miércoles, agosto 25, 2010

El jardín de Shinoda (Diario Milenio/Opinión 24/08/10)

[para Daniela y Scott, en Tokio]
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a. las citas con/textuales
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Todo jardín es artificial, eso se sabe. Con un pie en el mundo natural y otro en la historia, el jardín es umbroso. Franja que se cruza. Producto de la estética y, como bien lo sabe el Gran Jardinero que dispuso el árbol de la ciencia del bien y del mal junto al árbol de la vida, acicate de la ética. Territorio de ocio y disputa: el jardín. Zona también de “bizarría”, a decir de Antonio de Beatis, primero biógrafo de El Bosco, quien describiera así el Jardín de las Delicias: “Después hay algunas tablas con diversas bizarrías donde se imitan mares, cielos, bosques y campos y muchas otras cosas, unos que salen de una concha marina, otros que defecan grullas, hombres y mujeres, blancos y negros en actos y maneras diferentes, pájaros, animales de todas clases y realizados con mucho naturalismo, cosas tan placenteras y fantásticas que en modo alguno se podrían describir a aquellos que no las hayan visto”. Territorio de conocimiento y, si se transgrede o habita, hasta de desconocimiento.
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b. la ficha
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Es obvio que el artista conceptual Taro Shinoda (Tokio, 1964) ha pensado en esto y más. Quien se detiene frente a Ginga, una de las instalaciones con las que contribuye a la exposición Sensing Nature: Rethinking the Japanese Perception of Nature, sabe, y esto sin duda alguna, que está frente a un jardín. Se trata, claro está, de un jardín en la larga tradición del jardín japonés, en este caso inspirado directamente por el Jardín Hojo, que se encuentra frente al templo Tofuku-ji, en Kyoto, cuyo diseño estuvo a cargo del notable arquitecto del paisaje Shigemori Mirej. Pero quien se detiene frente a Ginga en un cuarto completamente blanco en el piso 53 de una torre en el centro mismo de Tokio, justo frente a una alberca redonda llena de un inmóvil líquido blanco, sólo sabe mitad de la historia. La otra mitad está a punto de suceder frente a sus ojos, apareciendo y desapareciendo casi al mismo tiempo. Un milagro o una alucinación. Quien se detiene frente a Ginga o frente a Milk o frente a otros trabajos de Shinoda tiene por fuerza que preguntarse si es uno o lo otro. O si fue. Por fortuna, el espectador interactuante no tiene que elegir una de las dos. Y.
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c. el elemento autobiográfico
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Me volví shinodista una calurosa tarde de verano. Lo confieso de entrada: mi fascinación fue desde el inicio tan ardiente como la estación que llegaba a su fin. Esa mañana me despertaron las cigarras y, más tarde, un cuervo intentó decirme algo al oído que no entendí. Miré el cielo, como siempre. Imaginé todas sus posibilidades e hice un listado de secretos aberrantes. Me volví verde con el verde reinante. Leí con todo respeto en la ficha del caso: “El Jardín del Este es un paisaje seco (karesansui) que incluye estrellas organizadas de acuerdo a un motivo de la Osa Mayor, el cual brilla a través de un patrón de ‘surcos’ rastrilladas en la grava. Aquí Shinoda usa las ondas creadas por muchas gotas de agua que caen de manera simultánea sobre un lechoso líquido blanco para expresar la luz estelar de la Vía Láctea”. Guardé silencio. Esperé con los ojos muy abiertos. Iba a decir “aquí no pasa nada” justo cuando no estuve segura de que algo hubiera o no pasado. Un sueño o una alucinación o un poco de ambas. Esperé otra vez. La mirada en la alberca lechosa y el dedo sobre el botón de la cámara. Un juego o una competencia o un poco de ambas. Y volvió a suceder: todo milagro es efímero y viceversa. Reí. Vicevérsica y vesánicamente, así reí.
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d. a manera de explicación
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En uno de los ensayos que sirven de introducción a Taro Shinoda (Tokio: Tsutomu Ikeuchi, 1999), Yukie Kamiya asegura que, al buscar producir el “perfecto organismo artificial”, Shinoda no utiliza ni tierra ni piedras ni madera ni flores, sino que “todo es reemplazado por materiales manufacturados”. En efecto, en el jardín de Shinoda, lo artificial es artificial al cuadrado. Lo artificial se ve al espejo y se hace un guiño y te invita a verlo. El espectador de Ginga puede elevar la vista fácilmente y comprobar que el cielo, también blanco, está lleno de botellas de plástico vueltas hacia abajo. Ahí, a manera de manto estelar, se despliega el sistema de goteo familiar a todo jardín o invernadero. Pero aquí, como si se tratara de un Pollock extreme, o un Pollock vuelto loco por la literalidad o a través de ella, el goteo está hecho de gotas, en efecto, de agua. Y, para acentuar el vuelco, la gota de agua cae sobre un cuerpo de agua. El contacto es la flor. El contacto es la escultura que desaparece al formarse. El contacto es el milagro o la alucinación o ambas. El momento súbito del obturador. La Vía láctea.
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e. la evolución
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Shinoda fue, al inicio, un arquitecto del paisaje. Y es, desde entonces y sobre todo ahora, un ingeniero filosófico, como él se define a sí mismo, que reflexiona sobre las relaciones entre la tecnología y el destino de la humanidad. No se trata de producir un ser humano más eficiente, dice su concepto de evolución, sino un humano no humano, algo en armonía con la naturaleza. Se antoja colocar en algún punto de esta oración el adverbio “finalmente”.
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f. aquí y ahora
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La escultura más efímera. Una luciérnaga de agua. La sorpresa y la sonrisa. Lo inmediato percibido como inmediato. Y.

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