jueves, julio 31, 2008

Ámbitos no transferibles

Diario Milenio-Puebla (31/07/08)
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Los anecdotarios funcionan a veces para las páginas de un diario. ¿Cuántas veces he suspendido mi muy humilde Minutario? Muchas y por causas distintas.
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Sin embargo, pese a que hay días, horas y minutos que no he registrado ahí, me ha llegado la testaruda idea en la cabeza de terminarlo este mismo año.
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He estado en una especie de examen reflexivo sobre muchas cosas y parece que todo está funcionando bien.
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Le doy las gracias de nuevo a mi amigo y poeta psicoterapeuta Efraín Bartolomé, quien me ha despejado muchas dudas que mantenía sobre la ansiedad y la angustia, los grandes males de nuestro tiempo.
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La angustia, el miedo y la ansiedad provocan nocivos efectos en el organismo.
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Quizá estas líneas vayan con la idea de que cualquier lector que esté pasando por una experiencia similar busque de inmediato la ayuda necesaria.
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No trato de escribir textos de autoayuda: no soy el padre Galván, que curaba paralíticos a través de los mensajes que enviaba en una estación radiofónica.
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Yo no recuerdo si alguna vez dije que, cuando me costaba conciliar el sueño, me arrullaba escuchando al Padre Galván y a los locutores de la T Grande de Monterrey.
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Yo por esa estación supe que en Puebla estaban los Laboratorios Mayo, y que uno podía pedir sus productos al Apartado Postal 1000.
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Ya esa estación radiofónica no llega hasta donde vivo, y no sé si pueda encontrarse en la Internet.
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He buscado todos los temas que tengan algo que ver con el asunto.
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Por ejemplo, apenas leí un libro que había visto desde hace mucho tiempo y al que no le presté la menor atención.
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Es un libro que se llama La vida después de la muerte, editado por Hermes / Sudamericana de Arnold Toynbee y Arthur Koestler.
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Aquí –es una lástima– los autores no tocan ni de pasada la Ley del Karma. Menciono esta lectura, porque muchos reaccionan con angustia y ansiedad ante la sola idea de la muerte.
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En 1993 se reimprimió La vida después de la muerte, pero no ha perdido actualidad.
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Hay algo que me llama la atención y que los autores tocan muy de pasada: la muerte no es algo doloroso.
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La agonía es una película en blanco y negro que nos proyecta nuestra vida. Aquí traigo las palabras de Alan Watts: la muerte es el gran acontecimiento.
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Hoy mismo abriré mi página del Minutario para dar cuenta de lo que Arnold Toynbee y Arthur Koestler piensan de ese asunto solitario que es la muerte.
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Aunque estemos rodeados de personas, hemos de morir solos. Es un principio que hay que tomar en cuenta.
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Dice una de las páginas de este libro del que he hablado que la experiencia de la muerte no es traumática, como mucha gente lo piensa.
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Yo no lo sé, ésa es una experiencia que nadie puede compartir. Pero he de dejar un registro de esa lectura en mi Minutario, que he de retomar tan pronto me sea posible.
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A lo mejor no es nada traumática si reproducimos el sonido de la lluvia, o redactamos un minutario. Quién puede saberlo. Por lo pronto, dicen los psicoterapeutas, hay que vivir el presente, porque el ayer ya se fue y el mañana aún no existe. No puedo rebatir esa idea.

Tovar y Palou García, beneficiados por el Fonca 2008-(La Jornada de Oriente-31/07/08)

El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) dio a conocer la lista de seleccionados para 2008. En ella figuran dos poblanos: Juan Tovar y Pedro Ángel Palou García.
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Ambos fueron beneficiados con una beca durante tres años. El primero es un dramaturgo conocido en el escenario nacional, aunque actualmente ya no radica en el estado, y el segundo es el polémico escritor, miembro de la generación del Crack y ex rector de la Universidad de las Américas, que actualmente es profesor–investigador de La Sorbona, de París.
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El Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) tiene como finalidad fomentar y apoyar la creación artística individual y su ejercicio en condiciones adecuadas, así como contribuir a incrementar el patrimonio cultural de México. Acorde con esto, el Conaculta ofrece en cada convocatoria apoyos económicos a los creadores de talento y excelencia.
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La selección de 73 creadores en arquitectura, artes visuales, composición musical, coreografía, letras, medios audiovisuales y teatro, fue avalada por el Consejo Directivo y serán incorporados al SNCA a partir del 1 del agosto.

miércoles, julio 30, 2008

Corte de caja (Exfuturos-Diario “El Columnista” de Puebla- 28/07/08) por Pedro Ángel Palou

A punto de escribir mi propio Cuaderno de retorno a un país natal, unas semanas antes, me pregunto qué me llevo de la Francia que me tocó en suerte vivir. El recuento no es muy halagüeño, pero está lleno de aprendizajes:
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1.-Europa está en agonía. El modelo mismo de Europa –que los irlandeses recién rechazaron- estaba basado en una serie de ideas que buscaban hacer sobrevivir un mito, el del humanismo occidental y sus bondades. La concepción misma del hombre –libre, igual, fraterno- que lo sostenía dio pie a los últimos verdaderos estados de bienestar. A eso se sumaron en una última utopía los países que decidieron hacer una “comunidad europea” (pero el adjetivo los traiciona, “económica”) y da al traste al final con el proyecto mismo: hoy parece que sólo se trata de hermanar a un grupo de consumidores potenciales. En este sentido, y sólo en ese, puede entenderse que la conquista social mayor de ese estado de bienestar, la semana de 35 horas, haya sido echada por tierra hace apenas unas semanas.
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2.- Como todos los países desarrollados, los europeos necesitan de la migración. Son los migrantes, como dijera el clásico Chente (Fox, no Fernández), “los que hacen los trabajos que nadie quiere hacer”. En el caso de Francia, además, hay una culpa no aceptada con sus colonias. Francia, como toda Europa no sabe cómo vivir su multiculturalidad. Un filósofo reciente ha bautizado por ende la tríada: “libertad, fraternidad, discriminación”. Otra vez la reciente directiva del regreso para los migrantes es una humillación terrible. Los países europeos la han aceptado unánimemente. El drama de son “sin papales” en Francia es una herida cotidiana que no hace sino ahondarse. La escuela pública, uno de los bastiones de lo que queda de la cultura francesa es también la prueba –no sólo en banlieu, sino aquí mismo, en el corazón burgués de París- de que el modelo no funciona, de que hoy por hoy la educación no llevará a la igualdad de oportunidades sino que sancionará con sus notas a quienes ya su origen y su dinero ha castigado de siempre.
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3.-El europeo actual es uno de los seres más egoístas del planeta. Está dedicado a todas las formas del onanismo, sin que el placer le provoque orgasmos. Se embarca en un nuevo mito que había denunciado Nietzsche, el del orientalismo –sus masajes, sus músicas, sus ritos, hasta sus deportes-; no es raro ver en el Jardín de Luxemburgo a un maestro chino moviéndose con extrema delicadeza y lentitud mientras un grupo de veinte franceses – que también van a la Sorbona a aprender el idioma por las tardes, después del té de moda- que lo imitan con la torpeza de un orangután. Viaja una vez al año, vive solo o sola (hay ciento cincuenta mil divorcios al año en Francia y apenas diez mil matrimonios más, así que háganse las cuentas), consume productos de belleza y cuidado personal y otro puñado de etcéteras. Está metido, como los norteamericanos en ese enloquecido “ideal de felicidad”, aunque los términos cambien. ¿Y a todo esto, no es esa palabra, felicidad, la que el capitalismo democrático usa para referirse a su proyecto económico y disfrazarlo, no es esa la crítica ideológica más feroz a hacer, la única que nos queda, a la felicidad como búsqueda insaciable?
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4.- El cine y la literatura franceses están de capa caída. Coincido con un titular del Time, que se preguntaba sin sorna, con dolor, por qué ha muerto la cultura francesa. Los anteriores tres puntos responden tímidamente a algunas de sus causas. No hay nada genuinamente nuevo, original, revolucionario en el arte francés –ni en el arte europeo, si a esas nos vamos. Se terminó el mito que la generación perdida norteamericana y el boom latinoamericano nos crearon en el imaginario. Ni aparece la Maga, ni Rocamadur se muere, ni Oliveira escribe los fragmentos de Rayuela. El síndrome de Ulises, la novela de Santiago Gamboa, retrata fielmente ese Paris que ya tampoco sabe vivir feliz todas las patrias. Hay unas islas, pequeñas. Pienso en los tres gatos que hacen una revista semestral, Ligne de risque, en algunos escritores retirados del circo, que anhelan volverse invisibles y silenciosos, como Pascal Quignard. Nada más. Todo lo otro lo engulló el mercado y lo devoró devolviéndonos a sus hijos espurios. Rimbaud ya lo sabía y por eso se fue a tratar con esclavos a Abisinia: ¡La vida está en otra parte!, gritó desesperadamente. Verlaine alcanzó a dispararle su pistolita casi de juguete. Un rasguño para que había abandonado la poesía.
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5.-En ese contexto el CEAQ (Centro de Estudios para lo Actual y lo Cotidiano) que coordina Michel Maffesoli es un oasis. En él se describe esta realidad evanescente, no se la intenta comprender, porque es en sí misma incomprensible. El cambio del sistema-mundo, nos dice el sociólogo francés, es de tal dimensión que no nos toca todavía comprenderlo ni estudiarlo. No existen los elementos. Allí se discute y se dialoga lo mismo sobre Harry Potter que sobre la techtonick, un baile basado en música electrónica de las zonas marginales de Paris, sobre Carl Schmitt y la teología política que sobre ese engendro de las democracias publicitarias y sus campañas, nuevo Frankenstein, Sarkolene, Jano extraño en el que todos los candidatos dicen lo mismo para los compradores-votantes: la política como mercancía vaciada de sentida. Allí se sabe que lo que queda de Francia es “la República de los Buenos Sentimientos”, la llena de esa necesidad absurda de ser políticamente correctos que no lleva a nada, que implica una nueva discriminación, velada. Allí hay otro cambio para la crítica ideológica, en la doble moral del doble género –mexicanos y mexicanas, votantes y votantas,- que tanto nos estropeó la vida en México el sexenio pasado.
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6.- Y así, me regreso a México con una noticia que como dice Monsiváis, mejora mi optimismo: mi número de celular ya es portable. ¡Qué frágil es la pinche vida, me cae!

martes, julio 29, 2008

Bienvenido el cataclismo


Diario Milenio-México (29/07/08)
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La palabra, en sí misma, provoca inquietud. Uno no espera un cataclismo como quien espera la lluvia. Uno, en sentido estricto y en honor a la verdad, no espera un cataclismo; el cataclismo ocurre, de preferencia sin anuncio alguno. Sin más: he aquí una transición cataclísmica. Repentino y visceral, el cataclismo aparece, inaugurando así el espacio “de la nada” (o, en inglés, del azul). El cataclismo, en todo caso, está aquí para cambiarlo todo. Revolución estructural. Limen definitivo. Inexplicable. ¿Doloroso? Uno por lo general no dice “fuiste un cataclismo en mi vida” con una sonrisa en la boca. El cataclismo, sin embargo, interrumpe el estado general de las cosas y, al hacerlo, causa angustia pero también gusto, ambos presuntamente desmedidos (de otra manera no serían cataclísmicos). Tanto la ciencia como la narrativa modernas nos han enseñado a ver al cataclismo con suspicacia. El darwinismo lo domesticó con lentas gradaciones en contextos de intensa competitividad; la novela decimonónica lo redujo a momentos de revelación que, construidos poco a poco a través de una anécdota, normalizaban, porque lo explicaban, el estado de las cosas. Táctica de conservación.
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Según Mike Davis, el feroz crítico social que ha tocado con singular acidez tanto los límites posibles como los casi imposibles de las grandes metrópolis modernas (desde Ciudad de Cuarzo. Excavando el futuro en Los Ángeles, hasta Ciudades Muertas: Ecología, catástrofe y revuelta) así como también las consecuencias humanas de los cambios climáticos y la destrucción ecológica de nuestros tiempos (Ecología del miedo: Los Ángeles y la imaginación del desastre y Los últimos holocaustos victorianos: El Niño y la creación del Tercer Mundo), los recientes cambios en el campo de la geología se basan y, a su vez, resultan en una apreciación mucho más benigna de esos grandes cambios con consecuencias inéditas a los que solemos denominar como cataclismos. ¿Somos, pues, danzantes cósmicos en el escenario de la historia? Éste es el titulo del capítulo que Davis le dedica a la sección de “Ciencias Extremas” en el libro Ciudades Muertas.
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Contrario a los universos aislados y predecibles que configuraron las imaginaciones de Newton, Darwin y Lyell, la tierra que imaginan unos cuantos científicos conocidos como neo-catastrofistas –entre los que se cuentan Kenneth Hsu en China y Mineo Kumazawa en la Universidad de Nagoya¬– no es inmune para nada al caos astronómico. Al contrario, parte singular de un sistema solar histórico que no parece preñado de vida, la tierra es la corteza donde convergen, y esto continuamente aunque a escalas de tiempo distintas, eventos terrestres y procesos extraterrestres cuya evidencia más dramática aparece, precisamente, en forma impactos monumentales de los cuales se generan las catástrofes. El caso que le permite a Davis una lectura social de los hallazgos de la geología contemporánea es un debate –la relación de los asteroides y los impactos de cometa en eventos de extinción masiva– que no hace mucho se reavivó a nivel popular con la identificación del cráter de Chicxulub en la península de Yucatán y su vinculación con la extinción de los dinosaurios, científicamente conocida como la Extinción masiva del límite K/T o la extinción del Cretáceo-Terciario (lo que uno aprende conviviendo con personas de entre 8 y 12 años).
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Siguiendo principalmente los trabajos de Herbert Shaw (Cráteres, cosmos y crónicas: una nueva teoría de la tierra) y de Ross Taylor (La evolución del sistema solar: una nueva perspectiva), ambos libros publicados en la última década del siglo XX, Davis señala la importancia epistemológica de la puntual incorporación de la catástrofe como un evento no ocasional sino fundamental en sus nuevas visiones de la tierra. De la misma manera, Davis demuestra el papel estratégico de ese tipo de tierra dentro de un sistema solar concebido como un bricolage. Izquierdista convencido, Davis advierte en ese giro no linear de la geología, que escapa además a las estructuras causales de la explicación científica más convencional, una revaloración del cataclismo como una fuerza que condensa procesos temporales –permitiéndonos así pensar el cambio en formas que no obedecen a una lógica gradual y linear– y que garantiza el aumento exponencial de energía al que se le deben, parafraseando las palabras que Edmund Halley dirigió a la Real Sociedad en 1694, “la sucesión de mundos”.
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Aunque los neo-catastrofistas son bastante escépticos acerca de la posibilidad de vida más allá de la tierra, aduciendo que las condiciones que facilitaron tal existencia son raras en el universo tal como lo conocemos, ellos generalmente creen en el poder creativo de la destrucción última. Aseguran, así, justo como lo hace Stephen Jay Gould, que las extinciones masivas son en realidad un proceso de “evolución por lotería” donde se asegura la supervivencia no del más fuerte sino del más suertudo. Contrario a la doxa micro-evolucionista de la selección natural, un neo-catastrofista como Michael Rampino asegura que los cataclismos son saltos no lineales de macro-evolución que rompen el estatismo de los ecosistemas. Revolucionarias, pero indiferentes, las catástrofes.
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Mientras los científicos discuten y esgrimen evidencia de uno u otro campo—ya para establecer a la catástrofe como un hecho más o menos aislado de baja frecuencia en el universo o para presentarla como el motor mismo detrás de las tendencias hacia una creciente diversidad biológica –los mortales que caminamos sobre esa peleada superficie terrestre haríamos bien en volver la cara al cielo con mayor frecuencia. Ya sea para agradecer o para pedir clemencia, ese simple movimiento de cabeza demostraría que creemos, también, “en una tierra existencial formada por la energía creativa de sus catástrofes”.

lunes, julio 28, 2008

La mafia abanderada

Diario Milenio-México (28/07/08)
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Todo por no ser de aquí
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A ojos distraídos, el incidente es insignificante. Hanibal Gaddafi, vástago número cuatro del pintoresco dictador libio, intenta escarmentar a sus sirvientes, una mujer de Túnez y un hombre de Marruecos, en una habitación del hotel President Wilson, en Ginebra. Los golpea, se escuchan sus gritos y aparecen los guardias del hotel, que tal como lo manda la ley suiza se llevan de inmediato preso al agresor. Dos días más tarde, su hermana Aisha promete a los suizos que su país se cobrará la afrenta de acuerdo con la Ley del Talión. En Libia, entre tanto, dos ejecutivos suizos son acusados de “inmigración ilegal” y se les encarcela ipso facto, al tiempo que las calles son invadidas por turbas furiosas que alzan por estandarte la fotografía de Gaddafi Junior. El régimen anuncia sanciones numerosas contra el gobierno suizo.
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“Pleito ratero”, suele llamarse a la actitud del acusado que de la nada se asume acusador y exige airadamente la reparación de su honra. No es la primera vez que Hanibal Gaddafi protagoniza escándalos en Europa, pero esta vez los libios han comprado la bronca y ya la llevan lejos. ¿Cómo es posible, se preguntarán, que un incidente meramente doméstico trascendiera de modo semejante? ¿No es ello prueba contundente del desprecio europeo hacia el mundo árabe? Lo leo y lo no creo. Que en pleno 2008 un heredero pueblerino la emprenda a golpes contra sus empleados, vaya a dar a la cárcel y miles de achichincles se lancen a apoyarlo en las calles parece un exabrupto anacrónico y estúpido, como acostumbran serlo las manifestaciones públicas de los nacionalistas furibundos. Gente de piel sensible, claro está, como es el caso de tantos acomplejados prestos a transformar el mínimo desacuerdo en agravio, y a hacer de cada agravio una afrenta ardorosa. ¿Cómo van a entender que piense uno distinto sin asumir que así les menosprecia, seguramente por cuestiones de origen?
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Trípoli V.I.P.
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“Es Serbia allí donde hay serbios”, repetían a coro Slobodan Milosevic y Radovan Karadzic cuando había que acudir a la fórmula mágica que acabaría avalando exterminios masivos. Sin siquiera pensárselo, bajo el auspicio de un torcido sentido común, Gaddafi Junior y sus valedores intentan aplicar la misma fórmula para legitimar el derecho global de los gañanes. ¿Cómo se atreven las autoridades helvéticas a considerar que la suite donde duerme un Gaddafi es aún parte de Suiza, y no orgulloso territorio libio? ¿Qué les lleva a creer que la dinastía que gobierna despóticamente a cinco y medio millones de libios va a comportarse con elemental civilidad, sólo porque visita un país donde las leyes no están para servirles?
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Según la turba acicateada por jerifaltes y merolicos oficialistas, Libia tendría que ser aquel lugar donde hay libios, aunque todos entiendan que tal salvoconducto sólo opera si el ciudadano en cuestión se apellida Gaddafi, o en su defecto cuenta con la protección directa o indirecta de un Gaddafi. La sola imagen de los pulcros oficiales suizos irrumpiendo en la suite del hotel de Ginebra, es motivo de horror metafísico para todos aquellos privilegiados que diariamente pisan territorio libio sin tener que pagar los mil trescientos dólares que cuesta cada noche de hospedaje en el President Wilson. ¿Dónde hemos visto una conducta similar? ¿Cómo se llaman esas organizaciones solidarias que encubren y protegen a sus más nocivos elementos en el nombre de un vínculo de sangre? ¿A quién le sirve el término “nacionalismo”, cuando es más que bastante la palabra mafia?
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Pecadillos de sangre
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Sin haber puesto alguna vez pie en Libia, suelo reconocer a los nacionalistas furibundos por las mafias que los integran y cobijan. No vayamos más lejos, en mi país abundan estos pueblerinos, desde siempre ligados a mafias burocráticas en el nombre de ciertos principios abstractos, interpretados oportunamente por el líder en turno. “Nacionalistas revolucionarios”, se hacen llamar, pero habemos algunos —mayoría, por cierto— que los vemos como una mera mafia. Ya imagino alguna consulta ciudadana donde nos preguntaran si queremos que nuestro petróleo siga en manos de la misma mafia. No fue en balde que un día llegaran al extremo cursi de bautizarse como familia revolucionaria. Corrección pertinente: famiglia.
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Una familia es mafia cuando sus integrantes consideran que lo que se hace a uno se hizo a todos. El honor que envanece a cada quien y el desaire que deja a todos airados, uno y otro son la moneda corriente que a su entender da valor a la estirpe. Quien consigue amistarse con uno se habrá ganado así la buena voluntad de los demás, pero si un día pelean tendrá como enemigo al clan entero. Una ley tan estricta que no admite mayor interpretación, ni por supuesto está sujeta a debate. ¿Cómo no van a enfurecerse los nacionalistas en el curso de cualquier discusión, cuando sus argumentos son tan argumentables como la última orden de su patriarca? ¿Qué decir a las turbas de paleros afectos a Gaddafi sobre las leyes suizas, cuando cada uno de ellos considera que aquello que le hicieron los suizos a su hijito se lo hicieron en carne propia a cada libio?
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¿Qué hacía Hanibal Gaddafi en Ginebra? Llevaba a su mujer a dar a luz a un niño Swiss made, acaso intimidado por la nada remota posibilidad de que alguna malvada enfermera búlgara inoculara en su bebé el virus de inmunodeficiencia humana. ¿Cuántos entre los miles de incondicionales de su padre no darían cualquier cosa por viajar a Suiza como sus criados y hospedarse con él en el President Wilson —imaginemos el tamaño de la cuenta—, aun sujetos a sus peores arranques? Muy poca cosa, al fin, comparada con el honor de acompañar al crío del mandamás y ser con él un poco tirano, igual que tantos cacachicas de la mafia. Sacrificar la dignidad personal, incluyendo el derecho al pensamiento propio, en aras del buen nombre de la manada: he ahí la virtud del mafioso con causa. Que al cabo tantos hay…