martes, octubre 25, 2011

Los héroes carniceros (Diario Milenio/Opinión 25/10/11)

Verdugos sin patíbulo

Las estrellas del video son tres, pero solamente habla el que está en el centro. Estan sentados entre un par de banderas, con una mesa al frente y un logo de la banda detrás. Los tres visten de azul, usan guantes, portan el mismo escudo que los identifica como etarras y llevan una boina sobre la capucha blanca. Escenifican un ritual solemne y ampuloso como sus vestimentas, un poco por hacerse respetar y algo más para hacerse temer, en todo caso henchidos de razón y mejor dispuestos a conceder disculpas que a pedirlas. Los inventores de la “socialización del sufrimiento”, perversión terrorista que en la práctica incluye la estigmatización de los deudos, saben que arrepentirse equivaldría a darse por asesinos. Y ellos se piensan héroes, aunque luzcan ridículos como quienes impostan voz y gesto para mirar de frente a la Historia. Su patetismo es también su coartada, de otro modo tendrían que dar la cara. Cuando el que habla termina de recitar el manifiesto, alza el puño junto a sus dos acompañantes y remata con tres consignas al hilo.

Para su mala suerte, el día del manifiesto los tres encapuchados recibieron apenas la atención de los medios, si en esas mismas horas la imagen del cadáver de Moammar Kadhafi se adueñaba de la atención universal. Nadie mejor que un terrorista activo sabe el poder que tienen los cadáveres. Y digoactivo porque ya van tres veces que miro el video y ni quién hable allí de retirarse. ¿Será que los etarras guardarán armas, bombas y capuchas para dar gravedad a sus reuniones? Uno diría, por el tono altanero del de la voz, que no habla en nombre de una banda derrotada sino justo al revés: han ganado la guerra y conceden la paz como una gracia. ¿Y luego qué? ¿Cada quien a su casa, con todo y capucha? ¿Qué hace con su vida el ejecutor cuando la autoridad elimina el patíbulo? ¿Busca chamba en el rastro o se interesa por la jardinería?

Narciso, el olvidadizo

En términos etarras, el fin de la violencia terrorista es la reprivatización del sufrimiento. Un disparate, claro, si bien no menos que esa idea torcida de lanzarse a matar hijos de vecino con el pretexto de repartir penas. Una vez que se cruza la línea que separa al combatiente del asesino, hace falta una excusa poderosa, no tanto por sesuda como por simplona. Algo que sea o parezca una responsabilidad superior, capaz de desplazar a la propia, y eventualmente reemplazarla del todo. Como decían antes, eldiablo me obligó. Qué más quisiera un buen terrorista, sino vivir en paz y cultivar mejores relaciones con sus vecinos, pero pasa que no se manda solo y debe responder por un deber más grande que su pequeña vida, valga la vanidad. ¿Cómo, si no ostentando como una medalla el desprecio por la propia vida, va uno a darse licencia y buena conciencia para acabar con la de quien sea? ¿Y cómo no encontrar a un héroe en el espejo?

Hay empresas que no conocen la reversa, como el nazismo y el estalinismo. Cualquier paso hacia atrás, o incluso a un lado, será entendido como traición; cualquier escepticismo sonará a sabotaje. Se trata de ir al fondo del remolino, irremisiblemente, apostarse completo y hasta el fin por una sola idea más grande que la vida y sus deleites, capaz de oscurecerla o cercenarla si una razón de peso lo hace ver preciso. No vale arrepentirse, ni apiadarse, ni pensarlo siquiera. La valentía del matón con causa consiste en atreverse a cometer las peores cobardías imaginables sin dejarse acosar por la conciencia (toda vez que esta ha sido suplantada por razones mayores, frente a las cuales no hay más alta canallada que la desobediencia). Entre los que masacran inocentes en nombre de abstracciones tiránico-mesiánicas, el mérito es más grande cuanto mayor es la crueldad invertida, así como la indefensión de las víctimas. No se trata de escrúpulos, cuentan los enterados, sino de cojones. Quien los tiene no mira para atrás.

Yo no fui, fue El Conflicto

Ochocientos, se dice, redondeando la cifra, es el número de muertos atribuibles a ETA. Demasiados difuntos para sencillamente dar la cara por ellos, de ahí que los matones culpen al Conflicto, del cual se consideran cualquier cosa menos instigadores. Si yo salgo a la calle a echar tiros al aire porque no estoy contento con cierta situación, puedo endilgar los muertos al Conflicto, cual si éste fuese un ser independiente frente al cual no he hecho más que tomar partido. Ahora bien, una cosa es echar tiros al aire y otra muy diferente descerrajarlos en la nuca de una víctima equis como método de presión política. O plantar una bomba en un supermercado, oprimir play en el control remoto y desaparecer de la escena dantesca, en la certeza de que no ha sido uno sino Mr. Conflict quien dejó todos esos charcos de sangre en el piso. Y así, hasta llegar a ochocientos. Si los encapuchados y su ritual macabro nos parecen ridículos, no está de más pensar en ese peso muerto. Más todos los heridos y mutilados que por lo visto no son tan importantes y de por sí se suman a la cifra redondeada para el consumo global. Más la amargura y el terror de unos deudos estigmatizados por los fanáticos y su imperio del miedo. Ochocientos, es decir chorrocientos. Más de los que podría uno contar. Las capuchas están en el video para no rendir cuentas por esa numeralia.

Matar a una persona es un asesinato en toda la extensión de la palabra; llevarse entre las patas a ochocientas es no más que la consecuencia de un conflicto. O sea que hay opiniones involucradas, quien lo dude eche un ojo a las capuchas y observe la gran carga idiosincrática que se esconde tras ese solemnísimo simulacro de Halloween donde los asesinos hacen alarde de conciencia histriónica para mostrar al mundo y a la Historia que los verdugos saben ser piadosos, a pesar del Conflicto. O mientras El Conflicto lo permita. En todo caso, larga vida al Conflicto y que viva la piedad, mientras pueda.