jueves, julio 23, 2009

Retos de la gestión cultural-Pedro Ángel Palou (El Universal/Opinión 23/07/09)

La cultura es el hilo conductor que une el pasado con el futuro porque es lo único que nos explica en toda su dimensión las contradicciones de nuestro presente. Desde esa óptica privilegiada debe discutirse la política cultural —al fin y al cabo una política pública debe dejar de lado la improvisación y la coyuntura para convertirse en el eje estratégico desde el que se planee en materia gubernamental.
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En México hay que ir a fondo, y ya, en la materia. Legislar en primera instancia. Utilizar al INEGI y realizar el primer censo cultural del país. No se pueden tomar decisiones sin información, pero no se puede interpretar la información sin un adecuado análisis cultural.
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Se ha trabajado recientemente —el caso uruguayo es un ejemplo destacado— sobre la perspectiva de que la cultura da trabajo, de que genera desarrollo. Para documentar este argumento se ha recurrido a los índices de PIB generado por la cultura —particularmente por la industria cultura— e incluso a estudios más sofisticados del sector. Sin apartarnos de la veracidad y contundencia de este aserto creemos que la cultura es mucho más que un simple vector de la economía (aunque sin duda uno mucho más importante que el que los propios economistas destacan): es lo que le da sentido a cualquier cifra o a cualquier diagnóstico.
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Las identidades, por más evanescentes o reconstruidas que sean, le dan cuerpo al ser humano, son su memoria y su sentido. El hombre analiza la historia y la hace al mismo tiempo.
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Este país está urgido de políticas culturales regionales que descubran la vocación de cada zona y la potencien, no que repitan las mismas fórmulas (casas de cultura en los 70, institutos de cultura en los 80, consejitos de cultura en los 90 y una mezcla muy gagá de todo lo anterior en la primera década del siglo XXI), porque la cultura ha dejado de ser el bastión de la construcción de una ideología —el Estado revolucionario— para pasar a convertirse en una amalgama de préstamos y en un problema burocrático. A la presidenta del Conaculta no le basta con ser eficiente, le urge imaginar. Le urge creatividad.
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Prioridades de la política cultural estatal o regional deben ser la puesta a punto de la infraestructura cultural, la definición de microrregiones culturales y la identificación de sus fortalezas y de sus puntos débiles, para después pasar a trabajar con la formación artística y de públicos. Al último, no al principio de la pirámide, debe estar el artista porque existen otros lugares alejados del centro del espectro (universidades, institutos, conservatorios, talleres, etcétera) donde el aprendizaje del oficio se va generando lo mismo en las artes plásticas que en las escénicas o la literatura.
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El Estado mexicano ha invertido más en política cultural que ningún otro estado en América Latina y, sin embargo, el embudo cultural reproduce la falta de oportunidades sociales.
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El artista como el universitario es ya un privilegiado en un país con nuestras carencias: hay más talleres de escritura que de lectura en este país, con lo que hay muchos aprendices de escritor que no leen, ni leerán, y que más temprano que tarde dejarán el oficio para buscar otro lugar.
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Parece que en México queremos seguir dando palos de ciego en materia de política cultural. Lo que tanto se criticó —el concepto de animación cultural francés ya allí mismo caduco—: se gastan fortunas en festivales con asistencias mínimas y se ha olvidado que el grueso de la población carece del más mínimo acceso a la cultura. La cultura ni se anima ni se promueve solamente. Mal haría cualquier orden de gobierno en concebirse a sí mismo como una especie de enorme ¡atizador! de la cultura…
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La política cultura requiere que aunque sea por una vez nos pongamos serios. Empecemos a debatir.

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