viernes, septiembre 07, 2007

En busca de Sergio Pitol*



Con pena -pero también con orgullo- puedo decir que soy un temprano lector de Sergio Pitol. El descubrimiento de su literatura se la debo a uno de los promotores más constantes, eficaces y sinceros de la obra de Pitol, a un maestro y amigo personal: Pedro Ángel Palou, a quien le escuché decir en el taller de Voluntad y Renuncia en la Literatura que tomé en la Casa del Escritor en el 2004: “El Arte de la Fuga de Sergio Pitol es uno de los libros más extraordinarios que se han escrito. La gran reflexión literaria”. Al escucharlo no tuve otro impulso más que obtener a como diera lugar ese libro. Y para la navidad de ese mismo año ya estaba leyendo la primera página, por demás impresionante, escrita por nuestro Premio Cervantes 2005, y donde comparte con el lector sus primeras sensaciones y sentimientos al estar en Venecia. Así fue como de la mano de Pitol viajé no sólo a Venecia, sino también a Varsovia, Roma, México, Barcelona, Praga, Londres y sentí que ya había leído todos los libros que él tuvo que haber leído para referirse a cada lugar visitado con tanta pasión.
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Al leer su texto Con Monsiváis, el joven, tengo que aceptar la envidia que me provocó saber que Pitol en un día de 1957 participó en un Comité Universitario de Solidaridad con Guatemala, colectando firmas de protesta, distribuyendo volantes y acudiendo, junto con su eterno amigo Carlos Monsiváis, a una manifestación que partió de la Plaza de Santo Domingo, en donde vieron a Frida Kahlo rodeada por Diego Rivera, Carlos Pellicer, Juan O´Gorman y algunos otros “grandes”. En ese instante cerré los ojos para imaginar la escena y me pregunté: ¿cómo se habrán visto Carlos y Sergio en una manifestación de corte político?, ¿alguna vez los veré apoyando algún movimiento político?
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La vida hace no mucho me regaló mi propia visión, no tuve que cerrar más los ojos para imaginármelos. Habían pasado las elecciones donde se dice, se rumora, hubo un fraude orquestado desde los pinos en pos de favorecer al candidato del PAN: Felipe Calderón. El pueblo estaba inconforme. AMLO había perdido. El país estaba dividido, incluyendo a los intelectuales: algunos se pronunciaron públicamente a favor de los resultados oficiales y otros más se unían al sin número de protestas. Mi madre se encontraba entre ese tumulto del pueblo ofendido, inconforme y decepcionado. Y un día del 2006 ella me insistió en acompañarla a una de las asambleas nacionales convocadas por AMLO en el zócalo del DF. No quería ir, porque ante esa situación preferí permanecer escéptico. Pero ya estando en dicho lugar escuché a Jesusa Rodríguez anunciar la presencia de Carlos Monsiváis acompañado de Sergio Pitol para pronunciar un discurso de apoyo al candidato y a la petición del “voto por voto, casilla por casilla”. Allí fue cuando me convencí de que todo era verídico y no simple teatro politiquero: si Pitol estaba ahí, él que había viajado y vivido en varias ciudades del mundo, él que caminó con Monsiváis un día de 1957 al lado de Kahlo, no podía errar en su apoyo. Eran dos voces autorizadas, no había más que decir ni que dudar y sí mucho que apoyar. Debo agradecer entonces a mi madre por otorgarme la oportunidad de tener mi propia visión. Tengo también que pagarle algún día a Pitol, pues su presencia en ese movimiento hizo que tuviera el afán de seguir asistiendo a algunas asambleas más, teniendo así un momento de coincidencia ideológica con mi madre, algo difícil de conseguir en estos días. Este homenaje es parte de mi pago, más no todo.
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Estar dirigiendo unas mínimas palabras a Sergio Pitol como parte de un homenaje a su persona y la valiosa aportación que nos ha regalado con su literatura a lo largo de los años, aparte de ser un privilegio, es la culminación de un sueño que duró dos años: el primer acercamiento lo tuvimos a finales del verano del 2005 cuando lo contactamos para invitarlo a participar dentro del Encuentro Interno de Estudiantes de Lingüística y Literatura que se realiza en el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica de la BUAP cada inicio de año escolar. Desafortunadamente, en esa ocasión no fue posible tenerlo con nosotros. Luego el sueño se retomó en una de las oficinas de la UDLA-P, teniendo como soñadores a Atala Solorio, Israel Aguilar, Jenny Kim, Viridiana Carreto, Padua Herrera, Ana García Saravia, Gustavo Osorio, Juan Manuel Mendoza y al que ahora habla. El destino y las circunstancias hicieron que unos perdieran la esperanza y cayeran en la incredulidad actual, otros nunca dejamos de insistir.
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Hoy estamos aquí haciendo verídico lo que para unos sonaba a “nunca”, para otros a sueños guajiros, pero he aquí a Sergio Pitol… ¡despertemos del sueño! Cosa que no se habría hecho realidad sin el apoyo constante de amigos como Pedro Ángel Palou, Ignacio Padilla y Roberto Martínez Garcilazo que nunca han dejado de confiar en nosotros y siempre nos han apoyado y encaminado cuando lo hemos necesitado. Y, desde luego, al maestro –que esperemos a partir de hoy también amigo- Sergio Pitol, quien tuvo a bien hacer un espacio en su agenda y galardonarnos con su presencia.
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A Sergio Pitol no sólo debemos agradecerle su sinceridad y compromiso ante sucesos políticos mexicanos y culturales. También le debemos sus reflexiones y enseñanzas acerca de la escritura, como las escritas en su texto El narrador que aparece en El Arte de la Fuga: “Los caminos de la creación son imprecisos, están llenos de pliegues, de espejismo, de demoras. Se requiere la paciencia de un ángel, una buena dosis de abandono y, a la vez, una voluntad de acero para no sucumbir a las trampas con que el inconsciente se encarga de obstaculizar al escritor su camino (…)”.
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Páginas más adelante, en el texto ¿Un Ars Poética?, Pitol habla de cómo en Moscú se acercó a los formalistas rusos y dice que, gracias a una platica que sostuvo con Víctor Sklovski, se dispuso y propuso estudiar varios aspectos lingüísticos: Genette, Greimas, la Escuela de Praga, etc. Luego cuenta su frustración al no poder con los textos especializados en el área y, producto de ello, vino un abandono y un sentimiento de falta de capacidad para hablar de un Ars Poética, ya que, citándolo: “¿cómo se podía atrever a discurrir sobre un Ars Poética? sin tener conocimiento de la retórica clásica”. Algo que inclusive nos pasa a los que estudiamos letras: desconocemos algunas teorías -ya por la incapacidad de los docentes, ya por propia ignorancia. También se da el caso de que como producto de la escasa didáctica uno acabe odiando y repudiando a escritores y teóricos.
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Pitol, en este texto, va contando cómo llegó a la definición de un Ars Poética: el primer paso es producto de las lecturas de novelas, cuentos, entrevistas, ensayos de novelas, así como de las conversaciones con gente dedicada al oficio. También los numerosos libros que intentan encaminar al joven que aspira a ser escritor fueron de ayuda, y dicta la siguiente verdad: Cada autor, a fin de cuentas, ha de crear su propia ars poética, a menos que se conforme con ser el súcubo o el acólito de un maestro. Cada uno constituirá, o tal vez sea mejor decir encontrará, la forma que su escritura requiere, ya que sin la existencia de una forma no hay narrativa posible. Y a esa forma, el hipotético creador habrá de llegar guiado por su propio instinto. Y continua: Uno aprende y desaprende a cada paso. El novelista deberá entender que la única realidad que le corresponde es su novela, y que su responsabilidad fundamental se finca en ella. Todo lo vivido, los conflictos personales, las preocupaciones sociales, los buenos y los malos amores, las lecturas, y, desde luego, los sueños, habrán de confluir en ellas, puesto que la novela es una esponja que deseará absorberlo todo. Luego Pitol habla de cómo después de idolatrar a un escritor, pasamos a cuestionarlo -quizá a abandonarlo- pues éste se convirtió en un mero amanuense. Y entonces Pitol nos da dos reglas para que la escritura no muera, la primera: Impedir que el lenguaje se convierta en parodia de sí mismo y que todo lo que tenga que ver con la escritura, será el instinto del escritor quien tendrá la última palabra. La otra regla y definitiva es: jamás confundir redacción con escritura. La redacción no tiende a intensificar la vida; la escritura tiene como finalidad esa tarea. La redacción difícilmente permitirá que la palabra posea más de un sentido; para la escritura la palabra es por naturaleza polisemántica: dice y calla a la vez; revela y oculta. La redacción es confiable y previsible; la escritura nunca lo es; se goza en el delirio, en la oscuridad, en el misterio y el desorden, por más transparente que parezca.
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Estas dos reglas bien podrían unirse a lo que Faulkner dice en la entrevista publicada en el libro El Oficio de Escritor donde afirma que aquel que desea ser un buen novelista necesita 99% de talento, 99% de disciplina, 99% de trabajo; y aunado a lo escrito por Pitol a lo largo del Arte de la Fuga, agregaría que también se necesita de 99% de viajar, 99% experiencia de vida, 99% de amor y pasión por este oficio de escribir y 99% de capacidad para absorber, entender y saber plasmar en una hoja lo que vemos y escuchamos, además de la madurez necesaria para creer, porque como algún día me dijo Pedro Ángel: “mientras escribas debes creer que eres el mejor escritor del mundo, después deberás tener la suficiente humildad para aceptar cualquier critica, pero sobre todo para entender que nunca tendrás la receta secreta para saber cómo se puede o debe escribir la novela perfecta. Esto es una constante búsqueda y no sabes cuándo te va a llegar el final de tu búsqueda”.
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Es por eso que -aprovechando este espacio- me atrevo a anunciarles de forma oficial el nacimiento de un movimiento cultural denominado: La Fuga Literaria.
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Los que conforman este grupo creemos que la escritura y cualquier expresión artística son una fuga de ideas que no se detienen, que nunca paran. Pero aún así, éstas se aprenden a capturar por medio de la palabra, el pincel, la cámara, encarcelando de esta manera a las ideas y convirtiéndolas en arte.
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También es un homenaje simbólico a uno de los libros más importantes de la literatura mexicana: El Arte de la Fuga escrito por Sergio Pitol, porque como señala Carlos Monsiváis en la contraportada del libro publicado por Era: “Partir hacia ninguna parte… con tal de que ninguna parte nos lleve a todos lados. Sergio Pitol, en este libro de ensayos, crónicas, relatos, diarios, memorias, se fuga de las ataduras del sedentarismo y nomadismo, y emprende la travesía donde las ideas son formas de vida y reminiscencias…”.
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convence la cultura y los cánones actuales, pues huimos y rehuimos, tomando como base al postmodernismo, el cual vino a decirnos – recordarnos- que TODO está ya hecho, dicho, escrito, pintado, fotografiado. Si es así, pues entonces “fuguémonos” para re-inventar lo conocido, dándole un toque propio, valiéndonos de cualquier medio: la prensa, la radio, la televisión y desde luego la Internet a través de los blogs, ahora tan necesarios para aquellos que, como nosotros, tiene hambre de expresión. Si es necesario usar las paredes, las banquetas o los monumentos históricos para crear cultura, lo haremos, porque estamos hartos de que ésta no sea tomada en cuenta como algo necesario para la humanidad. La Cultura es todo, ella nos da voz, nos explica. La cultura no debe pasar por trabas burocráticas, más bien la burocracia y sus ejecutantes deberían de pasar por una concientización y educación cultural: habrá que hacerlo.
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De esta forma hago otro pequeño pago al maestro, no sólo ya con este homenaje, sino con un grupo cultural dispuesto a seguir sus pasos y ampliar el legado que nos ha dejado a todos.
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Una vez más, gracias Mtro. Sergio Pitol por permitirnos contar con su presencia, y, ojalá sea la primera de varias veces. Afectuosamente un lector más.
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*Discurso leído el martes 4 de septiembre de 2007 a las 17:00 horas, dentro del Homenaje al Mtro. Sergio Pitol, celebrado en el Salón Paraninfo del Edificio Carolino de la BUAP. Evento organizado por el Movimiento cultural "La Fuga Literaria", la UDLA-P y la BUAP.

jueves, septiembre 06, 2007

De una entrevista a Bonifaz Nuño



Diario Milenio-Puebla (06/09/07)
El suplemento cultural de La Jornada del domingo anterior incluye una interesantísima entrevista que Marco Antonio Campos le hizo al poeta (ése si es poeta y no poetastro) Rubén Bonifaz Nuño. Ustedes saben, lectores amigos míos, que cuando hago esta distinción –entre los poetas y los poetastros— me refiero solamente a dos formas de hacer, entender y concebir la poesía. Los primeros saben que la poesía descubre lo velado; los segundos son por lo regular son pésimos versificadores, imposibilitados para visualizar una imagen poética y –eso nunca les falla— son cursis involuntarios, grotescos y carentes de investigación.
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Si quieren ver más sobre el tema hay un ensayo al respecto de Ramón López Velarde, donde aprovecha bien la ocasión para realizar una severa crítica a un poetastro que dictaba clases de literatura en un seminario a principios del siglo XX. Ese texto de López Velarde se halla publicado en sus Crónicas literarias editadas por Océano.
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Pero no deseaba hablar de los poetastros, que los hay y abundan en todos lados. No, perdón por desviarme del tema, más bien quiero retomar la entrevista de Marco Antonio Campos, porque ahí Bonifaz Nuño habla de la ciudad que lo hizo poeta, y se refiere a Aguascalientes. El antecedente del Premio Nacional de Poesía lo fueron los Juegos Florales. Bonifaz Nuño concursó en 1945 y el premio se entregaba al galardonado –como se sigue entregando el Nacional de Poesía desde 1968— de manos de la Reina de la Feria de San Marcos, a quien el poeta debe besarla la mano enfundada en un largo y fino guante, por lo general blanco.
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La memoria prodigiosa de Bonifaz Nuño evoca a la reina de la Feria de San Marcos de 1945: Alma Tiscareño. Y recuerda Bonifaz que ese año él obtuvo el cuarto premio. Lo que me interesa subrayar es lo que dice el poeta: ese año el premio lo obtuvo un poeta poblano: Antonio Esparza Soriano, un excelente versificador como lo define Bonifaz Nuño. El segundo premio fue para un poeta de Aguascalientes llamado Jesús Reyes Ruiz, apellidos muy familiares para mucha gente de Zacatecas, ya que su hermano, José Reyes Ruiz es un médico de gran prestigio y quien llegó a vivir a la ciudad en 1950 aproximadamente. Poco tiempo después el poeta Jesús Reyes Ruiz obtuvo el primer premio participando en los Juegos Florales organizado por el gobierno del estado de Zacatecas, antecedente del Nacional de Poesía Ramón López Velarde que se entrega año con año durante el mes de diciembre.
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Confiesa Bonifaz Nuño que la ciudad de Aguascalientes lo hizo poeta. Y habla de Alejandro Topete del Valle, otro apellido muy familiar, ya que él tenía un hermano médico también al que visitaban, dada la cercanía, muchas familias zacatecanas.
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Bonifaz Nuño obtuvo los dos primeros premios en 1946 y dice que por ese hecho él es poeta y que por lo tanto ser poeta se lo debe a Aguascalientes. Buena entrevista la que realizó Marco Antonio Campos a Bonifaz Nuño, quien termina diciendo que esa ciudad fue la felicidad de su juventud. Un verdadero poeta el maestro Bonifaz Nuño. Felices recordanzas y mucha nostalgia contenida a lo largo de la entrevista.