sábado, octubre 23, 2010

Escribir de Vargas Llosa, para no hablar de él (El Columnista/Suplemento "Mario Vargas Llosa, escritor de tiempo completo...-22/10/10)

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Días atrás la mayoría de los escritores y lectores latinoamericanos festejaron con gran júbilo el anuncio hecho por la academia sueca: el escritor peruano Vargas Llosa, recibirá el Nobel de Literatura 2010. Mis alumnos de preparatoria, me preguntaron qué opinaba al respecto. Mi respuesta fue la siguiente: celebro que sea un latinoamericano, pero hubiera preferido, en dado caso, a Sergio Pitol, alguien que ha demostrado mayor unificación narrativa y que sin ser tan mediático sigue siendo vigente. Y sin duda, también ha tenido opiniones políticas, muchas de ellas aparecen plasmadas en cada una de sus obras. Es un escritor que ha preferido hablar a través de sus obras. Aunque si hablamos de los escritores con los que competía Vargas Llosa; Kundera me hubiera agradado más, un autor con obras, cuyo aparato narrativo es monumental y al igual que Vargas Llosa, ha sabido actualizar su narrativa, desde mi perspectiva muy humilde.

Ya muchos escritores han hablado demasiado sobre este acontecimiento. Algunos han afirmado que este premio significa dos cosas: el regreso asertivo para elegir a un escritor que realmente se lo merece y la posibilidad de que Carlos Fuentes reciba por fin dicho reconocimiento. Probablemente tengan razón.

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Sin embargo, habría que preguntarse realmente ¿cuál es la finalidad del Nobel? Por todos es sabido -pues así está estipulado por la misma Academia-, que una obra en particular es el detonante para elegir a los candidatos. Empero, siempre hay eternos candidatos a merecer dicho Premio, por eso no debe extrañar que siempre exista polémica alrededor de cada entrega. Otro elemento que debemos agregar en este debate anual, son las extrañas razones para elegir al galardonado que parecieran ser las siguientes: reconocer a escritores formidables que no son tan leídos fuera de su tierra natal o premiar posturas políticas que no estén necesariamente plasmadas en su obra. Cualquiera que fuera la razón, me parecen aceptables, pero al no existir una clara línea el galardón deja de tener prestigio.

Al ser un Premio destinado para escritores, debería premiarse no una obra, si no la Obra en sí, como lo hace el Premio Cervantes, quizá en fechas recientes el más prestigioso para muchos escritores. Si el criterio fuera siempre éste, las discusiones se acabarían y el reconocimiento sería contundente, pues al premiarse la Obra se está reconociendo un aporte concreto y se está demostrando que ya ha trascendido el tiempo y las generaciones.

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Vargas Llosa, sin duda, es un autor de obra extensa y siempre ha optado por la reinvención -a diferencia de sus compañeros de generación: Fuentes y García Márquez-, éste pareciera no haberse quedado estacionado en un su estilo. Ha experimentado con la literatura y escrito sobre diversos temas. ¡Vaya, hay variedad!, algo que debe agradecerse como lector. Pero desde mi perspectiva sólo cuatro serían sus Obras más importantes: Conversación en Catedral, La Guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo y Los cachorros. De ahí, en fuera las demás pueden ser obras experimentales con excelente cuerpo narrativo, pero no tan imprescindibles, pecado que comparte con Fuentes y García Márquez.

Otro pero que le encuentro a este reconocimiento, será el posible resurgimiento amoroso de manera vil y descarada por la generación del Boom, la cual creo ya debemos darle una bonita y honrosa sepultura. Hay más vida literaria después del Boom y algo me dice que este Premio va a retrasar el funeral de este movimiento. Aclaro, no estoy diciendo que dicha generación sea mala, marcaron una pauta narrativa y lograron que el mundo pusiera sus ojos en Latinoamérica y es algo que muchos escritores y lectores agradeceremos siempre. Empero, muchas Academias de estudio universitarias, por ende, muchos jóvenes lectores, siguen atorados en estos escritores y no han ido más allá. A la sombra de estos escritores existen otros, de igual importancia y calidad narrativa: Rodrigo Fresán, Fernando Iwasaki, Santiago Gamboa, Santiago Roncagliolo, Roberto Bolaño, Guadalupe Nettel, Mario Bellatin, Cristina Rivera Garza, Álvaro Enrigue, Carmen Boullosa, Rosa Beltrán y los mismos escritores del Crack: Jorge Volpi, Ignacio Padilla y Pedro Ángel Palou; entre otros más. Ya los escritores del Crack habían dicho que era necesario darle vuelta a esa página, otros escritores unieron su voz con ellos para hacer la misma petición. Y es necesario hacerlo para darle vida y evolución a nuestra literatura, ya no se puede escribir, ni leer como antes. Lo que inquietaba a generaciones pasadas, puede que sean las mismas que inquieten a las actuales, pero las experiencias y las ideologías son otras; por ende, distinta será la forma de plasmarlas.

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Hay que festejar el Premio a Vargas Llosa, sin perder la cordura y la crítica. Y Premios tan mediáticos como este, no sólo obedecen a razones estéticas, detrás seguro existe un porqué muy político y mediático. La interrogante en esta ocasión será saber cuál fue la predominante y por qué. No olvidemos que Vargas Llosa a pesar de tener una coherencia política propia, para muchos es ambigua, pues algunos miembros de corriente conservadora lo ven como tan suyo y los de corriente liberal no han podido sentirlo completamente de su lado, como bien analiza Javier Cercas en su texto “La izquierda y Vargas Llosa”, publicado el pasado domingo en El País. Y a diferencia de él, creo que no puede considerarse de izquierda alguien que también simpatiza con la derecha, en dado caso, Vargas Llosa sería centralista; sin embargo nada en los extremos. Algo política e ideológicamente inadecuado.

Aprovechemos esta oportunidad para releerlo o leerlo por primera vez y so pretexto de esto, sería importante preguntarle al tiempo si aquellas novelas de Vargas Llosa que han sido dictadas como las más importantes, han sobrevivido y siguen siendo parte de un contexto o sólo tenían una auténtica razón de ser en la época en que fueron publicadas por vez primera.

miércoles, octubre 20, 2010

"La era del amor mercantil"-(Columna El Guardián del diván-Diario El Columnista 20/10/10)

Establecer una relación entre amor y capitalismo, no sólo suena descabellado; se escucha ofensivo. Sin embargo, Eloy Fernández Porta, a lo largo de 364 páginas demuestra de manera contundente que están más que enlazados.

El presente libro obtuvo el cotizado y destacado Premio Anagrama de Ensayo 2010 en su edición número 37 y parece bajo la colección Argumentos de Anagrama, fundada y aún dirigida por el connotado Jorge Herralde.

El lector se enfrentará ante un ensayo de corte sociológico, perfectamente documentado y con una estructura novedosa, el cual irá explicando cómo se construye la relación amor-dinero y usa como punto de partida un anuncio de la empresa Cash-Converter, donde puede leerse: “¿Tu novi@ te ha puesto los cuernos? Véngate vendiéndonos los `regalitos´ que te hizo”. Y es a partir de este ejemplo que el autor explica cómo el amor es el producto más efectivo en el mundo de los negocios, pues se pueden sacar ganancias con las pérdidas amorosas y, obvio, con los procesos románticos. Dicho de otra forma, al existir toda una serie de corporaciones, imágenes y medios que van produciendo y dándole forma al amor y su entorno, la sociedad está asistiendo o siendo parte de un “Mercado Afectivo”, probablemente sin darse cuenta de ello. Un “Mercado Afectivo” donde las pasiones se han vuelto moneda de cambio y abandonaron su expresión íntima, pues ahora gracias a diversos instrumentos digitales, informativos y financieros ha transformado su identidad individual o dual, para configurarse como una identidad hiperconectiva. A lo largo de este ensayo, el autor va intercalando poemas, canciones, sátiras y un relato de crítica ficción, que se sitúa en el año 2040, donde el “Mercado Afectivo” se derrumbará.

“Eros” no es un ensayo sencillo de leer, debido a la mezcla que hace entre ficción y argumento. Exige demasiada atención a lector, es un libro celoso que no permite compartir espacio y tiempo con otras lecturas.

Un libro de amplio interés para aquellos que se animen a explorar el tema del amor, desde un punto de vista social y económico.

El arte de perdurar y la poesía de sobremesa-Javier Aranda Luna (La Jornada/Opinión 25/09/10)

Dos de los escritores hispanoamericanos más importantes del siglo XX fueron, son, Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges. Borges con sus cuentos y poemas renovó la literatura y él reconoció en Reyes a su maestro. Al más grande estilista, según escribió, de la lengua castellana.

Existen varios registros en ensayos y entrevistas en los que el poeta argentino dejó constancia de su admiración por el escritor mexicano. Y no exageraba: Alfonso Reyes escribía con igual perfección y esmero, lo mismo un ensayo sobre la literatura griega, que el ‘recado para un jardinero.

Reyes fue, sin hipérbole, el escritor de la prosa perfecta, el poeta cuyas arquitecturas verbales eran semejantes a los monumentos clásicos: piezas sin imperfecciones, sin sobras ni ausencias, redondos como una esfera, escribió Borges sobre el escritor regiomontano:

“Reyes, la indescifrable Providencia que administra lo pródigo y lo parco nos dio a unos el sector y el arco pero a ti la total circunferencia”.

Y a pesar de ello, sólo uno de los dos escritores, al parecer, conocerá esa eternidad –la única– que otorgan los lectores. El otro estará condenado al olvido o a vivir en los corredores de las academias o en los gozos secretos de no muchos escritores. Reyes, me han dicho algunos jóvenes aficionados a las letras y que están al día de las novedades literarias, es un escritor de otra época, que ya tuvo su momento, que ya fue. Injusto o no, el comentario revela que Alfonso Reyes difícilmente alcanzará, pese a su genio literario, la universalidad ya alcanzada por Borges.

Hugo Hiriart acaba de publicar un rico ensayo sobre ese misterio literario que recoge el título de su libro: El arte de perdurar.

Hiriart compara ensayos de ambos escritores no sólo para entender mejor a sus autores sino para responder a una pregunta que no pocos nos hemos formulado: ¿por qué Borges alcanzó una gloria literaria que le ha sido negada a Reyes? ¿Por qué Reyes no es universalmente famoso? ¿Será porque vivió más en la realidad de los libros que en la realidad del mundo como vislumbró Luis Cardoza y Aragón?

Reyes, escribe Hiriart en el libro publicado por Almadía, tuvo maestría pero no representatividad. Tuvo demasiadas simpatías más que diferencias. Se pasó de civilizado. Y su figura se hizo borrosa. No logró personalizar su maestría. Lo opuesto a lo perdurable es, no lo mal hecho o lo no magistral, sino lo borroso.

Borges en cambio, pedante en sus primeros ensayos y reiterativo en los temas de sus cuentos y poemas logró singularizarse como pocos: sus espejos, laberintos, inventarios del tiempo y lo inverosímil lo convirtieron en un escritor único e irrepetible: en el poeta ciego con visiones luminosas. Tiene razón Hiriart: maestría sin representatividad es ecuación para el olvido, antídoto contra la memoria.

Y para confirmar su hipótesis de trabajo Hugo Hiriart se acercó en El arte de perdurar a otro escritor: George Orwell, quien con más garra que maestría se ha ido imponiendo de manera constante como uno de los grandes maestros del ensayo, como uno de los mejores prosistas de todos los tiempos.

Lo perdurable en el arte no es la maestría, que muchos pueden tener, sino la singularidad: Reyes tuvo maestría, pero no singularidad ni claridad representativa.

Esa falta de representatividad, ¿se debe a que Reyes vivió más cerca de la realidad de los libros que de la del mundo, como sugiere Luis Cardoza y Aragón? Reyes, según el poeta guatemalteco, nunca pareció resuelto a algo que pudiera perturbarlo personalmente o en su obra, y Octavio Paz nos recordó hace tiempo que en la poesía del autor de Visión de Anáhuacno existe hielo ni llama. Es una tibia poesía de sobremesa.

martes, octubre 19, 2010

Xavier Velasco opina sobre Vargas Llosa-Final de partida (15/10/10)

Lenguajes encontrados (Diario Milenio/Opinión 19/10/10)

Al inicio parecía sencillo, casi natural. Iba manejando con una amiga sobre la 805 sur —hacia ese lugar a donde se dirigen eventualmente todas las cosas del mundo— cuando, entre risas desenfadadas y los comentarios que produce el velocímetro al alcanzar las 45 millas en una vía de otra manera rápida, aparecieron. La primera reacción fue de risa —o de una hermana gemela de la risa porque tenía ese eco nervioso y un tanto incrédulo de lo que no es un hecho sino el reflejo de un hecho. 7UYR033. Nos vimos a los ojos con la complicidad del iniciado. 4DNN165. La carcajada era de pura aceptación.

Teníamos que admitirlo: el lenguaje de las placas era real. El mensaje, por otra parte, clarísimo: Huir de nene.

No se trataba, por supuesto, de un lenguaje secreto o escondido, sino de una construcción lingüística que, obedeciendo a los criterios del famoso inspector Dupin que creara Poe y luego inmortalizara Lacan en uno de sus seminarios, estaba a la vista de todos y, por eso, resultaba invisible.

La lentitud del tráfico o ese sopor que se cuela a veces en ciertas tardes de verano o una predisposición genética hasta ese momento desconocida, nos animó a descubrir más.

3LTM069: Le temo (¿al 69?) 5NBB336 (No bebe) 5YKE435 (Y qué).

Cuando llegamos al lugar a donde eventualmente llegan todas las cosas de este y otros mundos, comunicamos nuestro hallazgo con algo de altanera algarabía.

—Andaban bien weinas —dijo uno.

— ¿Qué fumaron? —inquirió otro sin privarse del placer de guiñar el ojo izquierdo.

—Está curada —mencionó alguien más con ese tonecito condescendiente de quien tiene prisa por cambiar de tema.

Lo cierto es que, desde entonces, manejar ya no es lo mismo. No hay día en que el lenguaje de las placas no me haga frenar a destiempo o cambiar de carril en el segundo menos pensado. He llegado incluso a pasarme altos o a tomar la salida equivocada con tal de aclarar una duda o confirmar una mera sospecha. Me he vuelto, en otras palabras, un peligro vial, un chofer de alto riesgo.

Gracias a ese lenguaje público que se desliza a placer por las calles de todas las ciudades del mundo he obtenido respuestas, por ejemplo, a preguntas que ni siquiera me atrevo a formular. Cuando aquel furibundo piloto se atrevió a hacer su primera aproximación, algo que para más detalles tenía que ver con la rodilla, apareció la placa que lo aclaró todo: 6NOP98 (ditto). Trataba de saber qué quería en realidad una mujer que me mantenía ya por demasiado tiempo en el celular (herejía urbana, horrenda acción senil) cuando apareció el mensaje: 7LLA009 (o estaba lela o era de ya cortar, eso me quedó clarísimo). Y así.

Las cosas, sin embargo, ya no son tan sencillas. Ciertamente han dejado de parecer “naturales”. Si al inicio llegué a creer —con la ardiente fe del recién converso— que con el paso de los días y la acumulación de los kilómetros descubriría patrones de significado, unidades de sintaxis, o gramáticas incipientes, el mismo paso de los días y la acumulación de los kilómetros me han enseñado que el lenguaje de las placas se resiste a todo intento de sistematización. Si, por casualidad, dos o tres placas logran crear un efecto de orden, cierta aspiración a la forma, no hay cuarta o quinta que no lo rehúya por completo. Si en algunas rutas todo parece indicar que se ha logrado estabilizar el significado de una letra, no faltan las calles en que la misma letra adquiera otro distinto. Desquiciante y a veces bochornosa, esa radical falta de certeza no deja de tener su encanto.

Mi amiga y yo todavía nos reunimos a cotejar datos de vez en cuando. En esos pequeños congresos privados discutimos con una solemnidad que frecuentemente termina por causarnos risa —o una hermana gemela de la risa— cada vocablo. Traducimos y revisamos la traducción y retro-traducimos. Las preguntas abundan. Frente a 4BPL342 ¿debemos entender Birth Place o Ve PeLo o Ve PeLé? ¿Será correcto interpretar a 3KSC589 como un imperativo que atenta contra la sagrada soltería de hombres y mujeres? Y, en cuanto al original 3LTM069, ¿era él teme o lo tomo? Todavía no tenemos hipótesis acerca del significado de los números. No hemos llegado a ningún acuerdo sobre los efectos semánticos del color. Hay, en otras palabras —en este otro lenguaje— muchas cosas por hacer.

Esto puede ser o una llamada de auxilio o una invitación al relajo o una franca violación a reglas que desconozco. A estas alturas ya no estoy segura de nada (lo cual tampoco deja de tener su encanto). Pero sospecho que mi amiga y yo no somos las únicas. Sospecho que formamos parte de una conspiración lingüística de mayores proporciones, cuyos iniciados vagan con los sentidos en alerta por campo o ciudad, calle o camino de tierra. Sospecho que en algún lugar del mundo, justo en este momento, se lleva a cabo un congreso donde otros choferes de alto riesgo extienden largos pergaminos sobre mesas de madera y, de pie, con un recogimiento acaso místico, observan la larga lista de vocablos con un silencio espectral y ojos tremendamente alucinados. Lo sospecho.

The Walls of Puebla-Pedro Ángel Palou (The New Tork Times/OP-ED CONTRIBUTOR 16/10/10)

HOW has life in Mexico changed under the rising tide of drug violence? It’s difficult to say; it is what it is. It goes on. For long stretches of time, it is easy to forget about the violence. But then reality breaks through, and it becomes once again impossible to ignore.

All my life I have lived in Puebla, a city of more than one million inhabitants about 70 miles southeast of Mexico’s sprawling capital. Puebla has a reputation for being a moderately safe place to live (considering the general standard in the country today). Mexico City residents, called chilangos, have been moving here for years — particularly since so many were driven from the capital by the earthquake of 1985, which destroyed hundreds of buildings and killed thousands of people.

The famous have retreated here, too. At one time, Puebla was reported to be home to Mexico’s most-wanted man, the billionaire drug lord Joaquín Guzmán Loera, who has still not been apprehended. Other prominent traffickers have followed. Puebla is perceived as a place that is largely free from violence — which, surely, must be as attractive to a drug lord as it is to me — but it is known for being free from the authorities’ scrutiny as well.

There is lots of speculation about “agreements” between governors and certain cartels. The government turns a blind eye, and the cartel guarantees a level of peace. Many people believe these pacts to be the reason that states like Puebla are relatively “safe” while Mexico’s civil war rages around them.

Recently, though, the delicate balance has been threatened, as the authorities have started to crack down on traffickers. Last month, Sergio Villarreal Barragan, another important drug lord, was arrested in one of the city’s most posh residential neighborhoods. The government may have been emboldened by the results of the summer’s elections, which ended decades of rule in Puebla by the PRI (the Institutional Revolutionary Party).

But the sad thing is, nobody has much faith in the new coalition government. I met a taxi driver here whose children had moved to New York City: one of them works as a cook at a fancy restaurant in the Flatiron neighborhood and the other one cleans bathrooms near Penn Station. He hasn’t seen them in six years. We got to talking about the elections, and I asked him if he thought the new governor might change things.

“I don’t know,” he said. “I’ve always thought it was inevitable that politicians are thieves. But even so — they could still leave something behind, right? Do some good work just the same.”

It wasn’t an earthquake or drug violence that drove his children from home. Puebla expelled them because it couldn’t offer them any opportunities. Worst of all, they went to New York illegally. So now, they can never leave.

We too, in a sense, are trapped in Puebla. In my neighborhood, where the roads are still unpaved, we live behind high walls and electrified or barbed-wire fences. A friend of mine, an artist, lives in one of the city’s fanciest neighborhoods, behind an immense wall. Last weekend he was unable to enter or leave; the great drawback of the wall is that it has only one entrance. In this case, the opening had been blocked by the Naval Department for an operation of some sort. For the first time, my friend felt that he was living in a prison.

And no matter the lengths we go to preserve our tranquillity, violence infringes. Not long ago, robbers broke into the house across the street from mine. Luckily, my neighbor had a machete. He chased the intruders out, after hacking one of them in the arm.

That morning, his garage floor was still covered in blood. I asked him what they had taken.

“All sorts of things,” he said. “Tools, the television set, some things from the kitchen.”

“Do you think they’ll come back?”

“That’s the worst part of it. I can’t sleep in this house anymore, thinking that at any moment they might come back, with me and my daughters inside. Thank God nothing happened to us!”

I couldn’t help but think of something the chief of security said about the recent wave of arrests of drug traffickers in Puebla. “Puebla is a safe state to live in, and that is why they come here,” he said. We dream of happy endings, but sometimes I’m afraid that everything that could possibly happen in Puebla has already happened.

Pedro Ángel is a novelist.

lunes, octubre 18, 2010

Con el perdón de los burros (Diario Milenio/Opinión 18/10/10)

1 Ficciones y facciones

Hará un par de semanas que caí, de refilón y por pocos minutos, en uno de esos curiosos eventos que reúnen a personalidades de la política y la literatura, donde a menudo unos y otros se dan el gusto de intercambiar papeles, de modo que no es raro advertir a cierto narrador haciendo malabares por decir solamente lo pulcro y lo correcto, al tiempo que el político pretende que se sale del libreto y por una vez dice lo que realmente piensa. Todo lo cual, pensé, conforme entraba en el grave recinto, quedaría muy bien si no campeara entre los convidados una solemnidad donde hasta las sonrisas —y ellas en especial— pecan de tiesas y las palabras son todas cosméticas. Contemplé entonces al orador: un escritor que hablaba a los presentes con la clase de pulcritud impecable que muy probablemente envidiarían varios de los políticos allí presentes, pues lo cierto es que empleaba con destreza quirúrgica el lenguaje eufemístico y redundante de la más ampulosa corrección política. Un logro muy difícil, supone uno, para aquél cuyo oficio consiste justamente en deshacerse de las palabras huecas y llamarle a las cosas por su nombre, a reserva y despecho de mejores opiniones.

Pensar en la literatura y la política como actividades en cierto modo afines o relacionadas es un error tan grande como frecuente. Escribe estas palabras quien un día estudió para político, en la creencia ilusa de que esa profesión sería compatible con la de novelista. Pronto entendí que antes se hace un buen policía de un ladrón a que un escritor sirva para político, o viceversa. Teóricamente, policías y ladrones pertenecen a bandos irreconciliables, aunque en la vida real son casi el mismo gremio. Lo cual no pasa con el arte y la política, cuya razón de ser tiene que ver ya sea con la expresión libre o condicionada, pero nunca con ambas a la vez. Y hasta donde yo sé, un buen político es el que hace política 24 horas diarias, y un escritor no deja ni dormido de ser escritor. Parece muy difícil, y abundan los ejemplos, brillar en una de estas profesiones sin hacer el ridículo en la otra.

2 El morbo y el bochorno

Una cosa, no obstante, es que no sirva uno para mitotero y otra que no le guste husmear en el mitote. Cuenta Bob Colacello, legendario editor en jefe de la revista Interview, que cierto día, cansado de buscar un buen regalo y ya en la mera víspera del cumpleaños de su prophet-in-chief Andy Warhol, decidió regalarle un cassette que contenía cierta conversación privada de Jacqueline Kennedy Onassis. No me extraña que Warhol opinara que era el mejor regalo que había recibido en la vida, si en el alma de todo narrador —y él lo era a su manera— hay un morbo invencible que le exige asomarse a la miseria humana y sus rincones mejor resguardados. ¿Pero qué habría pasado si Colacello hubiera hecho al revés: regalarle a la señora Kennedy Onassis una conversación privada de Andy Warhol, si es que un día tuvo alguna? A falta de opinión fundamentada, pienso que habría echado la cinta a la basura.

No hace mucho que en otra de estas reuniones, a la espera de La Hora del Orador, un amigo editor, a cuya invitación no supe negarme, se acercó acompañado de un alto dignatario internacional, cuyas palabras luego resonarían delante del micrófono. Hechas las cortesías de rigor, el hombre procedió a felicitarme por cierto artículo que semanas atrás había escrito yo sobre alguna ciudad de su país. “No lo he leído”, me confió, con un guiño amigable, “pero voy a hablar cosas muy bonitas de él en mi discurso”. A lo cual sonreí, dudando un poco entre soltar la carcajada o dejarme de modos y preguntarle si por casualidad alguna vez había sabido algo sobre el tema del cual estaba hablando. Una vez resistidas ambas tentaciones, me esfumé de la escena presa de un arrebato de vergüenza que amenazaba con no ser más ajena, si me quedaba a oír el tal discurso.

3 ¿Cómo se escribe ‘posisionarce’?

Cada vez que un político rinde homenaje público a un escritor —sin que de pronto éste pueda evitarlo, y no le quede sino ir a regañadientes a poner su carota de palo y declararse irremisiblemente agradecido (¿y al fin, cómo no estarlo?)— no hace sino emplazarlo desarmado en su reino de apariencias, con la esperanza más o menos peregrina de llevar un chorrito de agua a su molino. Si ayer mismo se le veía en las fotos sonriente y hasta tierno, cargando a un niño hambreado de cuyo nombre y suerte nunca se enteraría, hoy se le ve sonriente y hasta culto, en compañía de esos seres extravagantes cuyos nombres y obras le resultan curiosamente confundibles. Pero como no es un examen oral, y menos un debate, sino mera cuestión de posicionamiento, el teatrito funciona mientras el suspirante no abre la boca. A menos que, en efecto, sean lectores —y los hay, por fortuna, si bien cada día menos en su gremio—, lo común es que el ego los traicione y con tal de lucirse terminen por soltar alguna memorable perla silvestre. Cada vez que los oigo, no sé por qué me viene a la memoria una cita exquisita de la serie Malviviendo.com: “Quedan muy pocos hombres con ‘o’ mayúscula”.

No sorprende enterarse que un congresista, un funcionario cultural o hasta un mandatario jamás abren un libro, sino que encima de eso alcen su autorizada voz para citar, elogiar y homenajear obras que no han leído ni leerán, si ya se ve que ni la calma chicha del retiro le da licencia a nuestro ex presidente para leerse un librito de Borges, aunque sea en el nombre de la pulcritud. ¿Cómo es posible que, en esos niveles, no exista un asesor capacitado para quitarle a tiempo las orejas de burro al licenciado? ¿Debemos dar por hecho que los señores funcionarios son así para todo? ¿Qué se siente vivir en un país donde los congresistas que hablan de cultura tienen menos substancia que un merolico, cuando no se comportan con la prestancia de un cadenero de burdel? ¿Tendrán alguna idea del papelón que hacen: además de palurdos, fariseos? ¿Querrán homenajear a Ibargüengoitia? ¿Será que así se están asegurando un lugar en la historia de la literatura? ¿Serán así de astutos, al final?