jueves, febrero 07, 2008

Ciudadanía o vasallaje

Bajo el Sol-Diario E-consulta (07/02/08) y Diario Cambio (08/02/08)
Roberto Martínez Garcilazo
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Trabajar por el desarrollo de las competencias cognitivas de apreciación estética y de valoración crítica de la realidad es obligación de las instituciones.
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El martes 5 de febrero, durante la celebración del XCI aniversario de la promulgación de la Constitución del 1917, la magistrada Elba Rojas reflexionó, entre otros aspectos de la Ley Fundamental, sobre la garantía constitucional que significa el 3º. Constitucional, que por cierto –y esto yo lo afirmo, no la magistrado- además del trascendente valor jurídico que posee es una emotiva pieza literaria. Además, la juez disertó sobre la relación dialéctica que existe entre los movimientos armados y la consagración de las conquistas sociales en el estado de derecho.
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Bien, hipotéticos lectores míos, pues la efeméride nacional suscitó la siguiente especulación.
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Es el modo de vida el que educa integralmente a los hombres y a las mujeres.
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Es la manera, el procedimiento, que utilizan los miembros de una comunidad para satisfacer sus necesidades vitales de salud, empleo y educación la que determina su condición de libertad y dignidad personal. Su condición de realización y felicidad individual.
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Por otra parte, la calidad del servicio de los gobiernos, el respeto a las leyes por parte de individuos e instituciones, la transparencia electoral, las prácticas políticas de los partidos, el profesionalismo del periodismo que ejercen los medios forman parte del entorno educativo de la sociedad.
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Es evidente que, en esta perspectiva de educación para la ciudadanía, las escuelas y los profesores son sólo un factor más del proceso general.
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Aun en contra de la dureza de los datos empíricos, el ideal de un ciudadano que posea conciencia de su pasado cultural y, además, nociones de justicia y de bien social debe actualizarse permanentemente mediante la reflexión y el planteamiento de propuestas de acción porque, de otra manera, estaríamos condenados a sufrir la atrofiante pasividad de las mayorías agobiadas por la rapacidad de los grupos que para el peculado exitosamente se organizan.
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Trabajar por el desarrollo de las competencias cognitivas de apreciación estética y de valoración crítica de la realidad de los ciudadanos es obligación de las instituciones públicas de educación y cultura.
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Cumpliéndola cabalmente se honra la naturaleza republicana de nuestra organización social.
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Evadiéndola se propicia la discapacidad ciudadana de la población, el vasallaje de facto de millones de mexicanos que, por causa de la ofensiva y secular desigualdad, son reducidos a la condición de mayorías de miserables que malbaratan su voto a cambio de ínfimas prebendas.

La Filec en Tonantzintla



Diario Milenio-Puebla (07/02/08)
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La doctora Alma Carrasco Altamirano ha enviado ya la información necesaria a los medios de comunicación para que este 2008, como los años anteriores, los habitantes de esta ciudad de Puebla participemos todos –la invitación es amplia y abierta– en la Feria Internacional de la Lectura, a celebrarse los días que van del 14 al 17 de febrero en Tonantzintla.
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Alma Carrasco Altamirano ocupa la Presidencia del Consejo Puebla de Lectura, y año con año y con el mismo entusiasmo organiza esta feria que tiene como objetivo, más allá de la venta del libro –como es obvio– el fomento a lectura, el derecho y el no derecho a la lectura y la vinculación de la ciencia con la literatura.
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Hace un año estuvo Julieta Fierro dictando una conferencia para un público infantil. Es por eso que este año el evento adquiere mayor importancia, porque se llevarán a cabo varias actividades que tienen que ver con el encuentro de los libros. Hay que decir que la Feria Internacional de la Lectura se organiza en colaboración con el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (Inaoe) desde el año pasado, y que el Consejo Puebla de Lectura (CPL) es una asociación no lucrativa conformada por un grupo de personas que tienen en común la promoción de la lectura, la escritura y la ciencia.
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La Filec se ha visto enriquecida con el trabajo de estudiantes de servicio social de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, del Colegio Americano y del Centro Freinet Prometeo. Sin duda este 2008 la Filec será, como lo ha sido, un éxito.
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Ahora se reunirán, en las diversas actividades, un grupo de cuentacuentos, investigadores, editores, científicos y especialistas en la lectura. El encuentro con los libros –ha dicho Alma Carrasco– debe ser festivo.
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Otro de los propósitos de la Filec es acercar al público para que se conozcan las instalaciones del Inaoe. Por lo mismo se tienen programadas visitas guiadas a los telescopios, ahora con la novedad de que se podrán conocer los telescopios provenientes de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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El poder de convocatoria de Alma Carrasco es envidiable: se instalarán más de sesenta stands en un área de mil metros cuadrados. Ahora también se llevará a cabo la noche astronómica, donde se podrá observar el cielo a través de los telescopios, al tiempo que habrá espectáculos al aire libre y en el auditorio.
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Se espera que ahora, este 2008, la cifra de visitantes supere los 13 mil registrados el año anterior. Yo espero que así sea. Destaco la participación y dedicación del compañero José Luis Santillán Palacios en la organización de la Filec.
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La cita es en el Inaoe (calle Luis Enrique Erro número 1/ Centro de Tonantzintla). Habrá constancias de participación.
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Felicitamos a Alma Carrasco por su iniciativa al organizar la Filec. Para mayores informes va este correo electrónico: cplectura@puebla.megared.net.mx
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Pues todos a Tonantzintla. Y mucho éxito. Va.

miércoles, febrero 06, 2008

Calle Sexta (El Mundo)


Diario Milenio-México (06/02/08)
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Para observar mejor Calle Sexta (El Mundo) , la pintura longitudinal de Héctor de Hoyos (Austin, 1962), es preciso elevar el mentón y arquear, aunque sea sutilmente, la espalda. Los brazos cruzados quedan a elección del espectador. Súbitamente empequeñecido frente a los dos bastidores superpuestos de manera vertical, el cuerpo queda listo así para recibir la acechanza, o el eventual impacto, del avasallamiento. ¿Y de qué otra cosa, sino del avasallamiento, se trata, a final o principio de cuentas, Tijuana?
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Pocos de entre los muy interesantes exponentes del arte visual y plástico de la frontera que se han dado a la tarea de reencantar (en el sentido benjamineano del término, claro está) Tijuana para un público transfronterizo y globalizado han optado por el estilo figurativo y, todavía menos, han elegido el realismo, y aún el hiperrealismo, para tratar con pasión y paciencia, con entrega y devoción los avatares de la vida cotidiana en la esquina más izquierda del país. Nacido en Austin, Texas, pero criado en San Bernardino, California, Héctor de Hoyos no llegó a Tijuana sino hasta después de años de vida en el centro de México y otros tantos en San Diego. De su encuentro cataclísmico con la vida fronteriza, experimentada en el cruce diario de la línea pero también en el laberinto del barrio que queda fuera de los binoculares de la moda, dan cuenta una serie de pinturas al óleo ejecutadas con la precisión del dibujante que sabe de líneas y perspectivas, y con la imaginación desatada de quien vive bajo cielos pavorosamente azules y entre gigantes que, brotando de la nada, acechan o protegen el cielo colindante de Tijuana.
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Acaso no es del todo azaroso que sea en el bastidor superior, en el bastidor del norte, donde galope, desbocado, el caballo blanco sobre el cual una bailarina encuentra un equilibrio fugaz, y bajo el cual un hombre, en apariencia joven, esté perdiendo El Mundo, la carta de lotería fielmente introducida en la composición. Y acaso es de suyo significativo que sea en el bastidor inferior, en el bastidor del sur, donde aparezcan las amplias avenidas tijuanenses, coronadas de cables de electricidad (presuntamente ilegales), por donde transitan y transan y trafican los hombres y mujeres de todos los días. Hay palmeras, en efecto, y los caseríos caen sobre las lomas que a veces, en un buen año, reverdecen en invierno. En medio de todo eso, partiendo en dos una composición que sigue siendo una, se extiende el limbo de lo real: se trata de un par de centímetros vacíos, hechos de pura pared, que ocupan el lugar de la tierra de nadie que es la frontera.
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Pero nada es sencillo o fácil de explicar o dicotómico en el mundo visual de De Hoyos: siendo hiper-realista, nada es, por supuesto, real. Como un Gulliver posmo que atraca o aterriza en tierras de dimensiones sorprendentes, De Hoyos plasma con estridente realismo escenas urbanas o celestes para luego introducir, en el momento menos pensado, en el ángulo acaso imposible, el animal o la persona que reta el sentido de la escala de lo cotidiano. De ahí que, en Calle Sexta (El Mundo) el monumental caballo del norte amenace con salir del cuadro para brincar, o peor: para chocar, contra la cabeza del espectador, y que la diminuta aunque musculosa niña esté a punto de perder el paso desde el lomo enfurecido del cuadrúpedo. Como junto a las esculturas ya colosales o ya pequeñísimas pero siempre hiperrealistas del australiano Ron Mueck, o como en las crónicas swiftianas que llevaban al doctor Lemuel Gulliver de Lilliput a Brobdingnag, o como ante las figuras de papel maché y resina que constituyeron la firma del escultor español Juan Muñoz, el que observa una obra de De Hoyos se desestabiliza y se desorienta. Su realismo, puntilloso y demencial, cuestiona siempre lo que toca o, mejor, lo que trastoca. De Hoyos trae al interior del cuadro la silueta de lo que está ahí pero violenta de tal manera sus dimensiones que configura así mapas inéditos, mapas inquietantes y críticos, mapas fronterizos de la frontera.
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Su frontera, por lo mismo, va más allá de la imagen normalizadota y comercial del laboratorio. La frontera de De Hoyos cruza la línea como lo hacen tantas otras cosas y mercancías y personas, pero se adentra luego en las colonias donde se vive la vida de todos los días, ahí donde Tijuana se produce y se reproduce atenta pero ajena al torbellino del estereotipo. Esta no es la Tijuana del glamour neoliberal, nocturna por naturaleza y trasgresora por principio, sitio de violencia televisada para el escándalo o agrado del espectador en turno. La de De Hoyos es una Tijuana que, no por diurna y cotidiana, es menos escalofriante o más poshumana. Ahí vive doña Aurora, quien acaba de llegar de Arizona a ocupar la casita que construyó con sus ahorros. Por ahí ronda el Chamachirri, el albañil con cierta proclividad a invitar las cervezas. Ahí pasan los chavos que van a la universidad pensando en otras nuevas inéditas maneras de decir Tijuana. Por sus calles bajan los transas y los que se dejan, los que se encomiendan a la virgencita de esto o aquello, y los que blasfeman contra dios. Ahí también hay balas. La Calle Sexta de De Hoyos no se detiene en la Estrella (tropo inmortalizado en la cartografía personal del escritor Luis Humberto Crosthwaite en el libro del mismo nombre) y ni siquiera registra la existencia del Dandy´s, lugar de moda entre artistas y visitantes. Entrañable y nimbada por el terror, más-que-real, cejijunta y bronca y anodina, La Calle Sexta (El Mundo) invita a la consideración del monstruo que se pervive en lo real, y que se exacerba, onírico y disoluto, en el hiper-real. Una verdadera lástima que la única manera de apreciar ésta y otras obras de De Hoyos sea, hasta ahora, la colección personal de Jean Francois Piché, director de la Alianza Francesa de Tijuana.

lunes, febrero 04, 2008

Querido blog II (o una conversación entre una maquina y un hombre, donde el lector sólo lee)

Se ha ido al carajo el primer mes del año dos mil ocho y hemos comenzado desde el pasado viernes el segundo mes. Las clases no me han defraudado, quizá una se torna muy rutinaria como lo es Morfohistórica, la clase de Introducción a la Filosofía promete mucho aprendizaje, pero el grupo augura demasiada hueva, mientras que Tendencias contemporáneas 2 y Seminario de Novela Política se tornan demasiado lectoras, y serían extremadamente interesantes, pero temo que los alumnos de cada grupo no tienen ganas de polemizar. El Collhi está acostumbrado a respetar a las “vacas sagradas” de la literatura con el mismo fundamentalismo que profesa Bush u Osama Bin Laden.
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El primer día de este mes, trajo a mi vida el reencuentro con una amiga que conocí el primer año en mi amada preparatoria Emiliano Zapata de la BUAP y que partió primero a Toluca para después ir a vivir a tierras Norteamericanas. Mónica Natalia, Nataly para los amigos y el recuerdo, no ha cambiado mucho, sigue siendo la misma mujer tierna que conocí. Su percepción del mundo sí. Ella partió a tierras gringas 1 años después a los atentados del 11-S. Ahora que regreso y en un café del centro me habló de un Estados Unidos distinto, de poblados en los cuales la tecnología no ha sido capaz de terminar con sus estilos de vida, de estampas naturales que uno cree sólo suceden en las películas: autos parándose para ceder el paso a patos o venados, primaveras que nacen luego terminado el invierno, por aquí se derrite la nieve y ya están los tulipanes formando parte del adorno natural. Luego de ese rico café, nos dispusimos ir al cine a ver El Orfanato, una película por demás exquisita, que buscar hacer pensar al espectador, así como juega un tantito con su sentido de la percepción. Una película en la cual debes seguir todos los detalles, para realmente hilar todos los hechos relatados. En fin, fue un lindo viernes.
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Luego vino el sábado nada relevante más que el termino de la lectura de la novela Morelos, morir es nada de mi mentor y amigo Pedro Ángel Palou. Esta novela pertenece a una triología, quizá tetralogía, denominada: Sacrificios históricos, la cual busca desmitificar lo existente alrededor de personajes como Zapata (primer personaje de su novela perteneciente a esta triología) y ahora Morelos, luego sigue Cuauhtémoc. Los dos primeros, al menos, tienen una hermandad: fueron desde cualquier perspectiva los auténticos revolucionarios de cada movimiento, Zapata de la Revolución Mexicana y Morelos del Movimiento de Independencia. Ambos se encargaron de armar ejércitos en la zona sur de México que se basaban más en armar una estrategia para la guerra y en mucho corazón, que en la multitud y las armas sofisticadas. Pero de la novela hablaré de forma detallada en otra entrada. Terminada Morelos, me dispuse a leer Batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, una novela por demás formidable. Ágil en su lectura y que se lee en menos de dos horas, pero profunda en su crítica a una sociedad mexicana que se encontraba en una profunda evolución. Un valioso testimonio de un México que hoy se antoja casi lejano, por no decir inexistente.
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Ayer empecé a leer En busca de Klingsor de Jorge Volpi. Una novela que venía persiguiendo desde hace años y por fin la tengo en mis manos, desde el diciembre del año que se fue hace no mucho al olvido. Es una novela que por lo que llevo está perfectamente estructurada y bien escrita, quizá algo rígida, pero es parte del estilo que buscó el narrador, sin dejar a un lado su típico sarcasmo, ya estampa personal del propio Volpi en cada una de sus novelas.
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Así van los días. A ver qué sucede en los próximos.

Postales del Carnaval



Diario Milenio-México (04/02/08)
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1.Vade Retro, Cuaresma
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Si en el resto del mundo el año se termina en diciembre 31, en Rio de Janeiro hay que esperar al nunca mejor llamado Miércoles de Ceniza. Por lo pronto y hasta entonces, difícilmente existe ciudad preferible (aun si los especialistas en carnavales reivindican festines paralelos como el de Salvador de Bahía y el pernambucano de Recife). Entre el humor carioca —de por sí relajado, gozador, gostoso— y la ocasión extraordinaria por excelencia, las calles bullen del mismo entusiasmo que transpira su música el año entero, multiplicado por la expectativa de trescientos sesenta días de ilusiones. Así las cosas, duele mirar al cielo y preguntarse si hoy, el domingo grande, la lluvia va a parar.
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De Vinicius a Caetano, de Cartola a Cazuza, de Jobim a Ana Carolina, todos tienen al mismo protagonista. El Carnaval es el comienzo y el fin, el centro y las orillas, el origen de toda la música y la danza, la coartada primera de la alegría. De ahí que la cuaresma sea aquí más cuaresma —tiempo muerto y de muerte— que en el resto del mundo. Sólo que ahora llueve, la cuaresma está a tres días de caernos encima y Rio de Janeiro parece un niño a punto de quedarse con media fiesta de cumpleaños. Si en el sertón la lluvia se recibe entre bendiciones y alabanzas, el litoral la sufre como un castigo, mismo que se convierte en divino si cae a medio Carnaval: la única fiesta que da sentido al año, y por ende a la vida. Ayer mismo, con el sol hasta arriba y el termómetro fijo el el 35, la fiesta se extendía por las calles, conducida por un batuque omnipresente y alebrestada por miles —millones, ya haciendo cuentas— de piernas en vaivén permanente. Como si la ciudad y los cariocas y los turistas vueltos cariocas mostrasen una misma sonrisa interminable. La sonrisa carioca: nadie que se la tope la sabrá resistir a corazón helado.
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2. Amorosos malandros
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Recuerdo a Salvador de Bahía —la más africana de las ciudades brasileñas— 0como una batucada sin orillas, en las semanas previas a la fiesta grande. Mas lo que aquí sucede en estos días no se parece a ninguna otra cosa, empezando por el lugar común del Carnaval-de-Rio, cuya fama no alcanza para pintar con precisión alguna el sentimiento de libertad ancha que en otros sitios sólo se consigue durante algún Mundial de futbol —¿y qué sería de ellos sin el batuque verde-amarelho?—, aunque nunca con esta intensidad. Lo que los gringos llaman know how: solamente unos cuantos pueblos privilegiados tienen —tenemos, me parece— sapiencia semejante para el buen desmadre. Ser mexicano en Rio, durante el Carnaval, es tornarse carioca en cinco minutos.
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Hace un rato, el taxista me hablaba de los malandros, usufructuarios de esa misma sonrisa carioca que casi siempre toma desprevenido al turista indefenso y amigable. Luego de haber caído en otras ocasiones, uno sabe que pueden venderle cualquier cosa a cualquier precio si comete el error de tropezar en ese gesto en tal modo amigable que hay que ser un canalla para desdeñarlo. Y ahora que es Carnaval no queda más defensa que salir a la calle con un par de billetes medianos ocultos hasta dentro de los bermudas. Cualquier otro accesorio —a excepción de pelucas y antifaces— acusa algún riesgoso exceso de equipaje. Tal vez la diferencia entre estos malandros y los de diferentes latitudes sea que sólo aquí sonríen antes de cometer la fechoría. Quienes han padecido estas sorpresas están generalmente de acuerdo en ese punto: ya sentían quererlos cinco segundos antes del abrochón.
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3. La entraña del festín
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No hay gran festín sin bajas, por supuesto, pero es sólo en las grandes ocasiones cuando se vuelve a la guarida con un zapato de menos, y eso cuando menos. La idea es que ha llegado un festín cuya preparación tomó doce meses, y aun si lloviera es preciso llegar hasta el final. Soltar una por una, y eventualmente todas a la vez, las amarras de la rutina y el recato, que en Rio de por sí suelen ser pocas. Y eso lo saben aún mejor los visitantes, no es tan raro ver una rueda de gringos bailando en calzones en Copacabana, perdidos en la turbamulta que sigue con fervor a los batuqueiros por una u otra calle camino a nadie le importa dónde. Todavía ayer —hoy que llueve es domingo—, en vísperas del gran evento en el sambódromo, hervían las calles de propios y extraños resueltos a cobrarle tributo a la vida, como si en adelante no quedara ya nada sino fiesta. Me queda la creciente impresión de que no es muy plausible comprender el sentido íntimo de la música brasileña es necesario hacerse la idea completa de los días de alta ligereza que preceden a la cuaresma.
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“La favela no es fruto del marginal, la favela es un problema social”, reza una canción de Seu Jorge, dedicada a aquellos apóstoles de la miseria que encuentran pintorescas y rentables las carencias ajenas. Y allá está la favela de Vidigal, unos cientos de metros más allá de la playa de Leblon donde ayer mismo acontecía uno de esos desfiles espectaculares, tras los cuales se llega de regreso a la cama con los tambores aún retumbando en el cerebro. Sin todas estas fiestas, la favela sería un infierno nihilista donde no habría siquiera la ilusión de torcer por una escuela de samba, igual que luego, el resto del año, se hace lo propio en nombre del Botafogo o el Vasco da Gama. Por lo demás, sin la devoción ciega de la favela tampoco el Carnaval tendría sentido, ni alcanzaría tamañas estaturas. Hoy por hoy, por lo pronto, dentro o fuera de la favela, no hay quien no mire al cielo esperando el milagro del retorno del sol. ¿Quién querría cargar con el recuerdo amargo de las nubes negras por los próximos trescientos sesenta días? ¿Cómo no tener fe en San Jorge, Nuestra Señora Aparecida, Yemanyá y los demás, cuando nadie sino ellos parece suficiente para rescatar a la madre de todas las fiestas?