jueves, septiembre 04, 2008

Variaciones sobre la violencia

Diario Milenio-Puebla (04/09/08)

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Me he puesto a revisar ahora que he tenido tiempo, algo sobre la bibliografía literaria que contiene como tema la violencia y la impunidad. La condición humana es compleja, en verdad compleja. ¿Quién va a detener a quienes matan, violan, roban o atentan contra la inocencia, etcétera? A lo largo de la historia hay registros múltiples de grandes mentes psicópatas. Pero esas mentes se forman lentamente, en silencio y sin manifestaciones que prendan un foco rojo. Una primera condición: una mente así no sabe lo que es la culpa: no sabe lo que es el arrepentimiento y ve a sus víctimas como si fueran todo, menos personas. Y para eso no todos estamos preparados.
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En un reportaje que transmitieron en la televisión, vi el recuento que hicieron sobre la lucha que los gobiernos de México y de otros países han dado en contra de la delincuencia. Y las cosas siguen igual en el mundo. ¿Corresponde a la parte animal del hombre? Quizá.
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En realidad, como lo han comentado varios articulistas en los medios impresos, hace falta más –mucho más— que una marcha para terminar con el miedo –el miedo legítimo— que siente ya cualquier persona al salir a la calle.
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Muchos factores se reúnen para desembocar en el umbral del horror. Estamos viviendo en la zozobra, mucha gente se despierta por la mañana; es probable que salga a conseguir para comprar algo de pan y no creo con esto estar exagerando. Leo la página roja de los periódicos y me encuentro casos donde alguien asesina por una cantidad irrisoria de dinero, por celos infundados, por sospechas paranoicas. Cafres que sin precaución terminan con la vida ajena sin que nadie les ponga límites. Ésa es también la otra forma de la violencia. La impunidad cobra vida donde sea. Basta echarle entonces una ojeada a los medios, sólo basta eso. Algo tiene que suceder, me lo dicen las propias condiciones del país. No entiendo cómo se resolverían las cosas, pero me uno a ese ¡ya basta!, que se ha convertido en un clamor popular.
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Tomé el libro Los casos que más conmovieron a México (Ed. Populibros “La Prensa, 1978), y ahí se incluyen páginas terribles. Una pregunta que se hacen los especialistas investigadores: ¿cuántos delitos no se denuncian por miedo? Muchos, deben de ser muchos.
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En este volumen está el caso (el famoso caso) de las solteronas hermanas Villar Lledías, quienes tenían una fortuna en su casa. Al entrar a robarlas los malhechores arremetieron con todo, de ahí el dicho popular “se llevaron hasta el perico”. Este fue un hecho que estremeció a la sociedad mexicana de los años cincuenta.
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La violencia y la impunidad crecen como la mala hierba y no hay poder humano que logre detenerla. Sigo pensando que una manifestación simultánea para iluminarnos contra la violencia para algo ha de servir.
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Yo así lo espero. Ojalá en la reedición de Los casos que más conmovieron a México aparezca ya aquí el caso del notario que despacha cerca del Puente de Ovando y del pillo abogadete que me han defraudado. Y deseo que la violencia, el delito y la impunidad dejen de serlo algún día.

martes, septiembre 02, 2008

San Diego Alternativo / II



Diario Milenio-México (02/09/08)
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A los visitantes más tradicionales de San Diego de seguro los mandarán a merodear por La Jolla, donde las vistas del Pacífico son, sin duda, fantásticas. Pero con excepción del extraño espectáculo que ofrecen unas focas okupas que hace años tomaron por asalto la entonces llamada playa de los niños y el Déjà vu que remitirá a escenas cruciales de El amante del teniente francés, en versión de Meryl Streep más que de John Fowles, resultado de la caminata por la estrecha vereda de piedra que se adentra en el mar, en realidad el paseo ofrece pocas singularidades. La Jolla está repleta del tipo de cafés y galerías cuyo objetivo parece ser no distinguirse un ápice de sus pares y filiales en otras latitudes costeras. Hay que ir, por supuesto, pero no hay demasiadas razones para quedarse mucho tiempo ahí.
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Para vistas conjuntas del Pacífico y de la Bahía de San Diego yo prefiero Point Loma, especialmente el área que se extiende más allá de las bases militares y que rodea al faro que se inauguró con bombo y platillo en 1845, sólo para ser sustituido por otro mejor ubicado apenas unos 36 años después. Cosas extrañas suceden cuando uno le da la espalda a la tierra desde ese punto preciso del globo. Una novela, por ejemplo. La cresta de Ilión. El océano es apabullante de lo inmenso. El horizonte se pierde al parpadear. Hay algo de definitivo en la manera en que el agua toca los bordes del continente justo ahí, bajo el faro ciego. Si uno no vuelve el rostro, si uno logra controlar el vértigo o la ansiedad que provoca la inmensidad marina y no vuelve la mirada a tierra firme en busca de refugio o consuelo, entonces algo tiene que pasar por fuerza. Algo extraño. Algo como la frase no tener asidero. Algo como la imaginación.
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Para los neo-hippies, o los jóvenes con aspiraciones retro, no hay, sin embargo, mejor elección que Ocean Beach –cercada por comercios locales (y no la tradicional cadena de homogeneas trasnacionales que domina muchas de las playas no sólo de San Diego sino del mundo entero) y una plétora de pequeños restaurantes que van desde las hamburgueserías con decoración de los 50 hasta los todo-es-orgánico-aquí, este pueblo playero carece de pretensiones y de onomatopeya. Los militantes de causas sociales, los cazadores de antigüedades, los surfistas convencidos, los fumadores de mariguana y/o de tabaco, los pacifistas, los buenos para nada, los eskateros, los que huyen de las cadenas de la realidad, los dueños de perro (hay desde 1972 una playa para perros en esta área), todos ellos se sentirán comodísimos en un espacio que se mueve a contracorriente de los designios de la moda o el capital. A mí me gusta caminar por el largo muelle de madera donde se apostan los hombres con sus cañas de pescar a esperar a que pique la cena de la noche. Paralíticos o con sospechosos aromas a alcohol barato, los pescadores de Ocean Beach no son deportistas que pasan el rato sino personas con apetito. Alguien que pase las manos sobre el barandal de madera del muelle, podrá sentir las escamas que quedan después del ritual despedazamiento de los peces.
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A los turistas con familia de seguro los enviarán a Sea World o al muy famoso zoológico de San Diego. He aquí, sin embargo, dos alternativas para los que sospechan de las virtudes de los espectáculos del amaestramiento o para los que tienen bolsillos más bien pequeños. El acuario de la Universidad de California en San Diego es relativamente pequeño, pero guarda una variada colección de vida marina de la región, además de gozar de una de las vistas más hermosas del océano. Los niños se divertirán, además, tocando las estrellas de mar o el coral o el sargazo que se dejan a su alcance en pequeños contenedores en la terraza. El museo que documenta con textos, imágenes y objetos la historia de la oceanografía en UCSD también debe resultarles de interés. Claro que si todo falla, siempre queda la posibilidad de dar el salto que depositará a la familia entera en las arenas de la playa nudista donde, sin duda, nada será aburrido (al menos la primera vez).
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La segunda opción involucra un deslizamiento (inevitable) hacia la frontera. Se trata del estuario del río Tijuana –un sitio en apariencia olvidado (las oficinas muestran empolvadas aves disecadas que han conocido, no sé cómo decirlo de otra manera, mejor vida) que, sin embargo o por lo mismo, se ha convertido en el blanco de diversos grupos ecologistas. Lugar de descanso para aves migratorias, el estuario contiene también los estanques vernales donde se encuentran algunas especies en peligro de extinción, entre ellas la menta de Otay Mesa y los camarones de San Diego. Es del todo justo, o así me lo parece, terminar un recorrido alternativo de un San Diego eminentemente fronterizo con un paseo por un lugar que es, en sí mismo, signo de liminalidad y cruce. En el estuario embocan, es decir, se besan, las aguas del río y las aguas del mar. El estuario es entrada y abertura y grieta. Por ahí sobrevuelan las aves sin papeles que nos llevan, con fortuna, al otro lugar. A todos los lugares.

lunes, septiembre 01, 2008

Arde Manifestópolis


Diario Milenio-México (01/09/08)
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Del odio a la extorsión
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Escribo estas palabras lejos de mi ciudad y todavía en ascuas en torno a la marcha ciudadana del sábado pasado. Podría salir en busca de alguna conexión a internet y enterarme por vía del periódico, pero dudo que las próximas líneas necesiten de tal información, y hasta es plausible que sirviera de estorbo. Varios, entre quienes nunca antes hemos marchado por las calles en demanda de reivindicación alguna, sentimos todavía la cosquilla por hacerlo cuando parece haber un motivo apremiante y no asoman pastores a la vista. En un par de ocasiones lo intenté, mas he aquí que la presencia escandalosa de líderes en pos de arrebañar al personal hacía de la ocasión un despropósito espeluznante, ciertamente lejano del ideal de salir a las calles a manifestarse. Por no hablar de ese lastre indignante de los acarreados, toda esa pobre gente que marcha y se une al coro gobernante porque fue extorsionada desde el poder y no le queda más remedio que asistir. Dan ganas de marchar contra esas marchas donde los líderes, fascistas naturales, exigen protestar contra el fascismo, mientras la mayoría de los marchantes no acaban de saber para qué exactamente están ahí.
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Es común que en las marchas que se quieren “combativas”, los contingentes se detengan frente a la embajada norteamericana y prendan fuego a una bandera de barras y estrellas, sin más móvil que un odio abstracto, simbólico y estúpido que ya en la práctica no sirve para nada. Se entiende a quien protesta, no a quien odia. La promoción del sentimiento enfermizo por excelencia difícilmente sirve para demostrar más que la frustración y la escasez de ideas de esos agitadores callejeros de quienes nunca hemos oído una sola propuesta constructiva y viable, pues lo suyo es pedir airadamente lo imposible, para luego poder seguir protestando, que su negocio. Que esa gente se haya hecho con el monopolio de la inconformidad ciudadana es una humillación para los ciudadanos y una ofensa flagrante al raciocinio, amén de una razón para marchar, sólo que de verdad. Sin pastores, ni tortas gratuitas, ni infelices pasando lista a los presentes.
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Se alquilan inconformes
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No fue extraño que cuatro años atrás el caudillo del odio —LoLo, que lo llama Luis González de Alba en sus artículos de cada lunes, esos sí combativos, suculentos y valientes—, en su papel de jefe de Gobierno, despreciara a los cientos de miles que marcharon, al igual que anteayer, contra la ineficiencia policial y gubernamental. ¿Cómo le iba a gustar al señor de las marchas que una de ellas osara escapar a su control y, el colmo, que los marchantes acudieran por propia iniciativa, sin un solo pastor que los iluminara? Corría el final de junio de 2004 cuando aquellas imágenes me pescaron a solas en un cuarto de hotel, sólo para llenarme de una regocijada envidia porque no había podido estar ahí, aunque igual celebraba ante la pantalla y ya me preguntaba si aquél sería el principio de un verdadero movimiento ciudadano, toda vez que el poder hacía cuanto podía por minimizar tales avalanchas de espontaneidad cívica. Tampoco sería extraño, finalmente, que más de uno entre los convocantes fuera oportunamente cooptado por el poder local y convertido en su propagandista.
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Más de una vez se ha hablado de la necesidad de designar una zona específica de la ciudad como manifestódromo, cual si fuese posible acorralar a tantos contingentes de inconformes, genuinos u obedientes, cuya meta a menudo no es resolver problemas como exacerbarlos. De ahí que el arma favorita de los fascistas revolucionarios locales no sea ya la marcha, sino el plantón, que es una suerte de berrinche colectivo cuyo precio pagamos todos, menos la autoridad en teoría responsable. Será tal vez por todos ir detrás de esa caricatura de contraimperialismo que a nadie se le ocurre proponer una solución tan simple y democrática como la que permite a los gringos manifestarse a favor o en contra de lo que sea preciso, sin por ello tener que atropellar los derechos de nadie: la obligación civil de circular, pues en rigor nadie tiene el derecho de apropiarse de los espacios públicos, aun siguiendo la causa más noble. Ya quiero ver los rostros escandalizados de nuestros radicales conservadores ante una propuesta que les retiraría el santo privilegio del chantaje.
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La impostura al poder
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Pocas cosas me gustarían más que ahora mismo narrar lo sucedido en la noche del sábado, pero de poco serviría tanto entusiasmo si después es preciso esperar otro cuatrienio para que los pequeños ciudadanos volvamos a asumir nuestra mayoría de edad. Una ciudad donde la gente sólo se manifiesta cuando es arrebañada por pastores oportunistas, zafios y autoritarios no merece llamarse democrática, y desde luego no es gobernada por la izquierda, sino tiranizada por impostores anteayer genuflexos frente al poder priísta y hoy postrados ante un santón pedestre cuyos designios son inescrutables.
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No dudo que la marcha del sábado pasado sea aún la noticia del día, pero al fin las noticias van y vienen, camino del olvido. Es también de esperarse que unos y otros pretendan llevar a partir de ella agua a su molino. La pregunta sería, en todo caso, qué va a pasar con tanta indignación ciudadana. ¿Permitiremos, de aquí en adelante, que el fascismo amarillo siga ejerciendo el monopolio de la protesta, hasta que por fin surjan los otros fascistas, con sus debidos paramilitares, y quedemos nosotros en medio? Suena hasta demagógico decirlo: “permitiremos”. La protesta obediente ya nos ha acostumbrado a esos oradores que se empeñan en no permitir nada, como si tal fuera su atribución. Esos que antes estaban en el poder tricolor que aglutinaba a todas las mafias sindicales son los mismos que ahora juegan a las consultas populares y se entienden a las mil maravillas con personajes cuyos solos apellidos lo dicen todo: Bartlett, Murat, Camacho, Muñoz Ledo, vástagos todos del poder que ahora dicen desafiar mientras sueñan con un golpe de Estado que les devuelva el poder absoluto.
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Y en fin, ya me manifesté. Quiero seguir pensando, aunque sea por unos cuantos días, que soy sólo uno entre millones de inconformes que ya no se contentan con pantomimas.

domingo, agosto 31, 2008

Una cita, una cita.

"Cuando escribo algo referente a mi autobiografía -crónicas de viajes, ciertos acontecimientos en que por propia voluntad o puro azar fui testigo, presencias de amigos, maestros, escritores o artistas a quienes he conocido, y, sobre todo, las frecuentes incursiones en el imprevisible magma de la infancia-, sospecho que el ángulo de visión nunca ha sido adecuado, que el entorno es anormal, a veces por una merma de realidad, otras por un peso abrumador de detalles".
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Sergio Pitol, De cómo escribí mis primeras novelas (Ícaro, Almadía, 2007).

Breves notas personales

La escritura sigue durmiendo el sueño de los justos, esperando que la experiencia que me otorgará mi vida, me dé la visión o un recuerdo para tomarlo y sobre éste empezar a ficcionalizar, según Pitol en El oscuro hermano gemelo. Y hace mucho que no blogueo de manera correcta. Las actividades me han absorbido demasiado.
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Como muchos se habrán dado cuenta, en días pasados, estuvieron en Puebla Cristina Rivera Garza y Álvaro Enrigue. Oírlos hablar acerca de su proceso de escritura y luego sobre sus novelas más recientes fue todo un deleite. Convivir con ellos fue igual de rico que beberse una nieve de limón nadando en una coca-cola.
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Estos días han traído cambios. El blog no lo sabe, porque no he podido escribirlo, pero tengo 4 meses y un cachito de tener novia; eso le ha dado un rumbo a mi vida inexplicable. De repente todo se torna de un color alegre, atrás quedó el sepia que iluminaba mi cotidiana vida.
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Israel partió rumbo a la sierra poblana, a cinco horas de Zacatlán, para impartir clases, un interinato. La fuga cada vez se vuelve más fugaz, que no extinta, más bien, se esparce.
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Académicamente estoy entrando en los últimos 100 metros de la carrera. Los seminarios que he escogido son llamativos, sumamente literarios, con Raquel Gutiérrez Estupiñan leeremos unas escritoras argentinas descocidas para mí: Paulina Movsichoff y María Rosa Lojo, mientras que con Prada Oropeza el asunto de analizar las novelas policiacas, detectivescas –o como él dice, de detección- será algo entretenido y con Gambetta pues lo interesante son las diatribas y vacilaciones que se presentan a la hora de confrontar el discurso historiográfico con la narrativa y la Historia.
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Mientras me peleo con la universidad y sus tareas leo el más reciente libro de Pitol, con la admiración natural que un niño pueda tener cuando empieza a descubrir el mundo, Ícaro se llama y fue editado por Almadía, a la cual le prometí reseñarlo en mi columna. Espero en esta semana poder terminarlo para así cumplir con mi palabra. En espera inmediata para leer está el libro de cuentos: Ningún reloj cuenta esto de la tremenda Rivera Garza, al libro de Pitol le antecedió Vidas perpendiculares de Enrigue, un libro que me ha dejado anonadado con su limpia y espectacular construcción narrativa, un bello monstruo narrativo.
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Como disciplina, intentaré, al menos cada viernes y sábado, estar subiendo un texto ya narrativo, poético o personal. Por lo pronto parto a seguir deleitando la pupila con cada una de las frases que Pitol hilvana de manera extraordinaria.