miércoles, julio 23, 2008

Nuevo decálogo del novelista-(columna "Exfuturos"-Diario “El Columnista” de Puebla- 14/07/08) por Pedro Ángel Palou

0.- La novela es un género internacional. Un arte compartido por todos los países y en donde las influencias se dan por doquier. Pensar en una novela latinoamericana o peruana o –Mein Got!-, poblana como leí recién en Jaime Mesa- es como pensar en la equitación protestante. ¿Por qué Chejov es tan distinto a su amigo Lev Nikolayevich Tolstoi? El primer nos lo dice cuando escribe sobre una visita del autor de Guerra y paz el 16 de abril de 1897 al hospital en el que Anton se recuperaba de una dolencia. “Todas las nubes tienen un recubrimiento plateado…Tuve una visita en la clínica de Lev Nikolayevich, y tuvimos una conversación excepcionalmente interesante. Al menos para mí, porque escuché en lugar de hablar. Él acepta la idea de inmortalidad en el sentido kantiano, que propone que todos nosotros –humanos, animales- continuaremos viviendo en algún estado primario – razón, amor- propósito cuya esencia se nos escapa, por supuesto. Para mí, sin embargo, este estado primario o es fuerza no es más que una informa masa gelatinosa en la cual mi yo, mi ser, será absorbido. No tengo ninguna necesidad de inmortalidad si pienso en esa forma sin forma”. Ambos luchaban, sin embargo, para conseguir lo mismo: esa forma –perenne o no, eso no nos importa-, tarea en la que el novelista se pasa la vida. Prefiero a Chejov, porque odio en sentimentalismo. El sentimentalismo mata a los novelistas. Los novelistas con sentimientos como los novelistas con ideas no me interesan.
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1.- No existe novela con adjetivos. No hay novela histórica, novela erótica, novela policiaca. La verdadera novela es un organismo fagocito. Todo lo engulle y lo devuelve trastocado. Por eso mismo El Quijote no es una novela de caballerías o Alicia en el país de las maravillas no es una novela fantástica.
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2.- Una nueva novela que sea en sí misma verdaderamente nueva re-escribe hacia atrás todo la tradición novelística. Porque en la literatura, como en la vida, las cosas se viven hacia adelante y sólo se comprenden en retrospectiva.
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3.- Nada más pernicioso que el nacionalismo –un adjetivo europeo, por cierto- para la novela, que ya lo dijimos sólo respira sin adjetivos. Porque el nacionalismo es una mentira y la novela odia, aborrece la mentira. La novela entraña una búsqueda de la verdad literaria. Dentro de sus páginas todo lo que ocurre es absolutamente verdadero.
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4.-Una buena novela resiste una mala traducción porque lo que la novela ha demostrado sin decirlo todos los siglos es que el estilo no es una sintaxis, ni una semántica, es una visión. Tolstoi leyó a Lawrence Sterne en francés, y expurgado por su traductor moralista: aún así pudo ver que era radicalmente distinto gracias al Tristam Shandy. Y obró en consecuencia.
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5.- Machado de Assis, en Brasil, leyó también la misma traducción y produjo esa maravilla, las Memorias póstumas de Bras Cubas, otro hijo shandy.
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6.-Dice Adam Thirlwell y los suscribo. La historia de la novela es, simultáneamente, la historia de una forma artística internacional altamente elevada y también la historia de sus errores. Una historia del desperdicio. ¡Nabokov, ayúdame!
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7.-Los estilos novelescos son sistemas de operación dentro del leguaje para una búsqueda de efectos extralingüísticos, son por ende máquinas. Y estas máquinas estilísticas son portables. Como los celulares y los coches, o las máquinas de escribir, pueden importarse y llevarse a donde sea.
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8.- Los seres humanos son más imples de lo que creemos. Puede parecer poco delicado cuando un novelista así lo afirma de sus personajes. – Sancho y don Quijote son una muestra patente-, pero por ello un gran novelista requiere pocos trazos para dibujarlos. No hay que explicar, ese es el gran aprendizaje del narrador. Puede parecer poco justo para la especie humana, pero es una verdad de novelista irrefutable. Los clichés son divertidos tanto en la vida real como en la literatura, por eso conviene burlarse.
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9.-Europiccola, llamaba Joyce a Trieste. Le gustaba el cosmopolitismo. Porque sabía dos cosas como novelistas: el escritor es siempre un exiliado. Es el exiliado por excelencia, sólo en ese reino es posible escribir algo decente. Y el cosmopolita es alguien que dejó ya de tener patria., esa desfachatez decimonónica inventada por los estados de la nación, otra mentira europea. Pero también por algo más fundamentales, más profundo: porque supo que el provinciano es alguien vacío, carente de contenido. Esta verdad es más corrosiva, más letal. El provinciano se ancla en la nostalgia porque no tiene nada. El cosmopolita, habiéndolo perdido, lo tiene todo: es dueño del mundo, ancho y siempre ajeno. Es nuestro, dice Borges, ese novelista de pequeños cuentos-ensayo, como El aleph, acaso la mejor novela argentina de todos los tiempos, es nuestro sólo aquello que hemos perdido.
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10.- Miguel Torga dixit. Lo universal es lo local, sin los muros. Alabado sea.

El superhéroe se pregunta

Diario Milenio-México (22/07/08)
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Sólo los piojos nos extrañarían, asegura el periodista Alan Weisman en El mundo sin nosotros, el libro en el que visualiza de manera devastadora el proceso entrópico en que entraría el mundo una vez que los humanos lograran extinguirse a sí mismos de la faz de la tierra. Sólo los piojos, pues, y algunas 200 especies de bacterias guardarían algo parecido a un luto por una especie que ha sido, en sí misma, la mayor amenaza para todo ser vivo en su entorno. De hecho, son tantas y tan profundas las catástrofes provocadas por la invención humana que éstas continuarían, en ocasiones incluso agravándose, tan pronto como la última persona emitiera el respiro final. En el recuento de daños de Weisman, esto resulta claro, la humanidad no sale bien parada. Si el lector de este libro se encontrara por pura casualidad en el muy probable escenario de esos días postreros seguramente entraría en un verdadero dilema. Salvar a la humanidad. Dejarla perecer. Salvar. Perecer. La margarita de los tiempos. Algo parecido les sucede, habiendo leído a Weisman o no, a los superhéroes de las películas de este verano.
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Acaso sean los altos precios de la gasolina o la mera posibilidad de elegir a un presidente negro pero todo parece indicar que los Estados Unidos, y Hollywood en particular, se han sumido en un trance introspectivo no exento de humor, autocrítica e, incluso, algo de lucidez—tres adjetivos que no suelen aparecer juntos (y ni siquiera por separado) en las reseñas de las películas hechas para pasar el verano sin meditar ni poco ni demasiado. Este año, tres películas anunciadas como de entretenimiento familiar, es decir, dirigidas sobre todo a un público infantil, comparten superhéroes desencantados, en colores no convencionales, para quienes “luchar por la justicia” lejos de ser un lema de acción constituye, más bien, un principio de duda. ¿Por qué arriesgarse por una humanidad que no entiende o de plano desprecia el trabajo del superhéroe? ¿Para que salvar a una raza de perezosos irresponsables, pagados de sí mismos que, además, estigmatizan la diferencia que representa, en virtud de sus propios poderes, el superhéroe? ¿Atravesaría alguien los cielos para rescatar a la persona que, luego, le escupirá la cara o lo tachará de freak? La respuesta a esta interrogante en el verano del 2008 es, únicamente, tal vez.
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El escenario lo establece Pixar, con habitual maestría, en Wall.e, La fecha: 700 años después de que el último ser humano abandonó la tierra. El personaje: un robot workhacólico que, durante esos muchos años, no sólo se ha dedicado a reciclar basura sino también a seleccionar, entre el cúmulo de objetos desechados, aquellos que por extraños o únicos merecen formar parte de su colección privada. Las condiciones: montones de basura que, literalmente, conforman edificios monumentales en un mundo dominado por el color del óxido y las tolvaneras súbitas. En medio de todo eso, Wall.e, el solitario historiador de la cultura material desarrolla, además, una debilidad: la película Hello, Dolly, y el sueño de la compañía que, pronto, se volverá una posibilidad en el personaje de Eva, el robot aparentemente diseñado por Apple con quien se embarcará en una aventura integaláctica hasta llegar a Axiom—esa portentosa nave donde sobreviven, sentados y casi sin estructura ósea, unos seres humanos que han volcado su sentido de voluntad en las máquinas que ahora los dirigen. Wall.e, por cierto, no se propone salvar a humanidad alguna. Lejos de hacerse una pregunta tan insensata, una pregunta de hecho inconcebible, el adicto al trabajo se concentra mejor en su romance sideral. Si en algo contribuye al retorno de Los Sin Esqueleto a la tierra es más producto de la coincidencia que de su deseo. Su deseo es tomar a otro robot de la mano.
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Igual de solo que Wall.e sobre la faz de una tierra que todavía sostiene a la raza humana más o menos en pie, Hancock pone tanto empeño en su consumo de alcohol como Wall.e en su proceso de trabajo. Sin uniforme distintivo y sin empatía alguna por una especie que lo deplora, Hancock pasa sus días semidormido sobre bancas públicas o chocando contra las aves con las que comparte el populoso espacio aéreo de la época. Malagradecidos y aprovechados, los hombres y mujeres e incluso los niños con los que Hancock tiene contacto sólo comprueban una y otra vez sus sospechas: no valen la pena. Aunque Peter Berg se vale de una improbable vuelta de tuerca en el desarrollo de la anécdota para domesticar a Hancock y justificar, de paso, la soledad que lo singulariza, el neo-superhéroe puede volver a explotar.
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Menos solo, pero presa también de la duda fundacional del superhéroe del verano 08, el Hellboy de Guillermo del Toro está cerca en más de una ocasión de darle la espalda a aquellos que, después de servirse de sus poderes, no hacen más que estigmatizarlo como freak o acusarlo de intenciones que suponen perversas. Antes de ser domesticado por la paternidad, el niño del infierno opta por la cerveza, las canciones cursis y la desobediencia.
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Solos y tanáticos, más próximos a Frankestein que a Superman, el neo-superhéroe se pregunta y, al hacerlo, se atormenta. De ahí el trabajo o el alcohol. De ahí la caída, tan espectacular como interrumpida. Mucho me temo que, de no tener que recuperar los costos de producción que salen, esto se sabe, de los bolsillos de los humanos que van a verse al cine, los neo-superhéroes no dudarían tanto. De ahí esa manera compasiva y torva y crepuscular con la que saludan a los piojos y a todas y cada una de esas 200 especies de bacterias que, según Weisman, sí nos extrañarían.

martes, julio 22, 2008

Las noches se me van versificando tus labios,
en horario matutino hago un ensayo acerca de tus cabellos,
y en el vespertino intento encontrar el camino correcto,
para lograr novelar el lugar exacto
donde encuentro la vida y la muerte al mismo tiempo.

La misión fracasa, en lugar de novelarte,
práctico, a pesar de ti, para mis días de explorador.

La naturaleza da enseñanzas que jamás deben olvidarse,
hoy aprendí que donde hay una caverna,
a veces se halla una montaña y que de toda montaña
comúnmente nace un río de aguas frescas

Decálogo encubierto-(Crítica junio-julio de 2008-N°127) por Pedro Ángel Palou

1.- Hoy existen escritores contables y escritores notarios. Para unos existe sólo la cifra (y cifra es, finalmente, cero) y para los otros el registro, la maniática voluntad de dar fe. Lo que Mallarmé ya entreveía: “la función numeraria fácil y representativa de la literatura”. Vivimos subordinados a las pulsiones de la cifra, reina soberana de nuestros días. Contar, contar, contar: antes y después y siempre, contar. Evaluar, tasar, pesar. Nada se puede con el estado computable del mundo, que lo empobrece: incluido en lenguaje. El lenguaje sobre todo un útil para relacionar, comunicar: un medio, simplemente. El lenguaje nos da órdenes, nos ofrece necesidades, como las de la publicidad, estudiados mensajes según el público y rigurosos estudios de mercado que, antes, ya nos han también convertido en estadística. ¡Viva el reino universal de la mercancía y su soberana cifra!
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2.- Esta época ha conseguido que el nihilismo se lleve a cabo por doquier. Con violencia pero con cálculo, con frialdad vivimos en este momento una época que bien podríamos llamar de nihilismo activo: ya no es un estado de espíritu, una actitud. No es más que la forma que reduce todo lo que toca y lo convierte en NADA. El nihilismo activo evalúa, mide, tasa: determina el valor. Y el valor es hoy, siempre, una equivalencia: puro valor de cambio. (Lo que no sea susceptible de convertirse en cifra, lo invaluable, es INÚTIL).
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3.- El inmenso mercado de valores donde la cotización decide qué es realidad (aquí los notarios sustituyen a los contables) y la producen en cantidad suficiente hasta que hay que cambiar la tendencia.
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4.- Hay que actuar en lo inestable: subirse a la CUERDA FLOJA, devolverle a la literatura su carácter de peligroso. Y la literatura es más una sintaxis que una semántica, como ya lo explicaba Benveniste de los actos de enunciación. Es preciso buscar la PALABRA DEL DESPERTAR, LA PALABRA DET´RAS DE LA PALABRA.
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5.- Hay que buscar, simultáneamente –los tiempos así lo exigen-, una reserva del lenguaje que es una reserva del ser. Atravesar la puerta de la nada de la mano de los griegos (me on), de los chinos (wu, Kong, hsü), de los budistas (shunya), del pensamiento filosófico veda (Nirriti, shunya), interrogar en Heidegger,, arribar así a una nueva época del verbo, desde la nueva conciencia de neustro Apocalipsis: “En el principio era el verbo y luego el verbo se hizo cifra”. Si esa es la realidad y la cifra comprime al mundo, lo fabrica a su medida, hace plano –en el peor sentido- un globo redondo, hay que buscar un TIEMPO DE INCUBACIÓN donde pueda volver a pensar (se).
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6.- Pensar en el nihil del nihilismo, poner la cabeza en libertad. Un cerebro paralelo es necesario, obligatorio. Si la palabra es sólo instrumento, funcional y planetaria, deja de ser seminal. La verdadera palabra HABLA después de ESCUCHAR. La literatura es eso: palabra que circula dentro del círculo de la palabra. En medio de la devastación hay una reserva del lenguaje (Rimbaud allá, pero Huidobro y Gorostiza acá).
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7.- A condición de RECLACIFICAR LA BIBLIOTECA. Todos los textos de todas las épocas de todas las lenguas están disponibles, como en ningún otro momento de la historia. Cuerpos disponibles. Lo único que importa, sin embargo, es el VACÍO entre esos cuerpos. Allí hay que actuar. Ni lengua ni tradición propias se han muerto, pero tampoco mezcla babélica. Lengua particular en tanto muestra un nuevo relieve de las lenguas. El verdadero escritor hoy sólo puede ser leído por su traductor (él lo lee como lee la posteridad). Si queremos que la literatura tenga un cierto papel en esta nueva época, aunque no será nada de lo que era antes, hay que LLEVARLA DENTRO DE LA LITERATURA, irse a sí misma: es una escucha del lenguaje. Quien habla por ella no lo hace sino como répondant, habla desde la memoria de la palabra. EL ARTEFACTO Maldoror-Poesías, de la teoría de plagio del conde de Lautrémont, el visionario Isidore Ducasse. Toda frase nueva pasa por la prueba de venir de la escucha o es pura palabrería: el fuego sólo puede provenir de las cenizas.
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8.- Voltear al revés el dictum final de Wittgenstein: de lo que no se pude hablar hay que hablar, buscar el verbo nuevo que lo haga hablable, que escuche su sustrato. “Donde se es hablado la palabra no termina”. (Heidegger). Es nada más y nada menos que una REVOLUCIÓN ESPIRITUAL dentro del lenguaje mismo: DESINTEGRA LA SUBJETIVIDAD Y SUS ASIDEROS METAFÍSICOS, como anticipó Joyce al escribir Finnegans Wakey, y darse cuenta del carácter necesariamente esotérico de este momento. Hay que formar la secta, hablar en lenguaje cifrado, sí: pero iniciar a los adeptos.
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9.- “Darle vida a la palabra”, como un cabalista judío hace con las letras, no darle muerte, como hace el mundo contemporáneo. Y ESTO SÓLO SE PUEDE HACER RADICALIZANDO LA POSTURA, no por mera vecindad con la nada. Hay que ser un poco sofista, creer en Gorgias y voltear también el proyecto filosófico de Parménides, y por tanto de Occidente, diciendo muy claro que la nada sí puede pensarse porque de lo que se trata, ni más ni menos (hoy que la literatura no tiene que ver con ningún ABSOLUTO, con ningún SUJETO, e incluso nada que ver con la HUMANIDAD), es preparar el terreno para una nueva relación entre el ser humano y el lenguaje que escape a los corsés de la metafísica occidental, que anuncie una nueva forma de pensar que desborde los límites de la lógica.
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10.- “En dos siglos hemos convertido en nada todo lo que habíamos heredado”, dice Ravése, una persona de Valentín Retz, y agrega: “nos hemos empeñado en destruir la verdad como unos forzados en contra de la roca y hemos devaluado todo lo que teníamos de ella. Hemos incluido en todas nuestras creaciones la perspectiva de la ruina y lo hemos arruinado, efectivamente, el conjuntos de nuestras creaciones”. Inventamos, por un lado, una prosa-tequila, una prosa-nieve de melón, y por otro lado, nos empezamos a servir con desparpajo de una prosa globalizada olvidándosenos de lo que decía el escritor portugués Miguel Torga: “lo universal es lo local pero sin los muros”. De lo que se trata es de trabajar en el lenguaje contra los árbitros del sentido común y los policías de su ciudad; rechazar las frases usadas, las frases ancianas, las frases adversas e ir a la búsqueda de la nueva frase. Escribir libros que sean otra cosa que libros, MÁQUINAS DE DEMOLICIÓN, viviendo el lenguaje como el combate espiritual que se imaginaba Rimbaud. Libros vivos, que producen su propia energía, como centrales nucleares. HAY QUE DESPERTAR como hacen todos los personajes de las novelas de Kafka, pasar de la muerte a la vida tomando a la literatura como EXPERIENCIA.
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11.- En todo decálogo que se precie debe haber un undécimo mandamiento: Si la literatura no es ella misma una experiencia y se contenta con refugiarse en el reportaje y la no-ficción o con referir anécdotas, pierde su DIMENSIÓN POLÍTICAS Y POR ENDE SU DIMENSIÓN HISTÓRICA. De lo que se trata es de despertar para dejar de ser sólo aquello que despierta en un juego budistas que va de la violencia a la calma (la violencia sin la calma es sólo cólera, e imita, como todos eso ENERGÚMENOS ASALARIADOS POR EL CONSORCIO). Toda la biblioteca debe reclasificarse, ya lo dije. Quizá la intuición de Rimbaud sea la guía, lo que él llamaba “saltos de armonía desconocidos”, nos debe guiar a modificar toda la tradición. Este programa es, pues, radical: implica una absoluta desaprobación allí –o aquí-. Donde todo lo subjetivo está ya muerto no hay posibilidad de producir y vivir una experiencia sino mediante la más compleja DESUBJETIVACIÓN, en las regiones donde el cuerpo nada tiene que ver con el yo. Allí donde el lenguaje es coeficiente de libertad (la retórica literaria se defiende siempre que se busca una tal máquina de demolición, deleitándose en sus efectos de estilo, Ideología de control que convierte a la literatura en nostalgia, dialecto patético. El amor consume, no conserva. Nostalgia y reacción son una y la misma cosa. Hay que detestar a las plañideras del pasado, a los sobrevivientes, como a quienes creen que se trata de pulverizar la tradición, neorreaccionarios ellos mismos, demasiado democráticos para sumergirse en eso que llamamos nosotros palabra nueva del despertar. Hay que ser más chino que occidentales, más sutiles, pues. LA MÁQUINA DE PLAGIAR, de Lautrémont –que es, por otra parte el Quijote de Pierre Menard en Borges-, es más efectiva. Escribir literatura implica formular ese desierto que grita implacablemente dentro de los cuerpos humanos, atrapar el nervio mismo del nihilismo allí donde surge como una bestia el no-mundo.

lunes, julio 21, 2008

Dos poemas de Palou García, dos.

El poeta y narrador José Prats Sariol que hace unos años radica en Puebla ha sacado junto con el Grupo literario de las Américas la revista Instantes, cuya finalidad es publicar literatura sin afán de lucro, pero sí buscando dar a conocer nuevas voces.
A continuación transcribo dos poemas publicados por Pedro Ángel Palou, su parte póética muy escondida y que comúnmente sólo muestra cada que cumple un año más de vida.
En estos días iré publicando algunos textos que han aparecido en espacios locales, como preparativo y salutación, siempre amistosa y cariñosa, a su regreso a tierras poblanas.
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Azules (publicado en Instantes 1)
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Después de contemplar los seis volúmenes de Jacques Mathurin Brisson, Ornithologia, sive synopsis methodica sistens avium divisionem in ordines, De 1760
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Siempre he sentido envidia de los naturalistas aficionados:
con sutil precisión de orntólogos bautizan sus hallazgos.
Yo me solazo en las páginas de un antiguo volumen coloreado
y en las palcas de Martinet que ya había ilustrado a Buffon
como si entrara en un aviario. Escucho todas sus canciones.
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Salgo de la biblioteca, aturdido por la falta de silencio.
Me siento en una banca. Entre la anorexia del cíprés
y la astuta bulimia de una araucaria, sembrados por un idiota.
Un árbol sin nombre en mi memoria m saluda o me increpa.
En su interior un ave canta de nuevo y para mí, curioso,
por vez primera. Una niña camina con sus lágrimas.
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Sus hermosos tenis negros salpicados de margaritas,
pies llenos de alegría para un semblante de angustia.
Me pregunta en su idioma si he oído cantar al ave escondida.
Le respondo que sí, y pronuncia dos palabras que la nombran.
Le otorga existencia en medio de su llanto incontenible.
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Miro sus pies cubiertos de flores. Le digo que tal vez dess
volar. O se lo pregunto. Pétalos blancos que son alas.
Otra vez el pájaro que nos interrumpe con su sonata.
Me miran sus ojos azules, transparentes. Ojos de fantasma.
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Tristes son las melodías de las aves migratorias, afirma
la niña mientras se seca las lágrimas también azules.
Asiento. No sé de aves, perosí de mudanzas y dolores.
Saca dos caramelos del bolsillo y me regala uno.
Toda ella es ese gesto. Los dos chupamos y lamemos
nuestros dedos pegajosos. No sabemos qué hacer
con la envoltura. Ella sonríe. Vuelve el ave.
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Ahora un canto solemne emerge de su garganta.
Un réquiem por la tarde que se extingue, el crepúsculo
que nos abandona. Oscurece. Desaparecen la niña
y el pájaro. Qué sola se queda la noche azul oscuro
qué solas mis mano de azúcar y de miedo. Qué solos
mis oídos en medio del prolongado sueños de las aves.
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Duermen ya todas las cosas menos mi cuerpo y su memoria.
Y la luna: la forma permanece siempre despierta.
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De la Parvada (publicado en Instantes 2)
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Han venido a recogerme y allí están, frescos:
estela de un rocío inesperado y limpio:
agitan sus seis alas como manos y me llaman.
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No saben si han venido por el despojo inane
de su padre, o es que son aún en cuanto
pedazos desprendidos, costillas y extremidades
de su carne, parte de ese otro que los mira.
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Ojos de asombro, como los de su madre
que llora del otro lado del grueso cristal que
nos oculta y transparenta y aún separa.
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La banda no se mueve. Otros han llegado
también por su equipaje, largo y pesado,
de viajeros inmóviles. Virtud mía la del
nómada. El mío es ligero y casi inexistente.
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Regresamos en tren a casa. Los cinco enloquecidos.
Nos tocamos como si fuésemos irreales.
Nos besamos porque nos sabemos todavía verdaderos.
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Ellos me enseñan las estaciones de paso en las
que no nos detenemos. Los largos tres quietos.
Los vagones presas del graffitti como un polvo
oscuro de la inquina. La infinita soledad del túnel.
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Hay algo de magia en nuestro abrazo. En sus alas
que señalan sus asombros y en sus ojos que miran
a los míos y se reconocen. Estamos al fin todos.
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Ahora duermen. No les he traído alimento terrestre
alguno. Nada que no sean mi cuerpo y sus cuidados.
Hoy ya no verifican las cerraduras de la vieja puerta.
Están tranquilos, como si su padre fuera un muella
donde al fin atrancan sus pesadillas. O un árbol alto
y frondoso que los protege siempre de otras aves
y del dolor de sus propias máscaras. Acaso sueñen.

Soy totalmente censura

Diario Milenio-México (21/07/08)
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Media un trecho entre promover el consumo y hacer una propuesta editorial. Los editores del Libro Amarillo, de El Palacio de Hierro, no parecen capaces de recorrerlo
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La invitación
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Hay llamadas que nunca deberían atenderse. Aquélla venía de una tal Edith Oropeza, que para mi sorpresa me pedía un artículo para el Libro Amarillo —guía de estilo (sic) de El Palacio de Hierro—, del cual se presentó como editora. Me negué de inmediato. No me veía pontificando sobre “estilo” en un catálogo de modas. Pero ella proponía algo más osado: quería que abundara en mis opiniones sobre el concepto publicitario “Soy totalmente Palacio”. Insistí: no era yo la persona indicada. “Escribe lo que quieras”, persistió, “se te va a respetar cualquier crítica, sin restricciones”.
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Al fin me convenció. Cuando, semanas más tarde, le envié el artículo de marras, intitulado Cómo perder el juicio en nombre del estilo, respondió textualmente: “ya leí tu texto... me gustó mucho y me reí otro tanto”. La semana siguiente cambió de opinión: una vez revisado el texto “en petit comité”, prefería que le escribiera otro en su lugar. “Para no herir susceptibilidades.” A lo cual le aclaré que no estaba dispuesto a cambiarle una sola coma. Días más tarde, me hizo saber que el artículo no se publicaría “pero de todos modos se te va a pagar”. Gracias pero no, gracias. Sigo creyendo que al trabajo se le respeta y se le defiende, aunque haya quien opine diferente. Lo reproduzco aquí. Totalmente.
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El texto
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—Soy virtualmente batracio —le explicó el joven príncipe, a orillas del estanque.
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—Soy tontamente fenicia —lamentó la princesa, ya de espaldas, mientras abandonaba la escena en la fiel compañía de su abogado. Esa misma semana, el dique del palacio estrenó cocodrilos.
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Para desdicha de tantos sapos sin corona y demás animales insolventes, las princesas del siglo XXI resultan sintomáticamente desafectas a las moralejas, especialmente si éstas —el colmo del mal gusto— las desfavorecen. Ahora bien, nunca los trámites fueron tan sencillos para adquirir el título antaño codiciado y hoy día poco menos que reglamentario. Según las nuevas reglas, princesa es toda aquella que sabe transformar a un hombre en sapo; y a veces, muy a veces, viceversa.
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No hay que ser exorcista para entender que la Mujer Totalmente Palacio (en adelante MTP) aspira a caminar, llena de gracia, por esa fina línea que separa a la hechicera de la bruja. Difícilmente un inquisidor habría en su momento pasado por alto la alevosía implícita en las palabras de una MTP, con las que uno se ha ido habituando a convivir en unas reincidentes nupcias cotidianas, no exentas de causales de divorcio. Imposible no oírla, o evitar que sea ella quien pronuncie la última palabra.
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Cínica, autoritaria, narcisista, metalizada, frívola, tramposa, cruel, aunque también dotada de un ingenio especial para hacerse querer a pesar de sí misma, la MTP sabe que uno no se enamora de las mujeres que le convienen, toda vez que ir detrás de la que más inconveniente le parece una gesta principesca que soporta cualquier estado de cuenta. Ya lo dice aquel personaje de Maitena, una mujer forrada de marcas y etiquetas en especial costosas, cuyo cónyuge más que un esposo, es un sponsor. Y por raro que pueda parecer, hay en los cromosomas másculinos información curiosamente favorable a la tendencia de encontrar allí alguna forma de romanticismo. Un día, de la nada, el sapo cobra la forma de héroe de folletín y se lanza a salvar a la princesa de las garras plebeyas del dragón.
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“Uno nunca conoce a una mujer”, escribe Norman Mailer, “hasta que la enfrenta en un juicio de divorcio.” Cada vez que decido ya no mirar hacia los espectaculares donde aparecen sus palabras terminantes, alguien adentro me aconseja no incomodar a los feroces abogados de una MTP, que como ya ella misma reconoce lleva en la identidad un totalitarismo que se asume magnético y punto. No discute, ni piensa demasiado las cosas. Es, de pronto, superficialmente profunda, pero lo disimula gracias a que es profundamente superficial; condición que, por cierto, comparte con los besos, y a lo mejor por eso se les parece tanto. Cada vez que se expresa, en público y a gritos pero haciendo la mueca de hablar en secreto, la MTP insinúa la rara suculencia de un besito sutilmente traidor. “Yo soy Madame Bovary, y tampoco tengo qué ponerme”, creerán acaso las generaciones futuras que dijo un día un tal Gustave Flaubert.
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Cuando un hombre se entrega a aquilatar la hermosura de una determinada mujer, suele hacerlo a pesar de sus vestimentas. Lo ideal, claro, sería poder juzgar sin estorbos. Imparcialmente. Las mujeres, en cambio, ven el conjunto entero. Ello explica que de repente encuentren guapísima justamente a la menos favorecida de las damas presentes. “Mira qué bien se viste”, dice una, observando detalles en teoría importantísimos que a la libido masculina suelen traerle sin el menor cuidado. “¡Y qué bonito cutis!”, le replica la otra, con una envidia a todas luces inexplicable. ¿Le importa a uno realmente que la mujer deseada tenga un cutis ligeramente menos rozagante que el de su tía, que cada año se gasta una fortuna en cremas y tratamientos? Ahí es donde interviene la MTP. Debe de ser una presión especial ser mujer y toparse con uno de esos anuncios espectaculares que le recuerdan cuán amenazadora es la opinión probable de las demás mujeres. La responsabilizan, a ojos de sus demonios interiores. “Allá tú si prefieres ser un esperpento”, sentencia sin palabras la MTP.
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Si lo que se desea es insultar a una mujer de la peor y más baja manera, no hay más que sugerirle que está gorda. Lo de menos es si la chica en cuestión está realmente pasada de kilos, pues hasta a la más flaca le basta con creer que hay un solo lugar donde le sobra grasa para que cargue con la cruz del miedo a que algún miserable le note lo gordita. Así, en diminutivo, que es como más le duele porque denota cierta compasión. ¿Tendría algo de raro descubrir que más de uno entre los grandes seductores acostumbra echar mano de la táctica artera de llamarlas a todas Flaquita? Nadie consigue ser totalmente flaca, ni totalmente hermosa, ni totalmente Palacio; intentarlo, o siquiera pretenderlo, es al menos ponerse un poco a salvo de lo que diga la MTP interior.
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Soy letalmente Palacio, declara la MTP en los sueños del tacaño. Soy frugalmente Palacio, le promete a su novio cuando recibe el anillo. Soy papalmente Palacio, se excusa con la vista perdida entre los cielos cuando le hablan de clases de tejido. Soy brutalmente Palacio, se reprende al final de una venta nocturna. Soy fatalmente Palacio, le explica al abogado de su futuro ex para justificar el monto de su pensión.
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Se equivoca quien piensa que a una MTP se le quiere en virtud de sus cualidades. Pues todo lo contrario, y tal como sucede en los resbalosos territorios del hechizo afectivo, no se enamora uno tanto ni tan sabroso de las virtudes —al final ordinarias: patrimonio de todos— como de los defectos —apropiables como las líneas de un poema—. El dedo chueco, la discreta bizquera, el gramaje indeseado que sin embargo tiene lo suyo. Tal vez el gran encanto de la MTP no radique en su ausencia de defectos, que por supuesto es inacreditable, como en su modo de disimularlos y hacer como si nunca hubieran existido. Pretender inclusive que no es una MTP: pasaba por allí cuando a un sapo asqueroso le dio por perseguirla. Qué horror, con esas fachas.

sábado, julio 19, 2008

Entre la imprenta y el 'zapping'

REPORTAJE: CRÓNICAS DE AMÉRICA LATINA
El País-Suplemento: Babelia,-España (19/07/08)
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El libro persiste pero la catástrofe educativa amenaza a la novela. Y al no existir los llamados dramáticos en el camino a Damasco ("Saulo, Saulo, ¿por qué no me apagas de vez en cuando?"), se difuminan las posibilidades televisivas de constituir otra vanguardia del comportamiento, afirma Carlos Monsiváis
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En la América Latina de hoy, ¿qué papel desempeñan la novela, el teatro, el ensayo, la poesía? Funciones muy diferentes a las ejercidas hace apenas una generación. Ante el Internet, el predominio de las imágenes, la proclamación (falsa) del fin de la Era de Gutenberg, y el vigor del analfabetismo funcional, el público se recompone, se amplía, se reduce. Y a los diagnósticos al respecto los acompañan el pesimismo y su complemento directo, el triunfalismo, confiados tan sólo en las fuerzas del mercado.
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Lo más señalado de este momento es la globalización de la literatura y de las artes en general, pero este proceso, iniciado en el siglo XIX, lo obstaculizan las devastaciones sucesivas de los países. Cito algunas:
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- La caída incesante de la economía en la que a las mayorías toca (un caso de "abismo revolvente").
- Las crisis políticas sobredeterminadas por el mundo financiero.
- El neoliberalismo que incorpora a las naciones a "la obsolescencia planeada".
- El imperio de los medios electrónicos.
- El fracaso reconocido en forma unánime del proceso educativo (público y privado), hecho a un lado por el culto a la tecnología y por la sobrevaloración del éxito económico, la única prueba aceptada de acceso a la educación...
- El tipo del tipo de best sellers que se definen como "los libros que le gustan a quienes no gustan de la lectura". (Por fortuna, lo light no es el único campo de los best sellers).
- La tendencia académica de las especializaciones absolutas que suele ignorar el placer de la escritura y la lectura.
- La gran importancia formativa del cine que lleva tiempo desplazando a la literatura como criterio de modernización.
- El abandono creciente de la fe en la imaginación individual, hecho a un lado por la manipulación tecnológica. ("En donde estuvo la conciencia, aparecen los efectos especiales").
- El peso de la demografía y el tamaño de las ciudades.
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En este panorama, muy poco del legado típico parece firme, la repetición de fórmulas hace las veces de ánimo crepuscular, y las demandas de la educación media representan a la tradición. Ahora, el mayor peligro para la novela no es el culto de las imágenes (que obliga en demasiados sitios a sólo considerar novela a la telenovela), ni el desdén tecnológico por la letra escrita, ni siquiera la incomunicación cultural entre los países latinoamericanos, sino la catástrofe educativa, robustecida por el desplome de las economías y el desprecio neoliberal por las humanidades. El neoliberalismo es, por definición rápido, el encumbramiento de una minoría depredadora, y por ello se privilegia a la educación privada al margen de los niveles de calidad, y allí, con énfasis, la aptitud tecnológica es la cima, lo que se traduce en el menosprecio por el humanismo, la adopción ornamental de la cultura, y la burocratización en materia educativa.
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Persiste el impulso cultural de una minoría, se vigoriza el fin de las prácticas mnemotécnicas en la educación primaria (el gusto por la poesía se inicia en su memorización), sigue el deterioro de la profesión magisterial, desaparece la mayoría de los contextos culturales, que habían sido el idioma compartido de los países de habla hispana. Ahora, quien desee la difusión masiva deberá en cada libro incluir los niveles informativos prevalecientes. Si se acude a los conocimientos culturales "de antes", deben explicarse de inmediato porque los diccionarios son sitios del destierro. Los niños y los jóvenes no incluyen por lo común la lectura entre sus aficiones básicas, sin que esto consolide en lo mínimo a las profecías desoladoras sobre el exterminio de la lectura. El libro persiste pero ha pasado de necesidad pública a demanda de sector, salvo casos excepcionales, precisamente ahora en su expansión posible.
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En la educación sentimental y sexual, sin embargo, el rock, el sonido de la modernización, el hip hop, el rap y las infinitas variantes de la tecnología aplicada jamás desplazan del todo a la cumbia, la salsa, el vallenato, el tango, el bolero, la canción ranchera. Más allá de la calidad de parte del rock y de las promociones industriales permanece el canon de modelos de vida, de mitos que ajustan las sensaciones de éxito y de fracaso, de pautas de la conducta consideradas impensables unos años o unos minutos antes.
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¿Qué reemplaza a las guías tradicionales de las metamorfosis individuales y colectivas, a la poesía, la novela, el teatro? Con lo anterior no insinúo siquiera que la poesía y la narrativa hayan perdido sus facultades liberadoras y creativas; por el contrario, de la literatura continúan desprendiéndose las grandes atmósferas formativas, lo que certifican por ejemplo la trilogía de los Anillos de Tolkien, la poesía de Sylvia Plath y Jaime Sabines, las novelas de Coetzee y García Márquez. Sin embargo, en lo que a las mayorías se refiere, el influjo mítico de los libros se ha evaporado en buena medida, concentrándose en los sectores minoritarios que no se expanden según los ritmos de la demografía, aunque sí determinan las adaptaciones de cine y televisión.
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Al irrumpir las leyes del Mercado, los géneros fílmicos y televisivos se modifican con rapidez. El cine-cómic que inicia la serie de Star Wars seduce profusamente en el mundo entero, pero ya tienen nombre los atributos de su fascinación, los efectos especiales, anuncio de la jubilación inevitable de la magia que atrapa a cada generación infantil. En la mayoría de los filmes de éxito desbordado, el hechizo radica en la alta tecnología, y la belleza o la obviedad de las imágenes son la substancia de la dependencia de la pantalla.
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En su turno, los efectos de la televisión, ante profundísimos a corto plazo y por acumulación, suelen carecer del brillo del prestigio íntimo, aunque esto ya se transforma gracias al muy buen nivel de las series sobre la vida cotidiana, abordada desde la franqueza o desde la derrota de la censura como se quiera (los primeros "clásicos": Sex and the City, The Sopranos, 24 horas, Queer as Folk, Oz, Six Feet Under). Y lleva tiempo que los productos latinoamericanos no permiten que las personas, aun las menos críticas, consideren a la televisión su cómplice ideal: "Si en el mismo espejo se contemplan todos mis vecinos y mis parientes, yo no puedo ser Narciso". Y al no existir como antídoto a la televisión los llamados dramáticos en el camino a Damasco ("Saulo, Saulo, ¿por qué no me apagas de vez en cuando?"), se difuminan las posibilidades televisivas de constituir otra vanguardia del comportamiento.
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Todavía se cumple el apotegma de Marshall McLuhan: "El medio es el mensaje", pero casi siempre el medio es también la moraleja. -
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Carlos Monsiváis (Ciudad de México, 1938) ha publicado recientemente en México El Estado laico y sus malquerientes. Debate / UNAM.

viernes, julio 18, 2008

Tú,
eres el producto de mi sana locura,

lo nuestro
es una soberana verdad

y siempre será sobre nosotros de ahora en adelante

jueves, julio 17, 2008

Ricardo "Pajarito" Moreno

Diario Milenio-Puebla (17/07/08)
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Cuando terminé de escribir mi novela Ojos de entonces había visto, en un diario, una nota pequeñita que dedicaba esas mínimas líneas a explicar que Ricardo "El Pajarito" Moreno vivía en Durango y de la caridad en unos baños públicos donde le permitían dormir sobre cajas de cartón. Años antes, supe que Ricardo Moreno quemó por imprudencia una casa del Centro Histórico de Zacatecas.
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Traté de seguir la secuencia porque precisamente era un personaje de mi novela y, aunque los capítulos estaban cerrados, me interesaba la vida de Ricardo "El Pajarito" Moreno: un boxeador que tenía fama de carnicero, según sus contrincantes.
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No poseía técnica, lo que lo hacía vulnerable, pero pegaba como patada de mula. Yo tuve la oportunidad de conocerlo en un café del centro de Zacatecas en 1987. Casi no hablaba con nadie. Entraba al café, veía un poco la televisión, comía algo y se iba. A veces me pedía un cigarro y ya. Lo recuerdo con una pelota de esponja que rebotaba contra el piso para hacer un round de sombra a petición de los meseros.
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Le perdí la pista. Luego, mucho después, supe que el excampeón nacional de peso pluma andaba por Durango.
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De su estancia en un sanatorio mental del Distrito Federal me enteré mucho después. Yo recuerdo al "Pajarito" con su caminar aprisa y a saltitos, apoyando la punta de los pies al dar el paso. Nunca perdió la agilidad de los buenos boxeadores.
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El pasado 25 de julio, el Esto publicó la noticia en primera plana de que Ricardo Moreno había muerto un día antes. Sí: la noche del 24 de julio escuché adormilado la noticia en los deportes de Televisa. Una noticia escueta: “Murió el 'Pajarito' Moreno”.
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En los años cincuenta gozó de gran fama. Era un carnicero. Hay muchas anécdotas de Ricardo Moreno: que se paseaba en un Cadillac con tapones de oro, que tenía una enorme casa en el Pedregal, que alimentaba a sus cachorros con chuletas de primera y que encendía los cigarrillos con billetes de alta denominación. No se arrepintió jamás. En una de sus últimas entrevistas lo dijo: "gocé lo que tuve".
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El "Pajarito" Moreno nació en Chalchihuites, Zacatecas, en 1937. Por eso era conocido también como "El barretero de Chalchihuites". Decía que su madre le había puesto el mote de "El Pajarito" desde chamaco. Filmó varias películas con Viruta y Capulina, Resortes, Ana Bertha Lepe y Teresa Velázquez. Y como tantos boxeadores que llegan a la cumbre, luego de sus excesos, lo perdió todo.
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Hay varias anécdotas que ilustran su carácter humanitario: se dice que fue un hombre muy generoso, bastante generoso. Es cierto que se iba de parranda en su yate particular, y que se jactaba ante la prensa de todos sus excesos.
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Pero hay muchos testimonios que lo muestran como un hombre más que generoso: se quitaba la camisa para dársela a otro. Quizá la historia de Ricardo Moreno sea la misma que la de otros muchos boxeadores que luego de la fama lo dilapidaron todo, igual que el "Toluco" López y otros más.
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El "Pajarito" Moreno terminó su carrera cuando disputó –y perdió— el título mundial pluma frente a Hogan "Kid" Basey, el nigeriano que dijo: "gracias a Dios no tiene técnica, pero nadie me había pegado así". El "Pajarito" terminó en la lona en el tercer round, en Los Angeles en 1958. Murió el "Pajarito", pero su recuerdo se mantiene en muchos aficionados al boxeo.

martes, julio 15, 2008

Lechos liminales



Diario Milenio-México (15/07/08)
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Las congregantes rulfianas no tienen empacho en admitir un conocimiento profundo de los placeres y tormentos de la carne —lecciones que han aprendido del pícaro Anacleto Morones
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La denominación transgenérica que pone en entredicho la estricta diferenciación sexual en la obra de Rulfo no se limita al personaje de Doroteo/Dorotea en la novela Pedro Páramo. En Anacleto Morones, uno de los diecisiete cuentos que componen El llano en llamas, una de las 10 mujeres que buscan a Lucas Lucatero para que dé fe de los milagros cometidos por su suegro, el ahora denominado Niño Morones, es una “a la que le dicen Melquíades”, un nombre de uso tradicionalmente masculino en México. Asimismo, Rulfo les ha otorgado a esas integrantes de la congregación del Niño Morones características más bien viriles: Francisca, por ejemplo, porta un bigote “de cuatro pelos” que, sin embargo, no impide que Lucatero la invite a “dormir con él” hacia el final de la jornada, ya cuando las otras mujeres han ido abandonado, en grupo o a solas, la casa de Lucatero. Desafiando o de plano burlándose del estereotipo de la beata, estas congregantes de inquebrantable fe religiosa son mujeres que saben distinguir bastante bien entre ser señoritas y ser solteras. Ante el asombro Lucatero, quien dice no haber estado enterado de que la hija de Anastasio tuviera marido, la misma responde: “Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es ser señorita y otra cosa es ser soltera. Tú lo sabes. Y yo no soy señorita, pero soy soltera”. Son mujeres, incluso, que han abortado: Nieves García, antigua amante de Lucatero confiesa: “Lo tuve que tirar. Y no me hagas decir eso aquí delante de la gente. Pero para que te lo sepas: lo tuve que tirar. Era una cosa así como un pedazo de cecina. ¿Y para qué lo iba a querer yo, si su padre era un vaquetón?”. Viejas y sin los encantos físicos de la femeneidad convencional, redefiniendo los estados civiles en los que viven y describiendo a la maternidad como una opción, las congregantes del Niño Morones se parecen mucho a las chicas modernas —esas figura a la vez amenazante y seductora que tanto asoló las mentes y cuerpos de los habitantes del medio siglo en México. Solteras, que no solteronas, las congregantes rulfianas no tienen tampoco empacho en admitir un conocimiento profundo de los placeres y tormentos de la carne— lecciones que han aprendido, de ahí su devoción, del evangelio del pícaro de Anacleto Morones. Tan bien lo han aprendido que, después de tener sexo con Lucatero, Francisca la de los bigotes no duda en expresar la comparación que ha hecho entre las habilidades sexuales del suegro y del yerno:
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“—Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quien sí era amoroso con una?
-¿Quién?
-El Niño Anacleto. El sí que sabía hacer el amor”.
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Rulfo tampoco denegó la sexualidad polimorfa de los niños o de los locos. En Macario, el cuento que le dedicó a Clara, su esposa, y el único que incluye, de hecho, una dedicatoria, Rulfo crea la voz de un niño o un adolescente presuntamente afectado de sus capacidades mentales que, además de padecer de un hambre constante y un claro temor al infierno, describe con detallada pericia sus encuentros íntimos con Felipa, una mujer de la que se conoce su nombre, pero de la que se desconoce su relación de parentesco. Felipa, en todo caso, no es la madrina a quien Macario teme y respeta, sobre todo porque ella “es la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera”. Felipa es, sobre todo, sus pechos, de donde mana una leche con sabor a las flores de obelisco. Felipa, además, va en las noches al cuarto de Macario y ahí se le arrima, “acostándose encima de [él] o echándose a un ladito”. La imagen es, por supuesto, maternal y erótica a la vez. Perturbadora. Oscilante.
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Atrapados en el umbral entre la vida y la muerte, entre lo posible y lo permitido, la sexualidad rulfiana se despliega en modos y prácticas variadas. Acaso por eso mismo el Adán y Eva edénicos devienen, en los terrenos de Pedro Páramo, un par de hermanos incestuosos que Juan Preciado, el hijo que busca a su padre, encuentra dentro de una casa con “el techo en el suelo” cuando, a causa de las muchas cosas que le han pasado y que no entiende, sólo alcanza a tener deseos de dormir. Los hermanos ya duermen completamente desnudos sobre sus raquíticos lechos y, por ello, lo conminan a recostarse. Así, luego de un sueño intranquilo por el cual han atravesado las voces disgustadas de los hermanos, Juan Preciado despierta:
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“-¿A dónde se fue su marido?
—No es mi marido. Es mi hermano; aunque él no quiere que se sepa.”
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Por boca de ella, uno de los poquísimos personajes sin nombre en la novela y la obra de Rulfo, el recién llegado se entera así de la relación pecaminosa que, según la mujer, le ha dejado el rostro lleno de “manchas moradas como de jiote”. Por ella también llega a sus oídos la confesión que el obispo no pudo perdonar:
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“—Yo le quise decir que la vida nos había juntado, acorralándonos y puesto uno junto al otro. Estábamos tan solos aquí, que los únicos éramos nosotros. Y de algún modo había que poblar el pueblo. Tal vez tenga ya a quien confirmar cuando regrese”.
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Con culpa pero sin arrepentimiento, la innombrable justifica así el incesto. Si la causa ha sido la soledad que acorrala, el resultado será la supervivencia de una comunidad que, de otra manera, no podrá sino ser una caja de espectros. El futuro de Comala pende así de la sexualidad no normativa y liminal que domina ya sus lechos.
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Si por queer se entiende el tipo de teoría que no sólo enfatiza la naturaleza social, y por lo tanto relacional, de las identidades de género sino que también, acaso sobre todo, explora las conductas sexuales que cuestionan tales definiciones, trastocándolas o, de plano, redefiniéndolas, el texto rulfiano es, de entrada, un texto queer. Ya en la Comala llena de espectros o ya en el llano, los personajes rulfianos responden apenas, y eso con trabajos, a los llamados de la masculinidad y la feminidad dominantes, comportándose, en cambio, con el desparpajo o la determinación de quien se sabe singular y complejo y problemático. Los momentos de intermitencia genérica que aparecen y desaparecen, sólo para volver a aparecer propician, sin duda, una lectura alternativa de los cuerpos de la modernidad mexicana desde uno de sus textos fundadores.

lunes, julio 14, 2008

Re-inventando las lecturas.

En negritas van los libros que leí desde el 1 de enero hasta el sábado 12 de julio del presente año. Esperemos que éste nuevo período me traiga más lecturas.
La meta ahora son leer 17 libros a partir del domingo 13 de julio hasta el último día del año 2008.


Libros que he leído de mi pequeña biblioteca:
Narrativa:

Vicente Riva Palacio: Los cuentos del General (Cuento).
Vicente Riva Palacio y Manuel Payno: El libro rojo (Crónicas).
Emilio Rabasa: La Bola (Novela).
José López Portillo: La Parcela (Novela).
Rafael Delgado: La Calandria (Novela).
Federico Gamboa: Santa (Novela).
Jorge Ibargüengoitia: Los relámpagos de agosto (Novela).
Mariano Azuela: Los de abajo (Novela).
B. Traven: Macario. (Novela).
Juan Rulfo: Pedro Páramo/El llano en llamas (Novela y cuento).
Sergio Pitol: La vida conyugal (Narrativa).
Sergio Pitol: El desfile del amor (Novela).
Elena Poniatowska: Querido Diego, te abraza Quiela (Narrativa).
José Emilio Pacheco: Los principios del placer (Cuento y Noveleta).
José Emilio Pacheco: Las batallas del desierto (Novela).
José Manuel Villalpando: Mi gobierno será detestado (Novela).
Guillermo Samperio: Ellas habitan un cuento (Cuento).
Daniel Sada: Luces artificiales (Novela).
Carlos Fuentes: La Región más transparente (Novela).
Carlos Fuentes: Aura. (Novela).
Héctor Aguilar Camín: La Guerra de Galio (Novela).
Pedro Ángel Palou: Pequeño Museo de la Melancolía (Relato).
Pedro Ángel Palou: Los placeres del dolor (Cuento).
Pedro Ángel Palou: Música de Adiós (Cuento).
Pedro Ángel Palou: El Último Campeonato Mundial (Novela).
Pedro Ángel Palou: Bolero (Novela).
Pedro Ángel Palou: Demasiadas vidas (Novela).
Pedro Ángel Palou: Casa de la Magnolia (Novela).
Pedro Ángel Palou: Con la Muerte en los Puños (Novela).
Pedro Ángel Palou: En la Alcoba de un Mundo, Una vida de Xavier Villaurrutia (Novela).
Pedro Ángel Palou: Memoria de los Días. (Novela).
Pedro Ángel Palou: Qliphoth (Novela).
Pedro Ángel Palou: Quien dice sombra (Novela).
Pedro Ángel Palou: El diván del diablo (Novela).
Pedro Ángel Palou: Zapata (Novela).
Pedro Ángel Palou: Morelos, morir es nada (Novela).
Ignacio Padilla: Si volviesen sus majestades (Novela).
Ignacio Padilla: Amphitryon (Novela).
Ignacio Padilla: Espiral de artillería (Novela).
Ignacio Padilla: Una forma falsa de verdad (Selección de textos).
Ignacio Padilla: Las Antípodas y el Siglo (Cuento).
Ignacio Padilla: La Gruta del Toscano (Novela).
Jorge Volpi: A pesar del oscuro silencio (Novela).
Jorge Volpi: La paz de los sepulcros (Novela).
Jorge Volpi: El juego del Apocalipsis (Novela).
Jorge Volpi: Sangrar tu piel amarga (Novela).
Jorge Volpi: El temperamento melancólico (Novela).
Jorge Volpi: En busca de Klingsor (Novela).
Jorge Volpi: El fin de la locura (Novela).
Jorge Volpi: No será la tierra (Novela).

Eloy Urroz, Ignacio Padilla y Jorge Volpi: Tres bosquejos del mal (Cuento).
Cristina Rivera Garza: Nadie me verá llorar (Novela).
Cristina Rivera Garza: La muerte me da (Novela).
Mario Bellatin: Flores (Novela).
Mario Bellatin: La jornada de la mona y el paciente (Novela-Diario).
David Toscana: Lontananza (Relato).
David Toscana: Duelo por Miguel Pruneda (Novela).
Gerardo Kleinburg: No honrarás a tu padre (Novela).
Luis Humberto Crosthwaite: Instrucciones para cruzar la frontera (Relatos).
Xavier Velasco: Luna llena en las rocas (Crónicas).
Xavier Velasco: Diablo Guardián (Novela).
Xavier Velasco: Materialismo Histérico (Cuento).
Xavier Velasco: Éste que ves (Novela).
Mónica Lavín: Cambio de vías (Novela).
Beatriz Rivas: La hora sin diosas (Novela).
Sandra Becerril: La calle de las brujas (Novela).
Victoria García: Historias de otros (Novela).
Juan Gerardo Sampedro: Ojos de Entonces (Novela).
Juan Gerardo Sampedro: Nudos (Cuento).
Gabriel Wolfson: Caja (Cuento).
Mario Calderón: Destino y otras ficciones (Cuento).
Mario Calderón: Donde el Águila paró (Cuento).
Ricardo Cartas Figueroa: La Noche de Karmatrón (Cuento).
Felipe Galván: Autor anónimo (Novela).
Antología de narradores en Puebla: Varios. (Narración).
Insólitos y ufanos, antología de cuento poblano: Varios (Cuento).
Fronteras del deseo: Varios (Cuento).
El eco hecho carne: Varios (Cuento y poesía).
Augusto Monterroso: Movimiento perpetuo.
Pedro Antonio de Alarcón: El sombrero de tres picos (Novela).
Gabriel García Márquez: Cien años de soledad (Novela).
Gabriel García Márquez: Extraños doce cuentos peregrinos (Cuento).
Roberto Bolaño: Los detectives salvajes (Novela).
José Saramago: El evangelio según Jesucristo (Novela).
Vila-Matas: Bartleby y compañía (Novela).
J. M. Coetzee: Desgracia (Novela).
Antonio Tabucchi: La Cabeza Perdida de Damasceno Monteiro (Novela).
Albert Camus: El Extranjero (Novela).
Milan Kundera: La Insoportable Levedad del Ser (Novela).
Truman Capote: A sangre fría (Novela).
Truman Capote: Música para Camaleones (Cuento).
Michael Ende: Momo (Novela).
Franz Kafka: El Proceso (Novela).
Franz Kafka: La Metamorfosis (Cuento o novela).
Lewis Carroll: Alicia en el País de las Maravillas/A Través del Espejo (Cuento o novela).
V. Nabokov: Lolita (Novela).
V. Nabokov: Desesperación (Novela).
W. Faulkner: ¡Absalón! ¡Absalón! (Novela).
Heinrich Böll: El honor perdido de Katharina Blum (Novela).
Hesse: Demian (Novela).
Hesse: Lobo estepario (Novela).
Hesse: Bajo las ruedas (Novela).
Hesse: El último verano de Klingsor (Novela).
H. Melville: Bartebly, el escribiente y otros cuentos (Cuento).
Conrad: El corazón de las tinieblas (Novela).
Robert L. Stevenson: Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Novela).
Gustave Flaubert: Madame Bovary (Novela).
Fedor Dostoievsky: Crimen y Castigo (Novela)
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Poesía:
Dante Alighieri: La divina comedia (Poesía).
Charles Bukowsky: Poemas de viejo indecente (Poesía).
Rafael Argullol: Duelo en el Valle de la Muerte (Poesía).
Eduardo Casar: Mar privado (Poesía).
Luigi Amara: Envés (Poesía).
Alí Calderón: Imago Prima (Poesía).
Mijaíl Lamas: Cuaderno de Tyler Durden seguido de Fundación de la casa (Poesía).
Alejandra Peart: En estas horas (Poesía).
Roberto Martínez Garcilazo: Responso ante la Ceniza (Poesía).
Roberto Martínez Garcilazo: Lumbre oscura (Poesía).
Juan Carlos Canales: Teoría (Poesía).
Juan Carlos Canales: Antología (In) necesaria (Poesía).E
nrique de Jesús Pimentel: Criatura Tú (Poesía).
Enrique de Jesús Pimentel: Catacumbas (Poesía).
Mario Calderón: Vibraciones de la Creación (Poesía).
Ignacio Sánchez Prado: Poesía para nada (Poesía).
Miguel A. Maldonado: Magia corriente (Poesía).
Miguel A. Maldonado: La Carne Propia (Poesía).
Julio Eutiquio Sarabia: Mudar de vida (Poesía).
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Ensayo, Conferencias, Memorias, Diarios y Teorías:
Faulkner, Hemingway, Capote, etc...: El Oficio del Escritor (Entrevistas).
Italo Calvino: Seis propuestas para el próximo milenio (Cátedra).
V. S. Naipaul: Leer y escribir (Memorias).
Mempo Giardinelli: Final de novela en Patagonia (Diario).
Gabriel Zaid: Los demasiados libros (Ensayo).
Sergio Pitol: Pasión por la trama (Memorias-Ensayo).
Sergio Pitol: El arte de la fuga (Narrativa).
Carlos Monsiváis: Las Herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo XIX (Ensayo).
Pedro Ángel Palou: Resistencia de Materiales (Ensayo).
Ignacio Padilla: El Peso de las Cosas (Ensayo).
Chávez Castañeda, Estivill, Herrasti, Padilla, Palou, Urroz y Volpi (y Tomás Regalado que no es del Crack): Crack. Instrucciones de Uso (Variado).
Guillermo Cabrera Infante, Roberto Bolaño, Jorge Franco, Rodrigo Fresán, Santiago Gamboa, Gonzalo Garcés, Fernando Iwasaki, Mario Mendoza, Ignacio Padilla, Edmundo Paz Soldán, Cristina Rivera Garza, Iván Thays y Jorge Volpi: Palabra de América (Ensayo).
Ignacio Padilla y Rubén Gallo: Heterodoxos mexicanos (Antología de narrativa mexicana a modo de ensayo-conversación).
Fritz Glockner: Memoria Roja (Ensayo).
José Luis Trueba Lara: Masones en México (Ensayo).

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Otras disciplinas:
F. Nietzsche: Así habló Zaratustra (Filosofía).
F. Nietzsche: El Anticristo (Filosofía).
F. Nietzsche: Más allá del bien y del mal (Filosofía).
Cioran: Adiós a la filosofía y otros textos (Ensayo-aforismos).
Erich Fromm: El arte de amar (Filosofía).
Michel Maffesoli: El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos (Sociología).
Michel Maffesoli: Posmodernidad (Sociología-Cátedra).
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En proceso:
Mario Bellatin: Obras completas (Novela).
Eugenio Aguirre: Victoria (Novela).
Sergio Pitol: De realidad a la literatura (Cátedra).
Julio Cortázar: Rayuela (Novela).
Roberto Bolaño: 2666 (Novela).
Santiago Gamboa: El síndrome de Ulises (Novela).
Josué Barrera: Conducta Amorosa (Cuento).
Homero: La Ilíada.
Cirlot: Bronwyn (Poesía).
Nabokov: Curso de Literatura Europea (Memorias).
Lev Tolstói: Anna Karénina (Novela).
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Me faltan:
Fedor Dostoievsky: EL jugador (Novela).
Fedor Dostoievsky: Los Hermanos Karamazov (Novela).
Heinrich Böll: Opiniones de un payaso (Novela).
Benito Pérez Galdós: El Gran Oriente (Novela).
Julio Cortázar: El perseguidor y otros relatos (Cuento).
Jorge Luis Borges: El libro de los Seres Imaginarios.
Sergio Pitol: Adicción a los ingleses (Ensayo).
Ignacio Trejo Fuentes: El vaquero más auténtico que existió (Novela).
Carlos Montemayor: Minas del retorno (Novela).
James Joyce: Ulises (Novela).
F. Nietzsche: Consideraciones Intempestivas (Filosofía).
F. Nietzsche: Sobre el porvenir de nuestras escuelas (Filosofía).
F. Nietzsche: Ecce homo (Filosofía).
Cervantes: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha I y II.
Homero: La Odisea
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Estoy atrapado en Fahrenheit 451, ¿qué libro me gustaría llevar?:
Diablo Guardián de Xavier Velasco, Quien dice sombra de Palou García, El arte de la Fuga de Pitol y La Gruta del Toscano de Padilla.
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¿Alguna vez me enamore de algún personaje de ficción?:
Pig y Violetta, Diablo Guardián de Xavier Velasco; Andrés, Qliphoth de Pedro A. Palou García y Ortega, Quien dice sombra también de Palou.
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¿El último libro que compraste fue...?:
Si Volviesen sus majestades de Ignacio Padilla
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¿El último libro que leíste fue...?:
Mi gobierno será detestado de José Manuel Villalpando
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¿Qué libros estás leyendo? :
Victoria de Eugenio Aguirre
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Cinco libros especiales para ti:
Diablo Guardián – Xavier Velasco
Qliphoth – Pedro A. Palou García
La Insoportable Levedad del Ser – Milan Kundera
Quien dice sombra – Pedro A. Palou García.
Alicia en el País de las Maravillas/ A través del Espejo – Lewis Carroll.
y de pilón: Bronwyn de Cirlot, La Gruta del Toscano de Padilla y Poesía para nada de Sánchez Prado
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¿Qué libro esperas con ansias?:
El que pienso escribir.
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¿Qué libro regalarías?:
Cualquiera de Kundera, de Xavier Velasco, de los de los del Crack y de Pitol.

El juego más jugado



Diario Milenio-México (14/07/08)
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1 Los años ñoños
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Todos alguna vez quisimos escribir un diario. Lo intenté cuando niño, un par de veces, pero había una rara cosquilla subrepticia que no me permitía ni siquiera empezar a explayarme. Por una parte estaba el miedo a ser descubierto, que esas palabras íntimas cayeran en las garras de cualquiera y en adelante todo fuera vergüenza, incluso si las breves confidencias no entraban en detalles bochornosos, ya que por la otra parte se decía que nada más las niñas llevaban un diario. Vamos, la mera idea de empezar escribiendo las palabras “Querido Diario” (con mayúscula, claro, pues el tal diario sólo podía ser una persona) me erizaba los pelos de la nuca y por supuesto me invitaba a cancelar el proyecto y tratar de olvidar que se me había ocurrido. Un tercer elemento disuasivo era el paso del tiempo. A cualquier niño que alcanza los diez años le avergüenza leer lo que escribió a los nueve, y sucesivamente así, hasta alcanzar los trece o los catorce, cuando a uno se le ocurre pergeñar poemas o canciones de amor que en cuestión de unas horas —días, a más tardar— querrá quemar hasta el último trozo, antes de ser quemado por la evidencia.
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“¿Tú escribiste esto?”, preguntaba el maestro, y uno lo negaba con vehemencia de víctima de la Inquisición. Ya bastante difícil y comprometido era tener que vivir inventando escondites para esos invaluables pornocromos, arrancados de las pocas revistas que con muchos trabajos llegaban a mis manos, para encima arriesgarme al compromiso de un día verme obligado a responder por aquellos renglones que me habrían hundido social, escolar y familiarmente. Al final, si el maestro o los padres le encontraban a uno el cartel a triple plana de la Pet of the Month, quedaba todavía la opción de alegar inocencia, arguyendo que las fotografías pertenecían a otro, pero un elemental principio de camaradería me impedía siquiera pensar en delatarlo (de modo que en lugar de pervertido pudiera uno ser tildado de leal, honesto, íntegro). Nada de lo cual habría sido posible si el hallazgo de marras contenía una historia personal —sueños de amor o delirios de alcoba— escrita, como se decía, con mi puño y letra. Si algo se aprende a fondo en años escolares es justamente que escribir compromete.
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2 El arte del balcón
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Hoy día, medio mundo quiere tener su blog. Gracias a ello, nadie parece intimidarse demasiado para escribir todo cuanto le da la gana sobre su persona o las demás, pues queda encima la posibilidad de hacerlo en absoluto anonimato. Dudo que alguna vez se haya escrito tanto, con tamaño entusiasmo, en todas partes. Algunos, sabrá el diablo cuántos, lo hacen ventilando varias de sus más hondas intimidades, mientras otros intentan encubrirlas bajo recursos como la ficción, el humor o la abierta ñoñería, que en los blogs suele ser bienvenida y celebrada por la cibertribu afecta al autor: cada uno palero seguro que a su vez anda en busca de sus propios paleros. Puede uno pasarse el día o la vida enteros ahí, al extremo de que es perfectamente sospechable que aquella timidez primigenia —la que no nos dejaba escribir un diario— está hoy agazapada tras la escritura diaria del blog. Me pregunto de pronto si debería seguir usando las itálicas para escribir una de las palabras más usadas del mundo, asimilada ya por todos los idiomas corrientes.
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¿Cómo se escribe un blog? Es posible que su más grande virtud estribe en que no hay nada claro al respecto. Arranca uno con el quehacer sin la mínima idea de lo que tal espacio contendrá, pero ya figurándose que no será como ningún otro, pues aun los que más se asemejan resultan diferentes. Después, conforme pasan las semanas y el mamotreto va tomando forma, adquiere uno sin darse cuenta el prurito de alimentarlo, hasta que cualquier día se descubre viviendo para él. Nada muy diferente al vicio mismo de la narración, cuya manía consiste en andar por la vida cazando las historias y persiguiendo cada uno de los detalles que las harán probables y legítimas.
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3 Degenerando el género
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Hace ya un año que escribo un blog y todavía no sé de qué trata, pero sospecho que se parece demasiado a aquel viejo concepto del “Querido Diario”, aun si me resisto día con día a pergeñar allí algo semejante. Me da grima la idea de contar qué hago, dónde estoy o qué desayuné hoy en la mañana, pero si voy atrás y reviso los diferentes textos —posts, debería decir— encuentro que he contado más de lo que tendría que contar, especialmente si escribí ficción. Pues no puede uno nada más escaparse de sí y convertirse en otro para entrar en el blog. Ahora mismo no alcanzo a distinguir si estas palabras deberían estar allí, antes que entre las páginas de Milenio, pues ya noto que abuso de la primera persona y ese recurso no es siempre simpático. Claro que a veces uno también disfruta cuando logra escribir antipáticamente, tal vez porque supone que al fin logra salirse de sí mismo y convertirse en otro, con suerte algún villano sin historia.
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“No escribas textos largos, que sea una pantalla cada día”, sugieren los que saben, pero no lo consigo. Ni lo intento siquiera. He llegado a creer que el tal blog tiene voluntad propia, y desde ya me niego a incluir en él textos ajenos a su flujo particular, cual si esas parrafadas compulsivas hubieran de enmarcarse en un género específico. Rígido, incluso. Pues al fin lo que busca quien escribe no es el espacio oceánico que todo lo admite, como el camino poco a poco definido que se inventa sus reglas y sus límites, como es el caso de todos los juegos. Más todavía si el juego, escritura al fin, ha sido diseñado para comprometer a quien lo practica. Tarde comprende uno, y en ello se complace, que con algunos juegos no se juega.

jueves, julio 10, 2008

Antes de ir a platicar con Morfeo

Ya mero viene el cierre de verano en la Universidad y estoy a unos pasos de largarme del Colegio, algunos brincaran, otros más, muy en el fondo me extrañaran.
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Cada que va a empezar un largo periodo de clases, Primavera u Otoño, hago y cierro una lista de libros leídos en cada uno de esos períodos. Ya mero cierro la de este ciclo, será la siguiente semana y terminaré con la novela Mi gobierno será detestado de José Manuel Villalpando, una obra que se centra en la figura del sexagésimo virrey de la Nueva España: Félix María Calleja, que fuera el enemigo más acérrimo, despiadado y sangriento al que se pudieron haber enfrentado el ejército Insurgente.
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Según lo que voy leyendo la táctica, es hacer que el personaje haga unas memorias buscando cuál es la mayor culpa que le carcome en sus últimos días y no le permite morir en paz, una especie de auto-exorcización. En estas, Calleja nos va relatando cómo fue derrotado algunas veces por los Insurgentes y como en otras ocasiones él salió triunfador, narra los procesos que siguió para decidir cómo acabar con el ejército Insurgente, pero también es un Calleja que declara coincidir y simpatizar con las idea de Independencia, más no con la forma. Odio a Hidalgo, admiró y respeto a Morelos, coincidía más con Iturbide.
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Un libro que me va gustando y leo después de haber reposado Morelos, morir es nada de mi amigo y mentor Pedro Ángel Palou, para después pasar a leer Victoria de Eugenio Aguirre y culminar este recorrido de novelas históricas con Noticias del Imperio de Fernando del Paso. Quedarán volando el nuevo libro que espero pronto ver de Pedro Ángel y por supuesto, la novela de Enrique Serna: El seductor de la patria.
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Hablando de mi mentor, el lunes pasado, el amigo Mario Alberto Mejía lanzó la bomba de que Palou García estará en Puebla impartiendo un taller en la Casa del Escritor, en cuanto pude confirmé la información con Roberto Martínez Garcilazo, Director de Literatura, Ediciones y Bibliotecas de la Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, que me corroboró el dato y agregó que será a partir del 19 de agosto de 4 a 6 de la tarde durante 9 días con un cupo de 20 personas y un costo de $1,000 (aquí lo malo, uno es pobre), se titulará: La muerte de la Literatura.
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Mientras escribo esto, del otro lado de la computadora, está mi querida Carmen, esperando le diga algo. Sólo atino a escribirle en este texto: Gracias por estar a mi lado, me haces feliz.

Educación emocional en veinte lecciones

Diario Milenio-Puebla (10/07/08)
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De gran utilidad me ha sido la lectura del libro Educación emocional en veinte lecciones del poeta Efraín Bartolomé. No he estado tan equivocado: el terapeuta está obligado a descubrir y descifrar las metáforas que el paciente le presenta. La neurosis es un síntoma social. Las causas son muchísimas, pero todas se resumen en una: las exigencias al ambiente, a la naturaleza o al comportamiento de la gente, tal y como nosotros pensamos que debe de ser crea la neurosis, porque la realidad se encarga de restregarnos en la cara que las cosas no son así, como quisiéramos.
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La emoción es el motor de la vida, pero sucede que a veces éstas nos rebasan. Como dice Bartolomé: “se pasan de la raya” y entonces hay que aprender a controlarlas. El libro está estructurado para que en veinte lecciones nos demos cuenta que la neurosis no depende de lo que sucede en el exterior, sino en lo que pensamos de lo que acontece. Un ejemplo mío: “Hoy llueve y no quiero que llueva porque tengo cita con el médico”. No puedo controlar a la naturaleza y pedirle al cielo que se abra mientras voy al médico. Eso sería tan imposible como brincar de la Torre Latinoamericana sin que suceda nada, como si se tratara de una caricatura de Rufo el Coyote. Entonces no puedo evitar que llueva y mi pensamiento es de ira. Hay, definitivamente, un brote neurótico.
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Yo creo que esto que se explican muy bien los terapeutas no es fácil para el sentido común, para las personas que día a día se topan con estados de angustia, de ansiedad y depresión. Para eso funciona la psicoterapia.
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Hay muchas formas de enmascarar los problemas, cuando nos cuesta trabajo tratar de enfrentarlos. Lo importante del libro de Efraín Bartolomé es que es útil para el enterado –para el versado– y para el lego. En una forma bastante amena y llena de ejemplos, uno mismo como lector va reconociéndose en sus problemas y se da cuenta que todo –salvo la muerte– tiene una solución. Y si no la tiene, entonces no hay más que afrontar las cosas.
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¿Qué nos puede salvar de la neurosis? El pensamiento neurótico está en cada uno de nosotros. Lo externo existe de manera independiente, según la teoría de Albert Ellis, llamada Terapia Conductual Emotiva. Depende de la ayuda que recibamos, de la autoayuda en momentos de ansiedad y de nuestras propias defensas ante los embates del exterior.
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Efraín Bartolomé, poeta chiapaneco, es un pionero de la psicoterapia congnitivo-conductual en México. Entre los premios que ha recibido por su obra literaria pueden citarse los siguientes: Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1984; el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en 1993; y el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 1996.
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Los poetas que se dedican a la psicoterapia –estoy convencido— entienden mucho más lo que trata de ocultarse en el alma humana, porque el hombre también está hecho de metáforas.
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Educación emocional en veinte lecciones es una edición de Paidós (2008).

martes, julio 08, 2008

Lo que yo quiero de él...

Diario Milenio-México (08/07/08)
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Una de las razones por las que Susana San Juan ha sido considerada como un poderoso personaje femenino rulfiano, se debe a la relación estrecha con su propio deseo
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No son pocos los personajes femeninos de Juan Rulfo que expresan su deseo, especialmente su deseo sexual, de manera directa. En los primeros fragmentos de Pedro Páramo, Eduviges Dyada no tarda mucho en relatarle a Juan Preciado cómo es que ella estuvo a punto de ser su madre. “Dolores fue a decirme toda apurada que no podía. Que simplemente se le hacía imposible acostarse esa noche con Pedro Páramo. Era su noche de bodas”. El ruego continua, el proceso de convencimiento, y Eduviges, al fin, cede. “Y fui”, dice. “Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía: y es que a mí también me gustaba Pedro Páramo. Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrincheré en su cuerpo; pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que pasó la noche roncando. Todo lo que hizo fue entreverar sus piernas entre las mías”. Es apenas el fragmento número nueve del libro y ya Pedro Páramo ha sido despojado de la proeza sexual que suele asociarse a fuertes personajes masculinos, especialmente cuando sus nombres son llevados al título del libro. El lector se enfrenta, pues y de entrada, a un héroe emasculado y a una mujer “con ganas”. Eduviges no es aquí la Malinche pétrea y perforada de Octavio Paz, ni la limitada mujer de la condición femenina de Rosario Castellanos. Eduviges es aquí un cuerpo sexuado a cargo de su deseo.
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Fragmentos después, cuando en típica estrategia rulfiana, el lector se entera prepósteramente de la razón por la cual Dolores Preciado no puede acostarse con Pedro Páramo en su noche de bodas, Rulfo introduce el cuerpo menstruante de la mujer en Comala y, de paso, en las letras mexicanas. Obedeciendo las órdenes del cacique, Fulgor Sedano pide en matrimonio a Dolores Preciado para de esta manera reducir las abrumantes deudas de la Media Luna. La mujer, reaccionando con gusto, le solicita, sin embargo, una tregua. Ante la renuencia del administrador, la mujer insiste: “Pero además hay algo para estos días. Cosas de mujeres, sabe usted. ¡Oh!, cuánta vergüenza me da decirle esto, Don Fulgor. Me hace usted que se me vayan los colores. Me toca la luna. ¡Oh!, qué vergüenza”. Fulgor Sedano, sin embargo, se muestra inflexible y, por ello, Dolores se ve obligada a intentar algunos remedios caseros. Así, ella “corrió a la cocina con un aguamanil para poner agua caliente: ‘Voy a hacer que esto baje más pronto. Que baje esta misma noche. Pero de todas maneras me durará mis tres días. No tendrá remedio. ¡Qué felicidad! ¡Oh, qué felicidad!’”. Cuando el remedio falla, Dolores Preciado no tiene otra solución más que pedirle el favor a Eduviges. El favor de suplantarle el cuerpo.
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Una de las múltiples razones por las que Susana San Juan ha sido considerada por muchos como un peculiar y poderoso personaje femenino en la literatura mexicana del siglo XX es, precisamente, debido a su relación estrecha y directa con su propio deseo. Viuda y trastornada, Susana, a pesar de estar casada con Pedro Páramo, no hace otra cosa más que recordar a su difunto marido, Florencio. La memoria de Susana, sin embargo, no es meramente romántica o platónica. Sus recuerdos se pueden masticar. “!Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura…! Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos”. Aprovechando la voz femenina, Rulfo lleva a cabo algo rara vez visto en la literatura mexicana de mediados de siglo: describir, con puntualidad, el cuerpo masculino. Rulfo nota y hace notar las fisuras, los temblores, los encantos de los cuerpos de los hombres, sin por ello dejar de lado su posible impotencia, tanto física como anímica, ante y por el cuerpo femenino.
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Es claro que las ánimas que se pasean por Comala purgando culpas y murmurando historias son ánimas sexuadas. Al contrario del dios que increpa Susana San Juan en uno de sus ardientes monólogos, a Rulfo no sólo le interesan las almas, sino más bien, acaso sobre todo, los cuerpos: las marcas de esos cuerpos, las interacciones de esos cuerpos, las transgresiones de esos cuerpos. Por esas áridas tierras donde sólo crecen arrayanes ácidos se desliza un tufo sexual. Por las ventanas de las casas de una Comala nocturna, cubierta de nubes, entran y salen hombres husmeando a sus presas-mujeres que otras mujeres, ya Dorotea o Eduviges o Damiana, le han facilitado al cacique y, sobre todo, al hijo del cacique, Miguel Páramo. Del otro lado de esas ventanas asimismo esperan sobre sus lechos mujeres desnudas, como Damiana Cisneros, o temerosas de la muerte, como Ana Rentería. Y, para nombrar cada uno de estos encuentros, cada uno de estos deseos, Rulfo ha elegido sustantivos directos y denotativos, así como adjetivos de un gran poder de evocación sensorial. Cuando Dolores Preciado atiende el llamado de Inocencio Osorio, el provocador de sueños, la sesión con ese hombre “que escupe como los gitanos” consiste “en que se soltaba sobándola a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los brazos, y acababa metiéndose en las piernas de una , en frío, así, aquello al cabo de un rato producía calentura”. Cuando Abundio se emborracha debido a la muerte de Refugio, su mujer, éste recuerda cómo “se acostaba con él, bien viva, retozando como una potranca, y que le mordía y le raspaba la nariz con su nariz”. Incluso cuando Juan Preciado se descubre compartiendo una estrecha tumba con Dorotea La Curraca ella está “en el hueco de [s]us brazos”. Las rodillas juntas.
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Los lectores tempranos de Rulfo, aquellos que recibieron sus libros con entusiasmo y recomendaron sus traducciones a otros idiomas, han escrito, y mucho, sobre la violencia sexual que ejercen los violadores, el cacique y, en su caso, el hijo del cacique, en los caminos de Comala, ligando así la figura del hijo bastardo con el sentido de orfandad de una nación en pos de su propia modernidad. A esta visión que, aunque certera, no deja de ser parcial, habría que agregarle ese deseo sexual femenino tan cabal como complicadamente presente a lo largo del texto rulfiano. Nuestra interpretación de las múltiples maneras en que México enfrentó el reto de su propia modernidad a mediados del silgo XX sería así más compleja, más dinámica y, sin lugar a dudas, más interesante.

lunes, julio 07, 2008

Se presentó en México el nuevo libro de Volpi

Celebra Jorge Volpi cumpleaños 40 con presentación de nuevo libro
El Universal-Notimex (05/07/08)
Comentan los escritores Juan Villoro y Martín Solares el texto Mentiras contagiosas
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Con puntualidad inglesa y humor a la mexicana, el escritor Jorge Volpi celebró sus 40 años con la presentación de Mentiras contagiosas, su nuevo libro, cuyos comentarios estuvieron a cargo de sus dos mejores amigos: Juan Villoro y Martín Solares.
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Volpi es un real "cronista de las ideas" , de acuerdo con la ponencia de Villoro. "Es un autor sofisticado, maniático del control literario, cuyas fronteras son sus propios límites", añadió en su escrupulosa retrospectiva sobre la obra del también director del Canal 22 de televisión.
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La librería Rosario Castellanos del Centro Cultural Bella Epoca se vio anoche colmada de amigos y compañeros de Volpi, quien estaba rodeado de personalidades del mundo de las letras, el análisis humanístico y el estudio del devenir social del país, ávidos de leer su libro.
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Al tomar la palabra, Solares mencionó que el autor de Mentiras contagiosas creó un libro provocador y desenfadado, propio de quien es un escritor divertido. "Parece que el texto se comenzó a escribir con saco y corbata y se terminó con tenis y jeans", consideró.
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Entre serio y no tanto, dijo que desde el punto de vista lógico "no debería sorprendernos que luego de convertir en personajes de ficción a científicos y ensayistas como Einstein, Barthes o Lacan, Volpi la emprenda ahora con el ensayo mismo y busque la manera de volverlo materia de la ficción".
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Aseguró que con Mentiras contagiosas, el también autor de En busca de Klingsor transgrede con desenfado las fronteras y acaso experimenta con astucia el ensayo-ficción. En sus propias palabras, "`acaso la unión de la ficción con el ensayo represente el mejor camino que le queda por explorar a la novela en nuestros días'".
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Lo cierto es que en el libro desfilan numerosos personajes destacados reales en las más variadas áreas del quehacer humano, como Darwin, Newton, Welles, Juan Rulfo, García Márquez, Carlos Fuentes y muchos más, pero también imaginarios, como Don Quijote de la Mancha.
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El volumen se integra de ensayos, de reciente factura y de hace años, en los que el hilo conductor es la novela, con sus aristas y sus protagonistas; su arte, autores latinoamericanos y otros aspectos en torno a ese género literario.
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A lo largo del tomo se puede encontrar una mezcla de elementos reales con ficción en sus temas, tramas y apartados. El escritor se hace algunas preguntas, como "¿Qué son las novelas, para qué sirven, cuál es su papel dentro de la sociedad?", a las que él mismo halla las respuestas y las expone claramente.
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La selección de textos sobre novela y arte escritos por el autor se rigió bajo el criterio de crear un todo literario. Aunque cada uno de sus capítulos y ensayos puede ser disfrutado de manera aislada, en conjunto hacen una reflexión magistral; el libro presenta ensayos sobre libros, editores, libreros y escritores.
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Baste unos ejemplos: El Quijote de Cervantes y la forma como lo abordó Orson Welles en el cine, o su posible existencia real, así como los nuevos novelistas latinoamericanos y los consagrados, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Cabrera Infante, Sergio Pitol y otros escritores de esta región.
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El libro, que ya se encuentra a la venta en librerías de todo el país, España y algunas ciudades latinoamericanas, luce en su portada una fotografía de Lola Álvarez Bravo, Unos suben y otros bajan, imagen emblemática de esa artista de la lente que comulga con el contenido literario.
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Mentiras contagiosas reúne textos que exploran los límites de la novela y desmenuzan sus múltiples posibilidades de supervivencia, desafiando a quienes la consideran un entretenimiento inútil o certifican su inevitable y próxima extinción. Volpi se declara enemigo de toda clase de fronteras.
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"Frente a la plaga de novelas banales que nos invade es necesario combatir por la novela compleja, aquella que no se rinde a la imitación, que desafía las convenciones, que busca superarse a sí misma; nos corresponde mantenerla con vida", señala el autor.

Rehenes de la Historia



Diario Milenio-México (07/07/08)
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Las imágenes posteriores a la Operación Jaque muestran que entre las armas poderosas sobresale la cámara de video, capaz de adormecer los egos más alertas.
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Lente de alto calibre
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Hay que tener una imaginación intrépida para ponerse en el lugar de los tripulantes del helicóptero que rescató a los quince rehenes de las manos del FARC. Quienes de esto más saben aseguran que no existe emoción tan intensa como la de ser parte de una balacera, pero la sola imagen del video tomado desde el aparato, que aterriza a mitad de un gran círculo de guerrilleros armados con kaláshnikovs apuntando hacia ellos, habla de otros estándares en lo que toca a la derrama de adrenalina. Aunque no sólo son las armas de fuego temibles por el pánico que provocan en quienes las enfrentan desarmados; también, y tal vez más, porque generan una curiosa petulancia en los que las empuñan. No suele ser con una metralleta entre manos que la gente razona mejor, aun si esa ventaja relativa le da un aire de superioridad tanto más deleitoso que nutritivo, pues entraña una peligrosa arrogancia que desdeña el cerebro y el instinto de conservación ajenos, así como la probable existencia de algún arma estratégica superior. Que es el caso, en la historia que nos ocupa.
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¿Cómo hacen unos cuantos impostores para tomar ventaja sobre decenas de enemigos armados con kaláshnikovs en tierra firme? No hay más que ver la generosa sonrisa del comandante César para entender cuál es el arma contra la que no sabe pelear. Un arma que transforma su fiereza en mansedumbre, seguramente porque interesa órganos y tejidos profundos con una sutileza instrumental que el plomo desconoce. Con trabajos se entiende que todo un comandante guerrillero permita la irrupción de cámara y micrófono en mitad de una transferencia de rehenes, pero está su sonrisa para explicarlo. No quiere verse mal en la televisión, ya se imagina —y nada más en esto no se equivoca— que su imagen dará la vuelta al mundo en unas cuantas horas. Se le ve amable, casi con ganas de acceder a cada petición del falso reportero. Pensará, por qué no, que los jefes verán con buenos ojos esa demostración de autoridad amable que el público no espera en un secuestrador. Pensará cualquier cosa, excepto lo que debería estar pensando. En lugar de alertarlo, la cámara ha apagado su instinto de conservación.
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Atados de neuronas
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Haciendo cuentas raudas, se observa que los guerrilleros sucumbieron cuando menos dos veces al poder de la lente. Una por asumir que el arma filmadora estaba de su lado; la otra por el par de camisetas con la imagen del Ché, que en principio tanto decepcionaron a los rehenes (son iguales a éstos, se temieron). ¿Quién, que estuviera en el pellejo narcisista del comandante César, no iba a darse a soñar con su cara de prócer del futuro impresa en varios miles de camisetas? ¿Cómo no acicalarse de menos mentalmente cuando del helicóptero bajan la cámara y el camarógrafo con los logos de la bolivariana cadena Telesur? Nadie que fuera el comandante César iba a perderse de la oportunidad de aparecer en el programa de Hugo Chávez con esa sonrisota perdonavidas en el momento de trepar al helicóptero.
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“Ejército del pueblo”, exclama en el micrófono uno de los falsos periodistas, y ello otorga a la escena cierto airecillo de pasaje histórico. Contra lo que uno espera del par de carceleros de élite que ya se aprestan a trepar al aparato, ambos se muestran joviales y magnánimos ante la lente del camarógrafo que aún insiste en obtener declaraciones de rehenes o guerrilleros. ¿Quién tiene tiempo para revisar el helicóptero, exigir credenciales o verificar la autenticidad de la maniobra, cuando ahí viene la cámara y hay que estar a la altura de la magna ocasión? Entre las camisetas del Ché y los prometedores logos de Telesur se encargan de tomar prisioneros a los hombres de las metralletas, no atándoles las manos ni los pies, como el razonamiento. Alguien contó a los estrategas del ejército que el comandante César es vanidoso, y contra eso se sabe que no hay defensa.
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Fugitivo a la vista
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“Si no come, se muere y la enterramos”, relata el cabo William Pérez que opinaron los hombres de las FARC cuando pidió ciertos medicamentos urgentes para Ingrid Betancourt, que llevaba ya días sin probar alimento. En un video tomado al día siguiente del rescate, el enfermero narra las condiciones de poca o nula asepsia en las que se veía obligado a trabajar, ante la indiferencia de sus captores, pero a uno ya poco le sorprende, pues le ha bastado con escuchar la tranquila sentencia del carcelero que bien podría ser el comandante César o su subordinado, Enrique Gafas. Se muere y la enterramos, resuenan las palabras en el cráneo, todavía minutos después. Uno a uno, los videos posteriores al rescate van estallando bajo lo poco bueno que podría quedar de la imagen de las FARC. En uno de ellos, aparece un alto jerifalte del ejército señalando las dos bolsas de plástico que ambos guerrilleros llevaron consigo al helicóptero, en presencia de sendos detenidos —César amoratado, más lejano que nunca de su sonrisa—. Teatralmente, el general ordena a sus soldados que muestren a la gente el contenido de las bolsas: solamente cadenas, llaves y candados. Quienes se dicen combatientes de la libertad viajan acompañados de rehenes y cadenas. ¿Para qué disparar obuses y misiles, si con la pura cámara los están devastando?
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“Me quedé frío”, declaró Hugo Chávez, pasadas las primeras veinticuatro horas de desconcierto, y uno sabe que en eso sí no ha mentido, aunque ya lo del júbilo ni quién se lo crea. De una u otra manera, Chávez sabe de sobra lo que ignoran las FARC en torno al arma que los ha vencido. Pocos cuidan como él la fotogenia histórica, y menos son aún los que aprenden a disparar estigmas con ella. Ya lo decía Mike Connors al final de cada capítulo de la vetusta serie En la cuerda floja: “En la confusión, un hombre escapó: yo.”