martes, agosto 31, 2010

Los demonios del domingo (Diario Milenio/Cultura 30/08/10)

Días de no guardar

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Para algunos, entre los que me cuento, el domingo es un día muy difícil. Antes, cuando no hallaba qué hacer en su transcurso, lo encontraba vacío y deprimente como un tugurio a la una de la tarde. Si la semana entera —incluido el lunes, sólo por el gustazo de haber dejado atrás la tarde ingrata del séptimo día— podía parecer intensa y suculenta, el domingo era pura desconexión, y en un descuido mero hueco existencial. Como si todo el mundo se confabulara para alimentarle a uno la misantropía, en esas horas grises cuando ya ni los vicios se pintan tentadores. Siempre me ha parecido asombroso que el dinero sea capaz de convocar a las mismas personas en el mismo lugar a la misma hora, cinco días a la semana poco menos que durante el año completo, pero el mero recuerdo de una tarde de domingo sugiere que no es sólo el dinero lo que vuelve a la gente confiable y predecible. ¿Quién querría vivir una semana de siete domingos? ¿Qué es la jubilación para el empleado estrella, sino un domingo largo que termina en velorio?

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Escribo de memoria, presa de un cierto horror retrospectivo por aquellos domingos angustiosos a los que hace diez años no he vuelto a ver, gracias a una medida draconiana que consistió en hacerme con una columna que se publica todos los lunes. Para quien se ha enseñado —y de paso ensañado, con algún fanatismo de ludópata— a vivir entre el lunes y el sábado construyendo ficción y ninguna otra cosa, el domingo le deja todo menos desconectarse. Por el contrario, toca hacer tierra. Dejar el viaje interno e irrumpir en el mundo a gritos destemplados, así éstos sean de miedo porque se teme a veces que cualquier día la monomanía termine por comerse a la realidad, y entonces ya no pueda uno escribir desde ella, y después del avión se le vaya a uno el tren y mañana el periódico salga sin uno. Nótese el aire fúnebre de esta última frase. ¿Es fortuito que uno acabe asociando a la columna periodística con cierta forma de respiración básica cuyo ritmo permite ubicarse en el tiempo y encontrarle medida, como lo haría un metrónomo vital?

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Lujuria por la noria

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Está por acuñarse todavía la traducción al término workaholic. ¿Trabajólico? ¿Tareadependiente? ¿Faenómano? ¿Bregadicto? ¿Güevófobo? De lejos, nos parece una persona infeliz, aunque lo cierto sea que muy pocos obsesos lo son. Prueba de ello es que apenas consiguen dormir entre que empiezan y terminan con la chamba, y si al cabo concilian el sueño lo hacen con la esperanza de seguir trabajando en su transcurso. Si de niños soñamos con un mundo fantasioso donde nunca paráramos de jugar, la edad adulta admite la posibilidad de encerrarse en un cosmos hechizado del que han sido extirpados los domingos. El oficio protege con su monotonía, y hasta el más creativo tiene un poco de noria. No va uno a trabajar todos los días sólo porque le van a dar dinero; también para evitarse la locura desértica del domingo sin fin.

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Cada mañana, ir a trabajar me toma en torno a los cinco minutos, el tiempo en el que bajo hasta el jardín y acomodo en su sitio las herramientas. A partir de ese punto debo pelear en contra de un vacío no pocas veces angustiante, similar a una tarde de domingo con riesgo permanente de naufragio. No suele ser lo mismo ir que ponerse a trabajar, más aún si el trabajo desde siempre es un juego, y los juegos son crueles, y la conciencia juega a ser capataz, de forma que no toma por trabajo tres o cuatro horas de reflexión profunda, o desesperada, o desconsolada, si todo aquel penar no se hizo tinta. Cuando eso pasa, al fin, el romance florece y la vida no es menos que una noche de viernes sin final. Y es evidente que eso crea adicción, y en tanto ello establece una distancia entre la realidad cotidiana y aquella que gobierna el proyecto narrativo, ciertamente más nítida y sensible que la que vengo a ver cada domingo, como se acude a una cita romántica cuya única certeza es la puntualidad. Cada lunes mi esposa, la novela, se hace la remilgosa y me rechaza porque sabe que estuve con mi amante, la columna, que a diferencia de ella me recibe sonriente y obsequiosa, tal vez porque tampoco quiere pasarse sola el domingo en la tarde. No en balde vio pasar antes otras novelas que en su momento se enseñorearon y la hicieron menos y me arrancaron de cuajo del mundo, sin jamás conseguir evitarme esta fuga semanal que encuentro preferible a un simple día de asueto.

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La fiel adúltera

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Me gustaría decir, ya metido en el overol del chambadicto, que sostengo este ritmo el año entero, pero he aquí que la novela, vicio al fin, es animal celoso y posesivo, del cual se hace preciso escaparse de juerga no por dos o tres horas, sino varias semanas, de repente. Otras veces ella es la que se va, y el porvenir entero parece entonces una infinita sucesión de domingos. Al séptimo, no obstante, regresa la columna. Si la novela exige la música precisa y la atmósfera de todos los días, nada le gusta más a la columna que encontrarme en lugares inesperados, remotos y hasta incómodos. De una u otra manera, su presencia absorbente no me permite el lujo de atender a más expectativas que las suyas, y así me prohíbe igual el desconsuelo que el mal humor que la holgazanería. Y en lo tocante al tema de conversación, el contraste no puede ser más extremo, pues mientras una no habla sino de sí misma, la otra cambia de tema siempre que puede. ¿Quién va a querer la pausa de un domingo sosegado, con ese par de locas peleándose por monopolizarlo?

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Cada domingo, el último párrafo me da la sensación de estar en un andén. La columna se va sin volver la cabeza, libre de todas esas aprensiones que hacen de la novela un prefecto íntimo. “Nos vemos el domingo”, me ha dicho, como siempre, mientras le revisaba los renglones y ajustaba palabras aquí y allá, y yo le he sonreído también como siempre. Ya sé: me la he pasado hablando de la otra. “Estoy por terminar”, le he prometido, pero igual no le importa. Ella quiere el domingo, ni más ni menos. Para el lunes se ha vuelto toda tinta.

1 comentario:

Daniel Malpica dijo...

LOS ABISNAUTAS (Convocatoria) Fin del Mundo: Recuento literario del nuevo Milenio http://losabisnautas.blogspot.com/