lunes, julio 20, 2009

Permiso para infringir

Diario Milenio-México (20/07/09)
---
El arte de licenciarse
-
A los dieciséis años supe que no es lo mismo licencia que permiso. Si quería ejercer como hijo consentido, necesitaba de un permiso provisional para conducir, toda vez que una licencia de manejo sólo podía obtenerla con dieciocho años. La diferencia estaba en que el permiso no garantizaba infracciones, ni era reconocido por las compañías aseguradoras. Ya en la práctica, pues, el documento solamente servía para iniciarse en las lides de la extorsión y el soborno. Se daba uno permiso para sortear la falta de licencia justo en aquellos años en que más infracciones cometía.
-
“¿Saben, muchachos, por qué causa infracción seguir a una ambulancia?”, había preguntado el instructor del curso requerido para obtener el permiso de marras. No lo recuerdo bien, pero debo de haber levantado la mano buscando una excepción. “¿No será porque las ambulancias corren a exceso de velocidad?”, respondí preguntando, a lo que el instructor asintió, satisfecho. Ya no quise insistir, me conformé con dar por hecho que era lícito perseguir a la Cruz Roja, mientras no rebasara la velocidad máxima, y por un tiempo me sumé a la infaltable pandilla de buitres que suelen disputarse el primer sitio del raudo cortejo. Un lance de alto riesgo, pues supone ir tan cerca de la sirena que ningún otro carro consiga meterse, y lo bastante lejos para no ir a estrellarse con la ambulancia.
-
Uno recuerda sus años azarosos menos por las licencias que le dieron que por aquellas que se tomó, muchas veces no tanto en busca de problemas como tratando de sacudírselos. Ir tras una ambulancia para salir de un embotellamiento es opción atractiva para quienes se miran agobiados por alguna premura desquiciante, que a su vez los faculta para mirarse tan urgidos de una sirena como el herido que va en la ambulancia. Si unos creen que su edad les da licencia, otros llevan por causa una premura fuera de control. No tienen tiempo para pedir permiso.
--
Entendamos al raptor
-
Se sabe que las causas nobles en la teoría permiten que en la práctica sus seguidores se den ciertas licencias. Pues como tantas causas imperativas, la suya tiene siempre más prisa que paciencia. Hay que ver qué canalla va a estorbar a propósito a una ambulancia, cuya causa es sin duda noble y urgente. El problema es que hoy día son tantas las causas y sus prisas que se ha hecho harto difícil distinguirlas. No podemos saber si detrás de la ambulancia viene un coche repleto de secuestradores. O si tal vez dentro de la ambulancia, previamente tomada por narcotraficantes, viaja una tonelada de cocaína. Imposible enterarse, asimismo, si los maleantes en cuestión tienen o no licencia para hacer lo que hacen; es decir, si lo que los impulsa es la pura ambición o alguna cierta causa permisiva. En cuyo caso no serían maleantes sino combatientes, y así reclamarían licencia para todo.
-
El problema de ciertas causas presurosas es que sus impulsores rechazan otros juicios que los propios. No hay quien los fiscalice, pues de entrada se asumen portadores y ejecutores de verdades tan grandes que nada puede anteponerse a ellas. Y son ellas, no ellos, las que les dan licencia de cometer las peores tropelías y asociarse con carne de patíbulo con tal de ir adelante con La Causa. No piensan en sí mismos, nos aclaran, y si somos escépticos seguramente nos darán el trato que se gana quien no deja pasar a una ambulancia.
-
Las causas que se juran desinteresadas y se anuncian mesiánicas difícilmente aceptan auditores. Insinuar que algo chueco se mueve en sus entrañas es para sus adeptos una canallada, si ellos mismos jamás se cansan de repetir a quien quiera escucharlos que es muy honroso hacer todo cuanto hacen y estar donde están. Tanto se han pertrechado de coartadas y eufemismos, que saben distinguir entre un secuestrador y otro secuestrador, si pasa que uno de ellos es también combatiente, y por lo tanto tiene licencia.
--
El tamañito del crimen
-
Me encantaría saber qué esperarían los simpatizantes de las FARC, en el caso de una eventual victoria, de los que hoy se dedican entre otras cosas al secuestro, la extorsión, el narcotráfico y el asesinato. ¿Será que, ya con el poder en las manos, renegarían de los viejos medios y arrestarían a sus antiguos socios y valedores? ¿Para qué, pues, si ya sus bienquerientes se han mostrado de acuerdo en concederles todas las licencias? ¿Quién más que ellos suspira por vivir al amparo de un poder licencioso y prohibir al unísono las disensiones?
-
Hay quien dice que es cosa de opinión. Ser abierto a las opiniones ajenas implica, según esto, respetar a quien no las respeta. Basta con que uno opine que un matón no es matón para que lo redima la relatividad —táctica socorrida en las prisiones, donde cada quien hurga buscando su inocencia— y al cabo lo rescate la legitimidad. Traficar, secuestrar, chantajear, financiar candidatos y hacerse de gobiernos secuaces son, según sus apóstoles, actos legítimos y dignos de encomio. Se les mira correr exaltados, furiosos, tras la ambulancia de una causa mayúscula, esgrimiendo las mismas licencias que acostumbran usar los esbirros de las satrapías. Hablan de libertad, pero ya se les queman las habas por tomarle el dictado a su caudillo.
-
Dar o darse licencias es trámite sencillo. Lo complicado es luego retirarlas. Una vez que los combatientes del autoritarismo libertario se han permitido todas las crueldades en el nombre de una abstracción a modo, y encima han recibido la sonora aprobación de su hinchada, no parece que aspiren sino a ir adelante con esa permisividad selectiva. Pues los hinchas están en tantas partes que ahora mismo no paran de sucederse las evidencias de complicidad. Una vez que se admite que la causa es más grande que el crimen, nada hay más fácil que perder a éste de vista tras la inmensa figura de aquélla. ¿Crimen? ¿Cual crimen, si aquí está mi licencia?

No hay comentarios.: