sábado, octubre 22, 2005

La mesa con ventana

Nunca dejo de ser un pobre diablo desde aquella noche en las calles citadinas bajo las luces mortecinas de su dolorosa ciudad. Hoy camina por la misma calle con un libro bajo el brazo y con veinte ideas en la mente sobre como cambiar el mundo, hace años era lo mismo, la única diferencia es que ahora lo hace solo, siempre fue así, pero nunca lo quiso aceptar.
Su caminar siempre ha sido tímido mirando para el piso, a veces hacia al cielo como clamando perdón a un Dios en el que no cree, pero siempre le habla como si fuese el amigo imaginario que tuvo en la infancia, otras raras ocasiones lo hace admirando el paisaje de siempre, el único barroco que queda en medio de una post-modernidad absoluta, el que siempre miraba en esas épocas juveniles por la amplia paz que le traían, ahora sólo son recuerdos que caen como intempestivas lluvias cuando osa mirar hacia cualquier viejo edificio candidato a ser una ruina más.
Precisamente este nublado día de febrero el recuerdo que por siglos vive en su cabeza, e intenta olvidar cada año y cada décimo primer rememora con la misma intensidad con que el ferviente reza cada semana santa a aquel personajes que crucificado sangro por una sociedad que milenios después lo utilizo como una marca registrada. Hoy ha decidido cambiar la rutina que había seguido hace diez años: caminar por el centro, comprar su diario y un nuevo libro de ese autor que narro la novela que nunca pudo escribir Juan, porque susodicho personaje, se había adelantado, después se sentaría en la banca donde la vio por última vez con la constante esperanza de encontrarla, o de conocer a otra chica guapa, como sucedió con Alma. Pero, ahora fue a caminar a una plaza comercial de esas en las que abundan seres inconsistentes con la humanidad, pero firmes con el consumismo. Seguro pasará por desapercibido, nadie en esos lugares se fija en pobres diablos y basado en esa teoría podrá seguir a la primera mujer que le agrade al ojo o al primer caballero con elegancia.
El lugar de su elección es grande y perfecto, muchos locales donde venden ropa, joyas, relojes, zapatos que valen lo que un Mercedes Benz, así como distintos alimentos de preparación rápida y expulsión del cuerpo instantánea. También están las monstruosas tiendas, donde se necesita tener la solicitada tarjeta de crédito, para poder entrar y no ser tratado como un pobre diablo. Lógicamente no existe ninguna librería, otro punto a su favor, así que nadie notara su presencia porque se encuentra sentado en una banca donde la estadística de gente que no lee ningún libro abarrota ese lugar. Quiere omitirse, para sentir lo más parecido a la muerte.
Así que busca el café más caro del lugar, porque ahí aumenta la matemática de jamás ser reconocido y pasar como perfecto idiota. Me puede dar aquella mesa que tiene una ventana que da a la ciudad, pide al mesero acomodador, a lo que le contestan, sí, pero primero necesito saber si cuenta con la tarjeta de moda, debido que las políticas de nuestro jefe así lo dictan. Claro, no se preocupe, en estos momentos se la enseño y no sólo la requerida, sino que también la que esta por tres niveles encima de dichosa tarjetita, con lo que Juan garantizo recibir las mayores atenciones, entres las que se destacan: el honor de ser atendido por la mesera exclusiva. A Juan la idea se le hace perfecta. Por primera vez será atendido como si fuese un personaje influyente. Ya en la mesa, escoge el lugar más cómodo para ver el paisaje y no ver a la gente. En lo que observa la línea divisoria entre la modernidad y la antigua ciudad, la mesera se acerca a pedirle la orden, Juan sólo contesta tráeme lo más caro y sabroso que tengan. Entendido, contesta la atractiva mesera.
Pasa una hora,  el sigue viendo lo que hay pasando la ventana, la comida aún no llega, pero no le importa, porque ahora su cabeza está recordando las diversas historias y los momentos pendientes, pero siempre presentes que vivió a lado de ella. Diez minutos después recibe la comida que ordeno acompañada de un vino y una carta, seguramente vendrá con alguna leyenda previamente pensada para todo aquel cliente que llegará a sentarse en esa mesa. Al abrirla, nota que su teoría era diferente, la carta decía: Es increíble volverte a ver en un lugar tan poco común para personas como tú. Atte. Alma, la mesera exclusiva de la mesa con ventana

No hay comentarios.: