jueves, junio 11, 2009

La crisis de la Sogem

Diario Milenio-Puebla (11/6/09)
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Como los lectores informados lo saben, la Sociedad General de Escritores de México, a nivel nacional y con la salida de la dirección de Teodoro Villegas, está pasando por una verdadera crisis de credibilidad. En estas mismas páginas, hace tiempo, se había adelantado algo del fracaso que ahora ya no puede ocultar la Sogem en Puebla.
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Me he estado enterando, a través de las cartas que han aparecido en los medios nacionales, de la elevada discusión que en torno a la crisis de la Sogem han venido sosteniendo Bernando Ruiz y Gerardo de la Torre, representante de literatura, lo que deja ver la gran división interna que aparece luego de los 24 años de su fundación. La revista Proceso, en sus últimos números, ha dado cuenta de tal situación. Parece que el asunto se agrava y parece que todo tiende a pensar, si no pasa otra cosa, en la desaparición de la Sogem, lo que, en palabras de René Avilés Fabila, sería lamentable.
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Me entero que han nombrado director general de Sogem a Mario González Suárez, una buena decisión de Lorena Salazar, presidenta del Consejo Directivo, lo que puede salvar la mala racha.
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Pero en Puebla las cosas andan muy mal. Aquí lo dijimos cuando se abrió la primera convocatoria: la Sogem en Puebla ya no tenía razón de ser por varias razones, entre otras porque en el estado de habían abierto talleres sin costo alguno en el que participaron varias generaciones. Ese proyecto, claro está, también concluyó por la falta de visión de las autoridades de la Secretaría de Cultura.
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El proyecto de la Sogem en Puebla, que fue aceptado por el empresario Pedro Ocejo Tarno, director del Instituto Municipal de Cultura de Puebla, sin tener muy en claro los contenidos, la continuidad entre las materias impartidas. Quienes realizaron y le propusieron el proyecto de regresar la escuela de escritores a Puebla, piensan que éstos se hacen en serie como la repostería de la Bimbo, y no es así.
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Los contenidos se hicieron para salir del paso y nada más. Sin embargo hay que ver las cifras: de los 35 (creo) alumnos inscritos en la primera generación, ahora solamente hay 17.
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Todo indica que la Sogem de Puebla no cuenta con una dirección adecuada, puesto que los alumnos se han manifestado públicamente inconformes. La respuesta de quienes rescataron la Sogem ha sido el silencio o, en su caso, la información distorsionada.
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Es lamentable que quienes trabajaron el proyecto no lo hayan hecho pensando en la formación de los jóvenes escritores, sino en su permanencia en la burocracia cultural. No hay duda: los resultados lo dicen y habíamos opinado que lamentablemente la Sogem era y es sólo un juguetito que les duraría lo que dura esta administración de cultura municipal. Quizá pensando en eso los organizadores mismos explicaron que ese proyecto era sólo para tres años. En lo que no pensaron fue en la deserción y en la poquísima demanda que ahora tienen. Lástima.

miércoles, junio 10, 2009

"Arcángeles: doce herejes revolucionarios"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 10/06/09)

En tiempos donde la falta de identidad y la pérdida de héroes parecen ser una de las principales carencias en México, Paco Ignacio Taibo II escribe “Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX”. Un libro que hace justicia a aquellos personajes que han sido olvidados por la historia oficial o que si han sido nombrados no se les ha dado el valor que se merecen.
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Con un tono placentero, -casi a modo conversacional- novelesco, Taibo II cuenta las vidas de personajes como Juan R. Escudero, Larissa Reisner, Friedrich Adler, Ioffé, Durruti, Francisco Acaso, San Vicente, Diego Rivera y el Sindicato de pintores, P´eng P´ai, Hölz, Librado Rivera y Raúl Díaz Argüelles.
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No falta ningún detalle, todo ha sido registrado por Taibo II, incluso las peripecias que tuvo al escribir este libro.
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“Arcángeles” es la memoria de personajes que dieron todo por una causa, la vida misma con tal de construir algo mejor, teniendo como armas a las ideas mismas. Personajes que de una u otra forma guardan similitudes con aquellos luchadores del siglo XIX, pues no sólo usaron la pistola como defensa, la literatura, la prensa escrita o la pintura también era un modo efectivo de reclamar justicia y dar voz. Luchadores que estando en la cárcel o en el exilio clandestino encontraban la manera de seguir comandando peleas, publicando artículos y que más de una vez lograron salir de la cárcel para volver a ser aprehendidos y escapar de nuevo.
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Biografías que han sido trabajadas con el rigor y la disciplina propias de un historiador o investigador, pero han sido estructuradas con la exactitud de un cirujano y contadas con las herramientas narrativas de un novelista: la ironía, la metáfora.
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Un libro que se une a “Ernesto Guevara, también conocido como el Che”, “Pancho Villa: una biografía narrativa” y “Tony Guiteras, un hombre guapo” para vigorizar y dar salud a un México tan necesitado de héroes verdaderos, de gente que estuvo dispuesta a cambiar el mundo a cambio de nada. “Arcángeles” debería ser ya un libro de cabecera para esa izquierda mexicana tan desahuciada, quizá algunos personajes puedan hallar la receta para recomponer el camino.

martes, junio 09, 2009

Unidades de dispersión

Diario Milenio-México (09/06/09)
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A) DEFINICIÓN EN NEGATIVO
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No son sedentarios, eso queda claro desde el inicio. Son errantes, se entiende, en al menos ambos sentidos del término, en eso también tendríamos que estar de acuerdo desde el inicio. Pero, hablando estrictamente y al pie de la letra, no son vagabundos, o en todo caso se trataría de un cierto tipo de vagabundos intermitentes puesto que tienen entre sus costumbres conocidas la puntada de quedarse por temporadas (a veces largas) en ciertos sitios. Algunos hasta se dan tiempo para hacer amigos, adquirir escritorios y sillas y camas o, incluso, construir sus propias casas. Algunos, impelidos más por la necesidad que por la conveniencia, hasta encuentran trabajos que luego listarán en sus CVs imaginarios como “toda suerte de trabajos”. No son desarraigados bien a bien porque tienden a formar comunidades en los territorios por donde pasan. Se les conoce, por ejemplo, en ciertos bares o cafés, en los pasillos de ciertas silenciosas bibliotecas, en las azoteas de algunos tétricos edificios, o en los cuarto de invitados de ciertos amigos. No son exiliados, al menos en el sentido político que el siglo XX le dio al término, porque van y vienen más o menos a conveniencia propia y con pasaportes civiles. Podrían ser migrantes profesionales si tuvieran la disposición o el tiempo para pasar horas y horas haciendo colas en distintas oficinas de gobierno para firmar los documentos que confirmarían tal identidad. Podrían ser diaspóricos si a la definición oficial (dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen) se le suprimiera la palabra “origen”, para poder decir, luego entonces, que se trata de seres humanos que abandonan lugares, sean estos de origen o no.
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B) PASAR POR
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Hablo de escritores, por supuesto. Hablo del problema (o morbo o afán) de identificar y explorar el trabajo de una serie de escritores que han pasado por territorios conocidos como Latinoamérica durante el siglo XX. Y “pasar por” es aquí una mancuerna de palabras que me he tardado mucho tiempo en seleccionar. No son escritores que son de Latinoamérica, pero pasar por Latinoamérica no quita la posibilidad de haber nacido ahí. No se trata de escritores que hayan viajado por Latinoamérica, aunque para pasar por ahí sea necesario iniciar más de un viaje. Podrían ser Malcolm Lowry o Graham Green o D. H. Lawrence, pero más bien serían como Witold Gombrowicz o Leonora Carrington o, sí, en efecto, Roberto Bolaño. No son, en definitiva, Vladimir Nabokov o Joseph Conrad o Samuel Beckett, conocidos entre otras cosas por su versátil uso de una nueva lengua, sino Gerardo Deniz o Maria Negroni o, en efecto, Bolaño, escritores que habiendo pasado por Latinoamérica escriben todavía en una de las formas del lenguaje dentro del cual crecieron. Ojo: aún y cuando vivan en los Estados Unidos, dentro de cuyo territorio se escribe hoy en día buena parte de la literatura latinoamericana de nuestros tiempos, no son US Latino writers, ni New Latino writers, ni US writers. Se trata de escritores que pasan por América Latina, sí, haciéndose también pasar por muchas otras cosas, abriéndole así la puerta a la despersonalización lo mismo que a la desterritorialización —que no es sino otra forma de enunciar la forma fluida y poco cabal de las identidades contemporáneas. He aquí el asunto: me refiero a ese tipo de escritores que habitan de manera esporádica (que no diásporica) sitios y lenguas con los cuales desarrollan una relación de dinámica resistencia más que de amable acomodo.
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C) EL QUID DEL ASUNTO
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La traducción del latín al español sería, según el diccionario de la Real Academia: el qué cosa del asunto. Era finales de primavera y, sin embargo, la tarde se deslizaba gris y lenta del otro lado de las ventanillas cuando, de repente, de la nada como se dice usualmente, brotó de algún lugar de ese cielo gris un granizo atronador y por demás blanquísimo que me hizo levantar la vista del libro que leía sólo para pensar, literalmente de la nada, en lo triste, lo verdaderamente triste o, en todo caso, ligeramente perturbador que habría sido para Bolaño saber y ser testigo del enorme éxito de sus libros traducidos al inglés. Supongo que el gris de fines de primavera y la súbita aparición del granizo algo tuvieron que ver con el mórbido pensamiento que me hizo recordar un artículo escrito por la académica Sarah Pollack en el que explica la serie de retuércanos culturales y políticos que, tras bambalinas aunque no tanto, ayudan a explicar la súbita y más que presurosa “normalización” de los textos bolañianos en el mercado, y se dice así en efecto, el mercado del libro en Estados Unidos*. Cualquier otro habría estado feliz, se asume, pero Bolaño, quien a todas luces gustaba de presentar sus libros como armas de un valiente (y valiente es un vocablo al que recurría con frecuencia para calificaciones literarias) andariego algo crepuscular pero no menos apasionado por la “auténtica” y “verdadera” literatura tendría que haber respondido con, al menos, algo de incredulidad y, luego, con algo de compulsivo enojo y, por qué no, hasta con ancestral rechazo. No sabremos nunca, por supuesto, lo que habría hecho (y con toda seguridad es casi mejor que sea así), pero esa tarde de primavera gris sombreada, además, por la irrupción del blanquísimo granizo (¿pero puede algo tan blanco en verdad “sombrear” una tarde de primavera?), no pude sino preguntarme cómo se le hace entonces para proteger al libro, al libro verdadero, al libro que es, al menos, dos libros (ambos con el filo dentro), de la normalización del mercado y la campechanería de la moda y la ramplona cascada del halago que es, a fin de cuentas, más mohín o hartazgo que halago. No estoy del todo conforme con respuesta que me di entonces frente a la ventanilla del autobús del mediodía (porque era, además de fines de primavera, en efecto, un poco después del mediodía) pero fue ésta: habría que pensar en Bolaño no como una excepción exótica (y concéntrica), claro, sino como uno entre la saga de escritores que andan por ahí, pasando por sitios y lenguas de Latinoamérica de manera esporádica, desarrollando, mientras tanto, en el mismo trance de pasar por ahí, una relación de dinámica resistencia más que de agradable acomodo con ese cúmulo de cosas a los que por falta de mejor término acabamos nombrando no pocas veces como “el entorno”. ¿Hay, de verdad, un hilo que va de esos 24 años que Witold Gombrowicz pasó en Argentina a, por ejemplo, Lina Mourane, esa escritora chilena que vive y produce una obra en español en el Nueva York de nuestros días? ¿Existe un hilo, se entiende que estético, entre los libros de Horacio Castellanos Moya, el centroamericano que pasa temporadas bastante largas tanto en Estados Unidos como en Europa y, digamos, Eunice Odio, la poeta costarricense que murió en México? ¿Son Unidades de Dispersión de cepa tan distinta escritores como el peruano César Moro y el centroamericano Rodrigo Rey Rosas?
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*El artículo existe y lleva por título “The Peculiar At of Cultural Formations: Roberto Bolaño and the Translation of Latin American Literature in the United States”, el cual se puede encontrar donde yo lo encontré ya hace algún tiempo: internet.

lunes, junio 08, 2009

Dos columnas, dos de Velasco

Diario Milenio/Cultur-México (08/06/09)
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Con la historia en las manos
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Y al fin Roger sacó la espada de la piedra. Un suceso, más que un partido de tenis. Tal como contará el vencedor, una vez transcurrida la premiación, desde que Robin Soderling emboscó en cuatro sets a Rafael Nadal, él no ha hecho sino cargar con la suma de las expectativas. Incluso en restaurantes y banquetas lo han acosado las mismas preguntas. ¿Está seguro de que va a ganar? ¿Cree que será lo mismo lograrlo sin tener que enfrentar al Carnicero de Manacor? “Sentí como si hubiera jugado tres o cuatro finales del Abierto Francés en una semana”, dirá con la sonrisa puesta y la copa en las manos.
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No han faltado las opiniones de grandes jugadores que señalaron a esta final francesa como el partido más importante en la vida profesional del ya mítico Roger. Un juicio que le ajusta todavía mejor al aspirante Robin, quien nunca antes pasó de la tercera ronda en un torneo de Grand Slam. Y si bien Federer no ha perdido ocasión de señalar su récord de 9-0 frente al sueco, no menos cierto es que nunca antes sufrió tanto para llegar al séptimo partido. Había un cierto apetito morboso flotando en el ambiente de la capital histórica del regicidio, aun si el público de la cancha Philippe Chatrier se declaraba abiertamente federerista. En circunstancias tales, el hasta entonces dueño de un trofeo de Grand Slam menos que Pete Sampras —quien, por cierto, jamás estuvo en una final de Roland Garros— no halló mejor terapia que llamar al room service en la noche del sábado. Más allá de sus números, debía enfrentar a quien había dado cuenta de Ferrer, Nadal, Davydenko y González en hilera.
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Justo al comienzo los golpes son duros. Rígidos los de Soderling, precisos los de Federer. Ya se ve que a lo largo del partido le dará tormento con su reciente golpe favorito: una dejada súbita desde media cancha, y a veces desde el fondo, que pone la pelota a un paso de la red y quiebra sin cesar las piernas y los ánimos de los tenistas de más estatura —pesadilla anteayer vivida por Del Potro—. El sueco sirve mal, además. No consigue meter el primer saque, ni tiene fuerza con el segundo. Lo atormentan los nervios, juega contra sí mismo. Lejos de sus estándares recientes, se anota su primera doble falta, varios errores no forzados y, hasta el quinto juego, ni un solo winner. Tras veintitrés minutos de dominio sin réplica, Federer cierra el set con 6-1. De 37 puntos en disputa, se ha llevado 26.
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Una vez fuera de la primera manga, Soderling amenaza con despertar, y lo logra en alguna medida durante su servicio, pero con el de Federer nomás no puede. Nueve aces en el set, cuatro de ellos sólo en la muerte súbita, para un 7-6(1) algo engañoso. Baste decir que en sus primeros diez juegos al servicio, el espadachín suizo ha cedido un total de ocho puntos. Sólo después de entonces llegará Soderling al primero de sus dos puntos de rompimiento en el partido (tras los cuales habrá de ver pasar sendas pelotas intransigentes).
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Tras la felpa sufrida en la muerte súbita, Soderling abre el tercer set con un servicio errático que termina en un rompimiento tempranísimo. En realidad, la única amenaza contra el dominio férreo de Federer es la lluvia, que a más de uno le recuerda los vaivenes de la última final de Wimbledon. Ya sobrevivió al susto de ver a un espontáneo embanderado caerle encima en mitad de la cancha, decidido a calzarle un gorro suizo. Por encima de viento, lluvia o imponderables, Roger Federer continúa sirviendo con el hacha; sólo cuando va a hacerlo por el partido, a lo largo de un 5-4 eléctrico, muestra que la ocasión puede un poco más que él. Pero no más que un poco, pues del 30-40 ominoso salta de vuelta al mando del partido:
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Uno, dos puntos: championship point —”punto para la Historia”, tendría que declamar el juez de silla—. Y como ha sido regla en las casi dos horas que le ha tomado devorarse a Soderling, basta el servicio para que Roger Federer se deje caer sobre la tierra roja que había temido nunca conquistar. Ya su sola expresión mientras posa en la cancha su raqueta —ni él ni Nadal la tiran, menos la azotarían— da cuenta del tamaño de la gesta. Llora como cualquiera lo haría en su lugar, aunque ningún cualquiera quepa aquí. Solamente otros cinco han ganado los cuatro Grand Slams, sólo Sampras había ganado catorce. Nadie sino él, por tanto, figura en ambos clubes. Salve, Roger.
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En contraste con la elegancia proverbial del campeón, Robin Soderling no se tienta el corazón para robarle un chiste al difunto Gerulaitis (“Nadie le gana diecisiete veces seguidas a Vitas Gerulaitis”, advirtió alguna vez a Jimmy Connors), aludiendo a sus nueve derrotas previas ante el suizo. “¡Nadie puede meterse en todas las finales de Grand Slam!”, le dice Agassi a Federer, no bien le da el trofeo y un abrazo sensiblemente fuerte —ha estado en su lugar, tiene los cuatro Grand Slams y ganar éste le tomó una década—.
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“Creo que es la victoria más satisfactoria de mi vida”, exhala el campeón ante el micrófono de un reverente John McEnroe, y descuidadamente añade: “...a Rafa le gané hace dos semanas, en Madrid”. Es decir que además de sacar la espada de la piedra y sentarse en el trono de la Historia, Federer se ha sacado la espina de la arcilla. Ha caído dos veces en menos de un año y otras tantas ha vuelto, con la elegancia de un duelista redivivo. De lo cual se desprende una noticia más: a quince días de Wimbledon, Roger Federer está al mero principio de una Historia vacía de precedentes. Sin siquiera certeza de que Nadal consiga reponerse de la lesión en la rodilla y defender su título, tal parece que todo está en las manos del que a partir de ahora no podrá dar un paso hacia adelante sin alejarse hacia esa cima solitaria donde hoy por hoy no existe el más allá.
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Berlusconi en pelota
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Silvio y sus visitadoras
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Hará no muchos años que en su columna semanal de El País Juan José Millás afirmó un poco en broma que eludía el tema Berlusconi porque no quería problemas con la mafia. Hace dos días, el fotógrafo Antonello Zappadu —italiano, casado con una colombiana— declara al mismo periódico que le da más miedo Il Cavaliere que las FARC. Pues pasa que el periódico, sobreviviente ya de la embestida furibunda del gobierno de José María Aznar, enfrenta los cañones del imperio Belusconi por causa de unas cuantas fotografías que lo retratan de puerco entero. Las fotos que Zappadu fue cazando a lo largo de años de querúbico acecho a su edén libertino en la isla de Cerdeña —la hoy popularísma Villa Certosa— y El País publicó hace pocos días, a todo color. Nada del otro mundo, finalmente. Un par de chicas topless y un ex primer ministro polaco desnudo, no se sabe si en trance de taparse o sólo alzar la toalla en busca de un condón. Nada que se asemeje a las escenas últimas del esperpéntico Saló de Pasolini, pero la porquería del caso es que gran parte de los gastos del parque temático de Berlusconi corre por cuenta del erario italiano, y de hecho sus visitadoras arriban a Cerdeña en vuelos oficiales.
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Berlusconi parece mirarse ante el espejo como una suerte de villano de Ian Fleming, aunque más que adversario de James Bond semeje un contrincante de Austin Powers. De ahí que, ante el escándalo, censure las imágenes al tiempo que las juzga “inocentes”, cargue contra El País y espere salirse con la suya. ¿Qué tan chueco tiene que estar el mundo para que un lacra de las dimensiones del so-called Cavaliere pueda ganar una querella judicial así fuera de sus fronteras, donde no puede reformar las leyes ni es el dueño virtual de la televisión privada y la pública? En cualquier caso, Il Cavaliere tenía que haber imaginado la clase de respuesta que recibiría, teniendo tanta cola por pisar. Ayer mismo, El País publicó el breve testimonio del fotógrafo, un editorial duro y una prédica asqueada de José Saramago como acompañamiento para una bomba: Anatomía de Berluscolandia, el espléndido reportaje de Miguel Mora, que para mala suerte del sátrapa vive actualmente en Roma y por lo visto sabe demasiado.
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La omertà del desenfreno
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Conocí a Miguel Mora hace unos años: un tipo arrollador. La clase de periodista a quien no se le puede negar nada, no solamente porque sabe de sobra a lo que va, sino también porque es simpatiquísimo. Te hace preguntas mientras te hace reír, se va hasta la cocina con la anuencia total del entrevistado, que ya casi le aplaude las agudezas. Es con esa ironía minuciosa que Mora lleva a sus lectores a un paseo asombroso por Berluscolandia, donde la proporción de cuatro mujeres por cada hombre —chicas no siempre mayores de edad que aspiran a la fama política o mediática, lo que ocurra primero— garantiza a los invitados del playboy mandatario dosis interminables de comprensión femenina.
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Hace unos días, Hugo Chávez reculó en su intención manifiesta de debatir con Mario Vargas Llosa porque éste, a su bolivariano entender, está en ligas menores y él figura en las grandes. Muy lejos de querer imaginar un duelo verbal entre Comandante y Cavaliere, encuentro que otra vez el bravucón se ha topado con uno más fuerte que él. A saber cuántos propios y extraños estén ahora mismo leyendo el reportaje, disponible en la página web del periódico, traducido asimismo al inglés y el italiano, donde se hace evidente un maridaje entre asombroso y nauseabundo entre política, negocios y placer. ¿Cómo, si no al mando de una enorme y macabra maquinaria mafiosa de silencios, consiguió Berlusconi mantener tanto tiempo guardado tamaño secreto? No estaría de más irse enterando a qué penalidades se arriesga una visitadora de Berluscolandia que se va de la lengua en torno a las actividades secretísimas de ese viejo cochino al que encima de todo llaman Papi.
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Las pollitas de Papi
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En una de sus múltiples balas al corazón, Mora cita al filósofo Paolo Flores d’Arcais: “la pregunta no es lo que pasa o ha pasado en Villa Certosa, sino lo que habría ocurrido en Estados Unidos si se hubiera sabido que Obama ha pasado las vacaciones de Navidad con 30 vedettes de 18 años y sin su mujer, o en Alemania si se descubriera que Angela Merkel veranea con 30 gigolós macizos”. Poca cosa, todavía, pues además hay que tomar en cuenta que Berlusconi se ha distinguido por un discurso rígido y puritano, condimentado con chistes zopencos y metidas de pata persistentes. De ahí que Miguel Mora remate su retrato patético mirando a la cereza del pastel, pues he aquí que encima de todo queda la hipocresía. Vemos a Berlusconi a la luz de esta imagen y es como si asistiéramos de nuevo a la alocada huída del congresista de La Cage Aux Folles. Atrapado in fraganti, con el rosario en cazzo sea la parte.
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La semana pasada, la NBC transmitió un extenso programa especial desde el interior de la Casa Blanca. Treinta y dos cámaras, guiadas por más de una veintena de productores, se instalaron durante una semana en el 1600 de la avenida Pennsylvania. A la vista de unos cuantos juegos para niños, distribuidos en el jardín y visibles desde el Salón Oval, el presidente Obama reconoce el placer que le da poder ver a sus niñas jugando tras los ventanales de la oficina, pero añade que el fin de semana llegan los hijos de sus colaboradores a jugar ahí, y eso también los hace trabajar mejor… No deja de hacer gracia que algo así suceda en la que hasta hace cinco meses era la residencia del mundialmente odiado Bush Jr., cuyo fantasma se ha evaporado así de pronto y fácil, por obra y gracia de un sistema similar al que Silvio Berlusconi se ha encargado de corromper y derrumbar, a lomos de una truculenta dictadura mediática.
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“Perro no come perro”, pensará Berlusconi de Mora, asumiéndose acaso su colega, toda vez que sus múltiples tentáculos lo hacen colega de medio mundo. Habría que decir, en cualquier caso, que hay de perros a perros. Mis perros, por ejemplo, comen perros calientes sin el menor reparo moral. Puesto en otras palabras: hay que ver los tamaños de Miguel Mora, residente de la boca del lobo. Algo me dice que lo está gozando.