miércoles, diciembre 10, 2008

¿Pederastas posmodernos?-ISRAEL LEÓN O’FARRILL (La jornada de oriente 10/12/08)

Recientemente trabajé con mis alumnos la excelente novela de Jordi Soler Nueve Aquitania, misma que tiene fuertes tintes de posmodernidad, empezando por su personaje principal, el Nómada, y continuando con su estructura, totalmente fragmentada y repleta de referencias a medios electrónicos y sus productos. Lo anterior, especialmente después del discurso en películas como Trainspotting, Pulp Fiction e Irreversible –por citar algunas–, establece quizá ya una estética posmoderna que motiva reflexiones diversas, y no pocos juicios negativos de los espectadores, acostumbrados a los discursos lineales, sosos y cursis del cine gringo del común.
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Sin embargo, en este instante, me interesa centrarme en el personaje del Nómada, pues encarna elementos atribuidos a la época actual, catástrofe moderna ocasionada por el acelerado crecimiento de la tecnología. Este individuo se manifiesta totalmente insensible a los elementos de la moral de nuestra sociedad a lo largo de toda la novela, y toma y deja trabajos de cualquier especie y denominación, sin importar la legalidad o no del entorno de su actividad. Lo mismo trafica con hachís en Lisboa que contrabandea medicamentos hacia Cuba, que organiza una banda de muchachitos limpia parabrisas para hacer todo tipo de triquiñuelas, entre las que se encuentra la prostitución. Sobra decir que los muchachos son menores de edad, y que, por la necesidad y un dejo de resignación –cuasi destino manifiesto que determina que si se es mexicano y niño, lo más seguro es que habrás de ser explotado de todas las maneras posibles sin que nadie meta las manos– entran de lleno a las actividades que les plantea el mercado y la demanda, canalizados por el Nómada. Es en este punto, justo aquí, que quiero dirigir los tiros.
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Hemos sido testigos en días pasados de una de las representaciones más asquerosas, gandallas y basuras que propicia nuestra calidad de seres humanos, seres, por cierto, bien mexicanos, piadosos y guadalupanos. En el municipio de Hueytlalpan, durante la celebración de las fiestas patronales del pueblo, en pleno acto, ante cientos de personas, un simpático –mierda– conductor del acto decidió que era también simpático –mierda también– encuerar a unos escuincles para beneplácito de otro simpático –¿dije mierda ya?– auditorio, entre los que se encontraban funcionarios del municipio y varios familiares y padres de familia. No entraré en detalles, pues el respetable lector de estas líneas los conoce a la perfección; ni entraré en el análisis legal y político que deriva de tal acción (no es tema de este espacio). En donde me meteré es en analizar las implicaciones sociales y culturales del hecho, que es en realidad lo que nos debería preocupar.
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Leyes van y vienen, computadoras, electrodomésticos, el hombre pisó la luna, y claro, la democracia y sus frutos han llegado para quedarse; a la vez, tenemos un flamante sistema económico que todo lo resuelve (¡ja!), la Trevi arrasó con el show de los megasueños o como se llame y cumplimos la meta del Teletón. Bien, echemos cohetes. Pero, la pederastia, una de las representaciones más deplorables del ser humano, sigue instalada en la médula de las actividades nacionales. Entiendo que a todo el país le preocupe realmente poco el asunto de las elecciones, de la inseguridad, de la caída de la economía, incluso de la constante incertidumbre que ha traído el fracaso de la modernidad –por cierto, tema central del discurso posmoderno–; lo que me cuesta asimilar es que semejante circo romano de lujuria y perversión se haya dado, en plaza pública frente al contubernio de toda esa gente reunida allí. Más de 500 espectadores aplaudían como focas amaestradas al espectáculo dantesco que se les mostraba, y sólo unos cuantos reclamaron. El Nómada, el personaje de novela es posmoderno, es individualista, es ególatra y le interesa sólo su propio beneficio; el público de Hueytalpan es totalmente premoderno, arcaico, decadente. No me parece que estemos presenciando la conjunción de cientos de Nómadas en un pueblo al que seguramente no ha llegado la novela de Jordi Soler; lo que me parece es que nuestro propio sistema de valores no resiste la más mínima prueba, y que la hipocresía de toda la sociedad se vio evidenciada en un día aciago en que se dio un “simpático” espectáculo. Esta raspadura en la superficie de muchas cosas calladas sólo nos deja ver la profundidad del problema que tiene visos de ser inmenso. A esto se le suman el incesto y el abuso sexual que, aunque de manera soterrada, siguen sucediendo en nuestro estado y en el país.
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El Nómada no tiene un sistema de valores compatible con el nuestro y su justificación es que es posmoderno; la mayoría de los presentes en el acto dicen regirse por ese sistema de valores, pero lo cierto es que no tienen madre. Por si fuera poco, el Nómada es un personaje de novela, aunque aquí es donde se aplica lo que dijera alguien por allí: “la realidad supera la ficción”. En estos momentos, lo juro, me quedo con los libros, la realidad es lo suficientemente terrible para creerla. Hasta Norman Bates me parece entrañable.

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