miércoles, febrero 06, 2008

Calle Sexta (El Mundo)


Diario Milenio-México (06/02/08)
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Para observar mejor Calle Sexta (El Mundo) , la pintura longitudinal de Héctor de Hoyos (Austin, 1962), es preciso elevar el mentón y arquear, aunque sea sutilmente, la espalda. Los brazos cruzados quedan a elección del espectador. Súbitamente empequeñecido frente a los dos bastidores superpuestos de manera vertical, el cuerpo queda listo así para recibir la acechanza, o el eventual impacto, del avasallamiento. ¿Y de qué otra cosa, sino del avasallamiento, se trata, a final o principio de cuentas, Tijuana?
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Pocos de entre los muy interesantes exponentes del arte visual y plástico de la frontera que se han dado a la tarea de reencantar (en el sentido benjamineano del término, claro está) Tijuana para un público transfronterizo y globalizado han optado por el estilo figurativo y, todavía menos, han elegido el realismo, y aún el hiperrealismo, para tratar con pasión y paciencia, con entrega y devoción los avatares de la vida cotidiana en la esquina más izquierda del país. Nacido en Austin, Texas, pero criado en San Bernardino, California, Héctor de Hoyos no llegó a Tijuana sino hasta después de años de vida en el centro de México y otros tantos en San Diego. De su encuentro cataclísmico con la vida fronteriza, experimentada en el cruce diario de la línea pero también en el laberinto del barrio que queda fuera de los binoculares de la moda, dan cuenta una serie de pinturas al óleo ejecutadas con la precisión del dibujante que sabe de líneas y perspectivas, y con la imaginación desatada de quien vive bajo cielos pavorosamente azules y entre gigantes que, brotando de la nada, acechan o protegen el cielo colindante de Tijuana.
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Acaso no es del todo azaroso que sea en el bastidor superior, en el bastidor del norte, donde galope, desbocado, el caballo blanco sobre el cual una bailarina encuentra un equilibrio fugaz, y bajo el cual un hombre, en apariencia joven, esté perdiendo El Mundo, la carta de lotería fielmente introducida en la composición. Y acaso es de suyo significativo que sea en el bastidor inferior, en el bastidor del sur, donde aparezcan las amplias avenidas tijuanenses, coronadas de cables de electricidad (presuntamente ilegales), por donde transitan y transan y trafican los hombres y mujeres de todos los días. Hay palmeras, en efecto, y los caseríos caen sobre las lomas que a veces, en un buen año, reverdecen en invierno. En medio de todo eso, partiendo en dos una composición que sigue siendo una, se extiende el limbo de lo real: se trata de un par de centímetros vacíos, hechos de pura pared, que ocupan el lugar de la tierra de nadie que es la frontera.
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Pero nada es sencillo o fácil de explicar o dicotómico en el mundo visual de De Hoyos: siendo hiper-realista, nada es, por supuesto, real. Como un Gulliver posmo que atraca o aterriza en tierras de dimensiones sorprendentes, De Hoyos plasma con estridente realismo escenas urbanas o celestes para luego introducir, en el momento menos pensado, en el ángulo acaso imposible, el animal o la persona que reta el sentido de la escala de lo cotidiano. De ahí que, en Calle Sexta (El Mundo) el monumental caballo del norte amenace con salir del cuadro para brincar, o peor: para chocar, contra la cabeza del espectador, y que la diminuta aunque musculosa niña esté a punto de perder el paso desde el lomo enfurecido del cuadrúpedo. Como junto a las esculturas ya colosales o ya pequeñísimas pero siempre hiperrealistas del australiano Ron Mueck, o como en las crónicas swiftianas que llevaban al doctor Lemuel Gulliver de Lilliput a Brobdingnag, o como ante las figuras de papel maché y resina que constituyeron la firma del escultor español Juan Muñoz, el que observa una obra de De Hoyos se desestabiliza y se desorienta. Su realismo, puntilloso y demencial, cuestiona siempre lo que toca o, mejor, lo que trastoca. De Hoyos trae al interior del cuadro la silueta de lo que está ahí pero violenta de tal manera sus dimensiones que configura así mapas inéditos, mapas inquietantes y críticos, mapas fronterizos de la frontera.
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Su frontera, por lo mismo, va más allá de la imagen normalizadota y comercial del laboratorio. La frontera de De Hoyos cruza la línea como lo hacen tantas otras cosas y mercancías y personas, pero se adentra luego en las colonias donde se vive la vida de todos los días, ahí donde Tijuana se produce y se reproduce atenta pero ajena al torbellino del estereotipo. Esta no es la Tijuana del glamour neoliberal, nocturna por naturaleza y trasgresora por principio, sitio de violencia televisada para el escándalo o agrado del espectador en turno. La de De Hoyos es una Tijuana que, no por diurna y cotidiana, es menos escalofriante o más poshumana. Ahí vive doña Aurora, quien acaba de llegar de Arizona a ocupar la casita que construyó con sus ahorros. Por ahí ronda el Chamachirri, el albañil con cierta proclividad a invitar las cervezas. Ahí pasan los chavos que van a la universidad pensando en otras nuevas inéditas maneras de decir Tijuana. Por sus calles bajan los transas y los que se dejan, los que se encomiendan a la virgencita de esto o aquello, y los que blasfeman contra dios. Ahí también hay balas. La Calle Sexta de De Hoyos no se detiene en la Estrella (tropo inmortalizado en la cartografía personal del escritor Luis Humberto Crosthwaite en el libro del mismo nombre) y ni siquiera registra la existencia del Dandy´s, lugar de moda entre artistas y visitantes. Entrañable y nimbada por el terror, más-que-real, cejijunta y bronca y anodina, La Calle Sexta (El Mundo) invita a la consideración del monstruo que se pervive en lo real, y que se exacerba, onírico y disoluto, en el hiper-real. Una verdadera lástima que la única manera de apreciar ésta y otras obras de De Hoyos sea, hasta ahora, la colección personal de Jean Francois Piché, director de la Alianza Francesa de Tijuana.

1 comentario:

Ōkami dijo...

llegue aquí googleando a luis humberto crosthwaite y me he encontrado un lugar agradable para leer-te he visto tu perfil y creo que tenemos en comun varias cosas!

creo que vuelvo!

;)