sábado, febrero 16, 2008

viernes, febrero 15, 2008

Los escritores de periódico (larga anti-columna sobre columnistas).

Bajo el Sol (Diario Cambio y E-consulta 14/02/08)
Por Roberto Martínez Garcilazo
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Para el maestro Sergio Lira Coronado.(Qepd)
La literatura es superior a la vida, decía.
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Conversación de sobremesa avivada por el vino.
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¿Quién es mejor; Umbral o Vicent?
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Así, lapidariamente formulada, la pregunta tiene mucho de desafío, de reto, de provocación.
A ver qué respondes, con qué respondes para defender tu posición de que Umbral, muerto y enterrado, escribe ahora todavía mejor que los vivientes.
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A ver qué argumentos esgrimes para demostrar que Vicent es hoy el más grande columnista en lengua española; más grande y perfecto que el fantasma del escritor muerto en agosto del 2007.
Dice el Uno que Umbral ya chocheaba.
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Que sus últimas columnas eran dictadas y se notaba el uso errático de la puntuación.
Dice el Otro que no y cita, ayudado por una lap top, un fragmento de la última columna que dedicó a Eugenio D’Ors, exactamente un mes antes de su muerte, 28 de julio del 2007:
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Don Eugenio d'Ors había venido de Cuba a hospedarse directamente en la calle de Sacramento, pasando de largo por Cataluña, adonde dejó una señorita enamorada y nunca vista, que se llamó Teresa, conocida y desconocida en las Ramblas como la Bien Plantada. Teresa era más famosa en Barcelona que en Madrid. Un día fui a comprar un libro de D'Ors y me lo pusieron caro. Cuando le protesté al quiosquero, me dijo: « ¿Caro por una peseta? Si lo supiera don Eugenio».
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Naturalmente, me llevé a casa el libro, que más que libro era un cuaderno de aquellos de novelas y cuentos, que se habían vendido mucho cuando la guerra y luego los chicos seguimos leyendo cuando la posguerra, que fue una época muy cultivada y muy Dorsiana. Metido don Eugenio en el bochinche de los armados, un admirador le dijo en el café, aludiendo a su uniforme espectacular: «Se ve que le gustan a usted los uniformes, maestro». Y replica D'Ors: «Me gustan los uniformes siempre que sean multiformes»
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(…)
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Las marquesas le invitaban a dar conferencias en su palacio solamente por ver cómo se vestía, que solía hacerlo a juego con el tema conferenciado. Así, para hablar de Goethe, se disfrazó de Goethe. En sus conferencias no se sabía qué atraía más, si la palabra o la aparición, porque lo suyo eran apariciones. Podemos decir que D'Ors promovió gloriosamente la cultura verbal de la época e hizo que esa cultura cobrase prestigio por un solo hombre y todos los que le imitaban. D'Ors no tuvo competencia de Ortega hasta mucho después, cuando ya se había retirado a su ermita marinera de la costa catalana, adonde subía y bajaba los pisos según la voluntad de su difícil escalera.
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Al quiosquero a quien le compré el libro de Novelas y Cuentos, reseñado aquí, le compraría yo más tarde Oceanografía del Tedio, que es su libro más sugestivo y gratuito, libro ni de izquierdas ni de derechas sino arte por el arte, prosa pura que no se somete a la jerga de los periódicos sino al juego y el hallazgo que luego sí han inventado otros escritores.
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Agotados sus hallazgos barrocos de última hora, tuvo que inventarse una hora penúltima de los que llamó Indalianos, que tenían tanto de Dalí como del propio D'Ors. Porque D'Ors, perseguidor de vanguardias, como el propio Dalí, y ahí está la crisolinfa paladiana, o sea un surrealismo dorsiano del que conservamos viva memoria adolescente. Toda guerra promueve genios.
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Enfermo de gravedad y todo –yaciente en una siniestra cama de hospital, el grandísimo escritor que fue Francisco Umbral está entero en esta su última prosa para El Mundo.
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Y de lo extraliterario ni hablar, -le dice el Uno al Otro- , que estamos juzgando escritores no monjas josefinas. Que si se paso a la derecha, que si negoció sus premios, que si traicionó a Cela, que si engañaba a su mujer… Nada de eso importa, sólo lo escrito que se actualiza cada que un lector abre un libo suyo.
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Y el Otro, el que por Vicent pleitea propone este texto:
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Cándido en latín significa blanco: de ese vocablo se derivan candor y candidato. En la antigua Roma, a los aspirantes a un puesto en el Senado se les llamaba candidatos porque en el periodo electoral se paseaban por el foro ataviados con una toga blanca para mostrar públicamente que tenían un pasado limpio y que también eran limpios sus propósitos. Hoy, el candor es una virtud poco apreciada en política. Si ante las próximas elecciones generales los políticos se presentaran en los mítines y debates de televisión vestidos con una túnica blanca para demostrar su honestidad, serían tomados por simples fantasmas. En los parques de atracciones suele haber un túnel del infierno donde los niños son asaltados por toda clase de momias y fantoches que suelen provocarles una risa nerviosa. En la vida pública existe también otro túnel negro que viene directamente de la Edad Media , lleno de espectros esquinados que causan los mismos nervios, no exentos de espanto, a muchos ciudadanos. Estos fantasmas no van enmascarados bajo una sábana, sino cargados con ornamentos bordados en oro. Lucen en lo alto del cráneo una mitra, vestigio de las astas de toro que simbolizaban el poder del hechicero de la tribu y que luego se convirtió en el bicornio de los faraones. Al verlos adornados con arreos tan terribles se podría esperar que hablaran con voz cavernosa desde el más allá con la ambigüedad de los oráculos. Nada de rodeos. Estos espectros hablan desde el altar con frases melifluas y el cuello blando para recordarnos que el infierno no es un parque de atracciones sino un fuego real donde vamos a arder por nuestros pecados aunque podríamos librarnos de ese castigo si votamos a la derecha. Frente al pistolerismo verbal de otros mensajeros de idéntica ideología, con una dulzura pastelera que esconde el garfio de acero, el Papa y los obispos alimentan el terror ante la nueva peste del socialismo. Los candidatos de la antigua Roma, al final, paseaban la toga sucia por el foro cubierto de basura. También el suelo de la política y de la Iglesia está lleno hoy de excrementos y ladridos. Pasar sobre ellos salvando el candor es toda una hazaña. Hay que votar al que llegue con la sabana más limpia y no sea un fantasma.
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El Uno responde esgrimiendo esta cita de Paco Umbral:
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Ese surrealista italiano que ahora ha muerto, se había comprado hace tiempo una parcelita en el cementerio y todos los días se llevaba flores a sí mismo. Era un gesto de humor negro. Creo que yo mismo -y todos los que escribimos a diario- me llevo flores cada mañana. Una columna, aunque sea política, es un ramo de palabras que en principio tejemos en nuestro propio honor y memoria. Escribimos para que se nos recuerde, aunque escribamos olvidando o para olvidar algo. La columna puede ser frívola, mundana, pasajera, humorística, política, grave, crítica, pero en principio no es sino eso: una corona de palabras, alegre o triste, que trenzamos cada día para que alguna vez se nos recuerde por ella. Yo he frecuentado el cinismo de decir que escribo por dinero, pero más cínico -y más verdad- es decir que se escribe para que no le olviden a uno. Mi cotidiano ramo de palabras lo llevo al periódico, pero sé que los plurales cementerios de las hemerotecas, los archivos, los ordenadores, los papeles, todos los medios de reproducción de la obra de arte -tan oportunamente estudiados por Walter Benjamin-, no sólo conservarán la esquelatura de mi prosa, sino que la multiplicarán. Un columnista no es sino un hombre que se lleva flores a sí mismo todos los días, pues sabe que primero -en seguida- morirá su columna, y luego morirá él, si antes no muere su memoria. Nadie tan obstinado por perdurar, ni siquiera el poeta puro.
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Pero se trata de una obstinación modesta, gacetillera, laboral. Casi quisiera uno que sólo le recordasen a medias, como el que dijo tal cosa, entre tantas cosas como decimos los escritores de periódico. Se trata, sí, de quedar un poco, sin panteón de hombres ilustres; sólo en el pequeño nicho de un recuadro -ya la columna tiene hechura de tumba sencilla-, perpetuado por un solo artículo, habiendo escrito tantos, ese recuadro que sale una mañana con tintas casi fúnebres de esquela mortuoria, por azares de taller.
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Todas las mañanas buscamos nuestra columna en el periódico como ratificación de que estamos -de que seguimos- vivos, y lo que encontramos es una esquela urgente que a la noche estará muerta y al día siguiente olvidada. Con el pequeño dinero que nos pagan en el periódico vamos comprando ese ramillete de cada día, cambiando de humor y estilo y tema todos los días, pues alguna de las columnas, vaya usted a saber cuál, quizá ésta, es la que quedará en la memoria de esos grandes desmemoriados de hemeroteca o de Casino que leen a los muertos con más placer que a los vivos, pues que gustan de comprobar, con cierta dulce crueldad, que el muerto se equivocó en el cambio de ministros, mientras que con el vivo nunca se sabe.
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Me gusta que la ocurrencia de las flores sea futurista, vanguardista, surrealista, porque uno empezó en esas cosas, hizo su bachillerato clandestino en esas escuelas, que estudié como nacientes cuando ya estaban muertas. Hay teatro del absurdo y poema surrealista en eso de llevarse uno flores a sí mismo todos los días. Yo lo venía haciendo durante muchos años sin saber por qué ni para qué. Y hasta creía que el artículo era por ganarme la vida. Y era por ganarme la muerte.
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El Otro, contraataca con esta de Vicent:
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En todas las universidades de Occidente, alumnos y profesores juntos, desde mitad del siglo XVIII, suelen cantar el himno Gaudeamos igitur para coronar un acto académico solemne. Se trata de un cántico que incita a los estudiantes a gozar de los placeres efímeros de este mundo antes de que sea tarde. Si la visita de Ratzinger a la Universidad La Sapienza de Roma no le hubiera sido negada, la conferencia del Papa acerca de la fe habría sido rematada por este himno epicúreo y nihilista, extraído del tratado Sobre la brevedad de la vida, de Séneca. Alicatado de armiños y terciopelos, con reflejos el oro por todas las partes del cuerpo, Ratzinger hubiera penetrado a pasitos cortos con las pantuflas bordadas en este centro de la ciencia hasta aposentarse en el sitial del aula magna, dispuesto a impartir su doctrina. Con una sonrisa entre tímida y mefistofélica hubiera hablado así a los estudiantes. La prueba irrefutable de la existencia de Dios es el mal, el dolor y la miseria que hay en este mundo. Si Dios no existiera, tanta maldad no sería reparada. Es necesario que haya un Ser Supremo para que remedie esta injusticia después de la muerte. Con este argumento Ratzinger hubiera vuelto a entronizar a Satanás, príncipe de las tinieblas, como el verdadero creador de la Divinidad. Después de elaborar este encaje de bolillos, el Papa con la bendición habría hecho brillar una piedra preciosa sobre todas las cabezas y los estudiantes de la universidad hubieran empezado a entonar su himno: "Alegrémonos, pues, mientras somos jóvenes, puesto que después de la alegre juventud y de la incómoda vejez nos recibirá el seno de la tierra. ¿Dónde están los que antes de nosotros pasaron por este mundo? Nuestra vida es corta, en breve se acaba, viene la muerte velozmente y no respeta a nadie. Vivan todas las vírgenes fáciles y hermosas, vivan las mujeres tiernas, amables, buenas y laboriosas". Atravesando este cántico con resonancias hedonistas, el Papa habría abandonado el paraninfo y en el aire del recinto, al final, hubiera quedado en suspensión la conquista del placer en esta vida caldeado por el fuego del infierno. Que nos sobreviva la belleza será siempre un consuelo, ya que la vida es corta pero el arte perdura.
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Y así se siguen, pleiteando con palabras ajenas magistralmente tejidas.
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Mientras eso pasa pregunto sobre los columnistas de México, políticos que no de arte como los antedichos.
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¿Quiénes son los que mejor escriben: ¿Zabludovky? ¿Granados Chapa? ¿Dehesa?
¿Y en Puebla, quiénes? ¿Yánez? ¿Manjarrez? ¿Andraca? ¿Mejía? ¿Luna? ¿Ruiz? ¿Proal? ¿Crisanto? Sin duda.
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Nuestra adversa circunstancia tal vez sea prueba de bajo nivel cultural o testimonio de una extraña discreción profesional de los que saben o, simplemente, desprecio de los intelectuales por la vida pública, no se.
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Pero el hecho ahí está: palmario, incontrastable, casi impúdico en su flagrante exhibición.
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En nuestro estado la prosa periodística está a la altura de los 7 años de escolaridad promedio del poblano estadístico.
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Los hombres de letras y los académicos rehúsan ocuparse de la vida pública por medio de su escritura.
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¿En este páramo, adicionalmente, qué decir del periodismo radiofónico y del televisivo; qué adjetivos usar para calificar la prosa verbal de los responsables de esos espacios noticiosos? ¡Qué adjetivos, Andrés Bello, qué sustantivos los de esos comunicadores y líderes de opinión!

jueves, febrero 14, 2008

El viento de la luna


Diario Milenio-Puebla (14/02/08)
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De Antonio Muñoz Molina, el año pasado la editorial Seix Barral editó su bellísima novela El viento de la luna. He de hacer un breve repaso de lo que narra la novela. Encuentro una ligera influencia de Salinger, de Philip Roth y de John Updike, el novelista contemporáneo más importante de Norteamérica.
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Hace años, un grupo de científicos afirmaron que el hombre no había pisado la Luna y que todo lo que se transmitió al mundo desde Cabo Kennedy el 20 de julio de 1969, había sido sólo una enorme ilusión provocada y planeada por los norteamericanos. Quién puede saberlo. Lo que es verdad es que ese “gran salto para la humanidad” de Armstrong, dio como motivo temático que Antonio Muñoz Molina escribiera una novela con una extraordinaria dosis de nostalgia, que se fija en la década de los sesentas.
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Creo que ahora hay una tendencia de la novelística contemporánea a contar la historia con los recursos donde la parte autobiográfica del escritor se llega a mezclar con la ficción, de tal manera que por momentos son la misma cosa. El viento de la luna es una novela excepcional.
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El personaje central –un adolescente onanista— evade siempre la realidad para adentrarse al sueño de los astronautas. La conquista de la luna es el perno sobre el cual gira todo el argumento. La novela es contada como si los hechos estuvieran sucediendo actualmente, en el momento y en la voz del personaje.
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Todo gira en la mente del personaje a partir de la vida de los astronautas, en todo lo que está pasando allá arriba, donde los cuerpos flotan el en espacio y se alimentan de vitaminas y cápsulas. “España es maravillosa vista desde el espacio,” dice el enviado especial de Radio Nacional a Cabo Kennedy.
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Cómo no mencionar los recursos del autor cuando habla de las telenovelas de la época o de las canciones de moda que, como dice Cardenal, pasaron rápido como los autos en la carretera.
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El viento de la luna deja una sensación plena de felicidad. Una novela narrada con la maestría de Antonio Muñoz Molina.

martes, febrero 12, 2008

Completamente autobiográfica


Diario Milenio-México (12/02/08)
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En la obra Wittgenstien’s Mistress, de David Markson, el tema lo enunciará la protagonista en el momento en que explica por qué ha decidido escribir una novela completamente autobiográfica: la soledad.
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No muchos utilizarían el adjetivo “autobiográfica” para calificar a Wittgenstien’s Mistress, la novela que el estadounidense David Markson publicó, después de ser rechazada en 54 diferentes ocasiones por otras tantas editoriales, en 1988 con Dalkey Archives, una casa editora que cuenta entre sus autores a Gombrowics, Sarduy, Stein, Luisa Valenzuela, Anne Carson, entre otros poetas y narradores caracterizados por arriesgar en sus tratos con el lenguaje. Pero esa es la palabra, precedida por el adverbio “completamente”, que utiliza Kate, la protagonista de un relato que inicia tiempo después (ni la protagonista ni el lector pueden nunca estar seguros de cuánto tiempo después) de haberse convertido en la única persona sobre el planeta tierra. Así, después de haber desechado la idea de escribir una novela (porque “la gente que escribe novelas sólo las escribe cuando tienen muy poco que escribir” y porque “las novelas son acerca de gente, mucha gente”), Kate llega a la conclusión, esto casi al final del libro, por supuesto, de que ella necesita escribir una novela “completamente autobiográfica” –un relato minucioso que registre todo lo que pasa por la mente de una mujer que “se despertó un miércoles o jueves para descubrir que aparentemente ya no había ninguna otra persona en la tierra./ Vamos, ni siquiera una gaviota, tampoco”. Refiriéndose a sí misma por primera vez con el ella de la tercera persona del singular, Kate reflexiona sobre lo que podría saber o no saber la narradora de tal relato completamente autobiográfico: sabría, por ejemplo, que “una cosa curiosa que tarde o temprano cruzaría por su cabeza sería que paradójicamente ella había estado prácticamente tan sola antes de que todo esto pasara como lo estaba ahora, incidentalmente. Vamos, siendo ésta una novela autobiográfica puedo verificar categóricamente que una cosa como ésa cruzaría por su cabeza tarde o temprano, de hecho.”
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El relato “completamente autobiográfico” al que el lector se enfrenta aquí dista mucho de los esquemas que empiezan el registro de una vida justo al inicio –con el nacimiento, por ejemplo– continuándola con estrategias lineales de acumulación, usualmente progresivas, que confluyen en el punto de la escritura del relato como momento de auto-validación del mismo. El texto de Kate, habrá que anotarlo, se aleja de ese tipo de realismo terso y explicativo que a menudo se asocia al género autobiográfico y que tanto atacaba Kathy Acker en alguno de sus memorables ensayos incluidos en Bodies of Work. Un verdadero realismo, un realismo radical, tendría que tomar un registro exhaustivo de lo que acontece frente y dentro del sujeto en cuestión, aseguraba Acker. Un realismo realista tendría, por fuerza, luego entonces, que estar muy cerca de la experiencia de la locura. Y ese sustantivo, por cierto, aparece muy pronto en la novela de Markson, ya como una como una sombra o como una premonición o como un inevitable. Porque, ¿estamos de verdad listos para creer que Kate es, en efecto, la última persona viva en el planeta?
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David Markson no pierde el tiempo investigando las posibles causas de la desaparición de todos-menos-uno los seres humanos de la tierra. Comprobar o rechazar la materialidad de esa hipótesis no constituye ni una preocupación ni un eje de un texto que, de entrada, le da la espalda a las preguntas que animan a la gran mayoría de relatos de fin del mundo. Se trata, por decirlo así, de un texto en la post-ciencia ficción. El tema, si es que hay uno, lo enunciará claramente la protagonista en el momento mismo en que explica por qué ha decidido escribir una novela completamente autobiográfica: la soledad. Kate no sólo es una persona solitaria, sino que se constituye a lo largo de su novela completamente autobiográfica en La Gran Sola. Y de esto, de la experiencia de la soledad, no da cuenta una anécdota precisa (aunque hay nociones aquí y allá de que Kate ha perdido un hijo, acaso de 7 años, cuyo nombre está casi segura de que es, o ha sido, Simon y cuya tumba visita, o ha visitado, de vez en cuando en México, de todos los lugares posibles) tanto como el uso del lenguaje mismo. La soledad o la pérdida, o la soledad resultante de la pérdida, no sólo se nota en la manera en que Kate organiza una autobiografía que, a fin de cuentas, es un relato para sí misma, sino sobre todo en la manera en que las oraciones de tal texto están escritas. La sintaxis de Kate es, digámoslo así, rara.
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Estructurado a través de “mensajes”, que no en pocas ocasiones constituyen “una forma inventada de escritura que nadie entiende”, su texto completamente autobiográfico se divide en pequeños párrafos toman la apariencia de versículos. En todo caso, son líneas en las que se desliza un universo completo, cuyo corte, a menudo abrupto, interrumpe el sentido de la oración, así como la noción de que una debe seguirse lógicamente de la anterior. En este sentido, no sería descabellado asociar este tipo de construcción a lo que Ron Silliman ha definido como the new sentence. Introducidas a menudo con adverbios relativos (lo que, donde, el cual), las frases de Markson son en realidad oraciones subordinadas que aparecen en la página, y en el texto, sin su antecedente o separadas de tal antecedente, como surgidas del silencio o de la nada.
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“La mayoría de las cosas en latas parecen comestibles, por cierto. Es sólo en las cosas empacadas en papel que ya no confío.// Aunque dos huevos estrellados son por lo que daría casi todo ahora.// Por lo que más seriamente lo daría casi todo, a decir verdad, sería por entender cómo es que mi cabeza se las arregla algunas veces para saltar de una cosa a otra como lo hace.// Por ejemplo ahora estoy pensando en el castillo de La Mancha otra vez. // Y ¿por qué mundana razón estoy también recordando que fue Odisea quien supo donde estaba Aquiles, cuando Aquiles se escondía entre las mujeres para que no lo obligaran a participar en la batalla?”.

lunes, febrero 11, 2008

Mata, pero no salpiques



Diario Milenio-México (11/02/08)
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1
Matar con moderación
“—Uno no lo desea, pero prefiere siempre que muera el que está a su lado”. Arranca así Veneno y sombra y adiós, tercer y último volumen de Tu rostro mañana, esa novela enorme de Javier Marías cuya conclusión hemos esperado sus lectores ávidos desde mediados de 2002, cuando se publicó el primero, Fiebre y lanza. No son esas, por cierto, palabras del protagonista, sino de su inmediato superior: Tupra, un inglés que presuntamente desciende de inmigrantes y trabaja al servicio secreto de Su Majestad. “¿Por qué no se puede ir por ahí pegando y matando?”, pregunta casi airado Tupra, aunque de hecho ya divertido ante lo que no deja más espacio que tildar de graciosa ingenuidad. Parecería que la pregunta tiene decenas de respuestas sensatas e irrebatibles, pero lo cierto es que son siempre más los sitios del planeta donde la gente va pegando y matando sin que nadie se atreva a impedírselo, acaso porque todos preferimos que sea siempre el de al lado quien estire la pata.
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A uno le simpatiza que James Bond pegue y mate, igual que le complace que seduzca y bese, pero difícilmente admite, aun manera tácita, que cualquier otro venga y lo haga en su presencia. Si han de matar, al fin, poco o nada les cuesta ir a hacerlo a otra parte, donde aquella sevicia no nos emponzoñe. Nadie quisiera ver desangrarse a la víctima, muchas veces no tanto por ella como por uno mismo, que ha de seguir viviendo y no quisiera hacerlo salpìcado de miedo, terror y repugnancia. Hay, ciertamente, quienes se horrorizan en altísima voz cuando se enteran de alguna masacre donde han muerto decenas o cientos o miles de personas, pero eso es pan comido frente al e-mail que hace unas horas te hizo llegar uno de esos imbéciles con famita de duros, donde una pobre rubia indefensa —tendría veintidós, veintitrés años— suplica ante la cámara que la dejen vivir, al tiempo que la mano de no se sabe quién levanta el arma, le dispara en la frente y ante la cámara salpicada de sangre le estallan repentinamente los sesos. Oficialmente, no se puede hacer eso, pero la filmación confirma lo contrario.
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2
Porque puedo, nomás
No se puede matar a un ser indefenso, menos aún emplearlo para matar a otros, pero abre uno el periódico y se encuentra con que los chicos de Bin Laden ahora se valen de deficientes mentales para hacer estallar sus bombas entre la multitud. Se imagina uno entonces al hombre del control remoto esperando el momento de apretar el botón de play (o el de stop, por qué no) y ver saltar el mundo por los aires sin que nadie le diga que no es posible hacerlo. ¿O no es verdad que lo hace porque puede? No se puede enviar niños a morir en el nombre de causa superior alguna, pero en su tiempo el ayatola Khomeini decretó que un menor de trece años muerto en combate se ganaba boleto directo para el Cielo, y así habilitó a incontables niños como prácticos detectores de minas. Reconforta, eso sí, saber que todo sucedió en otro tiempo, pero igual no hace mucho que leímos aquella noticia espeluznante sobre un pelotón de niños-soldados que a la vista de todos lanzaron a otro niño a una zanja, ya que le habían cortado los pies y las manos. ¿Existe, a todo esto, asesinato más común que el de un ser indefenso?
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La ley reconforta, de repente, sólo por cuanto tiene de embustera. Sabemos que al vecino le está prohibido saltar la barda durante la noche y acuchillar a toda nuestra familia, y puede que eso nos permita dormir, pero lo cierto es que en sentido estricto tiene toda la libertad de hacerlo. E incluso si lo hiciera, sería gran consuelo para los escandalizados sobrevivientes que le fuera aplicado todo-el-peso-de-la-ley, aunque muy bien se sepa que jamás ésta pesa igual para nadie. ¿Y si el consuelo cierto, el único plausible, fuese sobrevivir, poder espeluznarse y poner el tradicional grito en el cielo?
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3
Masacrar es humano
Oficialmente no se puede ir por la vida matando y secuestrando y traficando drogas en nombre de una causa teóricamente fraternal, con el apoyo de un dictadorcete que se llama a sí mismo bolivariano, pero las FARC lo logran sin que nadie lo impida, ya en la práctica. Basta con no enterarse, o con hacerlo tangencialmente —como se entera uno que la semana próxima caerán fuertes chubascos en el Noreste de África—, para volver contento a la diaria pachorra donde no hay otros muertos que los que nos obsequia Mr. Bond. No puede uno vivir sabiendo que las licencias para matar las obtiene cualquiera, en cualquier parte, sin otro trámite que el mero acopio de voluntad y cautela. Hoy día, ser lo que se dice civilizado consiste no en tratar de impedir abusos semejantes —una misión ingrata que nadie envidiaría— como en taparse oídos y ojos a tiempo, para que nada de esa mierda nos salpique.
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Cuando el protagonista de Marías —Jacobo, o Jacques, o Jaime Deza— narra el proceso de su envenenamiento, uno asimismo se hacer salpicar de literatura y digiere el veneno con mejor aptitud, de pronto preguntándose junto al señor Tupra qué motivos puede tener un hombre para sacarle a otro los ojos antes de proceder a degollarlo. No se puede hacer eso, se supone. No está bien, no es humano, pero ya la experiencia nos indica que nada hay más humano que la crueldad sin tope ni razón, y que ejercerla siempre estará bien desde la óptica de los sobrevivientes, que somos todos los aún no agraviados. “Mejor que fueron ellos y no yo”, respira alguien adentro de quien leyó el periódico y menea la cabeza con resignada y triste indignación. “Quién me dice si no ese niño mutilado había hecho peores cosas a niños más pequeños.” Qué sabe uno, al final. Quién es para juzgar. De qué le serviría dejarse salpicar la ingenuidad. Ya lo dice el refrán: Live and Let Die.

domingo, febrero 10, 2008

Agenda personal para esta semana:
A partir de este lunes, miercoles y jueves ,y por un mes estaré haciendo mis prácticas docentes. Un reto importante dar clases es sencillo, enseñar y lograr transmitir el mensaje no cualquiera lo puede hacer.
El miércoles asistiré al estadi Cuauhtémoc a ver como el Puebla de la Franja le da su buena dotación de camote a esos lindos gatitos que son los pumitas.
Uno sigue leyendo En busca de Klingsor de Jorge Volpi.
A ver qué pasa en esta semana.