miércoles, diciembre 05, 2007

DECEMBRISTA



Diario Milenio-México (04/12/07)
--
Cada año escucho las mismas quejas en contra de diciembre: el frío, la comercialización, la dictadura de la familia, el falso sentido de lo que termina y de lo que empieza. La impostura de diciembre. La falsedad de diciembre. Los rituales interminables de diciembre. Se supone que ésas y otras cosas producen crecientes grados de depresión que, en algunos casos extremos, hasta llevan a más de uno al suicidio. Aunque siempre he sido respetuosa de las depresiones tanto propias como ajenas, mi proclividad a defender causas perdidas me conmina a iniciar un movimiento en defensa de este mes tan vilipendiado.
-
Vamos, gente
-
Estamos (o estamos por estar) de vacaciones: después de largos trechos sin respiro, el doceavo mes se aparece así, como de la nada (que según Novalis era de color azul) con hasta 15 días de descanso. Se trata de días que ponen a la madrugada de cabeza: de haber sido el inicio de tantas jornadas laborales, ahora se convierte en el fin de sesiones sin cautela. Son días sin otro horario más que el aguante del cuerpo o el humor de la plática o el sabor de los postres (y de los vinos de postre, claro está). Se trata de días estructurados alrededor de la más básica socialidad. Imposible desconocer en diciembre que el otro es, efectivamente, tu inv/fierno.
-
Diciembre es, además, un mes de excesos. Y nada como el exceso para complacer el muy superlativo sentido de la existencia de los Big Drama Queens del mundo (que somos bastantitos, dicho sea de paso). Detrás de cada puerta que tocamos hay una o más fiestas, especialmente desde el 12 de diciembre (día que en México se celebra a la Virgen de Guadalupe) en el no por mítico menos real inicio de ese tradicional maratón de posadas y reuniones varias que nos llevará, con algo de suerte y otro tanto de condición física, hasta el 6 de enero, día en que se celebra la aparición de Melchor, Gaspar y Baltasar (aunque en realidad, habrá que decirlo, de los juguetes que cargan en sendos caballo, elefante y camello) sobre todo en el centro de este país (aunque ya puestos en esto, hasta es posible que arribemos con vida, con tamales y todo, al día de la Candelaria el 2 de febrero). Nadie escatima un traguito de algo en estas fechas: del ponche con piquete al tradicional tequila, del mescalito entre amigos a la celebratoria champaña. Nadie le niega un taco, ni siquiera de ojo, al prójimo. Basta con presentarse a eso de la hora de la comida (y en diciembre todas las horas son horas de comer) para que le toque a uno un bocadillo de esto o de lo otro. Y más de uno dará fe junto conmigo del sabor divino, del sabor de otro mundo, del recalentado.
-
Habrá que tomar en cuenta que el frío propio de la estación contribuye a promover la sentimentalidad más artera y los abrazos más disímbolos. En diciembre no hay que tener justificación racional alguna para apapachar (o dejarse apapachar) por ese prójimo que ya andaba echándose uno que otro taco de ojo en el párrafo anterior. Además, ya sea por puro compromiso o por ceder a los embates del comercio o por genuino gusto (o por el sereno), hay objetos y prácticas y gestos que se dan, y objetos y prácticas y gestos que se reciben en estos días. Sea cual sea la causa, el tamaño o el costo, hay regazos que se iluminan con la presencia de eso que, con suerte, con algo de cariño o solidaridad, ha dejado de ser mera mercancía.
-
Por último, y esto va especialmente para escritores, con el pretexto del fin del año, todo mundo hace gala de sus dotes narrativas. Ya sea convocados por el ciclo que se cierra o presionados por prácticas religiosas o respondiendo a las vicisitudes de la secular culpa, a hombres y mujeres de toda índole les da por hacer recuentos (aunque sea de daños) y, como se sabe, muchos de ellos inician con el “érase una vez” que abre todas las puertas de los relatos. De igual manera, con el pretexto del nuevo año, no es raro que a todos nos dé por echarnos un clavado en esa gran alberca de la ficción colectiva. Los propósitos. Lo ahora sí haremos. Lo que seremos. Los avatares de la imaginación, con frecuencia exaltada.
-
Y, por sobre todas las cosas, coronándolo todo de hecho, ahí está esa luz invernal ante cuya indescriptibilidad me rindo por completo. Tal vez sea poco, pero a mí me basta. Me sobra, en realidad. Así que esta decembrista declarada lo declara nada más por declararlo: ¡que viva diciembre!

No hay comentarios.: