jueves, julio 24, 2008

¿Vas al súper o a la Gandhi? (si vas a la Gandhi, cuídate)

Diario Milenio-Puebla (24/07/08)
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Aunque ya estoy más o menos educado en la psicoterapia racional de Albert Ellis, debo dejar constancia de este pequeño hecho (casi insignificante) pero que como a mí, les puede ocurrir a otros. Hecho nimio, quizá, pero que no deja de ser molesto. ¿No se supone que las librerías Gandhi tienen gente especializada en su trabajo y que conocen de títulos y autores? Bueno, eso creía yo también.
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No sé si esto que voy a narrar aquí sea sólo un hecho aislado, ojalá así sea. ¡Ah!, y no son cincuenta pesos en los que me fijo, no, sino en el hecho en sí.
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Fíjese bien lector: tengo aquí un ticket donde consta que le regalé cincuenta pesos a la Librería Gandhi.
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Estoy interesadísimo en la obra del medievalista Jacques Le Goff y vi, en el catálogo de Paidós, el libro Una historia del cuerpo en la Edad Media. Lo busqué en varias librerías sin resultado. Y es que a veces las mismas personas que atienden dicen, luego de buscarlo en el sistema, “No, no tengo ese título” y ahí está el libro a ojos vista. Pues me dirigí a la Gandhi de la zona de Angelópolis. Según mi ticket, fui el 5 de junio de este año y dice ahí que es válido hasta el 15 de diciembre; es decir, faltan por transcurrir casi seis meses. Pero ya de nada sirve ahora.
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Voy a la historia: como no tenían en ese momento el libro de Jacques Le Goff, me dijeron que podrían pedirlo y yo acepté. Me dijeron que en un plazo de diez o quince días ellos me hablarían a un celular que les proporcioné. Nunca lo hicieron. Si por alguna razón no escuché la llamada o tenía el teléfono apagado, etcétera, jamás escuché un mensaje de voz que me dijera: “Aquí de librería Gandhi, tenemos su libro de Jacques Le Goff”. Nada me dijeron nunca. Y como no recibí la llamada, regresé hasta allá. Para mí, que ya Plaza Dorada se vuelve límite (casi no salgo del Centro Histórico), me es difícil y latoso desplazarme hasta allá. Pero todo sea por Le Goff, pensé.
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Al preguntar si tenían el libro que dejé apartado con cincuenta pesotes, me dijeron que sí, que iban por él. Esperé. Lo buscaron en un anaquel y en otro hasta que dijo la persona que me atendió: “ese libro se vendió porque usted no vino”. Le respondí que habían quedado de llamarme y que no lo hicieron. Dijo entonces la encargada del mostrador: “Espere, vamos a ver el registro de llamadas”. Luego de un rato dijo: “Parece que sí le llamaron, busque en sus llamadas perdidas.” Imposible, le dije: no lo hicieron, además, ¿cómo iba a encontrar, de acuerdo al cálculo que ellos tenían, una llamada perdida de quince días atrás?
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Para evitar cualquier tipo de discusión y terminar con todo eso, le solicité a la señorita que me hiciera la devolución de mi dinero. Ya con eso pago el taxi, me dije. “Sí, sí, cómo no –dijo la dependienta— anóteme aquí al reverso su nombre, dirección, teléfono, RFC, tipo de sangre, CURP, color de ojos, peso y estatura”. Exagero, pero sí me pidió mis generales. Casi quería la copia de mi credencial de elector. Le dije que esos datos ya los tenían desde que hice el pedido y me dijo: “Lo siento, sin esos datos no le regreso su dinero, es política de la empresa.” Tomé el ticket y le dije que podían quedarse con el dinero pero que esto lo contaría yo luego como una mala anécdota, cosa que hago ahora. Prometo enmarcar el ticket como un recordatorio para no volver a la Gandhi, mejor me voy al súper.

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