dentro de los confines de una misma nación. Alguien, por otra parte, puede vivir en una localidad donde no vive su familia y dentro de la cual recuerda el allá de su hogar, en el sentido de lugar de origen. Las combinaciones son, por supuesto, tan variadas como el desplazamiento trasnacional lo permita o requiera o imponga.
-
Por eso es posible imaginar cómo, para el que migra, la cuestión del hogar no sólo incluye una dislocación espacial sino también temporal. El hogar no sólo está allá, sino también en el pasado (que es donde reside el allá, para cuestiones cotidianas del migrante). El hogar, luego entonces, deviene cuestión de memoria y, por devenirlo, resulta también una cuestión imposible. ¿Puede un cuerpo regresar a la memoria? Como dice una de las informantes, de cuyas palabras echa mano Ahmed para ponerle palabras humanas a su investigación: “En Londres iba a “casa” al terminar el día. Durante las vacaciones venía a “casa” a Paris, con la familia. Y una vez cada dos años, íbamos a “casa” a la India. India era nuestro “verdadero hogar” y, sin embargo, paradójicamente, era el lugar donde ya no teníamos casa propia. Siempre nos quedamos como invitados”. Lo más verdadero, gracias a la migración, es lo más falso. Lo más propio resulta, luego entonces, lo más ajeno. El hogar es así el lugar donde el reconocimiento es más difícil. Tal vez por eso se toma y se come y se platica sin cesar en esas reuniones familiares: no porque todo nos resulte familiar, sino porque, a fuerza de extrañeza, nada lo es. Repetir sin cesar las narrativas familiares en fechas umbral es lo que, sin duda, nos vuelve si no menos extraños ante aquellos a los que nos une además de la genética una historia y un espacio compartido (ahora en la memoria) por lo menos un poco más legibles. Supongo que más de una copa navideña se alza, en realidad, en un brindis por tal legibilidad.
-
Contrario a gente que, como Braidotti o Chambers, teóricos que han asociado al hogar con una identidad fija y a la migración o el nomadismo con la posibilidad de la formación de identidades fluidas, cuando no trasgresoras, Ahmed sostiene que ni el hogar es tan fijo como se cree ni el que se va, ya sea por razones elegidas o impuestas, entra en un proceso desidentatario de manera automática. El que migra se aleja, por cierto, pero por lo mismo, se acerca a algo más. Ese proceso de extrañamiento es, según Ahmed, un proceso identatario que se desarrolla sobre todo en la piel. El hogar, es pues una suerte de piel social y memoriosa, y cualquier transformación en ese habitar recae y es registrado por el cúmulo de sensaciones que hacen del cuerpo un cuerpo habitado y de la habitación (en el sentido de proceso) un fenómeno corporal.
-
Supongo (¿espero?) que pocos además de Sara Ahmed se ponen a pensar en todo eso cuando sacan el boleto de avión o hacen las maletas o envuelven el platillo que llevarán a ese verdadero hogar donde ahora sólo son invitados. Supongo que menos todavía se quedarán impávidos en la sala del aeropuerto cuando se den cuenta, con terror o alivio, o lo que es peor: con ambos, que tal como lo atestigua la misma informante de Ahmed: “Había siempre algo reconfortante y familiar alrededor de los aeropuertos y terminales aéreas. Me daban una sensación de propósito y de seguridad. Estaba ahí con un destino definitivo: usualmente el hogar, en algún lado”. En todo caso, para los que van o los que regresan o los que se quedan haciendo un lugar de ese no-lugar que es el aeropuerto, el mismo consejo: nunca miren atrás (entre otras cosas, porque es imposible, nada más).
--
1 Sara Ahmed, Strange Encounters. Embodied Others in Post-Coloniality (London and New York: Routledge, 2000).