viernes, abril 25, 2008

El Museo Bello y la Fundación Harp Helú



Diario Milenio-Puebla (24/04/08)
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La mentira es un riesgo humano permanente, dice Miguel Donoso Pareja en su novela Henry Black. Pero es un riesgo permanente –recalca— no para el que la dice, sino para quien la oye. En algunos estados de la República Mexicana, a partir de los años sesenta se comenzó plantear la necesidad de conservar los edificios y su historia.
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Según José Antonio Terán Bonilla, en una de sus investigaciones dice que Puebla comenzó a sufrir transformaciones en el Centro Histórico a partir de los treinta del siglo pasado y que nadie pudo pararlas. Y en algunos casos las sigue sufriendo. ¿Quién se encarga de regular este problema? No lo sé.
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Si Puebla es patrimonio de la humanidad, ¿por qué entonces no cuidar sus calles y sus edificios? Y más aún: ¿por qué no cuidar sus museos y sus bibliotecas, que no son exclusividad de nadie y sí de los poblanos?
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¿Se puede andar por la vida mintiendo a diestra y siniestra?
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Puebla tiene museos envidiables y bibliotecas únicas, como Lafragua y la Palafoxiana.
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Hace días algunos medios tocaron el tema del Museo Bello, que a partir del sismo de 1999 quedó severamente dañado. Y tal como lo hace en sus informes, quien se encarga del despacho de Casa Albisúa mintió otra vez diciendo que la fundación Harp Helú es un organismo que está apoyando la reconstrucción del museo con 10 millones de pesos. Mentira vil, según declaran las representantes de la fundación. Y quien hizo tal declaración no quiere dar explicaciones a nadie.
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¿Por qué el uso de la mentira ante algo tan delicado? ¿No se valora el patrimonio de la entidad? Ignorancia y mentira/ mentira e ignorancia.
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Dicen las representantes de la Fundación Harp Helú que se desconoce por qué se dio esa información.
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Muchas cosas, aparte del Bello, están en riesgo. El museo se debe defender porque es de los poblanos y de los mexicanos.
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Es muy probable que se haya solicitado el apoyo para su restauración, pero también es muy probable que tal solicitud nunca haya sido atendida. “Se apoyan otros proyectos –lo dice claramente para El Universal Gabriela Pascal–, pero no ese museo.”
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Es un asunto delicado. El museo debe recibir atención, cuidados y, acerca de su actual situación, no se deben permitir las mentiras. Ese museo puede desmoronarse como un polvorón de azúcar.
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Ojalá alguien pueda retomar seriamente el asunto y tratar de resolverlo lo antes posible. Pobre Museo Bello.
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Algo me pasa, a lo mejor todo es una terrible confusión mía debido al cambio de horario que me afecta tanto. Pero no, esta información sobre el Bello también se reprodujo en el recientemente creado El Columnista. No se trata de ninguna confusión entonces, es algo real: ese museo ya no es museo. Y la Fundación Harp Helú nada tiene que ver con su conservación. ¡Je!, así suelo despedirme a veces: ¡je!

miércoles, abril 23, 2008

Juan Gelman y la poesía

Bajo el sol- Diario E-consulta-Puebla (23/04/08)
Roberto Martínez Garcilazo
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Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte, dijo Gelman, en Alcalá de Henares frente al rey de España. Y también informó que en estos tiempos de mezquindad y penuria (Holderlin), muere cada tres segundos un niño menor de cinco años por enfermedades curables, por hambre o por pobreza.
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Habló de la vigencia de la poesía en estos días dramáticos en los que la muerte y la injusticia imperan, como leones rampantes, en el campo del escudo, desolado y oscuro por el sufrimiento, del siglo nuestro.
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Dones paradójicos y de prodigio tiene la poesía. Gelman recordó los versos de Cervantes: La Poesía puede pintar en la mitad del día la noche, y en la noche más escura el alba bella que las perlas cría.
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Y la esencia misma de Ella, también fue dicha por Juan Gelman, apoyado en el Viaje al Parnaso: Inescrutable, inscrutabilis, que no se puede saber, que no se puede averiguar; la poesía es inescrutable y vigente. Urgente en este mundo de niños muertos.
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La muerte, la penuria, la pobreza, pero también el analfabetismo conspiran contra la vida y la poesía. ¿Cómo leer poesía en un país donde el promedio de años escolares por habitante es de 7 años? ¿Cómo leer poesía en un país donde el número de pobres es superior a los 50 millones? ¿Cómo leer poesía en un país con los peores niveles de rendimiento escolar en lectura según los estudios de la OCDE? ¿Cómo, si la poesía está proscrita en las aulas de educación básica?
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Este país, es como dijo Sancho refiriéndose a su tiempo, valle de lagrimas, mal mundo donde apenas se halla cosa que este sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería. Aquí, según la OCDE y la Encuesta Nacional de Lectura 2006, se leen 3 libros al año por habitante y en Noruega 18. Y en Puebla 2. ¿Qué hacer? Es urgente darle rango de política social a promoción cultural. La solución no es un plan de etapas, sino otro de acciones simultáneas y permanentes. Finalmente, queda claro que este tiempo de maldad embuste y bellaquería es, en gran medida, fruto de la ausencia de una comprometida política educativa y cultural y, juntamente, de la omnipresencia de la televisión en los hogares mexicanos. La televisión, ese instrumento de degradación y esclavitud espiritual de las masas.
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¿Para qué poesía? Para recuperar la vida.

martes, abril 22, 2008

Gente que habla sola



Diario Milenio-México (22/04/08)
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Truman Capote decía sobre Nueva York algo que han dicho muchos sobre Nueva York pero que yo, ahora, extiendo a los Estados Unidos en general. Decía: Uno va a Nueva York para estar solo.
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Porque fui a Estados Unidos a estudiar un posgrado, sabía que el Estados Unidos al que me dirigía iba a estar demarcado por paredes blancas, estantes de libros, páginas. Sabía, y me seducía el prospecto, que pasaría muchas y más horas leyendo, otras tantas cavilando, otras más escuchando. Sabía, y le agradecía a los profesores que me aceptaron en el programa de historia de la Universidad de Houston, que tenía frente a mí mucho, mucho tiempo del silencio. Lo consideraba entonces, como todavía lo considero a veces, un verdadero privilegio. Esto: estar a solas, tener tiempo de callar, poder pensar. Tener, parafraseando a Virgina Woolf, una esquina propia. Vivir dentro.
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(Paréntesis de último minuto aunque verdaderamente necesario: Supongo que ahí, en ese silencio, se encuentran los tres o cinco años que siempre se me pierden cuando intento contar el número de años que pasé en Estados Unidos. Supongo que ahí están también, detenidos, todos esos años que mis amigos de México dicen que me faltan para que me vea como de la edad que en verdad tengo).
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Sabía, pues, lo que se podía saber desde lejos.
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Y, seguramente por eso, porque sabía-desde-lejos, es que los rostros de la gente que hablaba sola, ya frente a la ventanilla del autobús con aire acondicionado, ya frente a los productos del supermercado, ya junto a los perros o los gatos o los árboles de los parques más diversos, me sorprendieron. Al inicio llegué a pensar que se trataba de eventos esporádicos, actividades con las que me topaba debido a mi distracción o a mi entrometimiento. Luego, a medida que me convertí en un testigo regular de los hechos, tuve que aceptarlo: se trataba de una epidemia o de una forma de vida. En todo caso, lo que percibía no era extraordinario sino más bien cotidiano y regular.
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Yo, por supuesto, tenía la costumbre de hablar sola, algunas veces incluso por teléfono. Pero me había imaginado que esa conducta, de suyo sospechosa, le pertenecía por derecho propio a lectoras obsesivas, personas con imaginaciones desatadas y escritoras en ciernes. Hasta llegar a mi Estados Unidos privado, quiero decir, yo había considerado al hecho de hablar en voz alta con uno mismo como una excentricidad y no como un síntoma.
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Al inicio pensé que los hablantes-del-vacío se comunicaban con los fantasmas que les devolvía el reflejo de las ventanillas. Luego pensé que trababan conversación con el alma incandescente, y evidentemente real, de las latas o los envoltorios. También llegué a considerar que, habiendo trascendido el prejuicio humano-centrista, los hablantes-solitarios hacían algo de verdad radical cuando dialogaban con sus mascotas. Poco a poco, sin embargo, tuve que aceptarlo. Era la soledad. Un tipo de soledad que yo no conocía. Una manera de estar solo tan singular, tan sin salida, que convertía al silencio no en un privilegio sino en un castigo, una especie de amputación.
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—Estoy hablando contigo ¿me entiendes?—decían a veces, dirigiéndose a Nadie.
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Yo los escuchaba, no tenía alternativa alguna en la mayoría de los casos, pero evitaba verlos. Una especie de pudor también inédito me obligaba a volver el rostro hacia otro lado o a bajar los párpados rápidamente, actuando como si nada estuviera pasando. Fingiendo. Me daba vergüenza. Me daba lo que los mexicanos denominamos pena-ajena, que no es sino otra forma de decir pena-propia en el reflejo del de enfrente. Los hablantes solitarios me rompían en dos.
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Si es cierto que, como argumenta Judith Butler, al hablar hacemos una petición, la de ser reconocidos como enunciantes de esa habla, la de ser lo que seremos con la respuesta del otro, las peticiones de los hablantes para los que sólo hay respuesta en el espectro de las ventanillas o el maullido del gato se convierten en naufragios del yo, identificaciones a medias, soledades absolutas. Maneras de no ser. Y, sin embargo, al hacer audible la petición, al darle la sonoridad de la voz en el espacio público, el espacio así llamado exterior, los hablantes imposibles, ante los cuales bajaba la vista porque me partían en dos, insistían en su reclamo, en su solicitud. Insistían en su humanidad.
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—Estoy hablando contigo ¿me entiendes? —gritaban a veces, dirigiéndose a ti o a mí.
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Yo los escuchaba, es cierto, pero la mayoría del tiempo les daba la espalda y salía huyendo para internarme en la biblioteca o aquel cuarto blanquísimo donde abría libros y subrayaba oraciones.
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–Estoy hablando contigo, ¿me entiendes? –insistían, fuera de mí, y dentro. Dentro de mí.
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Las voces.
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Hablar a solas se parece mucho, después y antes de todo, a escribir.
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Escribir es sólo otra manera de hablar en voz alta con Todo lo Que No Existe.
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Esto descubrí: la soledad extraña que ataca a los hablantes imposibles de ese otro país, de esas otras ciudades, se parece mucho a la soledad que se requiere para escribir ciertos libros.
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Supongo que Truman Capote tuvo, una vez más, razón. Uno va a _______ para estar solo.