jueves, julio 10, 2008

Antes de ir a platicar con Morfeo

Ya mero viene el cierre de verano en la Universidad y estoy a unos pasos de largarme del Colegio, algunos brincaran, otros más, muy en el fondo me extrañaran.
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Cada que va a empezar un largo periodo de clases, Primavera u Otoño, hago y cierro una lista de libros leídos en cada uno de esos períodos. Ya mero cierro la de este ciclo, será la siguiente semana y terminaré con la novela Mi gobierno será detestado de José Manuel Villalpando, una obra que se centra en la figura del sexagésimo virrey de la Nueva España: Félix María Calleja, que fuera el enemigo más acérrimo, despiadado y sangriento al que se pudieron haber enfrentado el ejército Insurgente.
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Según lo que voy leyendo la táctica, es hacer que el personaje haga unas memorias buscando cuál es la mayor culpa que le carcome en sus últimos días y no le permite morir en paz, una especie de auto-exorcización. En estas, Calleja nos va relatando cómo fue derrotado algunas veces por los Insurgentes y como en otras ocasiones él salió triunfador, narra los procesos que siguió para decidir cómo acabar con el ejército Insurgente, pero también es un Calleja que declara coincidir y simpatizar con las idea de Independencia, más no con la forma. Odio a Hidalgo, admiró y respeto a Morelos, coincidía más con Iturbide.
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Un libro que me va gustando y leo después de haber reposado Morelos, morir es nada de mi amigo y mentor Pedro Ángel Palou, para después pasar a leer Victoria de Eugenio Aguirre y culminar este recorrido de novelas históricas con Noticias del Imperio de Fernando del Paso. Quedarán volando el nuevo libro que espero pronto ver de Pedro Ángel y por supuesto, la novela de Enrique Serna: El seductor de la patria.
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Hablando de mi mentor, el lunes pasado, el amigo Mario Alberto Mejía lanzó la bomba de que Palou García estará en Puebla impartiendo un taller en la Casa del Escritor, en cuanto pude confirmé la información con Roberto Martínez Garcilazo, Director de Literatura, Ediciones y Bibliotecas de la Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, que me corroboró el dato y agregó que será a partir del 19 de agosto de 4 a 6 de la tarde durante 9 días con un cupo de 20 personas y un costo de $1,000 (aquí lo malo, uno es pobre), se titulará: La muerte de la Literatura.
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Mientras escribo esto, del otro lado de la computadora, está mi querida Carmen, esperando le diga algo. Sólo atino a escribirle en este texto: Gracias por estar a mi lado, me haces feliz.

Educación emocional en veinte lecciones

Diario Milenio-Puebla (10/07/08)
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De gran utilidad me ha sido la lectura del libro Educación emocional en veinte lecciones del poeta Efraín Bartolomé. No he estado tan equivocado: el terapeuta está obligado a descubrir y descifrar las metáforas que el paciente le presenta. La neurosis es un síntoma social. Las causas son muchísimas, pero todas se resumen en una: las exigencias al ambiente, a la naturaleza o al comportamiento de la gente, tal y como nosotros pensamos que debe de ser crea la neurosis, porque la realidad se encarga de restregarnos en la cara que las cosas no son así, como quisiéramos.
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La emoción es el motor de la vida, pero sucede que a veces éstas nos rebasan. Como dice Bartolomé: “se pasan de la raya” y entonces hay que aprender a controlarlas. El libro está estructurado para que en veinte lecciones nos demos cuenta que la neurosis no depende de lo que sucede en el exterior, sino en lo que pensamos de lo que acontece. Un ejemplo mío: “Hoy llueve y no quiero que llueva porque tengo cita con el médico”. No puedo controlar a la naturaleza y pedirle al cielo que se abra mientras voy al médico. Eso sería tan imposible como brincar de la Torre Latinoamericana sin que suceda nada, como si se tratara de una caricatura de Rufo el Coyote. Entonces no puedo evitar que llueva y mi pensamiento es de ira. Hay, definitivamente, un brote neurótico.
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Yo creo que esto que se explican muy bien los terapeutas no es fácil para el sentido común, para las personas que día a día se topan con estados de angustia, de ansiedad y depresión. Para eso funciona la psicoterapia.
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Hay muchas formas de enmascarar los problemas, cuando nos cuesta trabajo tratar de enfrentarlos. Lo importante del libro de Efraín Bartolomé es que es útil para el enterado –para el versado– y para el lego. En una forma bastante amena y llena de ejemplos, uno mismo como lector va reconociéndose en sus problemas y se da cuenta que todo –salvo la muerte– tiene una solución. Y si no la tiene, entonces no hay más que afrontar las cosas.
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¿Qué nos puede salvar de la neurosis? El pensamiento neurótico está en cada uno de nosotros. Lo externo existe de manera independiente, según la teoría de Albert Ellis, llamada Terapia Conductual Emotiva. Depende de la ayuda que recibamos, de la autoayuda en momentos de ansiedad y de nuestras propias defensas ante los embates del exterior.
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Efraín Bartolomé, poeta chiapaneco, es un pionero de la psicoterapia congnitivo-conductual en México. Entre los premios que ha recibido por su obra literaria pueden citarse los siguientes: Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1984; el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en 1993; y el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 1996.
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Los poetas que se dedican a la psicoterapia –estoy convencido— entienden mucho más lo que trata de ocultarse en el alma humana, porque el hombre también está hecho de metáforas.
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Educación emocional en veinte lecciones es una edición de Paidós (2008).

martes, julio 08, 2008

Lo que yo quiero de él...

Diario Milenio-México (08/07/08)
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Una de las razones por las que Susana San Juan ha sido considerada como un poderoso personaje femenino rulfiano, se debe a la relación estrecha con su propio deseo
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No son pocos los personajes femeninos de Juan Rulfo que expresan su deseo, especialmente su deseo sexual, de manera directa. En los primeros fragmentos de Pedro Páramo, Eduviges Dyada no tarda mucho en relatarle a Juan Preciado cómo es que ella estuvo a punto de ser su madre. “Dolores fue a decirme toda apurada que no podía. Que simplemente se le hacía imposible acostarse esa noche con Pedro Páramo. Era su noche de bodas”. El ruego continua, el proceso de convencimiento, y Eduviges, al fin, cede. “Y fui”, dice. “Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía: y es que a mí también me gustaba Pedro Páramo. Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrincheré en su cuerpo; pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que pasó la noche roncando. Todo lo que hizo fue entreverar sus piernas entre las mías”. Es apenas el fragmento número nueve del libro y ya Pedro Páramo ha sido despojado de la proeza sexual que suele asociarse a fuertes personajes masculinos, especialmente cuando sus nombres son llevados al título del libro. El lector se enfrenta, pues y de entrada, a un héroe emasculado y a una mujer “con ganas”. Eduviges no es aquí la Malinche pétrea y perforada de Octavio Paz, ni la limitada mujer de la condición femenina de Rosario Castellanos. Eduviges es aquí un cuerpo sexuado a cargo de su deseo.
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Fragmentos después, cuando en típica estrategia rulfiana, el lector se entera prepósteramente de la razón por la cual Dolores Preciado no puede acostarse con Pedro Páramo en su noche de bodas, Rulfo introduce el cuerpo menstruante de la mujer en Comala y, de paso, en las letras mexicanas. Obedeciendo las órdenes del cacique, Fulgor Sedano pide en matrimonio a Dolores Preciado para de esta manera reducir las abrumantes deudas de la Media Luna. La mujer, reaccionando con gusto, le solicita, sin embargo, una tregua. Ante la renuencia del administrador, la mujer insiste: “Pero además hay algo para estos días. Cosas de mujeres, sabe usted. ¡Oh!, cuánta vergüenza me da decirle esto, Don Fulgor. Me hace usted que se me vayan los colores. Me toca la luna. ¡Oh!, qué vergüenza”. Fulgor Sedano, sin embargo, se muestra inflexible y, por ello, Dolores se ve obligada a intentar algunos remedios caseros. Así, ella “corrió a la cocina con un aguamanil para poner agua caliente: ‘Voy a hacer que esto baje más pronto. Que baje esta misma noche. Pero de todas maneras me durará mis tres días. No tendrá remedio. ¡Qué felicidad! ¡Oh, qué felicidad!’”. Cuando el remedio falla, Dolores Preciado no tiene otra solución más que pedirle el favor a Eduviges. El favor de suplantarle el cuerpo.
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Una de las múltiples razones por las que Susana San Juan ha sido considerada por muchos como un peculiar y poderoso personaje femenino en la literatura mexicana del siglo XX es, precisamente, debido a su relación estrecha y directa con su propio deseo. Viuda y trastornada, Susana, a pesar de estar casada con Pedro Páramo, no hace otra cosa más que recordar a su difunto marido, Florencio. La memoria de Susana, sin embargo, no es meramente romántica o platónica. Sus recuerdos se pueden masticar. “!Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura…! Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos”. Aprovechando la voz femenina, Rulfo lleva a cabo algo rara vez visto en la literatura mexicana de mediados de siglo: describir, con puntualidad, el cuerpo masculino. Rulfo nota y hace notar las fisuras, los temblores, los encantos de los cuerpos de los hombres, sin por ello dejar de lado su posible impotencia, tanto física como anímica, ante y por el cuerpo femenino.
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Es claro que las ánimas que se pasean por Comala purgando culpas y murmurando historias son ánimas sexuadas. Al contrario del dios que increpa Susana San Juan en uno de sus ardientes monólogos, a Rulfo no sólo le interesan las almas, sino más bien, acaso sobre todo, los cuerpos: las marcas de esos cuerpos, las interacciones de esos cuerpos, las transgresiones de esos cuerpos. Por esas áridas tierras donde sólo crecen arrayanes ácidos se desliza un tufo sexual. Por las ventanas de las casas de una Comala nocturna, cubierta de nubes, entran y salen hombres husmeando a sus presas-mujeres que otras mujeres, ya Dorotea o Eduviges o Damiana, le han facilitado al cacique y, sobre todo, al hijo del cacique, Miguel Páramo. Del otro lado de esas ventanas asimismo esperan sobre sus lechos mujeres desnudas, como Damiana Cisneros, o temerosas de la muerte, como Ana Rentería. Y, para nombrar cada uno de estos encuentros, cada uno de estos deseos, Rulfo ha elegido sustantivos directos y denotativos, así como adjetivos de un gran poder de evocación sensorial. Cuando Dolores Preciado atiende el llamado de Inocencio Osorio, el provocador de sueños, la sesión con ese hombre “que escupe como los gitanos” consiste “en que se soltaba sobándola a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los brazos, y acababa metiéndose en las piernas de una , en frío, así, aquello al cabo de un rato producía calentura”. Cuando Abundio se emborracha debido a la muerte de Refugio, su mujer, éste recuerda cómo “se acostaba con él, bien viva, retozando como una potranca, y que le mordía y le raspaba la nariz con su nariz”. Incluso cuando Juan Preciado se descubre compartiendo una estrecha tumba con Dorotea La Curraca ella está “en el hueco de [s]us brazos”. Las rodillas juntas.
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Los lectores tempranos de Rulfo, aquellos que recibieron sus libros con entusiasmo y recomendaron sus traducciones a otros idiomas, han escrito, y mucho, sobre la violencia sexual que ejercen los violadores, el cacique y, en su caso, el hijo del cacique, en los caminos de Comala, ligando así la figura del hijo bastardo con el sentido de orfandad de una nación en pos de su propia modernidad. A esta visión que, aunque certera, no deja de ser parcial, habría que agregarle ese deseo sexual femenino tan cabal como complicadamente presente a lo largo del texto rulfiano. Nuestra interpretación de las múltiples maneras en que México enfrentó el reto de su propia modernidad a mediados del silgo XX sería así más compleja, más dinámica y, sin lugar a dudas, más interesante.

lunes, julio 07, 2008

Se presentó en México el nuevo libro de Volpi

Celebra Jorge Volpi cumpleaños 40 con presentación de nuevo libro
El Universal-Notimex (05/07/08)
Comentan los escritores Juan Villoro y Martín Solares el texto Mentiras contagiosas
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Con puntualidad inglesa y humor a la mexicana, el escritor Jorge Volpi celebró sus 40 años con la presentación de Mentiras contagiosas, su nuevo libro, cuyos comentarios estuvieron a cargo de sus dos mejores amigos: Juan Villoro y Martín Solares.
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Volpi es un real "cronista de las ideas" , de acuerdo con la ponencia de Villoro. "Es un autor sofisticado, maniático del control literario, cuyas fronteras son sus propios límites", añadió en su escrupulosa retrospectiva sobre la obra del también director del Canal 22 de televisión.
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La librería Rosario Castellanos del Centro Cultural Bella Epoca se vio anoche colmada de amigos y compañeros de Volpi, quien estaba rodeado de personalidades del mundo de las letras, el análisis humanístico y el estudio del devenir social del país, ávidos de leer su libro.
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Al tomar la palabra, Solares mencionó que el autor de Mentiras contagiosas creó un libro provocador y desenfadado, propio de quien es un escritor divertido. "Parece que el texto se comenzó a escribir con saco y corbata y se terminó con tenis y jeans", consideró.
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Entre serio y no tanto, dijo que desde el punto de vista lógico "no debería sorprendernos que luego de convertir en personajes de ficción a científicos y ensayistas como Einstein, Barthes o Lacan, Volpi la emprenda ahora con el ensayo mismo y busque la manera de volverlo materia de la ficción".
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Aseguró que con Mentiras contagiosas, el también autor de En busca de Klingsor transgrede con desenfado las fronteras y acaso experimenta con astucia el ensayo-ficción. En sus propias palabras, "`acaso la unión de la ficción con el ensayo represente el mejor camino que le queda por explorar a la novela en nuestros días'".
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Lo cierto es que en el libro desfilan numerosos personajes destacados reales en las más variadas áreas del quehacer humano, como Darwin, Newton, Welles, Juan Rulfo, García Márquez, Carlos Fuentes y muchos más, pero también imaginarios, como Don Quijote de la Mancha.
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El volumen se integra de ensayos, de reciente factura y de hace años, en los que el hilo conductor es la novela, con sus aristas y sus protagonistas; su arte, autores latinoamericanos y otros aspectos en torno a ese género literario.
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A lo largo del tomo se puede encontrar una mezcla de elementos reales con ficción en sus temas, tramas y apartados. El escritor se hace algunas preguntas, como "¿Qué son las novelas, para qué sirven, cuál es su papel dentro de la sociedad?", a las que él mismo halla las respuestas y las expone claramente.
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La selección de textos sobre novela y arte escritos por el autor se rigió bajo el criterio de crear un todo literario. Aunque cada uno de sus capítulos y ensayos puede ser disfrutado de manera aislada, en conjunto hacen una reflexión magistral; el libro presenta ensayos sobre libros, editores, libreros y escritores.
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Baste unos ejemplos: El Quijote de Cervantes y la forma como lo abordó Orson Welles en el cine, o su posible existencia real, así como los nuevos novelistas latinoamericanos y los consagrados, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Cabrera Infante, Sergio Pitol y otros escritores de esta región.
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El libro, que ya se encuentra a la venta en librerías de todo el país, España y algunas ciudades latinoamericanas, luce en su portada una fotografía de Lola Álvarez Bravo, Unos suben y otros bajan, imagen emblemática de esa artista de la lente que comulga con el contenido literario.
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Mentiras contagiosas reúne textos que exploran los límites de la novela y desmenuzan sus múltiples posibilidades de supervivencia, desafiando a quienes la consideran un entretenimiento inútil o certifican su inevitable y próxima extinción. Volpi se declara enemigo de toda clase de fronteras.
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"Frente a la plaga de novelas banales que nos invade es necesario combatir por la novela compleja, aquella que no se rinde a la imitación, que desafía las convenciones, que busca superarse a sí misma; nos corresponde mantenerla con vida", señala el autor.

Rehenes de la Historia



Diario Milenio-México (07/07/08)
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Las imágenes posteriores a la Operación Jaque muestran que entre las armas poderosas sobresale la cámara de video, capaz de adormecer los egos más alertas.
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Lente de alto calibre
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Hay que tener una imaginación intrépida para ponerse en el lugar de los tripulantes del helicóptero que rescató a los quince rehenes de las manos del FARC. Quienes de esto más saben aseguran que no existe emoción tan intensa como la de ser parte de una balacera, pero la sola imagen del video tomado desde el aparato, que aterriza a mitad de un gran círculo de guerrilleros armados con kaláshnikovs apuntando hacia ellos, habla de otros estándares en lo que toca a la derrama de adrenalina. Aunque no sólo son las armas de fuego temibles por el pánico que provocan en quienes las enfrentan desarmados; también, y tal vez más, porque generan una curiosa petulancia en los que las empuñan. No suele ser con una metralleta entre manos que la gente razona mejor, aun si esa ventaja relativa le da un aire de superioridad tanto más deleitoso que nutritivo, pues entraña una peligrosa arrogancia que desdeña el cerebro y el instinto de conservación ajenos, así como la probable existencia de algún arma estratégica superior. Que es el caso, en la historia que nos ocupa.
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¿Cómo hacen unos cuantos impostores para tomar ventaja sobre decenas de enemigos armados con kaláshnikovs en tierra firme? No hay más que ver la generosa sonrisa del comandante César para entender cuál es el arma contra la que no sabe pelear. Un arma que transforma su fiereza en mansedumbre, seguramente porque interesa órganos y tejidos profundos con una sutileza instrumental que el plomo desconoce. Con trabajos se entiende que todo un comandante guerrillero permita la irrupción de cámara y micrófono en mitad de una transferencia de rehenes, pero está su sonrisa para explicarlo. No quiere verse mal en la televisión, ya se imagina —y nada más en esto no se equivoca— que su imagen dará la vuelta al mundo en unas cuantas horas. Se le ve amable, casi con ganas de acceder a cada petición del falso reportero. Pensará, por qué no, que los jefes verán con buenos ojos esa demostración de autoridad amable que el público no espera en un secuestrador. Pensará cualquier cosa, excepto lo que debería estar pensando. En lugar de alertarlo, la cámara ha apagado su instinto de conservación.
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Atados de neuronas
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Haciendo cuentas raudas, se observa que los guerrilleros sucumbieron cuando menos dos veces al poder de la lente. Una por asumir que el arma filmadora estaba de su lado; la otra por el par de camisetas con la imagen del Ché, que en principio tanto decepcionaron a los rehenes (son iguales a éstos, se temieron). ¿Quién, que estuviera en el pellejo narcisista del comandante César, no iba a darse a soñar con su cara de prócer del futuro impresa en varios miles de camisetas? ¿Cómo no acicalarse de menos mentalmente cuando del helicóptero bajan la cámara y el camarógrafo con los logos de la bolivariana cadena Telesur? Nadie que fuera el comandante César iba a perderse de la oportunidad de aparecer en el programa de Hugo Chávez con esa sonrisota perdonavidas en el momento de trepar al helicóptero.
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“Ejército del pueblo”, exclama en el micrófono uno de los falsos periodistas, y ello otorga a la escena cierto airecillo de pasaje histórico. Contra lo que uno espera del par de carceleros de élite que ya se aprestan a trepar al aparato, ambos se muestran joviales y magnánimos ante la lente del camarógrafo que aún insiste en obtener declaraciones de rehenes o guerrilleros. ¿Quién tiene tiempo para revisar el helicóptero, exigir credenciales o verificar la autenticidad de la maniobra, cuando ahí viene la cámara y hay que estar a la altura de la magna ocasión? Entre las camisetas del Ché y los prometedores logos de Telesur se encargan de tomar prisioneros a los hombres de las metralletas, no atándoles las manos ni los pies, como el razonamiento. Alguien contó a los estrategas del ejército que el comandante César es vanidoso, y contra eso se sabe que no hay defensa.
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Fugitivo a la vista
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“Si no come, se muere y la enterramos”, relata el cabo William Pérez que opinaron los hombres de las FARC cuando pidió ciertos medicamentos urgentes para Ingrid Betancourt, que llevaba ya días sin probar alimento. En un video tomado al día siguiente del rescate, el enfermero narra las condiciones de poca o nula asepsia en las que se veía obligado a trabajar, ante la indiferencia de sus captores, pero a uno ya poco le sorprende, pues le ha bastado con escuchar la tranquila sentencia del carcelero que bien podría ser el comandante César o su subordinado, Enrique Gafas. Se muere y la enterramos, resuenan las palabras en el cráneo, todavía minutos después. Uno a uno, los videos posteriores al rescate van estallando bajo lo poco bueno que podría quedar de la imagen de las FARC. En uno de ellos, aparece un alto jerifalte del ejército señalando las dos bolsas de plástico que ambos guerrilleros llevaron consigo al helicóptero, en presencia de sendos detenidos —César amoratado, más lejano que nunca de su sonrisa—. Teatralmente, el general ordena a sus soldados que muestren a la gente el contenido de las bolsas: solamente cadenas, llaves y candados. Quienes se dicen combatientes de la libertad viajan acompañados de rehenes y cadenas. ¿Para qué disparar obuses y misiles, si con la pura cámara los están devastando?
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“Me quedé frío”, declaró Hugo Chávez, pasadas las primeras veinticuatro horas de desconcierto, y uno sabe que en eso sí no ha mentido, aunque ya lo del júbilo ni quién se lo crea. De una u otra manera, Chávez sabe de sobra lo que ignoran las FARC en torno al arma que los ha vencido. Pocos cuidan como él la fotogenia histórica, y menos son aún los que aprenden a disparar estigmas con ella. Ya lo decía Mike Connors al final de cada capítulo de la vetusta serie En la cuerda floja: “En la confusión, un hombre escapó: yo.”

viernes, julio 04, 2008

Presentación de una novela

Ahí están dos seres, sentados, esperando buscar la respuesta a su pregunta: ¿qué hago aquí?, mejor dicho: ¿qué hacemos aquí? Uno de ellos, digamos el que representa la masculinidad en esta pareja tan dispareja, juega en sus manos con una cámara fotográfica, que irá a retratar lo que acontezca. Mientras, la parte femenina ve el reloj insistentemente, casi cada minuto, la impuntualidad de los demás le choca, pero no le incomoda en ella, en su cabeza pasan muchas cosas, pero la que más le taladra tiene que ver con las ganas de no estar ahí, rodeada de tanta gente.
Por fin, dice ella, son las 5:14 pm. Quince minutos de retraso, qué falta de respeto. Él sólo atina en apuntar la hora en un cuaderno de hojas, recuerda que debe y tiene que reseñar la presentación para pasar una materia impartida por uno de los presentadores de la novela en cuestión que dicen habla de muerte, mujeres y música.
La libreta destinada a servir de apunte de ideas para la reseña se vuelve en un recadero-reseñistico, debido a que él espera encontrar algo que escribir, ella, ante la incapacidad de éste y la necesidad de llenar hojas en blanco, escriben.

Él: 5:14 pm, empezó la presentación y ACF tiene la palabra.
Ella: tú no escribes, pero yo sí…Por alguna extraña razón me siento más cómoda manchando tus hojas…Alí terminó de hablar…siempre habla de los signos…es un poco como en clase…pobrecito.
Él: quizá le falta espontaneidad, no sé.
Aplausos, termina un ponente, sigue otro.
Él: 10 minutos después empieza ISP mi amigo, él siempre sabe qué decir y cómo lo va a hacer.
Luego, silencio del auditorio para poder escuchar a ISP. Viene de lejos dice la biografía leída, crítico, poeta, investigador, antologador, etc. De esos no hay acá, piensa él. Si no fuera gordito y chistosito le robaría un beso, ella hacía sus adentros.
Él: breve, conciso, sin papel en mano. Todo de memoria. Seguridad, sí, se nota la escuela amistosa de la que proviene.
Ella: simplemente experiencia, mi amor, experiencia.
Ella: ahora ISP hablan tanto como investigador que prefiero evadirme, esconderme, sí ocultarme, y aunque hablará de otra forma, soy adicta al escape, al s i l e n c i o, shhhhhhh.
Él: habla de universalidad, de la importancia de esta novela en México, luego habla de un cuentario. Hace un mapeo, lo coloca al lado de Lemus, Maldonado y dice, asegura que es mejor que Mendoza. Novela refinada, con registros prosísticos altos, novela polifónica. Gran potencialidad de estilos. Novela que rompe con los axiomas, mantiene la violencia, el erotismo y demás requisitos de las novelas policíacas y/o detectivescas, pero sin ser repetitivo, repetitivo, repetitivo, en sus registros. Tiene su propia personalidad, no tiene una genealogía conocida, no es Pitol, ni Rulfo, se deshace de sus fantasmas y no está sujeta a nada y por ellos logra una nueva escritura.

Ella le rebata a él la libreta, le corta la inspiración y el movimiento hace que la pluma caiga y apunte hacía él, mal presagio, piensa, dicen que cuando la pluma inconscientemente al ser colocada o al caer apunta hacía uno, es que uno está en desacuerdo y en desconfianza con lo que uno ha escrito. Y al mismo tiempo termina el presentador y sigue el escritor de la novela.

Ella: ver tu pantorrilla a través de tu pantalón, por ese agujero tan poco glamoroso, siempre tú así, tan sin glamur, pero aún así, me encanta…, es tan poético. Luego, pienso en acariciarte y no escucho a ACF (esto seguro no te agrada…je…es broma, pero lo que sí es cierto, es que tú eres poeta y el poeta premiado)…después, se me ocurre que debo morderte, lentamente, luego, hacerte porquerías, pero serían armoniosas, rítmicas, artísticas, porque al fondo se escucha música “clásica”, Stravinski por si preguntas, su violencia musical me agrada, perfecto para una tarde fría y lluviosa como esta. Necesitamos una guarida…All you need is fuck, a perdón, me equivoqué es “La Consagración de la primavera”, sabes tiene un ritual, aparte es ballet y tiene su historia, está basado en antiguas prácticas…
Él: sí, ya sé, dicen que antes le pedían a una bella y joven dama que bailará hasta que literalmente se muriera.
Ella: sabes, es bueno encontrar a otro loco amante de la música y que aparte escribe…chévere…al menos alguien sí supo que prefería más la escritura que la música. Yo no sé nada, pero él autor sí, está hablando del escándalo del estreno de la obra de Stravinski, en fin, este autor me agrada…sobre todo su preocupación por el mundo, la economía, etc.
Él: novela que nace de su amor por la música, pero, al mismo tiempo, es una protesta por los efectos económicos de 1994 en México, luego por los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Después, el autor, se anima a decir que Joyce no renovó en lenguaje como dicen en las academias literarias, más bien lo tienen de forma innata los agentes del ministerio público y sus redactores.
Ella: si, me agrada, está leyendo un acta….una declaración…hasta mencionó a una güerita contrabajista. Tiene un talento especial para leer eso, ¿cuántas declaraciones habrá leído?, sí, definitivamente, este escritor me gusta…sólo le quitaría la facha de ñoño, nerd, ¡eaaaa!, arriba los ñoños, ¡oh sí, mmmmmmm, qué rico, arriba los ñoños!
¡Ups! Me equivoqué de idea, quise decir: ¡los ñoños al poder!

Se hace el silencio, las novelas ahora en manos de los lectores que leerán la novela para chaquetearse mientras releen la escena donde habla de cómo uno de los personajes le meta la verga de manera constante a una de las protagonistas. Entonces piensa él, que quizá la novela deba leerse un 21 de marzo bailando con la verga de fuera y la mano en ella, en algún centro prehispánico ceremonial teniendo en los audífonos del discman a Stravinski, quizá así pueda consagrarla para que al momento que tenga una mujer enfrente pueda presumirle que tendrán una cogida consagrada por los dioses prehispánicos.
Ella: tu final, querido, ha sido un poco como si durante todo este tiempo haya estado acariciándote la entrepierna, mientras escribíamos tontadas, mientras escuchábamos distraídos fingiendo poner atención... sí, acariciándote hasta que no resististe más y tuvimos que escapar a algún rincón oscuro de esta casa-asilo-que-siempre-me -ha-parecido-tan-pequeña...
al final, recuerda, soy adicta a los escapes...

jueves, julio 03, 2008

Estampas de San Luis (II)

Diario Milenio-México (03/07/08)
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Por las mañanas San Luis tiene un sol tibio y sus calles están impregnadas del poeta Manuel José Othón. El programa del Cuarto Festival Internacional de Letras estuvo siempre concurrido. Todos los actos se llevaron a cabo en la sede del H. Ayuntamiento. Félix Dauajare ingresó al taller de poesía de Miguel Donoso Pareja cuando dejó de fungir como presidente municipal, a la edad de cincuenta y ocho años. En el marco del festival y a sus ochenta y nueve, recibió un merecido homenaje donde el grupo musical “La Sed” interpretó algunos de sus poemas.
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Recorrí las calles de San Luis Potosí. Estuve en la casa donde nació Manuel José Othón y luego estuve frente al Teatro Alarcón, donde Othón estrenó sus primeras obras de teatro. Poco a poco y buscándola pacientemente, llegué a la casa en la que murió el poeta en 1906. Es difícil porque sólo tiene una pequeñísima placa desgastada en la parte de arriba, y casi no se aprecia la clásica leyenda: “En esta casa murió el poeta…”
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En su discurso, José Emilio Pacheco dijo que a la gente le interesa mucho más la íntima vida de Niurka o las peripecias del Fabiruchis que la poesía. Escribir poesía es como lanzar un pétalo a las turbulentas aguas del río Éufrates. Pero también dijo que es importante lanzar esos pétalos al río porque de alguna manera pueden modificar el curso de la corriente. Me brincó rápido el tiempo en San Luis. Hace tiempo que no me detenía a observar esas bellas fachadas del Centro Histórico.
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¿Cómo recuerdo San Luis? Me refiero al San Luis que conocí en los años setenta. Mi referencia es el Versalles, un café que ahora está muy cambiado. Ahí se reunía la clase política e intelectual de la época. Ahora ya no. Lo noté incluso muy abandonado. Así pasa con el tiempo. Y al San Luis de los setenta lo recuerdo también por el Plan, el estadio de futbol que sólo está ahí ya como un elefante blanco. Los años pasan y uno sólo voltea y mira hacia atrás con un dejo de nostalgia. En su momento, José de Jesús Sampedro habló de las dificultades con las que se topa el editor actualmente. Dijo que en lo particular la edición en México pasa por un mal momento. El problema de la distribución siempre ha sido el mismo. Quienes han distribuido y recuperado las ventas se niegan luego a saldar las cuentas. La historia se repite y el círculo se vuelve vicioso. Pero dijo también que su labor de editor le ha dado muchas satisfacciones.
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Casi omito decir aquí que la inauguración del festival abrió con la inauguración de la Feria Nacional “Manuel José Othón” del libro de poesía y la selección del concurso de grabado de la Escuela Estatal de Artes Plásticas con el tema “la poética del escritor Félix Dauajare”.
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Excelente la organización del festival a cargo de Laura Elena González, al frente de la Dirección de Cultura Municipal. Gracias desde acá por la invitación. Ya falta muy poco para el siguiente. Me gustaría –cómo no— regresar a la ciudad de San Luis, tan familiar para mí, y visitar nuevamente el impresionante museo que tiene como casa Fernando Betancourt, lugar donde el tiempo en verdad se acorta.

miércoles, julio 02, 2008

Un fragmento, un fragmento

"Vivimos en una sociedad de imágenes multiplicadas, de eslabones de nosotros mismos que se suman unos a otros en medio de una proliferación interminable de abstracciones que se parecen a nosotros –o son, incluso, idénticas a nosotros- pero que no son nosotros. Estos aborrecibles espejos ensanchan el universo, expanden nuestros límites y nos muestran –horro de horrores- cómo podría ser el infinito: la suprema derrota de la identidad. Espejos reales, centelleantes y fatuos: la fotografía, el cine, la televisión, las computadoras. Espejos humeantes arrancados a los dioses pero que sólo nos engañan: creemos vernos en ellos, reconocer nuestros rasgos –ése soy yo-, pero en realidad nos convierten en monstruos: en otros. O quizá sea al revés, y eso sea lo que mayor espanto provoca: nos imaginamos de cierta forma, creemos ser de cierto modo, y el espejo nos desmiente y nos asusta”.
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La paz de los sepulcros, Jorge Volpi

martes, julio 01, 2008

Los objetos abandonados

Diario Milenio-México (01/07/08)
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A la vista de todos e ineludible a un tiempo, estaba el contenedor que servía de depósito para los objetos pesados y no tan pesados que dejaban tras de sí los residentes que partían.
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Llegué a X, un pequeño pueblo universitario a las orillas del mar, una tarde de sábado. Había manejado unas cinco horas bajo la punzante luz del verano cuando me presenté, cansada y despeinada y medio ciega, en la oficina administrativa donde me darían, eso me habían informado con meses de anticipación en una carta, las llaves del departamento donde viviría mientras impartía mi clase. Poco sospechaba que, al tomar las llaves del departamento 348, una unidad alejada del bullicio de la zona céntrica de complejo habitacional y reservada para los profesores, estaba dejando atrás todo lo que había sido mi vida para residir, ahora sí de tiempo completo, en Las Afueras.
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En aquel entonces tenía ya bastante tiempo de no vivir en el país al que pertenecía X, pero de los años en los que me había establecido ahí y de mis subsecuentes y reiteradas visitas conservaba recuerdos más bien gratos: la puntualidad de las personas más diversas, la eficiencia de su sistema de cobranzas, la organización de sus burócratas, el funcionamiento de las señales de tráfico y, en general, una cierta superficialidad en los tratos de la vida cotidiana que, por una parte, me producía un supremo aburrimiento, pero que no dejaba de darle a esa vida cotidiana una ligereza que a menudo celebraba. Vivir sin intensidad tiene, sin duda alguna, consecuencias, y no todas ellas son negativas. Solía decirme cosas así. Seguramente fue por eso que, cuando finalmente logré dar con el 348 luego de avanzar a vuelta de rueda por el complejo habitacional, abrí la puerta sin temor alguno. Me esperaban, eso creía entonces, unas de esas semanas trilladas y serenas e idénticas a sí mismas que una vida llena de sobresaltos y aventuras me ha enseñado a apreciar en su justo valor. Así, en pocos días, y siguiendo a pie juntillas las indicaciones de una carta recibida con varios meses de anticipación, obtuve mis nuevas identificaciones, me hice de una bicicleta, y me dispuse a establecer y respetar una rutina diaria.
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Me levantaría temprano, eso quedó claro desde el principio, y después del baño y del café matutino, iría a la universidad –ya para impartir mi seminario o para leer con toda tranquilidad en la biblioteca– para no regresar al 348 sino hasta la hora de la comida. Antes de emprender cualquier otra actividad vespertina, así fuera caminar o seguir leyendo, me había hecho a la idea de lavar los trastos. En Fugitive Pieces, una de mis novelas favoritas, la narradora y poeta Anne Michales asegura que, de manera por demás equivocada, solemos creer que estamos a merced de las cosas grandes y que podemos, en cambio, dominar a las pequeñas. Es todo lo contrario, recuerdo que decía uno de sus personajes. En algo parecido debí haber pensado la primera vez que observé lo que sucedía en el mundo de Las Afueras a través de la ventana de la cocina mientras lavaba platos y tazas, sartenes y cucharas.
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A través de la ventana podían verse, en efecto, las montañas, casi azules en su lejanía. También era posible disfrutar de la vegetación silvestre que producía flores de extrañas formas y colores agresivos en la frontera ignota de los estacionamientos. Pero justo enfrente de la ventana de la cocina, ahí, a la vista de todos e ineludible a un tiempo, estaba también el contendor que servía de depósito para los objetos pesados y no tan pesados que dejaban tras de sí los residentes que partían. Anne Michales tenía razón: es difícil imaginar las consecuencias que pueden emanar de un hecho tan pequeño como ver un basurero a través de la ventana de una cocina.
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Sin quererlo así aunque más bien pronto, me di cuenta de la agitada vida que se desarrollaba alrededor de los objetos abandonados. Los cargamentos de desperdicios no cesaban ni durante el día ni durante la noche. Aproximadamente cada media hora aparecían ahí los objetos más diversos: televisores, hornos, muletas, computadoras, ropa, ollas, libros, impresoras, zapatos, sillas, macetas, lámparas, colchones, flores artificiales, joyas. Y, detrás de ellos, aparecían puntuales los hombres y las mujeres que, fingiendo distracción, usualmente con las manos dentro de los bolsillos y silbando una tonadilla extraña con los labios apretados, se asomaban al contenedor con iguales dosis de tenacidad como de método para evaluar y, en su caso, extraer esas sobras del circuito del desperdicio.
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Los objetos siempre me han hechizado, especialmente los objetos de consumo masivo. Me interesa su proceso de producción y la manera en que su contacto con los humanos los transforma de cosa en símbolo, por ejemplo. Me intrigan las historias que contienen o que encarnan. Siempre quiero descubrir la mirada que los ha marcado y, a su vez, las cicatrices que han producido en el espacio del que sin duda han sido arrancados. Me maravilla que siempre están en lugar de algo más. El proceso de su consumo, quiero decir, no ha dejado de ejercer su cuota de asombro en mí. Acaso por eso no fuera del todo extraño que, a medida que pasaba los días en X, esos días tranquilos e idénticos a sí mismos signados por una ligereza que no cesaba de celebrar, le dedicara más y más tiempo a observar la intensa vida de los objetos abandonados tan cerca de mi ventana. Fue así como empecé a retirarme del recinto universitario a la menor provocación y, luego, a pasar ahí sólo el tiempo más necesario. Dejé de visitar la biblioteca y, cada que abría un libro, no cesaba de preguntarme qué nuevo objeto habría llegado al contenedor justo en ese momento. Pronto, como es posible adivinarlo, crucé la línea divisoria: dejé de observar desde la ventana de la cocina para tomar parte en el ciclo.
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Con las manos en los bolsillos y la mirada fingidamente perdida, me aproximé al contenedor. Luego, sin pensarlo mucho, más bien con la adrenalina que produce a veces un deseo reprimido, di el salto. Estiré la mano: los toqué. Fui evaluándolos con tenacidad y mesura. Ojo clínico. De ahí a llevar un registro de los hallazgos no pasó mucho tiempo. Si no hubiera sido por eso, por esas notas garabateadas con velocidad y torpeza en una libreta escolar, no tendría yo ahora memoria alguna del origen. Si no hubiera sido por eso, habría olvidado que antes y allá, allá adentro, hubo otra vida –esto que se le queda pegado a veces a las cosas que observo y toco en los contenedores de Las Afueras.

Campeonato 89-90 del Puebla, narrado en Emevisión

Recordando al Puebla Campeón

lunes, junio 30, 2008

"Los vecinos" interpretada por la guapa Susana Zavaleta

Moi...Lolita de Alizée, un regalo más que nos da el YouTube

Mario Bellatin perdido en YouTube

Siniestros ambidiestros



Diario Milenio-México (30/06/08)
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1. Se vende valle de lágrimas
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No sé por qué soy de esos ingenuazos que piensan que la izquierda tendría que ser moderna, decente y respetuosa. Mis abuelas creían asimismo que los curas eran por fuerza píos, bondadosos e incorruptibles. Para ser cura, es preciso ingresar a un seminario y ordenarse, varios años después, mientras que para ser de izquierda no hace falta otra cosa que proclamarlo. Ser de izquierda, en los tiempos de mis abuelas, era un camino raudo al desafío y la liberación de los diversos traumas adquiridos durante el catecismo y sus secuelas, aunque no pocas veces conducía a catacumbas equivalentes. Hoy, a estas alturas, cuesta creer que ciertos personajes de José Revueltas estén hablando en serio. Más increíble aun parece desde aquí que todavía en 1970 Revueltas estuviera en la cárcel, básicamente por pertenecer a una izquierda que ya lo había excomulgado. A otros, en cambio, les preocupa que el mundo tenga menos de esos colores tétricos. ¿Quién diría que esas personas son de izquierda?
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Remontarse a las épocas de la derecha golpista y antisemita enfrentada a la izquierda conspiradora y clerical debería ser nada más que una travesía fugaz al reino del absurdo, pero está visto que hay quienes prefieren vivir allí. Tal vez toda la idea de no olvidar el 2 de octubre tenga que ver con pretender que desde entonces nada ha cambiado, y se entiende que no habrá cambios reales si no son ellos quienes hacen la chamba. Si no recuerdo mal, por esa misma pista andaban las ideas de los curas, en cuya autorizada opinión nadie se salva de ir a dar al infierno sin el patrocinio de su abogada, la Santa Madre Iglesia. Tampoco andan muy lejos estas ideas de las de aquellos comentaristas políticos abominables, capaces de encontrar una conspiración comunista en cualquier pensamiento ajeno al suyo. Si entonces, entre guerras o ya en la guerra fría, esos bichos autoritarios hacían ya el triste papel de anticuados y antipáticos, que papelón no harán quienes replican esas mismas actitudes desde lo que sólo ellos y sus antípodas se atreven a llamar izquierda, no exactamente para prestigio de la izquierda.
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2. Extremismo y herrumbre
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El enemigo del extremista herrumbroso es el mismo que aún desvela a los curas. No está en una trinchera, ni en el infierno, ni en el poder, sino precisamente adentro del usuario. Entonces, cuando menos, imperaba la clandestinidad. La paranoia, aliada permanente, podía llegar a salvarle a uno la vida, puesto que el enemigo, poderoso o proscrito, atacaría también clandestinamente. Si este enemigo era cobarde y tramposo, razonaba cada uno desde su bando, había que serlo tanto o más que él. ¿Cómo no convertirse en el peor enemigo de sí mismo, luego de contraer aquellas mañas que hasta hace poco hacían de su antípoda un sujeto perverso y despreciable que merece el infierno en la tierra? Pues tal era el lenguaje que por entonces empleaban los adversarios políticos, conscientes de que había más de un camino para callar al otro, o encerrarlo, o exterminarlo. Palabras empeñadas en encajarse como cuchillos, o en hacer estallar pedazos de enemigo. Más que palabras, órdenes al pelotón.
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Uno de los aprendizajes más difíciles para el extremista herrumbroso consiste en comprender que al adversario no se le puede matar. Ni encerrar, ni anular, por más que desde el púlpito se le envíe a podrirse en los infiernos. Si el catecismo que enciende sus flamas le dice que los otros son quienes se oponen a que él conduzca su rebaño al edén, a ver quién va a evitar que se comporte como un cruzado; menos habiendo tantos infieles por ahí. No es que concretamente se proponga matar a nadie, pero el asco ideológico no le permite concederle al otro el derecho a vivir. Tampoco a dialogar, o siquiera a expresar un punto de vista, pues el inquisidor asume que todo lo que salga de boca del impío es por fuerza palabra de Satanás. ¿Cómo va a hablarle sin amenazarlo?
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3. La izquierda no se santigua
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La sola idea de una izquierda clerical parece un disparate para quienes creemos que entre los compromisos naturales de quien dice ubicarse a la izquierda política o social debería contarse el de no combatir estupidez con estupidez, llámese ésta racismo, clasismo, autoritarismo o gangsterismo. Simpatizar con una izquierda gangsteril equivale a aceptar que el señor cura se dedique a la trata de blancas, si así puede apoyar a los pobres. Es decir, apoyarse en los pobres. Lo que tanto nos fastidió una vez que hicieran ciertos hombres de sotana hoy lo vemos rehecho en las manos de los profetas de la historia, que heredaron esa vieja facilidad para estigmatizar a los demás y absolverse a sí mismos en un solo conjuro. Que es lo que alcanza a hacerse en el curso de una guerra santa, cuando no queda tiempo para juicios y hay que venderse por entero a la fe. Hace ya muchos años que nadie les declara la guerra, pero es que ellos no saben vivir en otro estado. Su negocio es pelear, pues una vez inmersos en la batalla se autorizan a hacer toda clase de trampas y patanerías, al fin que son en contra de la derecha. ¿Está de más decir que todos los demás somos, en su opinión, parte de esa derecha?
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Recuerdo al catecismo como algo parecido a la promoción de un igualitarismo celestial autoritario que antes o después me sometería al temido Juicio Final, donde seguramente no pararían de rechinarme los dientes. Tener ideas de izquierda es —o en fin, tendría que ser— una puerta hacia afuera de la superstición y el oscurantismo, más que la misma sopa con otro condimento. ¿Qué tanto les asusta que esta clase de izquierda llegue al poder y pase por encima de los que prometió apoyar? ¿No es justo lo que hacía la vieja derecha, con sus botas y sus obispos regañones? ¿No se decía de izquierda el responsable del 2 de octubre y el 10 de junio? ¿Quién informa a las huestes del autoritarismo mesiánico que la izquierda no está arriba y adelante?