sábado, noviembre 27, 2010

Inscripciones Abiertas-Álvaro Enrigue (El Universal/Opinión 27/11/10)

En muchas de las crónicas, pinturas o grabados del periodo colonial mexicano es notable la presencia de los comerciantes: la más poderosa de las imágenes de la ciudad de México, de Bernal Díaz del Castillo en adelante, es la del mercado: la imagen propia de una sociedad en perpetuo intercambio de bienes.

En la célebre pintura anónima La Plaza Mayor de la ciudad de México, de 1768 -a medio camino exacto entre nosotros y la entrada de Cortés y Bernal Días a la ciudad en 1520-, el lienzo está cargado por una infinidad de puestos y negocios; la procesión del virrey, que parece haber sido el tema del cuadro, apenas resalta en su margen inferior izquierdo.

Lo mismo sucede con las tintas de Villalpando, que queriendo ser cuadros típicos descriptivos de los oficios de los habitantes de la ciudad, terminan siendo -en su aplastante mayoría- representaciones de mercaderes diversos.

Y es que para una capital de talla francamente reducida -el viajero italiano Giovanni Gamelli Carrieri dijo, elogiando la rectitud de la retícula en la capital del reino, que no solamente desde el centro..., sino de cualquier otra parte se ve casi toda entera”- no es llamativo solamente que hubiera 68 tiendas de ropa, sino la cantidad de mercados en que se encontraban.

Se vendían flores y legumbres en chinampas detenidas a los lados de las acequias principales; otros productos alimenticios y comida preparada en los mercados de la Plaza Mayor, del Volador y del Marqués; los muebles y la ropa en el Baratillo -a espaldas del Volador-. Además había pulperías -para la venta de carne y pescado- y mestizas para la mercancía general al mayoreo. La miel se vendía en las tabernas y el mecate y las velas en las cacahuaterías -tiendas de chocolate-. Las tiendas de ultramarinos se encontraban en la Acaecería -formada por seis manzanas y seis callejones cerrados al lado del palacio del Marqués- y a sus lados las sastrerías y carpinterías; ahí se encontraban también los talleres de costura en que se fabricaba la ropa vendida en tiendas, a menudo ubicadas a sus puertas. Los objetos suntuosos se vendían en el Parián -el nombre venía del mercado de Manila-, donde se encontraban objetos traídos de Oriente, espejos, abanicos, trastes y cristalería. Los mercaderes del acero, hierro y cobre tenían sus puestos en la calle de Tacuba y los de la seda en San Agustín. En San Pablo estaban los coheteros y las cigarrerías en el callejón de Portacoelli.

El fraile español Antonio Vázquez de Espinoza, describiendo la ciudad que visitó en 1612, notó primero que nada su vitalidad comercial: “Para el abasto de la ciudad -dice- entran de toda la tierra cada día, mil canoas cargadas de bastimentos... y por tierra más de tres mil mulos”. Luego insiste en la condición de emporio mercantil de la capital: “Es de mucha contratación así por la gravedad de la tierra y ser corte de aquellos reinos como por la grande correspondencia que tiene con España, Pirú, Philipinas y con las provincias de Guatemala y su tierra Yucatán, Tabasco y todo el reyno de la Nueva Galicia y Vizcaya”. En el primer capítulo dedicado a la ciudad, llamado: “De la gran Ciudad de México y los suntuosos templos que tiene y de su vecindad”, de lo primero que habla no es de los templos, sino de los mercados.

En el censo de 1689, citado por Antonio Rubial García en el estupendo La plaza, el palacio, el convento: la ciudad de México en el siglo XVII, se registraron en la ciudad de México 68 tiendas de ropa y sólo dos sastrerías. La cifra tiene de sorprendente la desproporción: la ciudad de México en la hora de esplendor para sor Juana, era una comunidad en la que el intercambio de bienes por dinero era más común que la producción misma de los bienes. La diversidad de la oferta era superior a la de la producción local y por tanto la economía de los criollos -el universo al que pertenecía sor Juana- era totalmente mercantilista: en la ciudad no se producía nada más que dinero.

viernes, noviembre 26, 2010

"Por lo pronto, ya estamos aquí"-Juan Villoro (El País/Babelia-Reportaje 27/11/10)

A los cien años de la Revolución mexicana los objetivos que la motivaron parecen seguir ahí. Los protagonistas y las consecuencias de esa contienda han sido analizados en la literatura, el cine, el teatro y el ensayo.

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De acuerdo con Friedrich Katz, autor de La guerra secreta en México y biógrafo de Pancho Villa, la Revolución mexicana es la única del siglo XX que mantiene vigencia porque sus ideales (justicia social y democracia auténtica) aún deben cumplirse.

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¿No bastan cien años para erosionar la esperanza que llegó con la metralla? Los graves rostros de los héroes han "decorado" demasiados murales en las oficinas públicas y han comparecido en billetes color morado o verde limón que valen cada vez menos. Ciertas figuras pasaron al folclore de los irresponsables: el general Sóstenes Rocha, que bebía tequila con pólvora, inspiró un personaje de Valle-Inclán, y su colega Gonzalo N. Santos pasó a la historia del cinismo político con aforismos de este tipo: "La moral es un árbol que da moras". Las mafias sindicales, el reparto de tierras inservibles, el uso discrecional de los bienes públicos y un inagotable torrente de demagogia son algunos legados de la lucha que estremeció a México de 1910 a 1920. ¿No es daño suficiente?

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Los héroes del hit parade revolucionario vivieron para aniquilarse. Jorge Ibargüengoitia observó con ironía que Zapata, un buenazo, luchó contra el buenazo Madero y fue liquidado por Carranza y Obregón, otros buenazos. Llamamos "Revolución mexicana" a la reconciliación póstuma de los adversarios.

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En La muerte de Artemio Cruz (1962), Carlos Fuentes retrató los negocios de la Gran Familia Revolucionaria. Las consignas progresistas se tergiversaron para crear una nueva burguesía. Bildungsroman de la corrupción, la novela relata el irresistible ascenso de un combatiente que se convierte en potentado.

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Y pese a todo, la Revolución mantiene viva su impronta. La prueba más clara es que dos partidos políticos y una guerrilla posmoderna se disputan su herencia. El PRI se apoyó en una contradicción de términos (la "revolución institucional") para gobernar el país durante 71 años con ideologías rotativas, poco afines entre sí. Este sistema corporativo repartió beneficios con la técnica del tráfico de influencias y demostró que "erario público" es el nombre secreto de "interés privado".

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Los otros herederos virtuales de la gesta son el Partido de la Revolución Democrática, que representa a una izquierda dividida, y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que aguarda en la selva el momento de reivindicar las incumplidas demandas indígenas.

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¿Qué tan contemporánea puede ser una lucha tantas veces desvirtuada? La Ciudad de México tiene 178 calles Carranza. ¿No se agota así la evocación de un prócer? De manera asombrosa, en nuestro presente el pasado sigue en guerra.

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En la película Revolución, estrenada para el centenario, diez cineastas proponen modernos relatos sobre el tema. Tienda de raya, espléndido corto de Mariana Chenillo, se ubica en un supermercado que paga parte del sueldo con cupones para comprar en la misma tienda. El destino amoroso de la protagonista depende de arreglarse la dentadura, pero el médico no acepta cupones. La diferencia entre Wal-Mart y la hacienda de Cananea, donde se atizó el incendio, es menor de lo que pensamos.

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La presencia de la Revolución también tiene que ver con la iconografía. La lucha llegó acompañada de un invento del siglo XX: el cine. Ningún proceso histórico se había filmado tanto. Los ojos de Zapata, los sombreros de ala ancha, las cargas de caballería pasaron del campo a la pantalla y de ahí al inconsciente.

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Ni siquiera en el plano historiográfico el tema puede darse por saldado. La extraordinaria biografía de Katz sobre Villa sugería que sólo quedaba espacio para minucias. Sin embargo, en 2006, Paco Ignacio Taibo II hizo un torrencial regreso al Centauro del Norte. Su Pancho Villa es una novedosa enciclopedia narrativa. Investigar y escribir un libro de esa envergadura hubiera dejado sin aliento a un maratonista. Taibo siguió de frente con Temporada de zopilotes, libro y programa de televisión para History Channelsobre Madero, iniciador de la contienda.

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Ya en los años ochenta, Enrique Krauze había narrado las contradictorias vidas del panteón nacional en su muy leída Biografía del poder. En 2009 Pedro Ángel Palou volvió con éxito a Zapata, novelando lo que parecía agotado después de la espléndida biografía de John Womack. Muerto a los 39 años (la edad del Che, Sandino y Malcom X), el Caudillo del Sur es una incógnita que pide ser narrada. Fuentes ha anunciado una obra sobre su agonía, Emiliano en Chinameca. Alguna vez le pregunté cuándo pensaba escribirla. "La voy a dictar en mi lecho de muerte", contestó sonriendo. El gesto resume una vida en espejo de la Revolución: Fuentes nació en 1928, año del asesinato de Obregón, su rostro se ha perfeccionado como el de un jefe revolucionario y planea su último lance como un encuentro de caudillos, la emboscada literaria de Zapata.

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El zapatismo estético va de los óleos de Alberto Gironella al rock de La Revolución de Emiliano Zapata, que en 1971 ganó en Tokio un concurso con la canción Nasty Sex. La tienda El Taconazo Popis no se quedó atrás y anunció zapatos a precios "zapatistas".

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En La noche de Ángeles (1991), Ignacio Solares se ocupa de uno de los episodios más sugerentes de la Revolución: el regreso del general Felipe Ángeles. Director del Colegio Militar en tiempos de la dictadura, artillero formado en París, Ángeles fue el único intelectual militar de la contienda y luchó al lado del más contradictorio de los líderes, Pancho Villa, imponiendo una dosis de sensatez e incluso de pacifismo en plena guerra. Derrotada la División del Norte, huye a Estados Unidos, donde vive en la pobreza. Decide volver, sabiendo que va a morir. Vaga por el desierto, leyendo la Vida de Jesús de Renan, hasta que es arrestado. Lo llevan a juicio y asume su defensa. Este episodio dio lugar a la pieza teatral de Elena Garro Felipe Ángeles. En el Teatro de los Héroes de la ciudad de Chihuahua, el general imagina un país distinto, de reconciliación democrática. Su adversario es Venustiano Carranza. El público se entrega al mártir. Carranza manda un telegrama con un indulto. De acuerdo con su conveniencia, el telegrama llega tarde. Ahí se pierde la oportunidad de otra historia (al menos así lo exige la imaginación literaria). Adolfo Gilly, autor de La revolución interrumpida (1971), libro vibrante que mi generación leyó con perdurable asombro, acaba de concluir una biografía sobre Ángeles.

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En esencia, no hay una Revolución. Sus contradictorias causas fueron captadas por Juan Rulfo en Pedro Páramo (1953):

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-Como usté ve, nos hemos levantado en armas.

-¿Y?

-Y pos eso es todo. ¿Le parece poco?

-¿Pero por qué lo han hecho?

-Pos porque otros lo han hecho también. ¿No lo sabe usté? Aguárdenos tantito a que nos lleguen instrucciones y le averiguaremos la causa. Por lo pronto ya estamos aquí.

A propósito de la novela histórica, Isaiah Berlin comentó que los hombres históricos no sólo hacen cosas históricas. En Los relámpagos de agosto, Jorge Ibargüengoitia extrema esta idea: sus revolucionarios no hacen nada histórico. Sus motivaciones son egoístas, caprichosas, personales. La comicidad de la novela deriva de la ineptitud de esos corruptos. Conspiran contra sus presuntos aliados, pero sobre todo contra sí mismos. En su obra de teatro El atentado, Ibargüengoitia hace que Álvaro Obregón, triunfador de la lucha armada, muera sin pronunciar una frase célebre. En un país donde las declaraciones son más importantes que los hechos, nada resulta tan trágico como morir después de pedir un plato de frijoles. Las famosas últimas palabras expresarán, para siempre, un antojo.

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El triunfo de la Revolución fue consumado por los jefes sonorenses, seres pragmáticos, ajenos al romanticismo revolucionario de Villa y Zapata. Héctor Aguilar Camín escribió en La frontera nómada (1977) la historia narrativa de ese triunfo. Por su parte, Jorge Aguilar Mora recuperó en detalle las técnicas de la guerra y las formas de representación de la contienda en Una muerte sencilla, justa, eterna (1990).

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Cuando los revolucionarios cambian los caballos por los Cadillacs, comienza la intriga de oficinas. En La sombra del caudillo (1929), Martín Luis Guzmán reconstruye la lógica del poder heredada de la Revolución: el Hombre Fuerte del país no depende de los votos sino de la adhesión de quienes podrían desafiarlo. En consecuencia, lo importante se resuelve en la sombra. No en balde, la política de impunidades ha sido bautizada como la "tenebra". Ahí se conjuga un verbo decisivo: "madrugar". Hay que anticiparse al enemigo; para lograrlo, es necesario intuir lo que él haría y actuar primero. En esta delirante dramaturgia, no hay mejor consejo que la paranoia: eliminar al rival es un acto preventivo.

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Fuentes recogió en Gringo viejo (1985) una escena que le contó su entrañable amigo Fernando Benítez, autor de El rey viejo (1959), novela sobre la muerte de Carranza. Los zapatistas toman una hacienda. Al entrar en un salón descubren un desconocido artificio. Se trata de un espejo. Los revolucionarios se paralizan ante su propio rostro. ¿Quiénes son? ¿Por qué llegaron ahí?

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La Revolución ha otorgado dimensión épica a una costumbre mexicana: la impuntualidad. Con cien años de retraso es actual.

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Los rostros se asoman al espejo. ¿Qué justicia piden a través del tiempo? Por lo pronto, ya están aquí.

Espíritu de contradicción. El tesoro de la juventud (perdida)-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 26/11/10)

Hipótesis a considerar, lector (y cuando digo lector, pienso lector varón, a quien me dirijo hoy; suplico a la lectora pasar la página o, mejor, proseguir la lectura de un texto que no va dirigido a ella y así saciar su curiosidad por el tipo de cosas que hacemos los maridos cuando no estamos en su compañía): tu mujer decide, tras 11 años de matrimonio, darse un respiro del bullicio de la nada falsa y muy entrañable y seductora (pero a veces un pelín desgastante) sociedad que tiene contigo, y emprende el vuelo al sur de Francia, a pasar tres semanas con su amiga que vive allá, a hablar de “cosas de mujeres” (es decir de los maridos presentes y pasados: Susana está recién separada), a descansar del trabajo todo, lo que, me temo, incluye también el de esposa. ¿Qué haces tú? Lo de costumbre. Como eres el marido fiel y devoto y enamorado de una mujer fiel y devota y enamorada, sabes que te portarás bien (lo contrario, además, constituiría, en cualquier circunstancia, no sólo una frivolidad sino, peor, una vulgaridad). Pero es cierto que programas una agenda social intensiva, todo para paliar esa soledad endémica que los casados sólo resentimos en momentos como éste pero que constituye a un tiempo el lastre y la liberación de los solteros.

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Pero he aquí que, en medio de la ausencia de tu mujer, llega un puente vacacional -digamos que te hace justicia la Revolución- y que quedarte en México te haría extrañarla de manera insoportable. ¿Entonces? Aprovechas que tu amigo también está separado, y que puede dejar encargada a su hija ese fin de semana, y le dices “¡Güey!” -en estos casos los hombres usamos el vocativo exultante “güey” aun cuando en general no soportemos tal palabra- “¿a qué nos quedamos en México? Vámonos a Acapulco”.

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Suena cliché y clasemediero -y en algún sentido lo es- pero cierto es que tomamos todas las precauciones para evitar tal espíritu al máximo. Elegimos un hotel antiguo y recién remozado con gusto y humor -el Boca Chica-, sito además en una zona -Caleta- ya casi ayuna de turistas. Tomamos dos habitaciones, a fin de invitar cada uno a nuestro otro mejor amigo (el suyo se llama Sol y es un golden retriever, el mío responde -a veces- al nombre de Ralston y es un bulldog francés, y ambos son entrañables y solidarios… aun si no entre sí). (Comentario al margen: lo único en que los seres humanos somos mejores que los perros es en que dos machos dominantes tenemos muchas más probabilidades de convivencia apacible).

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Tomamos la carretera. Alternamos el control del volante. Nunca hacemos menos de 140 y, por una vez, no hay voz angustiada que clame “¡Bájale! ¡Nos vas a matar!”. Y bien sé que tal discurso suena ridículo a esta edad pero hablamos de Mastroianni y su Vespa en La Dolce Vita, y de Peter Fonda y Dennis Hopper y sus Harleys en Easy Rider, y nos soñamos por unas horas amos del camino, international men of mystery, ángeles del infierno o -mejor- todo al mismo tiempo.

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En el punto pertinente de la costera, José Luis me espeta una confesión: nunca conoció el Baby O’. “¡No mames!” -sigo en el campo semántico de la soltería masculina- “¡No conocer el Baby O’ es como no conocer la Catedral!”. (Acaso exagere pero, en términos culturales, tiendo a ser parejero.) Queda en el aire pero, el sábado, después de cenar con puros y whiskys y nostalgias de la esposa y de la hija y de la nueva mujer que no llega, nos precipitamos, sin discutirlo demasiado, a la mítica parodia de las construcciones de Los Picapiedra. Nuestro look es playero, sí, pero ambos llevamos saco de lino (a esta edad sería muy peligroso pescar un aire, y además sirve para disimular la barriguita ya imposible de perder por más abdominales que se fuerce uno a hacer). Nos paramos ante el cadenero. En un tono de autosuficiencia que llevo 15 años sin usar -“¡Maik! ¡Somos tres parejas y dos niñas!!”- nos anunció. Pero no se parten las aguas para nosotros. ¿Dos hombres cuarentones y panzones solos en un antro todavía de moda? ¡Ni pensarlo!

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Fuera de onda que ya estoy, propongo vayamos al Palladium -la competencia en aquellos años áureos-, donde somos admitidos ipso facto (así de decadente es ya). Pagamos mil pesos de cover por 10 minutos y dos Yolis. Terminamos en mi habitación, asaltando el minibar, divertidos con nuestra incipiente pero ya irreversible obsolescencia. Desde el iPod, Maurice Chevalier canta, con voz cascada y acento francés, que he’s glad he’s not young anymore.

miércoles, noviembre 24, 2010

"El terremoto que olvido el arte"-(Columna El Guardián del diván-Diario El Columnista 24/11/10)

Desde tiempos inmemoriales, el arte ha estado relacionado ampliamente con la humanidad. Es por eso que cada hombre que ha habitado la tierra en las distintas épocas, ha tenido la necesidad de dejar alguna huella o testimonio, como constancia de su paso por la vida. Gracias a esta hambre de expresión y ubicuidad, hemos podido enterarnos desde: la desaparición de culturas enteras, el sufrimiento causado por alguna conquista, hasta la lucha contra epidemias, buscando, quizás, heredar una reflexión o un mensaje para las nuevas generaciones.

Gracias a muchas expresiones artísticas, los historiadores han podido rellenar algunos huecos, que el discurso histórico no ha logrado. Lo anterior, es una relación que al autor de la generación del Crack: Ignacio Padilla, le interesa ahondar en su ensayo “Arte y olvido del terremoto” (Almadía, 2010) - galardonado con el Premio Luis Cardoza y Aragón de Artes Plásticas 2008-, cuya intención es buscar esa correspondencia entre arte, catástrofe y pérdida causadas por el terremoto del 19 de septiembre de 1985. Para ello, busca responder: ¿qué queda de aquel desastre en la conciencia colectiva de una sociedad que, por otra parte, insiste en no olvidar el 2 de octubre o la crisis de 1994?, ¿puede decirse que hubo un arte de los sismos?, ¿cuáles son las asignaturas pendientes de nuestra memoria colectiva, que tocaría resolver a las artes?

Ignacio Padilla lleva al lector a una reflexión amplia y exhaustiva, sobre la verdadera aportación o no que en su momento pudieron tener diferentes artistas como: Gabriel Orozco, Mauricio Maillé, Sergio Toledano, Rubén Ortiz, Ulf Rollof, Eloy Tarcisio, Antonio Luquín, Germán Venegas, Enrique Metinides; o colectivos artísticos como: la Compañía de Luz y Fuerza y el Semefo. Para lograr que este ahondar parezca sencillo, recurre a un lenguaje ameno, de tal forma que el ensayo logra mezclar el argumento con el estilo narrativo de un cuento o una novela.

“Arte y olvido del terremoto” logra explicar y establecer los resultados que la sociedad ha sufrido al no saber nombrar y cuestionar, en tiempo y forma, las heridas causadas por el terremoto; al mismo tiempo que expone las responsabilidades que comparten los medios de comunicación masiva junto con el arte, respecto a la amnesia colectiva que se tiene del temblor.

Avisos parroquiales

Dentro del programa de la FIL-G, Sergio Pitol y su “Autobiografía soterrada” harán acto de presencia el 28 de noviembre a las 200:00 horas en compañía de Martín Solares; el 1 de diciembre a las 19:00 horas Pedro Ángel Palou presentará “Pobre patria mía”, lo acompañara Paul Garner –el biógrafo de Porfirio Díaz-; el jueves 2 de diciembre a las 12:00 horas el poeta poblano Miguel Maldonado presentará su poemario “Los buenos oficios. Responso a Los demonios y los días de Rubén Bonifaz Nuño”, lo presentarán Pedro Ángel Palou, Rodolfo Mendoza y Víctor Ortiz; este mismo día a las 13:30 horas se presentará Uni-Diversidad, la revista de Pensamiento y Difusión cultura de la BUAP, ya con dos números en existencia, dicho evento estará a cargo de Pedro Ángel Palou; e Ignacio Padilla presentará “La isla de las tribus perdidas el 3 de diciembre a las 20:00 horas, al lado de Ana Clavel.

Condón habemus-Javier Aranda Luna (La Jornada/Opinión 24/11/10)

Y la Iglesia se mueve. El uso del condón, dice el Papa, se justifica en algunos casos. Y aunque debería ser en todos, la declaración de Benedicto XVI muestra por qué la Iglesia católica ha sobrevivido como pocos estados.

El Vaticano, ese Estado más allá de cualquier Estado, es el más antiguo del mundo y el más terrible en muchos casos. Piénsese en la Inquisición, en los siglos que tardó para reconocerles alma a los indios, algunos derechos a las mujeres, en su acercamiento al nazismo, en callar ante el holocausto y más recientemente por haber protegido en sus atrios y lugares santos a personajes tan del submundo como Marcial Maciel, más cercano a la imaginería medieval del infierno que a las cortes de santos que según esa Iglesia existen.

¿Los jerarcas de esa Iglesia terminarán diciendo en cien años que no existieron santos ni vírgenes ni un oscuro infierno a pesar de sus llamas, y recomendarán el uso del condón como ahora recomiendan la lectura de la Biblia que condenaron en la época de Lutero? Por lo pronto ya abjuraron del limbo.

La lucha contra el uso del condón ha sido una bandera de partidos como el PAN, en cuyas filas, al parecer, son más papistas que el Papa (¿eso será producto del analfabetismo funcional?) ¿Qué harán ahora sin esa bandera inamovible? ¿Cuál será el eslogan de sus próximas campañas? ¿Seguirá siendo di sí a la vida sin aclarar que se refieren a aquella más allá de la muerte?

Para Benedicto XVI Marcial Maciel fue un falso profeta. ¿Existirán otros más dados a la fiesta que al ayuno, a la simonía que a la humildad, a la carne que a la meditación teológica? ¿Los conocerá Onésimo Cepeda? ¿El cardenal Rivera? Lo pregunto porque el Papa dijo que el caso de Maciel lo conocían desde hace tiempo.

Bien hizo Juárez en separar la Iglesia del Estado. Bien harían los partidos en separar de sus plataformas políticas los credos de la Iglesia. Eso no significa que los políticos renuncien a sus creencias. Equívocas para unos o certeras para otros, todos tenemos, al fin y al cabo, derecho a equivocarnos. Pero no con cargo a los recursos públicos, como hace una vez y otra el gobernador de Jalisco, que ahora pretende curar conterapias a los gays de una enfermedad que no existe porque cada quien tiene la preferencia sexual que le apetece.

Hay asuntos de salud pública, como el uso del condón y el derecho a la maternidad voluntaria, que es un crimen criminalizar. Y peor aún con recursos públicos. Con recursos que aportan judíos, budistas, protestantes, musulmanes e incluso ateos, los sin dios que han resultado ser muchas veces más tolerantes, como pedía el Cristo, con sus semejantes.

Es cierto que la lucha contra el sida no se ganará sólo con el uso del condón, pero también es cierto que se perderá irremediablemente y a costos sociales y económicos altísimos, como ya los vislumbró el pontífice de Roma.

Justificar el uso del condón en algunos casos es una medida insuficiente pero, en efecto, un primer paso de responsabilidad. De responsabilidad del individuo frente al otro y de una Iglesia que tarda siglos en reconocer sus yerros.

¿Por qué no las buenas conciencias se ponen a hacer buen pan y no inflan con la levadura del odio a quienes promueven el uso del condón y la maternidad voluntaria?

¿No será hora de que los católicos con recursos vuelvan a los orígenes de sus mandamientos y que resumió el Cristo al que dicen seguir en uno? ¿Que amen al prójimo como a sí mismos, sinasquito ni rabia o sin la altanería que da el poder político y el dinero?

Una de esas buenas conciencias desapareció un noticiario, otra bloqueó la publicidad de algunos diarios para tratar de desaparecerlos, otra más intentó censurar a una de las mejores revistas hispanoamericanas, Vuelta, sin éxito.

Es tiempo de que el zapatero vuelva a sus zapatos y el panadero a sus panes. Que hagan buenos cortes y verdaderas hogazas, que no nos den gato por liebre y no anden condenando el uso del condón o criminalizando a las mujeres que quieren decidir sobre su maternidad. Condón habemus.

martes, noviembre 23, 2010

Escrituras en presente /I (Diario Milenio/Opinión 23/11/12)

Acaso no sea literatura, sobre todo porque La Literatura, así con mayúscula, ya fue. Pero son, como argumentaba Josefina Ludmer, las escrituras posautónomas que producen presente. Un presente nuestro. Abrazan la tecnología, confunden a sabiendas el lugar del yo y el lugar del tú, les importa poco dónde empieza y dónde termina la ficción. Si el número de seguidores indica algo, están entre los autores más leídos de hoy. Y, aunque el tuit es una obra en 140 caracteres y no más, algunos de ellos se las han arreglado para producir narrativas más largas que aparecen, entrecortadas, en mi TL casi todos los días. Les he pedido a algunos de ellos que compartan, tramposamente sin los cortes naturales del TL, esos textos. Los ven aquí, ahora, como quedaron después. En el después. Es tuitescritura. Vienen de la frontera tijuanense y del centro chilango y de otros lados. Son hombres y mujeres, casi todos muy jóvenes. Son, sobre todo, lo creo así, escritores. Veremos. Vean, en todo caso.

I. Rafael Zamudio (Tijuana, 1985) UABC Lengua y Literatura Hispánicas @Reiben

ESCRIBIRÉ

Será escribir, escribir todo lo que no puedo mejorar fuera de la escritura, escribir todo como quisiera que fuera, escribir, porque qué.

Escribir el mundo que preferiría habitar, el mundo por el que daría mi vida, el mundo por el que los mataría a todos.

Escribiré sobre las planicies que nunca atravesaré y nunca sabré cómo se siente cruzarlas.

Y llegará la muerte justa en el momento justo, en el más inesperado, sobre la cumbre de las risas más sinceras y amplias.

Llegará la muerte cuando la espesura de todas las hierbas dé la sombra perpetua, la sombra plena.

Escribiré que llegará la muerte en el mejor momento de una vida, para que esa vida no conozca la caída, la náusea ni la decepción verdadera.

Mi crueldad será entonces su redención, y nunca lo sabrá, nunca se atreverá a agradecerme.

Escribiré las calumnias que me apuntalarán sus amigos, sus amados, por habérselos arrebatado, por habérselos negado para el resto del tiempo.

Y seguiré escribiendo, para volver, para evadir mis recuerdos, para vencer esos momentos, a esos otros que aparecieron para robarme el aliento.

Escribiré porque sé que no puedo hacer otra cosa, porque todo lo demás, si no lo escribo, se me muere en las manos, se me hace arena.

Nadie puede salvarme de esto: es mi destino traducir las voces de este mundo y hacerlas legibles, escribirlas.

Escribir es mi responsabilidad y a ello me comprometo. Este es mi voto de casamiento. Esta es mi promesa, mi palabra.

Y en eso me regalaré todos los clímax que nunca he tenido, los que merezco y los que pude haber robado. Los que me negaron y los que detuve.

Escribiré para hacerme la justicia y la injusticia que le faltó a mi vida y a las de ustedes.

Escribiré para casarme y tener hijos y nietos, para dejar de fumar, para ser una persona cansada que ve televisión y trabaja para verla.

Escribiré para cazar a todos los dragones que hacen azul al cielo, para volver a matar a Dios, para cosechar arroz en Tacuarembó.

Escribiré para olvidarlo todo, para morir en paz.

II. Araceli Arriaga Altamirano (MexicoDF, 1987). IPN Ingeniería Ambiental @arissima

TE VOY A QUERER COMO SI TE ESTUVIERA ESPERANDO, EXTRAÑO

1. Estoy con @Porcupino, fumamos mota. Vemos la Big Band en Bellas Artes. Estamos felices. Bailamos discretamente conteniéndonos el vuelo.

2. Ahora un concierto urbano de timbales y pam pam pam, aplausos, mujeres bailando, caderas en vaivén. Tengo este cuerpo y lo uso como si nunca.

3. Aparece un malabarista de fuego, se le escapa la antorcha al público. Alguien se quema. Hay reclamos y decidimos caminar.

5. ¿Nos damos una limpia? Va. Nos damos una limpia a lado de la explanada del zócalo. Canela, aceite caliente, olores espesos, hierba dulce.

9. Llego a metro copilco a las doce pe eme.

10. Espero dentro del metro. El tiempo es una espera ovoide.

11. Se acerca un extraño que no es mi Extraño, pregunta la hora y si estoy esperando a alguien. Hace un gesto de confusión amable y se va.

12. Era guapo.

13. Doce treintaicinco. Van a cerrar el metro. No sé qué hacer. Estoy sola.

14. Salgo del metro, veo un 7eleven. Luz. Entro, compro café, cigarros y una manzana. Salgo y espero.

15. Espero. Estoy lista para quedarme quieta.

18. 1:00 am Hago planes por si no se arma nada y yo tenga que dormir en la calle. No puedo regresar a casa, tengo frío, ¿qué voy a hacer?

20. Veo un bar despierto, debería entrar y esperar para después conseguir un pedazo de asfalto hasta las seis que es cuando abren el metro.

22. Entro al 7eleven con suficiente frío, veo la hora, el policía sonríe, me veo al espejo, pálida. Una señora ojea una revista de señoras.

23. Entra un joven, compra algo y sale a comer justo al lado mío o quizá a cinco pasos medidos en sistema internacional o en pulgadas, depende.

24. Sigo esperando a que pase algo. Esperar es caminar despacio, también.

26. —¿Esperas a alguien?

—No sé… es decir, sí y no, y no sé a quién.

—¿Pasarán por ti?

(Traduce mi mirada: No tengo idea de dónde será mi noche.)

27. Contesto:

—No estoy segura.

—¿Y si no pasan?

—No tengo puta idea.

28. —Tengo un cuarto, vivo solo, hay alcohol y puedes pasar la noche. (Lo dice con calma como ofreciendo nada más. Dar es dar, pienso)

29. En ningún momento imagino que puede matarme, violarme y demás; dormir abrigada es mi única voluntad, con quien sea me da igual.

31. En el camino platicamos de cosas varias y protocolares. Estudia y se llama D. pero para mí es Extraño.

32. Me recuesto en su cama. Qué bonita cama, se recuesta a lado mío y platicamos. Estoy envuelta en cobijas. Ya no tengo frío.

33. Platicamos del tuíter, le escribo mi arroba en el brazo, me escribe la suya, le escribo mi tuit más faveado. Quédate con mi sharpi naranja.

36. A estas horas, siendo las 2:30 am, estoy segura de que pasaré la noche aquí. Estoy segura de que quiero.

37. Si duermo sería lo más bonito que pudiera pasarme, le digo recordando la limpia en el zócalo, el jazz en bellas artes y la bonita noche.

38. —¿Tú no te sientes sola? —me pregunta y yo queriéndome hacer pedazos pero aguantándome la boca.

39. Qué bonito es no tener frío.

40. Me hablan desde la fiesta. Quiero verlos pero no quiero moverme de aquí.

42. Me pongo los zapatos breves y sé que este piso me extrañará descalza, la extraña primera o la penúltima o la quinta.

44. Le doy un beso en la mejilla y me voy. Cruzo el semáforo a saltos pequeños en forma de pasos. Calma.

45. Algo en el corazón que no se quiere ir. Quiero volver y quedarme y amanecer y quedarme un poco más para esperarlo de frente.

46. Llego a la fiesta.

47. Lo extraño.

Nostalgias embusteras (Diario Milenio/Opinión 22/11/10)

Levántate y declara


No se hablaba del reportero estrella porque fuese un notable investigador, ni por la sagacidad de sus preguntas, ni por la contundencia de su prosa, sino por su sentido de la oportunidad. Si ayer en la mañana estiraba la pata un personaje clave del arte y la cultura, o incluso la política, cerca del mediodía ya timbraba el teléfono de uno y otro jefe de redacción que escuchaban la oferta del reportero estrella: tenía una entrevista inédita con el ilustre fiambre, acompañada de una fotografía de los dos, tomada al justo término de la entrevista. Como era de esperarse en un mundano ubicuo como él, cada conversación del reportero estrella solía estar salpicada de referencias a ciudades y épocas prototípicas, de manera que resultara natural imaginarlo en Berlín cuando la caída del muro, o en Nueva York durante los avionazos, o en el lecho de muerte de Borges. Efecto que no siempre conseguía, pero de todas formas él daba por hecho pues no podía creer que alguien no le creyera.

“Las mentiras no necesitan de un avión para perseguirte”, sentencia la canción de los Avett Brothers, y he aquí que la suerte del reportero estrella se vino abajo cuando algún aguafiestas oficioso descubrió que en ninguna de sus entrevistas había nada que el poeta, la pintora, el cineasta o la chanteuse no hubiesen expresado en otra parte. Cada uno de esos textos providenciales era un habilidoso pastiche de entrevistas publicadas en diferentes medios. ¿Y las fotos? Rascando un poco más, se supo que el farsante muy rara vez perdía oportunidad para ir a retratarse al lado de los personajes que después juraría haber entrevistado, e incluso, en varios casos, profesarles un cariño profundo por causa de su larga y fructífera amistad. Ahora imaginemos el obeso archivero del reportero estrella, hinchado de carpetas con los nombres de futuros difuntos inminentes, cada una sembrada de recortes de entrevistas auténticas, de manera que ni los propios deudos pudiesen reclamar, si acaso se topaban con aseveraciones tan verosímiles. En cuestión de dos horas, el pícaro mitómano podía entrevistar póstumamente a cualquiera de sus fotografiados.

Cristian Who?


Me ha venido el recuerdo de la caída en desgracia de aquel laborioso farsante no bien leí, casi sin proponérmelo, una de esas noticias que dejan al lector pasmado e indeciso entre la carcajada y repelús, nada más ubicarse en los zapatos de su protagonista. Resulta que el cantante Cristian Castro tuvo a bien alardear días atrás, ante un par de medios argentinos, de sus farras al lado del cantante Luis Miguel, así como de su honda amistad con el infortunado Gustavo Cerati, tanto que según él acudió a visitarlo al hospital, donde la enfermedad le impide comentar a este respecto. Su esposa, sin embargo, no está en coma profundo, así que ha respingado para tirarle el cuento al declarante: Cerati nunca fue visitado por Castro, ni eran amigos, y de hecho tampoco se conocían. A lo cual, indignado, el aludido contraatacó: lo había visitado un par de veces, y de hecho lloró a su lado durante nada menos que cuarenta y cinco minutos. Más todavía: distinguió entre sus piernas una manta con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Ahora bien, no hay testigos. Por lo visto Gustavo Cerati está allí solo a expensas de que cualquier pelmazo llegue y le chille por tres cuartos de hora. ¿Quién más, si no un pelmazo, va de visita al hospital sólo para llorarle al enfermo cual si estuviese ya en el ataúd?

Para mayor descrédito de la voz cantante, resulta que el colega Luis Miguel tampoco ha recordado las supuestas parrandas que Castro tanto añora frente a los micrófonos, y de hecho asegura que jamás sostuvieron otra relación que la profesional. Es decir que, ya fuera cierta o falsa la amistad parrandera de marras, el estirado crooner al que llaman El Sol encuentra desprestigio en ser reconocido como amigo —y peor que eso: amigote— del baladista de la lengua larga (apodado también el Gallito Feliz, y en fecha más reciente el Pato Lógico). ¿O es que el tal Sol desmentiría a Harry Connick Jr., si un día éste se dijera su cotrasnochador? A la mitomanía del pretencioso se le reclama menos su falsedad que ese interés recóndito y desvergonzado al que suele aludirse con napias arrugadas: el hediondo y conspicuo arribismo, discreto como un moco en la corbata.

Con permiso del olvido


Ahora bien, si uno se ríe tanto cada vez que un narciso memorioso es desmentido en público, es porque se imagina la talla del bochorno, dado que alguna vez, si no es que varias, mintió asimismo en nombre de su ego y temió luego ser desenmascarado, quizá en la adolescencia, o en la infancia, o puede que ayer mismo en la mañana. Tire la primera Biblia quien esté libre de mitomanía. Aunque eso sí, como suele decirse, hay niveles. Mi amigote Santiago Roncagliolo, que para bien de ambos sí se acuerda de nuestras parrandas, ha añadido al relato respectivo tanta literatura que ya me da vergüenza dar cuenta de esas noches como de verdad fueron, pero es verdad que lo hace con la gracia bastante para evitar que corra a demandarlo por difamación. Qué más quisiera, en cambio, a la hora de soportar a uno de esos fantoches ubicuos que se quieren el centro de todos los relatos y cuentan las anécdotas ajenas como propias, que poder demandarlo por usurpar los recuerdos ajenos. Pero no es un delito ser fantoche. Basta, aparte, con una rebanada de cinismo para enfrentar la mala fama resultante, y al fin hallar asilo entre la desmemoria general.

Cada vez que un nostálgico inspirado intenta recordarme una aventura que según yo jamás vivimos juntos, siento como si me estuviera invitando a maquinar un fraude contra mí mismo, que para colmo ya no estoy tan seguro de que lo que recuerdo sea cuanto en verdad sucedió. El mitómano, en cambio, podría describirlo con lujo de detalles, y hasta jurarlo a lágrima viva. Se apuesta uno completo por sus patrañas, más todavía si se justifica dando por hecho que igual todo es mentira en esta vida turbia y engañosa. ¿Y todas esas risas, allá afuera? ¿Cuáles risas, perdón? ¿No oyeron los aplausos?