lunes, mayo 10, 2010

Ponte abusado, hijo mío (Diario Milenio/Opinión 10/05/10)


La capa del señor cura

-
A veces la vergüenza más insoportable sobreviene por causa de otra menos penosa que inútilmente se trató de esquivar, para sorna de propios y extraños. Sucede mucho durante la niñez y adolescencia, cuando uno teme que hasta el mínimo error es susceptible de ganarle mala fama perpetua, y así esgrime una excusa que resulta cómica, o finge sin talento la indiferencia, o simplemente tartamudea, para risa y solaz de los presentes. Pero el festejo puro e inclemente pasa cuando ya no es un menor de edad, y ni siquiera un joven, sino alguna figura de respeto la que enseña la cola al defenderse. Un festejo enfermizo, de repente, cuando sucede que el sujeto patético, para más señas un alto clérigo, está hablando de curas que abusaron de niños. Duda uno entre reír y vomitar cuando se entera de las razones de los santos barones para justificar atrocidades por las que, en mi humilde opinión, la Santa Madre Iglesia, otrora tan severa en el castigo público, tendría que empezar por cortarle esas bolas tan azules a cada uno de los infractores. Insisto, nada más para empezar.

-

Debe ser difícil, cómo no, mirarse ensotanado en el papel del bueno de la historia, y en tanto eso tener que hablar en público midiendo las palabras para no cometer un costoso miscast, pero de ahí a opinar ante un micrófono que a veces son los niños quienes provocan, o que la corrupción de la sociedad —y el colmo: su raíz— es responsable de unas atrocidades inimaginables para el común de los sencillos pecadores, hay un margen tan amplio de patetismo que cuesta imaginar a una beata de bien besándole la mano de nuevo a ese señor. ¿Será que allá en el campo, donde las diversiones escasean y se le teme a Dios con celo proverbial, las ovejas y chivas son culpables de que el pastor las monte, no exactamente para desplazarse?

--

Agapito y la vergüenza

-
Escribe estas palabras quien de niño asistió a misa puntualmente (desde que un accidente dominical convenció a mis papás del peligro de no ir a misa el domingo). Solíamos ir al Carmen, San Jacinto, Guadalupe Inn o la Emperatriz de América —es como las recuerdo, no he regresado— hasta que mi mamá consiguió que una beata me diera un curso de catecismo, todos los lunes en la penumbra infausta de una de las alas de la parroquia de Tlacopac. En los años siguientes, ya rara vez faltamos a las misas del padre Agapito. Me gustaría decir que fui el primer sagaz en descubrir que el nombre de aquel cura lo dejaba en principio mal parado en su rol de hombre grave y ajeno a fruslerías, pero hubieron de ser dos de mis amiguitos, curiosamente aquellos inscritos en escuelas religiosas, quienes soltaron las primeras risotadas y al chico rato ya le habían colgado al párroco de marras un rosario de apodos alusivos a ese nombre de pila tan vulnerable.

-

Fueron también aquellos amigos persignados pioneros en el tema de la pornografía: capaces de robarle un Playboy a su padre y mirarle las tetas a su abuelita. Pero eran mochos, eso los absolvía. Se persignaban, cierto, algo menos de lo que se pintaban violines y mocasines, pero éstos, cuando menos entre nosotros, podían contarse con los dedos de un ciempiés. Al final, conseguían pasar por niños buenos no sólo ante sus padres y mayores, sino incluso ante mí, que en misa los miraba atentos al sermón o rezando con los ojos cerrados y sentía vergüenza de mi mala entraña, pues la única verdad era que me aburría insoportablemente de la primera a la última oración. Alguna vez —recuerdo, nebulosamente— dedicó su sermón el padre Agapito a fustigar a los creyentes vergonzantes, y sentí que ese látigo me alcanzaba. Puede que lo que menos me agradara de mis amigos mochos fuera esa manía mustia de encomendarse a Dios en voz bien alta por quítame estas pajas, cuando mi relación con El Crucificado solía transcurrir en silencio y a oscuras, en ese mismo espacio vergonzante donde a los pocos años —qué casualidad— floreció la lujuria como una religión inconfesable.

--

Los límites del Gólgota

-
Odio ser redundante, pero el recogimiento espiritual es capaz de engendrar espectros más tangibles, persistentes, chocarreros y seductores que la pornografía, pues mientras aquél siente lascivia por sus límites y cada noche sueña con saltárselos, ésta vive acotada por sus limitaciones, nuestra credulidad la más grande de todas. Cada vez que un ministro religioso alza su voz airada para justificar unas lujurias y condenar otras, no me queda sino otorgarle el mismo crédito que a la fornicatriz Jasmin St. Claire cuando aúlla de presunto placer entre media legión de garañones. Mienten todos, sin duda, aunque en algunos casos menos piadosamente.

-

Francamente no soy capaz de imaginar al padre Agapito haciendo deshonor a su nombre. Como otros de su estilo, era un cruzado amable, incluso bonachón, aunque ya algo anticuado y demasiado adulto. No sin cierta nostalgia por aquellos domingos aburridos, lo imagino morado de vergüenza de verse precisado a dar una opinión en torno a los depredadores de sotana: gente que se ha saltado muchas trancas más de las que ha de cruzar un laico depravado para llegar a ese mismo lugar. Y lo imagino así porque le da la gana a mi salud mental, y porque pasa que el exceso de cruces tiene la inconveniencia de afear el paisaje y arruinar el skyline, y porque en todo caso vamos crucificándolos de uno en uno.

-

Una vez más: nadie ha dicho que sea un trabajo fácil. Olvidemos, por tanto, en un ancho desplante de piedad laica, que el violador de niños es un cura que inspira confianza y emana autoridad. Digamos que es un hombre común y corriente. ¿Volvería uno a hablarle, así fuera su amigo o su hermano o su padre? ¿Lo solaparía? ¿Lo justificaría? Devolvámosle ahora al indiciado su papel de pastor espiritual, sumemos esas trancas saltadas con el rosario en la mano. Sumemos amenazas y chantajes y horrores infinitos perpetrados en el nombre de Dios. Encendamos los cirios. Evitemos la náusea y el mareo. Subamos hasta el púlpito del inquisidor. ¿Quién, que no sea un demonio, se anima a defenderlo?

No hay comentarios.: