miércoles, octubre 19, 2005

Tres de octubre.

Es viernes tres de octubre, no deja de llover en mi país, estados se han inundado. Los ríos se han vuelto los nuevos citadinos. La gente ha pasado a ser un río que pasa al lado de los pueblos acuáticos. Los lagartos han sido repatriados, los humanos han tenido que regresar a sus etapas ancestrales, talvez necesitemos regresar al árbol para comprender el daño que le hemos hecho a la naturaleza. He vuelto más seguido a la lectura de blog´s, me atañe la reflexión y discusión que en ellos se crea. Sin lugar a duda es la nueva cara de la literatura. Comúnmente regreso al blog el amigo Pedro Ángel Palou, el eterno guía, mi padre literario. Siempre encuentro algo nuevo en los fragmentos que serán parte de su diario de escritura, que espero pronto ver en mis manos en forma de libro.  Estás líneas son importantes, hablan del proceso de escribir:

Escribir un libro, he escrito yo mismo en mis apuntes, donde quede claro que lo individual es también lo contingente, por ende lo que verdaderamente ocurre. Como el Haikú según Barthes: lo que llega en tal lugar en tal momento. Incidentes. Circunstancial también en el orden de los afectos, un libro que sea un tratado de escritura de la percepción (como en cierto sentido lo es el Palomar de Calvino). No sólo se trata de reflexionar sobre la temporalidad, el olvido, la vida y la muerte como lo hace el autor de haikús, sino hacer de ese estilo un tono para el libro.

Dividir el libro en tres cifras: Yami, (Puerta de la penumbra, retorno, en el teatro No se aplica a ya que los actores arriban del mundo de los muertos, hacia los vivos y reentran a su sombra por el mismo lugar en que la perdieron) Utusroi, (momento frágil que separa en dos una cosa, así la flor no rompe el botón, empieza a morir, en Japón todo es un viaje entre la vida y la muerte) y Satori (como salida, quizá, como iluminación).Aquí se presenta entonces ya el problema descrito por Barthes, ¿cómo pasar de la notación, escritura del presente a un proyecto de novela?
     En su segundo curso sobre el tema reflexiona sobre el día de un escritor. Lo traduzco. La jornada de un escritor 1) Sector de la necesidad, comer, dormir, bañarse, (10 horas) 2) Sector del trabajo de creación, del libro (5 horas), 3) Sector de la gestión, conferencias, cursos, correspondencia, entrevistas (5 horas) y 4) Sector de la convivencia, (4 horas). Se nota que Barthes piensa en el escritor europeo, que no tiene un trabajo ajeno al de la creación que le lleva las diez horas, con traslados, dedicadas a la gestión y escritura. Me interesa sobremanera desarrollar este tópico. La enfermedad como protección salva al escritor de la distracción (nuevamente Proust), cita a Charles Louis Philippe: “la enfermedad es el viaje del pobre”. Pero Barthes, homosexual, no tenía familia ni le dedicaba tiempo, tampoco. ¿Cómo será mi día? Unas dos horas robadas al sueño dedicadas a la escritura, solamente (o tres o cuatro, si va muy avanzado el proyecto, digamos hasta las dos o tres de la mañana).

Sin duda es exquisito. Nos marca un constante reto. La disciplina y el compromiso presentes. Otra formula: 99 % de talento…99 % de disciplina y 99 % de trabajo. El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno sabe que puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos los escogen y suele estar demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral, en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar su obra. Palabras Faulkner al ser entrevistado (El oficio del escritor, Ediciones Era, 2002). Ignacio Padilla recientemente en un curso llegó a decir:  si uno quiere escribir una buena obra, primero debemos de transcribirla, luego hacer algo parecido y el tercer texto será mejor que esa obra de nuestro escritor preferido.

He pensado por noches enteras que la escritura tiene el deber de hacer imaginar al humano, de sacarlo de la realidad. En un mundo de realismo exorbitado, hace falta un poco de belleza, antes que la verdad. La palabra antagónicamente nos da las dos: belleza y verdad. Mis columnas juveniles han optado por la verdad, por tener una posición fundamental ante mi mundo, pero deje abandonada la belleza, esa que dura siglos. A veces el hambre de ser leído o el gusto, nos hace traicionar el sueño. La literatura es la belleza perfecta, no debe ser motivo juego. La salida es ponerse una máscara: la del columnista y la del escritor. La primera es una prostituta de abolengo, sólo se va con el mejor postor y la segunda es privada, no se presta ni se vende, talvez sólo se presume cuando se finaliza.

Mientras escribo estás líneas y copio estos párrafos, pienso en ella. No me perdona por un fútil error de la distracción. Misma bruja –entiéndase la distracción- la que ha provocado a veces el abandono de mi literatura.

Abandono este texto con una idea: la única dama que no permite un engaño o abandono sin explicación es la literatura.  

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