lunes, julio 07, 2008

Rehenes de la Historia



Diario Milenio-México (07/07/08)
---
Las imágenes posteriores a la Operación Jaque muestran que entre las armas poderosas sobresale la cámara de video, capaz de adormecer los egos más alertas.
--
Lente de alto calibre
-
Hay que tener una imaginación intrépida para ponerse en el lugar de los tripulantes del helicóptero que rescató a los quince rehenes de las manos del FARC. Quienes de esto más saben aseguran que no existe emoción tan intensa como la de ser parte de una balacera, pero la sola imagen del video tomado desde el aparato, que aterriza a mitad de un gran círculo de guerrilleros armados con kaláshnikovs apuntando hacia ellos, habla de otros estándares en lo que toca a la derrama de adrenalina. Aunque no sólo son las armas de fuego temibles por el pánico que provocan en quienes las enfrentan desarmados; también, y tal vez más, porque generan una curiosa petulancia en los que las empuñan. No suele ser con una metralleta entre manos que la gente razona mejor, aun si esa ventaja relativa le da un aire de superioridad tanto más deleitoso que nutritivo, pues entraña una peligrosa arrogancia que desdeña el cerebro y el instinto de conservación ajenos, así como la probable existencia de algún arma estratégica superior. Que es el caso, en la historia que nos ocupa.
-
¿Cómo hacen unos cuantos impostores para tomar ventaja sobre decenas de enemigos armados con kaláshnikovs en tierra firme? No hay más que ver la generosa sonrisa del comandante César para entender cuál es el arma contra la que no sabe pelear. Un arma que transforma su fiereza en mansedumbre, seguramente porque interesa órganos y tejidos profundos con una sutileza instrumental que el plomo desconoce. Con trabajos se entiende que todo un comandante guerrillero permita la irrupción de cámara y micrófono en mitad de una transferencia de rehenes, pero está su sonrisa para explicarlo. No quiere verse mal en la televisión, ya se imagina —y nada más en esto no se equivoca— que su imagen dará la vuelta al mundo en unas cuantas horas. Se le ve amable, casi con ganas de acceder a cada petición del falso reportero. Pensará, por qué no, que los jefes verán con buenos ojos esa demostración de autoridad amable que el público no espera en un secuestrador. Pensará cualquier cosa, excepto lo que debería estar pensando. En lugar de alertarlo, la cámara ha apagado su instinto de conservación.
--
Atados de neuronas
-
Haciendo cuentas raudas, se observa que los guerrilleros sucumbieron cuando menos dos veces al poder de la lente. Una por asumir que el arma filmadora estaba de su lado; la otra por el par de camisetas con la imagen del Ché, que en principio tanto decepcionaron a los rehenes (son iguales a éstos, se temieron). ¿Quién, que estuviera en el pellejo narcisista del comandante César, no iba a darse a soñar con su cara de prócer del futuro impresa en varios miles de camisetas? ¿Cómo no acicalarse de menos mentalmente cuando del helicóptero bajan la cámara y el camarógrafo con los logos de la bolivariana cadena Telesur? Nadie que fuera el comandante César iba a perderse de la oportunidad de aparecer en el programa de Hugo Chávez con esa sonrisota perdonavidas en el momento de trepar al helicóptero.
-
“Ejército del pueblo”, exclama en el micrófono uno de los falsos periodistas, y ello otorga a la escena cierto airecillo de pasaje histórico. Contra lo que uno espera del par de carceleros de élite que ya se aprestan a trepar al aparato, ambos se muestran joviales y magnánimos ante la lente del camarógrafo que aún insiste en obtener declaraciones de rehenes o guerrilleros. ¿Quién tiene tiempo para revisar el helicóptero, exigir credenciales o verificar la autenticidad de la maniobra, cuando ahí viene la cámara y hay que estar a la altura de la magna ocasión? Entre las camisetas del Ché y los prometedores logos de Telesur se encargan de tomar prisioneros a los hombres de las metralletas, no atándoles las manos ni los pies, como el razonamiento. Alguien contó a los estrategas del ejército que el comandante César es vanidoso, y contra eso se sabe que no hay defensa.
-
Fugitivo a la vista
-
“Si no come, se muere y la enterramos”, relata el cabo William Pérez que opinaron los hombres de las FARC cuando pidió ciertos medicamentos urgentes para Ingrid Betancourt, que llevaba ya días sin probar alimento. En un video tomado al día siguiente del rescate, el enfermero narra las condiciones de poca o nula asepsia en las que se veía obligado a trabajar, ante la indiferencia de sus captores, pero a uno ya poco le sorprende, pues le ha bastado con escuchar la tranquila sentencia del carcelero que bien podría ser el comandante César o su subordinado, Enrique Gafas. Se muere y la enterramos, resuenan las palabras en el cráneo, todavía minutos después. Uno a uno, los videos posteriores al rescate van estallando bajo lo poco bueno que podría quedar de la imagen de las FARC. En uno de ellos, aparece un alto jerifalte del ejército señalando las dos bolsas de plástico que ambos guerrilleros llevaron consigo al helicóptero, en presencia de sendos detenidos —César amoratado, más lejano que nunca de su sonrisa—. Teatralmente, el general ordena a sus soldados que muestren a la gente el contenido de las bolsas: solamente cadenas, llaves y candados. Quienes se dicen combatientes de la libertad viajan acompañados de rehenes y cadenas. ¿Para qué disparar obuses y misiles, si con la pura cámara los están devastando?
-
“Me quedé frío”, declaró Hugo Chávez, pasadas las primeras veinticuatro horas de desconcierto, y uno sabe que en eso sí no ha mentido, aunque ya lo del júbilo ni quién se lo crea. De una u otra manera, Chávez sabe de sobra lo que ignoran las FARC en torno al arma que los ha vencido. Pocos cuidan como él la fotogenia histórica, y menos son aún los que aprenden a disparar estigmas con ella. Ya lo decía Mike Connors al final de cada capítulo de la vetusta serie En la cuerda floja: “En la confusión, un hombre escapó: yo.”

No hay comentarios.: