jueves, julio 10, 2008

Antes de ir a platicar con Morfeo

Ya mero viene el cierre de verano en la Universidad y estoy a unos pasos de largarme del Colegio, algunos brincaran, otros más, muy en el fondo me extrañaran.
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Cada que va a empezar un largo periodo de clases, Primavera u Otoño, hago y cierro una lista de libros leídos en cada uno de esos períodos. Ya mero cierro la de este ciclo, será la siguiente semana y terminaré con la novela Mi gobierno será detestado de José Manuel Villalpando, una obra que se centra en la figura del sexagésimo virrey de la Nueva España: Félix María Calleja, que fuera el enemigo más acérrimo, despiadado y sangriento al que se pudieron haber enfrentado el ejército Insurgente.
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Según lo que voy leyendo la táctica, es hacer que el personaje haga unas memorias buscando cuál es la mayor culpa que le carcome en sus últimos días y no le permite morir en paz, una especie de auto-exorcización. En estas, Calleja nos va relatando cómo fue derrotado algunas veces por los Insurgentes y como en otras ocasiones él salió triunfador, narra los procesos que siguió para decidir cómo acabar con el ejército Insurgente, pero también es un Calleja que declara coincidir y simpatizar con las idea de Independencia, más no con la forma. Odio a Hidalgo, admiró y respeto a Morelos, coincidía más con Iturbide.
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Un libro que me va gustando y leo después de haber reposado Morelos, morir es nada de mi amigo y mentor Pedro Ángel Palou, para después pasar a leer Victoria de Eugenio Aguirre y culminar este recorrido de novelas históricas con Noticias del Imperio de Fernando del Paso. Quedarán volando el nuevo libro que espero pronto ver de Pedro Ángel y por supuesto, la novela de Enrique Serna: El seductor de la patria.
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Hablando de mi mentor, el lunes pasado, el amigo Mario Alberto Mejía lanzó la bomba de que Palou García estará en Puebla impartiendo un taller en la Casa del Escritor, en cuanto pude confirmé la información con Roberto Martínez Garcilazo, Director de Literatura, Ediciones y Bibliotecas de la Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, que me corroboró el dato y agregó que será a partir del 19 de agosto de 4 a 6 de la tarde durante 9 días con un cupo de 20 personas y un costo de $1,000 (aquí lo malo, uno es pobre), se titulará: La muerte de la Literatura.
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Mientras escribo esto, del otro lado de la computadora, está mi querida Carmen, esperando le diga algo. Sólo atino a escribirle en este texto: Gracias por estar a mi lado, me haces feliz.

Educación emocional en veinte lecciones

Diario Milenio-Puebla (10/07/08)
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De gran utilidad me ha sido la lectura del libro Educación emocional en veinte lecciones del poeta Efraín Bartolomé. No he estado tan equivocado: el terapeuta está obligado a descubrir y descifrar las metáforas que el paciente le presenta. La neurosis es un síntoma social. Las causas son muchísimas, pero todas se resumen en una: las exigencias al ambiente, a la naturaleza o al comportamiento de la gente, tal y como nosotros pensamos que debe de ser crea la neurosis, porque la realidad se encarga de restregarnos en la cara que las cosas no son así, como quisiéramos.
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La emoción es el motor de la vida, pero sucede que a veces éstas nos rebasan. Como dice Bartolomé: “se pasan de la raya” y entonces hay que aprender a controlarlas. El libro está estructurado para que en veinte lecciones nos demos cuenta que la neurosis no depende de lo que sucede en el exterior, sino en lo que pensamos de lo que acontece. Un ejemplo mío: “Hoy llueve y no quiero que llueva porque tengo cita con el médico”. No puedo controlar a la naturaleza y pedirle al cielo que se abra mientras voy al médico. Eso sería tan imposible como brincar de la Torre Latinoamericana sin que suceda nada, como si se tratara de una caricatura de Rufo el Coyote. Entonces no puedo evitar que llueva y mi pensamiento es de ira. Hay, definitivamente, un brote neurótico.
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Yo creo que esto que se explican muy bien los terapeutas no es fácil para el sentido común, para las personas que día a día se topan con estados de angustia, de ansiedad y depresión. Para eso funciona la psicoterapia.
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Hay muchas formas de enmascarar los problemas, cuando nos cuesta trabajo tratar de enfrentarlos. Lo importante del libro de Efraín Bartolomé es que es útil para el enterado –para el versado– y para el lego. En una forma bastante amena y llena de ejemplos, uno mismo como lector va reconociéndose en sus problemas y se da cuenta que todo –salvo la muerte– tiene una solución. Y si no la tiene, entonces no hay más que afrontar las cosas.
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¿Qué nos puede salvar de la neurosis? El pensamiento neurótico está en cada uno de nosotros. Lo externo existe de manera independiente, según la teoría de Albert Ellis, llamada Terapia Conductual Emotiva. Depende de la ayuda que recibamos, de la autoayuda en momentos de ansiedad y de nuestras propias defensas ante los embates del exterior.
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Efraín Bartolomé, poeta chiapaneco, es un pionero de la psicoterapia congnitivo-conductual en México. Entre los premios que ha recibido por su obra literaria pueden citarse los siguientes: Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1984; el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en 1993; y el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 1996.
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Los poetas que se dedican a la psicoterapia –estoy convencido— entienden mucho más lo que trata de ocultarse en el alma humana, porque el hombre también está hecho de metáforas.
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Educación emocional en veinte lecciones es una edición de Paidós (2008).

martes, julio 08, 2008

Lo que yo quiero de él...

Diario Milenio-México (08/07/08)
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Una de las razones por las que Susana San Juan ha sido considerada como un poderoso personaje femenino rulfiano, se debe a la relación estrecha con su propio deseo
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No son pocos los personajes femeninos de Juan Rulfo que expresan su deseo, especialmente su deseo sexual, de manera directa. En los primeros fragmentos de Pedro Páramo, Eduviges Dyada no tarda mucho en relatarle a Juan Preciado cómo es que ella estuvo a punto de ser su madre. “Dolores fue a decirme toda apurada que no podía. Que simplemente se le hacía imposible acostarse esa noche con Pedro Páramo. Era su noche de bodas”. El ruego continua, el proceso de convencimiento, y Eduviges, al fin, cede. “Y fui”, dice. “Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía: y es que a mí también me gustaba Pedro Páramo. Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrincheré en su cuerpo; pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que pasó la noche roncando. Todo lo que hizo fue entreverar sus piernas entre las mías”. Es apenas el fragmento número nueve del libro y ya Pedro Páramo ha sido despojado de la proeza sexual que suele asociarse a fuertes personajes masculinos, especialmente cuando sus nombres son llevados al título del libro. El lector se enfrenta, pues y de entrada, a un héroe emasculado y a una mujer “con ganas”. Eduviges no es aquí la Malinche pétrea y perforada de Octavio Paz, ni la limitada mujer de la condición femenina de Rosario Castellanos. Eduviges es aquí un cuerpo sexuado a cargo de su deseo.
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Fragmentos después, cuando en típica estrategia rulfiana, el lector se entera prepósteramente de la razón por la cual Dolores Preciado no puede acostarse con Pedro Páramo en su noche de bodas, Rulfo introduce el cuerpo menstruante de la mujer en Comala y, de paso, en las letras mexicanas. Obedeciendo las órdenes del cacique, Fulgor Sedano pide en matrimonio a Dolores Preciado para de esta manera reducir las abrumantes deudas de la Media Luna. La mujer, reaccionando con gusto, le solicita, sin embargo, una tregua. Ante la renuencia del administrador, la mujer insiste: “Pero además hay algo para estos días. Cosas de mujeres, sabe usted. ¡Oh!, cuánta vergüenza me da decirle esto, Don Fulgor. Me hace usted que se me vayan los colores. Me toca la luna. ¡Oh!, qué vergüenza”. Fulgor Sedano, sin embargo, se muestra inflexible y, por ello, Dolores se ve obligada a intentar algunos remedios caseros. Así, ella “corrió a la cocina con un aguamanil para poner agua caliente: ‘Voy a hacer que esto baje más pronto. Que baje esta misma noche. Pero de todas maneras me durará mis tres días. No tendrá remedio. ¡Qué felicidad! ¡Oh, qué felicidad!’”. Cuando el remedio falla, Dolores Preciado no tiene otra solución más que pedirle el favor a Eduviges. El favor de suplantarle el cuerpo.
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Una de las múltiples razones por las que Susana San Juan ha sido considerada por muchos como un peculiar y poderoso personaje femenino en la literatura mexicana del siglo XX es, precisamente, debido a su relación estrecha y directa con su propio deseo. Viuda y trastornada, Susana, a pesar de estar casada con Pedro Páramo, no hace otra cosa más que recordar a su difunto marido, Florencio. La memoria de Susana, sin embargo, no es meramente romántica o platónica. Sus recuerdos se pueden masticar. “!Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura…! Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos”. Aprovechando la voz femenina, Rulfo lleva a cabo algo rara vez visto en la literatura mexicana de mediados de siglo: describir, con puntualidad, el cuerpo masculino. Rulfo nota y hace notar las fisuras, los temblores, los encantos de los cuerpos de los hombres, sin por ello dejar de lado su posible impotencia, tanto física como anímica, ante y por el cuerpo femenino.
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Es claro que las ánimas que se pasean por Comala purgando culpas y murmurando historias son ánimas sexuadas. Al contrario del dios que increpa Susana San Juan en uno de sus ardientes monólogos, a Rulfo no sólo le interesan las almas, sino más bien, acaso sobre todo, los cuerpos: las marcas de esos cuerpos, las interacciones de esos cuerpos, las transgresiones de esos cuerpos. Por esas áridas tierras donde sólo crecen arrayanes ácidos se desliza un tufo sexual. Por las ventanas de las casas de una Comala nocturna, cubierta de nubes, entran y salen hombres husmeando a sus presas-mujeres que otras mujeres, ya Dorotea o Eduviges o Damiana, le han facilitado al cacique y, sobre todo, al hijo del cacique, Miguel Páramo. Del otro lado de esas ventanas asimismo esperan sobre sus lechos mujeres desnudas, como Damiana Cisneros, o temerosas de la muerte, como Ana Rentería. Y, para nombrar cada uno de estos encuentros, cada uno de estos deseos, Rulfo ha elegido sustantivos directos y denotativos, así como adjetivos de un gran poder de evocación sensorial. Cuando Dolores Preciado atiende el llamado de Inocencio Osorio, el provocador de sueños, la sesión con ese hombre “que escupe como los gitanos” consiste “en que se soltaba sobándola a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los brazos, y acababa metiéndose en las piernas de una , en frío, así, aquello al cabo de un rato producía calentura”. Cuando Abundio se emborracha debido a la muerte de Refugio, su mujer, éste recuerda cómo “se acostaba con él, bien viva, retozando como una potranca, y que le mordía y le raspaba la nariz con su nariz”. Incluso cuando Juan Preciado se descubre compartiendo una estrecha tumba con Dorotea La Curraca ella está “en el hueco de [s]us brazos”. Las rodillas juntas.
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Los lectores tempranos de Rulfo, aquellos que recibieron sus libros con entusiasmo y recomendaron sus traducciones a otros idiomas, han escrito, y mucho, sobre la violencia sexual que ejercen los violadores, el cacique y, en su caso, el hijo del cacique, en los caminos de Comala, ligando así la figura del hijo bastardo con el sentido de orfandad de una nación en pos de su propia modernidad. A esta visión que, aunque certera, no deja de ser parcial, habría que agregarle ese deseo sexual femenino tan cabal como complicadamente presente a lo largo del texto rulfiano. Nuestra interpretación de las múltiples maneras en que México enfrentó el reto de su propia modernidad a mediados del silgo XX sería así más compleja, más dinámica y, sin lugar a dudas, más interesante.

lunes, julio 07, 2008

Se presentó en México el nuevo libro de Volpi

Celebra Jorge Volpi cumpleaños 40 con presentación de nuevo libro
El Universal-Notimex (05/07/08)
Comentan los escritores Juan Villoro y Martín Solares el texto Mentiras contagiosas
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Con puntualidad inglesa y humor a la mexicana, el escritor Jorge Volpi celebró sus 40 años con la presentación de Mentiras contagiosas, su nuevo libro, cuyos comentarios estuvieron a cargo de sus dos mejores amigos: Juan Villoro y Martín Solares.
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Volpi es un real "cronista de las ideas" , de acuerdo con la ponencia de Villoro. "Es un autor sofisticado, maniático del control literario, cuyas fronteras son sus propios límites", añadió en su escrupulosa retrospectiva sobre la obra del también director del Canal 22 de televisión.
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La librería Rosario Castellanos del Centro Cultural Bella Epoca se vio anoche colmada de amigos y compañeros de Volpi, quien estaba rodeado de personalidades del mundo de las letras, el análisis humanístico y el estudio del devenir social del país, ávidos de leer su libro.
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Al tomar la palabra, Solares mencionó que el autor de Mentiras contagiosas creó un libro provocador y desenfadado, propio de quien es un escritor divertido. "Parece que el texto se comenzó a escribir con saco y corbata y se terminó con tenis y jeans", consideró.
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Entre serio y no tanto, dijo que desde el punto de vista lógico "no debería sorprendernos que luego de convertir en personajes de ficción a científicos y ensayistas como Einstein, Barthes o Lacan, Volpi la emprenda ahora con el ensayo mismo y busque la manera de volverlo materia de la ficción".
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Aseguró que con Mentiras contagiosas, el también autor de En busca de Klingsor transgrede con desenfado las fronteras y acaso experimenta con astucia el ensayo-ficción. En sus propias palabras, "`acaso la unión de la ficción con el ensayo represente el mejor camino que le queda por explorar a la novela en nuestros días'".
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Lo cierto es que en el libro desfilan numerosos personajes destacados reales en las más variadas áreas del quehacer humano, como Darwin, Newton, Welles, Juan Rulfo, García Márquez, Carlos Fuentes y muchos más, pero también imaginarios, como Don Quijote de la Mancha.
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El volumen se integra de ensayos, de reciente factura y de hace años, en los que el hilo conductor es la novela, con sus aristas y sus protagonistas; su arte, autores latinoamericanos y otros aspectos en torno a ese género literario.
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A lo largo del tomo se puede encontrar una mezcla de elementos reales con ficción en sus temas, tramas y apartados. El escritor se hace algunas preguntas, como "¿Qué son las novelas, para qué sirven, cuál es su papel dentro de la sociedad?", a las que él mismo halla las respuestas y las expone claramente.
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La selección de textos sobre novela y arte escritos por el autor se rigió bajo el criterio de crear un todo literario. Aunque cada uno de sus capítulos y ensayos puede ser disfrutado de manera aislada, en conjunto hacen una reflexión magistral; el libro presenta ensayos sobre libros, editores, libreros y escritores.
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Baste unos ejemplos: El Quijote de Cervantes y la forma como lo abordó Orson Welles en el cine, o su posible existencia real, así como los nuevos novelistas latinoamericanos y los consagrados, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Cabrera Infante, Sergio Pitol y otros escritores de esta región.
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El libro, que ya se encuentra a la venta en librerías de todo el país, España y algunas ciudades latinoamericanas, luce en su portada una fotografía de Lola Álvarez Bravo, Unos suben y otros bajan, imagen emblemática de esa artista de la lente que comulga con el contenido literario.
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Mentiras contagiosas reúne textos que exploran los límites de la novela y desmenuzan sus múltiples posibilidades de supervivencia, desafiando a quienes la consideran un entretenimiento inútil o certifican su inevitable y próxima extinción. Volpi se declara enemigo de toda clase de fronteras.
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"Frente a la plaga de novelas banales que nos invade es necesario combatir por la novela compleja, aquella que no se rinde a la imitación, que desafía las convenciones, que busca superarse a sí misma; nos corresponde mantenerla con vida", señala el autor.

Rehenes de la Historia



Diario Milenio-México (07/07/08)
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Las imágenes posteriores a la Operación Jaque muestran que entre las armas poderosas sobresale la cámara de video, capaz de adormecer los egos más alertas.
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Lente de alto calibre
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Hay que tener una imaginación intrépida para ponerse en el lugar de los tripulantes del helicóptero que rescató a los quince rehenes de las manos del FARC. Quienes de esto más saben aseguran que no existe emoción tan intensa como la de ser parte de una balacera, pero la sola imagen del video tomado desde el aparato, que aterriza a mitad de un gran círculo de guerrilleros armados con kaláshnikovs apuntando hacia ellos, habla de otros estándares en lo que toca a la derrama de adrenalina. Aunque no sólo son las armas de fuego temibles por el pánico que provocan en quienes las enfrentan desarmados; también, y tal vez más, porque generan una curiosa petulancia en los que las empuñan. No suele ser con una metralleta entre manos que la gente razona mejor, aun si esa ventaja relativa le da un aire de superioridad tanto más deleitoso que nutritivo, pues entraña una peligrosa arrogancia que desdeña el cerebro y el instinto de conservación ajenos, así como la probable existencia de algún arma estratégica superior. Que es el caso, en la historia que nos ocupa.
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¿Cómo hacen unos cuantos impostores para tomar ventaja sobre decenas de enemigos armados con kaláshnikovs en tierra firme? No hay más que ver la generosa sonrisa del comandante César para entender cuál es el arma contra la que no sabe pelear. Un arma que transforma su fiereza en mansedumbre, seguramente porque interesa órganos y tejidos profundos con una sutileza instrumental que el plomo desconoce. Con trabajos se entiende que todo un comandante guerrillero permita la irrupción de cámara y micrófono en mitad de una transferencia de rehenes, pero está su sonrisa para explicarlo. No quiere verse mal en la televisión, ya se imagina —y nada más en esto no se equivoca— que su imagen dará la vuelta al mundo en unas cuantas horas. Se le ve amable, casi con ganas de acceder a cada petición del falso reportero. Pensará, por qué no, que los jefes verán con buenos ojos esa demostración de autoridad amable que el público no espera en un secuestrador. Pensará cualquier cosa, excepto lo que debería estar pensando. En lugar de alertarlo, la cámara ha apagado su instinto de conservación.
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Atados de neuronas
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Haciendo cuentas raudas, se observa que los guerrilleros sucumbieron cuando menos dos veces al poder de la lente. Una por asumir que el arma filmadora estaba de su lado; la otra por el par de camisetas con la imagen del Ché, que en principio tanto decepcionaron a los rehenes (son iguales a éstos, se temieron). ¿Quién, que estuviera en el pellejo narcisista del comandante César, no iba a darse a soñar con su cara de prócer del futuro impresa en varios miles de camisetas? ¿Cómo no acicalarse de menos mentalmente cuando del helicóptero bajan la cámara y el camarógrafo con los logos de la bolivariana cadena Telesur? Nadie que fuera el comandante César iba a perderse de la oportunidad de aparecer en el programa de Hugo Chávez con esa sonrisota perdonavidas en el momento de trepar al helicóptero.
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“Ejército del pueblo”, exclama en el micrófono uno de los falsos periodistas, y ello otorga a la escena cierto airecillo de pasaje histórico. Contra lo que uno espera del par de carceleros de élite que ya se aprestan a trepar al aparato, ambos se muestran joviales y magnánimos ante la lente del camarógrafo que aún insiste en obtener declaraciones de rehenes o guerrilleros. ¿Quién tiene tiempo para revisar el helicóptero, exigir credenciales o verificar la autenticidad de la maniobra, cuando ahí viene la cámara y hay que estar a la altura de la magna ocasión? Entre las camisetas del Ché y los prometedores logos de Telesur se encargan de tomar prisioneros a los hombres de las metralletas, no atándoles las manos ni los pies, como el razonamiento. Alguien contó a los estrategas del ejército que el comandante César es vanidoso, y contra eso se sabe que no hay defensa.
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Fugitivo a la vista
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“Si no come, se muere y la enterramos”, relata el cabo William Pérez que opinaron los hombres de las FARC cuando pidió ciertos medicamentos urgentes para Ingrid Betancourt, que llevaba ya días sin probar alimento. En un video tomado al día siguiente del rescate, el enfermero narra las condiciones de poca o nula asepsia en las que se veía obligado a trabajar, ante la indiferencia de sus captores, pero a uno ya poco le sorprende, pues le ha bastado con escuchar la tranquila sentencia del carcelero que bien podría ser el comandante César o su subordinado, Enrique Gafas. Se muere y la enterramos, resuenan las palabras en el cráneo, todavía minutos después. Uno a uno, los videos posteriores al rescate van estallando bajo lo poco bueno que podría quedar de la imagen de las FARC. En uno de ellos, aparece un alto jerifalte del ejército señalando las dos bolsas de plástico que ambos guerrilleros llevaron consigo al helicóptero, en presencia de sendos detenidos —César amoratado, más lejano que nunca de su sonrisa—. Teatralmente, el general ordena a sus soldados que muestren a la gente el contenido de las bolsas: solamente cadenas, llaves y candados. Quienes se dicen combatientes de la libertad viajan acompañados de rehenes y cadenas. ¿Para qué disparar obuses y misiles, si con la pura cámara los están devastando?
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“Me quedé frío”, declaró Hugo Chávez, pasadas las primeras veinticuatro horas de desconcierto, y uno sabe que en eso sí no ha mentido, aunque ya lo del júbilo ni quién se lo crea. De una u otra manera, Chávez sabe de sobra lo que ignoran las FARC en torno al arma que los ha vencido. Pocos cuidan como él la fotogenia histórica, y menos son aún los que aprenden a disparar estigmas con ella. Ya lo decía Mike Connors al final de cada capítulo de la vetusta serie En la cuerda floja: “En la confusión, un hombre escapó: yo.”