viernes, septiembre 03, 2010

Esta no es una presentación-Miguel Maldonado

Cristina Rivera Garza, La castañeda, México, Tusquets, pp. 331.

Me declaro irresponsable. Confieso que estaba dispuesto a hacer una presentación cabal y en forma, del modo que las hacen los más cumplidos: describen el tema central del libro, nos obsequian datos curiosos y encuentran correspondencias con autores de culto, los más profesionales eligen una cita representativa. Conozco muy bien a estos responsables presentadores que envidio, y seguramente elegirían la siguiente cita del doctor Rivadeneyra, precursor de la psiquiatría moderna: "Un cerebro rodeado por vicio, borracheras, descontento y pleitos, sólo podría reaccionar de forma amarga; de allí parte el inicio de la locura". Estos engolados presentadores proseguirían diciendo que Cristina Rivera Garza describe las maneras en que la locura se vincula desde siempre con el orden moral del poder en turno, que en nuestros días las cosas no han cambiado tanto. Pero yo, el presentador irresponsable, me opondría a esa idea rotundamente, diría que Cristina simplemente ha deseado presentar historias humanas, las formas en que un hombre se enreda en sus silogismos y otros los padecen, padecen los errores humanos, sufren, como diría Vallejo, golpes como del odio de Dios. Y que esto ha sucedido desde la verdura de los hombres. Un segundo presentador simpatizaría con el primero, haciendo labor de gremio, y diría que la modernidad, con su discurso del orden y el progreso, inaugura la relación de la locura con el poder: los enfermos mentales los designa el príncipe. Yo ya no insistiría en mi idea de que todos estamos en la nave de los locos, pacientes, psiquiatras y presentadores, y que lo importante es que Cristina ha dado luz a hombres de carne y hueso que han vivido en el margen. Luz al ruido triste que hacen los cuerpos cuando se aman, diría Cernuda. No, lo he dicho, no intervendría, me iría a casa con un acceso de cólera más que merecido.

Juro que me esforcé en hacer una presentación como el que más. Pero mis empeños se veían interrumpidos a cada giro que me provocaba la lectura. Enfebrecido comenzaba a divagar, repetía para mi coleto que estamos jodidos desde el neolítico, recordaba películas sólo para locos, aquella elipsis de Kubrick en 2001: Una odisea en el espacio, la elipsis más larga en la historia del cine donde salen cavernícolas golpeándose a garrotazos y de inmediato astronautas dándose de coscorrones, clarísimo, me decía, Cristina hace una elipsis de cien años, allá en 1910, en La Castañeda, dando electrochoques a humillados y ofendidos y aquí en el 2010 a ráfaga de bala y coscorrones, coscorrones. Inmediatamente me contradecía, recordaba aquél cuento después película de García Márquez: el cuerdo que encierran por accidente o el loco que se siente cuerdo. Está claro, Cristina encontró la corriente literatura que hay en las instituciones, Kafka navega subrepticiamente a lo largo del libro (como podrán atisbar, empezaba a hilar frases de presentador responsable). Pero me refutaba de nuevo: qué tonto he sido, lo que Cristina cuenta son las vidas reales inadvertidas, es literatura de la realidad, como las de la Atwood, como aquel interno de La castañeda que por veintiún años entraba y salía sin que nadie de le diera derecho a decir una palabra (después se supo que fue ojalatero, campesino, creyente de la reencarnación y en un dios guardián del trueno), así como el cuento de Paz, llega el intendente y lo acusa de introducir sal en el agua, enseguida llega el jefe de comisaría y le echa en cara ser el hombre que vierte substancias en las aguas, después el prefecto de la policía lo interpele diciéndole "con que usted es el envenenador del agua.

Angustiado, alternaba mi lectura de La Castañeda con Nunca me verán llorar, pasaba de un libro a otro guiado por el ritmo de mi desesperación, acaso allí encontraría la clave del asunto, en esa novela de Cristina Rivera Garza basada en una interna de La castañeda, Matilda Burgos en la novela y Modesta B en los archivos de La Castañeda, y en el fotógrafo de los internos de nuevo ingreso, Joaquín Buitrago en la novela (personaje acaso inspirado por la personalidad de artista Julio Ruelas), enamorado de Matilda Burgos Modesta B., mujer que le preguntó cuando ella era prostituta y él fotógrafo de burdeles cómo se llegaba a ser fotógrafo de putas, y ahora de nuevo le pregunta cómo es que se llega a ser fotógrafo de locos. Y ahora me pregunto cómo es que se llega a terminar una presentación. Trabajo de locos.

Joaquín Buitrago fue fotógrafo de putas en los burdeles, de reclusos en las cárceles y de locos en La Castañeda (véase el desorden, ahora estoy haciendo una reseña de otro libro ), era el retratista de los lugares perdidos. Todos estos sitios son los espejos invertidos de la sociedad, en ellos el tiempo transcurre distinto, o más bien no transcurre, dice Michel Foucault que hay lugares que niegan el tiempo, sí, contradicen el discurso del progreso, de las almas buenas, se les exilia y a la vez se les idilia, cuántos que no han vivido en el encierro, infierno a veces, no lo prefieren a convivir con los usos de la sociedad. Está claro, me dije, La Castañeda es el espejo invertido de una época empecinada en la pulcritud y obstinada en el orden.

Con esta última frase: "La Castañeda es el espejo invertido de una época empecinada en la pulcritud y obstinada en el orden", creí haber encontrado el primer punto de mi participación este día, pero este hecho me incomodó, me hizo sentir el tercer presentador responsable, y como en mi imaginación ya me habían contradicho los otros dos, no aceptaba unirme a ese grupo de necios.

Decidí entonces, hace un par de días, escribir una participación jocosa, algo así como María Cristina nos quiere confundir, y yo me pierdo y me pierdo en la lectura de un libro que es dos, de una historia que es cien veces cien, de una materia médica que es también poética y profundamente humana en el afán de comprender a los otros, me pierdo en los laberintos del dolor, de la injusticia, de la ineptitud y sobre todo, en la complejidad de los afectos humanos, presentes también, o más presentes, en la vida en los márgenes.

En esta misma idea de una participación jocosa quería iniciar diciendo:

Sabía usted que un interno llamado Marino García, ingresado en 1919, fue ignorado durante doce años, que en su expediente no viene una sola palabra de sus labios, hablan de él el director, el jefe, el secretario el jardinero, pero nunca él habla de él.

Sabía usted que Rosario E. fue diagnosticada a su ingreso de padecer psicosis histérica, luego locura moral y años más tarde concluyeron que mejor tenía mal de melancolía.

Sabía usted que los pabellones de La castañeda tenían la señalética: pabellón de los imbéciles, pabellón de las sifilíticas, de los epilépticos, pabellón de los furiosos.

Sabía usted que hubo una época de un gobierno extremadamente conservador que consideraba el consumo de drogas, el alcoholismo y la conducta licenciosa como ofensas al Estado que ponían en riesgo el progreso, y que este régimen quería imponer su idea de orden a ultranza desembocando en la derrama de sangre de cientos de miles. Si usted sabía de esa época porque carajo no evito que se repitiera hoy día.

Todas los elementos del libro conspiraban contra mí, no podía concentrarme, la lectura siempre me desviaba, quizás esa es la gracia del libro, La castañeda nos remite a uno mismo y al otro, al primer dolor que sentimos aquella tarde remota, a la injusticia de institución que padecimos, a la primera esperanza cumplida, la cura lograda, el sosiego por fin.

Intenté también una presentación del todo académica, traer, por ejemplo, a Derrida y su libro Mal de archivo, donde enseña que los documentos ocultan más de lo que descubren, cosa que Cristina sabe y por ello quiso llenar los enormes vacíos con una novela que nos complicó más las cosas, que se conociesen los intersticios de Matilde Burgos/Modesta B. Quise decir que Roselyn Rey, en su libro Historia del Dolor, como muchos otros, ha ilustrado la relación íntima entre moral, poder y enfermedades, que compré el libro de Roselyn en Montreal en 2003, justo cuando padecía escasez y penurias, quería conocer las maneras históricas del dolor.

En fin, hago pública esta noticia de mi incumplimiento con la finalidad de que el grupo cultural la fuga –que estando en todos lados no hace honor a su nombre, a menos que ya hayan abandonado este recinto-, conozca los detalles de mi despropósito y me conceda las atenuantes del caso, a fin de no ser descartado en futuras colaboraciones.

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